Toda mi vida he amado el cine, lo que me hace lo que soy es haber visto muchas películas. Me gustan las que tienen una visión propia, una manera única de ver el mundo.
Jane Campion
Conferencia de prensa inaugural del Festival de Cannes 2014
Hace unas semanas me preguntaron qué me parecería ir a Lisboa a presenciar la final de la Copa de Europa de fútbol que se disputa hoy. Contesté que no era algo en lo que estuviera especialmente interesado, pero que si la oferta cambiaba de forma y de destino, si se trataba, por ejemplo, de darse una vuelta por el festival de cine de Cannes, entonces esa sería una oferta de las que no podría rechazar. A la misma hora a la que se disputa el partido se pronunciará el dictamen del jurado presidido por Jane Campion, proclamando la película ganadora de la Palma de Oro de este año. Al ínclito Carlos Boyero, crítico de cine más leído de el país y conocido merengue, le escuché lamentar la coincidencia horaria: su obligación y su devoción estarían peleadas en ese momento (de otro famoso madridista, el actor José Bódalo, se decía que cuando jugaba el Real Madrid y a la vez él tenía función teatral, salía a las tablas con un auricular oculto en la oreja para no perderse la marcha del encuentro: Boyero puede hacer lo mismo: supongo que lo hará). Pensarán los lectores de sus críticas que la devoción primera de ese señor será el cine, pero en cualquier caso está disculpada la tensión de su espíritu: muchos años yendo a Cannes, tantos que la ilusión de acudir a festivales declara no ser ya la que era, y en cambio el acontecimiento de que el equipo de los amores de uno juegue una finalísima no suele ser un evento de cadencia anual. El acontecimiento y la oportunidad de presenciarlo en vivo, ser un coleccionista de instantes que luego pueda presumir de ello, del yo-estuve-allí, del yo-lo-presencié: su intervención no pasará de la grada, pero la ilusión de atribuirse por ósmosis las proezas de otros no se la quitará nadie. Yo no lo pensaría dos veces, hoy preferiría estar en Cannes, pero no quiero que suene a hipocresía, sé que esta entrada corre ese riesgo. A mí también me gusta ver fútbol y disfrutar con la victoria del equipo del que me considero seguidor, pero tantos años de blog supongo que demuestran suficientemente mi amor por el cine y avalan la coartada de mi opción preferida. Sin embargo me temo que ni Cannes, ni Lisboa: esta noche a ver el fútbol por televisión y a enterarse por Internet del ganador de Cannes.
En esencia todo es cuestión de equilibrio. Sin el menor problema uno puede ser capaz de disfrutar de 90 minutos de un partido y de una película de tres horas como la que hoy pone nombre a la entrada. Leí hace poco un artículo excelente en la revista Jot Down, "La democracia según John Stuart Mill". Mill fue un filósofo inglés del siglo XIX, un pensador que argumentó, entre otras muchas cuestiones, acerca de cómo un gobierno podía hacer felices a los ciudadanos. Para ello se propone una separación cualitativa de los placeres, de modo que los placeres intelectuales y morales serían superiores a las formas más físicas de placer y son esos placeres superiores los que un estado debe promover por encima de todos. Para John Stuart Mill la felicidad se encuentra muy por encima de la satisfacción:
Es mejor ser un ser humano insatisfecho que un cerdo satisfecho; mejor ser un Sócrates insatisfecho que un necio satisfecho. Y si el necio o el cerdo tienen una opción diferente es porque sólo conocen su propio lado de la cuestión.
Y esa cuestión es la cuestión: atreverse a conocer el otro lado. Ver un partido de fútbol carece de toda reflexión: el cerebro se puede poner en off (también se puede cantar, beber cerveza y fumar un puro a la vez: prodigio de multitarea del sistema nervioso vegetativo) y sólo queda esperar el momento de la alegría o de la decepción, un sentimiento tan rápido cómo efímero. Pero ponerse delante de ciertos libros, de determinadas películas, eso puede cambiar las percepciones subjetivas para siempre, tras ese proceso se puede terminar transformado en otra persona, nada menos: la declaración de Jane Campion que apunto al principio y que me pareció tan simple como certera. Que cada cual busque ese libro y esa película, porque cada cual tendrá los suyos. Y quizás no los encuentre nunca, pero la búsqueda ya habrá merecido la pena.
Ah, sí, "La vida de Adèle", algo habrá que contar de ella. Una actuación portentosa la de la actriz Adèle Exarchopoulos. Poderosa Afrodita con una intensidad y una fuerza en la mirada que resultan magnéticas, demoledoras, realizando el papel de Adèle, la otra Adèle que será ella misma, a la perfección en todas las secuencias en las que aparece, que son todas las de la película: tres horas de protagonismo absoluto en un eterno encuadre de primer plano general: Adèle. Las dudas amorosas adolescentes, las opciones que pasan a ser certezas y después vuelven a colgar del alambre, pues nada es blanco o negro y generalmente asistimos, asombrados, al espectáculo formidable de infinitos tonos intermedios. El enamoramiento y la primera relación con posibilidades sexuales plenas, un continuo acoplarse y desacoplarse, sin hambre ni mañana, como bien sabe todo el mundo que haya pasado por ese adictivo parque de atracciones. Alta intensidad erótica en algunos pasajes, incluso demasiada: los límites de la actuación que no deben ser rebasados, pues exigir tanto a unas actrices tan jóvenes me parece descabellado, y se corre el riesgo de que la película se clasifique como lo que no es (leí que el rodaje de estas chicas a las ordenes del director Abdellatif Kechiche no había sido un camino de rosas, precisamente). Más sutil y menos explicito, una cualidad que siempre se debe sopesar (la película está basada en el cómic "El azul es el color más cálido", de Julie Maroh: me gustó más el celuloide, por una vez, aunque recomiendo la lectura del cómic, mucho más amargo que la película, y de este modo comparar y poner en valor alternativas argumentales). Pero el resultado final no se ve lastrado en una película extraordinaria, conmovedora por inquietante, que el año pasado mereció con toda justicia el galardón máximo del festival de cine más importante del mundo.
A ver quién gana esta noche.
En cada cosa.