miércoles, junio 29, 2011

"Midnight in Paris" de Woody Allen

Por los pelos: último día en cartelera pero hubo cita con Woody, un encuentro que raramente defrauda. Allen se aplica el cuento que cuenta en "Midnight in Paris", mejor dicho, su moraleja, y no mira atrás, él mira siempre hacia el siguiente rodaje, enlaza uno con otro: con cadencia anual, su lección periódica y magistral de cine.
Viaje al pasado: mejor viajar al pasado que al futuro, un espacio incógnito este último que puede producir angustia, ansiedad ante el porvenir, miedo al mañana: para qué saber: ya vendrá. Sin embargo el pasado, el planteado en "Midnight in Paris", es un terreno explorado literariamente, fantasmas transitados, nombres legendarios, un espacio onírico que, de repente, se llena de verdades. Es el territorio mítico de la nostalgia, aunque se trate de melancolía del pasado de otros, de unas vidas que nos parecen plenas de talento, de creatividad, de experiencia y de autenticidad. Esos, los auténticos, los veraces: ídolos seguros.
Pero el pasado es una memoria incompleta, así nuestro propio pasado, porque, como decía Borges, la segunda vez que recordamos algo no recordamos el hecho que produjo la impronta sino que recordamos el recuerdo y por tanto ya es falso: toda anécdota es ajena: ¿quién puede decir que es el mismo de hace veinte años? O de ayer. Echamos la vista atrás y no nos reconocemos.
Woody Allen llena los fotogramas de clichés mascados, de tópicos fácilmente consumibles, casi caricaturas, que identifican a los personajes tan bien como su nombre o su inmortal obra. Colección de músicos, escritores, pintores que dejaron su huella en París en los años 20 del siglo 20 e hicieron historia, historia universal. Sí, ese también sale. Artistas para los que su obra es un salvavidas, un asidero imprescindible, el objetivo vital que en muchos casos será reconocido post mortem y en muchos otros casos, en muchísimos más, para los que no aparecen en la película y en casi ninguna parte, ni siquiera la muerte traerá la gloria. Su presente, el de todos ellos, no era tan maravilloso como nos lo parece desde el futuro. Pero, ¿qué más da? El cuadro pertenece al autor mientras está pintando en él, después es un artefacto para la contemplación de otros o, mejor aún, un soporte al que dar la vuelta para seguir pintando.
Corre. Tu edad de oro es hoy.

sábado, junio 25, 2011

"Carlos", de Olivier Assayas

Canal + ha estado emitiendo los martes por la noche, los tres últimos, la serie "Carlos", biopic del tristemente célebre (adjetivo tópico como pocos para personajes fuera de la ley) Ilich Ramírez Sánchez, más conocido como Carlos el chacal. En la era del prêt-à-porter internauta, donde ver una serie no tiene horario ni fecha en el calendario, seguirla por televisión a la hora de emisión "oficial" parece antediluviano. Esta fidelidad (tres semanas tampoco es para tanto, no voy a andar poniéndome medallas, pero resulta algo complicado, la verdad) al teleprograma no hubiera sido posible si el espectáculo no mereciera la pena. Y mereció.
Una foto de carnet de un hombre moreno, regordete, oculto tras unas gafas de sol, salpicando de vez en cuando los telediarios de mi niñez, noticiarios que por otro lado solían estar llenos de atentados terroristas, de secuestros aéreos, de nombres de bandas dispuestas a todo por conseguir sus objetivos: Ejército Rojo Japonés, Baader-Meinhof, Brigadas Rojas, OLP, IRA, ETA, ay, esta última que no acaba de desaparecer del parte de las tres de la tarde. En una época, la actual, en la que cualquier reivindicación o manifestación debe ir acompañada de ausencia de violencia y de actitud pacífica para ser tenida en cuenta (o no: generalmente, no) asombra recordar como se llevaban a cabo las demandas políticas por parte de estos tipos en los años 70. Grupos armados que irrumpían a tiro limpio en embajadas, en aeropuertos (hay una escena tremenda en la que dos personas acceden por la entrada principal del aeropuerto francés de Orly hasta la zona donde se despide al pasaje, portando un lanzacohetes en una bolsa, con el que disparan contra un avión israelí que esta despegando: y disparan dos veces, entre toda la gente, y fallan y le pegan a un avión yugoslavo, y después consiguen escapar: ahora sería imposible), conferencias internacionales. No hay puerta que les detenga. Y los gobiernos negociaban, pactaban, cedían: pagar el rescate y facilitar la huida. Terror al salvajismo indiscriminado.
Así, la película resulta ser un documento magnífico para comprender las turbulencias que se producían en el equilibrio de poder establecido durante la Guerra Fría, pantalla detrás de la que los servicios secretos de múltiples países disimulaban, inmersos en un enfrentamiento bastante caliente. Y Carlos (el actor venezolano Édgar Ramírez realiza el papel con una convicción y un apasionamiento impresionante, uno de los puntos fuertes de la película: por comparar de modo inevitable, Benicio del Toro en el "Che" de Steven Soderbergh me dejó frío) es la excusa perfecta para esta historia, el más famoso, mediático y universal de los carteles de Se busca. Los gobiernos del bando del Este se rifaban sus servicios: satisfacción garantizada. Pero el Muro cayó, un bloque se impuso, y la lucha armada que proponía Carlos, su modus vivendi, se cayó también, ya que sólo se podía llevar a cabo con un fuerte respaldo ideológico y económico detrás, a través de mandatarios afines, y si estos abandonan se termina el baile. Peor aún, todos contra ti: de héroe popular a amistad peligrosa. Ahora cumple cadena perpetua en una cárcel francesa, y creo que la película no le ha gustado ni un pelo. Total, porque te saquen como un joven idealista que termina convertido en un asesino calculador y cruel, más preocupado por el dinero, las mujeres y el alcohol que por la Causa (la Gran Marcha de la que hablaba Milan Kundera en "La insoportable levedad del ser": el camino hacia ninguna parte: el fin de la locura), pues tampoco será para ponerse así. Qué quisquillosos son algunos.

martes, junio 21, 2011

"Tetro", de Francis Ford Coppola

Un tipo que ocupó el trono indiscutible, Olimpo cinematográfico, dueño y señor de una época, parece un novato en su última película: rincones autobiográficos poblados de fantasmas familiares, tópicos en las localizaciones de rodaje (pintoresco barrio bonaerense con escena pasional de celos incluida: le faltó el tango: menos mal), experimentación con la cámara y la fotografía (si bien el blanco y negro ya había dominado en una de sus obras maestras, "La ley de la calle": ahí también había sus momentos en color, ahora lo usa en los flashbacks), efectismo en la trama (no sólo el climax dramático, que ya estaba anticipado, se veía venir, sino el uso de Radio Colifata, que también está descontado desde que esta gente hizo el anuncio de Aquarius) y, ay, no saber cortar a tiempo la historia y alargar la película demasiado: Tetro no acertó a hallar un final para su novela pero Coppola tampoco: falta de práctica: su primer guión en solitario (me parece) en veinticinco años, desde "La conversación", nada menos. Sí, aquella era otra obra maestra. Tiene unas cuantas.
Hondo carácter latino en la cinta no sólo por el lugar donde se desarrolla la trama, Buenos Aires, o por el grupo de actores, donde destacan las actrices protagonistas (Maribel Verdú y Carmen Maura: que te digan que vas a hacer una con Coppola debe ser tremendo: gratis si hace falta), además de por ser una coproducción italo-america-argenti-española, sino también porque un director que siempre quiso ser Orson Welles (en su momento lo alcanzó, pienso) trae en "Tetro" aires de Pedro Almodovar o de Carlos Saura: Welles también quiso su Don Quijote (la maleta de Orson Welles, como recordaba Babel llena de trabajos empezados: no inacabados: quién decide que una obra de arte está finalizada), también se acercó mucho a lo hispano.
Rencuentro entre familiares (el paso del tiempo y la familia: marca de la casa): Vincent Gallo, un actor a tener en cuenta siempre (y un director desperdiciado que se prodiga poco tras la cámara: magnífica "Buffalo '66") y un muchacho llamado Alden Ehrenreich, que, a pesar de parecerse a su "hermano" como un huevo a una castaña (se parece más a Di Caprio: "Tetro" a ratos recuerda un anuncio de colonias: no es un punto en contra, hay anuncios de colonias muy buenos), al final consigue mantener el tipo y dar el personaje.
Si se aguanta un buen rato al pié del cañón parece que la película puede remontar, posible despegue, destellos de genio, pero al final se desploma. Inexorablemente.
Esto no puede quedar así, Francis. Haz otra.

domingo, junio 19, 2011

"Eric, oficial de la reina", de Paul Verhoeven

El director holandés Paul Verhoeven es famoso (o al menos sus películas lo son: sí, creo que el apellido Verhoeven es bastante conocido pues tuvo una época de gran protagonismo en el mundo cinematográfico) por haber dirigido títulos como "Robocop", "Desafio Total" o "Starship Troopers", que le dieron un aura de cineasta de ciencia ficción violento y dispuesto a inflar de hemoglobina y salvajismo los fotogramas, pero dotado para manejar grandes presupuestos atiborrados de efectos especiales. Es famoso también por producciones mainstream de erotismo somnoliento como "Instinto básico" o "Showgirls": la segunda es digna de cualquier lástima pero "Instinto básico" tenía su aquél en cuanto a la intriga plasmada en el guión que la hacían entretenida: ese picahielos temible: más allá, claro, de ese cruce de piernas que convirtió a Sharon Stone en la sensación sensual del celuloide de principios de los noventa.
Pero antes de que Hollywood le abriera sus puertas con "Los señores del acero", excelente película de acción medieval llena de la crudeza marca de la casa (rodada en España, por cierto, con localizaciones en la ciudad de Ávila entre otras), Verhoeven tuvo una trayectoria larga jugando como "local", producciones holandesas que posiblemente son de lo mejor de su carrera o al menos tan sobresalientes como para que se fijaran en el director más allá de los Paises Bajos. "Delicias Turcas" (que no he visto pero que sé que se debe mencionar), "El cuarto hombre" (una trama que tiene similitudes con "Instinto básico", a la que creo que supera: relaciones sórdidas pero con un tono de humor negro y tensión criminal muy logrado) o "Eric, oficial de la reina" se pueden contar como algunos de los mejores ejemplos de aquella etapa. Y Rutger Hauer también. El replicante que mostró una de las formas de morir más hermosas de la historia de cine y que dijo las palabras que a todos nos gustaría decir en nuestro lecho de muerte (aunque sean mentira), llegó a la pantalla grande de la mano de Verhoeven, con "Delicias Turcas", un empujón decisivo para su carrera como actor. Gran actor.
"Eric, oficial de la reina" es la historia de un grupo de seis estudiantes de clase alta, encabezados por Eric (Rutger Hauer) y Guus (Jeroen Krabbé, actor excelente que protagonizó "El cuarto hombre" y que a nivel internacional es conocido sobre todo por hacer el papel del Dr. Charles Nichols en "El fugitivo" de Andrew Davis: él es el médico que le hacía la puñeta a Harrison Ford), que coinciden en la universidad poco antes de iniciarse la Segunda Guerra Mundial y que, durante el conflicto bélico, toman distintas posturas: resistencia, colaboracionismo o pasividad. Holanda se había declarado neutral antes de la guerra, ya que tenía un ejercito débil y ninguna oposición que ofrecer al demoledor frente de ataque alemán. No le sirvió de nada: tras una semana de haberse iniciado la invasión alemana, el gobierno holandés capituló, derrotado después de que un bombardeó de la Luftwaffe devastara Rotterdam. La reina Guillermina de Holanda (otra de las figuras protagonistas de la cinta, demostrando lo chavacanos, normales y humanos que son los monarcas en las distancias cortas), parte al exilio en Londres y los que se quedan intentan hacer frente al ejercito alemán o se ponen una esvástica en el brazo.
La película conserva el tono optimista del cine bélico de posguerra que realizaron las vencedores a pesar de que es una producción tardía, del año 1977. Cada víctima, propia o ajena, es un paso hacia la victoria. Espionaje y Gestapo, transmisiones codificadas, dobles identidades, desembarcos nocturnos en las gélidas aguas del mar del Norte, entre los trajes de tweed, los canales de Amsterdam y las sempiternas bicicletas, una ambientación magnífica para una película de guerra (de guerra oculta) que no es de las más conocidas pero que se puede considerar entre las mejores del género.

viernes, junio 10, 2011

"Portero de noche", de Liliana Cavani

Romance entre un oficial de las SS (Dirk Bogarde) y una prisionera de un campo de concentración (Charlotte Rampling), una chica judía: relación antinatural per se: síndrome de Estocolmo agudo en fase terminal. Controversia automática para una película transgresora, lista para demoler tabús impenetrables a golpe de celuloide, planteando una de las situaciones más insólitas o, al menos, desacostumbradas, que se puedan pergeñar: traumas que desembocan en territorios incógnitos. No sólo el tema: los fotogramas se llenan de erotismo y hacen que "Portero de noche", prohibida por el franquismo, sea uno de los títulos famosos para provocar colas en los cines de Biarritz o Perpignan: esa mítica del cine y la libertad, de la censura en la cabina de proyección rota a pocos kilómetros de la frontera, aunque sólo sea con el ánimo de ver la piel bajo la blusa, pero un símbolo poderoso sin ninguna duda.
Si en "La muerte y la doncella" de Roman Polanski el reencuentro entre víctima y verdugo conduce irremediablemente a la búsqueda de justicia y venganza, en "Portero de noche" el encontronazo casual entre el encargado nocturno de un hotel y la esposa de un director de ópera puede tomar rumbos insospechados (como sucede en "Tras el cristal" de Agustí Villaronga: no puede decir que esa película no recoge el testigo de la de Cavani: de obra de culto en obra de culto).
Viena en el año 1957, atmósfera decadente de una posguerra aún no superada: los supervivientes buscan su lugar enterrando el pasado u ocultándose del presente. Relaciones amatorias sórdidas, enfermizas, sadomasoquistas, entre amantes acosados que se recluyen para prolongar su amor en una agonía desesperada, conscientes de que es un cadáver en descomposición que se niega a ser sepultado: sin futuro. Pero también es una película capaz de ofrecer escenas bellas en su perturbación, una característica que sin duda es su mayor escándalo: provocar disturbios en conciencias maniqueas, apasionadas por lo inmóvil, que sólo distinguen el blanco y el negro. Quizás cuando, recientemente, el director Lars Von Trier provocó una conmoción en el festival de Cannes al manifestar (boutade es un término francés, por supuesto) cierta afinidad con la figura de Adolf Hitler, en su subconsciente asomaba la imagen de Charlotte Rampling vestida con un pantalón ancho, unos tirantes, guantes de piel negra hasta los codos y una gorra de las SS. Nada más. Pura provocación.

martes, mayo 31, 2011

"Un hombre sin pasado", de Aki Kaurismäki

Reset.
El cerebro se apaga, se enciende de nuevo, y en el transcurso de ese sencillo proceso se pierde toda la información almacenada. Una nueva vida; mejor aún: una reencarnación en vida y ahora toca descender un par de escalones, señal inequívoca de que el karma no estaba muy limpio. ¿O puede que esa bajada sea una bendición?. La segunda oportunidad de Paco Costas en versión existencialista y nórdica. Porque lo terrible sería que las vivencias fueran las mismas, que el recuerdo vaciado se llenará como la vez anterior y que el camino desembocara en el mismo punto, un maelstrom de tiempo del que fuera imposible escapar (y no me refiero al día de la marmota, esa es otra película). Para eso mejor quedarse tal y como se estaba. Si te dan una paliza de muerte que te deja hecho un malherido amnésico marginal, al menos que se haga bueno el dicho de no hay mal que por bien no venga.
Qué graciosos estos fineses, peculiares hasta el gentilicio. Quién lo iba a decir: Helsinki es un vivero de caracteres llenos de aguda ironía, de personajes dispuestos a saltar la barrera de mediocridad circundante para mostrarse atrevidos y extravagantes, de diálogos certeros pronunciados con la mayor tranquilidad. "¿Qué te debo?" "Si algún día me ves echado en un arroyo, ponme boca arriba". Y no es poca la petición para una sociedad acostumbrada a volver la mirada y pasar de largo cuando se encuentra a un hombre tirado en plena calle. Película llena de generosidad. ¿Qué es lo que realmente merece la pena? A los indios de las praderas les jodieron a base de agua de fuego y cuentas de colores. Tantos siglos pasados y nos vendemos por lo mismo, incluso por menos aunque los espejitos del conquistador brillen más: más luz para hacer más intensas las sombras de la caverna. Ay, Platón. Pero en esta cinta Diógenes. Sobre todo.

martes, mayo 24, 2011

"Tras el cristal", de Agustí Villaronga

La opera prima del director de "Pa negre", la triunfadora de los últimos premios Goya, es (fue: año 1987) un escándalo, entendido este término en sus dos posibles acepciones: alboroto para el qué, para el tema tratado, y admiración para el cómo, para un ojo de director que se apuntaba magnífico. Se puede pensar que es demasiado explicita para ser un primer largometraje: demasiado turbio el asunto, demasiado contundente la puesta en escena y, así, asegurarse titulares en todos los festivales y un aura de malditismo y de culto para el autor y su obra: "Joven director español provoca pesadillas al público de la Berlinale". Pero esa es una apuesta arriesgada, una moneda lanzada al aire que puede, como en tantas otras películas, volverse en contra del director: el emperador está desnudo: si rascas el fotograma puede que debajo no haya premio. Pues no es el caso. Menuda película.
Terror psicológico, género que en España ha dejado grandes frutos y en el cual "Tras el cristal" se puede situar entre las pioneras. Esta película, además, podía haber cubierto sin problemas el apartado cinematográfico hispano para el primer número de "La caja de Pandora". Un antiguo criminal nazi (Günter Meisner), vive con su mujer (Marisa Paredes demostrando una vez más que es una de las mejores actrices del cine español) y su hija (Gisela Echevarría) en las islas Baleares, oculto, camuflado. A ese exilio en el olvido del mundo se añade que está confinado dentro de un pulmón de acero, por el que sólo asoma su cabeza al exterior, después de haber sufrido un grave accidente: reclusión forzosa, como aquella en la que participó en el pasado. De verdugo a víctima y precisamente una de ellas aparece ahora, joven enfermero (David Sust, gran interpretación y sin embargo no tengo más referencias de su carrera como actor: flor de un día), cruel guardián, que se propone reconstruir las salvajadas cometidas por el viejo nazi: pedofilia, infanticidio y experimentos médicos como los que anunciaba Ingmar Begman en su magnífico retrato del Berlín de entreguerras que era "El huevo de la serpiente": hipnosis voyeurista que nos impide apartar la mirada de la pantalla, inundándonos de falsa incredulidad: sabemos que lo que vemos es cierto. Entre ellos dos se estable una especie de relación paterno filial enfermiza y sórdida, unidos en la fascinación por la maldad, un impulso erótico necrófilo, sádico hasta la hez. Cadena del mal que se transmite como un virus, como una herencia maldita: creación de un monstruo, de un frankenstein (con cicatriz y todo) que adora a su creador a la vez que lo odia a muerte.
La labor de ambientación es impresionante: la casona mallorquina se transforma lentamente en un campo de prisioneros, en un centro de exterminio, entre el alambre de espino y el humo, mallas metálicas para que nadie escape. Todo invadido por una luz azul rotunda, de noche y de misterio. De horror.
El hombre del saco merodea por el pueblo.

jueves, mayo 19, 2011

"Legión", de Scott Stewart

Vilipendiado y repudiado día tras día. "¿Qué última entrada has escrito en el blog? ¿Cuál? ¡Madre mía! ¡El griego Coñazokis, nada menos! ¿y el otro? ¿Apicha... qué? Te las viste en versión original ¿no? Ja, ja, ja. Esas no hay dios que las vea. Claro, así te han quedado luego los artículos de la revista: sesudos, pretenciosos, llenos de referencias a películas que no ha visto nadie: te pones a leerlo y te pierdes al segundo párrafo. ¡Cultureta!". Ay. Lo peor de todo es que la cursiva anterior se parece mucho a lo que me toca escuchar.
Detrás de estas gafas de pasta hay un pobre tipo que en sus años bárbaros ya se tragó todo el cine palomitero (ese adjetivo no es exacto para la época, es más bien un neologismo: no nos dejaban comer absolutamente nada en las salas y ruidosas palomitas ni pensarlo: cuéntaselo ahora a la chavalada a ver si te creen) que le tocó a mi generación: las obras completas de Schwarzenegger, Bruce Willis o Meg Ryan desfilaron ante mis ojos un fin de semana tras otro. Y sin pestañear. En muchos casos, disfrutando y pasándolo genial. ¡Yipi ka yei,...hijo de puta!. Mi admiración al cine trascurre por muchos caminos y algunos son menos transitados. Todo es cogerle el punto y no tener complejos. Atreverse y asombrarse y sobre todo disfrutar del cine, ya sea con Arnold o con Apichatpong. O con ambos.
Así que vamos con "Legión", un estreno del año pasado que se lanzó con mucha publicidad (recuerdo haberla visto anunciada en televisión y en carteles por la ciudad) y que supongo que no debió irle mal en taquilla. El Creador se harta de su creación y pone en marcha el Apocalipsis. Uno de sus fieles arcángeles, Miguel (Paul Bettany), se opone al castigo y viene a la Tierra para evitar la extinción de la humanidad: armado hasta las plumas. Ángeles exterminadores de alas de metal y maza de acero para zumbarle la badana a los descreídos. Y si no, mejor que cachiporras con pinchos y espadas flamígeras, un arsenal de metralletas y pistolas y preparar una buena balacera, que para eso estamos en el país de la Segunda Enmienda.
Dos puntos a destacar. El primero es la religiosidad que se hace patente en algunas muestras del cine de acción moderno, tramas con el rifle y la Biblia como protagonistas absolutos: "El libro de Eli" de los hermanos Hughes, con Denzel Washington, o la recién estrenada "El sicario de Dios" donde repiten el director de "Legión", Scott Stewart, y su protagonista, Paul Bettany, que debe haberle cogido el gusto al papel de héroe de acción, con pinta angelical y todo. Leí hace poco acerca de que las tramas hollywoodenses tienen tendencia a incluir referencias a la religión en mayor o menor medida. Y si se fija uno un poco, resulta que es verdad. Desde la simple introducción del texto de un salmo como sucede en el comienzo de "Valor de ley" de los hermanos Coen, hasta cambiar el sentido de una adaptación de una novela para hacerla más "divina" de lo que es el original en papel, algo que se puede comprobar en la adaptación de "La carretera" de Cormac McCarthy que realizó el director John Hillcoat. Habrá crisis de valores religiosos en el mundo pero no debe ser en el mundo del cine norteamericano. En ese mundo o detrás de él. Entre bambalinas.
El segundo punto a comentar es que "Legión" es un calco de "Terminator", aquella obra maestra de James Cameron. O sea, calco en el esquema del guión (en el resto: no hay color): Cameron no debía ir mucho a misa en aquella época, afortunadamente, al menos más allá de la idea mesiánica del personaje de John Connor. Desde la secuencia inicial de la "caída" del ángel hasta el final con madre coraje a lo Sarah Connor (que también, casualmente, es camarera) subida a un todoterreno, pasando por la misión de conseguir a toda costa el nacimiento de un salvador de la raza humana. Los puntos fundamentales de la primera parte de la extraordinaria saga de los cyborg homicidas venidos del futuro, son plagiados sin piedad. Como dije al principio, todo este cine de acción ya está visto. Hace años.

"If God will send his angels", un temazo de U2 que viene a cuento.
Sí, esta canción sale en una de Meg Ryan: "City of Angels", de Brad Silberling. 

Todas, no me perdí una.
It´s just you and me and the rain...

lunes, mayo 16, 2011

"La eternidad y un día", de Theo Angelopoulos

El pasado fin de semana he visto dos películas que, sorprendentemente, se parecen mucho. Y apunto la sorpresa porque cuando me pongo a ver una película intento saber de antemano lo menos posible de su argumento, de modo que encontrarme una serie de similitudes entre los títulos elegidos, vistos uno a continuación del otro, no puede achacarse a ninguna premeditación y sí a la más fortuita de las casualidades.
Antes de ver la que da nombre a esta entrada, en concreto un día antes, vi "Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas" de Apichatpong Weerasethakul, ganadora de la Palma de Oro de Cannes en el año 2010: primera coincidencia: la de Angelopoulos ganó el mismo premio en 1998. Y entre que decido o no ponerme a escribir sobre el tío Boonmee, veo "La eternidad y un día". No se hable más: programa doble en el blog.
En el rincón tailandés, Boonmee (Thanapat Saisaymar) y en la esquina griega, Alexandre (el genial actor suizo Bruno Ganz: ese asalto está ganado, me temo). Los dos son viudos gravemente enfermos que viven el presente sumidos en el dolor del cuerpo y la desesperación del alma: mirar al pasado con nostalgia, aquellos años de plenitud física y momentos felices: es la melancolía la que enferma al que echa de menos un mundo perdido. En la de Weerasethakul los fantasmas se presentan después de cenar, en la sobremesa, realismo mágico en la jungla tropical, y conversan con los vivos. Habitantes de universos paralelos que encuentran una puerta para verse, hablarse, abrazarse, cuidarse unos de otros y hacerse compañía. Para Angelopoulos, por otro lado, los fantasmas sólo pueblan los recuerdos y el pasado es un idílico día de verano al borde del mar. Veraneantes de ropas blancas bajo un sol luminoso, despreocupación de clase alta que baila en lujosas casas junto a la playa y pasea su ocio en yates de postal, contrastando con el presente lluvioso y triste de Alexandre: mafias que explotan a pequeños niños inmigrantes como símbolo de una sociedad en la que se ha extinguido el refugio perfecto de la familia, del clan: el hombre occidental moderno pierde sus referencias, sus asideros, y se desmorona irremediablemente. Alexandre es el fantasma, en realidad, un espectro con gabardina que se aparece en la fotos del pasado y no al revés.
¿Para qué seguir penando? Ambos, Alexandre y Boonmee, confían sin ningún asomo de duda en que la muerte es el reencuentro, una idea de vida ultraterrena que está más allá de toda lógica y que, sin embargo, es universal: Grecia y Tailandia, tan lejos, tan cerca.
Ver una película de Theo Angelopoulos (encabeza el post la suya porque me gustó más que la otra; Apichatpong Weerasethakul me deslumbró con su cine original y asombroso en "Mysterious object at noon" o en "Syndromes and a Century" pero en esta ocasión no ha llegado a encandilarme como en aquellas) es como viajar a uno de esos países en los que en vez de andar atrasando o adelantando la hora en el reloj es mejor abandonarlo en el fondo de la maleta. No existe el tiempo, la prisa, la premura: abandonad toda impaciencia. Sólo así se puede disfrutar de este cine, de esta perfecta poesía de celuloide.
Ahora que lo pienso, en eso también se parecen.

domingo, mayo 01, 2011

Revista. La Caja de Pandora



Hace unos meses recibí una misteriosa invitación: participar en algo nuevo, en algo inédito: de ahí su condición de misterio. Un proyecto que se anticipaba muy interesante y que era a la vez una oferta y un compromiso. Acepté sin dudarlo pero la duda vendría después: ¿sabría estar a la altura? ¿no me habría metido en camisa de once varas? ¿quién te crees que eres, so memo? ¿André Bazin?
Aquella invitación de Crowley, excelente bloguero al mando de la bitácora "Tengo boca y no puedo gritar", que de manera regular nos deslumbra con sus escritos y que cada domingo nos martiriza con la tarea imposible de ponerle nombre a un fotograma perdido, aquella aventura, aquel proyecto ya tomó forma. Ha sido un honor y un privilegio. Enhorabuena, Crowley.
El primer número se dedica al Holocausto y creo que merece la pena echarle un vistazo.
Haz click en la imagen:

sábado, abril 30, 2011

"El fuego fatuo", de Louis Malle

Alain Leroy recorre las calles de París con la misma desesperación con la que Julien Tavernier buscaba una salida del ascensor. Maurice Ronet, magistral en ambos casos: personajes sin asideros ni esperanzas que enfrentan a solas su destino.
Alain es un ex-alcohólico que no encuentra motivos para seguir viviendo. La búsqueda del impulso vital imprescindible, como aquel tránsito incansable que, años más tarde, mostraba Abbas Kiarostami en "El sabor de las cerezas". La fiesta terminó. Los antiguos amigos ordenan sus vidas, forman familias, se sumen en la placidez de la costumbre pero Alain se resiste a caer en la rutina. Beber para que pase algo, como decía Bukowski, una neblina de alcohol que altere la percepción de la realidad y camufle la existencia mediocre para convertirla en una falsa aventura permanente. Y por no caer en la rutina se tropieza con la depresión: mala solución, trampa mortal, opción indeseable en vez de salir al encuentro de la vida tal cual llega y apurar lo que ofrece.
No es mal consejo el que dio Cicerón: pensar es vivir dos veces. Y leer también. Y ver una película, por supuesto.
Para la ocasión, fotogramas desgarrados por Erik Satie.

sábado, abril 23, 2011

"Zombieland", de Ruben Fleischer

Llevo una quincena algo zombi. No me refiero unicamente a mi estado mental en el intervalo de tiempo que hay entre el sonido del despertador y el segundo café de la mañana, que también, una situación de atontamiento matutino que se ha visto aliviada de modo impagable por el parón laboral de la Semana Santa. Me refiero en realidad a dos fenómenos de ultratumba que han venido a visitarme con asiduidad durante los pasados días: la serie para televisión "The walking dead" y la novela "Descansa en paz". La primera está basada en los cómic del mismo título (hoy mismo he tenido un volumen recopilatorio en mis manos, en la feria del Día del Libro, pero al final no lo he comprado: opté por el "Kafka" de Robert Crumb y los zombis para otro ocasión, que bastante empacho llevo ya) y es una buena serie: seis capítulos llenos de acción y emoción, con la firma del gran Frank Darabont ("Cadena perpetua", "La milla verde", "La niebla": no está nada mal), que se ven del tirón. Apocalipsis zombi y los últimos seres humanos luchando a muerte contra sus antiguos vecinos, un tema viejo del género fantástico y de terror: "La invasión de los ladrones de cuerpos" de Don Siegel, "The Omega man" de Boris Sagal o, por supuesto, "La noche de los muertos vivientes" de George Romero, son precursores en historias de infección y holocausto. A esperar la segunda temporada de "The walking dead" ya que la primera dejó buen sabor de boca. Y el estomago un poco revuelto: daños colaterales consustanciales al canibalismo.
En cuanto a la novela "Descansa en paz", su autor es John Ajvide Lindquist, otro nórdico superventas, que ya tenía en su haber "Déjame entrar", el libro que dio origen a una de las mejores (o la mejor) películas de vampiros de los últimos años. Atraído por un título me atrevo con el otro. "Descansa en paz" resulta ser una buena novela donde el zombi ya no es un anónimo despojo putrefacto que quiere recuperar su carne a costa de la tuya sino que el cadáver andante es un familiar que ha fallecido recientemente y que vuelve a casa: el abuelo, la madre o, el caso más doloroso, un hijo. El disparo en el cerebelo no parece lógico y sí la esperanza en que debajo de la piel cuarteada y los ojos velados quede un hálito del habitante anterior de esa materia en demolición, de aquella persona por la que tanto se ha llorado tras su muerte y tanto se ha sufrido por su ausencia. ¿Acaso no era más difícil resucitar que quedarte, cuando mi alma se abrazaba a la tuya forcejeando hasta desangrarse, con la muerte?, preguntaba Dulce Loynaz en su poema "La novia de Lázaro". Lázaro, zombi primordial.
Así que después de tanta trascendencia en el papel y tanta tensión en la pequeña pantalla, "Zombieland" parece el producto adecuado para desengrasar y clausurar este pequeño rotten festival. No me equivoco y la película es lo que parece, una comedia tontuna de pegar tiros y de amor adolescente, donde los zombis parecen los vivos, que no los muertos. Sale Jesse Eisenberg haciendo de Mark Zuckerberg un año antes de rodar "La red social" de David Fincher, como si "Zombieland" fuera un casting para el papel que le lanzaría a la fama. O sea hace de perfecto nerd bobalicón: este chico corre el riesgo de acabar más encasillado que Antonio Resines si sigue hablando tan rápido. También aparece Woody Harrelson y su papel también se puede autoreferenciar a cuando hizo de Mickey Knox en "Asesinos natos" de Oliver Stone: lado salvaje y adicción al gatillo. Completan el cuarteto Emma Stone, de la que no tengo referencias ni esta película me las aporta, y Abigail Breslin, aquella deslumbrante pequeña Miss Sunshine que se va haciendo mayor y ya no deslumbra tanto. Este es el grupo de los, aparentemente, únicos supervivientes de nuestra especie, depositarios de un código genético refinado durante millones de años, los últimos de Filipinas (también aparece Bill Murray en un pésimo cameo que, menos mal, no dura mucho), y su mayor preocupación es encontrar cierto pastelito (no sé si Bony o Tigretón) y llegar a un parque de atracciones californiano: reflejo certero de una sociedad occidental infantil y decadente que sólo se mueve por la satisfacción inmediata del deseo pueril y caprichoso: ese mundo más podrido que un zombi. Comedia como alegoría, aunque no sé si el director la tenía en mente.
Zombieland now.

domingo, abril 17, 2011

"Henry, retrato de un asesino", de John McNaughton

En la película "Caro diario" de Nanni Moretti, esa estupenda introspección sentimental e irónica del director italiano en su propia vida, hay un pasaje en el que Moretti, escapando del sofocante verano romano, se mete en un cine a ver "Henry: retrato de un asesino", la sensación cinematográfica de la temporada, de la que además ha leído alguna buena crítica. Ay, la crítica. Al salir del cine, asqueado ante tanta violencia nauseabunda, sórdida e inexplicable, se pregunta si aquel crítico que alababa y recomendaba esta película conseguirá conciliar el sueño o si los remordimientos por su tremendo error le harán dar vueltas en la cama hasta el amanecer. La siguiente secuencia, una de las mejores de la cinta, nos muestra al propio Nanni Moretti sentado junto a una cama y leyendo recortes de periódico en voz alta. En el lecho, un crítico de cine se retuerce de dolor, se cubre la cara con el embozo de las sábanas, se aferra a su almohada como si esta fuera el último asidero de un precipicio, llora y balbucea amargamente, pues parece que escuchar la letanía compuesta por sus propios artículos es tan insoportable como la salmodia del exorcista para los oídos de Regan: ¡El poder de Cristo te obliga! Genial escena, que seguramente fue una venganza del cineasta ante algún crítico "amigo" de la época.
Visto así, recomendar o no que se vea una película puede ser una decisión arriesgada, un juicio más o menos apasionado que se vislumbra certero, pero que puede ser un patinazo brutal: crítico obnubilado se parte la crisma al caerse del guindo. En el caso de "Henry: retrato de un asesino" la opinión a seguir se puede balancear entre la del italiano, ya presentada y absolutamente contraria al film, y, por ejemplo, la del que ha incluido "Henry..." entre las "1001 películas que hay que ver antes de morir", que supongo que será positiva (no lo leeré hasta haber terminado de escribir esta entrada). ¿Cómo saber si una película es buena? Muy sencillo, basta con ver un millón de películas: después será imposible equivocarse.
La historia de Henry (Michael Rooker: hace poco le he visto convertido en otro total killer en la serie "The walking dead": los zombis son una excusa perfecta para llenar las pantallas de asesinatos feroces sin que la masacre producida consiga que los defensores de la televisión "políticamente correcta" se rasguen las vestiduras) es una colección de actos homicidas, un montón de ellos, a los que no se les acaba de encontrar la raíz, el leitmotiv generador de tanta violencia gratuita. Puede ser un problema sexual provocado por un trauma infantil, puede ser un atraco (para conseguir dinero o algo más banal aún: un televisor nuevo) que termina mal, o, simple y llanamente, el aburrimiento de una personalidad inestable y dotada para la brutalidad salvaje (esta última será la causa que dejen entrever otras películas hiperviolentas como "La naranja mecánica" de Stanley Kubrick o "Funny Games" de Michael Haneke). Los motivos no quedan claros y parece que tampoco importan demasiado, así que la cinta termina por convertirse en un ejercicio de estética sucia, descarnada, bastante gore, desposeída de cualquier rasgo de bondad y de cualquier posibilidad redentora: Henry es un caso sin solución y su colega Otis (Tom Towles) el siguiente de la lista. O el primero. El único momento en que parece que se quiere aportar cierto lirismo se reduce a unos planos al principio de la película en los que la cámara se aproxima o se aleja de los cadáveres inertes y ensangrentados de las víctimas (femeninas y casi desnudas) de Henry mientras suena una musiquilla: réquiem para necrofilias.
A mí me ha recordado a aquella serie española, "La huella del crimen", y de hecho dura poco más que un capítulo de aquellos.
Igual Nanni Moretti tenía razón.

miércoles, abril 13, 2011

Libros. Tres de cine para el sexto cumpleaños de Licantropunk.

Me decía ayer Tomás que si hoy el blog cumpliera siete años en vez de seis, podría utilizar para esta entrada el título original de la película "La tentación vive arriba" de Billy Wilder: "The seven year itch". Pero no puede ser así, ni por la cifra ni por la idea de inclinación a la infidelidad: con cadencia más o menos semanal he ido componiendo este puzzle, he ido llenando esta botella de capacidad infinita con una persistencia que me asombra y, de momento, no me apetece abandonar el juego. "The seven year itch" se convierte en un interrogante a desvelar el año que viene. Espero.

La persona que se sabe todas las fechas y que me regala todos los libros, este año ha superado todas las expectativas. Crisis, what crisis?, como el nombre de aquel álbum de Supertramp. Como si fuera el 6 de enero, me pongo a abrir los regalos:
  • "Conversaciones con Billy Wilder", de Cameron Crowe, un libro que hace mucho que quería tener.
  • "Emoción, Cine y Memoria. Análisis de las producciones de Walt Disney y Pixar Animation Studios", de Francisco José Mariano Romero, que tiene una pinta extraordinaria y que parece que tira por el aspecto psicológico/sociológico del tema. Eso sí, más de 200 páginas y ni una ilustración, pero tampoco harán mucha falta pues supongo que todos las películas que se mencionen habitarán algún apartado de mi hipocampo.
  • "100 Clásicos del Cine de Taschen", dos volúmenes con todas las fotografías imaginables, como es costumbre de esta editorial, por si había echado de menos "santos" en el libro anterior. Cien títulos que, si no se han visto ya, se está tardando en hacerlo.

Feliz cumpleaños, Max, compañero lobo. Tu aniversario es lo que dice Alicia que en realidad se celebra hoy.
No os olvidéis de darle una chuleta.

sábado, abril 09, 2011

Tomás Serrano premiado en el World Press Cartoon

Entre los enlaces que figuran a la derecha, en el apartado denominado "Obligatorios", se encuentra uno que apunta a un blog llamado "Waldo Walkiria World". En ese rincón de la blogosfera el dibujante Tomás Serrano deja de cuando en cuando alguna muestra de su arte y sus asiduos visitantes nos dedicamos a valorar, con total objetividad, lo que vemos. Y no debíamos estar muy desencaminados en nuestros juicios, que suelen ser elogiosos, ya que esta noche, en la ciudad portuguesa de Sintra, Tomás ha recibido un premio del World Press Cartoon, los galardones más prestigiosos a nivel internacional para dibujos, ilustraciones o viñetas que se hayan publicado en la prensa de todo el mundo y que cada año señalan a los mejores profesionales del sector.
Cuando me enteré de que Tomás iba a recibir ese premio yo no tenía muy claro su alcance o su importancia, pero desde que visité la página web del certamen y le eché un vistazo a las obras de los premiados en años anteriores o de los nominados para la edición actual... ¡vaya nivel!
Enhorabuena, Tomás.

Y en breve nos meteremos en "La caja de Pandora"...

domingo, abril 03, 2011

"El crepúsculo de los dioses", de Billy Wilder

Max, el personaje que encarna Erich Von Stroheim, me parece el más desolador dentro de la fabulosa coreografía de caracteres que se arrojan a la pantalla en esta película. La escena en que le confiesa a Joe Gillis (William Holden, otro criado al servicio de madame, pero para otros menesteres) que él, ese mayordomo fiel y entregado como un fanático al cuidado de su señora, la actriz Norma Desmond (Gloria Swanson, desesperada araña), es en realidad el director de las primeras películas de la actriz y, aún más, su primer marido, entonces esa escena se convierte en una secuencia demoledora: ¿hasta dónde llega el apetito de la diosa?
Las motivaciones psicológicas que pueden llevar a ese punto, a la aceptación de ese puesto de sumisión silenciosa y disciplinada (dueña-lacayo) donde antes hubo una relación de poder inversa (director-actriz) y más tarde de igualdad de pareja (esposa-marido) son demasiado complejas e inescrutables para exponerse en el ámbito del guión de "El crepúsculo de los dioses" y se quedarán en un fantástico fuera de campo. Si a esto añadimos que, en la vida real, Erich Von Stroheim había sido un director de prestigio en la época del cine de mudo, que dirigió a Gloria Swanson en "La reina Kelly" en 1928, película que supuso un fracaso para el director austriaco, y que, después de trabajar en esa cinta, con aquella actriz, esa diva inalcanzable, vio truncada su carrera como realizador cuando aún no había cumplido 50 años, entonces las emociones saltarán incontrolables entre la pantalla, el guión, el set de rodaje y la mente del espectador.
Max pone en marcha el proyector de cine, en el salón de la casa de Norma Desmond. Una película muda, como siempre. Norma y Joe están sentados en el sofá y ella habla de su desprecio al cine sonoro. De repente se pone en pie, altiva, iluminada por la luz del proyector, y grita ajena a cualquier realidad: ¡Volveré a la pantalla, lo juro! La película que están viendo es, precisamente, "La reina Kelly".
Billy Wilder tenía un gran humor negro. Genial y muy negro.

domingo, marzo 27, 2011

"Henry Fool", de Hal Hartley

Estoy leyendo "Un hombre sin patria", testamento vital del escritor Kurt Vonnegut (conocido por su novela "Matadero 5", relato del brutal e innecesario bombardeo de Dresde, en Alemania, al final de la Segunda Guerra Mundial) publicado pocos años antes de su muerte. Entre el conjunto de reflexiones llenas de ironía y humor con las que Vonnegut, superados los ochenta años, intenta transmitir consejos a sus lectores, hay una que apunta directamente a la película de Hal Hartley: El arte no es una forma de ganarse la vida. Es más bien una forma muy humana de hacer la vida más soportable (...). Cuenten cuentos. Escriban un poema para un amigo o una amiga, aunque sea pésimo. Háganlo tan bien como sepan y obtendrán una enorme recompensa. Habrán creado algo.
Me encontré ese párrafo en el libro y al día siguiente vi "Henry Fool": para que luego digan que las casualidades no existen.
Salvado por el arte. Simon Grim, un joven basurero que vive con una madre enferma mental y una hermana de tendencias ninfómanas y que es acosado a diario por una pareja de drogadictos que le convierten en blanco de sus putadas, conoce a Henry Fool, un ex presidiario que alquila el sótano de la familia Grim para vivir en él. Henry Fool (su aspecto me recuerda alguna foto de David Foster Wallace, aquel joven genio de las letras norteamericanas que se suicidó hace un par de años) tiene aura de escritor maldito, de perseguido, de vida literaria trufada de aventura y de peligro, entre Jack London y Charles Bukowski, y arrastra con él unos manuscritos con su obra inédita, sus "Confesiones". Esa impostura bohemia engatusa a Simon, necesitado de cualquier salvavidas al que aferrarse, de un cambio de rumbo antes de perderse sin remedio: Henry le regala a Simon un cuaderno en blanco y un lápiz y le anima a que escriba en él sus pensamientos: Llévalo contigo siempre. Si alguna vez tienes algo que decir y no te sale, te paras y lo escribes.
Simon Grim recibe el impulso necesario para atreverse a entrar en el mundo del arte y de este modo salvarse. Así de sencillo. Otro objetivo mucho más misterioso e inaprensible será el éxito editorial, los millones de lectores, las cifras de ventas, el reconocimiento y la gloria. Ahí la película, del año 1997, se atreve a pronosticar, con gran acierto, que Internet, que aún no estaba presente en cada ordenador del mundo (o en cada bolsillo, ¿quién se atrevía a semejante profecía?) sería un vehículo propicio para un autor desconocido pero con mucho talento. Un editor no tiene que elegir lo crea que es mejor, tiene que elegir lo que más se vaya a vender. Así de sencillo, también.
Hal Hartley es un director de comedias amargas, historias marginales, excéntricas, conducidas por personajes cotidianos pero que se niegan a alienarse, a dejarse llevar al redil. Películas raras como "La increíble verdad", "Trust" o "Flirt" siempre fuera del mainstream capador. Las películas raras, eso tan extraordinario. En la entrevista que acompaña al DVD de "Henry Fool" le preguntan al director por su falta de ambición, una trayectoria siempre alejada de la taquilla. Él contesta que no, que se siente ambicioso a más no poder.
No se debe confundir la ambición con la codicia.

domingo, marzo 20, 2011

"Eduardo Manostijeras", de Tim Burton

Cuando vi "Dogville", de Lars Von Trier, en ningún momento las desventuras de Grace (Nicole Kidman) me trajeron a la memoria al personaje creado por Tim Burton en 1990. Hoy ha sucedido lo contrario y al ver de nuevo al pálido Johnny Deep (no había vuelto a ver esta película desde su estreno) acosado por los vecinos de un suburbio norteamericano, he recordado a la pálida Nicole Kidman encadenada a una rueda de carro. Extraños en el paraíso, recién llegados a comunidades ordenadas, atadas a rígidas convenciones, que en un principio son bienvenidos, después esclavizados y por último expulsados sin piedad. Da igual que seas una bella rubia o un engendro mecánico de afiladas cizallas, pues cuando se choca con la incomprensión y la ignorancia estás sentenciado.
La película de Tim Burton, una de las mejores que ha realizado, es ante todo una dura crítica de la sociedad en la que se crió el director californiano, de modo que la imposibilidad de adaptación de Eduardo al entorno en el que ha sido acogido es fiel reflejo de la experiencia vital de Burton durante su infancia: un nerd obsesionado con el terror y la ciencia ficción que llenaba papeles con dibujos inquietantes de monstruos y seres deformes: demasiada imaginación en el imperio del pragmatismo y lo prosaico, de la mediocridad y lo uniforme. Supongo que en el estreno de la película alguno de sus antiguos vecinos se reconoció en el celuloide y no le hizo ninguna gracia la broma: la venganza se sirve fría. Amas de casa aburridas y padres de familia adocenados, crían proles abocadas al consumismo feroz en casas de una planta pintadas de tonos pastel rodeadas de césped cortado cuidadosamente: navidades blancas en medio del desierto porque lo demanda la publicidad de los grandes almacenes. Las cuchillas de Eduardo despiertan pulsiones eróticas inconfesables y hacen brotar la sangre sobre la piel, rasgando los fotogramas para apenas desvelar a un autor que si quisiera se podría poner muy violento en sus cintas pero que en la mayoría de ocasiones rebaja el tono, alejándose del psicokiller para dejarse caer en los brazos del cuento infantil más o menos macabro.
La trayectoria de este realizador está salpicada de genialidades, en las que el diseño de personajes raramente ha decepcionado y sí ha asombrado casi siempre, pero últimamente corre el riesgo de limitarse a ser firma de prestigio al final del mamotreto, convertirse en factoría de producciones (mejor decir producción que obra: producción suena a dinero y obra suena a arte) bien rematadas y apabullantes en lo visual, pero con poco que contar: Burton significa taquillazo y a la industria es lo que le importa. Esperemos que no y que después del desastre de "Alicia en el País de las Maravillas" volvamos a disfrutar de este cineasta indispensable.
"Eduardo Manostijeras" es el milagro tecnológico: un robot, un artefacto, una creación de la ciencia y el intelecto humanos que, como todos los inventados hasta ahora, tiene un apartado de "Precaución" al principio del manual de usuario: la doble cara de los avances técnicos, da igual que sea un automóvil o un secador de pelo. Las tijeras en vez de manos son su don a la vez que su desgracia, todo depende de cómo se utilicen. De cómo las utilicemos.
Mientras me sirvas eres mi amigo pero si un día me harto de ti te perseguiré hasta tu casa y arderás como Frankenstein en el molino. Y me da igual que me pongas ojitos, Johnny Deep.

domingo, marzo 06, 2011

"Cisne negro", de Darren Aronofsky

¿Cómo se logra la perfección a la hora de interpretar un papel? ¿Cómo hacer para meterse en la piel del personaje? Quizás el secreto es que el personaje salga de debajo de la piel: la metamorfosis: patito feo en cisne, gusano en mariposa, viajante de comercio en cucaracha.
A Natalie Portman se le puso la etiqueta de mojigata cuando, siendo aún menor de edad, se negaba a realizar escenas de sexo. Por imperativo paterno, al parecer. Para una persona que empezó su carrera cinematográfica a los 13 años deslumbrando con su interpretación de Mathilda, la joven pareja (relación apenas escabrosa) del asesino a sueldo Leon (Jean Reno) en la imprescindible "Leon, el profesional" de Luc Besson, parecía que no iban a existir barreras morales a la hora de aceptar un papel en su futura carrera, pero no fue así. Lolita, sí, pero no la de Nabokov. Por ese motivo algunos de sus trabajos posteriores como "Closer" de Mike Nichols, se han puesto en la balanza midiendo cuánto se alejaba del bien para adentrarse en el mal: cuánto cisne negro había en el cisne blanco. Mas allá de esa barrera que la actriz se encontraba en cada escalón, la chica iba alcanzando un aplomo frente a la cámara que, poco a poco, consolidaba su presencia en el mundo cinematográfico: en la excelente "My blueberry nights" de Wong Kar Wai, por ejemplo. "Cisne negro", su triunfo absoluto, premiado y reconocido unánimemente, es metáfora certera de un estereotipo que hace mucho tiempo debió quedar atrás (si alguien buscaba que la actriz se desatará sexualmente en el celuloide no se podrá quejar, ya que en esta película practica sexo, autosexo y hasta homosexo: todo ello muy logrado, eso sí).
El director Darren Aronofsky, cineasta de la obsesión, es muy dado al abuso en cuanto a repetir un patrón en sus películas para que una idea, una sensación, una fobia, se instale en la mente del espectador. Y con ese recurso ha conseguido brillantes películas como "Pi" o "Requiem por un sueño", aunque alguna otra se ha alejado de ese logro, como "The fountain", mucho más convencional y sensiblera (añado el enlace a "The Wrestler" y, ya está, resulta que, junto a "Cisne negro", las obras completas de Darren Aronofsky figuran en este blog: se podía invitar a algo). En "Cisne negro" se relata una caída en la esquizofrenia, parecida a la que refleja Martin Scorsese en "Shutter Island" en cuanto a que llega un momento en que el espectador se hace un lío y ya no acierta a discernir qué es realidad y qué es imaginación (con esa premisa el que está de este lado de la pantalla puede acertar a comprender el jaleo mental del enfermo retratado), regalando momentos finales de tensión gratuita y bastante innecesaria. Enfatizar la transformación con tanta uña rota, tanto padrastro mal arrancado, tanto sarpullido rascado y tanto tutú teñido de sangre, además de la exageración evidente del destino de la pobre Wynona Ryder (¿otra metáfora de figura cinematográfica machacada por los tabloides?) produce más desagrado que identificación.
Y en mi caso una dentera monumental.

domingo, febrero 27, 2011

"La red social", de David Fincher

No me gustó esta película. No me emocionó, no me angustió, no me mantuvo en tensión, no me deslumbró su estética. Todo lo que la mayoría del cine de David Fincher ha supuesto durante estos casi 20 años, no lo encuentro en esta película. "La red social" no es más que una historia de traición en el mundo de los negocios: se anteponen los intereses económicos a las amistades: los únicos valores que defiende esta civilización son los valores en bolsa. Una ascopena.
Sin embargo comprendo perfectamente el interés que ha despertado la cinta: el germen de una empresa (una idea robada, como tantas otras que han triunfado en el ámbito de la informática: no gana el que lo inventa sino el que sabe cómo venderlo) que ha logrado establecerse en muy pocos años a nivel internacional, ha entrado en nuestros hogares y nuestras vidas y que incluso, paradojas del capitalismo, ha llegado a protagonizar revoluciones: totalmente de moda. Para colmo de morbo, personajes reales: Mark Zuckerberg (Jesse Eisenberg, parloteando a toda velocidad), nerd multimillonario, uno de tantos jovenzuelos que han protagonizado el éxito de las punto com, o Sean Parker (¿qué hace ahí Justin Timberlake?), el primero que puso contra las cuerdas a la industria discográfica mundial. ¿Quiere ser millonario dando gratis un producto? Ahí tiene un par de ejemplos. Otra paradoja capitalista.
Aunque la película no da mucho de sí para el disfrute cinematográfico, ofrece muchos puntos en los que apuntalar reflexiones. La primera de todas es comprobar que los chicos de Harvard, llamados a dominar el mundo, son un hatajo de imbéciles: para echarse a temblar. No acierto a comprender que las desenfrenadas fiestas de los campus estadounidenses den origen más tarde a un ejercito de codiciosos conservadores dispuestos a todo con tan de ganar un porcentaje, un pleito o, simplemente, machacar al rival en los negocios. Sólo lo puedo comprender desde la mezquindad y la represión, relaciones amatorias enfermizas y exentas de cualquier romanticismo y, a partir de ahí, la creación del más perfeccionado de los rufianes indolentes.
El resto de reflexiones sin duda irán encaminadas a la penetración de Internet en las relaciones sociales, el ocio, la comunicación: todo lo bueno y todo lo malo de la mano: el mundo cambia de golpe y porrazo y nada vuelve a ser como antes. Al principio de la película, la novia de Zuckerberg, lo abandona, y éste, resentido y apaleado, la denigra y la insulta en su blog: la palabra escrita, que no se la lleva el viento, que queda almacenada en un servidor, en un disco duro, en una memoria caché, en una copia de respaldo, más eterna que la sepultura de un cementerio. Y firmada por su autor (me acuerdo ahora de los últimos calentones twitteros y no me queda más remedio que adjuntar la esplendida viñeta aparecida hoy en prensa de Manel Fontdevila), susceptible de ser usado en un juicio, en una pelea o en una herencia: el abogado detrás de la IP. Ante notario. Cuidado con lo que se pone, cuelga, escribe, visita: paranoia tecnológica.
Internet es un juego de máscaras que permite soñar con ser lo que no somos (por ejemplo, un pretendido cinéfilo como el que destroza estas líneas), aproximarnos a rincones dormidos de nuestra personalidad y ponernos en contacto con "entes" de ideas afines. Pero si lo que se quiere es retomar el contacto con un viejo amigo, mejor tirar de agenda o de guía telefónica. Y para ligar, no hay como el calor del amor en un bar, que cantaba Gabinete Caligari.