El título que ha supuesto la última visita al cine para el año 2012, ha resultado ser el mismo de la inmortal novela decimonónica de Victor Hugo. Inmortal sobre todo porque en 1980 se estrenó en París un espectáculo musical de gran éxito, del que luego se han realizado versiones en muchos idiomas (22, dice Wikipedia) y que ha sido representado por todo el planeta. No he visto el musical en un teatro, ni tampoco he leído la novela, pero ayer vimos la película que adapta el musical: la novela queda pendiente, del musical ya me hago una buena idea.
La Revolución Francesa fue uno de los primeros intentos de derrumbar la relación amo/esclavo que ha protagonizado la mayoría de las estructuras económicas de la historia de la humanidad: muy pocos arriba y demasiados debajo (recomiendo una película que pone en pantalla con una sencillez extraordinaria la vida campesina en el norte de Italia a finales del siglo XIX: "El árbol de los zuecos", de Ermanno Olmi). Sistemas de producción feudal que han perdurado milenios, sepultando las aspiraciones vitales de la mayor parte de los seres humanos en que no se malogre la cosecha, el señorito no me eche de estas tierras y mi familia no pase hambre este invierno. Bien entrado el siglo XX, aún era así (cuando yo era un niño, en el pueblo de mis padres, veías regresar a la gente de las labores del campo: la misma escena que sin duda se había podido presenciar desde la Edad Media: los mismos aperos, las mismas herramientas, los mismos cultivos: todo ha cambiado en pocas décadas. Algunos dirán con pena que todo eso se ha perdido: yo no lo echo en falta).
La película se inicia pocas décadas después de aquel hito de 1789. Se ha restaurado la monarquía pero las convulsiones insurgentes no han desaparecido. El hilo conductor de "Los Miserables" lo establece la persecución implacable que el inspector Javert (Russell Crowe) lleva a cabo sobre el ex-convicto Jean Valjean (Hugh Jackman), un pobre desdichado que ha sufrido condena por robar pan para su familia y que tras salir de presidio cambia de identidad, logrando una buena posición pero rompiendo las condiciones de su puesta en libertad. Jean Valjean desaparece y se convierte en otro, no sólo en su nombre, sino también en su espíritu: epifanía religiosa (el catolicismo está presente con fuerza en toda la cinta). Transformado en benefactor de los pobres, de los desposeídos: la épica revolucionaria de la historia toma fuerza desde la injusticia social que muestra con claridad, de modo que al espectador le resulta sencillo empatizar con los dramas presentados en pantalla, más aún si sus sentimientos se ven inflamados por la música grandiosa, la caracterización de los desharrapados, los escenarios cuidados (ya no hay ambientación histórica que se resista al poder del chip) y unas actuaciones apasionadas: Hugh Jackman está sobrado de tablas para interpretar un musical, Anne Hathaway (como Fantine) logra los momentos de mayor emoción, el chico que hace de Gavroche (Daniel Huttlestone) me pareció excelente y en cuanto a Russell Crowe, pues no está mal del todo, aunque parece un tanto "tieso", quizás más preocupado por cantar que por actuar. El director Tom Hopper, triunfador en los premios Oscar del 2011 por "El discurso del rey", tiene bastantes papeletas para volver a encumbrarse en la siguiente edición con esta película, cambiando ahora la tartamudez por unas voces bien afinadas.
El musical no es un género cinematográfico que me atraiga, pocos he visto, si bien puedo apuntar varios que quizás no sean de los más ortodoxos (quitando "West Side Story", de Robert Wise y Jerome Robbins). Por ejemplo, "The Wall" de Alan Parker, "Los paraguas de Cherburgo" de Jacques Demy o... "Bailar en la oscuridad" de Lars Von Trier. Sí, soy un ignorante en musicales. Y aunque la película "Los Miserables" se me hizo un poco larga, quizás me anime a ver más y lo mismo, algún día, entrar por una de esas puertas debajo de unas marquesinas enormes de la Gran Vía de Madrid.
lunes, diciembre 31, 2012
domingo, diciembre 30, 2012
"El niño de la bicicleta", de Jean-Pierre y Luc Dardenne
Los niños perdidos. Cyril (Thomas Doret) es un niño perdido o, más bien, a punto de perderse: la última oportunidad antes de convertirse en carne de reformatorio y, después, algo aún peor. Abandonado en un centro de acogida por su padre (Jérémie Renier, un habitual del cine de los Dardenne: "El niño", "El silencio de Lorna"), no encuentra ninguna referencia sobre la que apuntalar su destino: habrá que buscarla. Las películas dirigidas por los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne se caracterizan porque sus personajes, ciudadanos occidentales que rozan la marginación social, son buscadores infatigables. Al menos desde "Rosetta", su película más antigua que yo haya visto y su primer gran éxito (Palma de Oro de Cannes de 1999. Con "El niño" consiguieron otra en 2005: no está nada mal, creo que sólo Haneke y Coppola han repetido de ese prestigioso menú), sus protagonistas no paran, incansables, en todo el metraje: la cámara les persigue por calles, pisos y parques belgas trasmitiendo al espectador la misma ansiedad y preocupación que les atenaza implacable.
En el laberinto de las derivas vitales de Cyril se cruzan Samantha (Cécile de France, su actuación, junto a la del niño Thomas Doret y la de Jérémie Renier, es muy convincente, una característica necesaria para que el cine-realidad funcione y atrape al espectador), una nueva esperanza, y Wes (Egon Di Mateo), el reverso tenebroso: Cyril "Skywalker". Un equilibrio de fuerzas maniqueo y potente, pero inestable: la balanza deberá caer de un lado o de otro. ¿Se perderá Cyril?
Gran cine.
En el laberinto de las derivas vitales de Cyril se cruzan Samantha (Cécile de France, su actuación, junto a la del niño Thomas Doret y la de Jérémie Renier, es muy convincente, una característica necesaria para que el cine-realidad funcione y atrape al espectador), una nueva esperanza, y Wes (Egon Di Mateo), el reverso tenebroso: Cyril "Skywalker". Un equilibrio de fuerzas maniqueo y potente, pero inestable: la balanza deberá caer de un lado o de otro. ¿Se perderá Cyril?
Gran cine.
miércoles, diciembre 26, 2012
"Brave", de Mark Andrews y Brenda Chapman
Es una pena. "Brave" ya es puro Disney del peor, lo de que aparezca Pixar en los créditos es una dolorosa ironía, una puñalada trapera, una amarga jugarreta: ¡mira lo que te obligo a filmar y a firmar! Otra princesita, la especialidad de la casa y una historia que, como de costumbre, parece sacada de cualquier cuento medieval europeo pero haciendo que los personajes hablen desde la mediocre modernidad, como si estuvieran en la más tópica y estúpida sitcom del canal infantil. Una historia que para colmo se repite, ya que es muy parecida a la que se contaba en "Hermano oso", película del año 2003 de los propios estudios Disney. Una cinta de aquella época posterior a "El rey León" y previa a la compra de Pixar y que está llena de películas de dibujos animados olvidables.
Cuando Disney adquirió Pixar hace unos años, la pregunta sería si la creatividad y la libertad formal que la compañía del flexo saltarín había desarrollado durante una década, hasta encumbrarse en lo más alto, aguantaría la embestida del gigantesco imperio del ratón, una máquina de hacer pasta con el segmento de mercado infantil y que no se anda por las ramas a la hora de maximizar beneficios: como cualquier otra multinacional, en fin. De hecho ambas compañías habían sido siempre socias, pero manteniendo disputas comerciales que se resolvieron por las braves cuando finalmente Mickey se comió a Woody. Pixar había logrado un equilibro inaudito entre animación espectacular y guión inteligente, algo formidable y que se celebraba año tras año yendo al cine a ver una producción que en determinados casos se podía considerar obra maestra: la saga "Toy Story", "Ratatouille", "Up", "WALL-E". Hacían grandes películas y arrasaban en taquilla, ¿qué más podían pedir?
Adiós a todo eso. Hasta nunca, me temo.
Cuando Disney adquirió Pixar hace unos años, la pregunta sería si la creatividad y la libertad formal que la compañía del flexo saltarín había desarrollado durante una década, hasta encumbrarse en lo más alto, aguantaría la embestida del gigantesco imperio del ratón, una máquina de hacer pasta con el segmento de mercado infantil y que no se anda por las ramas a la hora de maximizar beneficios: como cualquier otra multinacional, en fin. De hecho ambas compañías habían sido siempre socias, pero manteniendo disputas comerciales que se resolvieron por las braves cuando finalmente Mickey se comió a Woody. Pixar había logrado un equilibro inaudito entre animación espectacular y guión inteligente, algo formidable y que se celebraba año tras año yendo al cine a ver una producción que en determinados casos se podía considerar obra maestra: la saga "Toy Story", "Ratatouille", "Up", "WALL-E". Hacían grandes películas y arrasaban en taquilla, ¿qué más podían pedir?
Adiós a todo eso. Hasta nunca, me temo.
domingo, diciembre 23, 2012
"Alps", de Yorgos Lanthimos
Afectos de remplazo. ¿Qué no darías por recuperar lo que la muerte arrebata de modo implacable? La imposibilidad física del retorno (excepto el Lázaro aquel, al menos para los creyentes, aunque recuerdo una estupenda novela llamada "Descansa en paz", de John Ajvide Lindqvist, en la que la puerta de regreso se abría de par en par, produciendo un jaleo organizativo considerable. De la pluma de este escritor sueco también salió la historia que dio lugar a una de las mejores películas de los últimos años: "Déjame entrar", de Tomas Alfredson), el que se va ya no vuelve, pero habrá una posibilidad psicológica, una disparatada opción que sirva para llenar el desolador vacío. Y encima hacer negocio.
En "After life", de Hirokazu Koreeda, a los recién fallecidos se les prepara un escenario, un set de rodaje a la entrada del túnel (¡No vayas a la luz!, como le decían a la niña de "Poltergeist", de Tobe Hopper), escala obligatoria de parada y fonda, donde reconstruirles el que consideren como mejor recuerdo de su vida para que ese momento les acompañe durante su viaje a la eternidad: felicidad al instante. En "Alps" sucederá algo parecido pero de este lado, mundo de vivos: la impronta que dejamos a nuestro paso puede resultar trivial hasta que de repente esa nadería falta. Una presencia cercana en el sofá, los acompasados ronquidos nocturnos o que, siempre igual y se lo he dicho ya cien veces, dejara abierto el tubo de la pasta de dientes: todo se echa de menos, lo molesto también.
Cine efectista (que no quiere decir que esté lleno de efectos especiales, claro, la puesta en escena es más bien minimalista) en cuanto a que sorprende e impresiona, como ya pasaba en otra película vista de este director, la demoledora "Canino" ( en "Alps" y "Canino" será fundamental la actuación de la actriz Aggeliki Papoulia: convincente hasta la médula), y que conduce al espectador a reflexiones profundas sobre temas inherentes a la esencia del ser humano, ese bicho tan raro.
En "After life", de Hirokazu Koreeda, a los recién fallecidos se les prepara un escenario, un set de rodaje a la entrada del túnel (¡No vayas a la luz!, como le decían a la niña de "Poltergeist", de Tobe Hopper), escala obligatoria de parada y fonda, donde reconstruirles el que consideren como mejor recuerdo de su vida para que ese momento les acompañe durante su viaje a la eternidad: felicidad al instante. En "Alps" sucederá algo parecido pero de este lado, mundo de vivos: la impronta que dejamos a nuestro paso puede resultar trivial hasta que de repente esa nadería falta. Una presencia cercana en el sofá, los acompasados ronquidos nocturnos o que, siempre igual y se lo he dicho ya cien veces, dejara abierto el tubo de la pasta de dientes: todo se echa de menos, lo molesto también.
Cine efectista (que no quiere decir que esté lleno de efectos especiales, claro, la puesta en escena es más bien minimalista) en cuanto a que sorprende e impresiona, como ya pasaba en otra película vista de este director, la demoledora "Canino" ( en "Alps" y "Canino" será fundamental la actuación de la actriz Aggeliki Papoulia: convincente hasta la médula), y que conduce al espectador a reflexiones profundas sobre temas inherentes a la esencia del ser humano, ese bicho tan raro.
lunes, diciembre 17, 2012
"El Hobbit: un viaje inesperado", de Peter Jackson
La Tierra Media espera,
no sé si volveré.
"Aventuras"
La dama se esconde
La dama se esconde
El inesperado viaje de Bilbo Bolsón: En un agujero en el suelo, vivía un hobbit. Viaje iniciático, un camino sin retorno: el que parte no será en ningún caso el mismo que regresa. La apasionante aventura que, a todos los que disfrutaron de su lectura en el tránsito de la infancia a la adolescencia (otro viaje sin retorno), les resultará inolvidable. Los relatos de Tolkien se instalan para siempre en la memoria como una experiencia vivida más.
En su trilogía cinematográfica de "El Señor de los Anillos", Peter Jackson dotó al universo tolkieniano de una estética acertada e inconfundible: personajes rotundos y recreados con fidelidad al texto, para una épica que se vuelve poderosa en las escenas necesarias pero que también permite el sentimiento místico o mitológico sin que en ningún caso el discurso se vuelva pedante y almibarado. Como adaptación de una obra literaria que requería una ambientación excepcional, "El Señor de los Anillos" fue un éxito. Así que el acierto de esta primera parte de la anunciada trilogía de "El Hobbit" será la continuidad, y a cualquiera que disfrutara, en la década pasada, con las películas de "El Señor de los Anillos" probablemente le encantará este episodio. Mismos o parecidos personajes (buenas actuaciones, sobre todo su protagonista, Martin Freeman, un Bilbo sobresaliente), mismos paisajes (incluyendo la increíble geografía neozelandesa que Peter Jackson descubrió al mundo) y, muy importante, las mismas melodías de Howard Shore, permitiendo la identificación emocional inmediata: las puertas de Rivendel, las suaves laderas de La Comarca o la amenaza oculta de Sauron el Nigromante, aparecen a la vez que unos acordes inconfundibles.
"El Hobbit", el libro, ha tenido siempre la consideración general de cuento para niños, si bien sería más indicado pensar que guarda cierto equilibrio entre lectura para el público infantil y adulto (la calificación de edades se ha establecido en mayores de siete años: poco me parece, pues en mi opinión la película requiere cierto "empaque" en el espectador: orcos a punto de ser descabezados que cabalgan sobre lobos, esos terroríficos wargos: la Tierra Media es un mundo violento). La película también procura ese equilibrio: al principio, la reunión de enanos en la morada de Bilbo, en La comarca, me recordó a una serie de televisión de hace muchos años, "El cuentacuentos", de Jim Henson, donde John Hurt presentaba una historia, un cuento para niños, acompañado de un perro de peluche que era la típica creación de la factoría Henson. Y creo que también me vino a la mente aquel storyteller de finales de los 80, a la luz de las velas, por una iluminación un tanto extraña, teatral, poco cinematográfica: el famoso 3D rodado a 48 fps. Sin duda es el mejor 3D que haya visto nunca, aunque no he visto muchos: más luminoso, más nítido, más detallado. Desde luego espectacular si es bien utilizado, sobre todo en una producción de las características de "El Hobbit", llena de abismos y cavernas: impresiona verlo. El problema de este 48 fps, que ha generado cierto debate sobre la naturaleza del cine (un debate estéril en mi opinión: se confunde la técnica con el producto: es la técnica la que está al servicio de un fin y un espectador no tiene por qué saber ni remotamente cómo se ha rodado una película), es que captura "demasiada realidad", con el riesgo de que la caracterización del personaje puede llegar a arruinarse y, súbitamente, romper el encantamiento. En fin, poca cosa que no impide el disfrute ininterrumpido de la proyección de más de dos horas y media de película: sean 24 o 48, los fotogramas siguen engañando a la perfección la imperfección de mi cerebro.
La noche de angustia atrapados por los trolls, esperando la claridad del alba; el duelo de acertijos en la oscuridad (¿qué tengo en el bolsillo?), frente al desgraciado Gollum; combatir trasgos hasta la extenuación y volar a lomos de águilas majestuosas. Momentos anclados en páginas leídas hace muchos, muchos años, y que ahora despiertan en la memoria con la emoción de antaño.
A esperar, impaciente, la segunda.
viernes, diciembre 07, 2012
"El origen de los guardianes", de Peter Ramsey
La imaginación infantil, portentosa e ilimitada, no sujeta a ley física alguna ni a la absurda barrera de la imposibilidad. Sobre esa fantasía desbocada no es difícil edificar mitos, seres legendarios, figuras mágicas y sobrenaturales que premian las conductas morales que la sociedad consideran acertadas y, por otro lado, el lado oscuro, otros seres que castiguen, implacables, la travesura y el error: el chantaje emocional que se verá recompensado en premios (el juguete junto al árbol, la moneda debajo de la almohada, el huevo rebuscado entre los arbustos) si el pacto se respeta o la ausencia de cualquier regalo si has sido un chico malo (quizás sea mejor arder y desaparecer, como gritaba el Kurgan en "Los inmortales" de Russel Mulcahy: el mal supremo libera al manso cordero: el reverso tenebroso es más fuerte, Luke, a estas alturas de la película ya deberías saberlo).
El combate eterno entre el bien y el mal. Del lado bueno un Papá Noel con pinta de Taras Bulba y los antebrazos tatuados: Naughty/Nice, uno en cada lado, como aquel Love/Hate que lucia Robert Mitchum en sus nudillos en "La noche del cazador" de Charles Laughton, aquel cuento sublime y terrible, como ningún otro que se haya destilado en celuloide. Leo el nombre de Guillermo del Toro en los créditos del final y recibo una explicación coherente a este San Nicolás convertido en cosaco, guerrero dispuesto al combate que porta un sable en cada mano: el diseño de personajes de esta cinta es soberbio: maniqueísmo sin serlo, caracteres con dobleces y matices. Y qué decir de ese archienemigo, el Coco, nada menos, ese malo cuya figura parece salida de la mente de Fritz Lang o de Murnau, el amo de un mundo sombrío, de poderosos claroscuros trazados en rotundos caracteres expresionistas. "El origen de los guardianes" es una película sorprendente. O no tanto si se consideran otros títulos bien realizados por los animadores de DreamWorks como son el primer "Shrek", "Kung Fu Panda" o esa pequeña maravilla, no tan conocida en la franquicia, llamada "Cómo entrenar a tu dragón"
La muerte y la resurrección de Jack "Escarcha": no hay un niño que no salte de alegría si, al levantarse por la mañana, ve un paisaje nevado: la ilusión no se mide sólo en el precio junto a la imagen del catálogo navideño de una juguetería, sino que es capaz de depender de algo tan azaroso y gratuito como el clima: la esperanza nunca debe ser objeto de menosprecio: la grandeza del ser humano, tampoco. Si hay que llevar a los niños al cine por Navidad, "El origen de los guardianes" será la mejor recomendación posible.
El combate eterno entre el bien y el mal. Del lado bueno un Papá Noel con pinta de Taras Bulba y los antebrazos tatuados: Naughty/Nice, uno en cada lado, como aquel Love/Hate que lucia Robert Mitchum en sus nudillos en "La noche del cazador" de Charles Laughton, aquel cuento sublime y terrible, como ningún otro que se haya destilado en celuloide. Leo el nombre de Guillermo del Toro en los créditos del final y recibo una explicación coherente a este San Nicolás convertido en cosaco, guerrero dispuesto al combate que porta un sable en cada mano: el diseño de personajes de esta cinta es soberbio: maniqueísmo sin serlo, caracteres con dobleces y matices. Y qué decir de ese archienemigo, el Coco, nada menos, ese malo cuya figura parece salida de la mente de Fritz Lang o de Murnau, el amo de un mundo sombrío, de poderosos claroscuros trazados en rotundos caracteres expresionistas. "El origen de los guardianes" es una película sorprendente. O no tanto si se consideran otros títulos bien realizados por los animadores de DreamWorks como son el primer "Shrek", "Kung Fu Panda" o esa pequeña maravilla, no tan conocida en la franquicia, llamada "Cómo entrenar a tu dragón"
La muerte y la resurrección de Jack "Escarcha": no hay un niño que no salte de alegría si, al levantarse por la mañana, ve un paisaje nevado: la ilusión no se mide sólo en el precio junto a la imagen del catálogo navideño de una juguetería, sino que es capaz de depender de algo tan azaroso y gratuito como el clima: la esperanza nunca debe ser objeto de menosprecio: la grandeza del ser humano, tampoco. Si hay que llevar a los niños al cine por Navidad, "El origen de los guardianes" será la mejor recomendación posible.
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