domingo, marzo 27, 2011

"Henry Fool", de Hal Hartley

Estoy leyendo "Un hombre sin patria", testamento vital del escritor Kurt Vonnegut (conocido por su novela "Matadero 5", relato del brutal e innecesario bombardeo de Dresde, en Alemania, al final de la Segunda Guerra Mundial) publicado pocos años antes de su muerte. Entre el conjunto de reflexiones llenas de ironía y humor con las que Vonnegut, superados los ochenta años, intenta transmitir consejos a sus lectores, hay una que apunta directamente a la película de Hal Hartley: El arte no es una forma de ganarse la vida. Es más bien una forma muy humana de hacer la vida más soportable (...). Cuenten cuentos. Escriban un poema para un amigo o una amiga, aunque sea pésimo. Háganlo tan bien como sepan y obtendrán una enorme recompensa. Habrán creado algo.
Me encontré ese párrafo en el libro y al día siguiente vi "Henry Fool": para que luego digan que las casualidades no existen.
Salvado por el arte. Simon Grim, un joven basurero que vive con una madre enferma mental y una hermana de tendencias ninfómanas y que es acosado a diario por una pareja de drogadictos que le convierten en blanco de sus putadas, conoce a Henry Fool, un ex presidiario que alquila el sótano de la familia Grim para vivir en él. Henry Fool (su aspecto me recuerda alguna foto de David Foster Wallace, aquel joven genio de las letras norteamericanas que se suicidó hace un par de años) tiene aura de escritor maldito, de perseguido, de vida literaria trufada de aventura y de peligro, entre Jack London y Charles Bukowski, y arrastra con él unos manuscritos con su obra inédita, sus "Confesiones". Esa impostura bohemia engatusa a Simon, necesitado de cualquier salvavidas al que aferrarse, de un cambio de rumbo antes de perderse sin remedio: Henry le regala a Simon un cuaderno en blanco y un lápiz y le anima a que escriba en él sus pensamientos: Llévalo contigo siempre. Si alguna vez tienes algo que decir y no te sale, te paras y lo escribes.
Simon Grim recibe el impulso necesario para atreverse a entrar en el mundo del arte y de este modo salvarse. Así de sencillo. Otro objetivo mucho más misterioso e inaprensible será el éxito editorial, los millones de lectores, las cifras de ventas, el reconocimiento y la gloria. Ahí la película, del año 1997, se atreve a pronosticar, con gran acierto, que Internet, que aún no estaba presente en cada ordenador del mundo (o en cada bolsillo, ¿quién se atrevía a semejante profecía?) sería un vehículo propicio para un autor desconocido pero con mucho talento. Un editor no tiene que elegir lo crea que es mejor, tiene que elegir lo que más se vaya a vender. Así de sencillo, también.
Hal Hartley es un director de comedias amargas, historias marginales, excéntricas, conducidas por personajes cotidianos pero que se niegan a alienarse, a dejarse llevar al redil. Películas raras como "La increíble verdad", "Trust" o "Flirt" siempre fuera del mainstream capador. Las películas raras, eso tan extraordinario. En la entrevista que acompaña al DVD de "Henry Fool" le preguntan al director por su falta de ambición, una trayectoria siempre alejada de la taquilla. Él contesta que no, que se siente ambicioso a más no poder.
No se debe confundir la ambición con la codicia.

domingo, marzo 20, 2011

"Eduardo Manostijeras", de Tim Burton

Cuando vi "Dogville", de Lars Von Trier, en ningún momento las desventuras de Grace (Nicole Kidman) me trajeron a la memoria al personaje creado por Tim Burton en 1990. Hoy ha sucedido lo contrario y al ver de nuevo al pálido Johnny Deep (no había vuelto a ver esta película desde su estreno) acosado por los vecinos de un suburbio norteamericano, he recordado a la pálida Nicole Kidman encadenada a una rueda de carro. Extraños en el paraíso, recién llegados a comunidades ordenadas, atadas a rígidas convenciones, que en un principio son bienvenidos, después esclavizados y por último expulsados sin piedad. Da igual que seas una bella rubia o un engendro mecánico de afiladas cizallas, pues cuando se choca con la incomprensión y la ignorancia estás sentenciado.
La película de Tim Burton, una de las mejores que ha realizado, es ante todo una dura crítica de la sociedad en la que se crió el director californiano, de modo que la imposibilidad de adaptación de Eduardo al entorno en el que ha sido acogido es fiel reflejo de la experiencia vital de Burton durante su infancia: un nerd obsesionado con el terror y la ciencia ficción que llenaba papeles con dibujos inquietantes de monstruos y seres deformes: demasiada imaginación en el imperio del pragmatismo y lo prosaico, de la mediocridad y lo uniforme. Supongo que en el estreno de la película alguno de sus antiguos vecinos se reconoció en el celuloide y no le hizo ninguna gracia la broma: la venganza se sirve fría. Amas de casa aburridas y padres de familia adocenados, crían proles abocadas al consumismo feroz en casas de una planta pintadas de tonos pastel rodeadas de césped cortado cuidadosamente: navidades blancas en medio del desierto porque lo demanda la publicidad de los grandes almacenes. Las cuchillas de Eduardo despiertan pulsiones eróticas inconfesables y hacen brotar la sangre sobre la piel, rasgando los fotogramas para apenas desvelar a un autor que si quisiera se podría poner muy violento en sus cintas pero que en la mayoría de ocasiones rebaja el tono, alejándose del psicokiller para dejarse caer en los brazos del cuento infantil más o menos macabro.
La trayectoria de este realizador está salpicada de genialidades, en las que el diseño de personajes raramente ha decepcionado y sí ha asombrado casi siempre, pero últimamente corre el riesgo de limitarse a ser firma de prestigio al final del mamotreto, convertirse en factoría de producciones (mejor decir producción que obra: producción suena a dinero y obra suena a arte) bien rematadas y apabullantes en lo visual, pero con poco que contar: Burton significa taquillazo y a la industria es lo que le importa. Esperemos que no y que después del desastre de "Alicia en el País de las Maravillas" volvamos a disfrutar de este cineasta indispensable.
"Eduardo Manostijeras" es el milagro tecnológico: un robot, un artefacto, una creación de la ciencia y el intelecto humanos que, como todos los inventados hasta ahora, tiene un apartado de "Precaución" al principio del manual de usuario: la doble cara de los avances técnicos, da igual que sea un automóvil o un secador de pelo. Las tijeras en vez de manos son su don a la vez que su desgracia, todo depende de cómo se utilicen. De cómo las utilicemos.
Mientras me sirvas eres mi amigo pero si un día me harto de ti te perseguiré hasta tu casa y arderás como Frankenstein en el molino. Y me da igual que me pongas ojitos, Johnny Deep.

domingo, marzo 06, 2011

"Cisne negro", de Darren Aronofsky

¿Cómo se logra la perfección a la hora de interpretar un papel? ¿Cómo hacer para meterse en la piel del personaje? Quizás el secreto es que el personaje salga de debajo de la piel: la metamorfosis: patito feo en cisne, gusano en mariposa, viajante de comercio en cucaracha.
A Natalie Portman se le puso la etiqueta de mojigata cuando, siendo aún menor de edad, se negaba a realizar escenas de sexo. Por imperativo paterno, al parecer. Para una persona que empezó su carrera cinematográfica a los 13 años deslumbrando con su interpretación de Mathilda, la joven pareja (relación apenas escabrosa) del asesino a sueldo Leon (Jean Reno) en la imprescindible "Leon, el profesional" de Luc Besson, parecía que no iban a existir barreras morales a la hora de aceptar un papel en su futura carrera, pero no fue así. Lolita, sí, pero no la de Nabokov. Por ese motivo algunos de sus trabajos posteriores como "Closer" de Mike Nichols, se han puesto en la balanza midiendo cuánto se alejaba del bien para adentrarse en el mal: cuánto cisne negro había en el cisne blanco. Mas allá de esa barrera que la actriz se encontraba en cada escalón, la chica iba alcanzando un aplomo frente a la cámara que, poco a poco, consolidaba su presencia en el mundo cinematográfico: en la excelente "My blueberry nights" de Wong Kar Wai, por ejemplo. "Cisne negro", su triunfo absoluto, premiado y reconocido unánimemente, es metáfora certera de un estereotipo que hace mucho tiempo debió quedar atrás (si alguien buscaba que la actriz se desatará sexualmente en el celuloide no se podrá quejar, ya que en esta película practica sexo, autosexo y hasta homosexo: todo ello muy logrado, eso sí).
El director Darren Aronofsky, cineasta de la obsesión, es muy dado al abuso en cuanto a repetir un patrón en sus películas para que una idea, una sensación, una fobia, se instale en la mente del espectador. Y con ese recurso ha conseguido brillantes películas como "Pi" o "Requiem por un sueño", aunque alguna otra se ha alejado de ese logro, como "The fountain", mucho más convencional y sensiblera (añado el enlace a "The Wrestler" y, ya está, resulta que, junto a "Cisne negro", las obras completas de Darren Aronofsky figuran en este blog: se podía invitar a algo). En "Cisne negro" se relata una caída en la esquizofrenia, parecida a la que refleja Martin Scorsese en "Shutter Island" en cuanto a que llega un momento en que el espectador se hace un lío y ya no acierta a discernir qué es realidad y qué es imaginación (con esa premisa el que está de este lado de la pantalla puede acertar a comprender el jaleo mental del enfermo retratado), regalando momentos finales de tensión gratuita y bastante innecesaria. Enfatizar la transformación con tanta uña rota, tanto padrastro mal arrancado, tanto sarpullido rascado y tanto tutú teñido de sangre, además de la exageración evidente del destino de la pobre Wynona Ryder (¿otra metáfora de figura cinematográfica machacada por los tabloides?) produce más desagrado que identificación.
Y en mi caso una dentera monumental.

domingo, febrero 27, 2011

"La red social", de David Fincher

No me gustó esta película. No me emocionó, no me angustió, no me mantuvo en tensión, no me deslumbró su estética. Todo lo que la mayoría del cine de David Fincher ha supuesto durante estos casi 20 años, no lo encuentro en esta película. "La red social" no es más que una historia de traición en el mundo de los negocios: se anteponen los intereses económicos a las amistades: los únicos valores que defiende esta civilización son los valores en bolsa. Una ascopena.
Sin embargo comprendo perfectamente el interés que ha despertado la cinta: el germen de una empresa (una idea robada, como tantas otras que han triunfado en el ámbito de la informática: no gana el que lo inventa sino el que sabe cómo venderlo) que ha logrado establecerse en muy pocos años a nivel internacional, ha entrado en nuestros hogares y nuestras vidas y que incluso, paradojas del capitalismo, ha llegado a protagonizar revoluciones: totalmente de moda. Para colmo de morbo, personajes reales: Mark Zuckerberg (Jesse Eisenberg, parloteando a toda velocidad), nerd multimillonario, uno de tantos jovenzuelos que han protagonizado el éxito de las punto com, o Sean Parker (¿qué hace ahí Justin Timberlake?), el primero que puso contra las cuerdas a la industria discográfica mundial. ¿Quiere ser millonario dando gratis un producto? Ahí tiene un par de ejemplos. Otra paradoja capitalista.
Aunque la película no da mucho de sí para el disfrute cinematográfico, ofrece muchos puntos en los que apuntalar reflexiones. La primera de todas es comprobar que los chicos de Harvard, llamados a dominar el mundo, son un hatajo de imbéciles: para echarse a temblar. No acierto a comprender que las desenfrenadas fiestas de los campus estadounidenses den origen más tarde a un ejercito de codiciosos conservadores dispuestos a todo con tan de ganar un porcentaje, un pleito o, simplemente, machacar al rival en los negocios. Sólo lo puedo comprender desde la mezquindad y la represión, relaciones amatorias enfermizas y exentas de cualquier romanticismo y, a partir de ahí, la creación del más perfeccionado de los rufianes indolentes.
El resto de reflexiones sin duda irán encaminadas a la penetración de Internet en las relaciones sociales, el ocio, la comunicación: todo lo bueno y todo lo malo de la mano: el mundo cambia de golpe y porrazo y nada vuelve a ser como antes. Al principio de la película, la novia de Zuckerberg, lo abandona, y éste, resentido y apaleado, la denigra y la insulta en su blog: la palabra escrita, que no se la lleva el viento, que queda almacenada en un servidor, en un disco duro, en una memoria caché, en una copia de respaldo, más eterna que la sepultura de un cementerio. Y firmada por su autor (me acuerdo ahora de los últimos calentones twitteros y no me queda más remedio que adjuntar la esplendida viñeta aparecida hoy en prensa de Manel Fontdevila), susceptible de ser usado en un juicio, en una pelea o en una herencia: el abogado detrás de la IP. Ante notario. Cuidado con lo que se pone, cuelga, escribe, visita: paranoia tecnológica.
Internet es un juego de máscaras que permite soñar con ser lo que no somos (por ejemplo, un pretendido cinéfilo como el que destroza estas líneas), aproximarnos a rincones dormidos de nuestra personalidad y ponernos en contacto con "entes" de ideas afines. Pero si lo que se quiere es retomar el contacto con un viejo amigo, mejor tirar de agenda o de guía telefónica. Y para ligar, no hay como el calor del amor en un bar, que cantaba Gabinete Caligari.

martes, febrero 22, 2011

"Enredados", de Nathan Greno y Byron Howard

Otra princesita para la máquina de escupir merchandising. Las niñas ya no quieren ser princesas, cantaba Joaquín Sabina en los tiempos heroicos (y la canción continuaba diciendo que a los niños les da por perseguir el mar dentro de un vaso de ginebra: versos geniales sobre la perdida de la inocencia: "Pongamos que hablo de Madrid", del disco "Malas compañias" de 1980: ya ha llovido), pero la frase no tiene por qué ser verdadera: muchas sí quieren ser princesas, sobre todo cuando son pequeñas. Y la factoría Disney, ubicua, fortalece ese anhelo y se aprovecha de él en la mayoría de sus producciones: fábrica de sueños para que los padres se rasquen el bolsillo.
"Enredados" es una revisión de "Rapunzel", el antiguo cuento germano sobre una joven de largos cabellos que vive prisionera en una torre y que arroja su melena por la ventana para que un príncipe (azul, claro) la rescate. El resultado es una entretenida mezcolanza de géneros, desde la fantasía al romántico, pasando por el musical y el cine de aventuras, donde no falta la bruja malvada obsesionada con la belleza (trasunto más o menos cercano de Cher, en esta ocasión): tampoco faltará una muerte violenta que ponga fin a sus maldades: otra marca de la casa.
Se abandonan los clásicos acetatos animados, que se utilizaron hasta la reciente "Tiana y el sapo", de Ron Clements y John Musker (me gustó más que "Enredados", al menos en lo que se refiere a los números musicales: toques jazz para una trama localizada en Nueva Orleans), para entregarse por completo a la generación informática de dibujitos tridimensionales, mucho más apropiados, por supuesto, para exprimir la taquilla 3D. Echaré de menos ese modo de animación, una estética que ya no volverá, pero también eché de menos cuando abandonaron los doblajes "latinos", aquellos acentos fantásticos, con el estreno de "La bella y la bestia", de Gary Trousdale y Kirk Wise (en todas estas películas los directores van por parejas, como si les diera miedo ir solos al país de los "dibus"), en 1991 (también llovió desde entonces, incluso nevó). Al final a todo se acostumbra uno. A aburrirse en un cine, no, a eso no nos acostumbraremos nunca. Tampoco ha sido el caso. Y los niños encantados. Bueno, sobre todo las niñas. Esas princesas.

jueves, febrero 17, 2011

"Un soplo en el corazón", de Louis Malle

Edipo se arranca los ojos, que habían sido incapaces de ver la verdad, mientras que Yocasta, su mujer, su madre, se ahorca colgándose del techo de su palacio de Tebas.
Louis Malle barajó la posibilidad de terminar su película como si fuera una tragedia griega, con el suicidio del joven Laurent Chevalier (ese lector ávido de Boris Vian, de Albert Camus, de Pauline Réage: tromba de experiencias vitales ajenas), pero optó por un final pleno de naturalidad, de ternura, de alegría: la alegría de vivir.
Un final de obra maestra para tiempos (hace cuatro décadas) en los que el lenguaje cinematográfico discurría por caminos de libertad plena.
Y en la banda sonora, Charlie Parker o Dizzy Gillespie.
A propósito de libertad.

domingo, febrero 13, 2011

"Valor de ley", de Ethan Coen y Joel Coen

 "¿Qué película vais a ver?", me pregunta Alicia. "Una de mayores", contesta mi simpleza. "¿Una de sangre y muerte?", me remata la niña con la puntería de un francotirador serbio. Knockout. Instantes después recobro la conciencia, justo antes de que el arbitro cuente ¡ocho!, y no sé si colgar la chaqueta y quitarme los zapatos y en vez de ir al cine ponerme el pijama y meterme en la cama, derrotado y mudo, a meditar en la oscuridad sobre el triste balance de la condición humana: lo de los mayores es la sangre y la muerte y la madurez no es sino la constatación, la visión clara, de ese amargo designio.
Lo dicho, vamos a ver una de sangre y muerte, que para colmo es uno de los temas que mejor se le da a los hermanos Coen a la hora de reflejarlo en celuloide. Y dentro de ese asunto sienten predilección por asesinos a sueldo, en este caso un cazarrecompensas (tenue frontera entre unos y otros: una estrella de metal en el pecho; wanted dead or alive y la elección queda atada al escrúpulo del cazador: en la película incluso se ve un juicio que quiere aclarar las circunstancias de una sangrienta detención). Peter Stormare en "Fargo" o Javier Bardem en "No es país para viejos" cumplían a la perfección el estereotipo de homicida frío y sanguinario y contribuían notablemente a dos de los éxitos más grandes de estos hermanos cineastas. Ahora es el turno de Jeff Bridges, otro que ya brilló enormemente haciendo de El Nota en otro de los títulos señeros de la factoría Coen, aquella genial comedia llamada "El gran Lebowski". Y si en aquella ocasión su colega en la aventura era John Goodman, excelente en el papel de Walter Sobchak, un ex-veterano del Vietnam bocazas, repulido y fanfarrón, ahora ese rol lo encarna Matt Daemon: hay trozos de "Valor de ley" que hacen recordar aquella película. El cazador de hombres, un outsider para tiempos salvajes, que en este caso recibe su paga de una niña que además formará parte de la partida, una originalidad dentro del género, y que terminará por convertir al duro solitario en un héroe salvador. True grit.
Hay un western homónimo del año 1969 y con el mismo (creo recordar: al menos en sus líneas generales) argumento, dirigido por Henry Hathaway y protagonizado por John Wayne. El gran Duke ganó su único Oscar interpretando al alguacil con parche en el ojo Rooster Cogburn, cuando ya había cumplido los 60 años, reconocimiento justo de la industria de Hollywood para una extensa carrera que había hecho del actor uno de los rostros más populares de la pantalla a nivel mundial: inconfundible. Es posible que este año ese parche le de también el Oscar a Jeff Bridges que entonces lo ganaría dos años seguidos: demasiado premio seguido y parece poco probable que se lo gane al favorito del año, Colin Firth (esto de los premios, sin embargo, suele tener grandes sorpresas: esperemos varias para esta noche: "Buried", por ejemplo).
La sangre y la muerte, la venganza y la justicia, son la esencia del western, un género que acompaña al cine a lo largo de toda su historia: al menos desde "Asalto y robo de un tren", de Edwin S. Porter, del año 1903: uno de los actores dispara contra la cámara y el espectador da un respingo en su asiento: más de un siglo después las cosas no han cambiado. El western de vez en cuando aparece y arrasa la taquilla, como un viejo pistolero que sale de su retiro y regresa para poner orden en el mundo, para dejar las cosas en su sitio. El western, todo masculinidad y violencia, reflejos de una sociedad enferma.
¿Por qué nos gusta tanto el western?

domingo, febrero 06, 2011

"El arca rusa", de Aleksandr Sokurov

Paseo por la historia de Rusia, por las salas del Hermitage de San Petersburgo (aunque, paradójicamente, de las obras mostradas la mayoría ni son rusas ni tratan temas de su historia). Recorrido a iniciar tres siglos antes, con la fundación de la ciudad por Pedro el Grande, y guiado por dos viajeros del tiempo: un enigmático marqués francés y el propio director convertido en cámara subjetiva parlante. El marqués es Europa y el director es Rusia, que se acompañan y dialogan o, mejor dicho, se soportan y recelan. El extranjero visita el Hermitage como si contemplara el fruto de un saqueo: el Greco, Rafael, Rubens, Van Dyck, "Las tres gracias" de Canova, la porcelana de Sèvres: todo es fruto del genio de occidente: soberbia intelectual. San Petersburgo es una capital creada para acercar Rusia al resto de Europa, el este y el oeste de un mismo continente: tan lejos, tan cerca. Sueños de crecimiento económico, de progreso: el Siglo de las Luces, el esplendor de Versalles, el poder de las monarquías ilustradas: construir el museo más grande del mundo y llenarlo de obras maestras: comprar en vez de crear: ilustración por imposición en un vasto país estepario y campesino, frío e inhóspito. En la película se percibe una clara nostalgia a épocas de esplendor aristocrático, recuerdos imperiales de magnificencia envuelta en tela de seda y bordada con hilo de oro: no hay lugar en la película para revoluciones y sí para el poder absolutista de los zares (la cinta se salta 80 años de comunismo, concediendo apenas una habitación del museo para representar el sitio de Leningrado -antes Petrogrado, antes aún San Petersburgo y actualmente San Petersburgo otra vez- durante la Segunda Guerra Mundial y homenajear al más de un millón de muertos que produjo el terrible asedio).
Noventa minutos de cinta que son un catálogo en movimiento del museo Hermitage. Sin cortes, un plano secuencia de récord digno de pertenecer al fantástico listado que está elaborando Puerta de Babel. "In one breath", como se titula el imprescindible documental que acompaña el DVD. Cuatro años de planificación para aprovechar las 36 horas que el museo pone a disposición del cineasta para realizar la película: cientos de extras, vestuarios, decorados, iluminación: todo tiene que encajar y además al finalizar el rodaje hay que dejarlo todo como estaba, listo para abrir de nuevo el museo al público. Una Steadycam (al final de la hora y media el cámara estaba extenuado y pensaba que no podría finalizar el trabajo) debe circular sin cortes ni fallos por el recinto: un tiburón que si se para se muere. Se rodó en digital utilizando un disco duro enorme (en alguna parte leí que era la primera película rodada íntegramente en HD) que un ayudante transportaba en una mochila, además de una reserva de baterías que se agotaban peligrosamente. Al cuarto intento (ya que si se producía algún problema antes de veinte minutos habían acordado repetir la Toma) se lanza esta montaña rusa, un viaje al que se apunta el espectador que se desliza junto al suave movimiento de la cámara: a la media hora de proyección se olvida que se está contemplando una pirueta técnica y sólo queda el disfrute de una buena película.
Y si en el Palacio de Invierno, Sergei Eisenstein, padre del montaje cinematográfico, rodó una de las secuencias más famosas de "Octubre", Sokurov rueda en el mismo sitio, décadas después, pero esta vez el montaje brilla por su ausencia.

martes, febrero 01, 2011

"También la lluvia", de Icíar Bollaín

Hace unos días fuimos al cine a ver esta película. Después de ver "Balada triste de trompeta", máxima aspirante a coleccionar premios Goya en la próxima fiesta (este año puede ser una fiesta pero de las que acaban con una estocada hasta la bola: al director de la academia o a la ministra del ramo) del cine español, jugueteaba (tú porfía pero no apuestes, que decía mi abuelo) con la posibilidad, inducida por la coherencia, de no ver ninguna película española más que se estrenase en el futuro. Ahora resulta que el único coherente es el director de la triste balada, Álex de la Iglesia, y los demás somos unos blandos y unos bocas. Así que de nuevo a poner en la balanza el celuloide patrio, esperando, como siempre, que el espectáculo guste: en este caso no se defraudaron las expectativas. Buena película.
Guión de Paul Laverty, colaborador habitual del director Ken Loach (y pareja de la directora): cine social y realista, indica el prospecto. En el año 2000 se produjeron revueltas populares en Bolivia debido a la privatización del suministro público de agua, decisión que estuvo acompañada de un encarecimiento brutal del recibo: la guerra del agua de Cochabamba: también el agua, se lamenta el pueblo desposeído de toda riqueza: otro expolio más. Sin embargo en esta ocasión el levantamiento triunfó y el gobierno dio marcha atrás (y salimos del cine, llegamos a casa y vemos Egipto en las noticias; "Cuidado, que nos quedamos sin hijos de puta", encabeza su comentario Isaac Rosa en Público; el dictador es un hijo de puta pero es nuestro hijo de puta, el que apacigua nuestro miedo al moro maaaalo con un régimen autoritario de corrupción y pobreza: nos da más miedo una mezquita que una catedral y son la misma cosa).
Los distintos gobernadores que tuvo el Nuevo Mundo, de Cristóbal Colón en adelante (y después de la independencia también, en muchos de los casos) eran unos hijos de puta. Nuestros, claro: la película arrastra muchos complejos de culpa y los pone de manifiesto: mano de obra barata, extras para el rodaje a 2 dolares diarios. Porque la película contiene otra, una histórica: Colón frente a Bartolomé de las Casas: conquista y codicia frente a piedad y denuncia. Metacine: productor y director negociando y peleando por su sueño en fotogramas; egos artísticos buceando en un vaso de whisky y soledad; actores rebeldes y actores malos: la película ante todo que el show debe continuar.
Tres actores excelentes haciendo un gran trabajo: Luis Tosar, Gael García Bernal y Karra Elejalde, pero sobre todo este último: sus apariciones de secundario son de lo mejor de la cinta. La película contiene algunas escenas sobresalientes: el helicóptero transportando la cruz, el ensayo en el jardín después de la comida, las guerrillas urbanas en la ciudad. Y algunas fallidas como la pretendida catarsis popular en la crucifixión de los indios o un abrazo increíble junto a una carabela donde debería haber bastado un sincero apretón de manos: poca cosa, en fin, para que el resultado se pueda ver afectado.
Icíar hizo las Américas y le fue bien. Pero después de ver las cuatro candidatas a mejor película sin duda me quedo con "Buried".
Hagan sus apuestas.

lunes, enero 31, 2011

"La zona gris", de Tim Blake Nelson

Sonderkommando. Los nazis esclavizaban judíos. Les encargaban todo tipo de trabajos (como en la estupenda "Los falsificadores" de Stefan Rozowitzky), tareas que muchas veces eran asignadas en función de su cualificación: mano de obra especializada y barata. Muy barata. Trabajos forzados, trabajar hasta morir. Pero entre todas las tareas duras que podían realizar, las de los sonderkommando eran las más tristes y penosas, las más despiadadas, las más terribles: colaborar en la matanza de sus correligionarios. En "Shoah" de Claude Lanzmann, monumental testimonio del holocausto, no hay nada tan estremecedor como el relato de los antiguos sonderkommando, supervivientes de los campos de exterminio que describen con gran detalle (recuerdos imposibles de borrar) sus penalidades y la imposibilidad de limpiar la conciencia. Guiar a los recién llegados, indicarles que se desnuden, conducirlos al interior de las cámaras de gas, cerrar las puertas, recoger sus ropas y clasificar sus objetos de valor, sacar los cadáveres, cortarles el pelo, apilarlos en un montacargas, arrancarles las piezas dentales de oro, introducirlos en los hornos crematorios: la zona gris son las cenizas depositadas sobre los cuerpos de estos fogoneros del infierno. Cientos de víctimas diarias, miles durante las 16 semanas de vida media de un sonderkommando: después les esperaba el mismo destino que el de aquellos a los que habían llevado al matadero. Y lo sabían, pero era un periodo en el que, si el sonderkommando era eficaz, se aseguraban buena alimentación y buen alojamiento: prorroga vital pactada con el diablo, desesperado agarradero. Ellos no echaban el Zyklon B en las cámaras pero hacían todo lo demás: no eran los verdugos, pero eran el lubricante indispensable: chicos pálidos para la máquina de matar. El 7 de octubre de 1944, un sonderkommando se rebela en Auschwitz: la película será el homenaje a ese gesto suicida y heroico.
La ambientación de esta cinta es impresionante. Para el rodaje se construyó una réplica de uno de los campos de Auschwitz, empleando planos originales, y el efecto logrado es el de conseguir que el espectador contemple de manera fidedigna el Horror, pero contado tal y como debía ser en una fábrica de masacre que hacía de la muerte su negocio cotidiano: frialdad y precisión en el proceso, cadena de montaje bien afinada. Una película de terror.

jueves, enero 27, 2011

Z-Type

Lo descubrí en la casa del tiosain



La primera vez que veo claramente la utilidad del título de mecanografía obtenido en la ilustre y extinta academia ERDE (¿los chavales siguen estudiando máquina o eso es más raro que estudiar griego, aún?).

Teclados como metralletas.

lunes, enero 24, 2011

"En un lugar solitario", de Nicholas Ray

Una de las primeras películas del director y ya es una obra maestra. Humphrey Bogart interpreta a un guionista de Hollywood, Dix Steel, famoso por su trabajo y por su carácter violento, que se ve envuelto en el asesinato de una chica de guardarropa: cine negro y a la vez una mirada al ombligo que acaba en las tripas del show business: se apaga el proyector y aparecen el éxito y el fracaso: de la cumbre al arroyo, entre el alcohol y el olvido.
"En un lugar solitario" se asoma a los rincones oscuros del tipo duro, del arquetipo del supermacho viril e indómito que han perfilado las novelas de Dashiell Hammett o Raymond Chandler y que ha arrasado en las pantallas de cine de todo el mundo. Todos quieren ser Bogart, un tío que no destaca por ser guapo pero que se lleva a la chica en un abrir y cerrar de ojos (quién mejor para dar consejos amorosos a Woody Allen en la icónica "Sueños de un seductor" de Herbert Ross), mientras pronuncia un par de frases certeras y cortantes y enciende su pitillo sin filtro. Bogart rompió el molde en su reflejo de celuloide pero murió de cáncer por culpa de tanto tabaco, un final nada épico. En esta película obtiene una de sus mejores interpretaciones, bordeando la frontera tenue entre el hombre impulsivo y maltratador, al que se le va la mano más de la cuenta, y el asesino cegado por la rabia: no soy un homicida pero te demuestro qué fácilmente podría cruzar la línea. Una actuación escalofriante, llena de intensidad.
La réplica se la da Gloria Grahame, gran actriz que brillaría después en otras películas como "Los sobornados" de Fritz Lang o "Cautivos del mal" de Vincent Minelli. En la época de "En un lugar solitario" era la esposa de Nicholas Ray. Su escabrosa relación incluye que ella se acostara con un hijo de Ray, Tony, fruto de un anterior matrimonio del director, cuando el chaval no tenía edad ni para afeitarse; años después de divorciarse de Nicholas se casaría con Tony: tuvo hijos con ambos: las cenas familiares debían ser tremendas.
El lugar solitario donde habita un director de cine apartado de sus orígenes y sumido en las drogas. Muchas veces los mejores guiones se encuentran entre bastidores y la vida de Nicholas Ray daría para uno fabuloso, dulce y amargo, pasional y melancólico, pero su historia también muestra la genialidad que se encuentra en el desorden: algunos de los fotogramas más brillantes de la historia del cine. Esencial.

jueves, enero 20, 2011

"Simón del desierto", de Luis Buñuel

Años y años de penitencia y meditación, absorto en una salmodia infinita para alejar cualquier pensamiento pecaminoso. Ora que ora. Encaramado a una columna de soberbia, de superioridad moral: estar más cerca de Dios para alejarse del hombre. Pero ni siquiera a tantos metros de la vida, en medio del desierto, deja de molestarle la gente. Pastores enanos, madres preocupadas, monjes mancebos y monjes envidiosos, peregrinos mezquinos en busca de su milagro: aquello parece la calle mayor. Y el peor de todos, Satán, envoltura de carne seductora capaz de arrebatarle el alma al más piadoso: el ángel pesado. Pero con Simón no puede. Ay el tonto Simón, con los brazos en cruz y a la pata coja.
Simón en soledad, en silencio roto por el redoble de los tambores de Calanda: soledad de la contemplación divina. Y el diablo impotente: cómo puedo joder a Simón, cómo darle donde más le duela. Se lo llevó de marcha: ¡qué cabrón el diablo! Precisamente.

viernes, enero 14, 2011

"Trainspotting", de Danny Boyle

Renton y Spud corriendo por una calle, perseguidos por haber mangado en una tienda, mientras suena la potente batería del "Lust for life" de Iggy Pop y la voz en off de Ewan McGregor enumera los numerosos motivos que conducen a la adicción: Choose life, choose a job, choose a career, choose a family, choose a fucking big television, choose washing machines, cars, compact disc players and electrical tin openers. Múltiples elecciones que conducen a un destino de mediocridad y estupidez, de angustia vital y egoísmo: exactamente lo mismo que produce estar enganchado a la heroína, sólo que el yonki no se entera mientras siga colgado. Cuando estás enganchado hay una única preocupación que es pillar más: la vida corriente desaparece. Full time business.
Coge el mejor orgasmo que hayas tenido, multiplícalo por mil y ni siquiera andarás cerca. La película, basada en la magnífica novela de Irvine Welsh sobre un grupo de jóvenes drogadictos y delincuentes que sobreviven en Edimburgo en los años 80, está lejos de cualquier intención moral: transgresora e impactante, con unos puntos cómicos míticos: Renton sumergiéndose en el peor retrete de Escocia y apareciendo en lo que podría ser la portada del "Nevermind" de Nirvana o Spud mostrando los efectos del speed en las entrevistas de trabajo. Desdramatización. En aquellos años los problemas de adicción a las drogas tenían proporciones de epidemia nacional y sus consecuencias eran muy visibles: la figura del yonki era tan habitual en el paisaje urbano como la de una cabina telefónica (te los encontrabas en cualquier punto de la ciudad, te acompañaban por toda la calle Toro, por la Plaza Mayor hasta la estación de autobuses: enróllate, dame algo, hoy por ti mañana por mí, ¿no llevas nada suelto?, todo lo que tengas para mí; entre el ruego y la amenaza, conseguir lo que sea: un chute por dos mil pelas; o aparecía alguno de madrugada sentado en un bordillo, llorando porque se le había salido el pico mientras un brazo sangrante colgaba inmóvil). Aunque el asunto no te hubiera llegado más cerca que en forma de un amigo o conocido (casi seguro que alguno había; si se trataba de un familiar: punto y aparte) sabías de sobra la dimensión del embolado. A todo ello se unieron cuatro letras como los cuatro jinetes del apocalipsis: S.I.D.A.: cadáveres de 30 kilos. Por tanto ir al cine y ver "Trainspotting" era obtener una visión diferente, una ruptura con lo establecido, pero a la vez una constatación: bebés muertos como símbolo del adiós a cualquier esperanza: la adicción deja paso a la depresión y el bajón: la fiesta de los 80 terminó (otra gran película sobre la droga, sobre todas las drogas es "Réquiem por un sueño" de Darren Arofnosky). Las películas de Eloy de la Iglesia que habíamos visto eran otro cine, más amargo, más cruento, pero lo que ofrecía la cinta de Danny Boyle era sorprendente. Si aquello buscaba ser realista esto otro era más... surrealista.
Una banda sonora fabulosa y unos actores que saltaron a la fama mundial. Entre ellos destaca Ewan McGregor que ha alcanzado la cumbre (¿qué puede haber más allá de interpretar a Obi-Wan Kenobi?: poca cosa) y se ha mantenido ("El escritor" de Roman Polanski, por ejemplo). Otros han tenido una suerte dispar, como Robert Carlyle (el violento Begbie, el personaje más inquietante de la trama: tener un amigo broncas es como llevar al lado un mono con una ballesta, confirmo) cuya trayectoria de éxito parece que se apagó después del triunfo impresionante de "Full Monty" de Peter Cattaneo o su papel protagonista en "Las cenizas de Ángela" de Alan Parker. También aparece el actor y director Peter Mullan, reciente Concha de Oro del Festival de San Sebastián por "Neds", haciendo de camello: la madre superiora: la que lleva más tiempo con el hábito: inolvidable mote.
La carrera posterior del director Danny Boyle halló un filón inesperado en la oscarizada "Slumdog millionaire", pero esa es otra historia.
"Trainspotting" es de culto. Absolutamente.

viernes, enero 07, 2011

"Balada triste de trompeta", de Álex de la Iglesia

Y si no queda satisfecho, le devolvemos su dinero.
Una promesa tan seductora, una oferta tan apetecible: la ausencia de riesgo: lléveselo y si no le gusta o no le queda bien, me lo trae sin ningún compromiso, que se lo cambio por otro o le devuelvo el dinero. O le hago un vale. Seguro que hoy las tiendas están llenas de gente pidiendo que se cumpla el trato.
La industria cultural no tiene en cuenta ese lema tan popular, eslogan típico de la sociedad de consumo, una frase mil veces oída que acudió a mi mente al abandonar la sala de cine. La cultura no tiene garantía de devolución. Si una camisa, enfrentándose a la prueba suprema del espejo de tu casa, no te produce el placer estético esperado (algo que por regla general suele suceder), el mayor problema será encontrar un momento para volver a la tienda (algo que tampoco sobra) a realizar el trueque. Pero si compras un libro, un disco o una película, o una entrada para asistir a un concierto, o para ver un museo o para ir al cine, y el producto no cubre la expectativas, la decepción será un triste colofón a tu dispendio económico. Comprar cultura es un riesgo, la adquisición de un bien intangible, de una esperanza.
Los pataleos del establishment intelectual, en forma de columna periodística, que han seguido al rechazo parlamentario de la ley Sinde (una ley con la que, por otro lado, estoy de acuerdo en algunos puntos -páginas web que se forran ofreciendo un producto con el que no están autorizados a comerciar- y casi nada en las formas -justicia rápida para delitos que ni siquiera está claro que lo sean), intentan en su mayoría igualar el objeto que venden al de cualquier otro bien de consumo genérico, sin evaluar la calidad de lo ofrecido ni su valor intrínseco. ¿Por qué cuesta lo mismo (o más) una película (o libro, o canción) mala que una buena si no cuesta lo mismo un utilitario que un deportivo, por ejemplo? ¿Por qué hay tan poca diferencia de precio entre pagar por ver una película por Internet o comprar el DVD  ("Origen" de Christopher Nolan cuesta unos 15$ en Itunes, más o menos lo que cuesta el DVD en cualquier web de compras)?  Y, para el caso de "Balada triste de trompeta", ¿cuál es su presupuesto y cuánto ha salido del bolsillo del contribuyente (muchos organismos oficiales en los créditos iniciales, como en todas las películas españolas)? ¿ por qué ver cine español no cuesta menos que ver una película norteamericana, ya que muchas películas (o todas) están subvencionadas por el estado y de ese modo promover que vayan más espectadores a las salas? Culpar al "pirateo" de todos los males del cine español es ver sólo una parte del problema, la parte que más interesa destacar. Sólo queréis ver las obras maestras que hacemos por la patilla, malvados.
Si yo fuera una persona consecuente con las sensaciones que me ha dejado la última película de Alex de la Iglesia, no volvería a ver ninguna película suya. Quizá ni tan siquiera volvería a ver ni una película española más, pues el director es además presidente de la Academia de las Arte y las Ciencias Cinematográficas de España y exponente del estado del arte de un género cultural. Pero no será así. Me parece un buen director de cine y ha realizado varias grandes películas. Sabe resolver secuencias complejas y rueda escenas de acción como pocos en este país. Su última cinta recuerda al cine de Tarantino, sobre todo al genial what if... histórico que era "Malditos bastardos". Pero si una seña de identidad tiene el director estadounidense es la de realizar escenas de acción que complementan un guión y no al revés. "Balada triste de trompeta" está colmada de diálogos pueriles, excesivamente teatrales, que salpican un hilo argumental descabellado y deslavazado, carente de tensión y de emoción y repleto de sangre y de heridas. Por destacar alguna bondad, sobresalen las actuaciones de los dos actores protagonistas: Carlos Areces (ese tremendo Rosario de "Museo Coconut": tv for freaks) y Antonio de la Torre. El primero realiza una escena dura y sorprendente (recordando a Paco 'el Bajo' en "Los santos inocentes" de Mario Camus o el comienzo de "El pequeño salvaje" de François Truffaut) que es de lo mejor de la película, y el segundo encarna a un bipolar payaso-amable/terrible-maltratador con un gran nivel de credibilidad. Pero llega un punto en que al director se le va la mano del todo y el enfrentamiento entre el payaso triste y el payaso listo (como en aquella "Muertos de risa", del mismo director, el odio feroz entre dos humoristas: me gustó bastante o al menos bastante más que esta triste trompeta) termina convertido en una especie de combate salvaje a muerte entre el Joker y Dos Caras, con el Valle de los Caídos transformado en la azotea del edificio más alto de Gotham. Qué desperdicio. Qué desastre. Tendría que haberla hecho en 3D, que en esas el guión importa poco y los planos picados de la cruz gigantesca hubieran quedado fetén. Y se hubieran fastidiado los piratas, esos facinerosos.

Al parecer Álex de la Iglesia se inspiró en esta canción de Raphael (aparece en "Sin un adiós", de Vicente Escrivá) para hacer su película: lamentos trompeteros.

martes, enero 04, 2011

"El discurso del rey", de Tom Hopper

La primera visita al cine en el año 2011 ha sido afortunada: buena película, amable y entretenida, repleta de excelentes actores y brillantes actuaciones, de diálogos inteligentes cargados de ironía clasista, y dotada de una ambientación muy lograda para representar con veracidad los convulsos años que pasó la monarquía británica entre la subida al trono de Eduardo VIII (el mayor escándalo rosa del siglo fue su relación con la divorciada americana Wallis Simpson) y su posterior abdicación en su hermano menor, Jorge VI. Este último o, mejor dicho, su tartamudez, son el leitmotiv de esta película.
Rey por la G. de Dios, por designio divino: por ser hijo de un rey. La lista de méritos para ocupar un trono son escasos y de difícil aceptación para cualquier persona razonable, más aún si se tiene en cuenta la importancia del cargo que se va a asumir: representar a una nación. El rey que te toque y a ver si hay suerte que para colmo el puesto es vitalicio. Las monarquías europeas modernas se alejaron del absolutismo delegando en parlamentos elegidos democráticamente (si hay suerte, también) las tareas de gobierno. Se convirtieron en reyes actores a los que sólo se les pide acudir a actos públicos, realizar viajes oficiales (a cuerpo de rey, claro) y decir unas palabritas. Ni siquiera tiene que escribirlas ya que los discursos los redactan otros, basta con que cojan el papel y lo lean en voz alta. Pues parece ser que algunos reyes ni siquiera eran capaces de eso.
Colin Firth, inglés, interpreta al soberano mientras que Geoffrey Rush, australiano, encarna el papel de su logopeda: buen duelo artístico. El primero suena para el Oscar, un premio que suele tener en cuenta actuaciones en las que se muestre la superación de barreras físicas o discapacidades (me hubiera gustado haber visto la película en versión original pero de todos modos el doblaje era impecable). Más allá de esa condición es un actor excelente, como ya demostró en "Genova" de Michael Winterbottom. En cuanto a Geoffrey Rush, hace años que se llevó un Oscar (lo que comentaba más arriba de superar barreras) por interpretar la dura lucha del pianista David Helfgott contra sus problemas mentales y contra el Concierto para piano nº 3 de Rajmáninov en "Shine" de Scott Hicks. También me gustó cuando hizo de Peter Sellers fuera del escenario en "Llámame Peter" de Stephen Hopkins.
Las historias de reyes y reinas de la pérfida Albión a través de los siglos, parecen haber producido buenos resultados, en la mayoría de las ocasiones, al llevarse al celuloide. Desde "Excalibur" de John Boorman a "The Queen" de Stephen Frears, pasando por las distintas adaptaciones de las obras de Shakespeare protagonizadas por reyes antiguos o las múltiples veces en que las vidas de Enrique VIII o su hija Isabel I han aparecido en fotogramas.
God save the film.

jueves, diciembre 30, 2010

"Los viajes de Gulliver", de Rob Letterman

Los viajes de Jack Black. Este cómico estadounidense ha creado un estereotipo de él mismo, una especie de treintañero adolescente, cándido y fantasioso, bailongo y optimista que, contra todo pronóstico, acaba consiguiendo a la chica: relaciones pueriles y tontunas, aburridas y faltas del menor indicio pasional. Tanto es así, tan al servicio está el guión del protagonista, que termina infantilizando y aculturizando (el rey cambia su uniforme por un chándal y los palacios dieciochescos se llenan de carteles publicitarios: signos de la grandeza de la civilización usamericana colonizando/destrozando cualquier lugar del mundo al que llegue) a todo el reino de Lilliput. Cuando Hollywood agarra un clásico lo destroza sin compasión y ahora le toca el turno a la conocida obra de Jonathan Swift, generando un tostón lamentable.
En cuanto al 3D, sigo sin verle la gracia: objetos planos dispuestos en hileras, como recortables en un teatro de papel; fondos demasiado desenfocados para la era digital; imagen más oscura a cuenta de tener que ponerse las gafitas; y para colmo dos euros más la entrada (valga esa contribución desinteresada como salvavidas del negocio cinematográfico: mi granito de arena para que las salas de cine sigan programando cine-basura en su mayoría y le sigan echando la culpa al pirateo vía Internet de que el público no acuda en masa a comprar sus palomitas). Quitando algunas escenas especialmente realizadas para invadir la platea (pájaros volando, balas de cañón, vuelos entre montañas, personajes en caída libre: los puntales estéticos de los grandes argumentos de la historia del cine), el resto no se justifica en absoluto. Si la película es plana no hay tridimensional que la salve.
Ahí un síntoma que no falla: la mayor parte del público son niños, lo que echan es una comedia y no se oyen risas... rollo al canto.

martes, diciembre 28, 2010

"Shoah", de Claude Lanzmann

¿Se puede escribir poesía después de Auschwitz?, se preguntaba el filósofo alemán Theodor Adorno.
Campo de exterminio de Treblinka, con una productividad diaria que alcanzaba 15000 unidades. Un tren llegaba al apeadero de la entrada del campo y en tres horas (¡en tres horas!) su cargamento quedaba transformado en cenizas, en humo que salía por las chimeneas, en partículas que cubrían el cielo de toda Europa, en polvo que quizá aún sigamos respirando. Empujadores, peluqueros, limpiadores, jaladores, horneros, excavadores: grupos de judíos que colaboraban a golpe de látigo y de hambre y que necesitaban el exterminio para asegurar su propia supervivencia, paradoja terrible con la que es imposible convivir. Serán muchos de los que salgan vivos de los campos cuando se liberen y serán también los testimonios más demoledores, los que conmuevan al espectador hasta el tuétano.
Trenes de la muerte atraviesan el continente, cruzando pueblos donde los lugareños se pasan el pulgar por el gaznate, símbolo certero de un odio secular. La compañía de ferrocarriles alemana cobraba al estado (en realidad se pagaba con lo requisado: el judío pagaba su muerte de principio a fin) por cada viajero, si bien ofrecía tarifas para grupos y los menores de cuatro años viajaban gratis: el holocausto a precios de excursión a la playa. Criterios económicos, evaluación de costes, como los que estremecían al leerlos en la magnífica novela "Las benévolas" de Jonathan Littell. "Shoah" es el momento de mirar y de oír, durante casi diez horas de filmación: nadie debería ver esta película, todo el mundo tiene que conocerla. Rodada entre finales de los setenta y principios de los ochenta, todas las imágenes son contemporáneas, ninguna es histórica: raíles que atraviesan bosques desiertos, campos de cultivo, y que van a parar a descampados en ruinas donde asoma alguna chimenea o llegan hasta campos de concentración en los que se han preservado las instalaciones para preservar la memoria: turismo de masacre. Y mientras tanto hablan víctimas y verdugos creando un documento imperecedero y que seguirá siendo doloroso dentro de siglos. Hablan hasta romperse y arrastran consigo al observador del otro lado de la pantalla. En Israel, en Estados Unidos, en Polonia, en Alemania, en Corfú. Nazis que ahora sirven jarras de cerveza en Frankfurt o escriben guías de viaje de los Alpes, polacos que viven en las casas que antes ocupaban los ricos del pueblo o que recuerdan con pavor la vida del ghetto de Varsovia y judíos, por supuesto, eterna diáspora. Uno de ellos cuenta como, rodeado de cadáveres por todas partes, pensó que era el último judío. Casi lo consiguen.
El director interroga a los testigos sin piedad, consciente de que el celuloide generado será inigualable por ningún papel mecanografiado, por ningún artefacto arqueológico: en primera persona: yo estaba allí, yo lo vi, yo sobreviví.
Esta película duele.

sábado, diciembre 25, 2010

"Thought of You", de Ryan Woodward


Thought of You from Ryan J Woodward on Vimeo.

Lo tomo prestado de "La casa del tiosain": siempre merece la pena darse una vuelta por allí.
Esta pequeña animación (y la canción que la acompaña) puede inspirar buen ánimo, que a fin de cuentas es el mayor anhelo que se puede tener en estos días. Eso tan fugaz llamado felicidad. Esos instantes.

Woke up and wished that I was dead
With an aching in my head
I lay motionless in bed
I thought of you and where you'd gone
and let the world spin madly on

Everything that I said I'd do
Like make the world brand new
And take the time for you
I just got lost and slept right through the dawn
And the world spins madly on

I let the day go by
I always say goodbye
I watch the stars from my window sill
The whole world is moving and I'm standing still

Woke up and wished that I was dead
With an aching in my head
I lay motionless in bed
The night is here and the day is gone
And the world spins madly on

I thought of you and where you'd gone
And the world spins madly on. 

"World Spins Madly On" - The Weepies

lunes, diciembre 20, 2010

"Leonera", de Pablo Trapero

Una chica, acusada de cometer un turbio crimen pasional, va a la cárcel. No va sola: rápidamente los fotogramas desvelan que está esperando un hijo. La actriz protagonista, Martina Gusmán, excelente actriz y esposa del director, Pablo Trapero, aporta a su actuación un plus de verismo: su propio embarazo. No sé en que orden sucedió (¿fue primero la película o el huevo?) pero desde luego la situación fue oportuna: así es más fácil meterse en el papel.
Maternidad y presidio, dos factores que deben conducir al producto de un buen guión, más aún si, como es el caso, no se ahorra en sutilezas. Pero la cinta expone lo necesario, sin caer en excesos (la otra película que he visto de este director, "Carancho", estaba demasiado ida de vueltas; al cine de realismo social hay que cogerle el punto y tener cuidado con no pasarse en el efecto; "Biutiful" de Alejandro González Iñárritu es otro ejemplo de arroz pasado), algo muy complicado en una situación que es excesiva por sí misma. En Argentina una madre puede tener al niño viviendo con ella en la cárcel hasta que este cumple cuatro años. Ese lazo es un salvavidas afectivo para la reclusa pero se plantea la cuestión de si ese lugar es indicado para criar un hijo: el patio de la cárcel convertido en patio de guardería: el guardia hace la ronda por encima del muro alambrado, con el dedo en el gatillo del rifle (un punto fuerte de este director es el realismo en la puesta en escena: ambientes y escenarios convincentes sin lugar a dudas). ¿Qué será más traumático, la separación o la posible conversión del niño en un Kaspar Hauser asocial? Decide la madre, que precisamente por eso sólo hay una. Y a una madre decidida, no hay quien la pare.
"Carancho" me decepcionó pero con "Leonera" hemos hecho las paces. Y no me importa que "Leonera" sea anterior a "Carancho" porque yo las he visto en este orden. O sea, la última de Pablo Trapero es muy buena. Y punto.