Tus amigos y vecinos, los Spider-Men. El último Hombre Araña cinematográfico se puede considerar uno de los mejores que haya visto nunca, y los he visto todos, o casi. Teniendo en cuenta que el objetivo ha sido siempre el de tratar de adaptar al celuloide las aventuras de un superhéroe del cómic, en esta ocasión se ha logrado a la perfección, respetando de manera brillante la estética "pulp" de las entregas más actuales del archiconocido tebeo, incluyendo muchos códigos propios del lenguaje del noveno arte: viñetas, bocadillos, tramas de puntos para representar los colores, pero sin perder ni un ápice de dinamismo en la acción requerida para una vibrante aventura de dibujos animados.
Además se realiza una reunión de distintas versiones del personaje, un genuino "team-up" donde comparte misión el Spider-Man canónico junto a su alter ego cuarentón, y otras variaciones más o menos bizarras como el Porky enmascarado Spider-Ham, el detective clásico años 30 Spider-Man Noir, la versión manga Peni Parker y por supuesto Spider-Woman. A todos ellos se une el protagonista real de la película, el jovenzuelo Miles Morales, al que le picará la araña radioactiva de turno, y que proporciona al conjunto un símbolo más de integración racial y social: modelos de Spider-Man para todos los gustos. Las máquinas de marketing estadounidenses no tienen problemas a la hora de fabricar productos que encajen con las diversas apetencias del público lector, modificaciones del original que pueden resultar enriquecedoras y que Marvel ha llevado a cabo desde siempre: el multiverso Marvel.
Si me dieran un euro por cada película en la que he visto utilizar un portal a otras dimensiones como recurso argumental... Seguro que se podría confeccionar un ciclo de proyección bastante largo con todas ellas: el Macguffin que soluciona cualquier trama de ciencia-ficción, por descabellada que sea. Kingpin, sin embargo, ese villano, no requiere cambios para fijar a la perfección el rol del gánster implacable, dando el contrapunto maniqueo imprescindible para que el conflicto se consolide: una fantástica película de acción superheroica, una de dibujos animados que, empero, no parece demasiado indicada para llevar a una sesión del cine a los más pequeños en estos días de vacaciones: la trama puede resultar un poco densa para ellos y el guión parece requerir un mínimo de edad para disfrutar plenamente de la proyección, algo que sí pueden obtener los adultos comiqueros que sigan añorando las tardes del pasado que fueron consumidas con placer al tener al lado una montaña de tebeos.
sábado, diciembre 29, 2018
viernes, diciembre 28, 2018
"Solo contra todos", de Gaspar Noé
Seul contre tous. Las ópera prima de los directores de cine llamados a triunfar suelen asentar el criterio cinematográfico que seguirá el autor en el futuro: qué temática y qué estética consolidarán más adelante hasta forjar una firma reconocible e intransferible: el sello. Y en el caso del argentino (cualquiera aseguraría que francés) Gaspar Noé, no cabe duda de que en su primera película ya dejó claro que sería alguien que iba a dar mucho que hablar, un nombre en los créditos para adelantar un metraje colmado de transgresión, crudeza y provocación: la voluntad férrea de no realizar concesiones, de no tomar prisioneros... cinéfilos.
La magistral interpretación de Philippe Nahon encarnando a un carnicero que ha perdido su negocio y su familia, que ha pasado un tiempo en prisión y que se ve incapaz de superar el callejón sin salida en el que se ha convertido su existencia, traspasa la pantalla perturbando la conciencia del espectador, que termina experimentando la duda vital que propone Gaspar Noé en su guión: el monólogo interior que alienta al monstruo que todos podemos llevar dentro: el cine como cuestión moral. Sin embargo el director se reserva la dosis de explicitud a administrar de modo que se ahuyente a los amantes de las secuencias fuertes: para eso hay otros directores y otros géneros que alimentarán mejor esas necesidades.
El terror en el celuloide se revela honesto cuando aborda asuntos cotidianos a las páginas de sucesos, panoramas amplios de personajes trágicos que han tocado fondo, a lo bestia, y que en el día a día generan titulares rotundos que apenas dejan entrever el infernal drama doméstico que se desarrolla detrás, situaciones que aterran solo de pensarlas y que Gaspar Noé retrata sin ambages. Antes de comenzar el tramo final de la cinta, el director inicia una cuenta atrás, último aviso para alertar a las miradas sensibles de que están a tiempo de abandonar la sala (recuerda la forma en que lo hace a las rupturas de la cuarta pared que empleaba Jean-Luc Godard). A partir de ese momento el autor no se hace responsable de que el ansia voyeurista del público contemple lo que, con mucha probabilidad, arraigue en su memoria, arrasada para siempre por la realidad trágica y violenta de la condición humana. Abandonad toda esperanza, quienes aquí entráis.
La magistral interpretación de Philippe Nahon encarnando a un carnicero que ha perdido su negocio y su familia, que ha pasado un tiempo en prisión y que se ve incapaz de superar el callejón sin salida en el que se ha convertido su existencia, traspasa la pantalla perturbando la conciencia del espectador, que termina experimentando la duda vital que propone Gaspar Noé en su guión: el monólogo interior que alienta al monstruo que todos podemos llevar dentro: el cine como cuestión moral. Sin embargo el director se reserva la dosis de explicitud a administrar de modo que se ahuyente a los amantes de las secuencias fuertes: para eso hay otros directores y otros géneros que alimentarán mejor esas necesidades.
El terror en el celuloide se revela honesto cuando aborda asuntos cotidianos a las páginas de sucesos, panoramas amplios de personajes trágicos que han tocado fondo, a lo bestia, y que en el día a día generan titulares rotundos que apenas dejan entrever el infernal drama doméstico que se desarrolla detrás, situaciones que aterran solo de pensarlas y que Gaspar Noé retrata sin ambages. Antes de comenzar el tramo final de la cinta, el director inicia una cuenta atrás, último aviso para alertar a las miradas sensibles de que están a tiempo de abandonar la sala (recuerda la forma en que lo hace a las rupturas de la cuarta pared que empleaba Jean-Luc Godard). A partir de ese momento el autor no se hace responsable de que el ansia voyeurista del público contemple lo que, con mucha probabilidad, arraigue en su memoria, arrasada para siempre por la realidad trágica y violenta de la condición humana. Abandonad toda esperanza, quienes aquí entráis.
jueves, diciembre 27, 2018
"Asesinato en el Orient Express", de Kenneth Branagh
Entre todos lo mataron y él solo se murió. Últimamente empleo mucho el término "posmoderno" en lo que escribo en este blog, en esos breves pensamientos acerca de lo visto y no siempre disfrutado. El adjetivo lo encajo en el texto, de forma peyorativa, para resaltar la idea de la falta de originalidad, de la apropiación del talento del pasado para crear un objeto hueco, falso en su esencia. Así sucede en este Orient Express de juguete, incapaz de atrapar al espectador en ningún momento: las caricaturas pueden hacer gracia, pero es difícil que emocionen. Enorme debe ser la tentación de los productores de estas copias nada baratas de mercadillo, de sucumbir a la majestuosidad que facilitan las técnicas digitales modernas de recrear un mundo pasado y por completo inexistente, pero aún así será complicado lograr que el cerebro del espectador se trague el anzuelo: nos creemos mejor un decorado que se pueda tocar, aunque sea de cartón piedra. Defienden su existencia con la excusa de adaptar el producto que triunfó en el pasado a los gustos modernos, dicen, como si despojar clásicos de su sentido y de su estética fuera algo más que una falacia inútil y un atajo para ganar dinero.
Sidney Lumet dirigió en 1974 otra adaptación cinematográfica de esta novela de Agatha Christie, versión en la que el suspense era el protagonista y no la aventura infantil. Si en algo coinciden ambas cintas es en contar con un reparto estelar: de nombres como Albert Finney, Lauren Bacall, Ingrid Bergman, Jacqueline Bisset, Sean Connery, Anthony Perkins o Vanessa Redgrave, se pasa en el nuevo remake a otros como Penélope Cruz, Willem Dafoe, Judi Dench, Johnny Depp, Michelle Pfeiffer o el propio Kenneth Branagh, director de la película que se reserva el papel protagonista: encarnar al mítico detective Hércules Poirot, amenazando además con seguir reservándoselo en nuevas entregas, o al menos eso deja vislumbrar el final del metraje. Branagh saltó a la fama dirigiendo e interpretando notables adaptaciones shakesperianas. Aquel reconocimiento artístico primigenio (me gustó mucho su "Enrique V", por poner un ejemplo) le llevó poco a poco hacia un cine comercial del que "Asesinato en el Orient Express" sería última parada, de momento. Y ya he comprobado otras veces que estos viajes hacia el dólar suelen ser solo de ida.
Sidney Lumet dirigió en 1974 otra adaptación cinematográfica de esta novela de Agatha Christie, versión en la que el suspense era el protagonista y no la aventura infantil. Si en algo coinciden ambas cintas es en contar con un reparto estelar: de nombres como Albert Finney, Lauren Bacall, Ingrid Bergman, Jacqueline Bisset, Sean Connery, Anthony Perkins o Vanessa Redgrave, se pasa en el nuevo remake a otros como Penélope Cruz, Willem Dafoe, Judi Dench, Johnny Depp, Michelle Pfeiffer o el propio Kenneth Branagh, director de la película que se reserva el papel protagonista: encarnar al mítico detective Hércules Poirot, amenazando además con seguir reservándoselo en nuevas entregas, o al menos eso deja vislumbrar el final del metraje. Branagh saltó a la fama dirigiendo e interpretando notables adaptaciones shakesperianas. Aquel reconocimiento artístico primigenio (me gustó mucho su "Enrique V", por poner un ejemplo) le llevó poco a poco hacia un cine comercial del que "Asesinato en el Orient Express" sería última parada, de momento. Y ya he comprobado otras veces que estos viajes hacia el dólar suelen ser solo de ida.
domingo, diciembre 09, 2018
"Lady Macbeth", de William Oldroyd
La adaptación cinematográfica de un clásico de la literatura puede tomar trayectorias más o menos diferenciadas, rutas afines cuyo sentido se resume en ser fiel, en mayor o menor medida, al texto del que se parte. En el caso de esta "Lady Macbeth" posmoderna, la variación no ha consistido sólo en trasladar geográficamente la acción desde la Rusia zarista a la Inglaterra victoriana, manteniendo a su vez la época y la mayoría del reparto que aparece en la novela corta "Lady Macbeth de Mtsensk" de Nilkolái Leskov, conocido relato de la senda criminal de los amantes Katerina Lvovna y Serguéi Filípich. Su britanización no termina ahí, sino que su desenlace fatal concluye en el celuloide de un modo totalmente inesperado, dejando de piedra a cualquiera que conociera la apasionante tragedia relatada por el un tanto olvidado Leskov (el siglo de oro de la literatura rusa fue el XIX, con apellidos inmortales como Tolstói, Dostoyevski, Gógol, Chéjov, Pushkin, cuya popularidad puede eclipsar a Leskov, circunstancia que, empero, no merma la calidad de su obra), historia que incluso fue inspiración para el libreto de una ópera de Dmitri Shostakóvich.
No recuerdo quién dijo aquello de que los clásicos se pueden plagiar sin peligro de que nadie lo denuncie porque nadie los lee. Seguramente tenía razón. Pero tan poco elegante como un plagio puede ser también apoyar una obra en la fama de otra ajena para luego traicionarla en beneficio propio. Los que piensen que "Lady Macbeth", la película, conforma una adaptación fiel y que serán espectadores de cine que, con mucha probabilidad, no leerán nunca la novela de Leskov, establecerán una impresión completamente errónea de lo que el escritor ruso quiso sellar como colofón de su narración: Katerina y Serguéi, apresados y condenados, inician un terrible viaje a pie hacia una cárcel siberiana formando parte de una cuerda de presos, un camino desdichado y penoso colmado de remordimientos, celos y ansias de venganza. Este epílogo esencial ha sido cercenado sin miramientos en "Lady Macbeth" al proponer un final alternativo que resulta poco creíble, pero que cumple con esa mala costumbre moderna de alterar el pasado para hacerlo más amable a los ojos del presente, destrozando con ese ejercicio gratuito y autocomplaciente el legado de aquellos que tanto se esforzaron en dejar para la posteridad la descripción cruenta de su tiempo
No recuerdo quién dijo aquello de que los clásicos se pueden plagiar sin peligro de que nadie lo denuncie porque nadie los lee. Seguramente tenía razón. Pero tan poco elegante como un plagio puede ser también apoyar una obra en la fama de otra ajena para luego traicionarla en beneficio propio. Los que piensen que "Lady Macbeth", la película, conforma una adaptación fiel y que serán espectadores de cine que, con mucha probabilidad, no leerán nunca la novela de Leskov, establecerán una impresión completamente errónea de lo que el escritor ruso quiso sellar como colofón de su narración: Katerina y Serguéi, apresados y condenados, inician un terrible viaje a pie hacia una cárcel siberiana formando parte de una cuerda de presos, un camino desdichado y penoso colmado de remordimientos, celos y ansias de venganza. Este epílogo esencial ha sido cercenado sin miramientos en "Lady Macbeth" al proponer un final alternativo que resulta poco creíble, pero que cumple con esa mala costumbre moderna de alterar el pasado para hacerlo más amable a los ojos del presente, destrozando con ese ejercicio gratuito y autocomplaciente el legado de aquellos que tanto se esforzaron en dejar para la posteridad la descripción cruenta de su tiempo
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