Estoy leyendo "La noche que llegué al Café Gijón", fascinante obra, una más, de Francisco Umbral. El espíritu observador, incisivo y crítico de Umbral, que le llevó a redactar la columna diaria de vida social más popular (y temida) del panorama periodístico español, reluce con toda su fuerza, magisterio y el innegable sarcasmo de la verdad desnudada, no exenta de ternura y nostalgia, en el libro que tiene al mítico Café Gijón de Madrid como ambiente único y propicio para generar una semblanza personalísima del mundillo literario, cultural y social de España en los años sesenta. Y entonces me pregunto qué escribiría Umbral, si se diera la ocasión del encargo mercenario con el que ganarse cuarenta duros en aquel tiempo en el que malvivía entre vetustas pensiones madrileñas y bares insomnes donde se ventilaban ambiciones macilentas de literatos incansables, acerca de la película que fuimos a ver este lunes. Y mientras yo mismo apuro un cortado en la terraza de la histórica cafetería Las Torres sita en la Plaza Mayor de Salamanca, donde aún llega el hálito de antiguas tertulias extintas, sepultadas hace tiempo por el placer solitario del wifi, aventuro, esperanzado por el más vale honra sin barcos de Calderón, que, Francisco Umbral, sobre la película "Free Guy", no habría escrito nada. Pues yo, tampoco.