El primer Dr. Hannibal Lecter cinematográfico resulta que se apellidaba Lecktor en vez de Lecter, según atestiguan los créditos del final de "Hunter". También resulta que aún no había llegado a tomar forma en el atildado, escalofriante, implacable y deslumbrador Anthony Hopkins. En su debut ante la cámara lo encarnó Brian Cox (conocido entre otros papeles por ser el jefe de Matt 'Bourne' Damon en la saga del amnésico superagente) que no pasará a la historia por ser el primero en hacer el papel del psiquiatra caníbal: tampoco tiene muchos minutos en el metraje: a esas alturas del asunto el doctor es aún un secundario. Lo mismo le va a suceder a su rival del FBI para la ocasión, William Petersen: no será recordado por "Hunter", pero si la gran pantalla no lo lanzó entonces a la fama, la pequeña pantalla lo ha hecho sobradamente: Gil Grissom de "C.S.I", nada menos. Estrella mundial.
A mediados de los ochenta Michael Mann arrasaba con la serie "Corrupción en Miami", imponiendo una estética que está muy presente en "Hunter" (cualquier seguidor de las aventuras televisivas de Sonny Crockett y Ricardo Tubbs se percatará de ello). La película es una adaptación de la novela "El dragón rojo" de Thomas Harris, primera de una saga literaria que continuará en "El silencio de los inocentes" (la llevaría al cine Jonathan Demme en la oscarizada "El silencio de los corderos") y culminará con "Hannibal" (aquí la adaptación al cine la conducirá Ridley Scott: directores de relumbrón para una saga literaria y cinematográfica de éxito).
"Hunter" es un thriller magnífico, lleno de tensión y suspense, con unas actuaciones soberbias: destaca la del malo de turno interpretado por Tom Noonan: psicópata kilométrico. Por si alguien quiere comparar resultados hay otra película más moderna basada en la misma novela, "El dragón rojo", dirigida por Brett Ratner y que tiene como protagonistas a Ralph Fiennes, Edward Norton y el propio Hopkins, pero no me gustó tanto como su hermana ochentera. Será nostalgia de aquellas inalcanzables playas de Florida, esas que tanto vimos y nunca fuimos.
martes, junio 29, 2010
viernes, junio 25, 2010
"Invictus", de Clint Eastwood
No hay por qué pedir que se cargue un puente, como imploraba Agustín Jiménez en su famoso monólogo sobre un tío que iba a ver "Los puentes de Madison" porque salía Harry y el individuo tenía la esperanza de que le alegraran el día (en esta no sale Clint, pero sale un Eastwood, Scott Eastwood: es el jugador que patea el drop que da la victoria a Sudáfrica en la final). Sin embargo "Invictus" es una película que se ve sin pena ni gloria, un contrasentido absoluto para una trama que se alimenta por un lado del odio racial inevitable tras décadas de dominio del tristemente célebre régimen apartheid sudafricano (la pena) y por otro lado de la increíble (por inesperada) victoria de los Springboks sobre los All Blacks en la final de la Copa del Mundo de Rugby de 1995 (la gloria).
Una película de conflictos sin ningún conflicto aparente: una transición tranquila de las que dejan fosas comunes colmadas en las cunetas: maté a palos a tu padre, violé a tu hermana y traté a tu madre como a una esclava: pelillos a la mar, que os hemos dado la democracia. Vamos a echar un partidillo.
Igual es que era el momento propicio para hacer una película sobre Sudáfrica, con el mundial de fútbol a la vuelta de la esquina. Igual es que Morgan Freeman estaba loco por hacer de Mandela y se llevó a Clint Eastwood al huerto. O a hacer un telefilme. Bueno, para eso están los amigos.
Una película de conflictos sin ningún conflicto aparente: una transición tranquila de las que dejan fosas comunes colmadas en las cunetas: maté a palos a tu padre, violé a tu hermana y traté a tu madre como a una esclava: pelillos a la mar, que os hemos dado la democracia. Vamos a echar un partidillo.
Igual es que era el momento propicio para hacer una película sobre Sudáfrica, con el mundial de fútbol a la vuelta de la esquina. Igual es que Morgan Freeman estaba loco por hacer de Mandela y se llevó a Clint Eastwood al huerto. O a hacer un telefilme. Bueno, para eso están los amigos.
domingo, junio 20, 2010
"Ciudad de vida y muerte (Nanking! Nanking!)", de Lu Chuan
Fuimos a ver esta película en la semana de su estreno en España, pero no pudo ser. Es decir, compramos la entrada en taquilla, ocupamos el asiento que más nos gustó en un cine semivacío, esperamos tranquilamente el comienzo de la proyección y empezamos a ver la película: tenía bastante expectación por verla y últimamente es complicado encontrar un momento propicio para ir al cine: debe haber varios astros bien alineados y es una ocasión que no se debe desperdiciar: vamos a ver esta que dicen que es buena. Pero mediada la proyección mi acompañante decidió que ya había visto bastante: lo que no logró Lars Von Trier con su "Anticristo" lo consiguió un director chino, Lu Chuan, al mostrar eficazmente, con gran verosimilitud, las salvajadas cometidas por el ejército japonés cuando conquistaron la capital de China en el año 1937. Lógico, por otro lado: aquel danés contaba desvaríos de la mente, fábulas, mientras que este chino hablaba de realidad, de historia verídica: el infierno de la guerra, la actividad humana más terrible, la que asfixia a todas las demás: cuando hay guerra no hay otra cosa. Así que mejor dejar la película para otro día que encima hace buena tarde. Hala, vayámonos de paseo.
La primera mitad de "Ciudad de vida y muerte" es una buena película bélica (el libro "Esto es un infierno. Los personajes del cine bélico" de Guillermo Altares, es muy recomendable para empaparse del género), de las que siguen la estela que dejó marcada Spielberg en "Salvad al soldado Ryan". Is that you John Wayne? Is this me?, preguntaba Matthew Modine, Bufón, en "La chaqueta metálica": el estereotipo de héroe guerrero que conduce a la épica y llena las oficinas de reclutamiento, inmaculados buscadores de gloria que se creen capaces de resistir el ataque del enemigo hasta el último hombre: alcanzar la areté griega y después morir. Los chinos también tienen héroes, claro, y son capaces de ensalzar el patriotismo en sus fotogramas como han hecho los occidentales durante décadas. Quedó claro en esta película o en aquella buena película de guerra coreana llamada "Lazos de Guerra".
Pero cuando el "Duke" de turno desaparece de la pantalla y la violencia del combate deja paso a las despiadadas atrocidades llevadas a cabo por el bando victorioso contra los prisioneros, contra mujeres y niños (hasta la Primera Guerra Mundial incluida, el mayor número de víctimas en una guerra se producía siempre en el ejército: a partir de ese punto las estadísticas se invierten y la mayor mortalidad será de ahí en adelante para la población civil: el signo de los tiempos es delatador de la locura moderna), especialmente contra jóvenes chinas forzadas a formar Joy Divisions violadas por batallones de despiadados soldados japoneses, entonces el espectador empieza a removerse inquieto en su asiento: cientos de miles de muertos que eran cientos de miles de indefensos. Y no es que se haga hincapié en mostrar esas barbaridades en detalle, pero tampoco es necesario. En "La lista de Schindler" de Steven Spielberg, el comandante de un campo de concentración (impresionante actuación de Ralph Fiennes) se dedica al tiro al blanco, desde el balcón de su residencia, contra los prisioneros judíos dispersos por el recinto: recién levantado se desayuna cada mañana con unos cuantos asesinatos azarosos: la vida del vencido no vale nada para el ganador, más aún si el derrotado es considerado una raza inferior: los judíos para los nazis o los chinos para los japones: tu vida me pertenece y la piedad es un sentimiento que no se tiene con la escoria. Si la finalidad de esta película era trasmitirle al espectador la carga dramática de la guerra y la infinita crueldad que es capaz de manifestar el ser humano, en ese caso enhorabuena: misión cumplida.
He vuelto a ver la película, esta vez hasta el final. La he visto sólo, naturalmente.
La primera mitad de "Ciudad de vida y muerte" es una buena película bélica (el libro "Esto es un infierno. Los personajes del cine bélico" de Guillermo Altares, es muy recomendable para empaparse del género), de las que siguen la estela que dejó marcada Spielberg en "Salvad al soldado Ryan". Is that you John Wayne? Is this me?, preguntaba Matthew Modine, Bufón, en "La chaqueta metálica": el estereotipo de héroe guerrero que conduce a la épica y llena las oficinas de reclutamiento, inmaculados buscadores de gloria que se creen capaces de resistir el ataque del enemigo hasta el último hombre: alcanzar la areté griega y después morir. Los chinos también tienen héroes, claro, y son capaces de ensalzar el patriotismo en sus fotogramas como han hecho los occidentales durante décadas. Quedó claro en esta película o en aquella buena película de guerra coreana llamada "Lazos de Guerra".
Pero cuando el "Duke" de turno desaparece de la pantalla y la violencia del combate deja paso a las despiadadas atrocidades llevadas a cabo por el bando victorioso contra los prisioneros, contra mujeres y niños (hasta la Primera Guerra Mundial incluida, el mayor número de víctimas en una guerra se producía siempre en el ejército: a partir de ese punto las estadísticas se invierten y la mayor mortalidad será de ahí en adelante para la población civil: el signo de los tiempos es delatador de la locura moderna), especialmente contra jóvenes chinas forzadas a formar Joy Divisions violadas por batallones de despiadados soldados japoneses, entonces el espectador empieza a removerse inquieto en su asiento: cientos de miles de muertos que eran cientos de miles de indefensos. Y no es que se haga hincapié en mostrar esas barbaridades en detalle, pero tampoco es necesario. En "La lista de Schindler" de Steven Spielberg, el comandante de un campo de concentración (impresionante actuación de Ralph Fiennes) se dedica al tiro al blanco, desde el balcón de su residencia, contra los prisioneros judíos dispersos por el recinto: recién levantado se desayuna cada mañana con unos cuantos asesinatos azarosos: la vida del vencido no vale nada para el ganador, más aún si el derrotado es considerado una raza inferior: los judíos para los nazis o los chinos para los japones: tu vida me pertenece y la piedad es un sentimiento que no se tiene con la escoria. Si la finalidad de esta película era trasmitirle al espectador la carga dramática de la guerra y la infinita crueldad que es capaz de manifestar el ser humano, en ese caso enhorabuena: misión cumplida.
He vuelto a ver la película, esta vez hasta el final. La he visto sólo, naturalmente.
domingo, junio 13, 2010
"Canino (Kynodontas)", de Yorgos Lanthimos
Experimentos educacionales: cójase un niño (preferentemente un hijo para no andar secuestrando a los de los demás, aunque ya es una barbaridad pensar que un hijo nos pertenece hasta ese extremo: padres bienintencionados juegan a ser dios) y apártesele de cualquier contacto con el mundo exterior y con la sociedad amenazante y depredadora. "El enigma de Kaspar Hauser" de Werner Herzog, "El show de Truman" de Peter Weir, "El bosque" de M. Night Shyamalan, son ejemplos que me vienen a la memoria, lo mismo que la certera comparación que hizo Babel introduciendo el mito de la caverna platónica en su excelente crítica de "Canino". Demiurgos que juegan con nuestra formación planteándonos temas que somos incapaces de verificar por nuestra experiencia directa e imponiéndonos barreras que nos conducen por el manso cauce de la sociedad moral: no salgas al bosque, que allí vive un monstruo homicida de largas garras. No salgas, no, que te va a comer el gato.
"El show de Truman" o "El bosque" generaban mundos históricos y daban saltos en el tiempo para que los protagonistas vivieran en una idealizada ciudad norteamericana de los años cincuenta o en un pueblo dieciochesco de pioneros puritanos. Para "Canino" bastará un casa alejada de la ciudad que sea moderna y acogedora, con jardín y piscina, rodeada de una gran empalizada. Pero las motivaciones de la trama resultarán parecidas: falsear la realidad para que el cautivo acepte su situación y aleje cualquier tentación de fuga: si no piensas que eres un prisionero, no tienes motivo para intentar escapar. Pero "Canino" se atreve a afrontar otros tipos de tabúes: entre personas que viven en una misma casa, que no salen de ella durante años, que en realidad no han salido de ella en toda su vida, van a surgir roces violentos y sus necesidades alimenticias van a ser las menos importantes: pulsiones sexuales exentas de amor, animales domésticos a los que hay que buscarles una pareja para que la época de celo no les arroje al otro lado de la valla. La cinta discurre entre situaciones paradójicas, estrambóticas, incestuosas, haciendo que el espectador se sorprenda y se escandalice: cine provocador.
Caninos, como los perros de una finca en medio del campo. Por cierto, esta película es del tipo 'no-me-jodas-que-ya-se-ha-terminado'. Abrupto final, pienso.
"El show de Truman" o "El bosque" generaban mundos históricos y daban saltos en el tiempo para que los protagonistas vivieran en una idealizada ciudad norteamericana de los años cincuenta o en un pueblo dieciochesco de pioneros puritanos. Para "Canino" bastará un casa alejada de la ciudad que sea moderna y acogedora, con jardín y piscina, rodeada de una gran empalizada. Pero las motivaciones de la trama resultarán parecidas: falsear la realidad para que el cautivo acepte su situación y aleje cualquier tentación de fuga: si no piensas que eres un prisionero, no tienes motivo para intentar escapar. Pero "Canino" se atreve a afrontar otros tipos de tabúes: entre personas que viven en una misma casa, que no salen de ella durante años, que en realidad no han salido de ella en toda su vida, van a surgir roces violentos y sus necesidades alimenticias van a ser las menos importantes: pulsiones sexuales exentas de amor, animales domésticos a los que hay que buscarles una pareja para que la época de celo no les arroje al otro lado de la valla. La cinta discurre entre situaciones paradójicas, estrambóticas, incestuosas, haciendo que el espectador se sorprenda y se escandalice: cine provocador.
Caninos, como los perros de una finca en medio del campo. Por cierto, esta película es del tipo 'no-me-jodas-que-ya-se-ha-terminado'. Abrupto final, pienso.
domingo, junio 06, 2010
"Nausicaä del Valle del Viento", de Hayao Miyazaki
Miyazaki ya es marca, un nombre que por si solo avanza la calidad del producto, un reclamo infalible para la taquilla: el espectador que haya visto algunas de sus obras sabe que raramente va a ver defraudadas sus expectativas. Como este año no tocaba película de Miyazaki (ni siquiera sé si el genio tokiota está dirigiendo después de su última joya "Ponyo en el acantilado") las distribuidoras han sacado a la luz esta película del año 1984, uno de los primeros largometrajes del director, generando una nueva versión más fiel a la original y cambiando los diálogos del doblaje.
"Nausicaä del Valle del Viento" es una historia de ciencia ficción, con una estética y una trama que resultará familiar a todo el que siguiera el género en los cómic de aquellos años: la sombra de Moebius aparece en los fotogramas: reinos interestelares (príncipes y princesas para cuentos futuristas), planetas que alternan vegetación exuberante (la amenazante jungla tóxica: naturaleza voraz) con grandes territorios desérticos, clanes en lucha desde tiempos inmemoriales (también hacen sombra en esta cinta los mundos ideados por Frank Herbert) e insectos gigantescos: las górgonas, grandes como autobuses de dos pisos, que reaccionan como una colonia de hormigas ante cualquier agresión externa.
Las siguientes películas de Hayao Miyazaki no tendrán un tono sci-fi tan marcado, pero hay algo que sin duda estará presente en la trayectoria artística de Hayao Miyazaki: esos cacharros voladores: el aire será un medio donde el director invertirá mucha de su fantasía.
Sí, otra obra maestra.
"Nausicaä del Valle del Viento" es una historia de ciencia ficción, con una estética y una trama que resultará familiar a todo el que siguiera el género en los cómic de aquellos años: la sombra de Moebius aparece en los fotogramas: reinos interestelares (príncipes y princesas para cuentos futuristas), planetas que alternan vegetación exuberante (la amenazante jungla tóxica: naturaleza voraz) con grandes territorios desérticos, clanes en lucha desde tiempos inmemoriales (también hacen sombra en esta cinta los mundos ideados por Frank Herbert) e insectos gigantescos: las górgonas, grandes como autobuses de dos pisos, que reaccionan como una colonia de hormigas ante cualquier agresión externa.
Las siguientes películas de Hayao Miyazaki no tendrán un tono sci-fi tan marcado, pero hay algo que sin duda estará presente en la trayectoria artística de Hayao Miyazaki: esos cacharros voladores: el aire será un medio donde el director invertirá mucha de su fantasía.
Sí, otra obra maestra.
jueves, junio 03, 2010
"La escafandra y la mariposa", de Julian Schnabel
Como no podía ser de otra manera, esta película recuerda mucho a "Johnny cogió su fusil", la obra maestra (y la única que dirigió: fue guionista de muchísimas y también fue una famosa víctima de la caza de brujas del macarthismo, uno de los diez de Hollywood) de Dalton Trumbo. Pero si aquella era todo claustrofobia, desasosiego y desesperación, una de las películas más aterradoras que haya visto nunca, esta otra destaca por su luminosidad y por su hálito de esperanza.
Síndrome del cautivo. Julian Schnabel ya había dirigido la historia de otro cautivo, el poeta cubano Reinaldo Arenas en "Antes que anochezca", la primera vez que Javier Bardem rozó el Oscar. Para "La escafandra y la mariposa" también utiliza una historia real, la de Jean-Dominique Bauby, redactor jefe de la revista "Elle" cuyo cuerpo queda completamente paralizado después de sufrir un infarto: guiñar el ojo izquierdo una vez para decir sí, dos veces para decir no: webcam valiosa para un insólito ordenador orgánico de 70 kg inútiles: el ser humano reducido a un cerebro en plenitud que oye y que ve: exilio interior. Los guiños disparados al abecedario recitado por una paciente anotadora lograrán terminar un libro, testimonio de los pensamientos íntimos, cartas desde la cárcel más penosa: la condena más dura.
Al principio de la cinta el director coloca al observador en la misma celda que habita el enfermo: el ojo es cámara de rodaje. De este modo el espectador dotado para la empatía podrá experimentar intensamente la penosa angustia del pobre protagonista (el zurcido del ojo derecho para que no se ulcere es...). Pero si otras películas que han tocado temas similares han derivado hacia la eutanasia como única forma de liberación ("Mar adentro" de Alejandro Amenábar, "Million dollar baby" de Clint Eastwood), la película de Schnabel consigue un tono optimista: la redención por el sentido del humor, por una memoria llena de recuerdos bellos, por la capacidad de fabular con las cosas cotidianas y construir relatos que terminen bien. A ese tono contribuye rodear al paciente de guapas enfermeras (la película tiene muchos primeros planos entre ellos el de Emmanuelle Seigner, señora de Polanski, haciendo de mujer de Jean-Do y el de Elvis Polanski, hijo del mismo, haciendo de Jean-Do de pequeño: curiosidad), un sanatorio al borde del mar, un ejercito de profesionales dispuestos a alimentar, lavar, mover, mimar. Alguna pequeña ofensa como cambiarle el canal de la televisión cuando está viendo un partido, el desdén hacia el vegetal plantado entre las sabanas cuando un técnico llega a instalar un teléfono sin altavoz o domingos de soledad cuando hay menos actividad en el sanatorio.
Familias que cuidan durante décadas, 7 x 24, en sus pequeñas viviendas sin ascensor, a pacientes tetrapléjicos o en coma: a esas otras historias es más complicado sacarles tanto lustre.
Buena película: amable sería un adjetivo acertado. Y nada lacrimógena: ¡anda que no se lloraba con la de Amenábar o la de Eastwood! ¡ríos corrían por la platea!
Síndrome del cautivo. Julian Schnabel ya había dirigido la historia de otro cautivo, el poeta cubano Reinaldo Arenas en "Antes que anochezca", la primera vez que Javier Bardem rozó el Oscar. Para "La escafandra y la mariposa" también utiliza una historia real, la de Jean-Dominique Bauby, redactor jefe de la revista "Elle" cuyo cuerpo queda completamente paralizado después de sufrir un infarto: guiñar el ojo izquierdo una vez para decir sí, dos veces para decir no: webcam valiosa para un insólito ordenador orgánico de 70 kg inútiles: el ser humano reducido a un cerebro en plenitud que oye y que ve: exilio interior. Los guiños disparados al abecedario recitado por una paciente anotadora lograrán terminar un libro, testimonio de los pensamientos íntimos, cartas desde la cárcel más penosa: la condena más dura.
Al principio de la cinta el director coloca al observador en la misma celda que habita el enfermo: el ojo es cámara de rodaje. De este modo el espectador dotado para la empatía podrá experimentar intensamente la penosa angustia del pobre protagonista (el zurcido del ojo derecho para que no se ulcere es...). Pero si otras películas que han tocado temas similares han derivado hacia la eutanasia como única forma de liberación ("Mar adentro" de Alejandro Amenábar, "Million dollar baby" de Clint Eastwood), la película de Schnabel consigue un tono optimista: la redención por el sentido del humor, por una memoria llena de recuerdos bellos, por la capacidad de fabular con las cosas cotidianas y construir relatos que terminen bien. A ese tono contribuye rodear al paciente de guapas enfermeras (la película tiene muchos primeros planos entre ellos el de Emmanuelle Seigner, señora de Polanski, haciendo de mujer de Jean-Do y el de Elvis Polanski, hijo del mismo, haciendo de Jean-Do de pequeño: curiosidad), un sanatorio al borde del mar, un ejercito de profesionales dispuestos a alimentar, lavar, mover, mimar. Alguna pequeña ofensa como cambiarle el canal de la televisión cuando está viendo un partido, el desdén hacia el vegetal plantado entre las sabanas cuando un técnico llega a instalar un teléfono sin altavoz o domingos de soledad cuando hay menos actividad en el sanatorio.
Familias que cuidan durante décadas, 7 x 24, en sus pequeñas viviendas sin ascensor, a pacientes tetrapléjicos o en coma: a esas otras historias es más complicado sacarles tanto lustre.
Buena película: amable sería un adjetivo acertado. Y nada lacrimógena: ¡anda que no se lloraba con la de Amenábar o la de Eastwood! ¡ríos corrían por la platea!
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