La penúltima de Buñuel, cuando el genio ya había cumplido 74 años. Al principio de la película Buñuel aparece con un hábito frailuno, a punto de ser fusilado por un pelotón de soldados franceses en la época de la Guerra de la Independencia, como un personaje que quiere meterse en el cuadro "Los fusilamientos del tres de mayo" de Goya, su paisano aragonés: de un genio a otro (el comienzo de "El fantasma de la libertad" está basado en un cuento de Bécquer, "El beso": el tono fantástico de una historia en la que se castiga de modo sangriento la devoción lujuriosa hacia una estatua de una iglesia, una leyenda que seguro que le encantaba a Buñuel).
Buñuel fusilado, Buñuel muerto: un cadáver exquisito. Y así es la película, creación de un cadáver exquisito, uno de los juegos más famosos del surrealismo: elaborar un relato encadenando las aportaciones azarosas de los participantes. El lado onírico del surrealismo pero también, o sobre todo, el subversivo: la provocación, la ruptura. El acto surrealista. Decía Bretón que el más sencillo y puro era salir a la calle con un arma y dedicarse a disparar a la multitud, al primero que se ponga delante, a cualquiera: uno de los pasajes de la cinta será eso: el francotirador moderno no sospecha las posibilidades artísticas de su barbarie.
El disparate, el esperpento, deformar la realidad pero sin romperla, pues todo lo que aparece en la pantalla es posible mas insólito. Y aparece todo: lo escatológico, lo perverso, lo sacro, lo demencial: los locos, los depravados, los burgueses, los religiosos. Los inocentes y los pecadores. Mucho vicio y poca virtud, o mejor, el vicio corrompiendo la virtud. El fotograma provocando a un espectador absorto.
Todo Buñuel.
miércoles, enero 30, 2013
domingo, enero 27, 2013
"El gran Vázquez", de Óscar Aibar
Biografía cinematográfica de uno de los mejores dibujantes españoles de cómic. Y también uno de los más populares: él mismo se proyectó en personaje, el Tío Vázquez, icono reconocible de su obra a poner junto a otros no menos famosos como las hermanas Gilda, la familia Cebolleta o Anacleto, agente secreto. Muy populares fueron los personajes de las historietas españolas en la segunda mitad del siglo XX, sí: tiradas de cientos de miles de ejemplares semanales en un catálogo ingente de títulos de tebeos: "Pulgarcito", "DDT", "TBO", "Tío Vivo", "Pumby", "Mortadelo" y muchos más. Al menos un lateral de los quioscos, megalitos de las aceras urbanas, magnetizaba las miradas con su empapelado cuajado de portadas de multitud de publicaciones para niños y no tan niños. Formación lectora desde la viñeta y su bocadillo, un puntal educativo que se ha extinguido: la celulosa está desprestigiada como soporte y los chavales tienen otros métodos de entretenimiento, no sé si mejores o peores, sin duda distintos. Pero en aquella época era lo que había para pasar el rato las tardes de lluvia (y si hacía bueno jugar en la calle: sí, sí que ha cambiado todo). Los tebeos tenían un éxito tremendo.
El cómic siempre ha sido un medio con posibilidades transgresoras, hasta en los tebeos que parecían más inocentes. Retratos de personajes en los márgenes de la sociedad como el moroso Tío Vázquez ya mencionado, o Carpanta el vagabundo famélico dibujado por Josep Escobar y que representaba como pocos el desastre económico de la posguerra (el propio Escobar pasó años en la cárcel tras la Guerra Civil por su compromiso político), una economía depauperada, autárquica e improvisada: sólo hay que echar un vistazo a las creaciones de Francisco Ibáñez: ¿qué decir de los medios de los que disponían Mortadelo y Filemón, los James Bond patrios, en la agencia nacional de inteligencia T.I.A.? ¿O ese símbolo certero de la España de la chapuza que son Pepe Gotera y Otilio? La historia no oficial traspasaba los márgenes de la censura y el lector no se cuestionaba un trasfondo tan evidente, era así, y la perspectiva la ofrece el tiempo pasado. O no.
En la película dirigida por Óscar Aibar, que tuvo sus inicios como guionista de cómic, el personaje de Manuel Vázquez lo interpreta Santiago Segura. Teniendo en cuenta cómo se retrata al dibujante en la cinta, un jeta embaucador y putero, bígamo y egocéntrico, la elección de Segura como actor protagonista no parece desacertada, pues ha apuntalado su carrera interpretando el papel de un sórdido caradura vicioso, el ínclito detective privado de "Torrente, el brazo tonto de la ley", película dirigida por el propio Santiago Segura. Pero el histrionismo característico de sus actuaciones desaparece en "El gran Vázquez", donde se muestra bastante impasible y desafectado. Así, "El gran Vázquez" no carga las tintas (tinta china de dibujante: ahora todo se hace con el ordenador, manchándose poco las manos) ni en la comedia de las increíbles anécdotas verídicas ni (mucho menos) en el drama de este pícaro moderno, antisistema absoluto, stajanovista de la deuda permanente y la letra impagada.
Lo más interesante de "El gran Vázquez" será la puesta en escena de los interiores de la editorial Bruguera: qué había detrás de las viñetas. Bruguera, como cualquier otra editorial de tebeos de entonces, imponía condiciones leoninas en sus contratos: pago a destajo y perdida de todos los derechos por parte de los autores: Anacleto no es de Vázquez es de Bruguera y si Vázquez no lo dibuja ya lo hará otro: no eres consciente de que vives cargado de cadenas hasta que un día intentas moverte. Esa escenificación del "ecosistema del dibujante" también está perfectamente lograda en una novela gráfica (del tebeo a la novela gráfica: como si la calidad la diera el sustantivo) de Paco Roca, "El invierno del dibujante", del mismo año que el de la producción de "El gran Vázquez", 2010, y que habla de los mismos años de Bruguera, finales de los 50: la revolución de cinco dibujantes, Cifré, Conti, Escobar, Giner y Peñarroya, que se fueron temporalmente de Bruguera, para publicar "Tío Vivo". Sin embargo a mí el que me enseñó como nadie cómo era una redacción de una revista de historietas fue Carlos Giménez en su obra "Los profesionales".
Están locos estos dibujantes.
El cómic siempre ha sido un medio con posibilidades transgresoras, hasta en los tebeos que parecían más inocentes. Retratos de personajes en los márgenes de la sociedad como el moroso Tío Vázquez ya mencionado, o Carpanta el vagabundo famélico dibujado por Josep Escobar y que representaba como pocos el desastre económico de la posguerra (el propio Escobar pasó años en la cárcel tras la Guerra Civil por su compromiso político), una economía depauperada, autárquica e improvisada: sólo hay que echar un vistazo a las creaciones de Francisco Ibáñez: ¿qué decir de los medios de los que disponían Mortadelo y Filemón, los James Bond patrios, en la agencia nacional de inteligencia T.I.A.? ¿O ese símbolo certero de la España de la chapuza que son Pepe Gotera y Otilio? La historia no oficial traspasaba los márgenes de la censura y el lector no se cuestionaba un trasfondo tan evidente, era así, y la perspectiva la ofrece el tiempo pasado. O no.
En la película dirigida por Óscar Aibar, que tuvo sus inicios como guionista de cómic, el personaje de Manuel Vázquez lo interpreta Santiago Segura. Teniendo en cuenta cómo se retrata al dibujante en la cinta, un jeta embaucador y putero, bígamo y egocéntrico, la elección de Segura como actor protagonista no parece desacertada, pues ha apuntalado su carrera interpretando el papel de un sórdido caradura vicioso, el ínclito detective privado de "Torrente, el brazo tonto de la ley", película dirigida por el propio Santiago Segura. Pero el histrionismo característico de sus actuaciones desaparece en "El gran Vázquez", donde se muestra bastante impasible y desafectado. Así, "El gran Vázquez" no carga las tintas (tinta china de dibujante: ahora todo se hace con el ordenador, manchándose poco las manos) ni en la comedia de las increíbles anécdotas verídicas ni (mucho menos) en el drama de este pícaro moderno, antisistema absoluto, stajanovista de la deuda permanente y la letra impagada.
Lo más interesante de "El gran Vázquez" será la puesta en escena de los interiores de la editorial Bruguera: qué había detrás de las viñetas. Bruguera, como cualquier otra editorial de tebeos de entonces, imponía condiciones leoninas en sus contratos: pago a destajo y perdida de todos los derechos por parte de los autores: Anacleto no es de Vázquez es de Bruguera y si Vázquez no lo dibuja ya lo hará otro: no eres consciente de que vives cargado de cadenas hasta que un día intentas moverte. Esa escenificación del "ecosistema del dibujante" también está perfectamente lograda en una novela gráfica (del tebeo a la novela gráfica: como si la calidad la diera el sustantivo) de Paco Roca, "El invierno del dibujante", del mismo año que el de la producción de "El gran Vázquez", 2010, y que habla de los mismos años de Bruguera, finales de los 50: la revolución de cinco dibujantes, Cifré, Conti, Escobar, Giner y Peñarroya, que se fueron temporalmente de Bruguera, para publicar "Tío Vivo". Sin embargo a mí el que me enseñó como nadie cómo era una redacción de una revista de historietas fue Carlos Giménez en su obra "Los profesionales".
Están locos estos dibujantes.
domingo, enero 20, 2013
"Amor", de Michael Haneke
En "Anatomía de un asesinato", de Otto Preminger, un teniente del ejército (Ben Gazzara) mata a balazos al presunto violador de su esposa (Lee Remick). En la película, obra maestra del género cinematográfico judicial, no aparecerá la escena del asesinato, ni habrá ningún flashback temporal que ayude a esclarecer las circunstancias del día de los hechos. Se asistirá a un duelo interpretativo de alto voltaje entre el abogado defensor, James Stewart, y el fiscal, George C. Scott, ambos empleándose a fondo para meterse en el bolsillo al jurado. El resultado del litigio se cimentará en la condición del "impulso irresistible": una persona afronta una situación límite y ésta puede terminar de un modo cruento pero inevitable, más allá de la capacidad para discernir si lo que el sujeto hace está bien o mal: el conocido estado de "enajenación mental transitoria": el demente no es culpable y el juez no puede determinar la responsabilidad de sus actos (el que quiera saber qué sentencia asume el bueno de Gazzara, que vea "Anatomía de un asesinato": ya tenías que haberla visto).
Como indica el título, "Amor" es una historia de eso. Una más, una de tantas, la cotidianidad de la relación entre dos personas: el sacrificio, la empatía, el afecto, lo bueno y lo malo, todo lo que llega años después de la locura química y urgente del enamoramiento desesperado. La costumbre del cuerpo próximo que no se quiere perder bajo ningún concepto, ante cualquier adversidad: dos frente al mundo.
Al cine de Haneke se le califica de sórdido, duro, frío, sin embargo eso es una aproximación superficial a la intención de esta obra. Sí es una cinta implacable, en cuanto a que carece de eufemismos, esforzándose en representar la realidad pero sin caer en el abuso sensacionalista. Y si es implacable entonces quizá deba ser violenta, sello de autor: apenas dos breves instantes que rompen la dinámica de la historia y que sacuden vivamente al espectador y a su conciencia. El impulso irresistible, como se ha indicado, difícil de juzgar, que debe ser sopesado por la platea, convertida en tribunal y en víctima (el sepulcral silencio de los créditos finales conduce hacia la salida a un público vapuleado, puede que también aterrorizado), un público que aporta el bagaje moral que se tenía antes de comprar la entrada y que se cuestiona o reafirma con lo visto en la pantalla: Haneke no juzga, solo expone con una maestría extraordinaria y el nada velado propósito de implicar al observador: derribar la cuarta pared.
Ya lo ha logrado muchas veces, ésta es una más.
Como indica el título, "Amor" es una historia de eso. Una más, una de tantas, la cotidianidad de la relación entre dos personas: el sacrificio, la empatía, el afecto, lo bueno y lo malo, todo lo que llega años después de la locura química y urgente del enamoramiento desesperado. La costumbre del cuerpo próximo que no se quiere perder bajo ningún concepto, ante cualquier adversidad: dos frente al mundo.
Al cine de Haneke se le califica de sórdido, duro, frío, sin embargo eso es una aproximación superficial a la intención de esta obra. Sí es una cinta implacable, en cuanto a que carece de eufemismos, esforzándose en representar la realidad pero sin caer en el abuso sensacionalista. Y si es implacable entonces quizá deba ser violenta, sello de autor: apenas dos breves instantes que rompen la dinámica de la historia y que sacuden vivamente al espectador y a su conciencia. El impulso irresistible, como se ha indicado, difícil de juzgar, que debe ser sopesado por la platea, convertida en tribunal y en víctima (el sepulcral silencio de los créditos finales conduce hacia la salida a un público vapuleado, puede que también aterrorizado), un público que aporta el bagaje moral que se tenía antes de comprar la entrada y que se cuestiona o reafirma con lo visto en la pantalla: Haneke no juzga, solo expone con una maestría extraordinaria y el nada velado propósito de implicar al observador: derribar la cuarta pared.
Ya lo ha logrado muchas veces, ésta es una más.
viernes, enero 11, 2013
Libro. "The Ingmar Bergman Archives", de Paul Duncan y Bengt Wanselius (Ed.)
Que si existen o no los Reyes Magos, me preguntas.
Sí, existen, sin ninguna duda.
Y podríamos apoyarnos en los argumentos del filósofo Descartes respecto al mundo de las ideas o en las generaciones anteriores a la nuestra que durante tanto tiempo y con tanto empeño, año tras año, han puesto el mayor de los cuidados y sigilos en perpetuar a esas figuras portadoras de tantas emociones, una herencia recibida que no tenemos ninguna intención de desdeñar: ¿quién no quiere que vengan?
O apoyar su existencia, simplemente, en que ha sido un libro de lance con un precio de auténtico regalo: una joya bibliográfica espectacular, un monumento a la cinematografía de uno de los más grandes.
En fin, otra mole a poner a continuación del monolito de Stanley Kubrick: un par más y ya podemos jugar al billar en casa.
Sí, existen, sin ninguna duda.
Y podríamos apoyarnos en los argumentos del filósofo Descartes respecto al mundo de las ideas o en las generaciones anteriores a la nuestra que durante tanto tiempo y con tanto empeño, año tras año, han puesto el mayor de los cuidados y sigilos en perpetuar a esas figuras portadoras de tantas emociones, una herencia recibida que no tenemos ninguna intención de desdeñar: ¿quién no quiere que vengan?
O apoyar su existencia, simplemente, en que ha sido un libro de lance con un precio de auténtico regalo: una joya bibliográfica espectacular, un monumento a la cinematografía de uno de los más grandes.
En fin, otra mole a poner a continuación del monolito de Stanley Kubrick: un par más y ya podemos jugar al billar en casa.
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