Del director Jacques Audiard tenía una referencia cinematográfica extraordinaria, la película "Un profeta", drama carcelario del año 2009 sobre un joven atrapado en el ambiente violento de cualquier prisión moderna: la cárcel elude su papel de redentora social para reafirmarse en agujero negro criminal, una sima de delincuentes que no ven otro destino que el de continuar su carrera cuando recobren la libertad. En aquella situación Audiard retrataba con destreza sutil a su profeta, el joven Malik interpretado por Tahar Rahim, cuajando un escenario multicultural y realista que convirtió a "Un profeta" en una de las películas a recordar de aquel año.
Había que comprobar si "De óxido y hueso", su siguiente película, mantendría aquel impresionante nivel. En "De óxido y hueso" se desarrolla una extraña relación entre una domadora de orcas que ha sufrido un grave accidente y un vigilante de seguridad que redondea sus ingresos peleando en combates clandestinos de full contact: todo en esta película es extremo, fuera de lo común. Se sostiene la película en las buenas actuaciones de su pareja protagonista. Por un lado, Marion Cotillard, secundaria hollywoodiense de lujo, que se vuelve a meter en un papel exigente como cuando alcanzó fama mundial (Oscar incluido) interpretando a Édith Piaf en "La vie en rose" de Oliver Dahan: su actuación en "De óxido y hueso" es tan convincente como los efectos especiales que la auxilian de modo intachable en su caracterización como Stéphanie. En el rincón opuesto, Matthias Schoenaerts, perfecto mendrugo, acémila musculosa que sólo piensa en dar satisfacción inmediata a sus instintos más primarios y que vive la vida como si no hubiera mañana, produciendo esa actitud tanto bien en la desdichada Stéphanie (al menos inicialmente) como desgracia a los que conviven con su falta de luces. La imagen rotunda, la tragedia instantánea, "De óxido y hueso" indaga en la estética del dolor buscando impactar al espectador con planos líricos en su dureza (me recordó en parte a "La escafandra y la mariposa" de Julian Schnabel, aunque aquella historia de superación, claustrofóbica y optimista, me gustó bastante más) hasta llegar al abuso del recurso. Llega un momento en que se puede pensar que tanto vale determinada escena para figurar en la película como para un anuncio de coches caros o de colonias estupendas: aparece la frialdad en el ánimo del que observa. Porque el veneno, por supuesto, está en la dosis. Recomendable en cualquier caso: muchas películas se salvan por tener instantes y en esa cualidad "De óxido y hueso" no será menos.
lunes, diciembre 30, 2013
domingo, diciembre 29, 2013
"Attack the block", de Joe Cornish
En la conocida película "Señales", del director M. Night Shyamalan, el reverendo interpretado por Mel Gibson tiene que enfrentarse a una amenaza alienígena. El ambiente de la confrontación es una casa en medio del campo, un entorno rural rodeado de extensos sembrados solitarios en los que los extraterrestres han anunciado su llegada dejando inmensas huellas cauterizadas por el aterrizaje de sus naves. En "Señales" Shyamalan se adentraba en la psique de sus personajes, huella de autor, de modo que la lucha desplegada en los fotogramas se constituía en un combate con los propios miedos, con las angustias vitales que cada cual ha ido acumulando a lo largo de los años: matar al invasor era un dilema de fe, una fe mermada por las patadas cotidianas, pero un problema que sin duda se iba a pulverizar ante el peso más poderoso del instinto de supervivencia y de protección de la familia.
Supongamos que el conflicto se traslada a la gran ciudad, a un barrio sondeado por enormes torres de apartamentos, colmenas modernas, donde pasearse por la noche es una prueba peliaguda hasta para el mismísimo Bear Grylls. Llueven aliens feroces del cielo, mandíbulas fosforescentes que recuerdan a las de aquellas bolas peludas de "Critters" de Stephen Herek (mucho más grandes estas que atacan el bloque), y la primera línea de defensa de la humanidad la componen un grupo de mangantes adolescentes, unos jóvenes supervivientes de las calles endurecidos a base de drogas, peleas y consignas raperas, y que tienen muchas menos contemplaciones que el reverendo Gibson a la hora de batirse el cobre con el indeseado visitante estelar: leña al E.T. salvaje. Para el espectador desprejuiciado, emoción y acción a un ritmo frenético en esta cinta premiada en el festival de Sitges de 2011. Merece la pena escuchar el slang del guetto del sur de Londres en versión original, disfrutar de su tono de comedia urbana y, sobre todo, calibrar hasta qué punto lo que no te mata te hace fuerte: como dice el joven Moses (John Boyega), exponente de marginación y abandono social, nos dieron drogas, nos dieron armas (el rap lo inventó la CIA para que los negros se mataran unos a otros, como todo el mundo sabe) y ahora nos mandan unas bestias asesinas para que acaben con nosotros. Carne de barrio.
Supongamos que el conflicto se traslada a la gran ciudad, a un barrio sondeado por enormes torres de apartamentos, colmenas modernas, donde pasearse por la noche es una prueba peliaguda hasta para el mismísimo Bear Grylls. Llueven aliens feroces del cielo, mandíbulas fosforescentes que recuerdan a las de aquellas bolas peludas de "Critters" de Stephen Herek (mucho más grandes estas que atacan el bloque), y la primera línea de defensa de la humanidad la componen un grupo de mangantes adolescentes, unos jóvenes supervivientes de las calles endurecidos a base de drogas, peleas y consignas raperas, y que tienen muchas menos contemplaciones que el reverendo Gibson a la hora de batirse el cobre con el indeseado visitante estelar: leña al E.T. salvaje. Para el espectador desprejuiciado, emoción y acción a un ritmo frenético en esta cinta premiada en el festival de Sitges de 2011. Merece la pena escuchar el slang del guetto del sur de Londres en versión original, disfrutar de su tono de comedia urbana y, sobre todo, calibrar hasta qué punto lo que no te mata te hace fuerte: como dice el joven Moses (John Boyega), exponente de marginación y abandono social, nos dieron drogas, nos dieron armas (el rap lo inventó la CIA para que los negros se mataran unos a otros, como todo el mundo sabe) y ahora nos mandan unas bestias asesinas para que acaben con nosotros. Carne de barrio.
sábado, diciembre 28, 2013
"El Hobbit: la desolación de Smaug", de Peter Jackson
Pienso qué escribir, y repasando la entrada de hace un año dedicada a "El Hobbit: un viaje inesperado", me doy cuenta de que la mayoría ya quedó dicho. No es un menosprecio, ni mucho menos, sólo la constatación de que esta trilogía, al igual que sucedió con su antecesora saga cinematográfica de "El Señor de los Anillos", conformará una película divida en tres partes: tres episodios en los que los dos primeros terminarán de forma más o menos abrupta y dejarán al espectador en suspenso durante meses para comprobar cómo continúa la aventura. Claro que siempre pueden leerse el libro: ya deberían haberlo leído: los escritos de J. R. R. Tolkien ocupan un lugar destacado en la Historia de la literatura.
"El Hobbit: la desolación de Smaug" es por tanto un pasaje de transición. No, tampoco es un menosprecio. Más allá de que la adaptación al cine de "El Hobbit" se planificara inicialmente en la extensión de una única película y a que a la postre se tomara la decisión de que el metraje final ocupe tres, teniendo que prolongar tramos del libro mucho más en el celuloide que lo que abarcaban en la letra impresa, los momentos álgidos de esta segunda parte son imprescindibles y están retratados de un modo extraordinario, marca de la casa: el encuentro con Beorn, el enfrentamiento a las arañas del Bosque Negro, los elfos de Thranduil, la Ciudad del Lago, la entrada en Erebor. Y Smaug. Hic sunt dracones. Todo en 3D HFR, un formato que realmente hace que la imagen sea tridimensional y que en algunas escenas, como en los salones llenos de tesoros de Erebor y en el combate contra su terrible guardián, produce unos resultados espectaculares.
Respecto a la historia original, esta segunda parte me parece más alejada aún de la lírica de cuento infantil que sí resultaba presente en la primera. Se eleva el tono de la acción llevándola hacía el extremo de lo que la tecnología digital de efectos especiales puede dar de sí. La comprobación es sencilla: léase el capítulo 9 del libro, Barriles de contrabando, y compárese con la trepidante lucha mortal entre orcos, elfos y enanos, navegando sin control por los rápidos del rio del Bosque, que termina produciéndose en la película. Además se incluyen en esta entrega los inverosímiles disparos de flecha del elfo Legolas (Orlando Bloom con un aspecto más maduro que el de cuando le tocó interpretar a Legolas hace una década, lo cual resulta una paradoja, ya que los hechos de El Hobbit anteceden a los de El Señor de los Anillos en sesenta años) en una época de la Tierra Media en la que aún no le toca ser protagonista. También hace aparición un personaje inexistente en el universo tolkieniano: la elfa Tauriel encarnada en la no menos élfica presencia de Evangeline Lilly: todo sea por ampliar horizontes y producir subtramas que, ojalá, no lleven a la película a "vivir del cuento" más de lo que sería aconsejable y prudente.
A esperar la conclusión, horas de cine que están siendo muy disfrutadas. Entre otros asuntos, la tercera parte traerá con ella la Batalla de los Cinco Ejércitos, supongo, como supongo también que la interpretación de la épica de Tolkien que ha llevado a cabo Peter Jackson seguirá produciendo asombro y escasa decepción.
"El Hobbit: la desolación de Smaug" es por tanto un pasaje de transición. No, tampoco es un menosprecio. Más allá de que la adaptación al cine de "El Hobbit" se planificara inicialmente en la extensión de una única película y a que a la postre se tomara la decisión de que el metraje final ocupe tres, teniendo que prolongar tramos del libro mucho más en el celuloide que lo que abarcaban en la letra impresa, los momentos álgidos de esta segunda parte son imprescindibles y están retratados de un modo extraordinario, marca de la casa: el encuentro con Beorn, el enfrentamiento a las arañas del Bosque Negro, los elfos de Thranduil, la Ciudad del Lago, la entrada en Erebor. Y Smaug. Hic sunt dracones. Todo en 3D HFR, un formato que realmente hace que la imagen sea tridimensional y que en algunas escenas, como en los salones llenos de tesoros de Erebor y en el combate contra su terrible guardián, produce unos resultados espectaculares.
Respecto a la historia original, esta segunda parte me parece más alejada aún de la lírica de cuento infantil que sí resultaba presente en la primera. Se eleva el tono de la acción llevándola hacía el extremo de lo que la tecnología digital de efectos especiales puede dar de sí. La comprobación es sencilla: léase el capítulo 9 del libro, Barriles de contrabando, y compárese con la trepidante lucha mortal entre orcos, elfos y enanos, navegando sin control por los rápidos del rio del Bosque, que termina produciéndose en la película. Además se incluyen en esta entrega los inverosímiles disparos de flecha del elfo Legolas (Orlando Bloom con un aspecto más maduro que el de cuando le tocó interpretar a Legolas hace una década, lo cual resulta una paradoja, ya que los hechos de El Hobbit anteceden a los de El Señor de los Anillos en sesenta años) en una época de la Tierra Media en la que aún no le toca ser protagonista. También hace aparición un personaje inexistente en el universo tolkieniano: la elfa Tauriel encarnada en la no menos élfica presencia de Evangeline Lilly: todo sea por ampliar horizontes y producir subtramas que, ojalá, no lleven a la película a "vivir del cuento" más de lo que sería aconsejable y prudente.
A esperar la conclusión, horas de cine que están siendo muy disfrutadas. Entre otros asuntos, la tercera parte traerá con ella la Batalla de los Cinco Ejércitos, supongo, como supongo también que la interpretación de la épica de Tolkien que ha llevado a cabo Peter Jackson seguirá produciendo asombro y escasa decepción.
miércoles, diciembre 25, 2013
miércoles, diciembre 18, 2013
"Misterioso asesinato en Manhattan", de Woody Allen
I can't listen to that much Wagner, ya know?
I start to get the urge to conquer Poland.
I start to get the urge to conquer Poland.
Larry Lipton
Tú has visto demasiadas películas. Seguro que esa frase hecha se la hubiera soltado Larry (Woody Allen) a su mujer, Carol (Diane Keaton), para recriminarle sus descabelladas sospechas, si el guión no lo hubiera escrito Woody Allen, papeles que suelen estar llenos de citas para la posteridad como la que encabeza esta entrada. Tú sí que ha visto demasiadas películas, Woody, sólo hay que contabilizar las referencias a cintas de otros que incluyes en tus obras. En ésta, "Perdición" de Billy Wilder y su tórrido crimen pasional con fraude a compañía de seguros incluido, al que Edward G. Robinson plantará cara (y olfato). O el pimpampum a tiros en un laberinto de espejos del final de "La dama de Shanghai" de Orson Welles. O, afilada ironía, el recuerdo a los seis meses necesarios para comprender los flashbacks oníricos de "El año pasado en Marienbad" de Alain Resnais. Apuntalas tus películas en hombros de gigantes, Woody, mientras despliegas tu propio armamento y nos dejas boquiabiertos con la química poderosa que tu pareja en el celuloide, Diane Keaton, combinaba como ninguna otra. Veinte años después, se echa de menos un reencuentro: la última oportunidad se desvanece como la foto familiar de Marty McFly.
En "Misterioso asesinato en Manhattan" se percibe atrevimiento visual, Woody, la cámara en mano y la improvisación latente para trazar el ritmo alocado de una comedia viva que, como siempre y hasta la actualidad, construyes sobre el establecimiento de un hilo argumental sencillo al que se proporcionan múltiples matices, segundas lecturas, encrucijadas vitales. El asesinato verdadero que trasciende de la película es el de la vida de pareja. Larry capitula y aparta el rechazo que le producen las conjeturas de Carol (¡Guarda algo de locura para la menopausia!) porque en otro caso se produciría el fracaso de su relación, amenazada por un recién divorciado con piel de amigo (Alan Alda) al que le sobran motivos pasionales y empiezan a faltarle barreras morales. La trama de la investigación amateur, enredo ingenuo, se llena de clichés del género negro proclamando la banalidad de una parte de la historia: el conflicto está en la puerta de al lado, no detrás de aquella otra donde se ha producido un misterioso asesinato, en Manhattan, Woody, por supuesto, tu territorio mítico, isla tumultuosa donde se produce la paradoja moderna (aquí como allí) de desconocer al vecino, de ignorar la cara que ronca durante décadas a escasos metros de nuestro propio dormitorio.
La película es una vieja idea tuya para "Annie Hall" que entonces no tuvo cabida. ¿Dónde apuntas tus ideas Woody? ¿Cuántas te quedan aún? Ay, Woody, lo que te toca aguantar en los últimos tiempos, cada año enfrentando tus ganas de hacer cine con las opiniones impías de los apasionados por lo inmóvil. Algún día te encontrarás con un airado cinéfilo que sólo espera que corras menos que él. Y correr no se te da nada mal: hiciste alarde de ello: Take the money and run. ¡Turista! Te increpan por hacerte las europas. ¡Pesetero! Te califican confundiendo tu permanente estado cinematográfico, tu destino aparente de vivir rodando, con la codicia de la taquilla segura tras tu firma prestigiosa en los créditos. No se dan cuenta de que resta aún más cine en tu semicerrado ojo izquierdo que el que muchos tendrán no en una vida, sino en un ciento de ellas. Donde unos aprecian fórmulas agotadas, percibo intentos de renovación, de escapar del anquilosamiento. Donde otros bostezan su menosprecio, a mí me siguen encandilando tus fotogramas. Será que después de aspirar tanto vinagre crítico ajeno entro a la sala sumido en precauciones para terminar la proyección encantado, disuelta la preocupación, que ha resultado más estéril que el primer soplido del lobo feroz. Una vez más. Y que dure.
Feliz Navidad, Woody.
sábado, diciembre 14, 2013
"La noche más oscura (Zero Dark Thirty)", de Kathryn Bigelow
A las 00:30 horas del 1 de Mayo del año 2011, con nocturnidad y sobrada alevosía, comandos de élite del ejercito estadounidense irrumpieron en la casa donde se había descubierto (tras largos años de búsquedas y elucubraciones) que habitaba Osama bin Laden, en la ciudad pakistaní de Abbottabad: un disparo en la cabeza y el ciervo con más puntas, la pieza más valiosa de lo que llevamos de siglo XXI, fue abatido en medio de la noche. Y en medio de un pasillo. ¿Fue posible capturarlo vivo? ¿Estaba armado? ¿Ejecución sumaria sin juicio ni mínima intención de celebrarlo? Geronimo E-KIA (Enemy Killed In Action), emite la radio de los SEAL hacia la oreja lejana pero atenta del presidente Obama, premio Nobel de la paz preventivo, prematuro y precoz (pasmoso gatillazo sueco), y la sola mención del legendario jefe apache como alias propicio de Bin Laden es un motivo de controversia más.
Guerra sucia y terrorismo de estado. La venganza se sirve fría y cualquier vía es buena con tal de consumarla. El camino emprendido por Estados Unidos para devolver el golpe encajado tras el terrible atentado terrorista del 11 de Septiembre de 2001 contra el World Trade Center de Nueva York, se tradujo en una violenta respuesta militar, Guerra contra el Terrorismo, que se desarrolló primero en Afganistán y que después se trasladó a Iraq, llevando la tragedia a las poblaciones civiles de esos países. Eje del Mal, Al Qaeda, Libertad Duradera, armas de destrucción masiva. Los telediarios de la pasada década avanzaban que este siglo no iba a ser más pacífico que el anterior, lamentablemente. Entre el asco y la pena escuchábamos una impresentable sarta de mentiras y presenciábamos las torturas más vergonzosas mientras nos cuestionábamos la catadura moral de los protagonistas del conflicto: ya no sabíamos ni quiénes eran los malos ni quiénes eran los peores. Oriente Medio seguía padeciendo la gran desgracia de un subsuelo impregnado de petróleo y la codicia parecía volver a erigirse como leitmotiv único de todo conflicto bélico.
"Zero Dark Thirty" presenta la caza del hombre, la CIA más siniestra y temible empleándose a fondo para encontrar al odiado Bin Laden y matarlo (en eso la película parece honesta, no se plantea otras alternativas éticas). Del año 2003 al 2011, desde la administración Bush a la de Obama. Pero la cinta pretende destacar un cambio político, una evolución desde las torturas más brutales de los republicanos a los reparos en asaltar la residencia del temible terrorista por parte de los demócratas. Ese tono puede haber sido sesgado por el supuesto soporte que la Casa Blanca dio al rodaje del film: sácanos guapos, ¿eh? En cualquier caso Kathryn Bigelow logra una película emocionante, intensa (sabe hacerlo, sólo hay que ver su anterior y premiada cinta "En tierra hostil"), un thriller político que sorprende por su frialdad y determinación. Se puede echar en falta la ausencia de mirada hacia el otro lado, hacia las motivaciones del enemigo mediante una visión más amplia del conflicto, de modo que la ejecución de Osama bin Laden termina apareciendo tan inevitable como necesaria. Justice has been done, declaró Barack Obama. Y punto.
Guerra sucia y terrorismo de estado. La venganza se sirve fría y cualquier vía es buena con tal de consumarla. El camino emprendido por Estados Unidos para devolver el golpe encajado tras el terrible atentado terrorista del 11 de Septiembre de 2001 contra el World Trade Center de Nueva York, se tradujo en una violenta respuesta militar, Guerra contra el Terrorismo, que se desarrolló primero en Afganistán y que después se trasladó a Iraq, llevando la tragedia a las poblaciones civiles de esos países. Eje del Mal, Al Qaeda, Libertad Duradera, armas de destrucción masiva. Los telediarios de la pasada década avanzaban que este siglo no iba a ser más pacífico que el anterior, lamentablemente. Entre el asco y la pena escuchábamos una impresentable sarta de mentiras y presenciábamos las torturas más vergonzosas mientras nos cuestionábamos la catadura moral de los protagonistas del conflicto: ya no sabíamos ni quiénes eran los malos ni quiénes eran los peores. Oriente Medio seguía padeciendo la gran desgracia de un subsuelo impregnado de petróleo y la codicia parecía volver a erigirse como leitmotiv único de todo conflicto bélico.
"Zero Dark Thirty" presenta la caza del hombre, la CIA más siniestra y temible empleándose a fondo para encontrar al odiado Bin Laden y matarlo (en eso la película parece honesta, no se plantea otras alternativas éticas). Del año 2003 al 2011, desde la administración Bush a la de Obama. Pero la cinta pretende destacar un cambio político, una evolución desde las torturas más brutales de los republicanos a los reparos en asaltar la residencia del temible terrorista por parte de los demócratas. Ese tono puede haber sido sesgado por el supuesto soporte que la Casa Blanca dio al rodaje del film: sácanos guapos, ¿eh? En cualquier caso Kathryn Bigelow logra una película emocionante, intensa (sabe hacerlo, sólo hay que ver su anterior y premiada cinta "En tierra hostil"), un thriller político que sorprende por su frialdad y determinación. Se puede echar en falta la ausencia de mirada hacia el otro lado, hacia las motivaciones del enemigo mediante una visión más amplia del conflicto, de modo que la ejecución de Osama bin Laden termina apareciendo tan inevitable como necesaria. Justice has been done, declaró Barack Obama. Y punto.
miércoles, diciembre 04, 2013
"La piel suave", de François Truffaut
Uno puede querer ver "La piel suave" curioso por su famoso final, suceso de noticiario que motivó que François Truffaut quisiera trazar el camino inverso. Un final abrupto, dramático, que hace pensar que la pulsión amatoria que condujo hasta él debió ser un romance apasionado digno de novelarse, y después rodarse, sí, pero sobre todo de fabular alrededor de sus circunstancias. Sin embargo, ¿y si la verdad fuera más cotidiana y tranquila? Encuentros fortuitos en lugares de tránsito: la casualidad hace su trabajo y el diablo está en los detalles. Y los detalles parece ser lo que realmente importa a Truffaut en esta película. Mostrar la angustia por no ser pillados, una situación que provoca escenas de tensión agobiante, el suspense que acerca al director francés a la figura de su admirado Hitchcock: el hotel apartado como casilla de salvación en el peligroso juego del adulterio. Las miradas furtivas, las palabras a deshora, el verse y el tener que negarse y el propiciar coartadas para las costumbres alteradas por la urgencia del escape hacia el encuentro prohibido. Todo por el roce de la piel ajena y amada, el estupor del instante, un susurro leve que desgarra cualquier precaución y establece, indomable, su prioridad tiránica.
Otro motivo, éste un tanto desasosegante, es contemplar en la pantalla a la actriz Françoise Dorléac, hermana mayor de Catherine Deneuve (Catherine tomó el apellido de la madre para su nombre artístico), magnetizando fotogramas pocos años antes de que en un accidente de tráfico perdiera la vida: con 25 años, otro cadáver bonito para la leyenda lúgubre del cinematógrafo. Todavía tuvo ocasión de llevar a Donald Pleasence al borde de la locura conyugal en "Cul-de-sac" de Roman Polanski o de inundar el celuloide de belleza femenina junto a su hermana Catherine en "Las señoritas de Rochefort" de Jacques Demy. Françoise Dorléac, inmortal, la eternidad que proporciona el cine.
Cualquier motivo es suficiente, bastaría, sin más, con leer la firma de "La piel suave", una cinta que resulta desoladora y triste: el castigo violento del pusilánime, del que no es capaz de llevar hasta el final sus decisiones: quedarse en tierra de nadie y y destrozar ambas partes. Poco después de realizar la película el matrimonio de François Truffaut con Madeleine Morgenstern se fue al traste. Entre otras circunstancias el divorcio fue provocado por una aventura de Truffaut con Françoise Dorléac. El cine imitando la vida o, extraño círculo, provocándola.
Otro motivo, éste un tanto desasosegante, es contemplar en la pantalla a la actriz Françoise Dorléac, hermana mayor de Catherine Deneuve (Catherine tomó el apellido de la madre para su nombre artístico), magnetizando fotogramas pocos años antes de que en un accidente de tráfico perdiera la vida: con 25 años, otro cadáver bonito para la leyenda lúgubre del cinematógrafo. Todavía tuvo ocasión de llevar a Donald Pleasence al borde de la locura conyugal en "Cul-de-sac" de Roman Polanski o de inundar el celuloide de belleza femenina junto a su hermana Catherine en "Las señoritas de Rochefort" de Jacques Demy. Françoise Dorléac, inmortal, la eternidad que proporciona el cine.
Cualquier motivo es suficiente, bastaría, sin más, con leer la firma de "La piel suave", una cinta que resulta desoladora y triste: el castigo violento del pusilánime, del que no es capaz de llevar hasta el final sus decisiones: quedarse en tierra de nadie y y destrozar ambas partes. Poco después de realizar la película el matrimonio de François Truffaut con Madeleine Morgenstern se fue al traste. Entre otras circunstancias el divorcio fue provocado por una aventura de Truffaut con Françoise Dorléac. El cine imitando la vida o, extraño círculo, provocándola.
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