La relación entre el doctor Robert Legard, el cirujano plástico interpretado por Antonio Banderas, y su paciente/cautiva Vera, la piel que habita Elena Anaya, plantea un enigma al comienzo de la película. Qué ha llevado a esos personajes, acompañados por el ama de llaves encarnada de modo inigualable por Marisa Paredes (me recordó a su personaje en "
Tras el cristal", de Agustí Villaronga:
cult movie hispana: "La piel que habito" tiene sus similitudes con aquella cinta antigua de Villaronga) a habitar ese cigarral toledano, antigua finca de recreo transformada en clínica discreta para arrugas acaudaladas, pero que posee además la doble identidad de castillo del doctor loco, de cripta de los horrores: las líneas maestras de la trama de "La piel que habito" van directas hacia el clásico "Los ojos sin rostro" de Georges Franju. Pero a la película de Franju, terror poético, le dedicaré un artículo en el próximo número de "
La caja de Pandora", el que saldrá en septiembre. Hoy tocó fijarse en su "heredero" manchego.
El enigma que comentaba, va a producir un thriller sofisticado a la par que extravagante: una historia de tragedias familiares y venganzas rebuscadas que mantiene el interés hasta la mitad de la cinta, más o menos, hasta que ese enigma, la identidad de Vera y el motivo de su "átame" con Robert, queda desvelado. A partir de ese momento, la trama declina. Quizá el punto de inflexión sea tan inusitado, tan increíble, que poco más se puede esperar después: en el cine generalmente los golpes de efecto se suelen dejar para el final, de modo que el cenit argumental te conduzca boquiabierto hacia los créditos. No es el caso, si bien Pedro Almodovar sabe perfilar un emotivo colofón: las madres y el cine de Almodovar.
El trío de actores protagonistas ya sabe lo que es ser
chico/chica Almodovar, un adjetivo que durante décadas ha sido una catapulta segura hacía una carrera cinematográfica posterior. No me ha convencido demasiado Antonio Banderas en su retorno, como actor, al cine español: más aún, retorno al primer director que le colocó en un fotograma, con "Laberinto de pasiones". Marisa Paredes, por otro lado, inmensa, una de las mejores actrices de la historia del cine nacional. Elena Anaya tampoco debe haberlo hecho mal, pues se llevó el Goya en la última edición. Y al trío se añade un cuarto, Jan Cornet en el papel de Vicente: premio Goya al mejor actor revelación por esta película. Lo que yo decía, una catapulta.