En un acantilado colgado sobre el mar Báltico, iluminado por la brumosa luz crepuscular del norte, el caballero y la muerte juegan al ajedrez. Sin prisas, demorando tácitamente el instante definitivo, el caballero se cuestiona su vida dialogando con su oponente. Saber si sus días, su camino, marcado por el fanatismo bélico y sanguinario de las Cruzadas han servido en realidad a una causa verdadera o a un mito sin fundamento: la fe como excusa vital: la duda metafísica, religiosa, puntal del cine de Bergman, se retrata magistralmente en "El Séptimo Sello".
"Un verano con Mónica", dos fugitivos en el Paraíso de la naturaleza huyendo del Infierno de la ciudad, sensualidad y pasión en un entorno costero tan desnudo como hermoso: dos jóvenes que no necesitan nada más que el amor mutuo: dos expulsados tras el robo de la fruta prohibida, en un paralelismo bíblico innegable. La pregunta que tiene que dilucidar el joven Harry (Lars Ekborg) es si aquel verano en que abandonó todo por Mónica (Harriet Andersson) para ser más tarde abandonado él mismo, mereció o no la pena (Mónica mira hacía la cámara acercándose hasta el primer plano: no me juzgues, no me importa: "Monika, the story of a bad girl" fue el título elegido en Estados Unidos, un título tan escandaloso como trivializante, que invita al espectador a confundir las intenciones de la historia). Saber si aquel tiempo dulce como un sueño y del que despertó para caer en una pesadilla, será capaz por sí solo de justificar una existencia que se aventura gris y desesperada. Y la respuesta es que sí, que es mucho peor no haber amado.
Obra maestra.
Cherchez la femme.
viernes, mayo 31, 2013
miércoles, mayo 08, 2013
"Sueños de un seductor", de Herbert Ross
¿Quién liga más, Humphrey Bogart o Woody Allen? ¿Qué modelo masculino tiene más posibilidades de salir emparejado de una discoteca, el distante o el gracioso? ¿El canalla castigador o el buenazo vulnerable? Porque ninguno de los dos es un adonis, para qué nos vamos a engañar: Bogart más fotogénico, eso sí, o, al menos, dotado de mejor percha para llevar sombreros y gabardinas además de una oportuna ausencia de dioptrías: gansters contra gafapastas, eterno combate. O no. Rick se despide de Ilsa para siempre, pierde lo que más desea empujándola a tomar un avión, pero ningún espectador duda de su victoria mientras él se aleja en compañía del capitán Louis Renault, a punto de celebrar su recién iniciada amistad. Allan (o Allen) desvanecerá finalmente las diferencias con su contrario, con su anhelo y su inspiración, al darse cuenta de que la estética del perdedor es la que realmente cultivó Bogart en su mítico Café Américain.
Play it again, Sam, tócala otra vez, la frase más famosa de "Casablanca" de Michael Curtiz: la más famosa y la que nunca se pronuncia: play it, Sam, le pide Ingrid Bergman al pianista interpretado por Dooley Wilson, que cantaba estupendamente "As Times Goes By" pero que no sabía tocar el piano: cántala pero no la toques de nuevo, amigo, eso será imposible. Sin embargo la frase play it again, Sam se volvió un ruego de uso popular, hizo fortuna, porque Woody Allen tituló así la obra de teatro en la que se basa la película. Vamos a ver "Casablanca" otra vez, Sam, vamos a verla una y mil veces, again and again, atrapados en la atmósfera de ese celuloide magnético y cautivador: por encima de todo "Sueños de un seductor" es un nítido homenaje cinéfilo. Y hacía mucho que no la veía pero he comprobado que me sigo riendo con ella. Gran Woody.
Diane Keaton inicia en "Sueños de un seductor" su trayectoria cinematográfica junto a Woody Allen, formando una de las parejas más perfectas que se hayan plasmado en fotogramas: química completa. De hecho la actriz ya había realizado el papel de Linda en la obra de teatro, había triunfado en Broadway, y el mismo año en que rodó "Sueños de un seductor" interpretó a Kay, la novia de Michael Corleone, para Francis Ford Coppola en "El Padrino": directa hacia las estrellas. La década de los 70 fue de intenso trabajo junto a Woody Allen, tarea que culminó con el Oscar por "Annie Hall". La última en la que Keaton actuó a las ordenes del director neoyorquino fue "Misterioso asesinato en Manhattan", hace veinte años. Sí, ya llovió desde aquello, pero ambos, cada uno por su lado, siguen rodando y rodando. ¿Qué tal juntarse a hacer otra película y comprobar que los rescoldos aún dan calor? Desde luego que convencer a Mia Farrow iba a ser mucho más complicado.
Play it again, Sam, tócala otra vez, la frase más famosa de "Casablanca" de Michael Curtiz: la más famosa y la que nunca se pronuncia: play it, Sam, le pide Ingrid Bergman al pianista interpretado por Dooley Wilson, que cantaba estupendamente "As Times Goes By" pero que no sabía tocar el piano: cántala pero no la toques de nuevo, amigo, eso será imposible. Sin embargo la frase play it again, Sam se volvió un ruego de uso popular, hizo fortuna, porque Woody Allen tituló así la obra de teatro en la que se basa la película. Vamos a ver "Casablanca" otra vez, Sam, vamos a verla una y mil veces, again and again, atrapados en la atmósfera de ese celuloide magnético y cautivador: por encima de todo "Sueños de un seductor" es un nítido homenaje cinéfilo. Y hacía mucho que no la veía pero he comprobado que me sigo riendo con ella. Gran Woody.
Diane Keaton inicia en "Sueños de un seductor" su trayectoria cinematográfica junto a Woody Allen, formando una de las parejas más perfectas que se hayan plasmado en fotogramas: química completa. De hecho la actriz ya había realizado el papel de Linda en la obra de teatro, había triunfado en Broadway, y el mismo año en que rodó "Sueños de un seductor" interpretó a Kay, la novia de Michael Corleone, para Francis Ford Coppola en "El Padrino": directa hacia las estrellas. La década de los 70 fue de intenso trabajo junto a Woody Allen, tarea que culminó con el Oscar por "Annie Hall". La última en la que Keaton actuó a las ordenes del director neoyorquino fue "Misterioso asesinato en Manhattan", hace veinte años. Sí, ya llovió desde aquello, pero ambos, cada uno por su lado, siguen rodando y rodando. ¿Qué tal juntarse a hacer otra película y comprobar que los rescoldos aún dan calor? Desde luego que convencer a Mia Farrow iba a ser mucho más complicado.
domingo, mayo 05, 2013
"Hasta el fin del mundo", de Wim Wenders
Jeanne Moraeu está ciega y Max Von Sydow intenta combatir esa ceguera mediante una máquina que captura visiones ajenas para poder ser inyectadas en el cerebro de otra persona. Más allá aún, pues una evolución de la máquina permitiría registrar los sueños, rodaje del subconsciente dormido, para poder visualizarlos posteriormente. Pocas veces recordamos lo que soñamos: la fábrica de sueños genera muchas imágenes que se pierden irremediablemente, como esas películas que no se estrenan nunca, enlatadas hasta pudrirse. Ver esa parte prohibida, abrir una carta que no recordábamos haber escrito y que acabó perdida en un cajón, se revela una tarea adictiva para el usuario de la máquina. Ver más, seguir mirando. No es extraño. ¿No son las drogas alucinógenas un hábito irresistible? ¿No lo ha de ser también la alucinación de uno mismo? ¿No es el cine una adicción?
Esa parte de "Hasta el fin de mundo" sería suficiente para salvar una película que resulta prescindible en la mayoría de su metraje (excesivo, además). Una gran producción para los años de la caída del Muro (estrenada en 1991), con vocación internacional, director de prestigio y reparto de estrellas, que mueve la trama por todo el planeta apoyada en la ilusión de libertad de la demolición del sistema comunista soviético, pero que sigue teniendo los mismos temores de destrucción total, representados ahora por un satélite nuclear indio: la bomba no era sólo cosa de dos. Ese recorrido se sitúa en el futuro, en el año 1999, fin de milenio, y la acción pasa por múltiples puntos del globo (15 ciudades de siete países de cuatro continentes) como buscando algo que merezca la pena salvar. Finaliza en mitad del desierto australiano, con los aborígenes y su Tiempo del Sueño: a principios de los noventa el New Age pegaba fuerte. La trama llega, por fin, a Australia, hasta Jeanne Moreau y Max Von Sydow, y también llega el cine y su metáfora vital. Aparece la película que debe ser y se deja atrás toda la morralla intrascendente.
Porque la mezcla de cine negro con la ciencia ficción funciona bastante mal en esta película, sobre todo por tener un guión deslavazado y unas interpretaciones poco convincentes (el detective privado que aparece en ella es el más patético que yo haya visto nunca, aunque tiene un gran acierto, una intuición vidente como pocas: el ordenador para buscar personas: las compras electrónicas, las cámaras CCTV: el detective trabaja sin salir de su despacho en los tiempos que anteceden a Internet). Aún así, la película tiene momentos de gran cine, como el referido al comienzo de esta entrada: película de destellos, como los tenían incluso las peores películas de Nicholas Ray, el director amado por Wim Wenders ("Hasta el fin del mundo" se titula así por las palabras finales de "Rey de reyes" de Nicholas Ray: la relación Ray-Wenders merecerá pronto gran atención por mi parte). Y también posee una buena banda sonora, con la inclusión de temas de muchos de los mejores grupos de la época.
Solveig Dommartin enganchada a sus sueños. En realidad, a una pantalla a pilas que sujeta en su mano y de la que no puede apartar la vista. Eso sí que fue una buena premonición. En la actualidad el pulgar se desliza hacia arriba y hacia abajo por la pantalla del teléfono móvil, desgranando las cuentas de un rosario tecnológico: el chip es el dios único. Reuniones de personas en las que ninguna habla, atareados en recibir mensajes de remotos desconocidos, gilipolleces de menos de un par de frases, cuanto más corta la tontería mejor, encorvados sobre la palma de su mano, mirando al suelo en vez de al que tiene enfrente, que con suerte estará haciendo la misma imbecilidad que su compañero de mesa, porque como intente entablar una charla amigable, la decepción y la incredulidad serán su única compañía. ¿Adictos a qué? A la mediocridad más absurda, a la frase banal.
"París, Texas", "El amigo americano", "El cielo sobre Berlín",...
¡Ojo! Que nadie se meta con Wenders, ¡que no me lo toque nadie!
Entonces no quedará sino batirnos... Liarnos a escopetazos, en fin.
Esa parte de "Hasta el fin de mundo" sería suficiente para salvar una película que resulta prescindible en la mayoría de su metraje (excesivo, además). Una gran producción para los años de la caída del Muro (estrenada en 1991), con vocación internacional, director de prestigio y reparto de estrellas, que mueve la trama por todo el planeta apoyada en la ilusión de libertad de la demolición del sistema comunista soviético, pero que sigue teniendo los mismos temores de destrucción total, representados ahora por un satélite nuclear indio: la bomba no era sólo cosa de dos. Ese recorrido se sitúa en el futuro, en el año 1999, fin de milenio, y la acción pasa por múltiples puntos del globo (15 ciudades de siete países de cuatro continentes) como buscando algo que merezca la pena salvar. Finaliza en mitad del desierto australiano, con los aborígenes y su Tiempo del Sueño: a principios de los noventa el New Age pegaba fuerte. La trama llega, por fin, a Australia, hasta Jeanne Moreau y Max Von Sydow, y también llega el cine y su metáfora vital. Aparece la película que debe ser y se deja atrás toda la morralla intrascendente.
Porque la mezcla de cine negro con la ciencia ficción funciona bastante mal en esta película, sobre todo por tener un guión deslavazado y unas interpretaciones poco convincentes (el detective privado que aparece en ella es el más patético que yo haya visto nunca, aunque tiene un gran acierto, una intuición vidente como pocas: el ordenador para buscar personas: las compras electrónicas, las cámaras CCTV: el detective trabaja sin salir de su despacho en los tiempos que anteceden a Internet). Aún así, la película tiene momentos de gran cine, como el referido al comienzo de esta entrada: película de destellos, como los tenían incluso las peores películas de Nicholas Ray, el director amado por Wim Wenders ("Hasta el fin del mundo" se titula así por las palabras finales de "Rey de reyes" de Nicholas Ray: la relación Ray-Wenders merecerá pronto gran atención por mi parte). Y también posee una buena banda sonora, con la inclusión de temas de muchos de los mejores grupos de la época.
Solveig Dommartin enganchada a sus sueños. En realidad, a una pantalla a pilas que sujeta en su mano y de la que no puede apartar la vista. Eso sí que fue una buena premonición. En la actualidad el pulgar se desliza hacia arriba y hacia abajo por la pantalla del teléfono móvil, desgranando las cuentas de un rosario tecnológico: el chip es el dios único. Reuniones de personas en las que ninguna habla, atareados en recibir mensajes de remotos desconocidos, gilipolleces de menos de un par de frases, cuanto más corta la tontería mejor, encorvados sobre la palma de su mano, mirando al suelo en vez de al que tiene enfrente, que con suerte estará haciendo la misma imbecilidad que su compañero de mesa, porque como intente entablar una charla amigable, la decepción y la incredulidad serán su única compañía. ¿Adictos a qué? A la mediocridad más absurda, a la frase banal.
"París, Texas", "El amigo americano", "El cielo sobre Berlín",...
¡Ojo! Que nadie se meta con Wenders, ¡que no me lo toque nadie!
Entonces no quedará sino batirnos... Liarnos a escopetazos, en fin.
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