jueves, septiembre 29, 2011

Teatro. "Wishful drinking", de Carrie Fisher

Teatro televisado, teatro a fin de cuentas: un monólogo imperdible para cualquier seguidor de la Fuerza.
En Urban Dictionary, aventuran la siguiente definición para el término:
wishful drinking : the mistaken belief that by drinking until your liver turns to crumbly chalk, things will be better.

En "I'm still here" el director Casey Affleck fantaseaba con la posibilidad de convertir al actor Joaquin Phoenix en un juguete roto, una víctima de la fama, una deslumbrante estrella de cine sumida en el descontrol de las drogas y la paranoia angustiosa de la búsqueda de la propia identidad artística, una pesadilla para sus amigos y familiares: o sea, Joaquin Phoenix hacía de Carrie Fisher: vamos con otra entrega de vidas de santos y personas ejemplares.
Trastorno bipolar, carácter maníaco depresivo, alcoholismo, drogadicción. Rehab y electroshock. ¿Lo traía puesto de casa o todos esos estupendos regalos se los debe a la princesa Leia Organa?
Culpar a Debbie Reynolds y Eddie Fisher, sus padres, actriz y cantante, máximas figuras del show business de los años 50, más preocupados por el escenario y por sus sucesivos matrimonios (y divorcios: cada uno los suyos) que por la educación de sus hijos: perdonados: su sangre es la que corre por tus venas.
Culpar a Paul Simon y Bryan Lourd, marido primero y marido segundo, aunque más parece que en aquel entonces ellos ya eran las víctimas de ella y no lo contrario.
Culpar a George Lucas y, éste sí, sin posibilidad de indulto. El ansia feroz de exprimir hasta la última gota la teta de "Star Wars", su impresionante éxito, poniendo en marcha, como nunca antes (y probablemente nunca después), una enorme línea de merchandising: seguro que puedes alimentarte, vestirte o realizar la mayoría de actividades de tu vida cotidiana empleando unicamente productos que en alguna parte tengan impresos personajes de "La guerra de las galaxias" y, al lado del dibujo, lleven inscritas las palabras © Lucasfilm Ltd. & TM. Y como George Lucas fue pionero en este campo, los abogados de actores de la época no debían estar tan preocupados por el asunto como para incluir clausulas que protegieran escrupulosamente los derechos de imagen de sus clientes: dice Carrie Fisher que cada vez que se mira al espejo tiene que mandarle un par de dolares al cineasta (cineasta, sí, sobre todo como productor; su lista de títulos, de largometrajes, en los que firme como director y que no tengan escenas con espadas láser, se reduce a dos: "THX 1138" y "American Graffiti", ambas de principios de los 70).
Carrie Fisher ya publicó una novela de carácter autobiográfico en el año 1987, "Postales desde el filo", que luego fue llevada al cine, con éxito, por Mike Nichols, con Meryl Streep y Shirley MacLaine (Carrie y su madre) en los papeles protagonistas. "Wishful drinking", de nuevo, otra autobiografía, publicada en el 2008, que ahora es representada por herself en una función teatral muy divertida: bufón de su propia desgracia (o el bufón que se comió a Carrie Fisher: problemas de peso -otro más- que hacen que sea difícil reconocer a la joven chica de las ensaimadas en la cabeza). El sentido del espectáculo estadounidense, la idea de que el show debe continuar y se alimenta de lo que sea necesario, es inigualable. Dicen que para resolver problemas muchas veces lo mejor es airearlos. Pues que no se diga.

lunes, septiembre 26, 2011

"I'm still here", de Casey Affleck

Del "I'm not there" de Todd Haynes al "I'm still here" de Casey Affleck (hubiera sido un título esplendido para una segunda parte de la película de Haynes). De un músico imprescindible, Bob Dylan, que hizo sus pinitos en el cine arrastrado por su popularidad, a un notable actor, Joaquin Phoenix, metido a rapero tristón, a rebufo, también, de la fama conseguida por otros medios. Pero ambas películas tienen poco que ver, no sólo en su calidad y propósitos, biografías noveladas frente a tergiversadas, sino también en que la opera prima en la dirección de Casey Affleck no pasa de ser un reality-celebrity-cutre al estilo de los seriales de la MTV dedicados a Ozzy Osbourne o a Alaska y su nancy anoréxica (no es un insulto, ojo, así se hace llamar el marido en su grupo Nancys Rubias), y pasajes a lo Jack Ass, adornados con brochazos del mundo del hip-hop: estética de televisión para imbéciles, o sea, para todos nosotros. Para el que lo quiera.
Joaquin Phoenix se harta, se cansa de la vida regalada de un actor de éxito, se hastía de la atención permanente de los medios, se avergüenza se las mentiras que adornan sus facultades y de la falta de creatividad a la que obliga tener que representar personajes creados por otros, películas ajenas: el artista mercenario. Hasta aquí hemos llegado. Una decisión trascendente, sin vuelta de hoja: me voy a dedicar a rapear, brother. Si la elección hubiera sido el country, no hubiera sido tan raro: hizo un buen papel como Johnny Cash en "Walk the line" de James Mangold. Y no sería la primera vez, ni mucho menos, que una estrella de cine prueba suerte en la música: promoción automática, ventas aseguradas: una bicoca para cualquier compañía discográfica. Pero no, nada de guitarra y botas de vaquero, a poner poses de tipo chungo, cara de amargado perdona-vidas y a componer rimas de esas que cuando las oyes te dan ganas de romper escaparates y quemar cajeros (¿cómo era aquella teoría de que el rap lo inventó la CIA para que los negros se mataran entre ellos?). A falta de melanina, camuflaje: lupas oscuras, melena greñosa, larga barba vagabunda: el rap de un ZZ Top desaliñado. Parecer otro y por tanto menos creíble aún.
No sé si Joaquin Phoenix será cretense, supongo que no, pero en cualquier caso el dilema que plantea, si lo que aparece en la pantalla es todo verdad o es una gran broma, no parece ser de los que hagan cavilar a futuras generaciones de filósofos. Si un actor declara que no quiere rodar más películas y para dejar constancia de ello una cámara filma todos sus movimientos durante meses, registrando su pretendida caída en la molicie y el descrédito, entonces ya está: quod erat demonstrandum, que decía (en realidad escribía q.e.d.) mi profesor de álgebra después de colmar una pizarra entera con un teorema. Con todo, durante la época del rodaje de "I'm still here" se la pegaron a la mayoría del público: what's up with Joaquin Phoenix?
Casey Affleck y Joaquin Phoenix (por lo que cuenta "I´m still here" son cuñados: pues deben ser como aquellos que llevaba Jesús Quintero a su programa: unos cachondos, en fin) son buenos actores y ojalá sigan haciendo las buenas películas a las que nos tienen acostumbrados. Para chorradas prefabricadas acerca de vidas de famosos, ya tenemos Tele 5. Para el que lo quiera, también.
Ya sabes, Casey: zapatero a tus zapatos. La frase del año...

martes, septiembre 20, 2011

"Jules y Jim", de François Truffaut

Si en el final de "Viridiana" de Luis Buñuel, Jorge (Francisco Rabal), Viridiana (Silvia Pinal) y la criada Ramona (Margarita Lozano) se ponen a echar una partida de naipes (No me lo vas a creer, pero la primera vez que la vi me dije: "Mi prima acabará jugando a tute conmigo"), en "Jules y Jim" el dominó será el protagonista: juegos para embaír el rato en compañía y, como tantos otros, para dos o más jugadores.
Tercera película del beligerante crítico de Cahiers du Cinémajoven turco airado nacido en París. La primera, "Los cuatrocientos golpes", fue un éxito rotundo para el director novel (y esta mañana debatía acerca de las intenciones morales en "Kids" de Larry Clark y me doy cuenta de sus similitudes -que nadie me pegue- con "Los cuatrocientos golpes", cada una en su época generando debate y controversia; pero me voy del tema, estamos con otra de Truffaut, el que quiera leer sobre "Kids" que acuda al número 2 de "La caja de Pandora": publicidad nada subliminal) y la segunda "Disparad al pianista", un completo fracaso: el público esperaba más Antoine Doinel y por el contrario se encontró una de gangsters, un giro inesperado protagonizado por Charles Aznavour. Polemizar, sorprender, hacer lo que nadie ha hecho antes, dejar una impronta indeleble de cineasta apoyándose en otros (en gigantes: Hitchcock, Renoir, Ray, Rossellini, Cocteau, Fuller, etc.) pero innovando a su vez. El perfecto autor.
"Jules y Jim" retoma la senda de llevar gente a la sala contando la historia de dos amigos, uno francés, Jim (Henri Serre), y otro alemán, Jules (Oskar Werner; Truffaut le hará protagonista de otro de sus títulos señeros, "Fahrenheit 451"), dos bon vivant que se lo pasan en grande en plena Belle Époque francesa. En su amistad se cruza Catherine (Jeanne Moreau) y, como decía Aute en su canción "Una de dos": o me llevo a esa mujer o entre los tres nos organizamos, si puede ser. Esta relación inusual (y Truffaut ya puso en pantalla algo parecido en "Disparad al pianista", un tratamiento cinematográfico de las relaciones sentimentales que se aparta de la "normalidad" para adentrarse en sus ramificaciones y que será marca de la causa: más adelante en "La piel suave" o en "La sirena del Mississippi", por poner un par de ejemplos), un tema escabroso para la época (para cualquier época, en realidad), está planteado de forma absolutamente natural: las cosas son como son y no pueden ser de otra manera: aceptación.
Drama tierno, nada cursi, en el que parece que se quiere demostrar que la amistad es un afán más importante y duradero que el amor, un sentimiento menos exigente que la pasión desbordada y ciega, que se agota y lo arrasa todo a su paso. El personaje de Jeanne Moreau posee el magnetismo de la mujer libre, poco dada al compromiso férreo, cualidad ésta que se convierte en un lastre cuando el amante ocasional se enamora de la bella Catherine. Jules y Jim seguirán siendo amigos a pesar de la Gran Guerra, que los coloca en bandos opuestos, a pesar de los celos, de la insatisfacción constante, de idas y venidas. Un lio que vuelve loco a cualquiera, ya te puedes suponer. Y el final, sorprendente.

Jeanne Moreau cantando "Le Tourbillon" en "Jules y Jim" y parando el tiempo

domingo, septiembre 11, 2011

Revista. La Caja de Pandora nº 2 "Especial Drogas"

Segundo número de "La Caja de Pandora", dedicado en esta ocasión a las drogas, el peligroso mundo de los narcóticos, aunque más acertado sería decir que el leitmotiv son las adicciones: las de los que colaboran (colaboramos; felicitaciones a todos los camaradas de la "tripulación" por su excelente trabajo) en la revista: literatura, música, cómic, cine: una publicación de adictos para adictos, para aquellos que se colocan con chutes de celuloide y papel impreso.
Enhorabuena a Crowley, el peor "yonki" de todos ellos, que ha realizado una tarea titánica con el montaje de este segundo número, que duplica la cantidad de páginas del primero, y al que le doy las gracias por haberme permitido meter un par de artículos en esa caja.
Sólo me queda recomendar su lectura (sí, sí, muy bonita pero, hombre, hay que leerla ¿no?) y esperar críticas, palos de todo tipo, para que cada número llegue a ser mejor que el anterior.
La revista se puede descargar desde aquí.

domingo, septiembre 04, 2011

Teatro. "A Ópera dos Tres Reás", de Bertolt Brecht y Kurt Weill

Luis Tosar me recuerda a un Mr. Potato: un cráneo desnudo al que le puedes poner y quitar rasgos a tu antojo (ahora le coloco bigote y patillas, ahora se lo quito; ahora un sombrero borsalino, ahora una barba cuidada; le afeito el escaso pelo o se lo dejo, bien moreno para que parezca más malvado; las cejas pobladas no se las toquéis, que potencian la mirada como pocas cosas) para componer un personaje u otro, para dotarle de un carácter distinto en cada ocasión: no, el aspecto exterior se le cambia, pero la genialidad en la actuación, la expresividad y la voz, unicamente las puede poner él: no hay atrezzo que lo potencie porque sería completamente redundante, inútil. Uno de los mejores actores del panorama nacional, sin duda alguna.
El Centro Dramático Galego recupera la famosa obra de teatro "La ópera de tres peniques" (Die Dreigroschenoper) escrita por Bertolt Brecht, con música de Kurt Weill, y que fue estrenada en Alemania en el periodo de entreguerras, obteniendo un éxito inesperado. Una historia agridulce de lumpen, de criminales, mendigos, putas y policías corruptos, que en aquella dura época de la república alemana que, poco más tarde, elevaría a Hitler al poder, suponía una crítica feroz del sistema capitalista, de sus injusticias y contradicciones. Mackie "el Navaja", el propio Tosar, protagonista inmortal de este drama, despiadado asesino convertido en víctima del sistema y finalmente perdonado en el patíbulo: No seas tan severo en el castigo. Hace suficiente frío, no hace falta más. Fíjate bien, pues en este mundo antiguo el dolor no acabará jamás.
La compañía de teatro dirigida por Quico Cadaval, además de traducir el libreto al gallego, transporta la acción desde el Londres victoriano escogido por Brecht a un lugar llamado Central City (cualquier gran capital occidental, pero, por supuesto, Nueva York) y en vez de situar en el telón de fondo la coronación de la reina, se monta una visita papal: un acto mucho más frecuente y familiar en los tiempos que corren, pero que casi sin querer aumenta el tono transgresor aún más si cabe. Para su representación en el resto del país han pasado los diálogos a castellano y han mantenido las letras de las canciones en gallego: en el Teatro Liceo colocaron un marcador de subtítulos (los que se suelen poner en cualquier ópera) en lo alto del escenario para realizar traducción simultanea y favorecer el entendimiento interregional: bastante superfluo para la mayoría del texto: la afinidad lingüística que no se hubiera producido en la lengua original del drama: imposible el alemán (¿o era impasible el ademán?).
Una puesta en escena excelente que huye de la espectacularidad, pues sobrio debe ser el ambiente de esta historia. Un ritmo sosegado que no impide momentos álgidos de emoción, donde la gran interpretación musical de la orquesta y del reparto será sin duda un punto fuerte de esta obra. Dos horas y media que pasan volando.
El tema más famoso de esta ópera es el primero de todos, Die Moritat von Mackier Messer


A mí, en su día, en aquellos tiempos en los que el gran Ivá dibujaba las aventuras de "Makinavaja" en "El Jueves", me gustaba una versión de este tema, de los "Tijuana in blue", que recogía el espíritu de los ripios de Bertol Bretch. Pero claro, la música ya es otro rollo.
¡Cagontó!¡Cuánto tiempo ha pasado! Madre mía...


domingo, agosto 28, 2011

"Super 8", de J. J. Abrams

El toque Spielberg.
Sin quitarle ningún mérito al que figura como director de esta película, J. J. Abrams, que creo que ha hecho un gran trabajo y del que seguro que sus losties encuentran múltiples referencias en esta cinta (yo de "Perdidos" sólo vi hasta que encuentran una alcantarilla -¡escotilla, atontado!- en medio de la selva: me pareció que la historia era demasiado tramposa, que en el guión se iba a meter lo que se quisiera cuando se quisiera y uno no se lo puede poner tan fácil), a mi entender la lista de referentes debe componerse con lo que lleva el sello del productor de "Super 8", Steven Spielberg. Las más evidentes serán "Encuentros en la tercera fase", "E.T. el extraterrestre", "Los Goonies" o "La guerra de los mundos". Pero también "El imperio del Sol". O también "Indiana Jones y el Templo Maldito". O, claramente, "Parque Jurásico". Y después, por supuesto, añadir las películas de zombis de George A. Romero como "La noche de los muertos vivientes" o "El amanecer de los muertos", inspiración fija del cortometraje que se está rodando dentro de "Super 8" (un dato mencionado al principio de la película permite situar con certeza la época reproducida en pantalla: el accidente de la central nuclear de Three Mile Island del año 1979, fecha posterior a los títulos apuntados de Romero: a Romero además se le hace una mención nítida durante los créditos del final: no se levanten del asiento hasta que se encienda la luz de la sala). Porque aquí abunda el metacine: una película dentro de otra película, un homenaje a los modestos inicios de cualquier cineasta moderno que, empuñando una cámara casera de vídeo y con toneladas de ilusión, dedicación e imaginación (y amigos entregados), realiza sus primeros trabajos: inocentes pero totalmente necesarios. Y una película lleva a otra película: el pequeño rodaje de una de terror encadena con una superproducción de ciencia ficción: así se empieza pero así puede que termines. "Super 8" resume a un cineasta que siempre dejó entrever influencias del cine de género, de serie B, de aventuras, de marcianos, la formación de una conciencia cinematográfica que eclosionó en una de las carreras más intensas y lucrativas del séptimo arte. El rey Midas de Hollywood busca sucesor, mejor dicho, Hollywood lo busca, y J. J. Abrams se postula como candidato. Si el primero miraba al cine de treinta años antes, el segundo también lo hace: sólo hay que fijarse en algunos de sus títulos como "Star Trek", "Misión Imposible 3" o "Monstruoso", ese Godzilla postmoderno. O ahora "Super 8". Pero el toque no se hereda, se tiene o no se tiene y me temo que no se lo dan a cualquiera.
Los niños en el cine de Spielberg. Niños disfuncionales, niños con problemas, niños que no encuentran su lugar, niños solitarios, enamoradizos, imaginativos, niños a los que ha visitado la muerte en su familia, niños que encuentran la salvación en salas de cine de sesión continua, fábrica de sueños. Pero niños que valoran la amistad y la lealtad por encima de todo, con una infinita capacidad de adaptación: niños que pueden establecer contacto con lo extraño, que no sucumben al pánico porque la infelicidad es un hecho cotidiano. Cuando eramos niños veíamos a esos niños y nos gustaba lo que veíamos, nos emocionaba y nos alentaba, ya que ante la peor situación emergía lo mejor de cada cual y todo era posible. Hasta salvar a esa chica y que se enamorara de ti (salva a la animadora, salva al mundo). Y las tramas eran un tanto simples, melodramáticas, maniqueas, pero con mucho sentido del humor, épica, emoción y un ritmo trepidante: dar un respingo en el asiento y aplaudir al final de la proyección con la adrenalina por las nubes. La Aventura. Un cine repetible porque "Super 8", collage impresionante y maravilloso, es precisamente eso, un collage, y todo lo que aparece en la pantalla evoca a otra parte. No se está construyendo un cine nuevo, no se está haciendo historia, sino que la historia se repite en sus contenidos y en sus formas. Y funciona.
Ves esas bicicletas corriendo a toda pastilla en "Super 8" y estás deseando que echen a volar.
El disfrute del espectáculo del cine, sin más: ese es el toque. "Super 8" lo tiene.

martes, agosto 23, 2011

"I'm not there", de Todd Haynes

No está allí. No está en Heath Ledger, Christian Bale, Richard Gere, Cate Blanchett, Marcus Carl Franklin o Ben Whishaw, distintos trasuntos más o menos sorprendentes y acertados que interpretan al cantante de Minnesota en esta cinta. No está en la estupenda caricatura que dibujó Tomás Serrano y que encabeza esta entrada. Tampoco está en sus canciones o en las películas en las que ha aparecido. Ni en sus conciertos multitudinarios, ni en sus ruedas de prensa bordes, ni en los telediarios de las tres, ni en Internet. Todo eso sólo es la forma en la que Bob Dylan ocupa la mente del espectador a través de sus oídos y su retina. Es la imagen que proyecta, una interpretación que cada cual posee del personaje y que, necesariamente, será incompleta y por ello falsa. O no cierta del todo.
Todd Haynes emplea alegorías para exponer las distintas facetas de Robert Allen Zimmerman, retazos de su vida y de su personalidad. Cada alegoría encarnada por un actor distinto: personajes paralelos interconectados: Bob Dylan poeta, compositor genial, cantante folk, cristiano converso, estrella del rock, esposo infiel y padre de familia poco dedicado, idólatra imitador de Woody Guthrie o actor en películas de Sam Peckinpah. Pero si no se conocen previamente algunos detalles de su biografía será difícil comprender algunas escenas de la película: su relación con Joan Baez y Allan Ginsbeg, sus inicios en el Village neoyorquino, su ascendencia judía, el accidente de moto o, su pecado más imperdonable para sus primeros fans, su electrificación: enchufar su guitarra y formar un grupo fue una de las traiciones más sonadas de la historia del Rock y uno de los puntos de inflexión vitales destacados en la película: I ain't gonna work on Maggie's farm no more, toda una declaración de intenciones, y Pete Seeger intentando cortar el cable con un hacha en el festival folk de Newport del año 1965. También este salto artístico era clave en "No direction home" de Martin Scorsese, biopic documental sobre Dylan que abarca desde su nacimiento hasta finales de los años 60 y que es muy recomendable para lo que indicaba antes: conocer de forma fehaciente mucho de lo que en "I'm not there" son sólo metáforas (en "No direction home" aparece, entre otros, Joan Baez despachándose a gusto con su colega: ¡vaya repaso!).
Dylan no estaba allí y a uno le puede dar la impresión de que salió huyendo: himnos trascendentes que se asientan en masas ansiosas del encuentro con conciencias mesiánicas, de lideres espirituales, de autenticidad desinteresada. Y para el compositor de los temas no eran más que canciones, rimas improvisadas en una máquina de escribir. El resto, su escucha e interpretación subjetiva, lo aporta el subconsciente del auditorio: embelesado y cautivo: flotando en el viento. No es extraño entonces que la metamorfosis hacía un volumen mayor, un giro tachado por muchos de puramente comercial, trajera consigo el abucheo constante durante la posterior gira británica: ¡Judas traidor! Pero la fiera acosada se revuelve y le pide a sus músicos que le den más caña: os jodéis, público desagradecido, que esto es lo que va a haber a partir de ahora: Like a rolling stone, así quiero ser, salvaje como Mick y Keith, enrollado como John y Paul, empastillado y pasota y no un corderito manso de canciones de misa como Peter, Paul and Mary (un trío inquietante en cualquier caso). Quiero ser cool, babe, quiero ser Cate Blanchett travestida y no Christian Bale circunspecto.
Quizá la alegoría más acertada sea la de Richard Gere revisando a Billy "el Niño", antiguo pistolero ahora oculto, avejentado y con gafitas: soliviantar al pueblo contra Pat Garrett, convertido éste en pérfido terrateniente (por cierto, el narrador en "I'm not there" es Kris Kristofferson, otro cantante metido a actor pero con muchas mejores dotes para fabricar fotogramas: "Pat Garrett y Billy the Kid" de Sam Peckinpah, mítica, frente a James Coburn, con participación del propio Dylan y Knockin' on Heaven's Door en la banda sonora: pocas películas como esta), para luego escapar en un vagón de ganado sin haber rematado la faena disparando al malvado entre ceja y ceja. No. Ser la inspiración pero no la solución.
¿Dónde está Bob Dylan?
Pues a esta hora suele ir a echar la partida al café de debajo de su casa con unos jubilados. Eso o se ha ido a tocar a algún lado, que a la fama y a la pasta aún no les dice que no, qué va. Genio y figura. Así que según. Por ahí andará.

martes, agosto 16, 2011

"Cars 2", de John Lasseter y Brad Lewis

Pinchazo.
Durante varios años la cita estival con las producciones animadas de la compañía del flexo saltarín, Pixar, (casada desde hace ya un lustro: señora de Disney), suponían una alegría dentro de la magra cartelera veraniega, la perfecta excusa para llevar a los niños al cine y, de paso, ver una de las que casi seguro sería mejor película no sólo del verano sino también una de las mejores del año cinematográfico. "Ratatouille", "Wall-E", "Up" y "Toy Story 3": una lista que engordaba poco a poco pero con seguridad, puntualidad y mérito: una lista extraordinaria. Pues ya se fastidió la cosa: este año no.
Si uno de los puntos fuertes en cada uno de los títulos de la lista apuntada (más allá de que la habilidad de los animadores en cuanto a que el preciosismo de detalles y el diseño de personajes te deje boquiabierto, algo que ya empieza a darse por descontado) era el guión, en "Cars 2" es todo lo contrario: del acero y la fibra de carbono a la carrocería de plomo: un plomazo. Se toman los tópicos de las películas de James Bond y se construye un remedo de historia de conspiración, con cierta intención ecológica en el fondo en cuanto a cuestionar el uso de combustibles fósiles (para unas películas protagonizadas por un vehículo de carreras, donde todos los personajes se alimentan de gasolina y cualquier fotograma es una sublimación de la industria del automóvil y sus iconos de cualquier época, el mensaje medioambiental no pega ni con cola), un cuento que de puro simple queda mal explicado. Para rematar la faena el protagonismo se desplaza a Mate, la grúa oxidada, el amigo inocentón y paleto de Rayo McQueen, convertido en héroe por accidente, improvisado agente secreto paródico pero con bastante poca gracia: lecciones de humildad para pequeños espectadores: todos somos valiosos si somos gentes de bien: honesto y modesto.
Así que la balanza se inclina peligrosamente hacía el lado de la imagen abandonando el del guión, potenciando una espectacularidad demasiado ruidosa y monótona ("Cars", siendo en mi opinión de las más flojas del catálogo, funcionaba por originalidad, pero esa característica sólo es eficaz la primera vez, por supuesto), localizando a los cochecitos en distintas ciudades del mundo pero agotando a su vez más tópicos (geográficos ahora) y, lo peor, provocando bostezos en los pequeños de la platea, los mismos que en el 2006 se lo habían pasado en grande con el bólido rojo. Bostezos en los pequeños y en los grandes, claro. En mi caso no me dormí, no, cómo puedes pensar eso. Sólo cerré los ojos un momentín de nada.

viernes, agosto 05, 2011

Viñetas desde o Atlántico


No sé si pasar por el festival es mi excusa para ir a Galicia o viceversa. Da igual. Cualquiera de los dos motivos estaría plenamente justificado.
Nos vemos por allí.
O cerca.

jueves, agosto 04, 2011

"Los Pitufos", de Raja Gosnell

Hace poco vi por televisión un documental dedicado a la mítica banda de rock llamada "The Doors" y, sobre todo, a su no menos mítico (o más aún) cantante Jim Morrison. Al final aparecía un texto en la pantalla que aseguraba que ninguna canción del grupo había sido utilizada jamás en un anuncio publicitario, como si eso fuera un hito, una hazaña, una demostración increíble de que el legado de aquellos músicos, uno de los más extraordinarios e influyentes que nunca haya habido, ha sido conservado de forma cuidadosa. Los testamentos traicionados en el mundo de la publicidad tienen ejemplos de lo más sangrante: Julio Cortazar, Steve McQueen, uno reciente con Igor Stravinsky, etc.: todos vendiendo coches después de muertos. ¡Para lo que hemos quedado!
El dibujante belga Peyo (Bélgica es una mina de la tira ilustrada: "Tintín" de Hergé, "Lucky Luke" de Morris, "Spirou" de Franquin), ya fallecido, fue el padre de esta raza de duendecillos azules que vivían durante la Edad Media en un pueblo de pequeñas casas en forma de seta, escondidos en un recóndito bosque, y que sufrían el acoso permanente del malvado brujo Gargamel y su infernal gato Azrael. Sus aventuras llegaron a España en los años 80, con los álbumes de la colección Olé! publicada por Bruguera (en alguna caja debo tener varios de ellos; la editorial Planeta DeAgostini los reeditó no hace mucho tiempo en tapa dura) y como serie de dibujos animados para televisión producida por la compañía estadounidense Hanna-Barbera.
-¿Por qué sois de tono azul? -Porque no hay viento del Sur -¿Tocáis alguna tonada? -Sí, con una flauta encantada. Recuerdos de páginas cientos de veces leídas. Conocidos en todo el mundo, en España lograron ser también personajes muy populares: bautizaron como género a la policía municipal de cualquier ciudad española.
Las tramas que yo recuerdo de "Los Pitufos", tanto en el tebeo como en la tele, estaban muy bien: cada pitufo con una idiosincrasia diferenciada en carácter, nombre y rasgos que permitía distinguir a los personajes, sus fortalezas y debilidades, y así formar historias de enredos y aventuras de las que sólo salían triunfantes por una sólida conciencia de grupo, de tribu: la unión hace la fuerza, aunque midas un palmo o precisamente por eso. Se añade a las viñetas sentido del humor y un dialecto propio (el más simple nunca visto: algunos sustantivos son "pitufo", para los verbos "pitufar", los adjetivos "pitufado" y así) que es sencillo de entender en el contexto general de la frase. Ahora vuelven como una película hollywoodiense en 3D y a alguna ¿mente?¿pensante? le debió parecer una idea genial que viajaran en el tiempo, a la época actual, y fueran a parar a Nueva York. Y como ese ¿creativo? seguro que concibe los gustos infantiles por las nefastas teleseries que emite Disney Channel y sus estereotipos de chavales consumistas y medio imbéciles, les hace caer en manos de un publicista ñoño (yo habría elegido a Don Drapper el de "Mad Men": hubiera sido la bomba una película infantil con un pitufo fumándose un Lucky Strike) de una empresa de cosméticos y su mujer embarazada con pinta de lela, de modo que los pitufos terminan jugando a Guitar Hero, cantando rap y yendo a unos grandes almacenes: ¡qué se vean bien esos nombres de marcas! A los pitufos tridimensionales en vez de piel se les proporciona una textura de felpa y se les coloca unos ojos vidriosos de muñeco, para que padres e hijos tengan claro el peluche que tienen que comprar al salir del cine. Mención aparte para el lamentable Gargamel de carne y hueso que se han sacado de la manga para la ocasión y que resulta ser de lo peor que se puede contemplar en la cinta. Echo un vistazo a lo que ha dirigido Raja Gosnell hasta el momento y aparece "Solo en casa 3", "Scooby-Doo", "Esta abuela es un peligro" y "Un chihuahua en Beverly Hills": este tipo debe ser de los directores más ricos de Hollywood y lo digo en serio.
Esperemos al menos que sirva para que algún niño le eche un vistazo a la obra original, la de Peyo, y descubra lo que es en realidad pitufante.

domingo, julio 24, 2011

Teatro. "Mujeres de Shakespeare", de Rafael Álvarez "El Brujo"

La primera vez que vi actuar sobre un escenario a Rafael Álvarez "El Brujo" debió ser en 1986 o 1987 (tres amigos consultados que asistieron al evento no saben concretar el año, al igual que yo: alzheimer temprano: no somos nada). En números redondos, hace veinticinco años: toma ya. La función de aquella noche en el teatro Liceo de Salamanca era "La taberna fantástica" de Alfonso Sastre, una obra que estuvo censurada durante el régimen de Franco (claro, ¿cuándo si no?) y que no fue estrenada hasta los años ochenta, una década después de la muerte del dictador: transición tranquila, que no se me enfade nadie, unos desembarcan en la democracia sin culpa ni remordimientos, en fantásticas lanchas de salvamento, y otros llegaron como pudieron, tras la cárcel y el exilio (palabras de Andrés Trapiello en "Los amigos del crimen perfecto"). Para los alumnos de 2º de B.U.P del instituto "Mateo Hernández" de Salamanca (gracias Rosa Ramajo, inolvidable profesora de literatura, por atreverte a provocar a tus chicos y chicas más allá del horario de clases, una meta más lejana que la consabida de unos magros exámenes por aprobar: gracias por llevarnos), vecinos en su mayoría del barrio Garrido y por tanto, en su mayoría también, hijos de obreros, de padres que apenas han tenido oportunidad de formarse, desertores del arado, exiliados del campo, emigrantes en Alemania y currantes en España. Ir al teatro en aquella ocasión, al de verdad, fue un rito iniciático: la primera vez para muchos de nosotros. Y el recuerdo de ese par de horas sentado en el patio de butacas, transportado en vivo a un mundo de lumpen y conciencia de clase, es el rescoldo inextinguible de amor por el teatro: un flechazo, una pasión que debo compartir con el cine que, por razones evidentes de oportunidad, es una puerta más veces abierta: pasión enlatada siempre lista para consumir. El Liceo, el Bretón, el Juan del Enzina (uno de los que más veces frecuenté: memoria sentimental, además) o las noches del Fonseca. Algunos ya no existen (teatros en extinción, voraz especulación urbana, aunque por suerte se suelen sustituir por espacios nuevos como el CAEM, hacia la periferia: terreno más barato. Mucho más preocupante es la desaparición de espacios de cine sustituidos por multisalas en centros comerciales que todos tienen la misma programación de mierda: una semana entera con tiempo para ir al cine y no encontrar nada bueno en la cartelera: habrá que esperar a septiembre) y otros remodelados como el Liceo o aún con una larga vida como el ciclo estival del Fonseca: todo vendido. Ahí acudimos, con su frio congénito y su aire ensordecedor: "El Brujo" fue previsor y se colocó un micrófono aunque no fue capaz de eludir al viento, otro protagonista en la obra: papeles volando.
"Mujeres de Shakespeare" es un genial monólogo acompañado de un violinista que casi no participa: unas pocas notas, de cuando en cuando (hour on hour, nos recuerdan, tan cerca en su pronunciación a whore on whore: la obra está llena de juegos de palabras -comedia en inglés es play- de traducciones imposibles, desconcertantes e ingeniosas). Jugar con el espectador es lo que hace este bufón, este comediante que sabe buscar complicidad en la platea desde el primer minuto en escena, interpelando directamente a su atención, a su entendimiento. Y si el nivel intelectual de Shakespeare es demasiado áspero para el común de los mortales (las referencias constantes al entendido Harold Bloom, luminaria del tema), mediante una puesta en escena cabaretera y picante logrará que todos nos acerquemos, atendamos, y sintamos el teatro como debió sentirse en el siglo XVI, un espectáculo mundano en el que los actores tenían que disputarse la atención del público con los vendedores de fruta, las prostitutas y los charlatanes de feria. A "El Brujo" le queda tiempo para cortar el hilo, meter un par de anécdotas propias o de otros o un par de puyas a la clase política, preferentemente a la que cae del lado derecho: el término titiritero, usado con desprecio por tertulianos mercenarios, cuando en realidad es un símbolo certero de talento artístico, de creación de historias a través de figuras inanimadas para después pasar la gorra, y, en fin, de humildad: pues bien, "El Brujo" sin duda es un titiritero de sí mismo y así lo sabe realizar, gesticulando y parloteando, con pases de mago más que de brujo, hipnotizando al respetable.
Las mujeres que Shakespeare pone en sus obras, Catalina, Rosalinda, Julieta, Beatriz, no son más que un enigma, otro misterio de la condición humana: el genio creador se proyecta en cada personaje que el inglés despliega en escena, puntualizando su propia personalidad y su experiencia: obra y autor intercalados sin remedio. Nos dice "El Brujo" que durante un tiempo Shakespeare se perdió, no se sabe dónde estuvo. Quizá estuvo con una troupe de gitanos en el bosque, durante años, depurando el estilo teatral hasta su esencia, hasta que la experiencia de repetir una y otra vez en cada función se destila en parar el tiempo: la contemplación y la sabiduría.
Como dije al principio, cuidado con "El Brujo". Si se le presta atención, es capaz de llegarte muy dentro. Y a ver luego cómo lo sacas.

viernes, julio 22, 2011

"La vida en tiempos de guerra", de Todd Solondz

La última película de Todd Solondz (esta semana me dijeron que ya casi nunca ponía películas recientes en el blog: esta de hoy no es muy reciente tampoco -año 2009-, pero al menos es la última de alguien: ¿has visto la última de Todd Solondz?. Pues eso. Teniendo en cuenta lo que veo normalmente, se trata prácticamente de un estreno, el colmo de la modernidad) es un anexo, un epílogo, la segunda parte de aquella fantástica "Happiness" que el director estadounidense realizó en 1998.
Estereotipos de clase media-alta: psiquiatras finolis, escritoras de éxito, jubilados de Florida: la búsqueda de la felicidad topándose siempre con la infelicidad más inmisericorde, con la insatisfacción inherente a la condición humana. Podría ser una de Woody Allen (incluso los créditos de presentación de las películas de Allen y Solondz se parecen: sencillas letras blancas sobre fondo negro), pero el tono de Todd Solondz está poblado por muchas más transgresiones que las que se permite su correligionario y casi paisano (Solondz es de New Jersey y el que no sepa de dónde es Woody Allen... bueno, pues tampoco pasaría nada pero es una fe de nacimiento muy asociada al cine del neoyorquino ¡ups!, ya lo dije). Deseo sórdido, lenguaje áspero y pocas concesiones a lo políticamente correcto: lo real, en definitiva. Sin embargo sabe darle a sus fotogramas una pátina de candor inocente poblándolos de personajes inadaptados, frikis sentimentales (algunos de sus personajes también lo son por fuera, por ejemplo en "Palindromes", una de sus mejores películas) que no son capaces de alcanzar la imagen del amor que ha protagonizado sus sueños. Y da igual que sea o no una imagen aceptada socialmente.
Padre pedófilo encarcelado, tía materna perseguida por el fantasma de un antiguo pretendiente, madre obsesionada con las apariencias que intenta ordenar su vida. Y los hijos. En "Happiness" esa cuota de protagonismo la tenía Billy, adolescente en pleno despertar sexual, confuso hasta la médula, como le sucedía a otro de los personajes típicos de Solondz, la pequeña Dawn Wiener de "Bienvenido a la casa de muñecas", quizá la película que más me gusta de este autor. En "La vida en tiempos de guerra" en vez de Billy será Timmy, su hermano menor (Billy ahora está en la universidad, pero igualmente confuso: trauma imperecedero), el que asuma ese rol, tan importante en las películas de Solondz, de portador de preguntas incomodas: el encargado de decirle al emperador que está desnudo: la fachada del adulto se desmorona ante los ojos de un niño. Ninguno de la extensa nómina de actores (excelentes) que desfilaba en "Happiness" aparece ahora en "La vida en tiempos de guerra" (de repente, en la barra de un bar, Charlotte Rampling, tan seductora como se la recuerda) y lo que sí se pone de manifiesto en esta entrega es cierta denuncia antibélíca (de ahí lo de "tiempos de guerra" del título) y sobre todo un ingrediente judaico en la trama totalmente inexistente en "Happiness".
"La vida en tiempos de guerra" es una película que no está mal, con un guión y algunas secuencias de un buen nivel. Se puede ver como un acto aislado de la tragedia de la familia de las tres hermanas Jordan, sin nexo con la historia de "Happiness", pero si, aprovechando las vacaciones, las noches largas, se prepara un programa doble con ambas películas, pues mejor que mejor. Primero "Happiness" y asistir después al salto temporal y a la transformación de actores, que no de personajes, o, por qué no, invertir el orden del reloj, de las películas, y viajar al pasado para realizar descubrimientos esclarecedores, atar cabos. De menos a más, en mi opinión.

Lo que sí puedo afirmar con rotundidad es que el cartel de "Happiness" me gusta más. 
Dibujado por Daniel Clowes. 
Será por eso que me gusta más.

sábado, julio 16, 2011

"La Strada", de Federico Fellini

Gelsomina es una loca, una niña descalza que envuelta en su capa corretea por la arena de la playa. Gelsonima es una hobbit: ¿realmente eres una mujer?, le pregunta Il Matto, otro loco. Gelsomina atrapada entre dos amores, dos hombres opuestos: el carnal Zampanó y el espiritual Il Matto: Giulietta Massina compartiendo cartel protagonista con Anthony Quinn y Richard Basehart. La princesa del cuento, de un poema circense de artistas vagabundos y venganzas terribles.
Giulietta Massina, esposa de los dos caracteres de Fellini. De un lado el director, que hace poesía en fotogramas y que llevó su melancolía por el pasado (su infancia y su juventud en su ciudad natal, Rimini, tantas veces presente en su obra aunque allí no rodara nunca ni una sola toma) a las cotas más altas del arte cinematográfico, y de otro lado el carácter mediterráneo, latino, de macho viril con fama de mujeriego y con predilección por retratar en sus películas a damas rotundas, diosas de la lujuria como Anita Ekberg en "La Dolce Vita", por ejemplo. El director italiano se confesaría genialmente en "8½", una introspección honda en sus motivaciones artísticas y humanas.
El papel que Fellini escribió para su mujer en "La Strada", en 1954, consiguió que ella fuera una actriz mundialmente conocida: una actuación portentosa, inolvidable, llena de ingenuidad y de inocencia apenas desmentida por unos ojos vivaces: expresividad inusitada para una cara de alcachofa. Sin embargo, como si se tratara de un encantamiento, la decisión de Gelsomina de seguir a Zampanó también acompañó a Giulietta Masina hasta el fin de sus días: se quedó con Fellini hasta el día de su muerte. La de él. Ella moriría poco después.

domingo, julio 10, 2011

Norma Desmond


By Licantropunk.

Como escritor no vale un duro, como pintor no es gran cosa, pero como fotógrafo es pésimo: no mercy.

Este fin de semana no he parado de escribir pero para otros fines. Así que aprovecho para colar este homenaje acrílico. Lo siento, no se me agolpe la distinguida concurrencia, no hay nada que hacer, ya está vendido. Bueno, regalado.

Y de postre, canción, que esta sí que no está nada mal.

Javier Alvarez - Sunset Boulevard

sábado, julio 02, 2011

"Ink", de Jamin Winans

Las recomendaciones han de tenerse en cuenta según de quien vengan y en este blog, por lo general, no entra nadie (nada) que no este "enchufado" (bueno, en realidad soy un blando y cuelo a cualquiera). En este caso no había opción, la película venía muy bien recomendada.
Dos clanes, dos castas, dos ejércitos enfrentados. Cuando todos duermen ellos se ponen en marcha. De un lado los Contadores de Cuentos, los encargados de embellecer los sueños de cualquiera, estanques oníricos donde reposar el ánimo. En la esquina contraria los Incubus, sádicos portadores de pesadillas: ángeles guardianes frente a demonios torturadores: el bien y el mal, eterno combate, maniqueo y sin cuartel, pero también sin rival: en el cine siempre (o casi) ganan los mismos, sobre todo en el cine estadounidense. Así que la historia como tal, la trama y su desenlace, está anticipada al menos desde que cayó Lucifer, pero lo que sí varía es la forma de contarla. Ahí es donde reside la originalidad de "Ink", no en un guión un tanto ramplón (niña en apuros y padre adicto al trabajo, con un complejo de culpabilidad enorme por no dedicarle tiempo a su hija, que debe acudir al rescate: aquel anuncio de promoción del cine español, con Antonio Resines y José Coronado y el niño jugando al béisbol:  Anda que... caracoles, caracoles) que sin embargo tiene su punto de efecto aunque algo descontado (nariz superlativa, sayón y escriba, que apenas oculta al actor que hay detrás), sino en una puesta en escena impactante, de espíritus que deambulan invisibles por casas, calles, hospitales y que luchan a muerte cuando se encuentran al enemigo, escenas que hacen pasar del género de fantasía y ciencia ficción al de acción con soltura y ritmo (buena banda sonora también): un poco "Matrix" pero con mucha menos ambición. Y presupuesto, seguro.
Hablando de dinero, "Ink" también tiene su anécdota en ese aspecto: película independiente que apenas encontró distribución en las salas de cine pero que se hizo muy popular en las redes P2P, con el resultado de que entró en la lista de las películas más descargadas, muy por encima de otras producciones que habían gastado mucho dinero en promoción. Sí, resulta que ser muy descargado no es tan malo como parece. No sé quién dijo que si no estás en el Top Manta no pintas nada. En el caso de "Ink" el boca-oreja internauta la puso en el candelero y disparó su venta en DVD: final feliz, como el que cuenta la cinta. Y no hay final del cuento sin moraleja: hoy la Guardia Civil ha entrado en la SGAE y ha detenido a sus directivos. Al parecer se pasó de defender derechos ajenos, con una pureza de miras intachable (si eres legal, eres legal: olé tus güevos), a satisfacer codicias personales de la forma más bochornosa y torticera. Presuntamente, claro.
Los piratas modernos llevan maletín y corbata.

miércoles, junio 29, 2011

"Midnight in Paris" de Woody Allen

Por los pelos: último día en cartelera pero hubo cita con Woody, un encuentro que raramente defrauda. Allen se aplica el cuento que cuenta en "Midnight in Paris", mejor dicho, su moraleja, y no mira atrás, él mira siempre hacia el siguiente rodaje, enlaza uno con otro: con cadencia anual, su lección periódica y magistral de cine.
Viaje al pasado: mejor viajar al pasado que al futuro, un espacio incógnito este último que puede producir angustia, ansiedad ante el porvenir, miedo al mañana: para qué saber: ya vendrá. Sin embargo el pasado, el planteado en "Midnight in Paris", es un terreno explorado literariamente, fantasmas transitados, nombres legendarios, un espacio onírico que, de repente, se llena de verdades. Es el territorio mítico de la nostalgia, aunque se trate de melancolía del pasado de otros, de unas vidas que nos parecen plenas de talento, de creatividad, de experiencia y de autenticidad. Esos, los auténticos, los veraces: ídolos seguros.
Pero el pasado es una memoria incompleta, así nuestro propio pasado, porque, como decía Borges, la segunda vez que recordamos algo no recordamos el hecho que produjo la impronta sino que recordamos el recuerdo y por tanto ya es falso: toda anécdota es ajena: ¿quién puede decir que es el mismo de hace veinte años? O de ayer. Echamos la vista atrás y no nos reconocemos.
Woody Allen llena los fotogramas de clichés mascados, de tópicos fácilmente consumibles, casi caricaturas, que identifican a los personajes tan bien como su nombre o su inmortal obra. Colección de músicos, escritores, pintores que dejaron su huella en París en los años 20 del siglo 20 e hicieron historia, historia universal. Sí, ese también sale. Artistas para los que su obra es un salvavidas, un asidero imprescindible, el objetivo vital que en muchos casos será reconocido post mortem y en muchos otros casos, en muchísimos más, para los que no aparecen en la película y en casi ninguna parte, ni siquiera la muerte traerá la gloria. Su presente, el de todos ellos, no era tan maravilloso como nos lo parece desde el futuro. Pero, ¿qué más da? El cuadro pertenece al autor mientras está pintando en él, después es un artefacto para la contemplación de otros o, mejor aún, un soporte al que dar la vuelta para seguir pintando.
Corre. Tu edad de oro es hoy.

sábado, junio 25, 2011

"Carlos", de Olivier Assayas

Canal + ha estado emitiendo los martes por la noche, los tres últimos, la serie "Carlos", biopic del tristemente célebre (adjetivo tópico como pocos para personajes fuera de la ley) Ilich Ramírez Sánchez, más conocido como Carlos el chacal. En la era del prêt-à-porter internauta, donde ver una serie no tiene horario ni fecha en el calendario, seguirla por televisión a la hora de emisión "oficial" parece antediluviano. Esta fidelidad (tres semanas tampoco es para tanto, no voy a andar poniéndome medallas, pero resulta algo complicado, la verdad) al teleprograma no hubiera sido posible si el espectáculo no mereciera la pena. Y mereció.
Una foto de carnet de un hombre moreno, regordete, oculto tras unas gafas de sol, salpicando de vez en cuando los telediarios de mi niñez, noticiarios que por otro lado solían estar llenos de atentados terroristas, de secuestros aéreos, de nombres de bandas dispuestas a todo por conseguir sus objetivos: Ejército Rojo Japonés, Baader-Meinhof, Brigadas Rojas, OLP, IRA, ETA, ay, esta última que no acaba de desaparecer del parte de las tres de la tarde. En una época, la actual, en la que cualquier reivindicación o manifestación debe ir acompañada de ausencia de violencia y de actitud pacífica para ser tenida en cuenta (o no: generalmente, no) asombra recordar como se llevaban a cabo las demandas políticas por parte de estos tipos en los años 70. Grupos armados que irrumpían a tiro limpio en embajadas, en aeropuertos (hay una escena tremenda en la que dos personas acceden por la entrada principal del aeropuerto francés de Orly hasta la zona donde se despide al pasaje, portando un lanzacohetes en una bolsa, con el que disparan contra un avión israelí que esta despegando: y disparan dos veces, entre toda la gente, y fallan y le pegan a un avión yugoslavo, y después consiguen escapar: ahora sería imposible), conferencias internacionales. No hay puerta que les detenga. Y los gobiernos negociaban, pactaban, cedían: pagar el rescate y facilitar la huida. Terror al salvajismo indiscriminado.
Así, la película resulta ser un documento magnífico para comprender las turbulencias que se producían en el equilibrio de poder establecido durante la Guerra Fría, pantalla detrás de la que los servicios secretos de múltiples países disimulaban, inmersos en un enfrentamiento bastante caliente. Y Carlos (el actor venezolano Édgar Ramírez realiza el papel con una convicción y un apasionamiento impresionante, uno de los puntos fuertes de la película: por comparar de modo inevitable, Benicio del Toro en el "Che" de Steven Soderbergh me dejó frío) es la excusa perfecta para esta historia, el más famoso, mediático y universal de los carteles de Se busca. Los gobiernos del bando del Este se rifaban sus servicios: satisfacción garantizada. Pero el Muro cayó, un bloque se impuso, y la lucha armada que proponía Carlos, su modus vivendi, se cayó también, ya que sólo se podía llevar a cabo con un fuerte respaldo ideológico y económico detrás, a través de mandatarios afines, y si estos abandonan se termina el baile. Peor aún, todos contra ti: de héroe popular a amistad peligrosa. Ahora cumple cadena perpetua en una cárcel francesa, y creo que la película no le ha gustado ni un pelo. Total, porque te saquen como un joven idealista que termina convertido en un asesino calculador y cruel, más preocupado por el dinero, las mujeres y el alcohol que por la Causa (la Gran Marcha de la que hablaba Milan Kundera en "La insoportable levedad del ser": el camino hacia ninguna parte: el fin de la locura), pues tampoco será para ponerse así. Qué quisquillosos son algunos.

martes, junio 21, 2011

"Tetro", de Francis Ford Coppola

Un tipo que ocupó el trono indiscutible, Olimpo cinematográfico, dueño y señor de una época, parece un novato en su última película: rincones autobiográficos poblados de fantasmas familiares, tópicos en las localizaciones de rodaje (pintoresco barrio bonaerense con escena pasional de celos incluida: le faltó el tango: menos mal), experimentación con la cámara y la fotografía (si bien el blanco y negro ya había dominado en una de sus obras maestras, "La ley de la calle": ahí también había sus momentos en color, ahora lo usa en los flashbacks), efectismo en la trama (no sólo el climax dramático, que ya estaba anticipado, se veía venir, sino el uso de Radio Colifata, que también está descontado desde que esta gente hizo el anuncio de Aquarius) y, ay, no saber cortar a tiempo la historia y alargar la película demasiado: Tetro no acertó a hallar un final para su novela pero Coppola tampoco: falta de práctica: su primer guión en solitario (me parece) en veinticinco años, desde "La conversación", nada menos. Sí, aquella era otra obra maestra. Tiene unas cuantas.
Hondo carácter latino en la cinta no sólo por el lugar donde se desarrolla la trama, Buenos Aires, o por el grupo de actores, donde destacan las actrices protagonistas (Maribel Verdú y Carmen Maura: que te digan que vas a hacer una con Coppola debe ser tremendo: gratis si hace falta), además de por ser una coproducción italo-america-argenti-española, sino también porque un director que siempre quiso ser Orson Welles (en su momento lo alcanzó, pienso) trae en "Tetro" aires de Pedro Almodovar o de Carlos Saura: Welles también quiso su Don Quijote (la maleta de Orson Welles, como recordaba Babel llena de trabajos empezados: no inacabados: quién decide que una obra de arte está finalizada), también se acercó mucho a lo hispano.
Rencuentro entre familiares (el paso del tiempo y la familia: marca de la casa): Vincent Gallo, un actor a tener en cuenta siempre (y un director desperdiciado que se prodiga poco tras la cámara: magnífica "Buffalo '66") y un muchacho llamado Alden Ehrenreich, que, a pesar de parecerse a su "hermano" como un huevo a una castaña (se parece más a Di Caprio: "Tetro" a ratos recuerda un anuncio de colonias: no es un punto en contra, hay anuncios de colonias muy buenos), al final consigue mantener el tipo y dar el personaje.
Si se aguanta un buen rato al pié del cañón parece que la película puede remontar, posible despegue, destellos de genio, pero al final se desploma. Inexorablemente.
Esto no puede quedar así, Francis. Haz otra.

domingo, junio 19, 2011

"Eric, oficial de la reina", de Paul Verhoeven

El director holandés Paul Verhoeven es famoso (o al menos sus películas lo son: sí, creo que el apellido Verhoeven es bastante conocido pues tuvo una época de gran protagonismo en el mundo cinematográfico) por haber dirigido títulos como "Robocop", "Desafio Total" o "Starship Troopers", que le dieron un aura de cineasta de ciencia ficción violento y dispuesto a inflar de hemoglobina y salvajismo los fotogramas, pero dotado para manejar grandes presupuestos atiborrados de efectos especiales. Es famoso también por producciones mainstream de erotismo somnoliento como "Instinto básico" o "Showgirls": la segunda es digna de cualquier lástima pero "Instinto básico" tenía su aquél en cuanto a la intriga plasmada en el guión que la hacían entretenida: ese picahielos temible: más allá, claro, de ese cruce de piernas que convirtió a Sharon Stone en la sensación sensual del celuloide de principios de los noventa.
Pero antes de que Hollywood le abriera sus puertas con "Los señores del acero", excelente película de acción medieval llena de la crudeza marca de la casa (rodada en España, por cierto, con localizaciones en la ciudad de Ávila entre otras), Verhoeven tuvo una trayectoria larga jugando como "local", producciones holandesas que posiblemente son de lo mejor de su carrera o al menos tan sobresalientes como para que se fijaran en el director más allá de los Paises Bajos. "Delicias Turcas" (que no he visto pero que sé que se debe mencionar), "El cuarto hombre" (una trama que tiene similitudes con "Instinto básico", a la que creo que supera: relaciones sórdidas pero con un tono de humor negro y tensión criminal muy logrado) o "Eric, oficial de la reina" se pueden contar como algunos de los mejores ejemplos de aquella etapa. Y Rutger Hauer también. El replicante que mostró una de las formas de morir más hermosas de la historia de cine y que dijo las palabras que a todos nos gustaría decir en nuestro lecho de muerte (aunque sean mentira), llegó a la pantalla grande de la mano de Verhoeven, con "Delicias Turcas", un empujón decisivo para su carrera como actor. Gran actor.
"Eric, oficial de la reina" es la historia de un grupo de seis estudiantes de clase alta, encabezados por Eric (Rutger Hauer) y Guus (Jeroen Krabbé, actor excelente que protagonizó "El cuarto hombre" y que a nivel internacional es conocido sobre todo por hacer el papel del Dr. Charles Nichols en "El fugitivo" de Andrew Davis: él es el médico que le hacía la puñeta a Harrison Ford), que coinciden en la universidad poco antes de iniciarse la Segunda Guerra Mundial y que, durante el conflicto bélico, toman distintas posturas: resistencia, colaboracionismo o pasividad. Holanda se había declarado neutral antes de la guerra, ya que tenía un ejercito débil y ninguna oposición que ofrecer al demoledor frente de ataque alemán. No le sirvió de nada: tras una semana de haberse iniciado la invasión alemana, el gobierno holandés capituló, derrotado después de que un bombardeó de la Luftwaffe devastara Rotterdam. La reina Guillermina de Holanda (otra de las figuras protagonistas de la cinta, demostrando lo chavacanos, normales y humanos que son los monarcas en las distancias cortas), parte al exilio en Londres y los que se quedan intentan hacer frente al ejercito alemán o se ponen una esvástica en el brazo.
La película conserva el tono optimista del cine bélico de posguerra que realizaron las vencedores a pesar de que es una producción tardía, del año 1977. Cada víctima, propia o ajena, es un paso hacia la victoria. Espionaje y Gestapo, transmisiones codificadas, dobles identidades, desembarcos nocturnos en las gélidas aguas del mar del Norte, entre los trajes de tweed, los canales de Amsterdam y las sempiternas bicicletas, una ambientación magnífica para una película de guerra (de guerra oculta) que no es de las más conocidas pero que se puede considerar entre las mejores del género.

viernes, junio 10, 2011

"Portero de noche", de Liliana Cavani

Romance entre un oficial de las SS (Dirk Bogarde) y una prisionera de un campo de concentración (Charlotte Rampling), una chica judía: relación antinatural per se: síndrome de Estocolmo agudo en fase terminal. Controversia automática para una película transgresora, lista para demoler tabús impenetrables a golpe de celuloide, planteando una de las situaciones más insólitas o, al menos, desacostumbradas, que se puedan pergeñar: traumas que desembocan en territorios incógnitos. No sólo el tema: los fotogramas se llenan de erotismo y hacen que "Portero de noche", prohibida por el franquismo, sea uno de los títulos famosos para provocar colas en los cines de Biarritz o Perpignan: esa mítica del cine y la libertad, de la censura en la cabina de proyección rota a pocos kilómetros de la frontera, aunque sólo sea con el ánimo de ver la piel bajo la blusa, pero un símbolo poderoso sin ninguna duda.
Si en "La muerte y la doncella" de Roman Polanski el reencuentro entre víctima y verdugo conduce irremediablemente a la búsqueda de justicia y venganza, en "Portero de noche" el encontronazo casual entre el encargado nocturno de un hotel y la esposa de un director de ópera puede tomar rumbos insospechados (como sucede en "Tras el cristal" de Agustí Villaronga: no puede decir que esa película no recoge el testigo de la de Cavani: de obra de culto en obra de culto).
Viena en el año 1957, atmósfera decadente de una posguerra aún no superada: los supervivientes buscan su lugar enterrando el pasado u ocultándose del presente. Relaciones amatorias sórdidas, enfermizas, sadomasoquistas, entre amantes acosados que se recluyen para prolongar su amor en una agonía desesperada, conscientes de que es un cadáver en descomposición que se niega a ser sepultado: sin futuro. Pero también es una película capaz de ofrecer escenas bellas en su perturbación, una característica que sin duda es su mayor escándalo: provocar disturbios en conciencias maniqueas, apasionadas por lo inmóvil, que sólo distinguen el blanco y el negro. Quizás cuando, recientemente, el director Lars Von Trier provocó una conmoción en el festival de Cannes al manifestar (boutade es un término francés, por supuesto) cierta afinidad con la figura de Adolf Hitler, en su subconsciente asomaba la imagen de Charlotte Rampling vestida con un pantalón ancho, unos tirantes, guantes de piel negra hasta los codos y una gorra de las SS. Nada más. Pura provocación.