Esta noche o la de mañana (noche de difuntos) muchos buscarán una película de terror con la que celebrar su particular Halloween: celuloide eviscerado que consiga meternos el susto en el cuerpo. El catálogo del género es inmenso y no habrá grandes problemas para encontrar un título que produzca desasosiego en nuestro sueño nocturno.
Y si de eso se trata, de desvelo y angustia (dice Bécquer en "El monte de las animas": Después de una noche de insomnio y de terrores, ¡es tan hermosa la luz clara y blanca del día!: lectura corta muy recomendable para la noche del 31 de Octubre), "Margin call", sin emplear ni una gota de ketchup, ni un grito desgarrador, ni una puerta chirriante, ni una amenaza en la sombra, será una opción nada desdeñable. "Margin call" es el instante que sumió a millones de personas en la desesperanza y la ruina, instante que se prolonga hasta la actualidad.
Un analista de una poderosa compañía estadounidense de inversiones (no aparece el nombre de esa compañía en la cinta, no se menciona en ningún momento; habrá que adivinar cuál, pero no parece muy complicado hallar ese homónimo en el mundo real) descubre una noche que los modelos numéricos en los que se basa su "inteligencia" contable tienen un pequeño error, de modo que la valoración de los activos de la empresa es, en fin, no todo lo veraz que debería ser. Traducción: las hipotecas subprime son una mierda y estamos al borde de la bancarrota. De madrugada, con la debida nocturnidad y alevosía, los altos ejecutivos de la empresa se reúnen mientras el resto del mundo duerme, acuden raudos en sus helicópteros y limusinas a la llamada que anuncia la tormenta, el fin del baile: la fiesta terminó. Dos opciones: intentar amortiguar las consecuencias para que el problema no se extienda a escala global o poner en consideración únicamente el propio interés, salvar los muebles en la medida de lo posible, colarle a las demás compañías los activos "tóxicos" y provocar eso que se llama una "crisis de confianza": la economía mundial en el arroyo. La solución al dilema será muy sencilla: que os den a todos: aún nos siguen dando y no dejarán de hacerlo. Lo más alarmante es que esta decisión última parece proceder de una única persona dotada de un poder absoluto, un individuo que no está dotado de conciencia y sí de una voracidad sin límites: el vampiro o, en este caso, el bankiro (magistral Jeremy Irons, el punto exacto para el mal disfrazado de gentleman). 24 horas que estremecieron al mundo, parafraseando el título de la novela de John Reed aunque, a diferencia de aquella, no se encontrará en esta trama ni una pizca de épica o de romanticismo (se puede ver "Reds" de Warren Beatty para saber más acerca de John Reed, perseguidor de revoluciones).
La película describe muy bien (al director novel J. C. Chandor convendrá no perderle de vista en sus siguientes obras) el ecosistema de la empresa moderna, selva de depredadores, un entorno donde abunda la traición y escasea la lealtad (en eso me recordó bastante a "El método" de Marcelo Piñeyro: con qué facilidad cambiamos el honor y la honestidad por la esclavitud de la nómina). La deshumanización absoluta en pos de un incremento de la gráfica de beneficios, de un porcentaje en las ganancias, de un aumento de sueldo: dinero a gastar en un cúmulo de lujos estúpidos y vacuos. Cambiar valores por valores (los morales por los bursátiles) dejando bien claro que no hay elección: ¡enséñame la pasta!, como se decía en "Jerry Maguire" de Cameron Crowe. Las reglas del juego no admiten variación y el casino no cierra nunca. Hagan sus apuestas.
Mucho miedo, ya te digo.
lunes, octubre 31, 2011
jueves, octubre 27, 2011
Clint Eastwood y Antònia Font
No, no es el nombre de una nueva (o antigua) novia del californiano.
Ni tampoco es ese que sale en la foto detrás de él, no, que ese es Morgan Freeman, el que sale en "Sin perdón" o en "Invictus" o en "Million Dollar Baby".
Do you know? Maybe.
Dentro del disco "Lamparetes", el último trabajo del grupo Antònia Font, se encuentra este tema (melocotonazo, como diría Ángel Carmona, el presentador de “Hoy empieza todo” en Radio 3, donde descubrí esta canción: programa matutino imprescindible, sí, como la película de Bertrand Tavernier del mismo título).
Pop cinéfilo.
Qui dubta d´en Clint Eastwood
mirant el Gran Canyon del Colorado,
niguls allargassats i vermellosos
i al cel se penja una estrella i se fa de nit.
I en Clint només il·luminat per sa foganya
s´encen es puret i guarda un secret,
i guisa un conillet a la llauna.
S´adorm, somia trens i mercaderia,
en indis Cheyennes damunt una colina
a sa llum de sa lluna.
Se desvetlla, s´aixeca, orina i no té son,
i pensa... va quedar de western, cabrons,
ja voreu quan s´inventin es cinema!
És pura peresa i tira per sa carretera cap a Denver.
I un home tot sol no sempre se basta,
qui dubta avui en dia d´en Clint Eastwood.
I un home tot sol se tuda i se cansa,
qui dubta avui en dia d´en Clint Eastwood.
Arriba, dos homes se li atraquen i l´investiguen.
Volen saber on és en Morgan Freeman,
que és es negre de Million Dollar Baby:
Do you know? Maybe.
Dissimula, se´ls mira,
desenfunda com un llamp i els liquida.
Escup i se caga en sa seva vida,
sempre en es punt de mira d´es sèptim de cavalleria,
o de gringos foragidos, o de xèrifs corruptes
a cases de putes, o de xinos drogaditos a Gran Torino.
I Clint, què vols? Encara ets en el segle denou.
Fa un any que no te dutxes,
i això només són quatre casutxes de mort.
I un home tot sol no sempre se basta,
qui dubta avui en dia d´en Clint Eastwood.
I un home tot sol se tuda i se cansa,
qui dubta avui en dia d´en Clint Eastwood.
Ni tampoco es ese que sale en la foto detrás de él, no, que ese es Morgan Freeman, el que sale en "Sin perdón" o en "Invictus" o en "Million Dollar Baby".
Do you know? Maybe.
Dentro del disco "Lamparetes", el último trabajo del grupo Antònia Font, se encuentra este tema (melocotonazo, como diría Ángel Carmona, el presentador de “Hoy empieza todo” en Radio 3, donde descubrí esta canción: programa matutino imprescindible, sí, como la película de Bertrand Tavernier del mismo título).
Pop cinéfilo.
Qui dubta d´en Clint Eastwood
mirant el Gran Canyon del Colorado,
niguls allargassats i vermellosos
i al cel se penja una estrella i se fa de nit.
I en Clint només il·luminat per sa foganya
s´encen es puret i guarda un secret,
i guisa un conillet a la llauna.
S´adorm, somia trens i mercaderia,
en indis Cheyennes damunt una colina
a sa llum de sa lluna.
Se desvetlla, s´aixeca, orina i no té son,
i pensa... va quedar de western, cabrons,
ja voreu quan s´inventin es cinema!
És pura peresa i tira per sa carretera cap a Denver.
I un home tot sol no sempre se basta,
qui dubta avui en dia d´en Clint Eastwood.
I un home tot sol se tuda i se cansa,
qui dubta avui en dia d´en Clint Eastwood.
Arriba, dos homes se li atraquen i l´investiguen.
Volen saber on és en Morgan Freeman,
que és es negre de Million Dollar Baby:
Do you know? Maybe.
Dissimula, se´ls mira,
desenfunda com un llamp i els liquida.
Escup i se caga en sa seva vida,
sempre en es punt de mira d´es sèptim de cavalleria,
o de gringos foragidos, o de xèrifs corruptes
a cases de putes, o de xinos drogaditos a Gran Torino.
I Clint, què vols? Encara ets en el segle denou.
Fa un any que no te dutxes,
i això només són quatre casutxes de mort.
I un home tot sol no sempre se basta,
qui dubta avui en dia d´en Clint Eastwood.
I un home tot sol se tuda i se cansa,
qui dubta avui en dia d´en Clint Eastwood.
lunes, octubre 24, 2011
"Bird", de Clint Eastwood
Un recital de jazz: una reunión de bailarines de San Vito, de adictos al mal de Parkinson, enfermos imaginarios que con sus pies, con sus manos, con el tembleque de todo su cuerpo sentado frente a un escenario, acompañan un temblor rítmico del que es imposible escapar. Garitos en penumbra, fábricas de humo, oscuras cuevas de nigromantes que convocan dioses ancestrales mediante notas sincopadas. El magnetismo que desprenden los clubes nocturnos con música en directo debe estar anclada en algún recuerdo genético de la cueva prehistórica: todos escuchando al brujo: el aquelarre, la misa, el templo, el ritual, el vudú. Un Birdland en la calle 52 en honor del saxofonista: un Birdland en cada ciudad de Estados Unidos, soñaba él (hasta en Salamanca hay uno, local ya histórico que lleva casi tres décadas abierto).
Charlie "Bird" Parker es el conjurador del encantamiento, ese hechizo implacable: el bebop. Encorvado sobre su saxofón como si quisiera esconderlo, protegerlo con su corpachón sudoroso, inmóvil, una máquina de soplar que parece impulsar el movimiento vertiginoso e inverosímil de los dedos. Un negro, un gordinflón, un alcohólico, una pesadilla para la puntualidad, un yonqui lunático, carne de manicomio: un tipo capaz de cambiar la historia de la música popular (Miles Davis presumía de haberlo hecho: tres veces): un saxofón que dejó de sonar con sólo 34 años. Una vida desgraciada, un colmo de infortunios salpicado por noches de genialidad (como se ve en la película, ni siquiera la policía le dejaba tranquilo; contaba William S. Burroughs en "Yonqui" que en los años cuarenta la pasma acosaba constantemente a los drogadictos, el último eslabón de la cadena del vicio, para no tener que ir hacia arriba, hacia la arandela que sujetaba la cadena al techo: un suculento sobre a fin de mes en la taquilla del piesplanos). Las drogas y el jazz: Chet Baker, Billie Holiday, otros de los más famosos, de los más geniales. Pero muchos otros, en mayor o menor medida, con mejor o peor suerte. Quién fue el abstemio, quién pasó de meterse nada. Trabajo nocturno en locales rebosantes de oferta. Quién no probó nunca.
Después de dirigir y protagonizar "El sargento de hierro" y de haber encarnado por última vez al inspector Harry Callahan en "La lista negra" de Buddy Van Horn, Clint Eastwood deja su fusil para rodar un alarde de sensibilidad artística: el melómano que se esconde detrás de la Magnum 44. Como se menciona en la biografía del cineasta escrita por Patrick McGilligan, esta sería su producción más elegante, más arriesgada y menos comercial. Aún así Eastwood (famoso tacaño) desecharía previsiones de beneficios y sería consecuente con sus pasiones, prestando sus fotogramas a desertores del swing y de este modo lograr enfocar una de sus mejores películas, la vida privada de Charlie Parker, un papel que parece hecho a medida del actor principal, Forest Whitaker, y donde serán protagonistas (junto al ineludible acompañamiento musical) las adicciones del artista y su tumultuosa relación con su esposa Chan (Diane Venora). La noche y el hogar, que se llevan de pena.
La noche mágica del jazz.
Charlie "Bird" Parker es el conjurador del encantamiento, ese hechizo implacable: el bebop. Encorvado sobre su saxofón como si quisiera esconderlo, protegerlo con su corpachón sudoroso, inmóvil, una máquina de soplar que parece impulsar el movimiento vertiginoso e inverosímil de los dedos. Un negro, un gordinflón, un alcohólico, una pesadilla para la puntualidad, un yonqui lunático, carne de manicomio: un tipo capaz de cambiar la historia de la música popular (Miles Davis presumía de haberlo hecho: tres veces): un saxofón que dejó de sonar con sólo 34 años. Una vida desgraciada, un colmo de infortunios salpicado por noches de genialidad (como se ve en la película, ni siquiera la policía le dejaba tranquilo; contaba William S. Burroughs en "Yonqui" que en los años cuarenta la pasma acosaba constantemente a los drogadictos, el último eslabón de la cadena del vicio, para no tener que ir hacia arriba, hacia la arandela que sujetaba la cadena al techo: un suculento sobre a fin de mes en la taquilla del piesplanos). Las drogas y el jazz: Chet Baker, Billie Holiday, otros de los más famosos, de los más geniales. Pero muchos otros, en mayor o menor medida, con mejor o peor suerte. Quién fue el abstemio, quién pasó de meterse nada. Trabajo nocturno en locales rebosantes de oferta. Quién no probó nunca.
Después de dirigir y protagonizar "El sargento de hierro" y de haber encarnado por última vez al inspector Harry Callahan en "La lista negra" de Buddy Van Horn, Clint Eastwood deja su fusil para rodar un alarde de sensibilidad artística: el melómano que se esconde detrás de la Magnum 44. Como se menciona en la biografía del cineasta escrita por Patrick McGilligan, esta sería su producción más elegante, más arriesgada y menos comercial. Aún así Eastwood (famoso tacaño) desecharía previsiones de beneficios y sería consecuente con sus pasiones, prestando sus fotogramas a desertores del swing y de este modo lograr enfocar una de sus mejores películas, la vida privada de Charlie Parker, un papel que parece hecho a medida del actor principal, Forest Whitaker, y donde serán protagonistas (junto al ineludible acompañamiento musical) las adicciones del artista y su tumultuosa relación con su esposa Chan (Diane Venora). La noche y el hogar, que se llevan de pena.
La noche mágica del jazz.
lunes, octubre 17, 2011
Homines.com
Ampliación del campo de batalla.
Desde el portal web de arte y cultura Homines.com tuvieron la gran amabilidad y la feliz idea de enviarme una invitación para colaborar con ellos. Feliz idea porque, por supuesto, estas cosas le hacen a uno feliz: espero que les haya gustado el artículo que les he mandado: Abbas Kiarostami y su "Copia certificada". Y así debe haber sido, debe haberles gustado, porque lo han publicado hoy. Muchas gracias.
Aunque ahora quede un poco mal decirlo (auto-publicidad) realmente merece la pena darse una vuelta por Homines.com, una web llena de contenidos interesantes: literatura, cómic, fotografía, historia del arte, arte contemporáneo, exposiciones, etc. Y cine, claro.
sábado, octubre 15, 2011
"El hombre leopardo", de Jacques Tourneur
Hace un momento le comentaba a Kinezoe que Andréi Tarkovski, el magistral director ruso (un día tengo que dedicarle una entrada a alguna de sus películas pero cómo describir en palabras la belleza inmensa de sus fotogramas sin caer en la blasfemia y ser castigado por ello: como en "La vida de Brian" de Monty Python: lapidado por pronunciar el nombre del dios supremo), sostenía que en el día a día apenas nos damos cuenta del color del que son las cosas: el color es un artificio prescindible, un adorno, y lo que realmente cuenta es la luz o la ausencia de ella. Al blanco y negro volvemos, entonces, por necesidad. Una y otra vez, a revisar clásicos, apuntes primordiales, y entre todos los maestros de las sombras Jacques Tourneur era uno de los mejores.
"La mujer pantera", "Yo anduve con un zombie" y "El hombre leopardo". En dos años realizó tres obras maestras del cine fantástico y de terror para el sello RKO. Las dos primeras más mágicas: la brujería y el mito. La tercera más mundana: el asesino en serie, pero también buscando lo exótico (y lo tópico: bueno, más bien topicazos: de los hispanos o mexicanos, como se prefiera: castañuelas y procesiones), la raíz ancestral y chamánica. Además, si "La mujer pantera" rondaba de noche por las piscinas, ahora "El hombre leopardo" se oculta en los cementerios: más terrorífico aún si cabe, aunque la escena aquella de la piscina era de las que te quitaban las ganas de volver a darte un chapuzón para el resto de tus días...
Asesino por imitación (que será cazado -nunca mejor dicho- con indirectas: como Gila a Jack el Destripador). El intelectual interioriza su fascinación por el objeto de su estudio, por la bestia salvaje, asimilando su esencia animal: la pureza de la violencia desnuda, pero confundiendo la lucha por la vida, la muerte por necesidad, con la satisfacción del impulso asesino.
¿Cuáles son las fuerzas que condicionan el comportamiento humano sumiéndolo en la locura del psicopata social?
En 1979 Brenda Ann Spencer, una chica de 16 años, se puso a disparar con un rifle, desde su casa de San Diego, contra un colegio cercano: dos muertos y nueve heridos. Después de ser apresada, cuando le preguntaron que por qué había cometido esa barbaridad, ella contestó: I don't like Mondays. Bob Geldof se enteró de la tremenda "coartada" de la muchacha y compuso la canción por la que The Boomtown Rats, su banda, será siempre recordada (y si no, vean "The Commitments" de Alan Parker: ya tendrían que haberla visto).
Tell me why...
"La mujer pantera", "Yo anduve con un zombie" y "El hombre leopardo". En dos años realizó tres obras maestras del cine fantástico y de terror para el sello RKO. Las dos primeras más mágicas: la brujería y el mito. La tercera más mundana: el asesino en serie, pero también buscando lo exótico (y lo tópico: bueno, más bien topicazos: de los hispanos o mexicanos, como se prefiera: castañuelas y procesiones), la raíz ancestral y chamánica. Además, si "La mujer pantera" rondaba de noche por las piscinas, ahora "El hombre leopardo" se oculta en los cementerios: más terrorífico aún si cabe, aunque la escena aquella de la piscina era de las que te quitaban las ganas de volver a darte un chapuzón para el resto de tus días...
Asesino por imitación (que será cazado -nunca mejor dicho- con indirectas: como Gila a Jack el Destripador). El intelectual interioriza su fascinación por el objeto de su estudio, por la bestia salvaje, asimilando su esencia animal: la pureza de la violencia desnuda, pero confundiendo la lucha por la vida, la muerte por necesidad, con la satisfacción del impulso asesino.
¿Cuáles son las fuerzas que condicionan el comportamiento humano sumiéndolo en la locura del psicopata social?
En 1979 Brenda Ann Spencer, una chica de 16 años, se puso a disparar con un rifle, desde su casa de San Diego, contra un colegio cercano: dos muertos y nueve heridos. Después de ser apresada, cuando le preguntaron que por qué había cometido esa barbaridad, ella contestó: I don't like Mondays. Bob Geldof se enteró de la tremenda "coartada" de la muchacha y compuso la canción por la que The Boomtown Rats, su banda, será siempre recordada (y si no, vean "The Commitments" de Alan Parker: ya tendrían que haberla visto).
All the playing's stopped in the playground nowA mí me gusta una versión lenta (lentísima: una canción de cuna prácticamente, aunque la original ya era una balada en sí misma; o casi) del tema, que hizo Tori Amos, versión que aparecía en uno de los capítulos (no recuerdo cuál) de "El ala oeste de la Casa Blanca", una de mis series favoritas (Martin Sheen for president!).
She wants to play with her toys awhile
And school's out early and soon we'll be learning
That the lesson today is how to die
And then the bullhorn crackles
And the captain tackles
With the problems and the how's and why's
And he can see no reasons
Cos there are no reasons
What reasons do you need to die
Tell me why...
miércoles, octubre 12, 2011
"Tiempos modernos", de Charles Chaplin
Charles Chaplin creó el primer personaje cinematográfico que sería conocido en todo el mundo, un icono universal: hasta en el último confín del planeta será identificable la figura blanquinegra del sagaz vagabundo ácrata (decía John Lennon que The Beatles eran más famosos que Jesucristo: puede ser, aunque la certeza de esa comparación resultará sin duda más probable en el caso de Charlot). Su talento como actor era indiscutible: rey del slapstick, de la comedía muda, dotado de una expresividad y una facilidad de movimientos que lo convertían en un vehículo infalible para transportar sentimientos y generar emociones: hacer reír a cualquiera, ya sea chino, salmantino o esquimal: se reía mi abuelo, se partían de risa esta tarde los niños y, algún día, quizás, se reirán mis nietos. Pero su enorme figura cinematográfica no se limitaba a ponerse delante de la cámara, si bien esa faceta es tan poderosa que ante el gran público puede parecer que no hay nada más. Fue director y guionista de la mayoría de las películas en las que aparece y productor y compositor de casi todas las que realizó a partir de los años 20. Un cineasta completo, por tanto, cine de autor, cuyo nombre se debe colocar junto al de otros gigantes contemporáneos como Ernst Lubitsch o Fritz Lang.
"Tiempos modernos" es su primera película sonora: en realidad es una mixtura entre mudo y sonoro (como sucedía en "Vampyr" de Dreyer: tiempos modernos para todos, para el cine también): se mantienen los carteles con los diálogos y el sonido sólo está presente en la música, en algunas voces que salen de radios o de altavoces de las fábricas (y de una pantalla: la videoconferencia, presente en fotogramas de los años 30) y, sobre todo, en una canción que canta Charlot (porque esta película es una de Charlot, del mítico y clásico, con su bombín y su bastón, por supuesto) hacía el final de la cinta: la conocida melodía de Je cherche après Titine pero con letra chapliniana: un pasaje que es una lección absoluta de vodevil, el género en el que despuntó el joven Chaplin, en Londres, antes de saltar, años después, al celuloide. Saltar el charco y asaltar la Historia del cine (y, practicamente, fundarla: recuerdos primordiales de la memoria cinematográfica común).
"Tiempos modernos" se puede tomar como la cara divertida de "Metrópolis" de Fritz Lang, que era mucho más dramática, colosal, trascendente. Pero la sátira del capitalismo de producción que se desarrolla en "Tiempos modernos" es igualmente implacable y desgarradora, con la virtud añadida de que el mensaje se trasmite por la carcajada, una línea al pie de un placer al alcance de todos: no lo pienses ahora pero te ríes cuando en realidad deberías echarte a llorar, ay. Bittersweet. El trabajador esclavo de los índices de productividad, del miedo a perder el empleo, de la tarea monótona y de la jornada eterna anclado a la cadena de montaje: huelga y represión: estrés y depresión. Las taras congénitas de un sistema esquizofrénico que permanecen aún sin cura, tantas décadas después. El director británico sería posteriormente acusado de comunismo, una acusación que, atendiendo a su filmografía y a su postura pública, le preocupó más bien poco. O nada. En 1952 salió de Estados Unidos y las autoridades de aquel país le prohibieron el regreso (tenía poderosos enemigos: Hoover, McCarthy: seguro que estos también se troncharon en el cine alguna vez -o muchas- viendo una de Charlot). Que les den, debió pensar. Chaplin murió en Suiza en 1977.
Pero no sólo hay humor y denuncia en "Tiempos modernos". En el caminar horizontal y saltarín del enamoradizo mimo se cruza, como en tantas otras ocasiones, una chica: la mirada intensa de Paulette Goddard (como después sucedería en "El gran dictador"). Una huerfanita desvalida: su mayor debilidad.
Y si hay que cantar se canta.
"Tiempos modernos" es su primera película sonora: en realidad es una mixtura entre mudo y sonoro (como sucedía en "Vampyr" de Dreyer: tiempos modernos para todos, para el cine también): se mantienen los carteles con los diálogos y el sonido sólo está presente en la música, en algunas voces que salen de radios o de altavoces de las fábricas (y de una pantalla: la videoconferencia, presente en fotogramas de los años 30) y, sobre todo, en una canción que canta Charlot (porque esta película es una de Charlot, del mítico y clásico, con su bombín y su bastón, por supuesto) hacía el final de la cinta: la conocida melodía de Je cherche après Titine pero con letra chapliniana: un pasaje que es una lección absoluta de vodevil, el género en el que despuntó el joven Chaplin, en Londres, antes de saltar, años después, al celuloide. Saltar el charco y asaltar la Historia del cine (y, practicamente, fundarla: recuerdos primordiales de la memoria cinematográfica común).
"Tiempos modernos" se puede tomar como la cara divertida de "Metrópolis" de Fritz Lang, que era mucho más dramática, colosal, trascendente. Pero la sátira del capitalismo de producción que se desarrolla en "Tiempos modernos" es igualmente implacable y desgarradora, con la virtud añadida de que el mensaje se trasmite por la carcajada, una línea al pie de un placer al alcance de todos: no lo pienses ahora pero te ríes cuando en realidad deberías echarte a llorar, ay. Bittersweet. El trabajador esclavo de los índices de productividad, del miedo a perder el empleo, de la tarea monótona y de la jornada eterna anclado a la cadena de montaje: huelga y represión: estrés y depresión. Las taras congénitas de un sistema esquizofrénico que permanecen aún sin cura, tantas décadas después. El director británico sería posteriormente acusado de comunismo, una acusación que, atendiendo a su filmografía y a su postura pública, le preocupó más bien poco. O nada. En 1952 salió de Estados Unidos y las autoridades de aquel país le prohibieron el regreso (tenía poderosos enemigos: Hoover, McCarthy: seguro que estos también se troncharon en el cine alguna vez -o muchas- viendo una de Charlot). Que les den, debió pensar. Chaplin murió en Suiza en 1977.
Pero no sólo hay humor y denuncia en "Tiempos modernos". En el caminar horizontal y saltarín del enamoradizo mimo se cruza, como en tantas otras ocasiones, una chica: la mirada intensa de Paulette Goddard (como después sucedería en "El gran dictador"). Una huerfanita desvalida: su mayor debilidad.
Y si hay que cantar se canta.
martes, octubre 04, 2011
"El niño", de Jean-Pierre y Luc Dardenne
Una pareja de jóvenes, Bruno (Jérémie Renier, excelente actor, un habitual de la filmografía de los hermanos Dardenne) y Sonia (Déborah François; junto a Renier logra una actuación magnífica en esta película) han tenido a su primer hijo. Él es un maleante, el cabecilla de un pequeño grupo de delincuentes (toque Oliver Twist) juveniles, que malvive con las ganancias de vender objetos robados o, si la ocasión lo requiere, mendigando por las calles. Obtener dinero como sea y derrocharlo en la satisfacción inmediata del deseo consumista, tal y como marca una sociedad con una escala de valores descabellada: un buga molón, una chupa guay. La ilusión de alcanzar una vida distinta, un nivel establecido sobre estereotipos vacuos de felicidad publicitaria. Y también sobre la falsa idea de obtenerlo sin dar un palo al agua ya que, como se observa en la película, el trapicheo es una actividad en la que no se para en todo el día. En "Rosetta", la primera Palma de Oro de Cannes de estos cineastas, conseguida en 1999 ("El niño" es la segunda, ganada en 2005), la protagonista pretendía salir del arroyo trabajando duro. En "El niño", no: cualquier chisme es válido como moneda de cambio, cualquier negocio es bueno si aporta un beneficio económico. Cualquier cosa vale y mejor no pararse ante barreras éticas (así será también en su siguiente obra, "El silencio de Lorna": el de los Dardenne es el cine de los desposeídos, de los marginados, la basura blanca, los que no pueden escapar de su destino, habitando eternamente los arcenes del próspero mundo occidental).
Bruno empuja el carrito del bebé, con decisión y ceguera, contando el dinero como la lechera del cuento. Pero el ascensor está estropeado. Hay que coger al niño, el pequeño Jimmy, recién nacido de nueve días, para subir por las escaleras de un edificio. Las caras de los bebés se borran, rostro en mutación semanal, y el furor de su llanto también desaparece, pero lo que permanece siempre anclado en la memoria es el recuerdo de su peso en tus brazos. Tus manos en sus axilas, toda tu atención en la punta de los dedos, calibrando con exactitud la tensión necesaria para sujetar sin apretar, para recoger y no dejar caer. Esos pocos kilos de carne tibia y relajada, esos dedos arrugados que se aferran a los tuyos con una fuerza inesperada. Coger a un niño en brazos es la firma de un pacto que dura hasta la muerte, una promesa leal de protección y sacrificio, de cariño sin límite. Ya nada será igual.
Decía Federico Luppi en "Martín (Hache)" de Adolfo Aristarain:
El final me ha recordado intensamente al de "Pickpocket" de Robert Bresson, una referencia exacta para la trama que se desarrolla en "El niño": la redención. Con referencias así, el resultado tiene que ser extraordinario.
Bruno empuja el carrito del bebé, con decisión y ceguera, contando el dinero como la lechera del cuento. Pero el ascensor está estropeado. Hay que coger al niño, el pequeño Jimmy, recién nacido de nueve días, para subir por las escaleras de un edificio. Las caras de los bebés se borran, rostro en mutación semanal, y el furor de su llanto también desaparece, pero lo que permanece siempre anclado en la memoria es el recuerdo de su peso en tus brazos. Tus manos en sus axilas, toda tu atención en la punta de los dedos, calibrando con exactitud la tensión necesaria para sujetar sin apretar, para recoger y no dejar caer. Esos pocos kilos de carne tibia y relajada, esos dedos arrugados que se aferran a los tuyos con una fuerza inesperada. Coger a un niño en brazos es la firma de un pacto que dura hasta la muerte, una promesa leal de protección y sacrificio, de cariño sin límite. Ya nada será igual.
Decía Federico Luppi en "Martín (Hache)" de Adolfo Aristarain:
No es quererlo, es peor. Es mucho más fuerte. Si tuvieras hijos no haría falta decírtelo. No es joda cuando uno dice que es capaz de dar la vida por su hijo. Tenés miedo, no se puede controlar, tenés miedo a que le pase algo, querés estar siempre con él para cuidarlo. Pero vos sabés que no puede ser. No es miedo a que se muera, es miedo a que le pase algo, a que sufra. No podés ni pensar en que se puede morir, te duele pensarlo, te da pánico porque sabés que si... Sabés que si eso llega a pasar... no vas a sufrir ni te va a doler. Te va a destruir. Vas a dejar de existir aunque sigas viviendo. Si se muere te morís con él. Así de sencillo.Rectificar es de sabios aunque puede ser demasiado tarde. Se han desencadenado consecuencias indeseadas, acciones que no tienen vuelta de hoja: los sabios también terminan entre rejas: giros inesperados: otra marca de la casa. Y no creo que la película sea moralista, pues hay juicios que van más allá de lo social, de lo que la sociedad espera de cada uno, para adentrarse en el terreno de la condición inherente del ser humano, de su esencia. Cine existencialismo.
El final me ha recordado intensamente al de "Pickpocket" de Robert Bresson, una referencia exacta para la trama que se desarrolla en "El niño": la redención. Con referencias así, el resultado tiene que ser extraordinario.
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