Muchas obras maestras de la historia del Cine atesoran su condición de retrato de una época. Si fuera por esta distinción, no cabría duda en señalar a "Roma", extraordinaria recreación de los recuerdos de la infancia del director Alfonso Cuarón, como una obra maestra, si bien ese galardón lo suele decretar el efecto del paso del tiempo. Podría definirse la película como un Arriba y abajo latino, que es capaz de recrear con verismo la vida íntima de una familia bien de la Colonia Roma de la ciudad de México, pero sobre todo de una de sus sirvientas, que atiende a diario las necesidades domésticas de sus amos hasta identificarse como un miembro más del clan: esa aya, figura sustitutiva de la madre, que tantos autores, surgidos de la burguesía (tradicionalmente la dedicación al arte se ha amparado en la fortuna familiar que asegura caminos de incierto futuro: la buena cuna paga las facturas de la bohemia), han inmortalizado con su pluma.
Pero la película, dotada de la belleza nítida del blanco y negro más luminoso que haya visto en mucho tiempo, es capaz de salir del ámbito íntimo del hogar y asomarse a los convulsos inicios de los años setenta, que también fueron agitadores para la ciudadanía mexicana, conflictos políticos entre revolucionarios comunistas de inspiración soviética y grupos de ultraderecha apoyados en la sombra por el capitalismo estadounidense. El enfrentamiento a pie de calle y su gestación son recogidos con inteligencia, produciendo escenas cinematográficas para el recuerdo, de las que no pueden pasar desapercibidas, a las que se unen algunos travelines urbanos que podría firmar Jim Jarmusch, así como ciertos momentos oníricos, trascendentes: bosques en llamas que resucitan al propio Tarkovsky: la revelación de la extrañeza.
Cuarón ya había tenido fogonazos de genialidad en diversos momentos de su trayectoria, trozos eternos de celuloide que en el caso de "Roma" se condensan en un metraje exquisito. Se habla mucho de una generación triunfante de directores de cine mexicanos que han conquistado Hollywood: Alfonso Cuarón junto a Guillermo del Toro y Alejandro González Iñárritu. Pero si estos dos compadres de Cuarón ya consiguieron sus premios Oscar a la mejor dirección (Guillermo del Toro por "La forma del agua" y Alejandro González Iñárritu dos consecutivos, nada menos, por "Birdman o (la inesperada virtud de la ignorancia)" y "El renacido") el que se puede llevar este año el director de "Roma" sería un hito formidable, ya que el tipo de película que alberga su título no es un contenido apto para el común de los espectadores: el problema no es que no se entiendan las películas, es que no se quieran entender ni por supuesto gastar el menor esfuerzo en realizar un análisis mínimo.
Tanto es así que Netflix, la productora de la película y la plataforma de Internet en la que se puede disfrutar de esta película, incluyó una polémica opción de visionado que adaptaba los subtítulos en castellano a un español canónico que traducía los dejes propios de la forma de hablar de los mexiqueños. En estos días estoy leyendo la estupenda novela "Asesinato en el Parque Sinaloa" de Élmer Mendoza, así que cualquiera de esta parte del Atlántico que haya leído al gran escritor de Culiacán sabrá que realizar esa traducción es prescindible para entender la trama además de que le quitaría gracia al texto. Otro problema distinto es la dificultad de escuchar con claridad lo que dicen numerosos actores modernos, una traba que más que en el oído del espectador está en la incapacidad de vocalizar con claridad que tienen algunas de las caras bonitas del panorama cinematográfico actual. En muchas películas españolas de hoy en día me dan ganas de activar los subtítulos. Tal cual. Y en cuanto a Netflix, hay que aplaudir que se atreva a impulsar un cine que no sea el que la mayoría del público quiera ver, sino aquel que debería ver.