Se puede decir que el cine español en torno a la Guerra Civil conforma un género propio. Si a ese género le añadimos el con niño, aparece un subgénero con bastantes componentes. A vuela pluma me salen: "El año de las luces" de Fernando Trueba, "El espinazo del diablo" y "El laberinto del fauno" de Guillermo del Toro, "La lengua de las mariposas" de José Luis cuerda, "Las bicicletas son para el verano" de Jaime Chávarri, "El viaje de Carol" de Imanol Uribe", etc. La guerra siempre en el fuera de campo, siempre en el pasado o en el presente, siempre leitmotiv poderoso: las películas de la guerra civil española se caracterizan por ser un género que, aunque trata de una guerra, esa guerra, el conflicto bélico como tal, nunca aparece: las víctimas cinematográficas casi siempre pertenecen a la población civil, a los vencidos, a los represaliados sin piedad: no hay campos de batalla, no hay llanuras bélicas y sí algún páramo de asceta.
Niños que se acercan a la edad adulta y, por tanto, se obtienen películas de iniciación: el despertar sexual de muchachos que miran embobados a sus primas o a sus compañeras de pupitre, al que se le suma el despertar de la conciencia en respuesta al ejemplo de algún cercano idealista. Si bien la primera fase de la niñez es impermeable a todo lo que le pasa a los mayores, llegada cierta edad uno se empieza a dar cuenta de todo y la guerra (o la posguerra implacable: infinita sed de sangre) genera suficientes dramas familiares como para que un niño se vea afectado psicológicamente por ellos. La ignorancia y el desentendimiento infantil ceden paso a las ganas de saber y de comprender. En "Pa negre" Andreu, el joven protagonista, acabará sabiendo demasiado y el mundo de su infancia se desmoronará irremediablemente: "Pa negre" es la película de ese terrible descubrimiento.
El comienzo de la cinta presenta un violento asesinato y poco después un carromato despeñándose, arrastrando en su caída al caballo que tira de él y a un inesperado pasajero: la crudeza, el fotograma sucio, la bajeza moral que se hará presente durante toda la proyección (el pan negro es el destino de los condenados, de los derrotados) frente a algún vano intento de reflejar la vida amable, bucólica y tranquila de los payeses de una masía catalana: lo que es y lo que pudo haber sido. Ese asesinato y desvelar a quién se esconde detrás de su posible ejecutor (Pitorliua, nombre de fantasma o de bandido, de protagonista de cuento al amor de la lumbre), conducirán esta alegoría cinematográfica del vencido que, como de costumbre, mostrará las vilezas del vencedor. Los curas, los fascistas, los ricos: ninguno era bueno. Pero en esta ocasión se abandona cualquier animo maniqueo para mostrar que ni siquiera los buenos lo eran tanto, aunque esa deconstrucción de los personajes acabará pareciendo forzada, poco creíble: no es fácil convertir a seres sensibles en cabrones despiadados, sobre todo si durante toda la película se ha insistido vehementemente en su bondad.
Al final, ni siquiera el pobre Andreu era bueno.
domingo, octubre 31, 2010
miércoles, octubre 27, 2010
"Vampyr", de Carl Theodor Dreyer
Una vampiro, en esta ocasión, como la que aparece en el fantástico dibujo de Tomas Serrano: los finos dientes de la Carmilla de Sheridan Le Fanu y la oscuridad que vela los contornos de las formas en los fotogramas de Dreyer: el color gris se derrama en el celuloide hasta ocultar casi por completo la imagen reflejada.
Un joven explorador de lo siniestro, Allan Grey, llega a un pueblo atenazado por la sed de una anciana nosferatu. Una posada inquietante, una casona siniestra, un molino ejecutor y, cómo no, un castillo. Jardines y bosques donde apenas se insinúan las figuras de los personajes: iluminación insuficiente en los exteriores, potenciando la textura neblinosa. Los interiores no, esa parte del rodaje permite disfrutar de decorados cuidados al detalle (al parecer los ayudantes de Dreyer se dedicaron a cazar arañas para lograr telarañas auténticas en las paredes): calaveras y diablillos.
Un doctor y un soldado con una pata de palo, siervos inmisericordes: no hay vampiro sin un Renfield cerca: ¿dónde está mi sangre?, pregunta el incauto Allan. El señor del castillo es abatido a tiros y sus hijas, Léone y Giséle, serán presas fáciles. Léone agoniza en su cama, desangrada en vida: el rostro se trasfigura hasta mostrar la corrupción del alma que aparecerá cuando se cobre la herencia del vampiro, una de las imágenes más extraordinarias e impresionantes de la cinta. El rapto de Giséle propicia el viaje astral de Allan en el que asiste a su propio enterramiento (entre "Buried" de Rodrigo Cortés, "La obsesión" de Roger Corman y ésta, este mes tengo sobredosis de ataúdes llenos de vivos, que no de muertos): la trama de esta película no ofrece senderos fáciles de seguir para el espectador, no se busca continuidad entre escenas, reforzando su carácter onírico, irreal. Efectos de sombras fantasmagóricas, movimientos de cámara en secuencias largas, hipnóticas: lenguajes cinematográficos en eclosión. Entre dos mundos, el mudo y el sonoro, después del rodaje se incluyeron en doblaje algunas frases, muy pocas, que conforman un escaso conjunto de diálogos surrealistas.
Un antiguo libro cuenta la historia de Marguerite Chopin, la peor de las plagas. Esas páginas serán la receta implacable para atajar la epidemia.
Al principio de la película aparece un campesino portando una guadaña: la muerte que pone fin a todo.
O no.
Un joven explorador de lo siniestro, Allan Grey, llega a un pueblo atenazado por la sed de una anciana nosferatu. Una posada inquietante, una casona siniestra, un molino ejecutor y, cómo no, un castillo. Jardines y bosques donde apenas se insinúan las figuras de los personajes: iluminación insuficiente en los exteriores, potenciando la textura neblinosa. Los interiores no, esa parte del rodaje permite disfrutar de decorados cuidados al detalle (al parecer los ayudantes de Dreyer se dedicaron a cazar arañas para lograr telarañas auténticas en las paredes): calaveras y diablillos.
Un doctor y un soldado con una pata de palo, siervos inmisericordes: no hay vampiro sin un Renfield cerca: ¿dónde está mi sangre?, pregunta el incauto Allan. El señor del castillo es abatido a tiros y sus hijas, Léone y Giséle, serán presas fáciles. Léone agoniza en su cama, desangrada en vida: el rostro se trasfigura hasta mostrar la corrupción del alma que aparecerá cuando se cobre la herencia del vampiro, una de las imágenes más extraordinarias e impresionantes de la cinta. El rapto de Giséle propicia el viaje astral de Allan en el que asiste a su propio enterramiento (entre "Buried" de Rodrigo Cortés, "La obsesión" de Roger Corman y ésta, este mes tengo sobredosis de ataúdes llenos de vivos, que no de muertos): la trama de esta película no ofrece senderos fáciles de seguir para el espectador, no se busca continuidad entre escenas, reforzando su carácter onírico, irreal. Efectos de sombras fantasmagóricas, movimientos de cámara en secuencias largas, hipnóticas: lenguajes cinematográficos en eclosión. Entre dos mundos, el mudo y el sonoro, después del rodaje se incluyeron en doblaje algunas frases, muy pocas, que conforman un escaso conjunto de diálogos surrealistas.
Un antiguo libro cuenta la historia de Marguerite Chopin, la peor de las plagas. Esas páginas serán la receta implacable para atajar la epidemia.
Al principio de la película aparece un campesino portando una guadaña: la muerte que pone fin a todo.
O no.
lunes, octubre 18, 2010
"Prospero's Books", de Peter Greenaway
"La tempestad" de William Shakespeare vista por el ojo barroco de Greenaway.
John Gielgud es Próspero, protagonista y narrador, voz única ideal shakesperiana para todos los personajes, una declamación que por sí misma vale el precio de la entrada. Michael Nyman, en su última colaboración con el director galés, aporta la que probablemente sea su mejor banda sonora. La danza hipnótica de Calibán, las piruetas de los tres Ariel, los cantos operísticos de las diosas y un travelín eterno que acompaña el desfile incesante de duendes y de hombres. El cine de Greenaway es excesivo y genial.
'...sabiendo cuánto amaba yo mis libros, me surtió
de volúmenes de mi propia biblioteca
que yo estimaba en más que mi ducado.'
¿Cuáles serían esos libros tan preciados? Próspero, el caído Duque de Milán, el alquimista, el sabio, personaje de una época en que magia y ciencia se mezclan y son un camino recto hacia el cadalso: al final arrojará sus libros al mar, triste final para las maravillas desplegadas en el celuloide, pero probable coartada del dramaturgo inglés para evitarse problemas inquisitoriales.de volúmenes de mi propia biblioteca
que yo estimaba en más que mi ducado.'
'Pero aquí abjuro de mi áspera magia
y cuando haya, como ahora, invocado
una música divina que, cumpliendo mi
deseo, como un aire hechice sus sentidos,
romperé mi vara, la hundiré a muchos pies
bajo la tierra y allí donde jamás bajó la sonda
yo ahogaré mi libro.'
Peter Greenaway pincela la escena hasta el último detalle, poblando vastas estancias palaciegas de ninfas y elfos desnudos, de bandejas llenas de manjares, de fuentes y columnas, de sombras profundas y de luces de colores intensos. Y lo llena el doble: la película será pionera en manipular digitalmente la imagen superponiendo planos de animaciones de los libros de Próspero: fotogramas saturados donde ya no cabe ni un alfiler.John Gielgud es Próspero, protagonista y narrador, voz única ideal shakesperiana para todos los personajes, una declamación que por sí misma vale el precio de la entrada. Michael Nyman, en su última colaboración con el director galés, aporta la que probablemente sea su mejor banda sonora. La danza hipnótica de Calibán, las piruetas de los tres Ariel, los cantos operísticos de las diosas y un travelín eterno que acompaña el desfile incesante de duendes y de hombres. El cine de Greenaway es excesivo y genial.
miércoles, octubre 13, 2010
"Carancho", de Pablo Trapero
El animal que más quiero es el buitre carroñero, rimaba fácil Robe Iniesta: el fraude es el único modo cabal de ganarse la vida en un sistema económico podrido hasta el tuétano: los despojos del pelotazo. Supervivientes en una jungla de hormigón y cristal, infelices vocacionales ahogándose en una noche infinita de desesperación insomne. Paisaje urbano nocturno, desnaturalizado, sin posibilidad de escape: la ciudad moderna es cárcel también. Sanidad de arrabal, hospitales de combate, de azulejos mugrientos y flourescentes temblorosos: la otra cara del sanatorio pijo del "Dr. House". Poca luz y mucho primer plano para que resalten las ojeras, las cicatrices: las llagas y el dolor: estética rotunda.
Ambulancias de emergencias lanzadas por avenidas en las que las farolas marcan los bordes del circuito, como en "Al límite" de Martin Scorsese. Animales noctámbulos que se cruzan: una médica novata abriéndose camino a base de dedicar más horas al trabajo que a la vida y un abogado de seguros al que se le han cerrado ya la mayoría de las puertas. Personajes bipolares: doctora con hábitos "inyectables" y jurista miserable y canalla pero con buen fondo.
El romance está servido (aunque poco elaborado, la verdad: un tanto facilón) y los ingredientes parecen ser de los que dan para una buena película (¿mencioné la estética?). El problema es que no se trata de una película: son dos (¿mencioné bipolar?) y la segunda es bastante mala. Tras un suceso dramático, mediada la proyección, la trama deja de avanzar a diálogos para empezar a avanzar a hostias. Al director se le va la mano y llega un punto en que, con tanta sangre y tanto coche, no se sabe si se han equivocado al empalmar los rollos en la cabina de proyección y se está viendo "Crash" de David Cronenberg. Cheee, te pasaste con el ketchup. Un camino salvaje que nos permite ver a un oficinista casposo transformado en el yellow bastard de Sin City, a un doctor en leyes manejando archivadores con la soltura de un picapedrero y a una pareja lanzada a la perdición emulando "Bonnie and Clyde" de Arthur Penn. Tantos años estudiando medicina, tanto leer legajos de derecho, para terminar así. No hay nada peor en el cine que que no te creas una película, comenta mi compañera de butaca. El espectador se desconecta, el interés se diluye: así es.
A Pablo Trapero, del que he leído críticas muy buenas, le buscaré en otras. Esta no llegó.
Ambulancias de emergencias lanzadas por avenidas en las que las farolas marcan los bordes del circuito, como en "Al límite" de Martin Scorsese. Animales noctámbulos que se cruzan: una médica novata abriéndose camino a base de dedicar más horas al trabajo que a la vida y un abogado de seguros al que se le han cerrado ya la mayoría de las puertas. Personajes bipolares: doctora con hábitos "inyectables" y jurista miserable y canalla pero con buen fondo.
El romance está servido (aunque poco elaborado, la verdad: un tanto facilón) y los ingredientes parecen ser de los que dan para una buena película (¿mencioné la estética?). El problema es que no se trata de una película: son dos (¿mencioné bipolar?) y la segunda es bastante mala. Tras un suceso dramático, mediada la proyección, la trama deja de avanzar a diálogos para empezar a avanzar a hostias. Al director se le va la mano y llega un punto en que, con tanta sangre y tanto coche, no se sabe si se han equivocado al empalmar los rollos en la cabina de proyección y se está viendo "Crash" de David Cronenberg. Cheee, te pasaste con el ketchup. Un camino salvaje que nos permite ver a un oficinista casposo transformado en el yellow bastard de Sin City, a un doctor en leyes manejando archivadores con la soltura de un picapedrero y a una pareja lanzada a la perdición emulando "Bonnie and Clyde" de Arthur Penn. Tantos años estudiando medicina, tanto leer legajos de derecho, para terminar así. No hay nada peor en el cine que que no te creas una película, comenta mi compañera de butaca. El espectador se desconecta, el interés se diluye: así es.
A Pablo Trapero, del que he leído críticas muy buenas, le buscaré en otras. Esta no llegó.
lunes, octubre 11, 2010
"Buried", de Rodrigo Cortés
Un hombre enterrado vivo: una historia rodada por completo en el interior de un ataúd. La sinopsis conocida antes de ver esta película hace que la primera pregunta en aparecer sea si la película logrará mantenerse a flote durante la hora y media de duración anunciada. Mantener la cámara en un espacio tan reducido, rodando el previsible sufrimiento de la víctima, su angustia y su desesperación, se antoja un intervalo de posibilidades dramáticas tan estrecho como la caja en la que está confinado el protagonista. Por suerte hace un par de décadas que se inventaron los teléfonos móviles: canal de comunicación inmediata con el fuera de campo, con el resto de nombres de los créditos: el actor Ryan Reynolds (una actuación meritoria más allá del esfuerzo físico que debe haber realizado al pasar tantas horas encajonado: el chico debe estar el forma: al menos marcaba musculito en la otra película en la que recuerdo haber visto esa cara, "Blade: Trinity" de David S. Goyer) acompañado de una docena de voces, además de la breve aparición de una chica en un vídeo recibido en un móvil. Cobertura, batería, llamadas perdidas, número oculto: vocabulario tecnológico de principio de milenio que, bien administrado, puede ser ingrediente de primer orden para el mejor suspense cinematográfico: la trama apura hasta la hez los recursos disponibles para arrastrar al espectador en un ritmo vertiginoso. Claustrofóbicos abstenerse: es imposible no ponerse en la piel del personaje en ciertos momentos de la cinta: hiperventilación y palpitaciones.
Voces al otro lado de la línea, soledad a este lado. Solo, el hombre solo, metáfora del hombre en crisis abandonado a su suerte por gobiernos y empresas. Hombres solos que devoran a otros hombres solos mientras los líderes evalúan los costes y minimizan las perdidas. El director Rodrigo Cortés (al parecer es gallego de nacimiento, aunque yo le conozco como paisano salmantino: actuaba en un trío humorístico, absurdo e irreverente, llamado "Las tres gracias" que hacían sus apariciones en el mítico "Café teatro de la Vega": noches de reír hasta llorar en un teatro de variedades cabaretero y genial) y el guionista Chris Sparling aprovechan la ocasión para mandar mensajes nada subliminales a un mundo convulsionado a escala global. La película es compleja a nivel técnico, complicada de rodar, pero eso no ha sido excusa para descuidar la historia, todo lo contrario, una trama impecable. Merecerá la pena verla en versión original aunque el doblaje realizado es muy bueno. Y del final mejor no avanzar nada: suenan aplausos al final de la proyección: será que el director juega en casa. Será que es una buena película.
El miedo a ser enterrado vivo, un terror muy común en siglos pasados en los que para la medicina era complicado determinar, en algunos casos, la muerte cierta del finado. Por si acaso incluyan en sus últimas voluntades llevar el teléfono móvil (total, ya no lo sacamos del bolsillo nunca: lo más probable es que en la funeraria se olviden de sacarlo) en el postrer viaje en vez de las monedas para pagar al barquero. Y que la batería esté bien cargada, claro.
Voces al otro lado de la línea, soledad a este lado. Solo, el hombre solo, metáfora del hombre en crisis abandonado a su suerte por gobiernos y empresas. Hombres solos que devoran a otros hombres solos mientras los líderes evalúan los costes y minimizan las perdidas. El director Rodrigo Cortés (al parecer es gallego de nacimiento, aunque yo le conozco como paisano salmantino: actuaba en un trío humorístico, absurdo e irreverente, llamado "Las tres gracias" que hacían sus apariciones en el mítico "Café teatro de la Vega": noches de reír hasta llorar en un teatro de variedades cabaretero y genial) y el guionista Chris Sparling aprovechan la ocasión para mandar mensajes nada subliminales a un mundo convulsionado a escala global. La película es compleja a nivel técnico, complicada de rodar, pero eso no ha sido excusa para descuidar la historia, todo lo contrario, una trama impecable. Merecerá la pena verla en versión original aunque el doblaje realizado es muy bueno. Y del final mejor no avanzar nada: suenan aplausos al final de la proyección: será que el director juega en casa. Será que es una buena película.
El miedo a ser enterrado vivo, un terror muy común en siglos pasados en los que para la medicina era complicado determinar, en algunos casos, la muerte cierta del finado. Por si acaso incluyan en sus últimas voluntades llevar el teléfono móvil (total, ya no lo sacamos del bolsillo nunca: lo más probable es que en la funeraria se olviden de sacarlo) en el postrer viaje en vez de las monedas para pagar al barquero. Y que la batería esté bien cargada, claro.
lunes, octubre 04, 2010
Libro. "The Stanley Kubrick Archives", de Alison Castle (Ed.)
Delicatessen de papel: la delicia de cualquier admirador (yo mismo) de la obra cinematográfica de uno de los más grandes.
Tanto criticar la Iglesia católica, la religión... Resulta que también tienen sus cosas buenas, por supuesto. Por ejemplo, el día del santo de uno (siempre que te regalen algo, claro).
Gracias familia, y alegraos de que me diera por el cine. Si me hubiera dado por el thrash metal o por la escultura megalítica, sería mucho peor.
Por cierto, dónde pongo ahora este pedazo de libro: de pie parece el monolito de 2001.
Tanto criticar la Iglesia católica, la religión... Resulta que también tienen sus cosas buenas, por supuesto. Por ejemplo, el día del santo de uno (siempre que te regalen algo, claro).
Gracias familia, y alegraos de que me diera por el cine. Si me hubiera dado por el thrash metal o por la escultura megalítica, sería mucho peor.
Por cierto, dónde pongo ahora este pedazo de libro: de pie parece el monolito de 2001.
domingo, octubre 03, 2010
"Intervista", de Federico Fellini
Un equipo de una televisión japonesa se desplaza a Italia para realizar un reportaje, una entrevista: Fellini, el gran cineasta.
El director sale a escena y con él se lleva a toda su troupe, el gran circo del cine, convirtiendo su penúltima película en un nítido homenaje a medio siglo de carrera y a todos los que le han acompañado y, al fin y al cabo, le han convertido en un mito cinematográfico, en un autor eterno. Pero entre los nombres de los créditos de sus películas hay uno que destaca siempre: Cinecittá. Así, la meca del cine italiano es otro más de los protagonistas de esta historia: los estudios son un mundo alternativo, otra dimensión de la existencia en la que todo puede suceder y cualquier fantasía se puede realizar: fábricas de sueños.
Uno de los puntales de la obra de Fellini ha sido la memoria, los recuerdos, rememorados de una forma a la vez personal y universal: cualquier espectador contemplará alguno ante el que esbozar una sonrisa: identificación con el pasado de otros. Durante la cinta se desgranan unos cuantos, entre la realidad y la ficción, pues muchas veces recuerdos ajenos se toman como propios o la mente tiende a idealizar de forma exponencial al tiempo transcurrido: el primer viaje en tranvía a Cinecittá, el primer encuentro con una diva, su primera entrada a un set de rodaje. El cine muestra sus trucos, sus ilusiones: la mirada deslumbrada. Y ya que los trucos son asuntos de magos, de repente aparece Marcello Mastroianni ataviado de Mandrake. El actor había entrado una vez, de forma magistral, en la piel del director italiano en "8½", película en la que el personaje aparecía deprimido y asustado: realizar una película puede ser una tarea titánica, un enigma para el que es muy complicado encontrar una solución perfecta: el artista sufre. Ahora no. Ahora toca mirar al cine con la alegría de vivir con la que el cineasta ha llenado su filmografía y para ello nada mejor que redescubrir a Anita Ekberg, tantos años después, y dejar que la música de Nino Rota nos devuelva a los años de "La Dolce Vita". Todos son más viejos, la carne perdió su esplendor, pero la imagen del celuloide es intemporal.
Casi al final, los cineastas son asaltados por una tribu de indios armados con antenas de televisión, metáfora de los peligros que amenazan al cine. El paciente, aunque grave, de momento aguanta, dottore.
El director sale a escena y con él se lleva a toda su troupe, el gran circo del cine, convirtiendo su penúltima película en un nítido homenaje a medio siglo de carrera y a todos los que le han acompañado y, al fin y al cabo, le han convertido en un mito cinematográfico, en un autor eterno. Pero entre los nombres de los créditos de sus películas hay uno que destaca siempre: Cinecittá. Así, la meca del cine italiano es otro más de los protagonistas de esta historia: los estudios son un mundo alternativo, otra dimensión de la existencia en la que todo puede suceder y cualquier fantasía se puede realizar: fábricas de sueños.
Uno de los puntales de la obra de Fellini ha sido la memoria, los recuerdos, rememorados de una forma a la vez personal y universal: cualquier espectador contemplará alguno ante el que esbozar una sonrisa: identificación con el pasado de otros. Durante la cinta se desgranan unos cuantos, entre la realidad y la ficción, pues muchas veces recuerdos ajenos se toman como propios o la mente tiende a idealizar de forma exponencial al tiempo transcurrido: el primer viaje en tranvía a Cinecittá, el primer encuentro con una diva, su primera entrada a un set de rodaje. El cine muestra sus trucos, sus ilusiones: la mirada deslumbrada. Y ya que los trucos son asuntos de magos, de repente aparece Marcello Mastroianni ataviado de Mandrake. El actor había entrado una vez, de forma magistral, en la piel del director italiano en "8½", película en la que el personaje aparecía deprimido y asustado: realizar una película puede ser una tarea titánica, un enigma para el que es muy complicado encontrar una solución perfecta: el artista sufre. Ahora no. Ahora toca mirar al cine con la alegría de vivir con la que el cineasta ha llenado su filmografía y para ello nada mejor que redescubrir a Anita Ekberg, tantos años después, y dejar que la música de Nino Rota nos devuelva a los años de "La Dolce Vita". Todos son más viejos, la carne perdió su esplendor, pero la imagen del celuloide es intemporal.
Casi al final, los cineastas son asaltados por una tribu de indios armados con antenas de televisión, metáfora de los peligros que amenazan al cine. El paciente, aunque grave, de momento aguanta, dottore.
domingo, septiembre 26, 2010
"Fast Food Nation", de Richard Linklater
'There is shit in the meat!', es la rima apocalíptica que pronuncia el jefazo de una cadena de ¿restaurantes? Demasiada E. coli en el cuarto de libra con queso: si la gente se muere después de comerse una hamburguesa, la cifra de ventas puede descender de modo alarmante. Cuando metes prisa en las cadenas de despiece, hay ocasiones (a diario) en las que al destripar una ternera se cometen errores y se mezclan la carne y la... mierda. No vas a parar por esas menudencias, so pusilánime. Acelerar la producción implica relajar las normas. Qué más da si tienen mierda si luego la parrilla va a matar todas las bacterias, sugiere Bruce Willis en uno de los cameos más sorprendentes de la cinta. El ejecutivo que vende veneno se enfrenta a grandes dilemas morales pero no hay nada mejor para acallar la conciencia que pasar una Visa Platino por las ranuras del alma.
Hace unos años leí el libro "Fast Food", de Eric Schlosser, un estudio alimenticio esclarecedor y terrorífico que servía para dar una cruenta respuesta a la famosa pregunta ¿sabemos lo que comemos? Me fue muy útil para amargarles la sobremesa a las amistades, contándoles algunas de las cosas que aparecían en el tocho. Pero además el libro tenía la virtud de que iba más allá del simple anecdotario sensacionalista hasta conseguir profundizar en los orígenes de un sistema de consumo y de vida que trasciende a todos los ordenes de la economía y del que las hamburguesas y los macdonalds no son más que una de las caras más visibles y por tanto más atacadas. El sistema fast food es, simplemente, cuántos centavos por kilo ganamos: el beneficio es lo que manda y todo lo demás es secundario: las leyes sólo sirven para proteger a las corporaciones y exponer a los ciudadanos
"Fast Food Nation" es la película que surge del libro, una dramatización en la que aparecen algunos de los temas que expone el ensayo (muy recomendable, lectura reveladora) en el papel. Un directivo (Greg Kinnear) de la empresa Mickey's (la comida rápida y los personajes de los dibujos animados: marketing despiadado) viaja a una inmensa factoría cárnica de Colorado a descubrir de dónde procede tanta mierda. En la cinta se introduce el tema de los espaldas mojadas, mano de obra de bajo coste y escasamente formada, que son los que apuntalan en esencia el falso bienestar del capitalismo: más por menos: chicanos pobres para engrasar la máquina, mercancía humana de usar y tirar. Inmensos corrales donde se hacinan miles de cabezas de ganado engordadas con piensos transgénicos que esperan su turno para el matadero: las escenas más sangrientas de la película, por supuesto, por eso se llama matadero (para hacerse una idea se puede echar un vistazo, no apto para estómagos sensibles, a este documental del año 1949, "Le sang des betes", de Georges Franju: la verdad detrás del entrecot). También tienen su lugar en la historia un grupo de estudiantes concienciados, ecologistas cándidos, que quieren liberar a las pobres vacas de su cruel destino (entre esos muchachos aparece la cantante Avril Lavigne, icono de la juventud que quiere ser rebelde a través del consumo, el desaliño de marca y la MTV: el mundo está lleno de mensajes confusos) y, cómo no, los jóvenes trabajadores del fast food de la esquina, esos chavales vestidos de amarillo y negro y con gorra visera uniformadora, a los que no conviene hacer enfadar si no se quiere un regalo personal (Paul Dano en una de las escena más perturbadoras del film) acompañando a los pepinillos.
Círculos rojizos de carne plastificada se deslizan por una cinta transportadora infinita. Unas gotas de aroma de carne recién hecha que engañen al cerebro y ¡a comer! Buen provecho.
Hace unos años leí el libro "Fast Food", de Eric Schlosser, un estudio alimenticio esclarecedor y terrorífico que servía para dar una cruenta respuesta a la famosa pregunta ¿sabemos lo que comemos? Me fue muy útil para amargarles la sobremesa a las amistades, contándoles algunas de las cosas que aparecían en el tocho. Pero además el libro tenía la virtud de que iba más allá del simple anecdotario sensacionalista hasta conseguir profundizar en los orígenes de un sistema de consumo y de vida que trasciende a todos los ordenes de la economía y del que las hamburguesas y los macdonalds no son más que una de las caras más visibles y por tanto más atacadas. El sistema fast food es, simplemente, cuántos centavos por kilo ganamos: el beneficio es lo que manda y todo lo demás es secundario: las leyes sólo sirven para proteger a las corporaciones y exponer a los ciudadanos
"Fast Food Nation" es la película que surge del libro, una dramatización en la que aparecen algunos de los temas que expone el ensayo (muy recomendable, lectura reveladora) en el papel. Un directivo (Greg Kinnear) de la empresa Mickey's (la comida rápida y los personajes de los dibujos animados: marketing despiadado) viaja a una inmensa factoría cárnica de Colorado a descubrir de dónde procede tanta mierda. En la cinta se introduce el tema de los espaldas mojadas, mano de obra de bajo coste y escasamente formada, que son los que apuntalan en esencia el falso bienestar del capitalismo: más por menos: chicanos pobres para engrasar la máquina, mercancía humana de usar y tirar. Inmensos corrales donde se hacinan miles de cabezas de ganado engordadas con piensos transgénicos que esperan su turno para el matadero: las escenas más sangrientas de la película, por supuesto, por eso se llama matadero (para hacerse una idea se puede echar un vistazo, no apto para estómagos sensibles, a este documental del año 1949, "Le sang des betes", de Georges Franju: la verdad detrás del entrecot). También tienen su lugar en la historia un grupo de estudiantes concienciados, ecologistas cándidos, que quieren liberar a las pobres vacas de su cruel destino (entre esos muchachos aparece la cantante Avril Lavigne, icono de la juventud que quiere ser rebelde a través del consumo, el desaliño de marca y la MTV: el mundo está lleno de mensajes confusos) y, cómo no, los jóvenes trabajadores del fast food de la esquina, esos chavales vestidos de amarillo y negro y con gorra visera uniformadora, a los que no conviene hacer enfadar si no se quiere un regalo personal (Paul Dano en una de las escena más perturbadoras del film) acompañando a los pepinillos.
Círculos rojizos de carne plastificada se deslizan por una cinta transportadora infinita. Unas gotas de aroma de carne recién hecha que engañen al cerebro y ¡a comer! Buen provecho.
sábado, septiembre 18, 2010
"La cuarta fase", de Olatunde Osunsanmi
Mi amigo Antonio Vallano, extraordinario ojo fotográfico pegado al cuerpo de un incansable trotamundos, me mencionó este título hace unas semanas. Más bien me lo lanzó, como una provocación cinematográfica. Peor aún, como una advertencia: a él mismo se le notaba el escepticismo (mezclado con sorpresa) a la legua. Pues hala, que no se diga.
Encuentros en la cuarta fase, que al parecer son los chungos. Steven Spielberg dejó claro que la tercera fase era una catarsis interestelar, un encuentro entre civilizaciones lleno de esperanza (más adelante nos haría desear encontrarnos con un marciano rechoncho y cabezón al abrir el armario de la habitación: ese E.T. adorable) y de buenas intenciones. Y para ello nada mejor que elegir a François Truffaut como el director de "orquesta" que lanzará al espacio cinco notas musicales inolvidables. Ese lenguaje, el musical, era una elección más que acertada de idioma universal. El director de "La cuarta fase", Olatunde Osunsanmi, decide (toma ya) que los extraterrestres hablan sumerio. Mal empezamos. Los amantes del género UFO han buscado durante décadas pruebas de la existencia de sus amigos verdes en la arqueología, miles de pruebas agarradas por los pelos: como las teleplastias (un saludo a ese gran teleplasta, Iker Jiménez) de Belmez o las nubes del cielo: cada cual ve lo que quiere ver. El tal Osunsanmi parece tan convencido de lo que muestra en pantalla, que en el arranque de la película Milla Jovovich aparece en plan Hitchcock advirtiendo al espectador de la tremenda realidad que va a presenciar (cardiópatas abstenerse) y que la ficción estará aderezada con trozos de filmación verdadera de las tristes aventuras de la Dra. Abbey Tyler, psicóloga abducida y enloquecida. Y ahí está lo peor de la cinta, esas pretendidas grabaciones reales de cámara de vídeo que lo único que hacen es alentar el tufillo fake de la historia. Incluso el director de la película aparece entrevistando, a lo Michael Moore, a la desgraciada doctora, jugándose y perdiendo por completo su ¿credibilidad? cinematográfica: si intentas convencer al espectador con tanto ahínco, asegúrate de que en Imdb no va a aparecer el nombre de la actriz que interpreta a la "verdadera" Tyler. Para falsos documentales ya tenemos el de la caída de Joaquin Phoenix en las drogas y el rap, película que aún no se ha estrenado ("I'm still here" de Casey Affleck, estupendo actor que por lo oído no se le debe dar nada mal la dirección) pero que seguro que está muy bien.
En fin, que la cosa se queda en un par de sustos de sacarte el corazón del pecho en una película más de conspiración gubernamental sobre asuntos OVNI, terror de visitantes de dormitorio (esta noche toca arroparse hasta la cabeza), con una pareja protagonista totalmente desaprovechada (la mencionada Milla Jovovich y Elias Koteas) y un recuerdo de nostalgia por mi parte al añorado Mulder. La verdad sigue estando ahí fuera. A ver si la encuentra alguien.
Encuentros en la cuarta fase, que al parecer son los chungos. Steven Spielberg dejó claro que la tercera fase era una catarsis interestelar, un encuentro entre civilizaciones lleno de esperanza (más adelante nos haría desear encontrarnos con un marciano rechoncho y cabezón al abrir el armario de la habitación: ese E.T. adorable) y de buenas intenciones. Y para ello nada mejor que elegir a François Truffaut como el director de "orquesta" que lanzará al espacio cinco notas musicales inolvidables. Ese lenguaje, el musical, era una elección más que acertada de idioma universal. El director de "La cuarta fase", Olatunde Osunsanmi, decide (toma ya) que los extraterrestres hablan sumerio. Mal empezamos. Los amantes del género UFO han buscado durante décadas pruebas de la existencia de sus amigos verdes en la arqueología, miles de pruebas agarradas por los pelos: como las teleplastias (un saludo a ese gran teleplasta, Iker Jiménez) de Belmez o las nubes del cielo: cada cual ve lo que quiere ver. El tal Osunsanmi parece tan convencido de lo que muestra en pantalla, que en el arranque de la película Milla Jovovich aparece en plan Hitchcock advirtiendo al espectador de la tremenda realidad que va a presenciar (cardiópatas abstenerse) y que la ficción estará aderezada con trozos de filmación verdadera de las tristes aventuras de la Dra. Abbey Tyler, psicóloga abducida y enloquecida. Y ahí está lo peor de la cinta, esas pretendidas grabaciones reales de cámara de vídeo que lo único que hacen es alentar el tufillo fake de la historia. Incluso el director de la película aparece entrevistando, a lo Michael Moore, a la desgraciada doctora, jugándose y perdiendo por completo su ¿credibilidad? cinematográfica: si intentas convencer al espectador con tanto ahínco, asegúrate de que en Imdb no va a aparecer el nombre de la actriz que interpreta a la "verdadera" Tyler. Para falsos documentales ya tenemos el de la caída de Joaquin Phoenix en las drogas y el rap, película que aún no se ha estrenado ("I'm still here" de Casey Affleck, estupendo actor que por lo oído no se le debe dar nada mal la dirección) pero que seguro que está muy bien.
En fin, que la cosa se queda en un par de sustos de sacarte el corazón del pecho en una película más de conspiración gubernamental sobre asuntos OVNI, terror de visitantes de dormitorio (esta noche toca arroparse hasta la cabeza), con una pareja protagonista totalmente desaprovechada (la mencionada Milla Jovovich y Elias Koteas) y un recuerdo de nostalgia por mi parte al añorado Mulder. La verdad sigue estando ahí fuera. A ver si la encuentra alguien.
jueves, septiembre 09, 2010
"El silencio de Lorna", de Jean-Pierre y Luc Dardenne
Un drama anónimo, de actualidad, de esos que aparecen en la prensa de tanto en tanto. Un titular que nos llama la atención pero del que nos cuesta imaginar las circunstancias, la situación vital de sus protagonistas. Ponerse en el lugar del otro es una tarea ardua para esta masa social-adormecida, indolente y cruel, que juzga desde su sofá sin haber visto más que una noticia de treinta segundos en el telediario nocturno: parte de una historia. Parte mínima.
Los hermanos Dardenne, estos belgas acaparadores de premios, vuelven a sorprender contando lo cotidiano, lo que le sucede a ese vecino del que ni siquiera sabemos el nombre y que miramos con desconfianza: el infierno es el otro. Cuando hicieron "Rosetta" (extraordinaria y desgarradora película de una chica que lucha con todas sus fuerzas por salir del mundo marginal que la tiene atrapada sin remedio, una cinta llena de frescura y de ritmo) en el año 1999, premiada con la Palma de Oro de Cannes, lograron que el gobierno belga descubriera que algunos de sus habitantes tenían un serio problema: en el año 2000 se aprueba la Ley Rosetta que protege el salario de los jóvenes. Cine conmovedor, social, esclarecedor. Abre los ojos.
"El silencio de Lorna" tiene un guión excelente, lleno de barrancos y de atajos que lanzan al espectador a puntos de la trama donde debe volver a encontrarse, descubrir dónde se halla, situar la brújula encima del celuloide y, atento a cualquier pista, reconducir la historia. Giros bruscos, pequeños saltos en el tiempo, que demuestran que la continuidad en un metraje se puede alcanzar llenando el cubo de basura de fotogramas innecesarios. Fantástica película.
Leo lo escrito y me doy cuenta de que no he desvelado nada de lo que sucede en la pantalla. He dudado si contarlo todo, como un prisionero atiborrado de suero de la verdad, pero es que a mi no me gusta que me cuenten estas películas. Sí, cuanto menos se sepa, mejor.
Los hermanos Dardenne, estos belgas acaparadores de premios, vuelven a sorprender contando lo cotidiano, lo que le sucede a ese vecino del que ni siquiera sabemos el nombre y que miramos con desconfianza: el infierno es el otro. Cuando hicieron "Rosetta" (extraordinaria y desgarradora película de una chica que lucha con todas sus fuerzas por salir del mundo marginal que la tiene atrapada sin remedio, una cinta llena de frescura y de ritmo) en el año 1999, premiada con la Palma de Oro de Cannes, lograron que el gobierno belga descubriera que algunos de sus habitantes tenían un serio problema: en el año 2000 se aprueba la Ley Rosetta que protege el salario de los jóvenes. Cine conmovedor, social, esclarecedor. Abre los ojos.
"El silencio de Lorna" tiene un guión excelente, lleno de barrancos y de atajos que lanzan al espectador a puntos de la trama donde debe volver a encontrarse, descubrir dónde se halla, situar la brújula encima del celuloide y, atento a cualquier pista, reconducir la historia. Giros bruscos, pequeños saltos en el tiempo, que demuestran que la continuidad en un metraje se puede alcanzar llenando el cubo de basura de fotogramas innecesarios. Fantástica película.
Leo lo escrito y me doy cuenta de que no he desvelado nada de lo que sucede en la pantalla. He dudado si contarlo todo, como un prisionero atiborrado de suero de la verdad, pero es que a mi no me gusta que me cuenten estas películas. Sí, cuanto menos se sepa, mejor.
sábado, septiembre 04, 2010
"Lope", de Andrucha Waddington
Escritores soldado: la pluma y la espada. El ejemplo más conocido es el de Miguel de Cervantes: el manco de Lepanto, el cautivo en Argel. La biografía de Lope de Vega también da, de sobra, para un relato apasionante: el signo de los tiempos: el imperio sin noche atrae de modo inevitable a legiones de hijos de algo en busca de fortuna, o así lo destaca el lado más llamativo de la Historia, cuando realmente este país no era más que un erial lleno de campesinos harapientos y lo siguió siendo durante siglos. La película arranca con imágenes de campos agostados entre caminos polvorientos iluminados por un sol inclemente. Tropas andrajosas retornan de su última batalla con los bolsillos tan vacíos, o casi, como cuando partieron. Fotogramas arrasados en sepia, cenicientos, recorren calles pedregosas y muestran muros desvencijados de un Madrid imposible de encontrar a no ser en unos espléndidos decorados (los exteriores fueron rodados en Marruecos). La ambientación escapa de dar la imagen pulcra de, por ejemplo, la serie de televisión "Los Tudor": si en "El perfume" de Patrick Süskind se intuye que un viajero en el tiempo que aterrice en una metrópoli de siglos pasados se asfixiaría con el hedor de las calles, en "Lope" no se duda a la hora de enseñar roña y herrumbre: cuadros de Murillo transportados al celuloide como receta segura de fidelidad y verismo.
Elena Osorio, Isabel Urbino. Los nombres de los amores de Lope de Vega resuenan en recónditos rincones de la memoria de la escuela. Cada poeta necesita sus musas y se componen parejas eternas, como Zenobia Cambrubí y Juan Ramón Jiménez, Leonor y Machado o Beatriz y Dante. Así que con detalles de la vida del fénix de los ingenios se puede lograr una buena película, por supuesto, potenciando el lado aventurero frente al intelectual y, finalmente, dejar que el romanticismo domine la escena. Pilar López de Ayala y Leonor Watling, excelentes ambas, actrices consolidadas, encandilarán a Alberto Ammann hacia la pasión arrebatada llena de versos, una elección de protagonista que eleva el grado indómito y seductor del personaje retratado y que apuntala al funcionario secuestrado de "Celda 211" de Daniel Monzón (también aparece Luis Tosar en "Lope" aunque en un papel discreto: no todos los días son fiesta) en una carrera más que prometedora. Y a Andrucha Waddington, este director brasileño que tan bien ha recreado el mundo del teatro en el Siglo de Oro, le seguiremos la pista.
Elena Osorio, Isabel Urbino. Los nombres de los amores de Lope de Vega resuenan en recónditos rincones de la memoria de la escuela. Cada poeta necesita sus musas y se componen parejas eternas, como Zenobia Cambrubí y Juan Ramón Jiménez, Leonor y Machado o Beatriz y Dante. Así que con detalles de la vida del fénix de los ingenios se puede lograr una buena película, por supuesto, potenciando el lado aventurero frente al intelectual y, finalmente, dejar que el romanticismo domine la escena. Pilar López de Ayala y Leonor Watling, excelentes ambas, actrices consolidadas, encandilarán a Alberto Ammann hacia la pasión arrebatada llena de versos, una elección de protagonista que eleva el grado indómito y seductor del personaje retratado y que apuntala al funcionario secuestrado de "Celda 211" de Daniel Monzón (también aparece Luis Tosar en "Lope" aunque en un papel discreto: no todos los días son fiesta) en una carrera más que prometedora. Y a Andrucha Waddington, este director brasileño que tan bien ha recreado el mundo del teatro en el Siglo de Oro, le seguiremos la pista.
jueves, septiembre 02, 2010
"Conocerás al hombre de tus sueños", de Woody Allen
Una comedía de Woody Allen: un género cinematográfico propio. Una lista que se incrementa anualmente con una cadencia que parece infinita, al menos hasta que la barrera de la edad (o de la muerte que tarde mucho en llegar) se imponga. La lección anual de cine por parte del genial guionista y director.
Comedias de la alta sociedad (de nuevo Londres en vez de Nueva York pero es lo mismo) que por repetidas terminan siendo comedias costumbristas y, como de costumbre, llenas de tics reconocibles. Matrimonios pijos de ínfulas bohemias que asisten desolados al final del amor: el desencanto de la realidad se baja del escenario, emerge del cuadro o escapa del texto: de joven prometedor se pasa a ser una promesa falsa de 38 años. En lugar de psiquiatras, esta vez tenemos astrólogos, médiums, adivinadores, pero las mismas dudas existenciales que provocan el consabido humor de diván marca de la casa, aunque hoy los chistes no sean tan buenos como en otras ocasiones. Será que es una comedia de Woody Allen en la que no aparece Woody Allen: se echa de menos al comediante genuino. Y eso que se nota que el reparto que toque siempre intenta dar lo mejor de sí mismo cuando trabaja con el neoyorquino, pero el resultado es dispar: Josh Broslin no da el tipo ni siquiera cuando enseña la (gran) barriga que ha incorporado al papel: innecesaria transformación denironiana; Anthony Hopkins unicamente deja una buen fotograma cuando se pone amenazante (Clarisssss...) pero la función ya está terminando; Antonio Banderas sigue sin sacudirse del todo su anclada imagen de latin lover y Naomi Watts hace de Naomi Watts (creo que la única vez que la he visto acercarse a un rol cómico fue en "King Kong" de Peter Jackson: lo demás tiende a ser de carácter atormentado). La que está magistral es Gemma Jones en su papel de madre/esposa desnortada: el espíritu del autor se encarna en una divorciada sesentona adicta al esoterismo. Y al whisky, claro.
Destellos. Demasiadas veces escrita la palabra costumbre: se apaga la sorpresa, se mitiga el interés: se obtiene lo que se espera. Queda la sensación del agradable reencuentro con el cine del fiel clarinetista, que no es una sensación menor, pero si alguien ve por primera vez una película de Woody Allen y es esta, por favor, que corra al videoclub y coja, por ejemplo... un montón de ellas.
Comedias de la alta sociedad (de nuevo Londres en vez de Nueva York pero es lo mismo) que por repetidas terminan siendo comedias costumbristas y, como de costumbre, llenas de tics reconocibles. Matrimonios pijos de ínfulas bohemias que asisten desolados al final del amor: el desencanto de la realidad se baja del escenario, emerge del cuadro o escapa del texto: de joven prometedor se pasa a ser una promesa falsa de 38 años. En lugar de psiquiatras, esta vez tenemos astrólogos, médiums, adivinadores, pero las mismas dudas existenciales que provocan el consabido humor de diván marca de la casa, aunque hoy los chistes no sean tan buenos como en otras ocasiones. Será que es una comedia de Woody Allen en la que no aparece Woody Allen: se echa de menos al comediante genuino. Y eso que se nota que el reparto que toque siempre intenta dar lo mejor de sí mismo cuando trabaja con el neoyorquino, pero el resultado es dispar: Josh Broslin no da el tipo ni siquiera cuando enseña la (gran) barriga que ha incorporado al papel: innecesaria transformación denironiana; Anthony Hopkins unicamente deja una buen fotograma cuando se pone amenazante (Clarisssss...) pero la función ya está terminando; Antonio Banderas sigue sin sacudirse del todo su anclada imagen de latin lover y Naomi Watts hace de Naomi Watts (creo que la única vez que la he visto acercarse a un rol cómico fue en "King Kong" de Peter Jackson: lo demás tiende a ser de carácter atormentado). La que está magistral es Gemma Jones en su papel de madre/esposa desnortada: el espíritu del autor se encarna en una divorciada sesentona adicta al esoterismo. Y al whisky, claro.
Destellos. Demasiadas veces escrita la palabra costumbre: se apaga la sorpresa, se mitiga el interés: se obtiene lo que se espera. Queda la sensación del agradable reencuentro con el cine del fiel clarinetista, que no es una sensación menor, pero si alguien ve por primera vez una película de Woody Allen y es esta, por favor, que corra al videoclub y coja, por ejemplo... un montón de ellas.
domingo, agosto 29, 2010
"Los mercenarios", de Sylvester Stallone

Rambo, el estereotipo de héroe bélico de los ochenta, un nombre propio (curiosamente inspirado en el del poeta Rimbaud) convertido en adjetivo reconocible para calificar a cualquier asesino en serie amparado por una bandera y un uniforme. El personaje nace en la novela "Primera sangre" de David Morrell, en el año 1972: la derrota de Vietnam y los soldados que al regresar a casa son vistos como perdedores y asesinos sangrientos. En la película "Acorralado" de Ted Kotcheff, basada en la novela, el enemigo de John Rambo es su propio pueblo, sus compatriotas, el sheriff que lo trata como un apestado. Pero Ronald Reagan debuta en la Casa Blanca y se terminan los complejos de culpa: "Rambo" de George P. Cosmatos, se estrena en 1985 y regresa a Vietnam a ajustar cuentas. "Tras ver Rambo anoche, ya sé lo que haré la próxima vez" dijo Reagan después de ver la película: un guerrero auténtico cumple su misión sin importarle las consecuencias y no obedece ordenes de burócratas endebles que son los que realmente pierden las guerras. "Government is the problem", dijo el ínclito actor-presidente en su toma de posesión. La guerra fría se calienta a toda pastilla y el cine se llena de combatientes solitarios armados con un M-16: Arnold Schwarzenegger, Michael Dudikoff, Chuck Norris (al parecer Chuck Norris también iba a aparecer en "Los mercenarios" pero durante el casting realizó una patada voladora que descabezó a la mitad del equipo de rodaje: Don't fuck with Chuck): más brutos que un arado de vertedera.
"Los mercenarios" será un homenaje y una parodia, pues no se lleva a engaño en cuanto a sus intenciones y expectativas (será la sabiduría de la edad y Stallone que sigue sacando réditos a pasados esplendores sin pretender deslumbrar con la profundidad psicológica de sus personajes: gracias), de aquel cine lleno de músculos, balas y sangre. Acción hiperviolenta condensada en 90 minutos, actores que están cerca o ya han sobrepasado la barrera de los 60 años de edad (Stallone y Schwarzenegger ya la han pasado, y Bruce Willis, Mickey Rourke o Dolph Lundgren no andan ya muy lejos de calcular los años de cotización para jubilarse; Dolph Lundgren, por cierto, está muy bien en su papel de soldado pasado de vueltas: cuidado con pensar que es el típico gigantón estúpido, ya que al parecer tiene un coeficiente intelectual de 160 y estudió en el MIT antes de dedicarse a la actuación) y una forma de hacer cine que ha pasado a la historia: ahora el héroe es tipo Matt Damon (o Jet Li o Jason Statham que también aparecen en "Los mercenarios" como ejemplos de cambio generacional), una máquina de matar con pinta de estudiante de intercambio: el amasijo gigantesco de carne, moldeado a base de pesas y anabolizantes, ya no está de moda, al menos en el celuloide.
Eso sí, la platea cuajada de chavalada sigue rugiendo más fuerte cuanto mayor es la salvajada o la fantasmada. Hay cosas que no cambian nunca. ¡Es la hora de las tortas!
domingo, agosto 22, 2010
"Las vidas posibles de Mr. Nobody", de Jaco Van Dormael

Encrucijadas vitales. ¿Qué hubiera sucedido si aquel día hubiera pronunciado palabras distintas, más oportunas, aquellas que puse en mi mente (iluminación tardía) cuando regresaba cabizbajo hacia casa, cuando la cosa ya no tenía remedio? Trenes que pasan una vez y que aún hacen sonar su silbato, nostalgia irreconciliable, desde alguna estación del pasado. Las oportunidades perdidas. Las vidas posibles que nunca se realizarán porque el tiempo sólo avanza en una dirección. O no. Película con momentos de divulgación científica y Jared Leto haciendo de Carl Sagan en "Cosmos". Big Bang, Big Crunch. El tiempo es lo que hace que las cosas sucedan una detrás de otra.
La cinta tiene una factura impecable (muy cara, al parecer; la factura, digo), llena de lenguaje cinematográfico. Fantasía visual de tono sci-fi que se combina con dramas cotidianos pero dotada de amable sentido del humor. La caracterización de Jared Leto como su álter ego anciano, último mortal disponible, es sencillamente formidable: un maquillaje sensacional acompañado de una gran actuación. Sarah Polley y Diane Kruger están excelentes en sus roles de novia loca una y perfecta media naranja la otra. Por poner algún pero hay pasajes donde el ritmo decae y otros en los que salta la alarma de haber alcanzado el máximo de la escala de ida de pinza: la película dura demasiado y quizás debería haberse metido un poco la tijera en la sala de montaje. También está algo rayado el disco de la canción "Mr. Sandman" a la hora de evocar la infancia del protagonista, más si se tiene en cuenta que esa parte de la acción transcurre en Europa a mediados de los años 70 y no en Chicago en 1957, por poner un ejemplo usamericano cualquiera.
Una agradable sorpresa: revisar la cartelera, mueca de fastidio al ver los estrenos del 20 de Agosto y una oportunidad a un título que lleva un tiempo en cartel y del que se han escrito opiniones opuestas. El azar, que es de lo que trata la historia. Bonita película.
martes, agosto 17, 2010
"Nosferatu, vampiro de la noche", de Werner Herzog

Esta cinta es un homenaje directo del "Nosferatu" de F.W.Murnau, joya señera del cine mudo y del expresionismo alemán de los años 20: remake no sólo debido a la caracterización gemela del protagonista, sino también porque la narración en imágenes de Herzog fluye sin apenas necesidad de diálogos: la emoción es nítida en los rotundos gestos de los actores.
Klaus Kinski encarna a un vampiro melancólico, huidizo, rata calva cérea y sombría pero implacable en su ansia sangrienta; Bruno Ganz es el incauto Johathan Harker, conducido a la locura del transito al no-muerto, heredero involuntario de una tradición milenaria; Isabelle Adjani es la mejor Lucy Harker posible, un fotograma transportado desde el blanco y negro de la génesis del cinematógrafo hacia una doncella lánguida, belleza tísica, dispuesta a satisfacer el hambre vampírica hasta que aparezca la aurora. Impresionante plantel de actores que se redondea con la inquietante aparición de Roland Topor, el escritor de "El quimérico inquilino", en el papel de Renfield.
El piloto de un barco fantasma yace muerto amarrado al timón, transportando en las bodegas de su nave la pesadilla que se cierne sobre la ciudad de Wismar. Por la plaza mayor desfilan féretros blancos a hombros de caballeros decimonónicos vestidos de chistera y levita. El carnaval que precede la llegada de la muerte (apurar hasta la hez los últimos momentos de vida) baila entre un tropel de ratas (el director tuvo muchos problemas para que le permitieran rodar con tanto roedor suelto por las calles) que extiende la peste mortífera de su rey. El rey Drácula.
Obra maestra.
viernes, agosto 13, 2010
"Origen", de Christopher Nolan

Adentrarse en la mente de otro mientras duerme para arrebatarle secretos recónditos, confesiones que resisten cualquier tortura. O, dándole la vuelta al procedimiento, implantarle una idea en el subconsciente. Técnicas que harían las delicias de John Le Carre y que, ahora, sin espías que surjan del frío, se ponen en manos de las grandes corporaciones, los protagonistas de la auténtica guerra fría que está destruyendo el mundo, provocando guerras y sumiendo naciones en la ruina. Cine de espías, al fin y al cabo: espectacularidad y tensión inducida en las mentes de un grupo de personas que duermen a pierna suelta en la misma habitación: el espectador de la platea es el segundo nivel de la fábrica de sueños: alegoría cinéfila.
Sin embargo el mundo de los sueños en esta película resulta estar sometido a leyes físicas muy newtonianas. No sé que pensaría Freud de esto, pero resulta que si vuelas en sueños no se debe a un deseo sexual no recompensado, sino que está provocado porque duermes en el interior de una furgoneta que se cae de un puente. No importa. La película tendrá su parte de misterios de la mente, un capítulo cualquiera del programa "Redes" de Eduard Punset, que generará legiones de seguidores deslumbrados por la filosofía la vida es sueño que emana de la cinta (esos fenómenos paracinematográficos ya se daban con "Matrix" de Larry y Andy Wachowski y su la vida es realidad virtual o, también y mucho antes, con la fuerza de los caballeros Jedi, que incluso tienen secta religiosa propia: hace poco he visto "Los hombres que miraban fijamente a las cabras" de Grant Heslov, que es algo mala pero que lo mismo le hago una entrada por ser tan "yedi" y haberme hecho reír) pero donde realmente la cinta arrasa es en el apartado visual, por supuesto. Alucinante. Bueno, realmente lo alucinante es que la película esté colocada en el número 3 del ranking de IMDB. La película está bien pero no me parece para tanto: fotogramas subliminales que lanzan al público a votar una vez finalizados los créditos, fijo.
"Non, je ne regrette rien", suena de fondo mientras el surrealismo digital se desmorona en pantalla y la mirada de Marion Cotillard, Édith Piaf de celuloide, devora la cámara de un modo más efectivo que cualquier efecto especial. Leonardo DiCaprio vuelve a ser un personaje atormentado por tragedias familiares, como su Teddy Daniels en "Shutter Island" de Martin Scorsese: si unimos estos dos a su interpretación del pirado Howard Hughes de "El aviador", va en camino de convertirse en actor especializado en esquizofrenia: piloto avezado de mentes enfermas. Ken Watanabe mejor en otras películas, Michael Caine de cameo y, ¡anda!, ¡la chica de "Juno" esperando a dar el estirón! El reparto no está nada mal y la película se resuelve con soltura aunque en algún momento amenaza con perderse, sí, en el limbo. Pero Christopher Nolan es un gran director, no cabe duda. Buen final: todos mirando a la peonza a ver si se para o no se para.
¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.

lunes, agosto 02, 2010
"Toy Story 3", de Lee Unkrich

Anoche pasé frío y me desenamoré un poco.
Anoche pasé frío y fui poeta.
Anoche, mientras mi carne se helaba
y mi alma en mi cuerpo se escondía,
vi como mi amor para ti
era un juguete pasado ya de moda que ya nada valía.
Cualquier amanecer echarán
al viejo juguete de mi amor a un carro de basura,
y alejándose en la amarga soledad
oirá al carretero dar palos a su mula
que todo se lo da por un poco de paja
y, a veces, pochas uvas.
Y estaré allí donde ya nada vale nada
hasta que algún día una dulce gitanilla,
con mocos y pecas en la cara,
limpie con su manga grasienta
la suciedad que la sociedad pegó a mi alma;
y volveré a ser un juguete reluciente de amor y de alegría.
"Juguete de amor", Manolo Chinato
En los últimos años no hay verano en el que Pixar no dé una alegría cinematográfica: hace tres "Ratatouille", hace dos "Wall-E", el año pasado "Up" y ahora de nuevo una sonora campanada. La compañía del flexo saltarín se inició en la animación informatizada hace ya quince años con el primer "Toy Story", las aventuras de Woody y Buzz Lightyear que ahora ven estrenada la tercera parte de una saga que ha mantenido una frescura envidiable y nada fácil de lograr: que se lo pregunten al pobre "Shrek", buque insignia de la otra gran compañía competidora en esto de los dibujos animados blockbuster, Dreamworks: el ogro verde es sacado de nuevo de la ciénaga y arrastrado a una cuarta parte (se anuncia la quinta) que no he visto pero lo que he leído en la crítica no son ciertamente elogios. A Pixar, por lo visto en los últimos años, no le ha pasado factura su compra por Disney en el año 2006, ni mucho menos: parece que se mantiene el alto nivel de creación (si funciona no lo toques, no lo vayas a romper) y a cambio el ratón Mickey renueva su colosal zoológico de criaturas, ya un tanto acartonado, con el catálogo Pixar, mucho más cool, y amplía su merchandising con las enormes posibilidades que ofrece una película basada, precisamente, en juguetes.
¿Quién no ha hablado con un juguete cuando era un niño? ¿Quién no le ha puesto nombre a un muñeco y ha apoyado su imaginación en ese objeto para formar una historia, una aventura? "Toy Story 3", al igual que sus antecesoras, lleva a la pantalla los cuentos que cualquiera ha podido pergeñar en su infancia, rodeado de un montón (tambores redondos de detergente Colón llenos de cacharros) de muñequitos o piezas de construcción, en una tarde anodina tirado en el suelo de la habitación, en el balcón de casa, en la arena del parque: la ilimitada producción de fantasía que desechamos inconscientemente al cumplir años y que nunca volveremos a poseer. Juguetes rotos que nunca se tiraban porque un camión sin ruedas puede ser un barco o un geyperman cojo puede ir volando a todas partes. Cualquiera que haya jugado alguna vez, podrá identificarse afectivamente con el trasfondo sentimental de "Toy Story": juguetes abandonados en esta ocasión: los guardas, los regalas o los tiras, que ya eres mayor para estas cosas.
Pero la clave del éxito de la saga reside en hacer que las aventuras de este heterogéneo grupo de cachivaches sean tan emocionantes y espectaculares como si estuviéramos viendo al mismísimo Indiana Jones en vez de a Woody el sheriff de trapo: situaciones límite, de escapatoria imposible, de las que la panda de juguetes logra salir a base de amistad, sacrificio y, por supuesto, trabajo en equipo combinando las habilidades intrínsecas de cada cual: de perros muelle a señores Patata desmontables. En "Toy Story 3" una guardería de niños se convierte en la más atroz prisión de Alcatraz y un vertedero de basuras puede producir un clímax dramático tan intenso como el de Terminator a punto de caer en la fundición (esa escena donde los martillos golpean el yunque de la banda sonora mientras la cinta transportadora se dirige sin piedad hacia el incinerador... fantástica). Entre otros nuevos personajes tenemos a Ken, el amigo de Barbie, carne de psicoanalista. También aparece un oso amoroso que puede ser tan implacable como Don Vito Corleone o un Nenuco desechado haciendo del matón más fiero. Vaya, tiene buena pinta.
Y encima en el cine en verano está uno tan fresco.
domingo, agosto 01, 2010
Memorias. "París no se acaba nunca", de Enrique Vila-Matas

Enrique Vila-Matas habla de los dos años de su juventud (pobre e infeliz) que vivió en una buhardilla que le tenia alquilada Marguerite Duras: si de entrada esa es la casera, no sorprenderá que el anecdotario autobiográfico que ofrece el escritor esté repleto de nombres increíbles. Época de iniciación como escritor, llegó a París en 1974 buscando a Hemingway: el deseo de ser Hemingway, como un tópico de bohemia e inspiración literaria: el extranjero que conquista París. Pero la fiesta no era como la contaba el Nobel estadounidense: viajar aspirando los recuerdos de otros siempre produce una insatisfacción ineludible. Recuerdos que además siempre son falsos (léase el capítulo 71, cuando Enrique Vila-Matas asiste a una conferencia secreta de Jorge Luis Borges -nada menos- explicando la falsedad del pasado y la inexistencia del futuro) pero que en cualquier caso será mejor que lo que nosotros podamos encontrar en el camino: la literatura siempre es mejor que la realidad (bueno, hay escritores que logran empobrecer la realidad, que ya es complicado, pero este no es el caso). Eso sí, a nosotros, viajeros anónimos, nos queda la fortuna de poder encontrar cosas que conocíamos por una foto o por un escrito y que ahora vemos de verdad, haciéndonos contener el aliento, deteniendo el tiempo por un instante: la Torre Eiffel, un cuadro de Chagall, la maleta de Duchamp. Para qué contar si hay tanto que ver. Comprar el relato "Cat in the rain" de Hemingway en "Shakespeare & Co" porque Vila-Matas habla de él en el libro. Pasear llenando la retina: París te acompañará toda la vida.
Siempre que viajo (poco) procuro llevarme un libro que trascurra en el sitio al que voy. La primera vez que fui a París me acompañé de una biografía de Man Ray: Montparnasse, dadaísmo y surrealismo. Ahora, esta "conferencia" de Vila-Matas: mucha literatura y mucho cine (aquella fiesta en la que esperó que Isabelle Adjani -nada menos, también- se enamorara de él). Ya veremos a quién me llevo en la siguiente ocasión. Ojalá.
viernes, julio 23, 2010
"A quemarropa", de John Boorman

La puesta en escena recuerda mucho a la de "Harry el sucio" de Don Siegel, que es posterior, del año 1971: paisajes urbanos en amplios planos, esos enormes coches americanos lanzados a toda pastilla por la ciudad, francotiradores, matones trajeados, gangsters con oficinas en rascacielos, escenas de acción en parkings, canales, azoteas, bajos de los puentes de las autopistas. En muchos aspectos "A quemarropa" puede ser precursora: contiene muchos elementos que se van a repetir mil veces en el cine policíaco de los 70. Sin embargo lo que resulta más original en esta cinta es su montaje, lleno de constantes saltos en el tiempo que sirven para mostrar lo que está pensando el personaje, su motivación vengativa, la mente del asesino que vuelve del otro lado para ajustar cuentas.
En su regreso va a tener como aliada a la hermana de su antigua novia, interpretada por Angie Dickinson, que también quiere desquitarse con el infame John Vernon, a la sazón amante de ambas hermanas: del trío amoroso está película pasa al cuarteto sin inmutarse. La interpretación de Angie Dickinson es magistral (en una escena le pega a Lee Marvin la mayor paliza que yo haya visto nunca en pantalla: o sea, nada de yo hago como que te doy una bofetada y tú das una palmada, no, una impresionante manta de hostias hasta que ella termina agotada en el suelo: el otro aguanta el temporal, claro, hard as a rock) por encima incluso de la actuación de Lee Marvin para el que la cumbre será, posiblemente, su papel en "Uno rojo: división de choque" de Samuel Fuller. Con John Boorman hará otra muy buena, "Infierno en el pacífico" en la que a Marvin le dará la réplica el gran Toshiro Mifune: enemigos mortales compartiendo la misma isla.
Y John Boorman tendrá que hacer más tarde, ya a principios de los ochenta, "Excalibur", esa mítica película. Épica artúrica inmortal.
martes, julio 20, 2010
"Gadjo dilo (El extranjero loco)", de Tony Gatlif

La película comienza con un viajero caminando por un camino helado, campos cubiertos de nieve, una imagen que se agradece en esta tórrida noche de julio: da frío solo de verla. Si Yojimbo arrojaba una rama para saber en que dirección avanzar, este vagabundo gira con los ojos cerrados a la vez que aparecen los créditos en pantalla: el payo loco, un joven francés, Stéphane, que viaja para desvelar el enigma paterno: una cassette con el nombre Nora Luca que su padre escuchaba a todas horas, la voz de una mujer que canta una balada romaní, rasgando el aire a la vez que se rasgan las cuerdas del violín que la acompaña y se quiebra, también, el espíritu del hombre que la escucha; Nora Luca es una idea, un ideal de felicidad, un puerto inalcanzable.
El chico acaba viviendo en un campamento de gitanos después de una noche de borrachera fortuita con el gitano Izidor (el gran personaje de esta película, el que mejores momentos deja en los fotogramas). Llega allí como si el Dr. Livingstone, supongo, apareciera en un poblado zulú: aquí tu eres el extraño, aquí tu eres el ladrón: cuestión de minorías. Y si Emir Kusturica en la genial "El tiempo de los gitanos" dio una visión surrealista de la vida caló, la mirada de Tony Gatlif (francés nacido en Argelia y de raza gitana: mezcla y enriquece; dirige, escribe el guión y compone la música) tiende a ser más realista, más documental. Pero tratándose de gitanos el realismo, si lo hay, ha de ser desorbitado. Exageración de los sentimientos o incapacidad de controlarlos: la alegría más grande, la pena más honda: todo es excesivo en esa pasión por la vida. Celebración de lo efímero, exaltación del derroche (si hay boda hay que esconder los carromatos y sacar los Mercedes, vestirse de oro y mostrar las billeteras llenas). Gastarlo todo como si esta hora fuera la última: puedo morir si no terminamos esta botella. Arrojar los platos al suelo al bailar y hacer llover billetes sobre la cabeza de los músicos. El francés se queda en la aldea (¿"Bailando con lobos"?) vive como un gitano y se enamora de una gitana, claro. El payo quiere ser gitano y el gitano sólo quiere ser libre, con ese sentido innato de vivir el momento y mañana Dios dirá.
Pero basta ya de alegría de vivir y de romances interraciales. La Historia, con mayúscula, dice que no hay gitano bueno y que esta película tiene que acabar mal. O bien.
Muy buena película. Me la recomendó un payo que también se fue a vivir a otra tribu. Y tan feliz anda.

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