lunes, enero 31, 2011

"La zona gris", de Tim Blake Nelson

Sonderkommando. Los nazis esclavizaban judíos. Les encargaban todo tipo de trabajos (como en la estupenda "Los falsificadores" de Stefan Rozowitzky), tareas que muchas veces eran asignadas en función de su cualificación: mano de obra especializada y barata. Muy barata. Trabajos forzados, trabajar hasta morir. Pero entre todas las tareas duras que podían realizar, las de los sonderkommando eran las más tristes y penosas, las más despiadadas, las más terribles: colaborar en la matanza de sus correligionarios. En "Shoah" de Claude Lanzmann, monumental testimonio del holocausto, no hay nada tan estremecedor como el relato de los antiguos sonderkommando, supervivientes de los campos de exterminio que describen con gran detalle (recuerdos imposibles de borrar) sus penalidades y la imposibilidad de limpiar la conciencia. Guiar a los recién llegados, indicarles que se desnuden, conducirlos al interior de las cámaras de gas, cerrar las puertas, recoger sus ropas y clasificar sus objetos de valor, sacar los cadáveres, cortarles el pelo, apilarlos en un montacargas, arrancarles las piezas dentales de oro, introducirlos en los hornos crematorios: la zona gris son las cenizas depositadas sobre los cuerpos de estos fogoneros del infierno. Cientos de víctimas diarias, miles durante las 16 semanas de vida media de un sonderkommando: después les esperaba el mismo destino que el de aquellos a los que habían llevado al matadero. Y lo sabían, pero era un periodo en el que, si el sonderkommando era eficaz, se aseguraban buena alimentación y buen alojamiento: prorroga vital pactada con el diablo, desesperado agarradero. Ellos no echaban el Zyklon B en las cámaras pero hacían todo lo demás: no eran los verdugos, pero eran el lubricante indispensable: chicos pálidos para la máquina de matar. El 7 de octubre de 1944, un sonderkommando se rebela en Auschwitz: la película será el homenaje a ese gesto suicida y heroico.
La ambientación de esta cinta es impresionante. Para el rodaje se construyó una réplica de uno de los campos de Auschwitz, empleando planos originales, y el efecto logrado es el de conseguir que el espectador contemple de manera fidedigna el Horror, pero contado tal y como debía ser en una fábrica de masacre que hacía de la muerte su negocio cotidiano: frialdad y precisión en el proceso, cadena de montaje bien afinada. Una película de terror.

jueves, enero 27, 2011

Z-Type

Lo descubrí en la casa del tiosain



La primera vez que veo claramente la utilidad del título de mecanografía obtenido en la ilustre y extinta academia ERDE (¿los chavales siguen estudiando máquina o eso es más raro que estudiar griego, aún?).

Teclados como metralletas.

lunes, enero 24, 2011

"En un lugar solitario", de Nicholas Ray

Una de las primeras películas del director y ya es una obra maestra. Humphrey Bogart interpreta a un guionista de Hollywood, Dix Steel, famoso por su trabajo y por su carácter violento, que se ve envuelto en el asesinato de una chica de guardarropa: cine negro y a la vez una mirada al ombligo que acaba en las tripas del show business: se apaga el proyector y aparecen el éxito y el fracaso: de la cumbre al arroyo, entre el alcohol y el olvido.
"En un lugar solitario" se asoma a los rincones oscuros del tipo duro, del arquetipo del supermacho viril e indómito que han perfilado las novelas de Dashiell Hammett o Raymond Chandler y que ha arrasado en las pantallas de cine de todo el mundo. Todos quieren ser Bogart, un tío que no destaca por ser guapo pero que se lleva a la chica en un abrir y cerrar de ojos (quién mejor para dar consejos amorosos a Woody Allen en la icónica "Sueños de un seductor" de Herbert Ross), mientras pronuncia un par de frases certeras y cortantes y enciende su pitillo sin filtro. Bogart rompió el molde en su reflejo de celuloide pero murió de cáncer por culpa de tanto tabaco, un final nada épico. En esta película obtiene una de sus mejores interpretaciones, bordeando la frontera tenue entre el hombre impulsivo y maltratador, al que se le va la mano más de la cuenta, y el asesino cegado por la rabia: no soy un homicida pero te demuestro qué fácilmente podría cruzar la línea. Una actuación escalofriante, llena de intensidad.
La réplica se la da Gloria Grahame, gran actriz que brillaría después en otras películas como "Los sobornados" de Fritz Lang o "Cautivos del mal" de Vincent Minelli. En la época de "En un lugar solitario" era la esposa de Nicholas Ray. Su escabrosa relación incluye que ella se acostara con un hijo de Ray, Tony, fruto de un anterior matrimonio del director, cuando el chaval no tenía edad ni para afeitarse; años después de divorciarse de Nicholas se casaría con Tony: tuvo hijos con ambos: las cenas familiares debían ser tremendas.
El lugar solitario donde habita un director de cine apartado de sus orígenes y sumido en las drogas. Muchas veces los mejores guiones se encuentran entre bastidores y la vida de Nicholas Ray daría para uno fabuloso, dulce y amargo, pasional y melancólico, pero su historia también muestra la genialidad que se encuentra en el desorden: algunos de los fotogramas más brillantes de la historia del cine. Esencial.

jueves, enero 20, 2011

"Simón del desierto", de Luis Buñuel

Años y años de penitencia y meditación, absorto en una salmodia infinita para alejar cualquier pensamiento pecaminoso. Ora que ora. Encaramado a una columna de soberbia, de superioridad moral: estar más cerca de Dios para alejarse del hombre. Pero ni siquiera a tantos metros de la vida, en medio del desierto, deja de molestarle la gente. Pastores enanos, madres preocupadas, monjes mancebos y monjes envidiosos, peregrinos mezquinos en busca de su milagro: aquello parece la calle mayor. Y el peor de todos, Satán, envoltura de carne seductora capaz de arrebatarle el alma al más piadoso: el ángel pesado. Pero con Simón no puede. Ay el tonto Simón, con los brazos en cruz y a la pata coja.
Simón en soledad, en silencio roto por el redoble de los tambores de Calanda: soledad de la contemplación divina. Y el diablo impotente: cómo puedo joder a Simón, cómo darle donde más le duela. Se lo llevó de marcha: ¡qué cabrón el diablo! Precisamente.

viernes, enero 14, 2011

"Trainspotting", de Danny Boyle

Renton y Spud corriendo por una calle, perseguidos por haber mangado en una tienda, mientras suena la potente batería del "Lust for life" de Iggy Pop y la voz en off de Ewan McGregor enumera los numerosos motivos que conducen a la adicción: Choose life, choose a job, choose a career, choose a family, choose a fucking big television, choose washing machines, cars, compact disc players and electrical tin openers. Múltiples elecciones que conducen a un destino de mediocridad y estupidez, de angustia vital y egoísmo: exactamente lo mismo que produce estar enganchado a la heroína, sólo que el yonki no se entera mientras siga colgado. Cuando estás enganchado hay una única preocupación que es pillar más: la vida corriente desaparece. Full time business.
Coge el mejor orgasmo que hayas tenido, multiplícalo por mil y ni siquiera andarás cerca. La película, basada en la magnífica novela de Irvine Welsh sobre un grupo de jóvenes drogadictos y delincuentes que sobreviven en Edimburgo en los años 80, está lejos de cualquier intención moral: transgresora e impactante, con unos puntos cómicos míticos: Renton sumergiéndose en el peor retrete de Escocia y apareciendo en lo que podría ser la portada del "Nevermind" de Nirvana o Spud mostrando los efectos del speed en las entrevistas de trabajo. Desdramatización. En aquellos años los problemas de adicción a las drogas tenían proporciones de epidemia nacional y sus consecuencias eran muy visibles: la figura del yonki era tan habitual en el paisaje urbano como la de una cabina telefónica (te los encontrabas en cualquier punto de la ciudad, te acompañaban por toda la calle Toro, por la Plaza Mayor hasta la estación de autobuses: enróllate, dame algo, hoy por ti mañana por mí, ¿no llevas nada suelto?, todo lo que tengas para mí; entre el ruego y la amenaza, conseguir lo que sea: un chute por dos mil pelas; o aparecía alguno de madrugada sentado en un bordillo, llorando porque se le había salido el pico mientras un brazo sangrante colgaba inmóvil). Aunque el asunto no te hubiera llegado más cerca que en forma de un amigo o conocido (casi seguro que alguno había; si se trataba de un familiar: punto y aparte) sabías de sobra la dimensión del embolado. A todo ello se unieron cuatro letras como los cuatro jinetes del apocalipsis: S.I.D.A.: cadáveres de 30 kilos. Por tanto ir al cine y ver "Trainspotting" era obtener una visión diferente, una ruptura con lo establecido, pero a la vez una constatación: bebés muertos como símbolo del adiós a cualquier esperanza: la adicción deja paso a la depresión y el bajón: la fiesta de los 80 terminó (otra gran película sobre la droga, sobre todas las drogas es "Réquiem por un sueño" de Darren Arofnosky). Las películas de Eloy de la Iglesia que habíamos visto eran otro cine, más amargo, más cruento, pero lo que ofrecía la cinta de Danny Boyle era sorprendente. Si aquello buscaba ser realista esto otro era más... surrealista.
Una banda sonora fabulosa y unos actores que saltaron a la fama mundial. Entre ellos destaca Ewan McGregor que ha alcanzado la cumbre (¿qué puede haber más allá de interpretar a Obi-Wan Kenobi?: poca cosa) y se ha mantenido ("El escritor" de Roman Polanski, por ejemplo). Otros han tenido una suerte dispar, como Robert Carlyle (el violento Begbie, el personaje más inquietante de la trama: tener un amigo broncas es como llevar al lado un mono con una ballesta, confirmo) cuya trayectoria de éxito parece que se apagó después del triunfo impresionante de "Full Monty" de Peter Cattaneo o su papel protagonista en "Las cenizas de Ángela" de Alan Parker. También aparece el actor y director Peter Mullan, reciente Concha de Oro del Festival de San Sebastián por "Neds", haciendo de camello: la madre superiora: la que lleva más tiempo con el hábito: inolvidable mote.
La carrera posterior del director Danny Boyle halló un filón inesperado en la oscarizada "Slumdog millionaire", pero esa es otra historia.
"Trainspotting" es de culto. Absolutamente.

viernes, enero 07, 2011

"Balada triste de trompeta", de Álex de la Iglesia

Y si no queda satisfecho, le devolvemos su dinero.
Una promesa tan seductora, una oferta tan apetecible: la ausencia de riesgo: lléveselo y si no le gusta o no le queda bien, me lo trae sin ningún compromiso, que se lo cambio por otro o le devuelvo el dinero. O le hago un vale. Seguro que hoy las tiendas están llenas de gente pidiendo que se cumpla el trato.
La industria cultural no tiene en cuenta ese lema tan popular, eslogan típico de la sociedad de consumo, una frase mil veces oída que acudió a mi mente al abandonar la sala de cine. La cultura no tiene garantía de devolución. Si una camisa, enfrentándose a la prueba suprema del espejo de tu casa, no te produce el placer estético esperado (algo que por regla general suele suceder), el mayor problema será encontrar un momento para volver a la tienda (algo que tampoco sobra) a realizar el trueque. Pero si compras un libro, un disco o una película, o una entrada para asistir a un concierto, o para ver un museo o para ir al cine, y el producto no cubre la expectativas, la decepción será un triste colofón a tu dispendio económico. Comprar cultura es un riesgo, la adquisición de un bien intangible, de una esperanza.
Los pataleos del establishment intelectual, en forma de columna periodística, que han seguido al rechazo parlamentario de la ley Sinde (una ley con la que, por otro lado, estoy de acuerdo en algunos puntos -páginas web que se forran ofreciendo un producto con el que no están autorizados a comerciar- y casi nada en las formas -justicia rápida para delitos que ni siquiera está claro que lo sean), intentan en su mayoría igualar el objeto que venden al de cualquier otro bien de consumo genérico, sin evaluar la calidad de lo ofrecido ni su valor intrínseco. ¿Por qué cuesta lo mismo (o más) una película (o libro, o canción) mala que una buena si no cuesta lo mismo un utilitario que un deportivo, por ejemplo? ¿Por qué hay tan poca diferencia de precio entre pagar por ver una película por Internet o comprar el DVD  ("Origen" de Christopher Nolan cuesta unos 15$ en Itunes, más o menos lo que cuesta el DVD en cualquier web de compras)?  Y, para el caso de "Balada triste de trompeta", ¿cuál es su presupuesto y cuánto ha salido del bolsillo del contribuyente (muchos organismos oficiales en los créditos iniciales, como en todas las películas españolas)? ¿ por qué ver cine español no cuesta menos que ver una película norteamericana, ya que muchas películas (o todas) están subvencionadas por el estado y de ese modo promover que vayan más espectadores a las salas? Culpar al "pirateo" de todos los males del cine español es ver sólo una parte del problema, la parte que más interesa destacar. Sólo queréis ver las obras maestras que hacemos por la patilla, malvados.
Si yo fuera una persona consecuente con las sensaciones que me ha dejado la última película de Alex de la Iglesia, no volvería a ver ninguna película suya. Quizá ni tan siquiera volvería a ver ni una película española más, pues el director es además presidente de la Academia de las Arte y las Ciencias Cinematográficas de España y exponente del estado del arte de un género cultural. Pero no será así. Me parece un buen director de cine y ha realizado varias grandes películas. Sabe resolver secuencias complejas y rueda escenas de acción como pocos en este país. Su última cinta recuerda al cine de Tarantino, sobre todo al genial what if... histórico que era "Malditos bastardos". Pero si una seña de identidad tiene el director estadounidense es la de realizar escenas de acción que complementan un guión y no al revés. "Balada triste de trompeta" está colmada de diálogos pueriles, excesivamente teatrales, que salpican un hilo argumental descabellado y deslavazado, carente de tensión y de emoción y repleto de sangre y de heridas. Por destacar alguna bondad, sobresalen las actuaciones de los dos actores protagonistas: Carlos Areces (ese tremendo Rosario de "Museo Coconut": tv for freaks) y Antonio de la Torre. El primero realiza una escena dura y sorprendente (recordando a Paco 'el Bajo' en "Los santos inocentes" de Mario Camus o el comienzo de "El pequeño salvaje" de François Truffaut) que es de lo mejor de la película, y el segundo encarna a un bipolar payaso-amable/terrible-maltratador con un gran nivel de credibilidad. Pero llega un punto en que al director se le va la mano del todo y el enfrentamiento entre el payaso triste y el payaso listo (como en aquella "Muertos de risa", del mismo director, el odio feroz entre dos humoristas: me gustó bastante o al menos bastante más que esta triste trompeta) termina convertido en una especie de combate salvaje a muerte entre el Joker y Dos Caras, con el Valle de los Caídos transformado en la azotea del edificio más alto de Gotham. Qué desperdicio. Qué desastre. Tendría que haberla hecho en 3D, que en esas el guión importa poco y los planos picados de la cruz gigantesca hubieran quedado fetén. Y se hubieran fastidiado los piratas, esos facinerosos.

Al parecer Álex de la Iglesia se inspiró en esta canción de Raphael (aparece en "Sin un adiós", de Vicente Escrivá) para hacer su película: lamentos trompeteros.

martes, enero 04, 2011

"El discurso del rey", de Tom Hopper

La primera visita al cine en el año 2011 ha sido afortunada: buena película, amable y entretenida, repleta de excelentes actores y brillantes actuaciones, de diálogos inteligentes cargados de ironía clasista, y dotada de una ambientación muy lograda para representar con veracidad los convulsos años que pasó la monarquía británica entre la subida al trono de Eduardo VIII (el mayor escándalo rosa del siglo fue su relación con la divorciada americana Wallis Simpson) y su posterior abdicación en su hermano menor, Jorge VI. Este último o, mejor dicho, su tartamudez, son el leitmotiv de esta película.
Rey por la G. de Dios, por designio divino: por ser hijo de un rey. La lista de méritos para ocupar un trono son escasos y de difícil aceptación para cualquier persona razonable, más aún si se tiene en cuenta la importancia del cargo que se va a asumir: representar a una nación. El rey que te toque y a ver si hay suerte que para colmo el puesto es vitalicio. Las monarquías europeas modernas se alejaron del absolutismo delegando en parlamentos elegidos democráticamente (si hay suerte, también) las tareas de gobierno. Se convirtieron en reyes actores a los que sólo se les pide acudir a actos públicos, realizar viajes oficiales (a cuerpo de rey, claro) y decir unas palabritas. Ni siquiera tiene que escribirlas ya que los discursos los redactan otros, basta con que cojan el papel y lo lean en voz alta. Pues parece ser que algunos reyes ni siquiera eran capaces de eso.
Colin Firth, inglés, interpreta al soberano mientras que Geoffrey Rush, australiano, encarna el papel de su logopeda: buen duelo artístico. El primero suena para el Oscar, un premio que suele tener en cuenta actuaciones en las que se muestre la superación de barreras físicas o discapacidades (me hubiera gustado haber visto la película en versión original pero de todos modos el doblaje era impecable). Más allá de esa condición es un actor excelente, como ya demostró en "Genova" de Michael Winterbottom. En cuanto a Geoffrey Rush, hace años que se llevó un Oscar (lo que comentaba más arriba de superar barreras) por interpretar la dura lucha del pianista David Helfgott contra sus problemas mentales y contra el Concierto para piano nº 3 de Rajmáninov en "Shine" de Scott Hicks. También me gustó cuando hizo de Peter Sellers fuera del escenario en "Llámame Peter" de Stephen Hopkins.
Las historias de reyes y reinas de la pérfida Albión a través de los siglos, parecen haber producido buenos resultados, en la mayoría de las ocasiones, al llevarse al celuloide. Desde "Excalibur" de John Boorman a "The Queen" de Stephen Frears, pasando por las distintas adaptaciones de las obras de Shakespeare protagonizadas por reyes antiguos o las múltiples veces en que las vidas de Enrique VIII o su hija Isabel I han aparecido en fotogramas.
God save the film.

jueves, diciembre 30, 2010

"Los viajes de Gulliver", de Rob Letterman

Los viajes de Jack Black. Este cómico estadounidense ha creado un estereotipo de él mismo, una especie de treintañero adolescente, cándido y fantasioso, bailongo y optimista que, contra todo pronóstico, acaba consiguiendo a la chica: relaciones pueriles y tontunas, aburridas y faltas del menor indicio pasional. Tanto es así, tan al servicio está el guión del protagonista, que termina infantilizando y aculturizando (el rey cambia su uniforme por un chándal y los palacios dieciochescos se llenan de carteles publicitarios: signos de la grandeza de la civilización usamericana colonizando/destrozando cualquier lugar del mundo al que llegue) a todo el reino de Lilliput. Cuando Hollywood agarra un clásico lo destroza sin compasión y ahora le toca el turno a la conocida obra de Jonathan Swift, generando un tostón lamentable.
En cuanto al 3D, sigo sin verle la gracia: objetos planos dispuestos en hileras, como recortables en un teatro de papel; fondos demasiado desenfocados para la era digital; imagen más oscura a cuenta de tener que ponerse las gafitas; y para colmo dos euros más la entrada (valga esa contribución desinteresada como salvavidas del negocio cinematográfico: mi granito de arena para que las salas de cine sigan programando cine-basura en su mayoría y le sigan echando la culpa al pirateo vía Internet de que el público no acuda en masa a comprar sus palomitas). Quitando algunas escenas especialmente realizadas para invadir la platea (pájaros volando, balas de cañón, vuelos entre montañas, personajes en caída libre: los puntales estéticos de los grandes argumentos de la historia del cine), el resto no se justifica en absoluto. Si la película es plana no hay tridimensional que la salve.
Ahí un síntoma que no falla: la mayor parte del público son niños, lo que echan es una comedia y no se oyen risas... rollo al canto.

martes, diciembre 28, 2010

"Shoah", de Claude Lanzmann

¿Se puede escribir poesía después de Auschwitz?, se preguntaba el filósofo alemán Theodor Adorno.
Campo de exterminio de Treblinka, con una productividad diaria que alcanzaba 15000 unidades. Un tren llegaba al apeadero de la entrada del campo y en tres horas (¡en tres horas!) su cargamento quedaba transformado en cenizas, en humo que salía por las chimeneas, en partículas que cubrían el cielo de toda Europa, en polvo que quizá aún sigamos respirando. Empujadores, peluqueros, limpiadores, jaladores, horneros, excavadores: grupos de judíos que colaboraban a golpe de látigo y de hambre y que necesitaban el exterminio para asegurar su propia supervivencia, paradoja terrible con la que es imposible convivir. Serán muchos de los que salgan vivos de los campos cuando se liberen y serán también los testimonios más demoledores, los que conmuevan al espectador hasta el tuétano.
Trenes de la muerte atraviesan el continente, cruzando pueblos donde los lugareños se pasan el pulgar por el gaznate, símbolo certero de un odio secular. La compañía de ferrocarriles alemana cobraba al estado (en realidad se pagaba con lo requisado: el judío pagaba su muerte de principio a fin) por cada viajero, si bien ofrecía tarifas para grupos y los menores de cuatro años viajaban gratis: el holocausto a precios de excursión a la playa. Criterios económicos, evaluación de costes, como los que estremecían al leerlos en la magnífica novela "Las benévolas" de Jonathan Littell. "Shoah" es el momento de mirar y de oír, durante casi diez horas de filmación: nadie debería ver esta película, todo el mundo tiene que conocerla. Rodada entre finales de los setenta y principios de los ochenta, todas las imágenes son contemporáneas, ninguna es histórica: raíles que atraviesan bosques desiertos, campos de cultivo, y que van a parar a descampados en ruinas donde asoma alguna chimenea o llegan hasta campos de concentración en los que se han preservado las instalaciones para preservar la memoria: turismo de masacre. Y mientras tanto hablan víctimas y verdugos creando un documento imperecedero y que seguirá siendo doloroso dentro de siglos. Hablan hasta romperse y arrastran consigo al observador del otro lado de la pantalla. En Israel, en Estados Unidos, en Polonia, en Alemania, en Corfú. Nazis que ahora sirven jarras de cerveza en Frankfurt o escriben guías de viaje de los Alpes, polacos que viven en las casas que antes ocupaban los ricos del pueblo o que recuerdan con pavor la vida del ghetto de Varsovia y judíos, por supuesto, eterna diáspora. Uno de ellos cuenta como, rodeado de cadáveres por todas partes, pensó que era el último judío. Casi lo consiguen.
El director interroga a los testigos sin piedad, consciente de que el celuloide generado será inigualable por ningún papel mecanografiado, por ningún artefacto arqueológico: en primera persona: yo estaba allí, yo lo vi, yo sobreviví.
Esta película duele.

sábado, diciembre 25, 2010

"Thought of You", de Ryan Woodward


Thought of You from Ryan J Woodward on Vimeo.

Lo tomo prestado de "La casa del tiosain": siempre merece la pena darse una vuelta por allí.
Esta pequeña animación (y la canción que la acompaña) puede inspirar buen ánimo, que a fin de cuentas es el mayor anhelo que se puede tener en estos días. Eso tan fugaz llamado felicidad. Esos instantes.

Woke up and wished that I was dead
With an aching in my head
I lay motionless in bed
I thought of you and where you'd gone
and let the world spin madly on

Everything that I said I'd do
Like make the world brand new
And take the time for you
I just got lost and slept right through the dawn
And the world spins madly on

I let the day go by
I always say goodbye
I watch the stars from my window sill
The whole world is moving and I'm standing still

Woke up and wished that I was dead
With an aching in my head
I lay motionless in bed
The night is here and the day is gone
And the world spins madly on

I thought of you and where you'd gone
And the world spins madly on. 

"World Spins Madly On" - The Weepies

lunes, diciembre 20, 2010

"Leonera", de Pablo Trapero

Una chica, acusada de cometer un turbio crimen pasional, va a la cárcel. No va sola: rápidamente los fotogramas desvelan que está esperando un hijo. La actriz protagonista, Martina Gusmán, excelente actriz y esposa del director, Pablo Trapero, aporta a su actuación un plus de verismo: su propio embarazo. No sé en que orden sucedió (¿fue primero la película o el huevo?) pero desde luego la situación fue oportuna: así es más fácil meterse en el papel.
Maternidad y presidio, dos factores que deben conducir al producto de un buen guión, más aún si, como es el caso, no se ahorra en sutilezas. Pero la cinta expone lo necesario, sin caer en excesos (la otra película que he visto de este director, "Carancho", estaba demasiado ida de vueltas; al cine de realismo social hay que cogerle el punto y tener cuidado con no pasarse en el efecto; "Biutiful" de Alejandro González Iñárritu es otro ejemplo de arroz pasado), algo muy complicado en una situación que es excesiva por sí misma. En Argentina una madre puede tener al niño viviendo con ella en la cárcel hasta que este cumple cuatro años. Ese lazo es un salvavidas afectivo para la reclusa pero se plantea la cuestión de si ese lugar es indicado para criar un hijo: el patio de la cárcel convertido en patio de guardería: el guardia hace la ronda por encima del muro alambrado, con el dedo en el gatillo del rifle (un punto fuerte de este director es el realismo en la puesta en escena: ambientes y escenarios convincentes sin lugar a dudas). ¿Qué será más traumático, la separación o la posible conversión del niño en un Kaspar Hauser asocial? Decide la madre, que precisamente por eso sólo hay una. Y a una madre decidida, no hay quien la pare.
"Carancho" me decepcionó pero con "Leonera" hemos hecho las paces. Y no me importa que "Leonera" sea anterior a "Carancho" porque yo las he visto en este orden. O sea, la última de Pablo Trapero es muy buena. Y punto.

sábado, diciembre 11, 2010

"Lejos de la tierra quemada", de Guillermo Arriaga

A veces el día a día tiene momentos que te arrojan del encefalograma plano cotidiano, sorpresas o casualidades que parecen colocadas a posta en el camino. Hoy fui al quiosco a buscar el diario "Público": me lo guardan todos los viernes desde hace un par de años, ya que ese día el periódico trae una buena película de regalo. Digo bien, regalo: 2 euros es el precio del periódico, película en DVD incluida. Digo bien, buena película: hace nada "Sacrificio" de Andrei Tarkovski o "Fanny y Alexander" de Ingmar Bergman. En fin, basta de publicidad o de consejos subliminales.
Entre los miles de películas que el periódico podía decidir regalar hoy, le ha tocado el turno a la que da título a esta entrada. Esta misma semana dediqué una entrada a "Biutiful" de Alejandro González Iñárritu y mencioné que no había visto la película de su antiguo socio, Guillermo Arriaga: la providencia me la tira encima del mostrador del quiosco de Luis y, por supuesto, he visto la película esta misma noche: a estas señales no se les puede dar la espalda.
Si tuviera que poner en la balanza ambas películas para decidir cuál de las dos es mejor, no necesito ni tan siquiera poner en marcha el DVD, me basta con mirar la carátula: Javier Bardem es un gran tipo, pero aquí dice que las protagonistas son ¡Charlize Teron y Kim Basinger!: 2-0  y el arbitro aún no ha puesto en marcha el crono. Bromas aparte, me ha gustado más la de Guillermo Arriaga: no quiere decir que sea una obra maestra, pero es que "Biutiful" me gustó muy poco.
La cinta se inicia como un puzle de personajes que el espectador deberá colocar en el lugar adecuado. Puede parecer una película de vidas cruzadas como "Babel", la última del tándem Iñarritú/Arriaga, o como "Crash" de Paul Haggis, pero en este caso es una única historia contada en distintos planos temporales: el pasado construye una tragedia que lleva su dolor hacia el presente. Infidelidades y romances de mestizaje fronterizo, aunque el conflicto racial no está presente en la historia, contraponen la tierra quemada de Nuevo México, donde se produce la pasión y el drama, con el frío Portland, remoto lugar de escondite y de olvido. Historia de errores irreparables y de redención salvadora.
Destaca la actuación de Charlize Theron mientras que Kim Basinger parece tan ida como de costumbre. Buen debut en la dirección cinematográfica para Guillermo Arriaga que, eso sí, ha contado con un reparto de lustre hollywoodiense. En cuanto a la estética, me ha recordado a ratos a John Sayles. Al cine de Iñárritu no se le parece absolutamente nada.

miércoles, diciembre 08, 2010

"Biutiful", de Alejandro González Iñárritu

Cuando salí del cine pensé que era la primera decepción gorda cinematográfica del año pero es que ya no me acordaba de "Alicia en el País de las Maravillas" de Tim Burton: el subconsciente que trata de eliminar los malos recuerdos. Voy a poner algo de "Biutiful" antes de que se me borre del hipocampo.
La obra que he visto anteriormente de este director me ha gustado mucho: "Amores perros", "21 gramos" y "Babel". Después de esta última tuvo un divorcio sonado con el guionista Guillermo Arriaga que no estaba de acuerdo con la política que sigue este blog (es una forma de decirlo) de adjudicar en los títulos de la entrada el nombre del director como autor de la película. ¿De quién es la película?, ¿del director o del guionista? Arriaga se sentía eclipsado y pensaba que merecía más reconocimiento en el éxito mundial de "Babel". Pues hala, cada uno por su lado. No he visto la película que ha dirigido desde entonces Guillermo Arriaga, "Lejos de la tierra quemada", pero he tenido la mala suerte de ver la de Alejandro González Iñárritu. Ay.
Porque el guión es lo que falla. No falla Javier Bardem, que se esfuerza al máximo (aparece también Eduard Fernández y me acuerdo de una película en la que compartió protagonismo con Bardem, "Los lobos de Washington" de Mariano Barroso, muy buena: aquello sí que era verismo), como de costumbre (pasaba algo parecido en "No es país para viejos" de los hermanos Coen: en gran medida la película era él) y recibió nada menos que el premio al mejor actor en el último festival de Cannes por este trabajo (el único motivo que se me ocurre para recomendar esta cinta). Falla una historia que mezcla lumpen, agonía vital, inmigración ilegal y realismo mágico pero todo liado de la forma más efectista posible: secuencia con un golpe de efecto, secuencia de Barcelona de noche pretendidamente lírica; secuencia con otro golpe de efecto bochornoso, secuencia de Barcelona bajo la lluvia pretendidamente lírica; secuencia con golpe de efecto especialmente zafio, secuencia de unas hormigas en un cristal húmedo que de lírica no tiene nada... y así dos horas, erre que erre. El cineasta repite la estética de "Babel" pero se excede (se regodea) en sus primeros planos, carentes de emoción, sentimiento que se busca de la forma más fácil y peor construida. Sensiblería en vez de sensibilidad. Y mucha grandilocuencia, que a saber qué quiere decir la palabra grandilocuencia. Y a mirar la hora en la penumbra de la sala, que se hace tarde y esto no se acaba nunca.
Dicen que The Glimmer Twins no son nada sin Keith Richards.
Igual es verdad.

domingo, diciembre 05, 2010

"Gru, mi villano favorito", de Pierre Coffin y Chris Renaud

El malo de la película, pero el malo muy malo, el supervillano que trama maldades a escala planetaria, el que sale en las películas de James Bond: esos calvos maléficos como Blofeld, jefe de SPECTRA, papel inolvidable de Donald Pleasence, o el Doctor Maligno, su alter ego cachondo que se enfrenta a Austin Powers, alter ego cachondo a su vez del 007 al servicio de Her Majesty.
Edipos mal curados que quieren dominar el mundo. Se mezcla con "Tres solteros y un biberón" de Coline Serreau (en realidad tres biberones y un solterón) y "Annie" de John Huston y se obtiene una película muy entretenida: la ocurrencia de las pirámides del inicio es fantástica y el ritmo de la cinta no decae. Animación bien realizada, se ve que Universal Pictures también quiere meter la cabeza en el negocio del blockbuster de dibujos animados que atrae a la taquilla a públicos de todas las edades y no repara en gastos. Salen unos personajillos muy divertidos llamados Minions que hacen recordar a los Oompa Loompa, los ayudantes de Willy Wonka, aunque no se les parecen en nada: las cápsulas de plástico amarillo que hay dentro de los huevos Kinder, con ojos (uno o dos), patitas y monos azules de trabajo, y muchas ganas de fiesta.Un nombre llama la atención en los créditos: Sergio Pablos, creador de la historia: parece que también hay españoles metiendo la cabeza en esto y rápidamente se piensa en "Planet 51" de Jorge Blanco. Que siga.
Lluviosa y fría tarde de domingo, ¿dónde van a estar mejor los niños (y los mayores) que dentro de un cine, seco y calentito? Y si encima la película está bien, en ningún sitio.

miércoles, diciembre 01, 2010

"Copia certificada", de Abbas Kiarostami


¿En qué se diferencia una copia perfecta del "David" de Miguel Angel de su original? El espectador que pasee por la Plaza de la Señoría de Florencia no tiene porqué saber que la verdadera está en la Galería de la Academia: su mirada la hace auténtica y el placer estético es el correcto. El valor intangible de la originalidad se encuentra en el concepto. La paradoja es que la copia crea originales, una constante en el arte: realizando un retrato del rostro de La Gioconda, Leonardo Da Vinci crea la obra más famosa de la historia y la representación tiene mayor importancia que aquel al que representa: la imagen pasa a la posteridad mientras que la vida de La Monna Lisa es una incognita intemporal (¿Leonardo travestido?). La naturaleza es la única creadora de originales, aunque se trate de un cuñado tartamudo, y la labor del genio queda reducida a un momento de iluminación revelada o de habilidad innata, prohibida al resto de los mortales.
La ilusión cinematográfica como paradigma de la copia, representación del mundo: ilusión de realidad. A los replicantes de "Blade Runner" de Ridley Scott, se les implantaban recuerdos (recuerdos de otros: de la sobrina de Tyrell, por ejemplo) para hacerles creer que habían tenido una infancia, un pasado, una serie de vivencias que construyen una personalidad ad hoc. Y en "Recuerda" de Alfred Hitchcock, un amnésico Gregory Peck se apropia de la identidad del Dr. Edwards, construyendo un nuevo presente y enamorando a Ingrid Bergman: locura y amor ciego íntimamente relacionados: el estado de enamoramiento es una anomalía que merma la percepción y hunde el nivel intelectual del enfermo.
Suplantación. Una camarera (igual que el espectador de la estatua de "David") cree que una pareja sentada en la mesa de su restaurante son en realidad matrimonio y a partir de ese momento se obra el prodigio. El giro argumental propicia que el culto escritor, independiente y seductor, ocupe el lugar del marido ausente, y la asunción de ese cambio, la conciencia de la transformación, acarrea una serie de problemas. Conyugales, por supuesto. Personas enamoradas de cuando estaban enamoradas se anclan al pasado, contemplado con nostalgia, sin ser capaces de adaptarse al paso del tiempo, sin reconocer que aquellos días ya no volverán aunque se retorne a aquella pintoresca pensión de la luna de miel (la trama transcurre colocando en el trasfondo una boda en la Toscana italiana, qué romántico, qué idílico, un rito ancestral de matrimonio acorde a los cánones católicos que, forzosamente, debe convertirse en un día de felicidad aunque el celuloide destile escepticismo). El director instala a sus actores frente al espejo, y hace que se interroguen sobre la imagen devuelta, como si ellos también miraran una estatua, un reflejo que han de interpretar. Averiguar las respuestas a las mismas preguntas que se hacían los filósofos antiguos, los replicantes y Siniestro Total, pero desde la cotidianidad y la mediocre vida común: el yo desnudo y la verdad cruel.
Mirando la pantalla nos vemos a nosotros mismos.


jueves, noviembre 25, 2010

"El eclipse", de Michelangelo Antonioni

La ruptura.
Silencios, miradas huidizas, emociones contenidas, frases breves de esperanza y de rechazo: una noche en vela por la muerte del amor. Se escenifica el fin de la relación de una pareja formada por Riccardo (Paco Rabal) y Vittoria (Monica Vitti) y para ello se realizan todos los planos, todos los ángulos de cámara, produciendo un catálogo cinematográfico de múltiples posibilidades de filmar en el interior de una habitación. La visión del director se manifiesta geométrica y predispuesta a capturar la arquitectura (interior y exterior) del espacio de rodaje.

La Bolsa.
El mundo moderno crea sistemas incomprensibles de generación de beneficios (el capitalismo ficción de Vicente Verdú en versión Sixties), ocultando a su vez el destino de todo el dinero que se pierde: juego de tahúres dedicados a desplumar incautos. La Bolsa de Roma ocupaba en los años de la película el edificio del antiguo Templo de Adriano: augures que realizaban predicciones basadas en el vuelo de los pájaros se reencarnan en corredores de bolsa con el mismo poder de adivinación y las mismas opciones de acierto y de error: dos milenios de historia y no se ha aprendido nada. Los broker en acción desarrollan una coreografía poderosa de gestos y gruñidos, el ring del parquet lleno de apuestas y de tongos, pelea de gallos, que no escapa al ojo certero del director.

La pasión.
Vittoria, belleza sensual de rubia latina se encuentra con Piero (Alain Delon), lobo de las cotizaciones con piel de cordero. Flirteo lleno de sobreentendidos, pura química actoral que aparece cuando al celuloide se le otorgan el máximo de matices. Carga erótica arrebatadora en escotes fugaces y en tirantes rotos, en dos que se buscan y se estrellan, pero el uno contra el otro.

El eclipse.
Epílogo donde desaparecen los protagonistas. Vuelve la experimentación cinematográfica del comienzo y ahora la clave está en el montaje. Las calles desiertas anuncian la llegada de la noche, o de un apocalipsis nuclear o de un eclipse. De un final, sin duda. A mi me pareció un final magistral.

lunes, noviembre 22, 2010

"El buscavidas", de Robert Rossen

Si yo fuera Eddie Felson.


Si yo fuera Eddie Felson habría atravesado un día las puertas de una sala de billar neoyorquina llamada "Ames" llevando bajo el brazo la caja de mi taco como si se tratara de la trompeta de Chet Baker. Habría desafiado al Gordo de Minnesota y habría jugado con él al billar americano durante 25 horas seguidas. Durante aquella noche habría llegado a ganarle 18.000 dolares para volver a perderlos porque una vez que se alcanza la cumbre solo queda descender. Me habría bebido un par de botellas de whisky "J.T.S. Brown" junto a un cartel que dice "No Masse Shots Allowed", habría hecho moverse de su silla al ganster más hijo de puta del garito y me habría partido de risa diciéndole al Gordo lo guapísimo que seguía después de tantas horas de partida. Habría mandado a la mierda a mi socio por no entender que el dinero no cuenta cuando te vas a comer al pez más gordo y me habría desplomado borracho y agotado junto a la mesa de billar, en un suelo mugriento de ceniza y alcohol, por no haberle hecho caso.


Si yo fuera Eddie Felson me habría despertado al día siguiente en un camastro decorado a punta de navaja de un hotel barato, masticando mi resaca y mi derrota, loco por volver a acariciar la gloria y por volver a perderla.
Si yo fuera Eddie Relámpago Felson, todo lo demás qué importa.

lunes, noviembre 15, 2010

"La playa de los galgos", de Mario Camus

El 29 de enero de 1981, la banda terrorista ETA secuestra a José María Ryan, ingeniero jefe de la central nuclear de Lemóniz. O en una semana se demolía el edificio de la central, que estaba en construcción, o el rehén moría. A pesar de manifestaciones, huelgas y protestas, no se ablandaron los chantajistas: el cadáver, atado y amordazado, aparece en medio del monte con un tiro en la nuca: un asesinato cruel y cobarde que puso de manifiesto la absoluta falta de piedad de los terroristas. Si al apuntarse al carro de la protesta anti-nuclear pretendían sumar apoyos populares, el secuestro y posterior ejecución de Ryan provocó un efecto totalmente contrario (de hecho lo que sí lograron fue detener la construcción de la central, con éste y otros asesinatos y actos de sabotaje; la central nunca llegaría a ponerse en marcha y con ella otros cuatro proyectos: la moratoria nuclear, que aún pagamos en cada recibo de la luz).
¿Quién puede dormir por las noches después de haber cometido un acto tan salvaje?
Dos temas de actualidad: ETA, que tristemente sigue ocupando titulares de periódicos si bien se ve luz al final del túnel de tantos años de violencia, y Mario Camus. El director de cine santanderino (cuenta en su trayectoria con películas como "Los pájaros de Báden-Báden", "La colmena", "Los santos inocentes", "Adosados" o series de televisión como "Los camioneros" o "Fortuna y Jacinta") tendrá un muy merecido Goya de Honor en la siguiente gala de los premios del cine español. El tema de ETA ya era telón de fondo en otra película suya, "Sombras en una batalla". En "La playa de los galgos", a partir de un suceso ficticio pero con referencias claras al descrito al principio de la entrada, Mario Camus crea una historia de víctimas: el asesino (Gustavo Salmerón) convertido en una bestia acosada, un paranoico que vive escondido en el extranjero atemorizado por recibir la misma bala que él disparo a otros; su hermano (Carmelo Gómez), un panadero sin ideales, tímido y solitario, que soporta la carga de tener semejante familiar y que a la vez se preocupa por su destino: 'al fin y al cabo es mi hermano', dice; una bella desconocida (Claudia Gerini): el espectador adivina pronto sus posibles intenciones pero tardará en descubrir sus motivos, uno de los puntales del guión de esta película; y por último una niña paralizada de miedo, la hija de un psiquiatra argentino (Miguel Angel Solá), cuya nacionalidad parece un tópico pero que sirve para enlazar con otro terrorismo, el terrorismo de estado: los vuelos de la muerte (al menos la transición argentina a la democracia ha permitido, años después y tras ignorar los indultos y las vergonzosas leyes de Punto Final del gobierno de Carlos Menem, poner en el banquillo a los responsables de aquellas barbaridades): una película sobre el tema, "Garage Olimpo", de Marco Bechis.
Un asesinato produce una onda expansiva de dolor que alcanza a todos los que se encuentran cerca, propone el director, que prepara en esta historia un fuerte cóctel de crímenes y sentimientos, con personajes densos encarnados en excelentes actores, y dedica una película a un tema que no tiene mucha presencia en nuestro cine y que cuando alguien se decide a llevarlo a fotogramas, suele levantar más ampollas que pasiones.

jueves, noviembre 11, 2010

Faemino y Cansado

Un viejo anhelo se ha cumplido: ver actuar en vivo a la pareja de cómicos que más me han hecho reír sentado delante de una televisión. Ahora también son la pareja de cómicos que más me han hecho reír sentado en un teatro e intuyo que alcanzarían ese logro independientemente de donde me encuentre yo sentado. O de pié.
Pareja dispar, como es común en el negocio de la carcajada: caracteres opuestos que se complementan a la perfección: el derroche gestual de Faemino y la verborrea incansable (precisamente) de Cansado. La estructura del espectáculo es parecida a la del ya mítico "Orgullo del tercer mundo" que hacían para la segunda cadena de Televisión Española en el año 1994: media hora de reír hasta llorar que esta noche se ha convertido en hora y media. Y casi me echo a llorar, pero más de nostalgia que de risa, cuando han aparecido en el escenario personajes como el Gran Mimón o Arroyito y Pozuelón (estos últimos sin cigarro en la mano y sin coñac en la copa -corrección: espectadores pegados al escenario acreditan que sí había coñac: se olía- y tampoco ha sonado en su entrada el "Dame veneno" de Los Chunguitos, pero no importa en absoluto). El absurdo mezclado con lo cotidiano como fuente inagotable de humor (fuente de la que han bebido otros como los chicos de "La hora Chanante"), estilo que crea legiones de seguidores fanáticos: humor arriesgado que al principio sorprende, extraña, ante el que no se sabe muy bien como reaccionar, pero una vez que le coges el punto no tienes escapatoria posible: partirse la caja, morir de risa.
-Acompáñeme al calabozo del teatro. -Qué va, qué va, qué va,... ¡yo leo a Kierkegaard!

lunes, noviembre 08, 2010

"La ola", de Dennis Gansel

 El aula convertida en metáfora del mundo, microcosmos social, como en la magnífica "La clase" de Laurent Cantet. "La clase" recorría un año escolar alcanzando un grado de verismo extraordinario: el día a día también puede producir fotogramas asombrosos (y me viene a la memoria otra obra maestra con trasfondo de colegio: "Hoy empieza todo" de Bertrand Tavernier). "La ola", por otro lado, abarca una semana, el tiempo que dedica un grupo de alumnos a estudiar un tema muy concreto, la autocracia: con clases prácticas los conceptos siempre se fijan mejor en el intelecto. La acción trascurre en Alemania (la trama está basada en un experimento que se realizó en un instituto californiano en los años sesenta y que se denominó la tercera ola, y que siguió una trayectoria muy parecida a la que se refleja en la película de Dennis Gansel), de modo que cualquier referencia a dictaduras o totalitarismos es intrínsecamente problemática. 'Ahora es imposible que suceda algo como aquello', dice un alumno al recordar la época del nazismo: el profesor recoge la frase como si le hubieran arrojado un guante.
Un líder carismático que imponga orden y un uniforme que iguale a ejemplares humanos diversos, reducción a la media, y que asiente la idea de pertenencia a un grupo. Disciplina, iconografía, saludos, ideología y, por supuesto, un conjunto de desencantados, de inseguros, de náufragos: una panda de adolescentes buscando su lugar en el mundo. Las tribus urbanas de los ochenta no eran solo la identificación en símbolos, vestimentas y gustos musicales, también eran el desprecio al ajeno, al otro: el que no está conmigo, está contra mi: heavis, punkis, rockers y pijos: todos a la greña. El grupo se protege como una manada, el débil se hace fuerte y aparece la violencia, inevitable, cualidad que echa por tierra cualquier buena intención. Sin embargo la película no presenta a grupos de jóvenes especialmente conflictivos o rebeldes, no se trata de aulas incendiarias como las de "Rebelión en las aulas" de James Clavell, "El sustituto" de Robert Mandel o "Mentes peligrosas" de John N. Smith.  El experimento de "La ola" triunfa con chavales típicos de clase media: los fascismos triunfaron siempre con masas de gente corriente.
'Todos los lunes te tomas una pastilla para poder acudir al aula', le dice el profesor Rainer Wenger a su mujer, profesora también. El maestro que consigue, al fin, la atención de los alumnos, su motivación y su seguimiento incondicional: un sueño. Al final, una pesadilla. Cuidado con abrir la caja de los truenos. Volverán banderas...
Una película muy interesante.