lunes, marzo 17, 2014

"Dallas Buyers Club", de Jean-Marc Vallée

Al escribir sobre "Dallas Buyers Club" después de la gala de los Oscar, mis impresiones sobre la película se verán indudablemente lastradas por la resaca que sucede al más galáctico de los eventos cinematográficos. "Dallas Buyers Club", más allá del huracán Oscar, tiene componentes suficientes para disfrutar sobradamente de su visionado: sus actuaciones, su ambientación ochentera, la sorprendente aventura vital retratada y su explícita denuncia de los torvos manejos de las empresas farmacéuticas: la codicia es la única enfermedad sin cura. Pero el asunto será Matthew, me temo.

Premios Oscar otorgados como se conceden medallas al valor, a los caídos en combate, a los heridos de guerra que lucen sus vendajes y sus mutilaciones con efímero orgullo patriótico. Esa categoría de Oscar al dolor, a la enfermedad y a la minusvalía no es nueva, abundan los ejemplos. Uno de los más conocidos es el de Daniel Day-Lewis por "Mi pie izquierdo" de Jim Sheridan, título señero, si bien la actuación de Matthew McConaughey se aproxima mucho más a aquella de Tom Hanks en "Philadelphia" de Jonathan Demme. De repente aquel tipo gracioso era un actor dramático de primera fila. Y, una racha singular, al año siguiente repitió (en actores masculinos sólo Spencer Tracy había logrado algo semejante) con "Forrest Gump" de Robert Zemeckis: ¡vaya caja de bombones que se merendó Mr. Hanks! La comedia puede estar bien pagada, pero seguro que es un género con escaso (injustamente) reconocimiento artístico: cambiarse a la máscara de la derecha puede ser una gran idea. Pero para máscaras la que Charlize Theron se plantó en "Monster" de Patty Jenkins, desprendiéndose de su inusual belleza para que el espectador no se distrajera con los encantos de la actriz y se fijara sólo en la potencia de su actuación. Sí, el atractivo físico parece reñido con el gran premio y a McConaughey le ha ido mucho mejor en la apreciación crítica de su talento cambiando musculitos y guapura por la apariencia decrépita y tísica de un moribundo ambulante. ¿No consiguió así su Oscar Christian Bale por "The Fighter" de David O. Russell? (Christian Bale ya demostró hasta qué límites estaba dispuesto a llevar su cuerpo en pos de una buena actuación en "El maquinista" de Brad Anderson). El método Stanislavski y una buena metamorfosis como camino directo a la alfombra roja. La receta no tiene por qué funcionar siempre: Tom Cruise se aferró en 1989 a una silla de ruedas para interpretar a un protestón veterano del Vietnam en "Nacido el 4 de Julio" de Oliver Stone, un papel de Oscar fijo, pero tuvo la mala suerte de coincidir en la gala con el mencionado Daniel Day-Lewis, que le arrebató la estatuilla con un pie atado a la silla. Francamente, Daniel tenía pinta de estar bastante peor de lo suyo.

No se malinterprete el escrito, ni hiera la poco trabajada ironía. Cualquiera de los nombrados más arriba tiene méritos suficientes para el reconocimiento y la alabanza en su profesión. De hecho, ser candidato a un Oscar implica que el resto del gremio del nominado aprecia de modo notable los detalles técnicos o artísticos alcanzados en una película. Las nominaciones ya suponen un premio enorme por sí mismas. Pero la carrera hacia la meta final, las votaciones del conjunto de los académicos, es una competición en la que la pista está cubierta de dólares, que no de caucho. Y al inmenso marketing se une lo políticamente correcto, el premio social: vencen las historias de superación personal, de lucha contra la opresión y la injusticia, tramas que parten con varios segundos de ventaja sobre el resto, una apuesta segura para una masa académica que en gran medida ha superado la cincuentena. Catarsis y espíritu reconfortado para dirigir el dedo del votante a la tecla adecuada. Nada como un final made in Hollywood.

En mi particular quiniela aposté por Leonardo DiCaprio antes que por Matthew McConaughey, sospechando que era una osadía malpensante. En las quinielas no hay que poner lo que te gustaría que ganase, si no lo que piensas que va a ganar. "El lobo de Wall Street" se fue de vacío, una cinta en la que McConaughey realiza una breve aparición que ya valía un Oscar, demostrando que su giro al infierno pero hacia el Olimpo del cine se puede realizar vestido con un buen traje y sin tener que perder un montón de kilos. Me queda recomendarle a Leonardo DiCaprio que en su siguiente película haga precisamente eso, que pierda (o gane, como hizo Robert DeNiro con su Jake LaMotta) todo el peso posible y que, al menos, pille un catarro chungo. Siempre por exigencias del guión, por supuesto.


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