Años de efervescencia revolucionaria, de comités y de movimientos, de grupos de izquierdas, de células maoístas como en la que Godard infiltra su cámara para ofrecer una visión, su visión, que sin duda es la de alguien comprometido con la causa pero que no por ello elude su condición de mirada crítica. Los que combatieron el nazismo, los vencedores, y sus hijos, los hijos de los burgueses que consideran que Francia en 1967 es un montón de platos sucios: capitalista igual a gaullista: el libro rojo de Mao leído en voz alta en el holgado piso de París. Aquí Radio Pekín, anuncia el altavoz clandestino de la onda corta. La filosofía marxista encuentra su último refugio en China, el único comunismo verdadero, pues el camino soviético se ha vuelto decadente, revisionista, y en la U.R.S.S. se ha comprobado que la lucha de clases no desaparece con la dictadura del proletariado. Puño en alto y gorra Mao mientras se apura el tazón de café con leche y se moja en él la baguette untada con mantequilla. Pasolini sostenía, a propósito del Mayo del 68, que los antidisturbios eran hijos de agricultores que no pudieron elegir otro trabajo, mientras que los manifestantes, los estudiantes universitarios, eran unos burgueses hijos de papá. You grow up and you calm down, you're working for the clampdown, cantaba The Clash. La reacción revolucionaria de los descendientes de industriales, de banqueros, de empresarios, suponía una forma idónea para el afán freudiano de matar al padre. Entusiasmo juvenil poblado de contradicciones: Godard lo muestra (como lo había hecho recientemente en "Dos o tres cosas que yo sé de ella") empleando la prostitución como alegoría de sometimiento al capitalismo para lograr la supervivencia del brazo armado que posibilite su destrucción. Contradicción irresoluble. La muerte dulce de la izquierda europea fagocitada por los cantos de sirena del libre mercado: la sociedad del bienestar como escuela de burgueses indolentes. Queda (quedaba) China, se proclama en interminables debates ideológicos, la última esperanza antes de posponer indefinidamente el estandarte de la hoz y el martillo: el desastre de la Revolución Cultural china apagará cualquier rescoldo utópico.
Odiar al sistema, al imperialismo estadounidense (el Partido Comunista Francés ataca rabiosamente "Johnny Guitar" de Nicholas Ray no porque fuera mala, que no se lo pareció, sino por ser americana) y proponer una revolución, un cambio absoluto sin saber adónde llevará eso. La condiciones de vida en Rusia o en China pre-revolucionarias no se podían comparar con las de Francia en los años 60. La revuelta no podía recabar un apoyo popular suficientemente fuerte como para defender incondicionalmente acciones armadas o de desobediencia civil que paralizaran el país hasta llevarlo hacia la guerra, hasta la sangre en las calles y las balas en los paredones. Ya decía Buñuel que él se declaraba comunista, aunque nunca había pertenecido al partido, pero que si tenía que elegir entre vivir en Nueva York o en Moscú, no tendría la menor duda en cuanto a su elección.
Cahiers Marxistes Leninistes. Godard ironiza, caricaturiza, no ahorra sarcasmo a la hora de mostrar a la célula "Aden Arabie" (nadie dio tanto en el clavo a la hora de desnudar la sopa ideológica, sopa de letras de los movimientos revolucionarios, que los Monty Python en "La vida de Brian" con su Frente Popular de Judea: A los únicos que odiamos más aún que al pueblo romano es a los cabrones del Frente del Pueblo Judaico. ¡Disidentes!). No es una visión sectaria la del autor, más bien poliédrica. Lumière, uno de los últimos impresionistas, crea el noticiario, mientras que con Méliès, cambio de siglo, el cine se empieza a convertir en arte: Méliès era brechtiano, se dice en "La chinoise". Godard, también. El efecto de distanciamiento en el teatro de Bertolt Brecht: ausencia de sentimentalismo, hacer que el espectador reflexione sin esperar que empatice con el tema mostrado, buscando despertar su conciencia crítica, no su lágrima fácil. Vale, es ficción pero me he acercado a la realidad, frase aclaratoria en el último plano.
El verano acaba y empiezan las clases.
Aquella locura no fue más que otro paso en la larga marcha.
viernes, abril 25, 2014
domingo, abril 13, 2014
Ensayo. "El autoremake en el cine. ¿Obsesión o repetición?", de Fernando de Cea
Este pequeño Licantropunk cumple hoy nueve años y, como cada año, la persona que recuerda todas las fechas aporta un regalo, el libro que da título a esta entrada, un detalle magnífico con el que reflejar la celebración: sí, nueve años es un periodo extenso que cualquier cosa feliz que lo alcance merece celebrarse. Aunque en mi opinión lo fastidiado es llegar a cuatro o cinco, de ahí en adelante la fuerza de la costumbre convierte la afición en necesidad y ya es más difícil abandonarlo que seguir en ello. Sigamos, pues.
El autor del libro es Fernando de Cea, Ethan para sus seguidores blogueros (yo mismo), a los que lleva muchos años llenando de asombro con su cultura cinéfila, plasmada mediante los escritos que cada poco publica en su imprescindible "El blog de Ethan". Y el asombro fue aún mayor cuando publicó hace un par de años una excelente novela negra que transcurría en las calles de Sevilla titulada "Puentes y sombras" y de la que recientemente ha publicado una segunda parte, "Cenizas para un blues". Esta fértil carrera de escritor se desmarca ahora de la ficción para adentrarse en el terreno del ensayo, del ensayo cinematográfico, por supuesto.
De este "El autoremake en el cine" que aún no he leído, claro, ya he tenido ocasión de disfrutar de un adelanto, pues Ethan tuvo a bien tentar a los futuros lectores del libro con la inclusión en su blog del capítulo dedicado a Howard Hawks y su película "Bola de fuego". Ese avance anticipa que éste será un gran libro sobre cine, bien documentado, un estudio serio y riguroso del tema propuesto y que, como sucede con la mayoría de la bibliografía fílmica, constituye una invitación a contemplar lo no visto y, por otro lado, remover con placer la memoria de celuloide atesorada por lo ya disfrutado. Aparte de Howard Hawks, el libro apunta en su índice otros cuatro nombres de directores del cine clásico estadounidense sobre los que se centrará el estudio, concretando su unidad temática: Cecil B. DeMille, Tod Browning, Frank Capra y Raoul Walsh. La Historia del cine se revela como un continuo tráfico de influencias, cineastas que aprenden el oficio de otros y que perfilan su mirada a través del enfoque que otros han realizado en el pasado, hasta conseguir asentar una carrera propia, característica, una evolución artística que alcanza un nivel sólido, líneas de éxito que son alentadas en su continuidad por las productoras, confiadas en la idea de repetir fórmulas para renovar triunfos. Pero también el autoremake por insatisfacción, por remediar aquel detalle que en algunas ocasiones sólo percibe el ojo del autor, testigo implacable del proceso creativo, y que se instala como una rémora del pasado, un estigma recurrente de autocrítica personal: la variación como camino de mejora (remake es en sí un término peligroso, pues si no se acota convenientemente, podemos llegar a la conclusión de que todo es remake, de uno mismo o de otros, de modo que buscar la originalidad sería una tarea imposible).
Seguro que la lectura de "El autoremake en el cine" proporcionará una experiencia cinéfila interesante y plancentera que invite a la reflexión, a pensar el cine.
Enhorabuena, Ethan.
La moda de los telares de gomitas que asuela la nación tiene afortunadas consecuencias. Alicia también ha querido hacerle un regalo a Licantropunk, un pequeño minion, uno de los infatigables sirvientes de Gru, nuestro villano favorito.
El autor del libro es Fernando de Cea, Ethan para sus seguidores blogueros (yo mismo), a los que lleva muchos años llenando de asombro con su cultura cinéfila, plasmada mediante los escritos que cada poco publica en su imprescindible "El blog de Ethan". Y el asombro fue aún mayor cuando publicó hace un par de años una excelente novela negra que transcurría en las calles de Sevilla titulada "Puentes y sombras" y de la que recientemente ha publicado una segunda parte, "Cenizas para un blues". Esta fértil carrera de escritor se desmarca ahora de la ficción para adentrarse en el terreno del ensayo, del ensayo cinematográfico, por supuesto.
De este "El autoremake en el cine" que aún no he leído, claro, ya he tenido ocasión de disfrutar de un adelanto, pues Ethan tuvo a bien tentar a los futuros lectores del libro con la inclusión en su blog del capítulo dedicado a Howard Hawks y su película "Bola de fuego". Ese avance anticipa que éste será un gran libro sobre cine, bien documentado, un estudio serio y riguroso del tema propuesto y que, como sucede con la mayoría de la bibliografía fílmica, constituye una invitación a contemplar lo no visto y, por otro lado, remover con placer la memoria de celuloide atesorada por lo ya disfrutado. Aparte de Howard Hawks, el libro apunta en su índice otros cuatro nombres de directores del cine clásico estadounidense sobre los que se centrará el estudio, concretando su unidad temática: Cecil B. DeMille, Tod Browning, Frank Capra y Raoul Walsh. La Historia del cine se revela como un continuo tráfico de influencias, cineastas que aprenden el oficio de otros y que perfilan su mirada a través del enfoque que otros han realizado en el pasado, hasta conseguir asentar una carrera propia, característica, una evolución artística que alcanza un nivel sólido, líneas de éxito que son alentadas en su continuidad por las productoras, confiadas en la idea de repetir fórmulas para renovar triunfos. Pero también el autoremake por insatisfacción, por remediar aquel detalle que en algunas ocasiones sólo percibe el ojo del autor, testigo implacable del proceso creativo, y que se instala como una rémora del pasado, un estigma recurrente de autocrítica personal: la variación como camino de mejora (remake es en sí un término peligroso, pues si no se acota convenientemente, podemos llegar a la conclusión de que todo es remake, de uno mismo o de otros, de modo que buscar la originalidad sería una tarea imposible).
Seguro que la lectura de "El autoremake en el cine" proporcionará una experiencia cinéfila interesante y plancentera que invite a la reflexión, a pensar el cine.
Enhorabuena, Ethan.
La moda de los telares de gomitas que asuela la nación tiene afortunadas consecuencias. Alicia también ha querido hacerle un regalo a Licantropunk, un pequeño minion, uno de los infatigables sirvientes de Gru, nuestro villano favorito.
domingo, abril 06, 2014
Revista. La Caja de Pandora nº 8 "Superhéroes"
Ya está disponible para su lectura un nuevo número de la revista digital "La Caja de Pandora", publicación en la que tengo el placer de colaborar. En esta ocasión el tema elegido para dar unidad temática al número ha sido el de los superhéroes y, echando un vistazo al contenido final, sin duda todos los que escribimos en la revista no hemos dudado en ligar esa condición heroica al mundo del cómic. No podría ser de otro modo. La impronta que las superheroicidades consumidas en formato pulp durante décadas ha dejado en todos los que nos deleitamos con sus lecturas es imborrable, y aunque nuestras inquietudes intelectuales nos lleven por derroteros más elaborados, la patria será la infancia, por supuesto: pueriles sueños maniqueos de capa y de antifaz, de justicia y de acción.
Así, este pequeño Licantropunk contribuye al especial "Superhéroes" de "La Caja de Pandora" con un recuerdo sentimental que enlaza el séptimo y el noveno arte (¿quién narices sería el que dio estos números? Ordinales infames). "Superman" de Richard Donner fue el primer estreno cinematográfico al que tuve la suerte de acudir cuando era un niño, y digo suerte porque el espectáculo que presencié esa tarde de hace tantos años, en la extinguida sala Coliseum de Salamanca, fue una experiencia maravillosa y sorprendente. La magia del cine invadió mi mente infantil aquel día y ya nunca me abandonaría. Superman, el primero, el arquetipo, un icono global de poder y bondad cuya popularidad sigue vigente a pesar de los 75 años que cuenta en su haber. ¿Cuántos más cumplirá antes de caer en el olvido y el desinterés? ¿Será derrotado por la kryptonita del tiempo?
Enhorabuena por este número a los demás colaboradores y en especial a Crowley, José Ángel de Dios, Guardián de la Caja, pues sin su esfuerzo no habría nada. Me queda recomendar la lectura de la revista y esperar, con atención, cualquier comentario respecto a su contenido.
A "La Caja de Pandora" se puede acceder a través de:
http://cajadepandoramagazine.blogspot.com.es/2014/04/superheroes-la-caja-de-pandora-magazine.html
Enlace de descarga:
https://www.dropbox.com/s/29wq4hbk97o4ixe/SUPERH%C3%89ORES%20Caja%20de%20Pandora%208.pdf
Así, este pequeño Licantropunk contribuye al especial "Superhéroes" de "La Caja de Pandora" con un recuerdo sentimental que enlaza el séptimo y el noveno arte (¿quién narices sería el que dio estos números? Ordinales infames). "Superman" de Richard Donner fue el primer estreno cinematográfico al que tuve la suerte de acudir cuando era un niño, y digo suerte porque el espectáculo que presencié esa tarde de hace tantos años, en la extinguida sala Coliseum de Salamanca, fue una experiencia maravillosa y sorprendente. La magia del cine invadió mi mente infantil aquel día y ya nunca me abandonaría. Superman, el primero, el arquetipo, un icono global de poder y bondad cuya popularidad sigue vigente a pesar de los 75 años que cuenta en su haber. ¿Cuántos más cumplirá antes de caer en el olvido y el desinterés? ¿Será derrotado por la kryptonita del tiempo?
Enhorabuena por este número a los demás colaboradores y en especial a Crowley, José Ángel de Dios, Guardián de la Caja, pues sin su esfuerzo no habría nada. Me queda recomendar la lectura de la revista y esperar, con atención, cualquier comentario respecto a su contenido.
A "La Caja de Pandora" se puede acceder a través de:
http://cajadepandoramagazine.blogspot.com.es/2014/04/superheroes-la-caja-de-pandora-magazine.html
Enlace de descarga:
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martes, abril 01, 2014
"Ruby Sparks", de Jonathan Dayton y Valerie Faris
Los directores de "Ruby Sparks" fueron los responsables de aquella buena comedia de hace unos años titulada "Pequeña Miss Sunshine". Pareja de directores que además son marido y mujer, al igual que (me viene ahora a la mente) lo eran los cineastas franceses Jean-Marie Straub y Danièle Huillet ("Crónica de Anna Magdalena Bach" como título conocido), aunque su cine se localizaba en el entorno de la Nouvelle Vague, su generación, y tenía unos propósitos artísticos bastante alejados de lo que ofrecen Dayton-Faris. Straub-Huillet, Dayton-Faris, dos ejemplos de tándem artístico peculiar en la historia del cine (quizás no lo sea tanto y lo único peculiar sea la firma al alimón; tampoco). Peculiar podría ser también que la guionista de "Ruby Sparks", Zoe Kazan, sea la protagonista de la película, interpretando a la chica que da título a la cinta, y el ejemplo ahora es Matt Damon y Ben Affleck, que crearon el guión al que pondrían cara en "El indomable Will Hunting" de Gus Van Sant: a partir de ese éxito poco tiempo le dedicaron a la escritura. Si se puede dar ejemplos, en plural, entonces lo de guionista-actor tampoco ha de ser tan extraño. Zoe Kazan, ¿de qué me suena Kazan? Nieta de Elia, nada menos, me chiva la Wikipedia. ¿Dónde terminará esta lista de endogamia cinematográfica en la que me estoy metiendo hoy? ¿Terminará en que Paul Dano, protagonista masculino de "Ruby Sparks", es novio de Zoe Kazan desde hace años? ¡Vaya! ¡Voy a dejar de consultar la Wikipedia que esto se empieza a parecer al "Hola"!
Me recomendaron "Ruby Sparks" desde la comparación de su argumento con el de "Her" de Spike Jonze. En "Ruby Sparks" Calvin (Paul Dano), joven escritor, la promesa del momento para escribir la próxima gran novela americana, atraviesa una crisis espiritual: las musas pasan de largo, sobrevuelan impávidas su máquina de escribir portátil (cuando le vi sentarse a la máquina de marras estuve a punto de pasar a otra película, francamente, que hay mucho pendiente que ver). Pero una ensoñación madrugadora le arranca del sopor creativo y le arroja hacia una incontenible inspiración arrebatadora: un personaje femenino, Ruby Sparks (Zoe Kazan, como ya se dijo), le visitó en sueños. El escritor se enamora de esa experiencia onírica y es tan fuerte su amor, tan poderoso el sentimiento que le invade y que le tiene sujeto sin piedad a su maquinilla vintage, que la pasión pasa de súbito de platónica a carnal, una transubstanciación de papel mecanografiado a materia carnosa que ríete tú del milagro cotidiano de la misa del domingo: el verbo se hizo carne. Eso sí que es un deus ex machina y lo demás son hostias, literalmente. El recurso no es nuevo, en realidad. Ya en 1985, en "La mujer explosiva", de John Hughes (John Hughes, cineasta de culto del cine adolescente de los ochenta: "El club de los cinco", "La chica de rosa", "Todo en un día") dos chavales utilizan un ordenador para corporizar la mujer de sus sueños: les salió Kelly LeBrock, lo cual indica que la informática de entonces ya estaba realmente avanzada. Pero "La mujer explosiva" era la adaptación de un cómic y en ese universo el acto de crear un superhéroe (superheroína en este caso) admite cualquier excusa por descabellada que ésta sea.
Ruby aparece en la vida de Calvin y se desarrolla una trama romántica de lo más habitual (enamoramiento, celos, abulia, ruptura, reconciliación y vuelta a empezar), manipulada sin reparo, toque exótico de la historia, por la mágica máquina de escribir (que fíjate que me lo olía yo cuando se puso a teclear la primera vez, que me tenía que haber ido a la cama, cuando menos, que ese día cambiaban la hora y luego te levantas hecho polvo), conformando una cinta en la que está sobreactuado hasta el perro Scotty (las escenas en las que aparecen Antonio Banderas y Annette Bening... yo... he visto cosas que vosotros no creeríais). Paul Dano me ha gustado en otras películas en las que ha actuado, ("Pequeña Miss Sunshine", "Pozos de ambición", "12 años de esclavitud"), un secundario firme, de carácter, pero al asumir el protagonismo produce cierto empacho. Claro, que a ver quién es el guapo que le dice a la nieta de Kazan (y a los Dayton-Faris) que no. Casi seguro que escribió el papel de Calvin pensando en él, fijo que sí, pues en esta película la paradoja se revela en que no es Ruby Sparks la que brota de la fértil prosa de Calvin, sino el propio Calvin el que es pergeñado por la mente de Zoe Kazan. Todo queda en casa y a hincharse a comer perdices.
Me recomendaron "Ruby Sparks" desde la comparación de su argumento con el de "Her" de Spike Jonze. En "Ruby Sparks" Calvin (Paul Dano), joven escritor, la promesa del momento para escribir la próxima gran novela americana, atraviesa una crisis espiritual: las musas pasan de largo, sobrevuelan impávidas su máquina de escribir portátil (cuando le vi sentarse a la máquina de marras estuve a punto de pasar a otra película, francamente, que hay mucho pendiente que ver). Pero una ensoñación madrugadora le arranca del sopor creativo y le arroja hacia una incontenible inspiración arrebatadora: un personaje femenino, Ruby Sparks (Zoe Kazan, como ya se dijo), le visitó en sueños. El escritor se enamora de esa experiencia onírica y es tan fuerte su amor, tan poderoso el sentimiento que le invade y que le tiene sujeto sin piedad a su maquinilla vintage, que la pasión pasa de súbito de platónica a carnal, una transubstanciación de papel mecanografiado a materia carnosa que ríete tú del milagro cotidiano de la misa del domingo: el verbo se hizo carne. Eso sí que es un deus ex machina y lo demás son hostias, literalmente. El recurso no es nuevo, en realidad. Ya en 1985, en "La mujer explosiva", de John Hughes (John Hughes, cineasta de culto del cine adolescente de los ochenta: "El club de los cinco", "La chica de rosa", "Todo en un día") dos chavales utilizan un ordenador para corporizar la mujer de sus sueños: les salió Kelly LeBrock, lo cual indica que la informática de entonces ya estaba realmente avanzada. Pero "La mujer explosiva" era la adaptación de un cómic y en ese universo el acto de crear un superhéroe (superheroína en este caso) admite cualquier excusa por descabellada que ésta sea.
Ruby aparece en la vida de Calvin y se desarrolla una trama romántica de lo más habitual (enamoramiento, celos, abulia, ruptura, reconciliación y vuelta a empezar), manipulada sin reparo, toque exótico de la historia, por la mágica máquina de escribir (que fíjate que me lo olía yo cuando se puso a teclear la primera vez, que me tenía que haber ido a la cama, cuando menos, que ese día cambiaban la hora y luego te levantas hecho polvo), conformando una cinta en la que está sobreactuado hasta el perro Scotty (las escenas en las que aparecen Antonio Banderas y Annette Bening... yo... he visto cosas que vosotros no creeríais). Paul Dano me ha gustado en otras películas en las que ha actuado, ("Pequeña Miss Sunshine", "Pozos de ambición", "12 años de esclavitud"), un secundario firme, de carácter, pero al asumir el protagonismo produce cierto empacho. Claro, que a ver quién es el guapo que le dice a la nieta de Kazan (y a los Dayton-Faris) que no. Casi seguro que escribió el papel de Calvin pensando en él, fijo que sí, pues en esta película la paradoja se revela en que no es Ruby Sparks la que brota de la fértil prosa de Calvin, sino el propio Calvin el que es pergeñado por la mente de Zoe Kazan. Todo queda en casa y a hincharse a comer perdices.
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