Estoy leyendo "Un hombre sin patria", testamento vital del escritor Kurt Vonnegut (conocido por su novela "Matadero 5", relato del brutal e innecesario bombardeo de Dresde, en Alemania, al final de la Segunda Guerra Mundial) publicado pocos años antes de su muerte. Entre el conjunto de reflexiones llenas de ironía y humor con las que Vonnegut, superados los ochenta años, intenta transmitir consejos a sus lectores, hay una que apunta directamente a la película de Hal Hartley: El arte no es una forma de ganarse la vida. Es más bien una forma muy humana de hacer la vida más soportable (...). Cuenten cuentos. Escriban un poema para un amigo o una amiga, aunque sea pésimo. Háganlo tan bien como sepan y obtendrán una enorme recompensa. Habrán creado algo.
Me encontré ese párrafo en el libro y al día siguiente vi "Henry Fool": para que luego digan que las casualidades no existen.
Salvado por el arte. Simon Grim, un joven basurero que vive con una madre enferma mental y una hermana de tendencias ninfómanas y que es acosado a diario por una pareja de drogadictos que le convierten en blanco de sus putadas, conoce a Henry Fool, un ex presidiario que alquila el sótano de la familia Grim para vivir en él. Henry Fool (su aspecto me recuerda alguna foto de David Foster Wallace, aquel joven genio de las letras norteamericanas que se suicidó hace un par de años) tiene aura de escritor maldito, de perseguido, de vida literaria trufada de aventura y de peligro, entre Jack London y Charles Bukowski, y arrastra con él unos manuscritos con su obra inédita, sus "Confesiones". Esa impostura bohemia engatusa a Simon, necesitado de cualquier salvavidas al que aferrarse, de un cambio de rumbo antes de perderse sin remedio: Henry le regala a Simon un cuaderno en blanco y un lápiz y le anima a que escriba en él sus pensamientos: Llévalo contigo siempre. Si alguna vez tienes algo que decir y no te sale, te paras y lo escribes.
Simon Grim recibe el impulso necesario para atreverse a entrar en el mundo del arte y de este modo salvarse. Así de sencillo. Otro objetivo mucho más misterioso e inaprensible será el éxito editorial, los millones de lectores, las cifras de ventas, el reconocimiento y la gloria. Ahí la película, del año 1997, se atreve a pronosticar, con gran acierto, que Internet, que aún no estaba presente en cada ordenador del mundo (o en cada bolsillo, ¿quién se atrevía a semejante profecía?) sería un vehículo propicio para un autor desconocido pero con mucho talento. Un editor no tiene que elegir lo crea que es mejor, tiene que elegir lo que más se vaya a vender. Así de sencillo, también.
Hal Hartley es un director de comedias amargas, historias marginales, excéntricas, conducidas por personajes cotidianos pero que se niegan a alienarse, a dejarse llevar al redil. Películas raras como "La increíble verdad", "Trust" o "Flirt" siempre fuera del mainstream capador. Las películas raras, eso tan extraordinario. En la entrevista que acompaña al DVD de "Henry Fool" le preguntan al director por su falta de ambición, una trayectoria siempre alejada de la taquilla. Él contesta que no, que se siente ambicioso a más no poder.
No se debe confundir la ambición con la codicia.
domingo, marzo 27, 2011
domingo, marzo 20, 2011
"Eduardo Manostijeras", de Tim Burton
Cuando vi "Dogville", de Lars Von Trier, en ningún momento las desventuras de Grace (Nicole Kidman) me trajeron a la memoria al personaje creado por Tim Burton en 1990. Hoy ha sucedido lo contrario y al ver de nuevo al pálido Johnny Deep (no había vuelto a ver esta película desde su estreno) acosado por los vecinos de un suburbio norteamericano, he recordado a la pálida Nicole Kidman encadenada a una rueda de carro. Extraños en el paraíso, recién llegados a comunidades ordenadas, atadas a rígidas convenciones, que en un principio son bienvenidos, después esclavizados y por último expulsados sin piedad. Da igual que seas una bella rubia o un engendro mecánico de afiladas cizallas, pues cuando se choca con la incomprensión y la ignorancia estás sentenciado.
La película de Tim Burton, una de las mejores que ha realizado, es ante todo una dura crítica de la sociedad en la que se crió el director californiano, de modo que la imposibilidad de adaptación de Eduardo al entorno en el que ha sido acogido es fiel reflejo de la experiencia vital de Burton durante su infancia: un nerd obsesionado con el terror y la ciencia ficción que llenaba papeles con dibujos inquietantes de monstruos y seres deformes: demasiada imaginación en el imperio del pragmatismo y lo prosaico, de la mediocridad y lo uniforme. Supongo que en el estreno de la película alguno de sus antiguos vecinos se reconoció en el celuloide y no le hizo ninguna gracia la broma: la venganza se sirve fría. Amas de casa aburridas y padres de familia adocenados, crían proles abocadas al consumismo feroz en casas de una planta pintadas de tonos pastel rodeadas de césped cortado cuidadosamente: navidades blancas en medio del desierto porque lo demanda la publicidad de los grandes almacenes. Las cuchillas de Eduardo despiertan pulsiones eróticas inconfesables y hacen brotar la sangre sobre la piel, rasgando los fotogramas para apenas desvelar a un autor que si quisiera se podría poner muy violento en sus cintas pero que en la mayoría de ocasiones rebaja el tono, alejándose del psicokiller para dejarse caer en los brazos del cuento infantil más o menos macabro.
La trayectoria de este realizador está salpicada de genialidades, en las que el diseño de personajes raramente ha decepcionado y sí ha asombrado casi siempre, pero últimamente corre el riesgo de limitarse a ser firma de prestigio al final del mamotreto, convertirse en factoría de producciones (mejor decir producción que obra: producción suena a dinero y obra suena a arte) bien rematadas y apabullantes en lo visual, pero con poco que contar: Burton significa taquillazo y a la industria es lo que le importa. Esperemos que no y que después del desastre de "Alicia en el País de las Maravillas" volvamos a disfrutar de este cineasta indispensable.
"Eduardo Manostijeras" es el milagro tecnológico: un robot, un artefacto, una creación de la ciencia y el intelecto humanos que, como todos los inventados hasta ahora, tiene un apartado de "Precaución" al principio del manual de usuario: la doble cara de los avances técnicos, da igual que sea un automóvil o un secador de pelo. Las tijeras en vez de manos son su don a la vez que su desgracia, todo depende de cómo se utilicen. De cómo las utilicemos.
Mientras me sirvas eres mi amigo pero si un día me harto de ti te perseguiré hasta tu casa y arderás como Frankenstein en el molino. Y me da igual que me pongas ojitos, Johnny Deep.
La película de Tim Burton, una de las mejores que ha realizado, es ante todo una dura crítica de la sociedad en la que se crió el director californiano, de modo que la imposibilidad de adaptación de Eduardo al entorno en el que ha sido acogido es fiel reflejo de la experiencia vital de Burton durante su infancia: un nerd obsesionado con el terror y la ciencia ficción que llenaba papeles con dibujos inquietantes de monstruos y seres deformes: demasiada imaginación en el imperio del pragmatismo y lo prosaico, de la mediocridad y lo uniforme. Supongo que en el estreno de la película alguno de sus antiguos vecinos se reconoció en el celuloide y no le hizo ninguna gracia la broma: la venganza se sirve fría. Amas de casa aburridas y padres de familia adocenados, crían proles abocadas al consumismo feroz en casas de una planta pintadas de tonos pastel rodeadas de césped cortado cuidadosamente: navidades blancas en medio del desierto porque lo demanda la publicidad de los grandes almacenes. Las cuchillas de Eduardo despiertan pulsiones eróticas inconfesables y hacen brotar la sangre sobre la piel, rasgando los fotogramas para apenas desvelar a un autor que si quisiera se podría poner muy violento en sus cintas pero que en la mayoría de ocasiones rebaja el tono, alejándose del psicokiller para dejarse caer en los brazos del cuento infantil más o menos macabro.
La trayectoria de este realizador está salpicada de genialidades, en las que el diseño de personajes raramente ha decepcionado y sí ha asombrado casi siempre, pero últimamente corre el riesgo de limitarse a ser firma de prestigio al final del mamotreto, convertirse en factoría de producciones (mejor decir producción que obra: producción suena a dinero y obra suena a arte) bien rematadas y apabullantes en lo visual, pero con poco que contar: Burton significa taquillazo y a la industria es lo que le importa. Esperemos que no y que después del desastre de "Alicia en el País de las Maravillas" volvamos a disfrutar de este cineasta indispensable.
"Eduardo Manostijeras" es el milagro tecnológico: un robot, un artefacto, una creación de la ciencia y el intelecto humanos que, como todos los inventados hasta ahora, tiene un apartado de "Precaución" al principio del manual de usuario: la doble cara de los avances técnicos, da igual que sea un automóvil o un secador de pelo. Las tijeras en vez de manos son su don a la vez que su desgracia, todo depende de cómo se utilicen. De cómo las utilicemos.
Mientras me sirvas eres mi amigo pero si un día me harto de ti te perseguiré hasta tu casa y arderás como Frankenstein en el molino. Y me da igual que me pongas ojitos, Johnny Deep.
domingo, marzo 06, 2011
"Cisne negro", de Darren Aronofsky
¿Cómo se logra la perfección a la hora de interpretar un papel? ¿Cómo hacer para meterse en la piel del personaje? Quizás el secreto es que el personaje salga de debajo de la piel: la metamorfosis: patito feo en cisne, gusano en mariposa, viajante de comercio en cucaracha.
A Natalie Portman se le puso la etiqueta de mojigata cuando, siendo aún menor de edad, se negaba a realizar escenas de sexo. Por imperativo paterno, al parecer. Para una persona que empezó su carrera cinematográfica a los 13 años deslumbrando con su interpretación de Mathilda, la joven pareja (relación apenas escabrosa) del asesino a sueldo Leon (Jean Reno) en la imprescindible "Leon, el profesional" de Luc Besson, parecía que no iban a existir barreras morales a la hora de aceptar un papel en su futura carrera, pero no fue así. Lolita, sí, pero no la de Nabokov. Por ese motivo algunos de sus trabajos posteriores como "Closer" de Mike Nichols, se han puesto en la balanza midiendo cuánto se alejaba del bien para adentrarse en el mal: cuánto cisne negro había en el cisne blanco. Mas allá de esa barrera que la actriz se encontraba en cada escalón, la chica iba alcanzando un aplomo frente a la cámara que, poco a poco, consolidaba su presencia en el mundo cinematográfico: en la excelente "My blueberry nights" de Wong Kar Wai, por ejemplo. "Cisne negro", su triunfo absoluto, premiado y reconocido unánimemente, es metáfora certera de un estereotipo que hace mucho tiempo debió quedar atrás (si alguien buscaba que la actriz se desatará sexualmente en el celuloide no se podrá quejar, ya que en esta película practica sexo, autosexo y hasta homosexo: todo ello muy logrado, eso sí).
El director Darren Aronofsky, cineasta de la obsesión, es muy dado al abuso en cuanto a repetir un patrón en sus películas para que una idea, una sensación, una fobia, se instale en la mente del espectador. Y con ese recurso ha conseguido brillantes películas como "Pi" o "Requiem por un sueño", aunque alguna otra se ha alejado de ese logro, como "The fountain", mucho más convencional y sensiblera (añado el enlace a "The Wrestler" y, ya está, resulta que, junto a "Cisne negro", las obras completas de Darren Aronofsky figuran en este blog: se podía invitar a algo). En "Cisne negro" se relata una caída en la esquizofrenia, parecida a la que refleja Martin Scorsese en "Shutter Island" en cuanto a que llega un momento en que el espectador se hace un lío y ya no acierta a discernir qué es realidad y qué es imaginación (con esa premisa el que está de este lado de la pantalla puede acertar a comprender el jaleo mental del enfermo retratado), regalando momentos finales de tensión gratuita y bastante innecesaria. Enfatizar la transformación con tanta uña rota, tanto padrastro mal arrancado, tanto sarpullido rascado y tanto tutú teñido de sangre, además de la exageración evidente del destino de la pobre Wynona Ryder (¿otra metáfora de figura cinematográfica machacada por los tabloides?) produce más desagrado que identificación.
Y en mi caso una dentera monumental.
A Natalie Portman se le puso la etiqueta de mojigata cuando, siendo aún menor de edad, se negaba a realizar escenas de sexo. Por imperativo paterno, al parecer. Para una persona que empezó su carrera cinematográfica a los 13 años deslumbrando con su interpretación de Mathilda, la joven pareja (relación apenas escabrosa) del asesino a sueldo Leon (Jean Reno) en la imprescindible "Leon, el profesional" de Luc Besson, parecía que no iban a existir barreras morales a la hora de aceptar un papel en su futura carrera, pero no fue así. Lolita, sí, pero no la de Nabokov. Por ese motivo algunos de sus trabajos posteriores como "Closer" de Mike Nichols, se han puesto en la balanza midiendo cuánto se alejaba del bien para adentrarse en el mal: cuánto cisne negro había en el cisne blanco. Mas allá de esa barrera que la actriz se encontraba en cada escalón, la chica iba alcanzando un aplomo frente a la cámara que, poco a poco, consolidaba su presencia en el mundo cinematográfico: en la excelente "My blueberry nights" de Wong Kar Wai, por ejemplo. "Cisne negro", su triunfo absoluto, premiado y reconocido unánimemente, es metáfora certera de un estereotipo que hace mucho tiempo debió quedar atrás (si alguien buscaba que la actriz se desatará sexualmente en el celuloide no se podrá quejar, ya que en esta película practica sexo, autosexo y hasta homosexo: todo ello muy logrado, eso sí).
El director Darren Aronofsky, cineasta de la obsesión, es muy dado al abuso en cuanto a repetir un patrón en sus películas para que una idea, una sensación, una fobia, se instale en la mente del espectador. Y con ese recurso ha conseguido brillantes películas como "Pi" o "Requiem por un sueño", aunque alguna otra se ha alejado de ese logro, como "The fountain", mucho más convencional y sensiblera (añado el enlace a "The Wrestler" y, ya está, resulta que, junto a "Cisne negro", las obras completas de Darren Aronofsky figuran en este blog: se podía invitar a algo). En "Cisne negro" se relata una caída en la esquizofrenia, parecida a la que refleja Martin Scorsese en "Shutter Island" en cuanto a que llega un momento en que el espectador se hace un lío y ya no acierta a discernir qué es realidad y qué es imaginación (con esa premisa el que está de este lado de la pantalla puede acertar a comprender el jaleo mental del enfermo retratado), regalando momentos finales de tensión gratuita y bastante innecesaria. Enfatizar la transformación con tanta uña rota, tanto padrastro mal arrancado, tanto sarpullido rascado y tanto tutú teñido de sangre, además de la exageración evidente del destino de la pobre Wynona Ryder (¿otra metáfora de figura cinematográfica machacada por los tabloides?) produce más desagrado que identificación.
Y en mi caso una dentera monumental.
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