lunes, junio 25, 2018

"La forma del agua", de Guillermo del Toro

La consideración de ganadora que puede alcanzar una determinada obra que se presente a un concurso, debe ponerse en relación con el nivel de calidad obtenido por el resto de participantes. Si las demás opciones de la lista son rivales débiles, entonces una pieza que resultara mediocre en contextos más competitivos, puede lograr un puesto relevante: primus inter pares.
"La forma del agua" se afianza en su condición de pastiche, empleando elementos que no sólo estaban ya presentes en la trayectoria del director Guillermo del Toro, sino también en la estética marcada de otros cineastas, sobre todo de la del francés Jean-Pierre Jeunet y su famosa, y epatante para la época, "Amélie": el comienzo de "La forma del agua", su banda sonora y ambientación, y la presentación del personaje protagonista de Elisa Esposito, interpretado por Sally Hawkins, así lo indican, incluyendo, además, cierto nivel europeísta de transgresión moral. En cuanto a la criatura, esa Cosa del Pantano en versión estilizada, se puede afirmar que a cualquiera que haya visto la película "Hellboy", adaptación del propio del Toro de los cómic de Mike Mignola, no le cabrá duda de dónde ha visto antes esas escamas.
 El romance entre la doncella y el monstruo encontraba un gran ejemplo moderno en "Eduardo Manostijeras" de Tim Burton. Sin embargo aquella historia de amor conseguía fácilmente la empatía del espectador al generar una serie de asideros sentimentales a los que agarrarse, detalle que resulta imposible de apreciar en "La forma del agua", donde cualquier atisbo emocional es simplificado y abreviado, como si lo que hubiera que propiciar cuanto antes fuera una inusitada emergencia sexual. Ahí la trama se beneficia del impulso actual de respeto absoluto a las preferencias sexuales de cada cual: minusvalía, resiliencia y empoderamiento para apuntalar guiones al gusto del público de hoy en día.
Parece que Guillermo del Toro quiere que la película derive rápidamente hacía una historia de espionaje característica de los años de la Guerra Fría, pero a lo único a lo que llega a homenajear con ese rumbo es a los clichés y tópicos más sobados del género, convirtiendo el reflejo en caricatura. En ese apartado de la trama, de buenos contra malos, al canalla de turno lo encarna el notable actor Michael Shannon, transformado en un remedo moderno de Boris Karloff o Bela Lugasi cuando interpretaban a malandrines de opereta en sus series B más olvidables: siempre hay un humano encarnando al verdadero monstruo.
La cinta se completa con homenajes distraídos al mundo del Cine: a sus salas antiguas de madera y terciopelo rojo, a los musicales más inocentes, a las emociones cinematográficas más pueriles: genuina fábrica de sueños. Venció Guillermo del Toro, cineasta que ha recabado mi admiración en muchas ocasiones ("Hellboy", "Cronos", "Mimic", "El espinazo del diablo","El laberinto del fauno"), pero, como dijo Miguel de Unamuno, vencer no implica convencer.

sábado, junio 16, 2018

"Jurassic World: El reino caído", de Juan Antonio Bayona

Poco he visto de este director, apenas asistí a su debut, "El orfanato". No me fue posible ver "Lo imposible" y nunca estoy en casa cuando "Un monstruo viene a verme". Tampoco es que Bayona posea una lista de películas amplia: sus largometrajes se cuentan con los dedos de una mano y hasta sobra el corazón (idea subliminal). Creo que este director me produce cierta pereza, sustantivo que ya gasté cuando escribí sobre su opera prima en el año 2008, y que, por lo visto ahora, continúa vigente. De lo que no me cabe duda es de que constituye un director solvente, capaz de manejarse con grandes presupuestos. Si no tuviera esa capacidad, hubiera sido complicado que Steven Spielberg se hubiera fijado en él para ponerlo a cargo de este prescindible, pero lucrativo, "Parque jurásico 5".
Sí, quinta parte, y una saga que, como se suele decir, da notables muestras de agotamiento en la fórmula, aunque, reconozco también, que con la entrega anterior, "Jurassic World", lo pasé estupendamente, algo que no puedo sostener a propósito de su secuela: me atacó el aburrimiento con la misma impiedad que las mandíbulas de un T-Rex. Mientras que la trama transcurre en la ya mítica isla Nublar, la acción fluye y la tensión, aunque colmada de déjà vu, cumple su cometido de acelerar un poco mi ritmo cardíaco. Pero cuando los dinosaurios abandonan su paraíso seminal y son trasladados a una mansión de estilo victoriano, genuino y tenebroso orfanato de dinosaurios... En fin, supongo que Bayona habrá estado encantado con esa combinación inédita, un autohomenaje indisimulado, pero todos sabemos que mezclar Baileys con Coca-Cola, esa leyenda urbana, es receta propicia para que el consumidor termine en un hospital. Póntelo pónselo, si bebes no conduzcas y mezclar es malo, mantras grabados a fuego en nuestra juventud ochentera. Ah, y si ponen música de los "Hombres G", salte de ese bar. No digas que no te lo advertí.

martes, junio 12, 2018

"El niño y la bestia", de Mamoru Hosoda

Hay un tema recurrente en las producciones cinematográficas que tienen a un público menor de edad como uno de sus objetivos de taquilla, y es el tema del escapismo adolescente: niños con problemas que son rescatados por una figura paterna de remplazo, generalmente un aventurero: el antihéroe indómito, rudo, guerrero mortal, que educa al chico con dureza, que le enseña a ocupar el espacio que un día quedará vacante. Ese arquetipo de carácter individualista y asocial, tiene a su vez su propio arquetipo en el cine japonés: el caradura desharrapado, vicioso y letal que encarnó como nadie Toshirō Mifune a las ordenes del maestro Akira Kurosawa en multitud de películas. No se puede dudar de que Kumatetsu, el oso que acoge al joven Kyuta, es Mifune, y su mundo de fábula poblado de personajes zoomorfos, el lugar perfecto para servir de refugio a los que dudan de que la sociedad moderna sea algo más que una oferta vital decepcionante.
La fantasía como tabla de salvación, imaginándose a uno mismo victorioso ante todos los peligros, problemas y dramas que se le pongan por delante. Múltiples ejemplos asaltaron las pantallas: "Raíces profundas" de George Stevens, "El profesional (León)" de Luc Besson, "La Torre Oscura" de Nikolaj Arcel, "El último gran héroe" de John McTiernan, "Dentro del laberinto" de Jim Henson, "El Club de los Poetas Muertos" de Peter Weir,... El camino iniciado por Mowgli en la jungla de "El libro de la selva" de Rudyard Kipling, encuentra ahora su paralelismo en un barrio oculto de la ciudad de Tokio, hábitat de los dioses japoneses de la naturaleza que han poblado el cine anime desde siempre, dejando muestra de lo intrincado que continúa estando el sincretismo religioso en la cultura nipona. "Pompoko", "Paprika", "La princesa Mononoke", "El viaje de Chihiro", "Ponyo en el acantilado" y muchos otros filmes de animación oriental a los que se le une "El niño y la bestia" para que niños perdidos y héroes solitarios sigan alimentando a la siguiente generación de cinéfilos: escapistas somos todos.