La primera vez que vi actuar sobre un escenario a Rafael Álvarez "El Brujo" debió ser en 1986 o 1987 (tres amigos consultados que asistieron al evento no saben concretar el año, al igual que yo: alzheimer temprano: no somos nada). En números redondos, hace veinticinco años: toma ya. La función de aquella noche en el teatro Liceo de Salamanca era "La taberna fantástica" de Alfonso Sastre, una obra que estuvo censurada durante el régimen de Franco (claro, ¿cuándo si no?) y que no fue estrenada hasta los años ochenta, una década después de la muerte del dictador: transición tranquila, que no se me enfade nadie, unos desembarcan en la democracia sin culpa ni remordimientos, en fantásticas lanchas de salvamento, y otros llegaron como pudieron, tras la cárcel y el exilio (palabras de Andrés Trapiello en "Los amigos del crimen perfecto"). Para los alumnos de 2º de B.U.P del instituto "Mateo Hernández" de Salamanca (gracias Rosa Ramajo, inolvidable profesora de literatura, por atreverte a provocar a tus chicos y chicas más allá del horario de clases, una meta más lejana que la consabida de unos magros exámenes por aprobar: gracias por llevarnos), vecinos en su mayoría del barrio Garrido y por tanto, en su mayoría también, hijos de obreros, de padres que apenas han tenido oportunidad de formarse, desertores del arado, exiliados del campo, emigrantes en Alemania y currantes en España. Ir al teatro en aquella ocasión, al de verdad, fue un rito iniciático: la primera vez para muchos de nosotros. Y el recuerdo de ese par de horas sentado en el patio de butacas, transportado en vivo a un mundo de lumpen y conciencia de clase, es el rescoldo inextinguible de amor por el teatro: un flechazo, una pasión que debo compartir con el cine que, por razones evidentes de oportunidad, es una puerta más veces abierta: pasión enlatada siempre lista para consumir. El Liceo, el Bretón, el Juan del Enzina (uno de los que más veces frecuenté: memoria sentimental, además) o las noches del Fonseca. Algunos ya no existen (teatros en extinción, voraz especulación urbana, aunque por suerte se suelen sustituir por espacios nuevos como el CAEM, hacia la periferia: terreno más barato. Mucho más preocupante es la desaparición de espacios de cine sustituidos por multisalas en centros comerciales que todos tienen la misma programación de mierda: una semana entera con tiempo para ir al cine y no encontrar nada bueno en la cartelera: habrá que esperar a septiembre) y otros remodelados como el Liceo o aún con una larga vida como el ciclo estival del Fonseca: todo vendido. Ahí acudimos, con su frio congénito y su aire ensordecedor: "El Brujo" fue previsor y se colocó un micrófono aunque no fue capaz de eludir al viento, otro protagonista en la obra: papeles volando.
"Mujeres de Shakespeare" es un genial monólogo acompañado de un violinista que casi no participa: unas pocas notas, de cuando en cuando (hour on hour, nos recuerdan, tan cerca en su pronunciación a whore on whore: la obra está llena de juegos de palabras -comedia en inglés es play- de traducciones imposibles, desconcertantes e ingeniosas). Jugar con el espectador es lo que hace este bufón, este comediante que sabe buscar complicidad en la platea desde el primer minuto en escena, interpelando directamente a su atención, a su entendimiento. Y si el nivel intelectual de Shakespeare es demasiado áspero para el común de los mortales (las referencias constantes al entendido Harold Bloom, luminaria del tema), mediante una puesta en escena cabaretera y picante logrará que todos nos acerquemos, atendamos, y sintamos el teatro como debió sentirse en el siglo XVI, un espectáculo mundano en el que los actores tenían que disputarse la atención del público con los vendedores de fruta, las prostitutas y los charlatanes de feria. A "El Brujo" le queda tiempo para cortar el hilo, meter un par de anécdotas propias o de otros o un par de puyas a la clase política, preferentemente a la que cae del lado derecho: el término titiritero, usado con desprecio por tertulianos mercenarios, cuando en realidad es un símbolo certero de talento artístico, de creación de historias a través de figuras inanimadas para después pasar la gorra, y, en fin, de humildad: pues bien, "El Brujo" sin duda es un titiritero de sí mismo y así lo sabe realizar, gesticulando y parloteando, con pases de mago más que de brujo, hipnotizando al respetable.
Las mujeres que Shakespeare pone en sus obras, Catalina, Rosalinda, Julieta, Beatriz, no son más que un enigma, otro misterio de la condición humana: el genio creador se proyecta en cada personaje que el inglés despliega en escena, puntualizando su propia personalidad y su experiencia: obra y autor intercalados sin remedio. Nos dice "El Brujo" que durante un tiempo Shakespeare se perdió, no se sabe dónde estuvo. Quizá estuvo con una troupe de gitanos en el bosque, durante años, depurando el estilo teatral hasta su esencia, hasta que la experiencia de repetir una y otra vez en cada función se destila en parar el tiempo: la contemplación y la sabiduría.
Como dije al principio, cuidado con "El Brujo". Si se le presta atención, es capaz de llegarte muy dentro. Y a ver luego cómo lo sacas.
domingo, julio 24, 2011
viernes, julio 22, 2011
"La vida en tiempos de guerra", de Todd Solondz
La última película de Todd Solondz (esta semana me dijeron que ya casi nunca ponía películas recientes en el blog: esta de hoy no es muy reciente tampoco -año 2009-, pero al menos es la última de alguien: ¿has visto la última de Todd Solondz?. Pues eso. Teniendo en cuenta lo que veo normalmente, se trata prácticamente de un estreno, el colmo de la modernidad) es un anexo, un epílogo, la segunda parte de aquella fantástica "Happiness" que el director estadounidense realizó en 1998.
Estereotipos de clase media-alta: psiquiatras finolis, escritoras de éxito, jubilados de Florida: la búsqueda de la felicidad topándose siempre con la infelicidad más inmisericorde, con la insatisfacción inherente a la condición humana. Podría ser una de Woody Allen (incluso los créditos de presentación de las películas de Allen y Solondz se parecen: sencillas letras blancas sobre fondo negro), pero el tono de Todd Solondz está poblado por muchas más transgresiones que las que se permite su correligionario y casi paisano (Solondz es de New Jersey y el que no sepa de dónde es Woody Allen... bueno, pues tampoco pasaría nada pero es una fe de nacimiento muy asociada al cine del neoyorquino ¡ups!, ya lo dije). Deseo sórdido, lenguaje áspero y pocas concesiones a lo políticamente correcto: lo real, en definitiva. Sin embargo sabe darle a sus fotogramas una pátina de candor inocente poblándolos de personajes inadaptados, frikis sentimentales (algunos de sus personajes también lo son por fuera, por ejemplo en "Palindromes", una de sus mejores películas) que no son capaces de alcanzar la imagen del amor que ha protagonizado sus sueños. Y da igual que sea o no una imagen aceptada socialmente.
Padre pedófilo encarcelado, tía materna perseguida por el fantasma de un antiguo pretendiente, madre obsesionada con las apariencias que intenta ordenar su vida. Y los hijos. En "Happiness" esa cuota de protagonismo la tenía Billy, adolescente en pleno despertar sexual, confuso hasta la médula, como le sucedía a otro de los personajes típicos de Solondz, la pequeña Dawn Wiener de "Bienvenido a la casa de muñecas", quizá la película que más me gusta de este autor. En "La vida en tiempos de guerra" en vez de Billy será Timmy, su hermano menor (Billy ahora está en la universidad, pero igualmente confuso: trauma imperecedero), el que asuma ese rol, tan importante en las películas de Solondz, de portador de preguntas incomodas: el encargado de decirle al emperador que está desnudo: la fachada del adulto se desmorona ante los ojos de un niño. Ninguno de la extensa nómina de actores (excelentes) que desfilaba en "Happiness" aparece ahora en "La vida en tiempos de guerra" (de repente, en la barra de un bar, Charlotte Rampling, tan seductora como se la recuerda) y lo que sí se pone de manifiesto en esta entrega es cierta denuncia antibélíca (de ahí lo de "tiempos de guerra" del título) y sobre todo un ingrediente judaico en la trama totalmente inexistente en "Happiness".
"La vida en tiempos de guerra" es una película que no está mal, con un guión y algunas secuencias de un buen nivel. Se puede ver como un acto aislado de la tragedia de la familia de las tres hermanas Jordan, sin nexo con la historia de "Happiness", pero si, aprovechando las vacaciones, las noches largas, se prepara un programa doble con ambas películas, pues mejor que mejor. Primero "Happiness" y asistir después al salto temporal y a la transformación de actores, que no de personajes, o, por qué no, invertir el orden del reloj, de las películas, y viajar al pasado para realizar descubrimientos esclarecedores, atar cabos. De menos a más, en mi opinión.
Lo que sí puedo afirmar con rotundidad es que el cartel de "Happiness" me gusta más.
Dibujado por Daniel Clowes.
Será por eso que me gusta más.
Estereotipos de clase media-alta: psiquiatras finolis, escritoras de éxito, jubilados de Florida: la búsqueda de la felicidad topándose siempre con la infelicidad más inmisericorde, con la insatisfacción inherente a la condición humana. Podría ser una de Woody Allen (incluso los créditos de presentación de las películas de Allen y Solondz se parecen: sencillas letras blancas sobre fondo negro), pero el tono de Todd Solondz está poblado por muchas más transgresiones que las que se permite su correligionario y casi paisano (Solondz es de New Jersey y el que no sepa de dónde es Woody Allen... bueno, pues tampoco pasaría nada pero es una fe de nacimiento muy asociada al cine del neoyorquino ¡ups!, ya lo dije). Deseo sórdido, lenguaje áspero y pocas concesiones a lo políticamente correcto: lo real, en definitiva. Sin embargo sabe darle a sus fotogramas una pátina de candor inocente poblándolos de personajes inadaptados, frikis sentimentales (algunos de sus personajes también lo son por fuera, por ejemplo en "Palindromes", una de sus mejores películas) que no son capaces de alcanzar la imagen del amor que ha protagonizado sus sueños. Y da igual que sea o no una imagen aceptada socialmente.
Padre pedófilo encarcelado, tía materna perseguida por el fantasma de un antiguo pretendiente, madre obsesionada con las apariencias que intenta ordenar su vida. Y los hijos. En "Happiness" esa cuota de protagonismo la tenía Billy, adolescente en pleno despertar sexual, confuso hasta la médula, como le sucedía a otro de los personajes típicos de Solondz, la pequeña Dawn Wiener de "Bienvenido a la casa de muñecas", quizá la película que más me gusta de este autor. En "La vida en tiempos de guerra" en vez de Billy será Timmy, su hermano menor (Billy ahora está en la universidad, pero igualmente confuso: trauma imperecedero), el que asuma ese rol, tan importante en las películas de Solondz, de portador de preguntas incomodas: el encargado de decirle al emperador que está desnudo: la fachada del adulto se desmorona ante los ojos de un niño. Ninguno de la extensa nómina de actores (excelentes) que desfilaba en "Happiness" aparece ahora en "La vida en tiempos de guerra" (de repente, en la barra de un bar, Charlotte Rampling, tan seductora como se la recuerda) y lo que sí se pone de manifiesto en esta entrega es cierta denuncia antibélíca (de ahí lo de "tiempos de guerra" del título) y sobre todo un ingrediente judaico en la trama totalmente inexistente en "Happiness".
"La vida en tiempos de guerra" es una película que no está mal, con un guión y algunas secuencias de un buen nivel. Se puede ver como un acto aislado de la tragedia de la familia de las tres hermanas Jordan, sin nexo con la historia de "Happiness", pero si, aprovechando las vacaciones, las noches largas, se prepara un programa doble con ambas películas, pues mejor que mejor. Primero "Happiness" y asistir después al salto temporal y a la transformación de actores, que no de personajes, o, por qué no, invertir el orden del reloj, de las películas, y viajar al pasado para realizar descubrimientos esclarecedores, atar cabos. De menos a más, en mi opinión.
Lo que sí puedo afirmar con rotundidad es que el cartel de "Happiness" me gusta más.
Dibujado por Daniel Clowes.
Será por eso que me gusta más.
sábado, julio 16, 2011
"La Strada", de Federico Fellini
Gelsomina es una loca, una niña descalza que envuelta en su capa corretea por la arena de la playa. Gelsonima es una hobbit: ¿realmente eres una mujer?, le pregunta Il Matto, otro loco. Gelsomina atrapada entre dos amores, dos hombres opuestos: el carnal Zampanó y el espiritual Il Matto: Giulietta Massina compartiendo cartel protagonista con Anthony Quinn y Richard Basehart. La princesa del cuento, de un poema circense de artistas vagabundos y venganzas terribles.
Giulietta Massina, esposa de los dos caracteres de Fellini. De un lado el director, que hace poesía en fotogramas y que llevó su melancolía por el pasado (su infancia y su juventud en su ciudad natal, Rimini, tantas veces presente en su obra aunque allí no rodara nunca ni una sola toma) a las cotas más altas del arte cinematográfico, y de otro lado el carácter mediterráneo, latino, de macho viril con fama de mujeriego y con predilección por retratar en sus películas a damas rotundas, diosas de la lujuria como Anita Ekberg en "La Dolce Vita", por ejemplo. El director italiano se confesaría genialmente en "8½", una introspección honda en sus motivaciones artísticas y humanas.
El papel que Fellini escribió para su mujer en "La Strada", en 1954, consiguió que ella fuera una actriz mundialmente conocida: una actuación portentosa, inolvidable, llena de ingenuidad y de inocencia apenas desmentida por unos ojos vivaces: expresividad inusitada para una cara de alcachofa. Sin embargo, como si se tratara de un encantamiento, la decisión de Gelsomina de seguir a Zampanó también acompañó a Giulietta Masina hasta el fin de sus días: se quedó con Fellini hasta el día de su muerte. La de él. Ella moriría poco después.
Giulietta Massina, esposa de los dos caracteres de Fellini. De un lado el director, que hace poesía en fotogramas y que llevó su melancolía por el pasado (su infancia y su juventud en su ciudad natal, Rimini, tantas veces presente en su obra aunque allí no rodara nunca ni una sola toma) a las cotas más altas del arte cinematográfico, y de otro lado el carácter mediterráneo, latino, de macho viril con fama de mujeriego y con predilección por retratar en sus películas a damas rotundas, diosas de la lujuria como Anita Ekberg en "La Dolce Vita", por ejemplo. El director italiano se confesaría genialmente en "8½", una introspección honda en sus motivaciones artísticas y humanas.
El papel que Fellini escribió para su mujer en "La Strada", en 1954, consiguió que ella fuera una actriz mundialmente conocida: una actuación portentosa, inolvidable, llena de ingenuidad y de inocencia apenas desmentida por unos ojos vivaces: expresividad inusitada para una cara de alcachofa. Sin embargo, como si se tratara de un encantamiento, la decisión de Gelsomina de seguir a Zampanó también acompañó a Giulietta Masina hasta el fin de sus días: se quedó con Fellini hasta el día de su muerte. La de él. Ella moriría poco después.
domingo, julio 10, 2011
Norma Desmond
By Licantropunk.
Como escritor no vale un duro, como pintor no es gran cosa, pero como fotógrafo es pésimo: no mercy.
Este fin de semana no he parado de escribir pero para otros fines. Así que aprovecho para colar este homenaje acrílico. Lo siento, no se me agolpe la distinguida concurrencia, no hay nada que hacer, ya está vendido. Bueno, regalado.
Y de postre, canción, que esta sí que no está nada mal.
Javier Alvarez -
sábado, julio 02, 2011
"Ink", de Jamin Winans
Las recomendaciones han de tenerse en cuenta según de quien vengan y en este blog, por lo general, no entra nadie (nada) que no este "enchufado" (bueno, en realidad soy un blando y cuelo a cualquiera). En este caso no había opción, la película venía muy bien recomendada.
Dos clanes, dos castas, dos ejércitos enfrentados. Cuando todos duermen ellos se ponen en marcha. De un lado los Contadores de Cuentos, los encargados de embellecer los sueños de cualquiera, estanques oníricos donde reposar el ánimo. En la esquina contraria los Incubus, sádicos portadores de pesadillas: ángeles guardianes frente a demonios torturadores: el bien y el mal, eterno combate, maniqueo y sin cuartel, pero también sin rival: en el cine siempre (o casi) ganan los mismos, sobre todo en el cine estadounidense. Así que la historia como tal, la trama y su desenlace, está anticipada al menos desde que cayó Lucifer, pero lo que sí varía es la forma de contarla. Ahí es donde reside la originalidad de "Ink", no en un guión un tanto ramplón (niña en apuros y padre adicto al trabajo, con un complejo de culpabilidad enorme por no dedicarle tiempo a su hija, que debe acudir al rescate: aquel anuncio de promoción del cine español, con Antonio Resines y José Coronado y el niño jugando al béisbol: Anda que... caracoles, caracoles) que sin embargo tiene su punto de efecto aunque algo descontado (nariz superlativa, sayón y escriba, que apenas oculta al actor que hay detrás), sino en una puesta en escena impactante, de espíritus que deambulan invisibles por casas, calles, hospitales y que luchan a muerte cuando se encuentran al enemigo, escenas que hacen pasar del género de fantasía y ciencia ficción al de acción con soltura y ritmo (buena banda sonora también): un poco "Matrix" pero con mucha menos ambición. Y presupuesto, seguro.
Hablando de dinero, "Ink" también tiene su anécdota en ese aspecto: película independiente que apenas encontró distribución en las salas de cine pero que se hizo muy popular en las redes P2P, con el resultado de que entró en la lista de las películas más descargadas, muy por encima de otras producciones que habían gastado mucho dinero en promoción. Sí, resulta que ser muy descargado no es tan malo como parece. No sé quién dijo que si no estás en el Top Manta no pintas nada. En el caso de "Ink" el boca-oreja internauta la puso en el candelero y disparó su venta en DVD: final feliz, como el que cuenta la cinta. Y no hay final del cuento sin moraleja: hoy la Guardia Civil ha entrado en la SGAE y ha detenido a sus directivos. Al parecer se pasó de defender derechos ajenos, con una pureza de miras intachable (si eres legal, eres legal: olé tus güevos), a satisfacer codicias personales de la forma más bochornosa y torticera. Presuntamente, claro.
Los piratas modernos llevan maletín y corbata.
Dos clanes, dos castas, dos ejércitos enfrentados. Cuando todos duermen ellos se ponen en marcha. De un lado los Contadores de Cuentos, los encargados de embellecer los sueños de cualquiera, estanques oníricos donde reposar el ánimo. En la esquina contraria los Incubus, sádicos portadores de pesadillas: ángeles guardianes frente a demonios torturadores: el bien y el mal, eterno combate, maniqueo y sin cuartel, pero también sin rival: en el cine siempre (o casi) ganan los mismos, sobre todo en el cine estadounidense. Así que la historia como tal, la trama y su desenlace, está anticipada al menos desde que cayó Lucifer, pero lo que sí varía es la forma de contarla. Ahí es donde reside la originalidad de "Ink", no en un guión un tanto ramplón (niña en apuros y padre adicto al trabajo, con un complejo de culpabilidad enorme por no dedicarle tiempo a su hija, que debe acudir al rescate: aquel anuncio de promoción del cine español, con Antonio Resines y José Coronado y el niño jugando al béisbol: Anda que... caracoles, caracoles) que sin embargo tiene su punto de efecto aunque algo descontado (nariz superlativa, sayón y escriba, que apenas oculta al actor que hay detrás), sino en una puesta en escena impactante, de espíritus que deambulan invisibles por casas, calles, hospitales y que luchan a muerte cuando se encuentran al enemigo, escenas que hacen pasar del género de fantasía y ciencia ficción al de acción con soltura y ritmo (buena banda sonora también): un poco "Matrix" pero con mucha menos ambición. Y presupuesto, seguro.
Hablando de dinero, "Ink" también tiene su anécdota en ese aspecto: película independiente que apenas encontró distribución en las salas de cine pero que se hizo muy popular en las redes P2P, con el resultado de que entró en la lista de las películas más descargadas, muy por encima de otras producciones que habían gastado mucho dinero en promoción. Sí, resulta que ser muy descargado no es tan malo como parece. No sé quién dijo que si no estás en el Top Manta no pintas nada. En el caso de "Ink" el boca-oreja internauta la puso en el candelero y disparó su venta en DVD: final feliz, como el que cuenta la cinta. Y no hay final del cuento sin moraleja: hoy la Guardia Civil ha entrado en la SGAE y ha detenido a sus directivos. Al parecer se pasó de defender derechos ajenos, con una pureza de miras intachable (si eres legal, eres legal: olé tus güevos), a satisfacer codicias personales de la forma más bochornosa y torticera. Presuntamente, claro.
Los piratas modernos llevan maletín y corbata.
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