miércoles, septiembre 23, 2009

"Lili Marleen", de Rainer Werner Fassbinder

Cada noche, poco antes de las diez, Radio Belgrado (Yugoslavia ocupada) emitía una canción que hacía que las ametralladoras se detuvieran durante breves instantes. Del cabo Norte a Trípoli, de Stalingrado a Bastogne, no se oía otra cosa en las trincheras alemanas. Goebbels, ministro de propaganda, la juzgó como una tonadilla con olor a muerte que bajaba la moral de la tropa y terminaría por introducirla en una lista negra: prohibido cantar, prohibido escuchar. Pero el tema ya había roto fronteras y era popular en ambos bandos: si callaba Radio Belgrado, hablaba Radio Calais. La canción del soldado que añora lo que deja atrás o lo que nunca llegó a tener: melancolía de trinchera: deseo de una piel tibia y unos labios ardientes o el abandono en un abrazo entre sabanas blancas. Una canción intemporal que sobrevivió a la guerra y que fue adoptada por otras naciones, otros idiomas. Edith Piaf en francés, Marlene Dietrich en inglés. Incluso mi generación escuchó la canción cientos de veces en su versión española, cantada por Marta Sánchez: por ti, Lili Marleen.
Fassbinder inunda la pantalla de reflejos dorados, fotogramas cuajados de destellos en una iluminación barroca marca de la casa. Se cuenta un romance imposible entre dos amantes, dos actores de distintas procedencias: la cabaretera interpretada por Hanna Schygulla, belleza germana de aire campesino, y el galán millonario, judío partisano, que se esconde tras las ojeras canallas del lánguido Giancarlo Gianninni. Y de rondón se cuela el sentimiento de culpa postbélico del pueblo alemán: el pecado siempre es del vencido (estoy leyendo el magnífico libro "Postguerra", de Tony Judt: refugiados, pogromos que siguen produciéndose en Polonia después de la guerra, desplazamientos forzosos de pueblos enteros: el conflicto nunca termina tras el armisticio y siempre quedan heridas por cerrar, a veces durante años, a veces no se cierran nunca).
Cine a caballo entre clasicismo y modernidad, los últimos suspiros del melodrama en una cámara que anuncia nuevas estéticas.
Wie einst Lili Marleen.

domingo, septiembre 20, 2009

"Mysterious object at noon", de Apichatpong Weerasethakul

La furgoneta de un vendedor ambulante de pescado circula por las calles animadas de una ciudad tailandesa, anunciando su mercancía por los altavoces del vehículo. Cuando por fin se detiene a realizar sus ventas, la mujer del comerciante empieza a contarle a la cámara, entre sollozos, su triste historia: sus padres la vendieron cuando era niña a cambio del importe de un billete de autobús, y ese momento trágico ha condicionado su existencia apartándole de la felicidad. Cuando deja de hablar la cámara le pregunta, como trivializando tan terrible relato, ¿y no tienes nada más que contar, alguna cosa real o inventada? ¿algún libro? Y la mujer empieza a contar un cuento de misteriosos objetos que aparecen al mediodía.
A partir de ese momento la cinta avanza entre el documental y la ficción. Como esos juegos literarios donde alguien inicia una historia invitando a que participe la imaginación del siguiente jugador/escritor, el cuento que comenzó la vendedora de pescado continúa contándose: unas chicas sordomudas, unos cuidadores de elefantes, una vieja borracha, los niños de un colegio, los actores de un teatro (me ha recordado a ratos a "Palindromes" de Todd Solondz y las múltiples caras que le concede al personaje de Aviva). Todos ellos seres cotidianos, anodinos, que improvisan, preguntan, encadenan y deforman: el pueblo y su tradición oral, forman la historia. Los únicos momentos en que actores verdaderos interpretan a personajes del cuento son desvelados por el propio director haciendo un corte e irrumpiendo en la escena: ejercicio metaliterario o metacine.
Película experimental, cine de festival del que casi nunca cautiva la taquilla pero que no por ello deja de ser interesante, y así lo demuestra esta obra, rodada con escasez de medios y mucha imaginación: buen director: hay arte más allá de ese pedazo de nombre.

domingo, septiembre 06, 2009

"Anticristo", de Lars von Trier

Hay un prólogo, cuatro episodios y un epílogo: la mayoría de la gente que se sale del cine lo hace a la mitad del tercer capítulo.
La culpa, el remordimiento y el dolor. Mucho dolor. La película del dolor. El prólogo (fantástico, magistral) nos muestra el drama de principio a fin: padres que sobreviven a sus hijos. Muerte accidental, visita repentina que marca un punto en el que tu vida nunca volverá a ser la que era. Bebés que avanzan por el mundo a tientas, a punto siempre de dar un paso en falso, cuando nadie mira. La muerte de un hijo, un caudal de dolor que sólo es imaginable por el que haya pasado por semejante maldición. El director Lars Von Trier, director y guionista, parece decidido a lograr que cualquier espectador de la película se aproxime a ese dolor -dolor real, dolor físico, dolor extremo- aunque para ello haya que llegar a mostrar las más feroces torturas medievales y al director le cueste que en la presentación de su película en Cannes la mayoría de la crítica dude del estado de su salud mental.
Hasta mediada la película, se presenta la relación terapéutica entre la desgraciada (formidable) pareja de padres formada por Willem Dafoe y Charlotte Gainsbourg: el le hace terapia a ella, que es la que ha soportado peor la perdida y se debate en abismos infernales de tristeza y angustia. Al parecer el propio Von Trier ha estado en tratamiento por algún leve trastorno mental (depresión, creo recordar) y, conociendo ese dato, en esa parte parece burlarse de los doctores que le trataron. Pero después de este comienzo, más intimista e introspectivo, aparece un nuevo componente en la trama, que deriva hacia la brujería y el satanismo: un acompañamiento ad hoc para los momentos más salvajes de la cinta que a mi me parece que sirve (mira por donde) para racionalizar el drama, proponiendo como origen la lectura y el estudio de tratados sobre los tenebrosos días de la inquisición y los aquelarres: perdió la cabeza, como Don Quijote, y todo tiene explicación: los locos sois vosotros, no yo, el gran director danés.
El peligro de juzgar esta película reside en dejarse llevar por lo que este condenado director nos pone delante y, sobrepasados por la escena, cerrar los ojos. Pero si se mantienen abiertos y se toma un poco de distancia se descubre que en la pantalla no hay más que luces y sombras y es el espectador el que contribuye al drama con sus propios miedos.
Si la terapia ha funcionado, quizás se descubra una obra maestra.

sábado, septiembre 05, 2009

"Mapa de los sonidos de Tokio", de Isabel Coixet

Que conste que las películas de Isabel Coixet que he visto antes que esta, me gustaron: "Cosas que nunca te dije" o "La vida secreta de las palabras". Pero con este saludo que parece un epitafio ya está dicho todo. O la mayoría.
Un viejo que se dedica a grabar sonidos, conversaciones: sentimientos de una ciudad palpitante; una asesina a sueldo que en su vida cotidiana trabaja despedazando atunes en un mercado de pescado; un emigrante español que tiene una tienda de vinos de la tierra en medio del imperio del sushi; una suicida, su padre desgarrado de dolor y un pretendiente platónico. Los ingredientes parecen los adecuados, tanto para la historia como para el reparto: Rinko Kikuchi (de lo mejor de "Babel" de Alejandro González Iñárritu, la joven sordomuda al borde del abismo) y Sergi López (simplemente recordar aquel terrible militar de "El laberinto del fauno" de Guillermo del Toro). Pero el plato que sale de la cocina, ese chorizo ibérico enrollado en arroz hervido y algas, servido con pescado crudo que aún colea, y regado con buen vino de Toro, no funciona: el concepto mar y montaña, también tiene sus limitaciones.
Una vecina de platea debía tener la misma sensación de estómago pesado: contemplar una película con la boca abierta y los ojos cerrados (respiración rítmica y acompasada) no es la mejor posición posible: la contraria, sí. Pero lo peor de todo, probablemente, ha sido ver la película doblada al castellano (sobre todo el autodoblaje de Sergi López: horroroso; cuando algún otro actor español se dobla a sí mismo, ya sea Javier Bardem o cualquier otro, tengo la misma sensación fatal de sonido ortopédico-robótico): mapas de sonidos escritos con tinta invisible. Ruido blanco.
En "Lost in traslation", Sofia Coppola no pretendió, ni por un instante, adentrarse en la comprensión de la cultura japonesa. Se limitó a enseñar postales y escenificar tópicos. Isabel Coixet quizás ha querido ser algo más ambiciosa y se ha perdido. En la traducción, al menos.

lunes, agosto 31, 2009

"Enemigos públicos", de Michael Mann

En Estados Unidos hay una mítica especial alrededor de los bandidos que han saqueado a sus habitantes durante los pasados doscientos años. John Dillinger es otra de las figuras emblemáticas de esa apasionante parcela de la historia: apasionante y cinematográfica como ninguna otra. El enemigo público número uno, el forajido que se convierte en héroe popular, un contrasentido tan viejo como el mundo que surge para equilibrar la balanza cuando esta está demasiado inclinada en el reparto de riqueza, cuando las diferencias entre ricos y pobres son abismos desde los que sólo se contempla el lado en el que reposan tus pies: para pasar al otro lado el camino más fácil es no seguir ninguno: sendas de libertad absoluta. La época de la Gran Depresión (muy literaria también; me viene a la mente la novela "La parcela de Dios" de Erskine Caldwell" y su patético relato de la familia Walden) propicia la aparición de bandidos desbocados como Dillinger, como el sanguinario Babe Face Nelson o, los más famosos de todos, la pareja lanzada hacia la muerte formada por Bonnie Parker y Clide Barrow (el comienzo de la última gran década dorada del cine norteamericano esta marcado por el conocido relato cinematográfico de sus andanzas que llevó a la pantalla el director Arthur Penn: obra maestra). Armados de metralletas Thompson infundían el terror en los bancos que tenían la desgracia de caer en su punto de mira. Ensaladas de balas para la hora del almuerzo. Para atraparlos la policía también tendrá que ser capaz de crear caminos nuevos, oscuros y poco transitados: a traición o con un tiro por la espalda, como le sucedió a Jesse James, que el sueldo de pasma no es tan alto como para justificar una bala perdida en medio del pecho. Se creará el FBI (en la película aparece J. Edgar Hoover, rasputin de 50 años de vida política estadounidense con una leyenda negra a la altura de la de Felipe II) para combatir el crimen con poderes y métodos superiores a los tradicionales. Pero con Dillinger no habrá quien pueda y logrará escapar de cualquier emboscada. ¡Ay!, pobre bandido cinéfilo.
Michael Mann ha dirigido algunas de las mejores películas modernas de policías y ladrones como "Heat", "Corrupción en Miami" o "Collateral". Consigue un grado máximo de intensidad en las cuidadas escenas de acción que realiza (con "Heat" salí en su día del cine completamente maravillado y extenuado: me alcanzaron un par de disparos en la escena de la salida del banco), la ambientación y la puesta en escena es impecable, y construye personajes protagonistas profundos, de hondo carácter. Johnny Depp está en la cima, uno de los mejores actores de la actualidad, un talento camaleónico que devora algunos planos de la película como si fuera el mejor Marlon Brando. Christian Bale le persigue para atraparlo y Marion Cotillard también pero con otras intenciones: el reparto es excelente.
Enemigos públicos contra justicieros implacables. Ganas de volver a verla.

jueves, agosto 27, 2009

"Masacre", de Elem Klimov

"628 aldeas bielorrusas fueron quemadas junto con todos sus habitantes", denuncia la pantalla al final de la cinta. Las tropas alemanas, durante la Segunda Guerra Mundial, fueron especialmente brutales en su frente oriental. Judíos o comunistas solo eran razas inferiores con las que había que mostrar la misma misericordia que se tendría con un piojo. La guerra como encarnación del mal absoluto: los grabados de Los desastres de la guerra de Goya condensados en dos horas de acción cinematográfica durante las que se pondrán a prueba las emociones del espectador más recio, arrastrado por unas interpretaciones increíbles, llevadas al límite, como en el caso de la del joven protagonista, Aleksei Kravchenko: escalofriante. La masacre que anuncia el título (el original es "Idi i smotri", ven y mira: la distribuidora española parece que buscó un título más comercial para el año 1985, el año de "Rambo": al grano y que el que compre una entrada sepa a lo que entra) será una de las escenas más terribles de la historia del cine bélico.
La película intenta indagar en los orígenes de tanta vileza, las motivaciones que pueden llevar a un grupo de soldados, que en la vida civil realizarían oficios corrientes, tareas constructoras y vivirían asumiendo entornos sociales pacíficos y de rígido orden moral cristiano, a comportarse como un enloquecido grupo de bestias sanguinarias. Adolf Hitler, es el señalado como culpable y es ajusticiado en efigie, disparando sobre un retrato del dictador. Pero a la vez que salen las balas del fusil, una secuencia de imágenes históricas del personaje se proyectan en reverse, hacia el pasado, en busca del nacimiento del icono más sanguinario del siglo XX, hasta alcanzar, poco a poco, un retrato de su niñez: un pequeño sujetado por su madre, rollizo y de mirada despierta: un ser humano. La maldad de los egos desproporcionados es una semilla que puede germinar en el tipo más corriente.
Al DVD le acompañan NO-DOs de la época con imágenes reales de atrocidades contra la población civil, contra los soldados heridos, contra los niños huérfanos: inflamar el odio de los partisanos, de la resistencia (hace poco vi una película moderna titulada así, "Resistencia" de Edward Zick, protagonizada por Daniel Craig y que también trata de la guerra en Bielorrusia y la lucha de los guerrilleros: comparada con esta de hoy, aquella es "Bambi"): el cine como propaganda bélica. "Masacre" también ejerce esa labor propagandística, en plena guerra fría, mostrando a los héroes del pueblo ruso cazando soldados alemanes como a lobos del monte. Fue tanto la barbarie del ejercito alemán en suelo soviético que, cuando las tornas cambiaron y el Ejercito Rojo comenzó su avance implacable sobre Berlín, los alemanes corrían a rendirse a los americanos, temerosos de la venganza bolchevique. La Unión Soviética fue el país que más víctimas tuvo durante la Segunda Guerra Mundial: más de veinte millones de muertos.

martes, agosto 25, 2009

"Repulsión", de Roman Polanski

Polanski y el ardor. El viaje a la locura de Carole una joven chica interpretada por una esplendida Catherine Deneuve. Tímida, bella, sensual. Trabaja como manicura en una peluquería londinense y vive con su hermana mayor en un apartamento alquilado. Perseguida, admirada, deseada: todos los hombres giran la cabeza a su paso. Sin embargo ella sólo siente repulsión: no soporta el contacto de unos dedos, el roce de unos labios, el aroma crudo de la piel fatigada. Violada cada noche por sus pesadillas, íncubos violentos que la desnudan con lascivia y la sodomizan sin piedad. La alucinación deviene en locura y la locura en asesinato: una navaja barbera, útil masculino por excelencia, será herramienta fatal. Buñuel, Hitchcock: surrealismo, suspense: hombros de gigantes.
Dice el director francés (de nacimiento y nacionalidad actual, aunque se formó en Polonia: emigración, guetos judíos, nazis, telón de acero, asesinatos satánicos, pederastia, gloria cinematográfica: las circunstancias de la biografía de Roman Polanski son cualquier cosa salvo corrientes) que "Por encima de todo, el cine es ambiente". El apartamento de Carole se arruina a la par que su lucidez se destruye: como el cuerpo de un conejo desollado que se pudre en una fuente abandonada en el salón. Los pasillos cobran vida, llenos de manos que intentan sobar sus encantos, atenazando su cuerpo con desesperación: el apartamento se vuelve repulsivo (más fácil conseguir eso que lograr ese efecto sobre la divina Catherine) y trasmite eficazmente ese sentimiento al voyeur ocasional sentado frente a la pantalla: el espectador se adentra en el ambiente anunciado.
La película empieza y termina con un primer plano del ojo derecho de Carole, ojo inquieto y angustiado, que se anticipaba en el ojo inerte y ausente de una foto de la niñez de la protagonista: la locura fruto de un trauma infantil o la semilla del mal que siempre permaneció latente. Lo mejor de todo es dejar siempre que el espectador saque sus propias conclusiones.

jueves, agosto 20, 2009

"Il divo", de Paolo Sorrentino

Los últimos días en el poder de Giulio Andreotti. Protagonista principal del escenario teatral de la política italiana durante la segunda mitad del siglo XX, su carrera esta ligada al partido Democracia Cristiana. Tres veces Primer Ministro, siete veces Presidente del Consejo, ocho veces Ministro de Defensa, cinco veces Ministro de Exteriores, etc, etc. La poltrona infinitamente aferrada. Y muchos cadáveres en el jardín. El más doloroso, el de Aldo Moro (el secuestro de Moro es escenificado en una magnífica película del año 2003: "Buenos días, noche" de Marco Bellocchio: el principio del fin de las Brigadas Rojas, que con el secuestro y asesinato del dirigente de Democracia Cristiana dieron nacimiento a un mártir político que concedía al estado la posibilidad de aplicarse con mayor dureza en la lucha contra el grupo terrorista), su máximo rival dentro del partido, cuya muerte llena de remordimiento a Andreotti, convencido de que no hizo todo lo que estaba en su mano para negociar con los terroristas, para detener la ejecución del secuestrado. Esa ejecución tan conveniente.
El 15 de Enero de 1993 es detenido Totó Riina, jefe supremo de la Mafia. El nombre de Giulio Andreotti aparece en el proceso. ¿Pactó Il Divo (o sea, el divino) con Il Capo dei Capi para lograr el apoyo electoral del sur de Italia a cambio de tratos de favor en los procesos contra la Mafia iniciados por el juez Giovanni Falcone (otro mártir: su vehículo voló por los aires impulsado por una tonelada de explosivos enterrados debajo de la carretera; Falcone, Moro, Andreotti o Bettino Craxi, el líder socialista que murió exiliado en Túnez después de ser acusado de corrupción en la famosa operación Manos Limpias, todos ellos protagonistas de los telediarios de hace años)? Andreotti, sustantivo maquiavélico, es absuelto y todavía anda dando vueltas por el escenario político internacional, convertido en senador vitalicio. De la poltrona caerá al ataúd.
"Il divo" tiene tono de ópera buffa. Es una excelente película repleta de ironía, llena de ritmo a pesar de que se estén presentando a unos personajillos tan sombríos, tan tétricos, tan terribles, llenos de contradicciones y de ansias de poder. Corruptos y miserables. Se suceden los asesinatos brutales, los atentados, los suicidios, alrededor del caricaturizado protagonista soberbiamente interpretado por Toni Servillo: una representación a la altura del Hitler de Bruno Ganz. Sin embargo, si no se ha nacido en Italia o eres menor de cuarenta años o simplemente no se tiene alguna referencia de la época aludida, puede ser fácil perderse entre esa caterva de payasos. De payasos tristes, por supuesto.
El cineasta italiano que se decida a abordar los asuntos de la Cosa Nostra (como "Gomorra" de Matteo Garrone, otro gran éxito), algo nada fácil ya que te puedes despertar junto a la cabeza sangrante de un caballo, hallará un filón. Que se lo digan a Coppola.

viernes, agosto 07, 2009

"Maradona", de Emir Kusturica

Un dios. O dos dioses.
Kusturica realiza este documental, acumulando encuentros que mantiene con Maradona a lo largo de dos años: el Pelusa se hincha y se deshincha a lo largo de ese tiempo, con una transformación nunca vista en el cine desde aquella de Robert de Niro, cuando encarnó a un Jake la Motta retirado. Kusturica chupa mucha cámara (si Oliver Stone se arrimó a Fidel Castro para rodar "Comandante" por qué motivo no lo iba a hacer él en la misión de retratar a la reencarnación balompédica del Ché Guevara). "Diego Armando Maradona from the world of the cinema", presentan al de Sarajevo cuando se pone a tocar la guitarra durante un concierto de rock en Buenos Aires. Y no tiene pudor en incluir esa escena al principio de la cinta. Y ya puestos, ¿por qué no de utilizar escenas de sus (magníficas) películas a la hora de contextualizar diversos momentos de la vida de Maradona? ¿No hará falta un dios para rodar la vida de otro? Pues hala, haz otra toma de mi persona que el Diego ya sale mucho.
El documental se alimenta casi en su mayoría de imágenes que han rodado otros, mil veces vistas. Los golazos, por supuesto: lo único que importa, en realidad. Y las detenciones, las celebraciones, los baños de masas. Los ingresos hospitalarios. Y en la última etapa de su vida, ese carácter contestatario e izquierdista que nadie sospechaba que tuviera: Maradona con Fidel Castro, Maradona con Evo Morales, Maradona con Hugo Chavez. Maradona con Kusturica.
Maradona fue tan grande dentro de un estadio, consiguió reunir tanto fervor popular (el héroe de un país que fue vencido en el campo de batalla y que arrancó la venganza sobre un césped: no sé si mucha gente recordará la guerra de las Malvinas, pero seguro que mucha, mucha más recuerda o ha visto alguna vez los dos goles a Inglaterra en el mundial de México: el primero, la mano de dios; el segundo, el gol del siglo) que la admiración dio paso al fanatismo. Y tantas veces le dijeron que era un dios, que se lo terminó creyendo. Como pruebas están los milagros: ganar la liga con el Nápoles. Y por partida doble. No es poca cosa.
Reafirmando la divinidad del personaje, Kusturica le da (demasiada) cancha (dígase arrastrando suavemente la che) a los colgados de la iglesia maradoniana, una peña gamberra que parece poseída por los antiguos vicios de su deidad (misas en discotecas de streptease: la comunión con farlopa, fijo). Y las pequeñas entrevistas entre actor y director que van apareciendo, esos momentos de sinceridad sublime que hubieran sido el punto álgido de esta película, no llegan a producirse: la altivez (qué contrasentido) del personaje y la vanidad de sus frases, además de estar perpetuamente acompañado de un ingente séquito familiar (al Diego hay que atarle en corto y no perderle mucho de vista, por si acaso) lo hacen imposible.
Maradona, el mejor futbolista de todos los tiempos. Para mi, sin duda.
Definición de este deportista: nada mejor que la frase que pronunció aquél locutor en pleno éxtasis futbolístico: ¡Barrilete cósmico! ¿De qué planeta viniste?

miércoles, agosto 05, 2009

"Desgracia", de Steve Jacobs

La aproximación a la célebre novela de J.M. Coetzee (a ver qué es J.M.: John Maxwell; bueno, no está tan mal, creí que ocultaba alguna combinación nominal patética) resulta eficaz y correcta. La elección de los actores protagonistas John Malkovich y Jessica Haines, para interpretar a David y Lucy, padre e hija de este drama, es perfecta. De hecho todo lo que se recrea en la cinta resulta adecuado al espíritu del libro: la amante estudiante, la universidad, Petrus, la granja de Lucy, la clínica. En fin, si alguien se quiere ahorrar la lectura del libro se perderá la maestría de la obra del Nobel sudafricano pero no perderá ni un ápice de la trama que en él se desarrolla.
"Desgracia" trata de relaciones de poder. La posición de poder que aprovecha un profesor de literatura para seducir a una joven estudiante, en la primera parte, da un giro total cuando es este profesor el que, después de ser obligado a presentar su dimisión por el escándalo producido, se ve en situación de indefensión frente a los personajes que va a encontrar en su camino. El novio de la chica, el granjero Petrus y su familia, su propia hija Lucy. Le tocará doblegarse frente a la voluntad de todos ellos. El todopoderoso hombre blanco, el amo del apartheid, deberá humillarse si quiere seguir viviendo en un mundo que ya no le pertenece, un territorio duro donde rigen leyes tribales, ancestrales. "Están bien", le dice Petrus, porque para el hombre africano estar bien es estar vivo, haber sobrevivido a un día más de penalidades (lo contaba Ryszard Kapuscinski en "Ebano": la tragedia diaria del estómago vacío). Estáis bien aunque os hayan golpeado, violado y humillado, simplemente porque seguís respirando: los perros callejeros esperan la inyección del domingo en su corredor de la muerte particular.
El casi debutante director Steve Jacobs consigue clavar el pulso narrativo y la historia fluye con el ritmo acertado. Muy buena película. En cuanto a Malkovich... Ya está. Con decir su nombre es suficiente.

domingo, agosto 02, 2009

"Up", de Pete Docter y Bob Peterson

La arruga es poderosa. En "Gran Torino" Clint Eastwood contemplaba, sentado en el porche de su casa, el desplome de su pasado. El sueño americano de picnic familiar, casitas con verja de madera y un brand new car en el garaje lleno de herramientas (se conoce el motor del coche, hasta el último detalle, mejor que a los propios hijos: un reflejo del desarrollo industrial, orgullo americano) se va al traste, desplazado por el caos moderno. El viejo vaquero quiere restituir el orden (como Daniel Auteuil en "MR73" de Olivier Marchal, un reciente peliculón que se va a quedar sin entrada en el blog, sorry), la última cabalgada del héroe antes de desaparecer. Hay que dejarlo todo atado y bien atado, como dijo el dictador.
El señor Fredricksen de "Up" comparte mucho con el viejo Clint. Para él la despedida de este mundo no podrá realizarse sin cumplir una promesa de infancia, niñez de aventuras del NODO y fantasía desbordante, viajando a lomos de un atlas y creando mundos salvajes con la ayuda de una caja de lápices de colores. Tebeos de Tintín y películas de Tarzán: un mundo perdido. Así, el héroe de "Up", con su aire Spencer Tracy (su relación con el pequeño Russell recuerda aquella de "Capitanes intrépidos" de Victor Fleming: el rudo marinero Manuel y el joven naufrago Harvey: obra maestra) rememora a aventureros de celuloide antiguo, románticos y desinteresados. Los protagonistas de "Up" y "Gran Torino" representan valores que parece ser que sólo se pueden conceder a los que han vivido ciertas épocas de la historia, de modo que se les da la oportunidad postrera de demostrarlos y legarlos a los que vienen detrás (qué lejos queda esta tercera edad de la que muestra Paco Roca en el multipremiado cómic "Arrugas", que acabo de leer hoy mismo: género de terror: decrepitud y olvido). La modernidad sólo se entiende desde el egoísmo y el tiempo perdido, la destrucción de las relaciones personales y la ausencia de metas morales. La casa voladora, la persecución de un objetivo vacuo, al final será un lastre molesto, la piedra de Sísifo o el cadáver de Melquiades Estrada, una carga que se arrastra como el recuerdo inútil de un pasado irrepetible: la única enseñanza moral posible: son cuatro días.
En cuanto al 3D, la sala no tenía esa virtud, qué se le va a hacer. Igualmente Alicia se aferró a mi brazo cuando la jauría de perros perseguía al señor Fredricksen. Esa función de la imaginación aún la mantenemos intacta. Y las cajas de lápices siempre a mano.

lunes, julio 13, 2009

"Paranoid Park", de Gus Van Sant

Paranoid Park es el destino mítico de la juventud, aquel que atrae y aterra a partes iguales. Puede ser la perdida de la virginidad, la primera cerveza, llegar a casa al amanecer o entrar a aquel garito oscuro lleno de macarras: el fin de la adolescencia, la puerta que hay que atravesar para demostrar la hombría. Lo que esta claro es que algo se perderá en el trance. La inocencia, seguramente, porque toda iluminación, el riesgo del conocimiento, reside en que una vez alcanzado se perderán cómodos rincones donde se dormía el dulce sueño de la ignorancia: el tonto es feliz.
Gus Van Sant escoge a un joven skater (la elección es acertada: el patinete se desliza en un espejismo de facilidad, la caída siempre esta a punto de suceder: además con la música y la iluminación adecuadas, la belleza de las imágenes es rotunda, por supuesto) para mostrar la angustia y la desesperación de las faltas irreparables. La confesión, la aceptación, como única vía de escape.
"Paranoid Park" es la tercera de tres películas dedicadas a la muerte. "Elephant", la mejor de las tres, muestra desde distintos puntos de vista -testigos, asesinos y víctimas- el día de la celebre matanza del instituto Colombine: esta primera habla del asesinato brutal y premeditado. La segunda, "Last Days", la más extraña de ellas hasta reducirse a un ejercicio de estilo, son los imaginados last days de Kurt Cobain, el rockero estandarte del grunge que se suicidó a la edad de 27 (como Jim, Janis y Jimi: después de la J la K) encarnado en un tal Blake que vaga sin rumbo y sin encontrar un asidero que aleje su dedo del gatillo de la escopeta (como buscaba el protagonista de "El sabor de las cerezas" de Abbas Kiaorostami: el suicidio al final del callejón). Y así, "Paranoid Park", la tercera, será la muerte por accidente aunque no por ello menos dolorosa. Trilogía maestra.
La semana pasada oí hablar del estreno de "Paranoid Park" (dos años tarde) a la crítica de cine de "El ojo crítico" de Radio1. Minusvaloraba esta película, desaconsejando con fervor a los oyentes que pasaran por taquilla para ir a verla: esta muy lejos de aquella obra maestra del director que fue "El indomable Will Hunting", decía con la implacable temeridad de un francotirador serbio. ¡Vivir para oír!

viernes, julio 03, 2009

"Las vacaciones de M. Hulot", de Jacques Tati

Veo la película y al día siguiente me encuentro en "El País" un artículo de Diego Galán hablando del personaje: casualidades que te hacen levantar las cejas, levemente.
El artículo tiene el denunciante título de Manipular el pasado. Al parecer la Cinémathèque Française conmemora el 102 (la extraña cifra se puede vender como una ocurrencia delirante: quizás oculta un olvido imperdonable) aniversario del nacimiento de Tati y el cartel que anuncia el acontecimiento no emplea la imagen más conocida del personaje: se renuncia a su sempiterna pipa, no sea que los niños se lancen disparados al estanco más cercano. Lo mismo sucedió con el cartel de la reciente película "Coco" de Anne Fontaine del que, en las calles parisinas, se hizo desaparecer el cigarrillo de la mano de la famosa modista: lo políticamente correcto hace aparecer la estupidez mediocre del falto de imaginación, del alarmista ingenuo: del político incorrecto que se encuentra en el pedestal que no debe.
La pipa, el sombrero, el flequillo, unas perneras anchas pero insuficientes por las que asoman calcetines a rayas y un caminar sesgado pero decidido, de larga zancada. Señas de identidad chaplinescas: ¿qué sería Charlot sin bastón, sin bombín? Monsieur Hulot hereda a Chaplin, a Keaton. Retorna el humor del cine mudo a mediados del siglo XX. El slapstick de la patada en el trasero, del torpón inocente, del pelmazo educado y lleno de bondad al que todos rehuyen: ese carácter inquietante del que no tiene doblez. A Hulot lo heredarán Peter Sellers en "Bienvenido Mr. Chance" o "El guateque" o, más recientemente, el conocido Mr. Bean, pasándose el testigo de un patrón cómico intemporal.
"Las vacaciones de M. Hulot" es una tormenta (tranquila) de gags cómicos que en ocasiones parecen improvisados, no finalizados. La excusa para la puesta en escena serán los veraneos familiares de la clase media francesa en una época en que las playas son remansos placenteros y los hoteles un pequeño hogar de convivencia. Esa es la paradoja de esta comedia: contemplar la playa de Saint-Marc produce una tristeza melancólica infinita: cualquier parecido con un pueblo costero vacacional actual sería pura coincidencia.

lunes, junio 22, 2009

"Mi nombre es Harvey Milk", de Gus Van Sant

La lista de defensores de los derechos humanos que han sido asesinados a lo largo de la historia es realmente larga. Raza, sexualidad y religión, un trío maldito. Capítulo aparte merecen los perseguidos por su defensa de los derechos civiles (se distinguen estos de los derechos humanos en que son los que establece una nación dentro de su territorio) en Estados Unidos durante el siglo XX: desde las víctimas más conocidas hasta las más anónimas, que serán legión. Harvey Milk fue un conocido activista de los gay rights durante los años setenta en la ciudad de San Francisco, meca gay por antonomasia. Fue la primera persona que habiéndose declarado abiertamente homosexual alcanzó un alto cargo político y desde su situación de poder luchó por obtener lo que cualquier ciudadano tiene por el simple hecho de serlo, sin padecer ninguna discriminación por sus preferencias sexuales. Hasta hace bien poco esas discriminaciones existían en España y eran amparadas por las leyes. Ya no, al menos en el orden jurídico, porque en el orden social es más difícil terminar con los prejuicios.
Al ver la película llama la atención comprobar que el debate rancio de la consideración del homosexual como un enfermo, como un depravado, se sustentaba hace tantos años sobre los mismos argumentos insostenibles que siguen apareciendo en la actualidad. Y sorprende (o no sorprende nada) que el mismo apoyo a esas posturas conservadoras siga procediendo de sectores ultrareligiosos. Será verdad que veinte años no es nada (que febril la mirada) y que treinta son aún menos. Debate cansino.
El director Gus Van Sant, uno de mis favoritos, tiene dos trayectorias paralelas: una que se diría más independiente y otra más comercial en la que, paradójicamente, habría que situar "Mi nombre es Harvey Milk". Una cinta de típica factura hollywoodiense (sacrificio heroico, comunidad luchadora de nobles ideales, catarsis de la masa emocionada) con buenas actuaciones (la noche de los Oscar ganó Sean Penn pero debió ganar Mickey Rourke: también puedo resultar cansino si me lo propongo) que apenas se ve sacudida por escenas de amor que ya no pueden, no deben, espantar a nadie. Al que se escandalice por eso, que se lo haga mirar.

sábado, junio 13, 2009

"Coco Chanel", de Anne Fontaine

En un vistazo rápido a la biografía de Coco Chanel, descubro muchos asuntos que hubieran dado lugar a una película más interesante: enfermera durante la primera guerra mundial; amante del duque de Westminster; feminista primordial que frecuentó a las vanguardias artísticas de la época; modista de grandes estrellas de Hollywood durante los años 30 (Grace Nelly, Elizabeth Taylor, Katherine Hepburn); y sobre todo turbia relación amorosa con un miembro de la Gestapo (en alguna parte he leído adjetivos muy duros acerca de las ideas y el carácter de la mademoiselle) durante la Segunda Guerra Mundial: tras el fin de la guerra llega la acusación de colaboracionismo, exilio en Suiza y cierre de sus tiendas parisinas hasta 1954. Sí, seguramente ese oscuro apartado de su vida diera para un buen guión, pero la taquilla no recaudaría lo suficiente como para afrontar el aluvión de demandas de los abogados de la firma de las dos ces entrelazadas.
La película tiene un tono amable y rosa: sin altibajos, ni emoción, ni conflicto. Un anuncio publicitario de dos horas a mayor gloria de la fundadora de la casa Chanel: la diseñadora de fama mundial surgida de la nada; la liberación del apretado corsé, el aparatoso cancán y el insistente frufrú realizada por Cocó (vaya frase); meterse en la cama de los ricos para conseguir financiar sus proyectos (nada de moral escabrosa: es más una amistad con derecho a roce). Y si finalmente consideramos que Audrey Tautou es la nueva imagen de la marca y que, como dice www.imdb.com en su entrada dedicada a la película, 'Karl Lagerfeld art director of the House of Chanel, will assist in the recreation of dresses and accessories', pues entonces dos y dos son cuatro y no hay mucho más que decir: una mano mece la cuna.
Coco Chanel, esa gran mujer que salió de la pobreza para vestir a la riqueza: la exclusividad y el lujo para el que pueda pagarlo.
Será que soy un cutre envidioso que se compra camisetas de 10 euros.

sábado, junio 06, 2009

"Terminator Salvation", de McG

Brutal. ¡Menuda feria! Algún sismógrafo debió disparar su alarma en las proximidades de Salamanca porque el edificio del cine vibraba hasta los cimientos.
Dice Claude Chabrol en su libro "Cómo se hace una película" que una cinta se puede ver como una obra de reflexión o como una obra de sensación. De este modo un director puede decidir que lo más le importa es la cantidad de cacharros que se destripen, los destrozos y los disparos, las explosiones y la sangre, la sensación al fin y al cabo, y dejar la reflexión aparcada. Este otro proceso, el cine de reflexión, sólo puede surgir de un guión meditado y una puesta en escena cuidadosa, de modo que dicha reflexión se inicie en la mente del espectador: requiere colaboración (pensante) por parte del que ocupa la butaca: un mínimo esfuerzo intelectual. Hoy en día, qué duda cabe, el caballo ganador es el cine de la sensación (que no implica que sea sensacional: sensorial sería el término) y "Terminator Salvation" es el máximo exponente hasta la fecha: un 10 en sensación. De los diálogos insustanciales o de los personajes vacíos mejor no hablar: los primeros han sido incapaces de procesarlos mis tímpanos sacudidos y los segundos no han llegado a mi retina, poseída por el desenfreno de la lucha brutal contra las máquinas cibernéticas. Si la solución a la crisis del cine moderno (crisis económica, no artística: se siguen realizando películas extraordinarias) consiste en convertir las salas de proyección en parques de atracciones, este es el camino: sala llena (era el estreno, pero multitudinario) y público asombrado. Todavía no he visto ninguna de las recientes que anuncian que se pueden ver en 3D (ese pedazo de milagro de la transfiguración del actor en medio de la platea) pero deben ser la leche. La leche en bote, claro. Reflexión y sensación, sabiamente combinadas en mayor o menor medida, serán una receta de éxito y una virtud a perseguir.
De cualquier modo soy un fan incondicional de esta espectacular saga del autómata homicida: el recorrido de la trayectoria vital de John Connor desde su concepción, pasando por la adolescencia y la juventud, hasta llegar a ser un hombre hecho y derecho en esta cuarta entrega (interpretado por Christian Bale: el papel de John Connor debe molar tanto como si te ofrecieran el de Luke Skywalker), siempre amenazado por máquinas terribles, asesinas implacables, pero siempre victorioso. Y es una saga coherente en la que esta cuarta parte era necesaria. En "Terminator 2", de James Cameron, el problema quedó finiquitado (Sayonara, baby) con la destrucción de Cyberdine Systems y la fundición de los restos del T-800, pero en el año 2003 se realiza una nueva secuela, "Terminator 3: La rebelión de las máquinas" de Jonathan Mostow, ya sin Cameron al mando pero con el futuro gobernador de California, Arnold Schwarzenegger, aún repartiendo sopapos desde su cascarón metálico. Esa tercera parte finaliza con el ataque nuclear lanzado por Skynet: el futuro que mostraba "Terminator" en 1984 no se puede cambiar, no se puede rescribir y la única oportunidad para una humanidad moribunda es que John Connor lidere la resistencia contra el imperio de las máquinas. La tercera por tanto dejaba la puerta abierta a la cuarta, haciéndola obligatoria. Y, por qué no, habrá quinta y las que los productores (hasta cuatro he contando en los creditos frente a un sólo director desconocido, con nombre híbrido entre marca de coche inglés y dj cool ibicenco) quieran continuar financiando. Máquinas, sí, pero de hacer dinero.
"Terminator Salvation" es el espectáculo de la lucha demoledora, a cielo abierto, contra grandes trastos de guerra, en un mundo ceniciento y desértico, aunque tampoco se renuncia a escenas marca de la casa: esas peleas cuerpo a cuerpo, desiguales, en refinerías mal iluminadas que no terminan hasta que al bicho metálico se le apaga la luz roja de los ojos. En esta película John Connor tiene que liderar a la resistencia y tiene que encontrar a su futuro padre (en realidad, su pasado padre, claro: al que no conozca la saga todo esto que estoy escribiendo le debe sonar a chino) para mandarlo de vuelta a los ochenta y que salve a su madre. Las casetes que le dejó grabadas Sarah Connor, le indican las claves de los pasos a seguir. Tampoco podía faltar un cyborg que le eche una mano a John Connor y en este caso es Marcus Wright (interpretado, muy bien, por el actor australiano Sam Worthington), un golem de chapa con corazoncito (literalmente) que busca a su creador, igual que hiciera el replicante Roy Batty en "Bladerunner": el robot en el diván del psicoanalista se pregunta por los motivos de su existencia: inteligencia artificial con motivaciones freudianas.
En fin, muy entretenida (para el que guste del género) y ojalá sea un gran taquillazo para que, como aseguran las distribuidoras, la recaudación de este tipo de películas permita hacer películas de las otras, esas tan artísticas, tan reflexivas y tan lentas, que van a verlas cuatro gatos (si llegan a estrenarse) y que les hacen perder a las productoras toneladas de dinero aunque la crítica trasnochada diga que son obras de arte extraordinarias.
Si la taquilla va mal... volveré.

Hazte un Pollock

Y sin contratos.

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http://www.jacksonpollock.org/

jueves, junio 04, 2009

"El contrato del dibujante", de Peter Greenaway

Inglaterra, siglo XVII. Un dibujante, afamado paisajista, es contratado por la dueña de una hacienda, Mrs. Herbert, para realizar una serie de doce dibujos de distintos rincones de la finca: serán un regalo para congraciarse con su marido ausente: tiene doce días para hacerlos, antes del retorno del esposo. Ricos propietarios de vestuario barroco, terratenientes amanerados que combaten su aburrimiento holgazán con intrigas cortesanas que se plantean a la luz de las velas (la película tiene una fotografía prodigiosa, que evita el uso de iluminación artificial), ávidos de poder, enfermos de codicia. El dibujante participa de esos juegos peligrosos: su condición para aceptar el encargo es que la señora acepte a su vez cubrir las necesidades del artista durante el periodo que duren los trabajos. Sí, esas necesidades también. Contrato firmado.
En la primera parte de la película veremos trabajar el lápiz, aparecer la imagen y concretarse el modelo en el papel: una lección de dibujo acompañada de la genial banda sonora de Michael Nyman. El ojo del director es el del pintor que busca el encuadre adecuado, la simetría de las formas, la colocación obsesiva de cada detalle. Luz y sombra. Cada interior quiere ser un cuadro de Caravaggio, cada exterior, la obra de un paisajista clásico inglés. Las estatuas, testigos mudos en jardines tranquilos, cobran vida como duendes endemoniados.
Pero algunos contratos pueden ser mefistofélicos. En "Blow up" un crimen queda capturado en una foto azarosa. En "Bladerunner" la imagen digital, recorrida hasta ángulos imposibles, descubre detalles inadvertidos. Un dibujo a lápiz, aparentemente inocuo, también puede sacar a la luz detalles, indicios, pistas que sólo se encuentran en la mente de algunos observadores: reflejos de sus pecados, de sus depravaciones: la conciencia puesta en un espejo resulta una visión insoportable. El desenlace de "El contrato del dibujante" será terrible.
Peter Greenaway, guionista y director, filma una película extraordinaria.

domingo, mayo 31, 2009

"La doble vida de Verónica", de Krzysztof Kieslowski

Weronika y Véronique. La primera es una estrella emergente del canto clásico, en Polonia, en los años que siguieron a la caída del Muro. En el cuento "El ruiseñor y la rosa" de Oscar Wilde, el pájaro se ofrece a ayudar a un joven estudiante para que consiga una rosa roja que regalarle a su amada. Para ello el ruiseñor debe cantar toda la noche mientras una espina del rosal le atraviesa el pecho, hasta alcanzarle el corazón: rosa roja de sangre. "Cuanto más acerbo era su dolor, más impetuoso salía su canto, porque cantaba el amor sublimizado por la muerte, el amor que no acaba en la tumba", cuenta el escritor dublinés. Así muere Weronika, en su primer concierto, víctima de una dolencia cardiaca. Así morirá Kieslowski, a la temprana edad de 54 años, de un ataque al corazón: cine profecía.
Véronique, la francesa, la gemela, la otra: al otro lado del espejo. El director plantea la conexión entre ambas como un enigma sin solución. Weronika muere pero Véronique se salva abandonando sus clases de canto y acudiendo a la consulta de un médico que trate su enfermedad: el electrocardiograma traza la línea de la vida, la que dibuja a su vez el cordón del zapato de Weronika. Un mundo se extingue y otro sobrevive o, intentando interpretar las ideas del director, la vida en Polonia se acabó para empezar una nueva vida en Francia (a ese país de adopción le dedicaría su famosa trilogía "Tres colores": "Azul", "Blanco" y "Rojo"). El salto entre dos mundos cercanos, distintos a pesar de tener tanto en común: como Weronika y Véronique. Cine romántico, pleno de lirismo, lleno de símbolos, de música y de color. Y la sublime actuación de Irene Jacob. Cine europeo, como esas elecciones que no interesan a nadie.
Esta semana leía una entrevista a Fernando Arrabal: en la cumbre del panorama cultural francés: aquí se recuerda su escena del milenarismo pero no se lee su obra. Almodovar, ya se sabe, se siente más querido allende los Pirineos que en esta tierra cainita (el que no esté enterado aún de su conflicto con Carlos Boyero, que se ponga al día aquí: no tiene desperdicio: cineastas y críticos a degüello: qué pena que los duelos ya no estén de moda). O Victoria Abril, esa actriz francesa nacida en España. Chauvinismo a los franceses no les falta, seguro, pero si empiezo a buscar ejemplos del nadie es profeta en su tierra, me sale que muchos sí que lo fueron en Francia.

domingo, mayo 24, 2009

"La clase", de Laurent Cantet


Mañana por la tarde (hoy en realidad: ya es domingo, pero las madrugadas de los sábados suelen alargarse tanto como el metraje de la película que toque ver, más una cantidad variable en función de si apetece o no dedicar un rato a describir la sensación que quedó en la retina: hoy apetece) se sabrá la lista de los ganadores del festival de Cannes. El año pasado el gordo (aunque el azar no tenga mucho que ver y sí la calidad de las películas) cayó en Francia, en esta pequeña pero sorprendente cinta.
Basada en la novela "Entre les murs", su escritor, François Bégaudeau, es a la vez el guionista y el protagonista de la película. Describe sus experiencias como profesor de francés (no quiere decir que enseñe el idioma a otros: sería parecido a que un profesor de lenguaje en España fuera un profesor de español) durante un curso escolar cualquiera, dirigido a alumnos adolescentes que también son alumnos reales de cualquier instituto francés: todos ellos se interpretan a si mismos en mayor o menor medida, logrando una naturalidad extraordinaria: el mayor éxito de esta película es que sienta al espectador en el pupitre de un aula real. La fuerza de las interpretaciones genera un mundo virtual, el microcosmos de la clase, con una precisión tan grande que ya le gustaría ser capaces de obtener algo parecido a los apóstoles del 3D con gafitas: darle todo hecho al espectador le quita la mitad de la gracia.
El combate cotidiano entre el profesor y los alumnos, un combate dialéctico donde más que enseñar hay que convencer, resulta una tarea agotadora y desesperante. La sala de profesores parece el vestuario de un pabellón donde se esté desarrollando una velada de boxeo: unos aparecen derrotados después del combate y otros se preparan para saltar al cuadrilátero. La victoria, si la hay, será íntima y quizá tenga la forma de alumno agradecido o se alcance al tener la certeza del trabajo bien hecho. Quizá el único premio posible sea llegar al viernes. La película no cuenta nada más que el día a día, no hay hechos sorprendentes ni acontecimientos extraordinarios. El conflicto diario que se repite hasta el infinito.
En la novela "Jakob Von Gunten" de Robert Walser, se retrata la educación que se recibe en un instituto alemán de principios del siglo XX, el instituto Benjamenta. Educar no para desarrollar las capacidades intelectuales del alumno, sino para disciplinar sus instintos y encaminarle a acatar las convenciones morales y sociales del mundo que le va a tocar vivir. Destino marcado por la cuna: si eres pobre de cuna, serás pobre de mortaja. A pesar de la inutilidad del proceso educativo que se describe en la novela, el profesor es un dios venerable. En un pasaje del libro se describe como esperan los alumnos el comienzo de las clases: "Diez minutos antes, los alumnos ya estamos en nuestros puestos, cargados de tensión y expectantes, mirando fijamente la puerta por la que hará su aparición la directora": a más de un docente de hoy día, la frase le sonará a ciencia ficción.
La educación actual se basa en la igualdad de oportunidades. El objetivo último debe ser el de educación universal, para todos. Y de calidad, como dicen los políticos aunque no den detalles de cómo se alcanza esa meta. Jóvenes alienados por el consumo, repanchigados en el rincón más cómodo del tresillo, ignoran la magnitud de esa propuesta, el valor enorme que tiene el esfuerzo que otros dedican a diario para abrirles los ojos y que nunca más, finalizados los años de estudiante, van a disponer de tanto tiempo para investigar, indagar, explorar, profundizar. Provocar la necesidad de conocer, más allá del almacenamiento inútil de detalles enciclopédicos: la satisfacción del descubrimiento, de la curiosidad saciada. Leer a Walser, por ejemplo. O ver "La clase". Nunca el tiempo es perdido.