domingo, agosto 29, 2010

"Los mercenarios", de Sylvester Stallone

"Son los rambos que todos los niños quieren ser cuando sean mayores", decía la canción "Haz turismo" de los Celtas Cortos. Haz turismo invadiendo un país, claro, una opción vacacional que ha vuelto a las pantallas muchos años después: la testosterona rebosa de los fotogramas mientras las escabechinas se suceden en un imposible recuento de víctimas. Born to kill.
Rambo, el estereotipo de héroe bélico de los ochenta, un nombre propio (curiosamente inspirado en el del poeta Rimbaud) convertido en adjetivo reconocible para calificar a cualquier asesino en serie amparado por una bandera y un uniforme. El personaje nace en la novela "Primera sangre" de David Morrell, en el año 1972: la derrota de Vietnam y los soldados que al regresar a casa son vistos como perdedores y asesinos sangrientos. En la película "Acorralado" de Ted Kotcheff, basada en la novela, el enemigo de John Rambo es su propio pueblo, sus compatriotas, el sheriff que lo trata como un apestado. Pero Ronald Reagan debuta en la Casa Blanca y se terminan los complejos de culpa: "Rambo" de George P. Cosmatos, se estrena en 1985 y regresa a Vietnam a ajustar cuentas. "Tras ver Rambo anoche, ya sé lo que haré la próxima vez" dijo Reagan después de ver la película: un guerrero auténtico cumple su misión sin importarle las consecuencias y no obedece ordenes de burócratas endebles que son los que realmente pierden las guerras. "Government is the problem", dijo el ínclito actor-presidente en su toma de posesión. La guerra fría se calienta a toda pastilla y el cine se llena de combatientes solitarios armados con un M-16: Arnold Schwarzenegger, Michael Dudikoff, Chuck Norris (al parecer Chuck Norris también iba a aparecer en "Los mercenarios" pero durante el casting realizó una patada voladora que descabezó a la mitad del equipo de rodaje: Don't fuck with Chuck): más brutos que un arado de vertedera.
"Los mercenarios" será un homenaje y una parodia, pues no se lleva a engaño en cuanto a sus intenciones y expectativas (será la sabiduría de la edad y Stallone que sigue sacando réditos a pasados esplendores sin pretender deslumbrar con la profundidad psicológica de sus personajes: gracias), de aquel cine lleno de músculos, balas y sangre. Acción hiperviolenta condensada en 90 minutos, actores que están cerca o ya han sobrepasado la barrera de los 60 años de edad (Stallone y Schwarzenegger ya la han pasado, y Bruce Willis, Mickey Rourke o Dolph Lundgren no andan ya muy lejos de calcular los años de cotización para jubilarse; Dolph Lundgren, por cierto, está muy bien en su papel de soldado pasado de vueltas: cuidado con pensar que es el típico gigantón estúpido, ya que al parecer tiene un coeficiente intelectual de 160 y estudió en el MIT antes de dedicarse a la actuación) y una forma de hacer cine que ha pasado a la historia: ahora el héroe es tipo Matt Damon (o Jet Li o Jason Statham que también aparecen en "Los mercenarios" como ejemplos de cambio generacional), una máquina de matar con pinta de estudiante de intercambio: el amasijo gigantesco de carne, moldeado a base de pesas y anabolizantes, ya no está de moda, al menos en el celuloide.
Eso sí, la platea cuajada de chavalada sigue rugiendo más fuerte cuanto mayor es la salvajada o la fantasmada. Hay cosas que no cambian nunca. ¡Es la hora de las tortas!

domingo, agosto 22, 2010

"Las vidas posibles de Mr. Nobody", de Jaco Van Dormael

Si existen películas río, esta sería una película marisma: cauces de trama que se entrelazan, se conectan, se bifurcan y vuelven a separarse en dos, tres, cuatro corrientes distintas que en algún punto volverán a unirse. O no. Porque el director de esta cinta no permitirá que el espectador se deje llevar por un camino determinado, que crea que es el más cierto, el más seguro, el más bello o el más horrendo, sino que llegado el caso hará aparecer un precipicio o un callejón sin salida, devolverá al jugador a la primera casilla o invertirá el sentido de la marcha. Película laberinto y Nemo Nobody navegando por ella.
Encrucijadas vitales. ¿Qué hubiera sucedido si aquel día hubiera pronunciado palabras distintas, más oportunas, aquellas que puse en mi mente (iluminación tardía) cuando regresaba cabizbajo hacia casa, cuando la cosa ya no tenía remedio? Trenes que pasan una vez y que aún hacen sonar su silbato, nostalgia irreconciliable, desde alguna estación del pasado. Las oportunidades perdidas. Las vidas posibles que nunca se realizarán porque el tiempo sólo avanza en una dirección. O no. Película con momentos de divulgación científica y Jared Leto haciendo de Carl Sagan en "Cosmos". Big Bang, Big Crunch. El tiempo es lo que hace que las cosas sucedan una detrás de otra.
La cinta tiene una factura impecable (muy cara, al parecer; la factura, digo), llena de lenguaje cinematográfico. Fantasía visual de tono sci-fi que se combina con dramas cotidianos pero dotada de amable sentido del humor. La caracterización de Jared Leto como su álter ego anciano, último mortal disponible, es sencillamente formidable: un maquillaje sensacional acompañado de una gran actuación. Sarah Polley y Diane Kruger están excelentes en sus roles de novia loca una y perfecta media naranja la otra. Por poner algún pero hay pasajes donde el ritmo decae y otros en los que salta la alarma de haber alcanzado el máximo de la escala de ida de pinza: la película dura demasiado y quizás debería haberse metido un poco la tijera en la sala de montaje. También está algo rayado el disco de la canción "Mr. Sandman" a la hora de evocar la infancia del protagonista, más si se tiene en cuenta que esa parte de la acción transcurre en Europa a mediados de los años 70 y no en Chicago en 1957, por poner un ejemplo usamericano cualquiera.
Una agradable sorpresa: revisar la cartelera, mueca de fastidio al ver los estrenos del 20 de Agosto y una oportunidad a un título que lleva un tiempo en cartel y del que se han escrito opiniones opuestas. El azar, que es de lo que trata la historia. Bonita película.

martes, agosto 17, 2010

"Nosferatu, vampiro de la noche", de Werner Herzog

La película comienza con imágenes de antiguas momias mexicanas, desfile de muertos, intercalando el aleteo, a cámara lenta, de un poderoso murciélago: cuerpos desecados a los que se le ha extraído hasta la última gota de espíritu. Resta una envoltura miserable, evocación remota del ser humano.
Esta cinta es un homenaje directo del "Nosferatu" de F.W.Murnau, joya señera del cine mudo y del expresionismo alemán de los años 20: remake no sólo debido a la caracterización gemela del protagonista, sino también porque la narración en imágenes de Herzog fluye sin apenas necesidad de diálogos: la emoción es nítida en los rotundos gestos de los actores.
Klaus Kinski encarna a un vampiro melancólico, huidizo, rata calva cérea y sombría pero implacable en su ansia sangrienta; Bruno Ganz es el incauto Johathan Harker, conducido a la locura del transito al no-muerto, heredero involuntario de una tradición milenaria; Isabelle Adjani es la mejor Lucy Harker posible, un fotograma transportado desde el blanco y negro de la génesis del cinematógrafo hacia una doncella lánguida, belleza tísica, dispuesta a satisfacer el hambre vampírica hasta que aparezca la aurora. Impresionante plantel de actores que se redondea con la inquietante aparición de Roland Topor, el escritor de "El quimérico inquilino", en el papel de Renfield.
El piloto de un barco fantasma yace muerto amarrado al timón, transportando en las bodegas de su nave la pesadilla que se cierne sobre la ciudad de Wismar. Por la plaza mayor desfilan féretros blancos a hombros de caballeros decimonónicos vestidos de chistera y levita. El carnaval que precede la llegada de la muerte (apurar hasta la hez los últimos momentos de vida) baila entre un tropel de ratas (el director tuvo muchos problemas para que le permitieran rodar con tanto roedor suelto por las calles) que extiende la peste mortífera de su rey. El rey Drácula.
Obra maestra.

viernes, agosto 13, 2010

"Origen", de Christopher Nolan

Este director (y guionista: cine de autor para reventar taquillas) seguro que era de los que se hacían el cubo de Rubik con los ojos cerrados: le van los puzles. Puzles mentales y juegos de cámara. En su primer largometraje, la magnífica "Memento", dio rienda suelta a un genial montaje rewind que desvelaba el suspense adentrándose en el pasado del desmemoriado protagonista. El espectador tenía que descubrir las reglas del juego para acertar a comprender el sistema narrativo que se ponía ante sus ojos. Para "Origen" el folleto que acompaña el rompecabezas es necesariamente denso, de lectura farragosa, dado que el juego se desarrolla a muchos niveles y son varios los jugadores, piezas a su vez de un onírico tablero. Así, la primera parte de la película será un manual de usuario, el universo explicado por su creador omnipotente (no sé si el film está basado en alguna novela o relato de otro escritor, lo he buscado pero no lo he encontrado; si alguien sabe ese dato, que me llame). Instrucciones de uso.
Adentrarse en la mente de otro mientras duerme para arrebatarle secretos recónditos, confesiones que resisten cualquier tortura. O, dándole la vuelta al procedimiento, implantarle una idea en el subconsciente. Técnicas que harían las delicias de John Le Carre y que, ahora, sin espías que surjan del frío, se ponen en manos de las grandes corporaciones, los protagonistas de la auténtica guerra fría que está destruyendo el mundo, provocando guerras y sumiendo naciones en la ruina. Cine de espías, al fin y al cabo: espectacularidad y tensión inducida en las mentes de un grupo de personas que duermen a pierna suelta en la misma habitación: el espectador de la platea es el segundo nivel de la fábrica de sueños: alegoría cinéfila.
Sin embargo el mundo de los sueños en esta película resulta estar sometido a leyes físicas muy newtonianas. No sé que pensaría Freud de esto, pero resulta que si vuelas en sueños no se debe a un deseo sexual no recompensado, sino que está provocado porque duermes en el interior de una furgoneta que se cae de un puente. No importa. La película tendrá su parte de misterios de la mente, un capítulo cualquiera del programa "Redes" de Eduard Punset, que generará legiones de seguidores deslumbrados por la filosofía la vida es sueño que emana de la cinta (esos fenómenos paracinematográficos ya se daban con "Matrix" de Larry y Andy Wachowski y su la vida es realidad virtual o, también y mucho antes, con la fuerza de los caballeros Jedi, que incluso tienen secta religiosa propia: hace poco he visto "Los hombres que miraban fijamente a las cabras" de Grant Heslov, que es algo mala pero que lo mismo le hago una entrada por ser tan "yedi" y haberme hecho reír) pero donde realmente la cinta arrasa es en el apartado visual, por supuesto. Alucinante. Bueno, realmente lo alucinante es que la película esté colocada en el número 3 del ranking de IMDB. La película está bien pero no me parece para tanto: fotogramas subliminales que lanzan al público a votar una vez finalizados los créditos, fijo.
"Non, je ne regrette rien", suena de fondo mientras el surrealismo digital se desmorona en pantalla y la mirada de Marion Cotillard, Édith Piaf de celuloide, devora la cámara de un modo más efectivo que cualquier efecto especial. Leonardo DiCaprio vuelve a ser un personaje atormentado por tragedias familiares, como su Teddy Daniels en "Shutter Island" de Martin Scorsese: si unimos estos dos a su interpretación del pirado Howard Hughes de "El aviador", va en camino de convertirse en actor especializado en esquizofrenia: piloto avezado de mentes enfermas. Ken Watanabe mejor en otras películas, Michael Caine de cameo y, ¡anda!, ¡la chica de "Juno" esperando a dar el estirón! El reparto no está nada mal y la película se resuelve con soltura aunque en algún momento amenaza con perderse, sí, en el limbo. Pero Christopher Nolan es un gran director, no cabe duda. Buen final: todos mirando a la peonza a ver si se para o no se para.
¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.

lunes, agosto 02, 2010

"Toy Story 3", de Lee Unkrich


Anoche pasé frío y me desenamoré un poco.
Anoche pasé frío y fui poeta.
Anoche, mientras mi carne se helaba
y mi alma en mi cuerpo se escondía,
vi como mi amor para ti
era un juguete pasado ya de moda que ya nada valía.
Cualquier amanecer echarán
al viejo juguete de mi amor a un carro de basura,
y alejándose en la amarga soledad
oirá al carretero dar palos a su mula
que todo se lo da por un poco de paja
y, a veces, pochas uvas.
Y estaré allí donde ya nada vale nada
hasta que algún día una dulce gitanilla,
con mocos y pecas en la cara,
limpie con su manga grasienta
la suciedad que la sociedad pegó a mi alma;
y volveré a ser un juguete reluciente de amor y de alegría.

"Juguete de amor", Manolo Chinato

En los últimos años no hay verano en el que Pixar no dé una alegría cinematográfica: hace tres "Ratatouille", hace dos "Wall-E", el año pasado "Up" y ahora de nuevo una sonora campanada. La compañía del flexo saltarín se inició en la animación informatizada hace ya quince años con el primer "Toy Story", las aventuras de Woody y Buzz Lightyear que ahora ven estrenada la tercera parte de una saga que ha mantenido una frescura envidiable y nada fácil de lograr: que se lo pregunten al pobre "Shrek", buque insignia de la otra gran compañía competidora en esto de los dibujos animados blockbuster, Dreamworks: el ogro verde es sacado de nuevo de la ciénaga y arrastrado a una cuarta parte (se anuncia la quinta) que no he visto pero lo que he leído en la crítica no son ciertamente elogios. A Pixar, por lo visto en los últimos años, no le ha pasado factura su compra por Disney en el año 2006, ni mucho menos: parece que se mantiene el alto nivel de creación (si funciona no lo toques, no lo vayas a romper) y a cambio el ratón Mickey renueva su colosal zoológico de criaturas, ya un tanto acartonado, con el catálogo Pixar, mucho más cool, y amplía su merchandising con las enormes posibilidades que ofrece una película basada, precisamente, en juguetes.
¿Quién no ha hablado con un juguete cuando era un niño? ¿Quién no le ha puesto nombre a un muñeco y ha apoyado su imaginación en ese objeto para formar una historia, una aventura? "Toy Story 3", al igual que sus antecesoras, lleva a la pantalla los cuentos que cualquiera ha podido pergeñar en su infancia, rodeado de un montón (tambores redondos de detergente Colón llenos de cacharros) de muñequitos o piezas de construcción, en una tarde anodina tirado en el suelo de la habitación, en el balcón de casa, en la arena del parque: la ilimitada producción de fantasía que desechamos inconscientemente al cumplir años y que nunca volveremos a poseer. Juguetes rotos que nunca se tiraban porque un camión sin ruedas puede ser un barco o un geyperman cojo puede ir volando a todas partes. Cualquiera que haya jugado alguna vez, podrá identificarse afectivamente con el trasfondo sentimental de "Toy Story": juguetes abandonados en esta ocasión: los guardas, los regalas o los tiras, que ya eres mayor para estas cosas.
Pero la clave del éxito de la saga reside en hacer que las aventuras de este heterogéneo grupo de cachivaches sean tan emocionantes y espectaculares como si estuviéramos viendo al mismísimo Indiana Jones en vez de a Woody el sheriff de trapo: situaciones límite, de escapatoria imposible, de las que la panda de juguetes logra salir a base de amistad, sacrificio y, por supuesto, trabajo en equipo combinando las habilidades intrínsecas de cada cual: de perros muelle a señores Patata desmontables. En "Toy Story 3" una guardería de niños se convierte en la más atroz prisión de Alcatraz y un vertedero de basuras puede producir un clímax dramático tan intenso como el de Terminator a punto de caer en la fundición (esa escena donde los martillos golpean el yunque de la banda sonora mientras la cinta transportadora se dirige sin piedad hacia el incinerador... fantástica). Entre otros nuevos personajes tenemos a Ken, el amigo de Barbie, carne de psicoanalista. También aparece un oso amoroso que puede ser tan implacable como Don Vito Corleone o un Nenuco desechado haciendo del matón más fiero. Vaya, tiene buena pinta.
Y encima en el cine en verano está uno tan fresco.

domingo, agosto 01, 2010

Memorias. "París no se acaba nunca", de Enrique Vila-Matas

En nuestro caso París se acabó el viernes: Disneylandia se acabó unos días antes (Disneylandia no existe ya para ti, susurraban "Los burros" de Manolo García y Quimi Portet) aunque de primeras parecía que no se iba a acabar nunca: carrusel girando hasta el infinito... y más allá. Pero París no se acaba nunca, Vila-Matas tiene razón. De hecho aún no he terminado el libro así que la genial ironía que lo llena me acompañará durante un breve tiempo, prolongando la sensación de seguir caminando a orillas del Sena.
Enrique Vila-Matas habla de los dos años de su juventud (pobre e infeliz) que vivió en una buhardilla que le tenia alquilada Marguerite Duras: si de entrada esa es la casera, no sorprenderá que el anecdotario autobiográfico que ofrece el escritor esté repleto de nombres increíbles. Época de iniciación como escritor, llegó a París en 1974 buscando a Hemingway: el deseo de ser Hemingway, como un tópico de bohemia e inspiración literaria: el extranjero que conquista París. Pero la fiesta no era como la contaba el Nobel estadounidense: viajar aspirando los recuerdos de otros siempre produce una insatisfacción ineludible. Recuerdos que además siempre son falsos (léase el capítulo 71, cuando Enrique Vila-Matas asiste a una conferencia secreta de Jorge Luis Borges -nada menos- explicando la falsedad del pasado y la inexistencia del futuro) pero que en cualquier caso será mejor que lo que nosotros podamos encontrar en el camino: la literatura siempre es mejor que la realidad (bueno, hay escritores que logran empobrecer la realidad, que ya es complicado, pero este no es el caso). Eso sí, a nosotros, viajeros anónimos, nos queda la fortuna de poder encontrar cosas que conocíamos por una foto o por un escrito y que ahora vemos de verdad, haciéndonos contener el aliento, deteniendo el tiempo por un instante: la Torre Eiffel, un cuadro de Chagall, la maleta de Duchamp. Para qué contar si hay tanto que ver. Comprar el relato "Cat in the rain" de Hemingway en "Shakespeare & Co" porque Vila-Matas habla de él en el libro. Pasear llenando la retina: París te acompañará toda la vida.
Siempre que viajo (poco) procuro llevarme un libro que trascurra en el sitio al que voy. La primera vez que fui a París me acompañé de una biografía de Man Ray: Montparnasse, dadaísmo y surrealismo. Ahora, esta "conferencia" de Vila-Matas: mucha literatura y mucho cine (aquella fiesta en la que esperó que Isabelle Adjani -nada menos, también- se enamorara de él). Ya veremos a quién me llevo en la siguiente ocasión. Ojalá.

viernes, julio 23, 2010

"A quemarropa", de John Boorman

En medio de un golpe, un delincuente (Lee Marvin) es traicionado por su novia (Sharon Acker) y por su compinche en el delito (John Vernon) que además es el mejor amigo de él, claro, y su chica y su colega están liados, por supuesto: tú que te las dabas de profesional, tío duro que se las sabe todas, que las ha visto de todos los colores y resulta que te la estaban pegando delante de tus narices. Dos tiros y dejarlo por muerto: 93.000 dolares a repartir entre uno. El escenario de la traición es la cárcel de Alcatraz, ya abandonada por entonces (1967 es el año de producción de la película y la prisión se cerró en el año 1963) pero aún le quedaba cuerda para rato en el mundo cinematográfico. El mismo leitmotiv de engaño entre la pasión adultera y la avaricia criminal, dará para otra película moderna, que yo recuerde: "Payback", de Brian Helgeland, protagonizada por Mel Gibson: sonará porque la han echado por televisión varías veces: no esperes ver en la pequeña pantalla "A quemarropa" con la misma facilidad. Lamentablemente.
La puesta en escena recuerda mucho a la de "Harry el sucio" de Don Siegel, que es posterior, del año 1971: paisajes urbanos en amplios planos, esos enormes coches americanos lanzados a toda pastilla por la ciudad, francotiradores, matones trajeados, gangsters con oficinas en rascacielos, escenas de acción en parkings, canales, azoteas, bajos de los puentes de las autopistas. En muchos aspectos "A quemarropa" puede ser precursora: contiene muchos elementos que se van a repetir mil veces en el cine policíaco de los 70. Sin embargo lo que resulta más original en esta cinta es su montaje, lleno de constantes saltos en el tiempo que sirven para mostrar lo que está pensando el personaje, su motivación vengativa, la mente del asesino que vuelve del otro lado para ajustar cuentas.
En su regreso va a tener como aliada a la hermana de su antigua novia, interpretada por Angie Dickinson, que también quiere desquitarse con el infame John Vernon, a la sazón amante de ambas hermanas: del trío amoroso está película pasa al cuarteto sin inmutarse. La interpretación de Angie Dickinson es magistral (en una escena le pega a Lee Marvin la mayor paliza que yo haya visto nunca en pantalla: o sea, nada de yo hago como que te doy una bofetada y tú das una palmada, no, una impresionante manta de hostias hasta que ella termina agotada en el suelo: el otro aguanta el temporal, claro, hard as a rock) por encima incluso de la actuación de Lee Marvin para el que la cumbre será, posiblemente, su papel en "Uno rojo: división de choque" de Samuel Fuller. Con John Boorman hará otra muy buena, "Infierno en el pacífico" en la que a Marvin le dará la réplica el gran Toshiro Mifune: enemigos mortales compartiendo la misma isla.
Y John Boorman tendrá que hacer más tarde, ya a principios de los ochenta, "Excalibur", esa mítica película. Épica artúrica inmortal.

martes, julio 20, 2010

"Gadjo dilo (El extranjero loco)", de Tony Gatlif

La traducción certera para "Gadjo dilo", sería "El payo loco": un francés es un extranjero en Rumanía, pero entre gitanos su condición de extranjero será permanente, aunque sean gitanos franceses (los gitanos siempre son gitanos y otra cosa, a falta de un país propio; hijos de Caín, siempre nómadas, siempre perseguidos).
La película comienza con un viajero caminando por un camino helado, campos cubiertos de nieve, una imagen que se agradece en esta tórrida noche de julio: da frío solo de verla. Si Yojimbo arrojaba una rama para saber en que dirección avanzar, este vagabundo gira con los ojos cerrados a la vez que aparecen los créditos en pantalla: el payo loco, un joven francés, Stéphane, que viaja para desvelar el enigma paterno: una cassette con el nombre Nora Luca que su padre escuchaba a todas horas, la voz de una mujer que canta una balada romaní, rasgando el aire a la vez que se rasgan las cuerdas del violín que la acompaña y se quiebra, también, el espíritu del hombre que la escucha; Nora Luca es una idea, un ideal de felicidad, un puerto inalcanzable.
El chico acaba viviendo en un campamento de gitanos después de una noche de borrachera fortuita con el gitano Izidor (el gran personaje de esta película, el que mejores momentos deja en los fotogramas). Llega allí como si el Dr. Livingstone, supongo, apareciera en un poblado zulú: aquí tu eres el extraño, aquí tu eres el ladrón: cuestión de minorías. Y si Emir Kusturica en la genial "El tiempo de los gitanos" dio una visión surrealista de la vida caló, la mirada de Tony Gatlif (francés nacido en Argelia y de raza gitana: mezcla y enriquece; dirige, escribe el guión y compone la música) tiende a ser más realista, más documental. Pero tratándose de gitanos el realismo, si lo hay, ha de ser desorbitado. Exageración de los sentimientos o incapacidad de controlarlos: la alegría más grande, la pena más honda: todo es excesivo en esa pasión por la vida. Celebración de lo efímero, exaltación del derroche (si hay boda hay que esconder los carromatos y sacar los Mercedes, vestirse de oro y mostrar las billeteras llenas). Gastarlo todo como si esta hora fuera la última: puedo morir si no terminamos esta botella. Arrojar los platos al suelo al bailar y hacer llover billetes sobre la cabeza de los músicos. El francés se queda en la aldea (¿"Bailando con lobos"?) vive como un gitano y se enamora de una gitana, claro. El payo quiere ser gitano y el gitano sólo quiere ser libre, con ese sentido innato de vivir el momento y mañana Dios dirá.
Pero basta ya de alegría de vivir y de romances interraciales. La Historia, con mayúscula, dice que no hay gitano bueno y que esta película tiene que acabar mal. O bien.
Muy buena película. Me la recomendó un payo que también se fue a vivir a otra tribu. Y tan feliz anda.

domingo, julio 18, 2010

"El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante", de Peter Greenaway

Peter Greenaway, pintor de películas. Barroco, recargado, exagerado y genial. La elegancia se mezcla con la escatología, la educación con la barbarie: un pintor de contrastes. La cocina del restaurante "Le Hollandais" (Rembrandt, Vermeer, constantes influencias en la obra cinematográfica del director galés; el cuadro que cuelga de la pared del comedor también es de otro holandés, "Banquete de los arcabuceros de San Jorge de Haarlem" ,de Frans Hals) se ilumina en verde hasta alcanzar el atuendo de los personajes que pasa a ser rojo en cuanto se abre la puerta del comedor y una luz de burdel invade la enorme estancia: en la cocina habita el cocinero, el artista, y su despensa es lugar propicio para los encuentros apresurados de la mujer del ladrón y su amante bibliófilo: el comedor, por el contrario, es el reino del ladrón, del villano y sus secuaces, el lugar donde está permitida la entrada a cualquiera que se permita pagar el precio del menú: el comensal es el encargado de transformar la creación en mierda. Greenaway hace está película a finales de los años ochenta, tras una década de thatcherismo: hay que romper algo (este director es rompedor y provocador, sin duda, poco dado a morderse la lengua: que se lo digan a Javier Tolentino que aquella noche de Viernes Santo pasó su calvario particular).
La iluminación, el vestuario, los decorados, hacen que el ambiente se sitúe por encima de la trama, que parece pasar a un segundo plano para dejar sitio al empacho estético. La música de Michael Nyman es compañera identificable e ineludible de las imágenes. Una y otra vez, una y otra vez, hasta alcanzar el clímax dramático de la cinta: el marido cornudo y la adultera desdichada alternan sus venganzas, un plato que dicen que se sirve frío. A mi me pareció que la carne estaba en su punto. Obra maestra.

Si alguien está interesado en lo que comentaba más arriba acerca del encuentro que mantuvieron Peter Greenaway y Javier Tolentino, el director de "El Séptimo Vicio" de Radio 3, aquí dejo el enlace al audio de aquel inolvidable (necesariamente) programa.

miércoles, julio 07, 2010

"El asesinato de un corredor de apuestas chino", de John Cassavetes

Entre el género de gansters y, un poco también o quizá el tema principal, el género musical: de un lado gangsters horteras de camisa solapón y pantalón de pata ancha y, por otro lado, un musical próximo al "Cabaret" de Bob Fosse, pero rebajando el glamour berlinés hasta dejarlo en club de striptease californiano con pretensiones: mucha teta y poco arte. Bares donde siempre es de noche y un buen momento para tomarse un whisky: el hábitat natural de Henry Chinaski: aquel bar de Stockton donde se lamentaba Billy Tully de su combate panameño en "Fat City" de John Huston o el ambiente de las "Malas calles" de Martin Scorsese. Estética rotunda.
El dueño del garito se llama Cosmo Vitelli, o sea, Ben Gazzara como protagonista absoluto en el papel cumbre de su carrera. Un fulano con suerte hecho a sí mismo, rodeado de bellezones, amo de su negocio, que se pringa por una deuda de juego y que, por su mala cabeza, tendrá que cargarse a un chino.
John Cassavetes se rodeaba de actores que podían interpretar impresionantes personajes de carácter, con vía libre a la improvisación. Ben Gazzara, Peter Falk, Gena Rowlands, que era la mujer de Cassavetes (inolvidable su pareja con Peter Falk en "Una mujer bajo la influencia"). De ellos, grandes actores, extrajo lo mejor. Cine independiente cuando nadie sabía que era eso, años antes de Sundance y de que Steven Soderbergh diera el campanazo con "Sexo, mentiras y cintas de video": libertad creativa para poner en fotogramas lo que uno quiera, sin rendir cuentas a nadie. Cassavetes pasó de puntillas por la taquilla en las películas que dirigió aunque como actor sí fue conocido por "Doce del patíbulo"de Robert Aldrich o "La semilla del diablo" de Roman Polanski. Sin embargo la crítica sí lo colocó en la cima en varias ocasiones. Esta es una de ellas.

martes, junio 29, 2010

"Hunter", de Michael Mann

El primer Dr. Hannibal Lecter cinematográfico resulta que se apellidaba Lecktor en vez de Lecter, según atestiguan los créditos del final de "Hunter". También resulta que aún no había llegado a tomar forma en el atildado, escalofriante, implacable y deslumbrador Anthony Hopkins. En su debut ante la cámara lo encarnó Brian Cox (conocido entre otros papeles por ser el jefe de Matt 'Bourne' Damon en la saga del amnésico superagente) que no pasará a la historia por ser el primero en hacer el papel del psiquiatra caníbal: tampoco tiene muchos minutos en el metraje: a esas alturas del asunto el doctor es aún un secundario. Lo mismo le va a suceder a su rival del FBI para la ocasión, William Petersen: no será recordado por "Hunter", pero si la gran pantalla no lo lanzó entonces a la fama, la pequeña pantalla lo ha hecho sobradamente: Gil Grissom de "C.S.I", nada menos. Estrella mundial.
A mediados de los ochenta Michael Mann arrasaba con la serie "Corrupción en Miami", imponiendo una estética que está muy presente en "Hunter" (cualquier seguidor de las aventuras televisivas de Sonny Crockett y Ricardo Tubbs se percatará de ello). La película es una adaptación de la novela "El dragón rojo" de Thomas Harris, primera de una saga literaria que continuará en "El silencio de los inocentes" (la llevaría al cine Jonathan Demme en la oscarizada "El silencio de los corderos") y culminará con "Hannibal" (aquí la adaptación al cine la conducirá Ridley Scott: directores de relumbrón para una saga literaria y cinematográfica de éxito).
"Hunter" es un thriller magnífico, lleno de tensión y suspense, con unas actuaciones soberbias: destaca la del malo de turno interpretado por Tom Noonan: psicópata kilométrico. Por si alguien quiere comparar resultados hay otra película más moderna basada en la misma novela, "El dragón rojo", dirigida por Brett Ratner y que tiene como protagonistas a Ralph Fiennes, Edward Norton y el propio Hopkins, pero no me gustó tanto como su hermana ochentera. Será nostalgia de aquellas inalcanzables playas de Florida, esas que tanto vimos y nunca fuimos.

viernes, junio 25, 2010

"Invictus", de Clint Eastwood

No hay por qué pedir que se cargue un puente, como imploraba Agustín Jiménez en su famoso monólogo sobre un tío que iba a ver "Los puentes de Madison" porque salía Harry y el individuo tenía la esperanza de que le alegraran el día (en esta no sale Clint, pero sale un Eastwood, Scott Eastwood: es el jugador que patea el drop que da la victoria a Sudáfrica en la final). Sin embargo "Invictus" es una película que se ve sin pena ni gloria, un contrasentido absoluto para una trama que se alimenta por un lado del odio racial inevitable tras décadas de dominio del tristemente célebre régimen apartheid sudafricano (la pena) y por otro lado de la increíble (por inesperada) victoria de los Springboks sobre los All Blacks en la final de la Copa del Mundo de Rugby de 1995 (la gloria).
Una película de conflictos sin ningún conflicto aparente: una transición tranquila de las que dejan fosas comunes colmadas en las cunetas: maté a palos a tu padre, violé a tu hermana y traté a tu madre como a una esclava: pelillos a la mar, que os hemos dado la democracia. Vamos a echar un partidillo.
Igual es que era el momento propicio para hacer una película sobre Sudáfrica, con el mundial de fútbol a la vuelta de la esquina. Igual es que Morgan Freeman estaba loco por hacer de Mandela y se llevó a Clint Eastwood al huerto. O a hacer un telefilme. Bueno, para eso están los amigos.

domingo, junio 20, 2010

"Ciudad de vida y muerte (Nanking! Nanking!)", de Lu Chuan

Fuimos a ver esta película en la semana de su estreno en España, pero no pudo ser. Es decir, compramos la entrada en taquilla, ocupamos el asiento que más nos gustó en un cine semivacío, esperamos tranquilamente el comienzo de la proyección y empezamos a ver la película: tenía bastante expectación por verla y últimamente es complicado encontrar un momento propicio para ir al cine: debe haber varios astros bien alineados y es una ocasión que no se debe desperdiciar: vamos a ver esta que dicen que es buena. Pero mediada la proyección mi acompañante decidió que ya había visto bastante: lo que no logró Lars Von Trier con su "Anticristo" lo consiguió un director chino, Lu Chuan, al mostrar eficazmente, con gran verosimilitud, las salvajadas cometidas por el ejército japonés cuando conquistaron la capital de China en el año 1937. Lógico, por otro lado: aquel danés contaba desvaríos de la mente, fábulas, mientras que este chino hablaba de realidad, de historia verídica: el infierno de la guerra, la actividad humana más terrible, la que asfixia a todas las demás: cuando hay guerra no hay otra cosa. Así que mejor dejar la película para otro día que encima hace buena tarde. Hala, vayámonos de paseo.
La primera mitad de "Ciudad de vida y muerte" es una buena película bélica (el libro "Esto es un infierno. Los personajes del cine bélico" de Guillermo Altares, es muy recomendable para empaparse del género), de las que siguen la estela que dejó marcada Spielberg en "Salvad al soldado Ryan". Is that you John Wayne? Is this me?, preguntaba Matthew Modine, Bufón, en "La chaqueta metálica": el estereotipo de héroe guerrero que conduce a la épica y llena las oficinas de reclutamiento, inmaculados buscadores de gloria que se creen capaces de resistir el ataque del enemigo hasta el último hombre: alcanzar la areté griega y después morir. Los chinos también tienen héroes, claro, y son capaces de ensalzar el patriotismo en sus fotogramas como han hecho los occidentales durante décadas. Quedó claro en esta película o en aquella buena película de guerra coreana llamada "Lazos de Guerra".
Pero cuando el "Duke" de turno desaparece de la pantalla y la violencia del combate deja paso a las despiadadas atrocidades llevadas a cabo por el bando victorioso contra los prisioneros, contra mujeres y niños (hasta la Primera Guerra Mundial incluida, el mayor número de víctimas en una guerra se producía siempre en el ejército: a partir de ese punto las estadísticas se invierten y la mayor mortalidad será de ahí en adelante para la población civil: el signo de los tiempos es delatador de la locura moderna), especialmente contra jóvenes chinas forzadas a formar Joy Divisions violadas por batallones de despiadados soldados japoneses, entonces el espectador empieza a removerse inquieto en su asiento: cientos de miles de muertos que eran cientos de miles de indefensos. Y no es que se haga hincapié en mostrar esas barbaridades en detalle, pero tampoco es necesario. En "La lista de Schindler" de Steven Spielberg, el comandante de un campo de concentración (impresionante actuación de Ralph Fiennes) se dedica al tiro al blanco, desde el balcón de su residencia, contra los prisioneros judíos dispersos por el recinto: recién levantado se desayuna cada mañana con unos cuantos asesinatos azarosos: la vida del vencido no vale nada para el ganador, más aún si el derrotado es considerado una raza inferior: los judíos para los nazis o los chinos para los japones: tu vida me pertenece y la piedad es un sentimiento que no se tiene con la escoria. Si la finalidad de esta película era trasmitirle al espectador la carga dramática de la guerra y la infinita crueldad que es capaz de manifestar el ser humano, en ese caso enhorabuena: misión cumplida.
He vuelto a ver la película, esta vez hasta el final. La he visto sólo, naturalmente.

domingo, junio 13, 2010

"Canino (Kynodontas)", de Yorgos Lanthimos

Experimentos educacionales: cójase un niño (preferentemente un hijo para no andar secuestrando a los de los demás, aunque ya es una barbaridad pensar que un hijo nos pertenece hasta ese extremo: padres bienintencionados juegan a ser dios) y apártesele de cualquier contacto con el mundo exterior y con la sociedad amenazante y depredadora. "El enigma de Kaspar Hauser" de Werner Herzog, "El show de Truman" de Peter Weir, "El bosque" de M. Night Shyamalan, son ejemplos que me vienen a la memoria, lo mismo que la certera comparación que hizo Babel introduciendo el mito de la caverna platónica en su excelente crítica de "Canino". Demiurgos que juegan con nuestra formación planteándonos temas que somos incapaces de verificar por nuestra experiencia directa e imponiéndonos barreras que nos conducen por el manso cauce de la sociedad moral: no salgas al bosque, que allí vive un monstruo homicida de largas garras. No salgas, no, que te va a comer el gato.
"El show de Truman" o "El bosque" generaban mundos históricos y daban saltos en el tiempo para que los protagonistas vivieran en una idealizada ciudad norteamericana de los años cincuenta o en un pueblo dieciochesco de pioneros puritanos. Para "Canino" bastará un casa alejada de la ciudad que sea moderna y acogedora, con jardín y piscina, rodeada de una gran empalizada. Pero las motivaciones de la trama resultarán parecidas: falsear la realidad para que el cautivo acepte su situación y aleje cualquier tentación de fuga: si no piensas que eres un prisionero, no tienes motivo para intentar escapar. Pero "Canino" se atreve a afrontar otros tipos de tabúes: entre personas que viven en una misma casa, que no salen de ella durante años, que en realidad no han salido de ella en toda su vida, van a surgir roces violentos y sus necesidades alimenticias van a ser las menos importantes: pulsiones sexuales exentas de amor, animales domésticos a los que hay que buscarles una pareja para que la época de celo no les arroje al otro lado de la valla. La cinta discurre entre situaciones paradójicas, estrambóticas, incestuosas, haciendo que el espectador se sorprenda y se escandalice: cine provocador.
Caninos, como los perros de una finca en medio del campo. Por cierto, esta película es del tipo 'no-me-jodas-que-ya-se-ha-terminado'. Abrupto final, pienso.

domingo, junio 06, 2010

"Nausicaä del Valle del Viento", de Hayao Miyazaki

Miyazaki ya es marca, un nombre que por si solo avanza la calidad del producto, un reclamo infalible para la taquilla: el espectador que haya visto algunas de sus obras sabe que raramente va a ver defraudadas sus expectativas. Como este año no tocaba película de Miyazaki (ni siquiera sé si el genio tokiota está dirigiendo después de su última joya "Ponyo en el acantilado") las distribuidoras han sacado a la luz esta película del año 1984, uno de los primeros largometrajes del director, generando una nueva versión más fiel a la original y cambiando los diálogos del doblaje.
"Nausicaä del Valle del Viento" es una historia de ciencia ficción, con una estética y una trama que resultará familiar a todo el que siguiera el género en los cómic de aquellos años: la sombra de Moebius aparece en los fotogramas: reinos interestelares (príncipes y princesas para cuentos futuristas), planetas que alternan vegetación exuberante (la amenazante jungla tóxica: naturaleza voraz) con grandes territorios desérticos, clanes en lucha desde tiempos inmemoriales (también hacen sombra en esta cinta los mundos ideados por Frank Herbert) e insectos gigantescos: las górgonas, grandes como autobuses de dos pisos, que reaccionan como una colonia de hormigas ante cualquier agresión externa.
Las siguientes películas de Hayao Miyazaki no tendrán un tono sci-fi tan marcado, pero hay algo que sin duda estará presente en la trayectoria artística de Hayao Miyazaki: esos cacharros voladores: el aire será un medio donde el director invertirá mucha de su fantasía.
Sí, otra obra maestra.

jueves, junio 03, 2010

"La escafandra y la mariposa", de Julian Schnabel

Como no podía ser de otra manera, esta película recuerda mucho a "Johnny cogió su fusil", la obra maestra (y la única que dirigió: fue guionista de muchísimas y también fue una famosa víctima de la caza de brujas del macarthismo, uno de los diez de Hollywood) de Dalton Trumbo. Pero si aquella era todo claustrofobia, desasosiego y desesperación, una de las películas más aterradoras que haya visto nunca, esta otra destaca por su luminosidad y por su hálito de esperanza.
Síndrome del cautivo. Julian Schnabel ya había dirigido la historia de otro cautivo, el poeta cubano Reinaldo Arenas en "Antes que anochezca", la primera vez que Javier Bardem rozó el Oscar. Para "La escafandra y la mariposa" también utiliza una historia real, la de Jean-Dominique Bauby, redactor jefe de la revista "Elle" cuyo cuerpo queda completamente paralizado después de sufrir un infarto: guiñar el ojo izquierdo una vez para decir sí, dos veces para decir no: webcam valiosa para un insólito ordenador orgánico de 70 kg inútiles: el ser humano reducido a un cerebro en plenitud que oye y que ve: exilio interior. Los guiños disparados al abecedario recitado por una paciente anotadora lograrán terminar un libro, testimonio de los pensamientos íntimos, cartas desde la cárcel más penosa: la condena más dura.
Al principio de la cinta el director coloca al observador en la misma celda que habita el enfermo: el ojo es cámara de rodaje. De este modo el espectador dotado para la empatía podrá experimentar intensamente la penosa angustia del pobre protagonista (el zurcido del ojo derecho para que no se ulcere es...). Pero si otras películas que han tocado temas similares han derivado hacia la eutanasia como única forma de liberación ("Mar adentro" de Alejandro Amenábar, "Million dollar baby" de Clint Eastwood), la película de Schnabel consigue un tono optimista: la redención por el sentido del humor, por una memoria llena de recuerdos bellos, por la capacidad de fabular con las cosas cotidianas y construir relatos que terminen bien. A ese tono contribuye rodear al paciente de guapas enfermeras (la película tiene muchos primeros planos entre ellos el de Emmanuelle Seigner, señora de Polanski, haciendo de mujer de Jean-Do y el de Elvis Polanski, hijo del mismo, haciendo de Jean-Do de pequeño: curiosidad), un sanatorio al borde del mar, un ejercito de profesionales dispuestos a alimentar, lavar, mover, mimar. Alguna pequeña ofensa como cambiarle el canal de la televisión cuando está viendo un partido, el desdén hacia el vegetal plantado entre las sabanas cuando un técnico llega a instalar un teléfono sin altavoz o domingos de soledad cuando hay menos actividad en el sanatorio.
Familias que cuidan durante décadas, 7 x 24, en sus pequeñas viviendas sin ascensor, a pacientes tetrapléjicos o en coma: a esas otras historias es más complicado sacarles tanto lustre.
Buena película: amable sería un adjetivo acertado. Y nada lacrimógena: ¡anda que no se lloraba con la de Amenábar o la de Eastwood! ¡ríos corrían por la platea!

miércoles, mayo 26, 2010

"Syndromes and a Century", de Apichatpong Weerasethakul

La obra de este director tailandés ya visitó este blog: su opera prima, el fantástico cadáver exquisito encadenado que es "Mysterious object at noon". El pasado domingo Apichatpong Weerasethakul (repítase tres veces hasta quedarse con el nombre) recibió la Palma de Oro del festival de Cannes por su película "Uncle Boonmee who can recall his past lives", el galardón más prestigioso (posiblemente) del cine mundial. El anuncio de ese premio ha hecho tragar quina a algún crítico de cine (mi ínclito paisano, por ejemplo) famoso por su inquina (precisamente) hacia los directores que empiezan por "A": Abbas, Almodovar... Apichatpong. Así que a la espera de poder ver esa cinta merece la pena consumir otro pedazo de la filmografía de este cineasta, una bala que guardaba en la recámara de mi filmoteca desde hacía tiempo.
"Syndromes and a Century" tiene pinta de comedia de hospital: ni alocada como "MASH", ni petulante como el "Dr. House", sino la sonrisa que surge de escuchar diálogos tranquilos que terminan de modos insólitos. Un pequeño hospital en medio del campo: un monje budista que sueña con manadas de pollitos rencorosos que quieren partirle las piernas; otro monje que le gustaría haber sido DJ de discoteca; médicos militares que no soportan la visión de la sangre; dentistas con vocación de Sinatra; eminencias de la hematología que pretenden curar mediante la imposición de manos (esta escena me recordó el comienzo de "El espejo" de Andréi Tarkovski) y que le dan a la botella de buena mañana: personajes que quieren ser otros personajes y cuya contradicción interna sitúa la tradición enfrente de la modernidad: nostalgia del pasado dominado por la reencarnación, la medicina tradicional, la naturaleza invasora que pasa a ser invadida. El contraste se agudiza mediada la proyección, un ejercicio de estilo que retoma el argumento inicial situándolo en un gran hospital de la ciudad: los males de los pacientes son esencialmente los mismos: enfermedades del alma.
Escenarios abiertos, limpios (recuerda a Theo Angelopoulos aunque sus elipsis son más breves... afortunadamente); pabellones de hospital pulcramente blanqueados de luz artificial; pasillos llenos de ventanales abiertos al verde del exterior: encuadres que buscan insistentemente simetría, armonía geométrica, perfección, un exceso en la puesta en escena para la segunda parte de la película: las prótesis artificiales frente a las orquídeas del jardinero.
Me gustó más el cuento infinito de "Mysterious object at noon", su estructura sorprendente, su gran imaginación, pero cualquiera de las dos servirá para que el espectador ponga en la balanza la obra de este joven director que alcanzó la grandeur el pasado domingo. Merecido, me atrevo a asegurar.

Otra buena noticia para esta semana: Jafar Panahi ha salido de la cárcel.

martes, mayo 18, 2010

"Todos nos llamamos Alí", de Rainer Werner Fassbinder

El miedo devora el alma.
El director rodó esta película en menos de un mes, aprovechando el parón entre dos rodajes (prolífico director, autor hiperactivo: su entrada en imdb muestra 43 títulos dirigidos en 16 años: las drogas que consumía para mantener el ritmo fueron las mismas que le llevaron a la tumba con apenas 37 años: start/stop, la diabólica montaña rusa de la adicción). Cuenta el romance entre una viuda alemana en edad pre-jubilar (impresionante interpretación de Brigitte Mira) y un emigrante marroquí que ha acudido a la llamada del milagro germano, del país arrasado y vencido que no se puede reconstruir por sí mismo por falta de mano de obra nacional: los campos de batalla y los campos de la muerte, la guerra y el exilio (a él lo interpreta El Hedi ben Salem, a la sazón amante de Fassbinder: otra muerte desgraciada ya que se ahorcó en la celda de una cárcel francesa el mismo año, 1982, en el que poco después moriría el director alemán debido a una sobredosis). Esta pareja desigual se conoce una noche en un bar, se van a vivir juntos y después se casan: como tantos otros. Pero estos lo harán contra todo y contra todos: vecinos, familia, compañeros de trabajo: el desprecio al emigrante, ese bulto sospechoso, una condición que se arrastra hasta nuestros días en vez de quedarse anclada en fotogramas de 1974, se suma al escándalo de la señora que se lía con un hombre algunas décadas menor: furor entre sábanas.
Un día se van de vacaciones hartos de estar hartos, huyendo del rechazo. A la vuelta, de forma impensable, todas las barreras se derrumban: la aceptación social, la ausencia de conflictos externos, será sin embargo la que dejará al descubierto la diferencia de edad y los propios prejuicios de cada uno: Fassbinder, mirada poliédrica, incansable búsqueda de sesgo autodestructivo, ausencia total de mojigatería y sobrado afán de provocación, no permite un giro convencional a la trama sino que apura los puntos de vista que ofrece la situación planteada en la cinta. Y así, una peliculita de quince días resulta ser una de las mejores de su filmografía.

jueves, mayo 13, 2010

"Tetsuo, el hombre de hierro", de Shinya Tsukamoto

'Una obra maestra del cyberpunk japonés', anuncia la portada del DVD. Cyberpunk: cibernética y personajes outsider: estética industrial y sociedad underground. La invasión tecnológica a la conquista de la vida común, un virus invasor que amenaza con convertirnos a todos en cacharrería andante: se empezó con un móvil en el bolsillo de la chaqueta y se terminará con uno implantado en el cerebro. Neil Harbisson es el primer cyborg reconocido oficialmente por un gobierno: consiguió que el gobierno británico le permitiese aparecer en la foto de su pasaporte llevando una cámara junto a los ojos, un dispositivo (eyeborg) que le permite escuchar los colores ya que nació con acromatopsia: veo todo en blanco y negro, como le pasaba a Mickey Rourke, el chico de la moto, en "La ley de la calle" de Francis Ford Coppola. Cyborg: cibernética y materia orgánica: hay muchos en el cine: Robocop, Terminator, Eduardo Manostijeras (también), Ash o Bishop en la saga "Alien", Roy Batty en "Blade Runner"... 'La luz que brilla con el doble de intensidad dura la mitad de tiempo. Y tú has brillado con mucha intensidad, Roy', le dice su padre, el Dr. Eldon Tyrell, intentando consolar al desquiciado replicante.
Una mañana un hombre que está afeitándose descubre un trocito de metal clavado en la cara. No, en realidad sale de la cara, de su interior: Gregorio Samsa postmoderno. La transformación será un proceso doloroso, agónico, pero al final será una condición aceptada: el cyborg es un ser poderoso, una evolución artificial del ser humano hacia un estado superior, la superación de infranqueables barreras y limitaciones: no está nada mal aunque tenga que pasar el resto de su existencia alimentándose metiendo los dedos en un enchufe.
Fábricas abandonadas y túneles del metro, amasijos de cable y de metal, sangre que parece aceite de motor debido al blanco y negro en que está rodada la cinta (un gran acierto que aumenta su condición de película experimental, de cortometraje largo de una hora de duración donde el director lo hace todo -escribir, dirigir, filmar, montar, efectos especiales, actuación- y consigue hacerlo bien), mutaciones y mutilaciones, rollo sexual violento y ambiente claustrofóbico, angustia y ansiedad: Cronenberg, Lynch, Ballard. El rodaje debió ser una proeza: los fotogramas delatan la condición artesanal de la producción: no hay apenas informática en el cine de ciencia ficción de finales de los ochenta. Destaca el stop motion empleado en las escenas en las que los personajes se desplazan por la ciudad o en escenas de transformación o de acción, con mucha influencia manga, como no podía ser de otro modo.
Tetsuo, como el amigo de Kaneda que se vuelve malvado en "Akira", otro gran cyberpunk.
Certifica David-san, consultor particular en escritura japonesa, que el nombre Tetsuo se escribe con los kanji de hierro y de hombre.
O sea, así: 鉄男.
Arigatô. Gracias.

lunes, mayo 10, 2010

"A través de los olivos", de Abbas Kiarostami

A principios de los noventa (del siglo pasado, claro: los ochenta, los noventa, ¿cómo se llama la primera década del siglo XXI? ¿los diez?: pues suena bastante mal) se produjo un terremoto devastador en Irán, el peor de su historia. El director Abbas Kiarostami viaja al norte del país a rodar una película, en realidad una trilogía de la que "A través de los olivos" es la tercera y última: no he visto las dos primeras que, por supuesto, habrá que ver.
Actores reclutados entre los habitantes de la zona: ¿qué sucedería si la pareja que tiene que interpretar el papel de un matrimonio estuviera formada, en la vida real, por dos chicos del pueblo, una joven estudiante y su incansable pretendiente? Ella, una huérfana por causa del terremoto que ahora vive con su abuela. El, un albañil que no tiene una casa que ofrecerle a su pretendida, condición indispensable para que la abuela de ella consienta el enlace: el enamorado pobre con más esperanzas que opciones, como si fuera un personaje sacado de "Las mil y una noches": el humilde muchacho que se quiere casar con la princesa al final del cuento. A toda costa. Ain't no mountain high enough.
El director salta al set de rodaje encarnado en el único actor profesional de la cinta (Mohamad Ali Keshavarz, según los créditos: advierte al espectador de su condición al principio de la película: metacine nada más comenzar), y se pone a alcahuetear, convirtiendo la historia en una posible comedia romántica situada en el país de los ayatolás. Tomas y tomas de la misma escena para un director inasequible al desaliento, lo mismo que Hossein es sordo a las negativas que obtiene en respuesta a sus sueños: la fe inquebrantable del joven es el símbolo del pueblo que logra superar la mayor de las tragedias.
Camionetas que transitan senderos que atraviesan pueblos derruidos, que no desiertos, propiciando conversaciones con aquellos que hallen por el camino. Campos de olivos que se aferran a la tierra, inmunes a temblores, espectadores silenciosos de las vidas de esa curiosa especie bípeda.
Cine que conmueve y que asombra.