Los viajes de Jack Black. Este cómico estadounidense ha creado un estereotipo de él mismo, una especie de treintañero adolescente, cándido y fantasioso, bailongo y optimista que, contra todo pronóstico, acaba consiguiendo a la chica: relaciones pueriles y tontunas, aburridas y faltas del menor indicio pasional. Tanto es así, tan al servicio está el guión del protagonista, que termina infantilizando y aculturizando (el rey cambia su uniforme por un chándal y los palacios dieciochescos se llenan de carteles publicitarios: signos de la grandeza de la civilización usamericana colonizando/destrozando cualquier lugar del mundo al que llegue) a todo el reino de Lilliput. Cuando Hollywood agarra un clásico lo destroza sin compasión y ahora le toca el turno a la conocida obra de Jonathan Swift, generando un tostón lamentable.
En cuanto al 3D, sigo sin verle la gracia: objetos planos dispuestos en hileras, como recortables en un teatro de papel; fondos demasiado desenfocados para la era digital; imagen más oscura a cuenta de tener que ponerse las gafitas; y para colmo dos euros más la entrada (valga esa contribución desinteresada como salvavidas del negocio cinematográfico: mi granito de arena para que las salas de cine sigan programando cine-basura en su mayoría y le sigan echando la culpa al pirateo vía Internet de que el público no acuda en masa a comprar sus palomitas). Quitando algunas escenas especialmente realizadas para invadir la platea (pájaros volando, balas de cañón, vuelos entre montañas, personajes en caída libre: los puntales estéticos de los grandes argumentos de la historia del cine), el resto no se justifica en absoluto. Si la película es plana no hay tridimensional que la salve.
Ahí un síntoma que no falla: la mayor parte del público son niños, lo que echan es una comedia y no se oyen risas... rollo al canto.
jueves, diciembre 30, 2010
martes, diciembre 28, 2010
"Shoah", de Claude Lanzmann
¿Se puede escribir poesía después de Auschwitz?, se preguntaba el filósofo alemán Theodor Adorno.
Campo de exterminio de Treblinka, con una productividad diaria que alcanzaba 15000 unidades. Un tren llegaba al apeadero de la entrada del campo y en tres horas (¡en tres horas!) su cargamento quedaba transformado en cenizas, en humo que salía por las chimeneas, en partículas que cubrían el cielo de toda Europa, en polvo que quizá aún sigamos respirando. Empujadores, peluqueros, limpiadores, jaladores, horneros, excavadores: grupos de judíos que colaboraban a golpe de látigo y de hambre y que necesitaban el exterminio para asegurar su propia supervivencia, paradoja terrible con la que es imposible convivir. Serán muchos de los que salgan vivos de los campos cuando se liberen y serán también los testimonios más demoledores, los que conmuevan al espectador hasta el tuétano.
Trenes de la muerte atraviesan el continente, cruzando pueblos donde los lugareños se pasan el pulgar por el gaznate, símbolo certero de un odio secular. La compañía de ferrocarriles alemana cobraba al estado (en realidad se pagaba con lo requisado: el judío pagaba su muerte de principio a fin) por cada viajero, si bien ofrecía tarifas para grupos y los menores de cuatro años viajaban gratis: el holocausto a precios de excursión a la playa. Criterios económicos, evaluación de costes, como los que estremecían al leerlos en la magnífica novela "Las benévolas" de Jonathan Littell. "Shoah" es el momento de mirar y de oír, durante casi diez horas de filmación: nadie debería ver esta película, todo el mundo tiene que conocerla. Rodada entre finales de los setenta y principios de los ochenta, todas las imágenes son contemporáneas, ninguna es histórica: raíles que atraviesan bosques desiertos, campos de cultivo, y que van a parar a descampados en ruinas donde asoma alguna chimenea o llegan hasta campos de concentración en los que se han preservado las instalaciones para preservar la memoria: turismo de masacre. Y mientras tanto hablan víctimas y verdugos creando un documento imperecedero y que seguirá siendo doloroso dentro de siglos. Hablan hasta romperse y arrastran consigo al observador del otro lado de la pantalla. En Israel, en Estados Unidos, en Polonia, en Alemania, en Corfú. Nazis que ahora sirven jarras de cerveza en Frankfurt o escriben guías de viaje de los Alpes, polacos que viven en las casas que antes ocupaban los ricos del pueblo o que recuerdan con pavor la vida del ghetto de Varsovia y judíos, por supuesto, eterna diáspora. Uno de ellos cuenta como, rodeado de cadáveres por todas partes, pensó que era el último judío. Casi lo consiguen.
El director interroga a los testigos sin piedad, consciente de que el celuloide generado será inigualable por ningún papel mecanografiado, por ningún artefacto arqueológico: en primera persona: yo estaba allí, yo lo vi, yo sobreviví.
Esta película duele.
Campo de exterminio de Treblinka, con una productividad diaria que alcanzaba 15000 unidades. Un tren llegaba al apeadero de la entrada del campo y en tres horas (¡en tres horas!) su cargamento quedaba transformado en cenizas, en humo que salía por las chimeneas, en partículas que cubrían el cielo de toda Europa, en polvo que quizá aún sigamos respirando. Empujadores, peluqueros, limpiadores, jaladores, horneros, excavadores: grupos de judíos que colaboraban a golpe de látigo y de hambre y que necesitaban el exterminio para asegurar su propia supervivencia, paradoja terrible con la que es imposible convivir. Serán muchos de los que salgan vivos de los campos cuando se liberen y serán también los testimonios más demoledores, los que conmuevan al espectador hasta el tuétano.
Trenes de la muerte atraviesan el continente, cruzando pueblos donde los lugareños se pasan el pulgar por el gaznate, símbolo certero de un odio secular. La compañía de ferrocarriles alemana cobraba al estado (en realidad se pagaba con lo requisado: el judío pagaba su muerte de principio a fin) por cada viajero, si bien ofrecía tarifas para grupos y los menores de cuatro años viajaban gratis: el holocausto a precios de excursión a la playa. Criterios económicos, evaluación de costes, como los que estremecían al leerlos en la magnífica novela "Las benévolas" de Jonathan Littell. "Shoah" es el momento de mirar y de oír, durante casi diez horas de filmación: nadie debería ver esta película, todo el mundo tiene que conocerla. Rodada entre finales de los setenta y principios de los ochenta, todas las imágenes son contemporáneas, ninguna es histórica: raíles que atraviesan bosques desiertos, campos de cultivo, y que van a parar a descampados en ruinas donde asoma alguna chimenea o llegan hasta campos de concentración en los que se han preservado las instalaciones para preservar la memoria: turismo de masacre. Y mientras tanto hablan víctimas y verdugos creando un documento imperecedero y que seguirá siendo doloroso dentro de siglos. Hablan hasta romperse y arrastran consigo al observador del otro lado de la pantalla. En Israel, en Estados Unidos, en Polonia, en Alemania, en Corfú. Nazis que ahora sirven jarras de cerveza en Frankfurt o escriben guías de viaje de los Alpes, polacos que viven en las casas que antes ocupaban los ricos del pueblo o que recuerdan con pavor la vida del ghetto de Varsovia y judíos, por supuesto, eterna diáspora. Uno de ellos cuenta como, rodeado de cadáveres por todas partes, pensó que era el último judío. Casi lo consiguen.
El director interroga a los testigos sin piedad, consciente de que el celuloide generado será inigualable por ningún papel mecanografiado, por ningún artefacto arqueológico: en primera persona: yo estaba allí, yo lo vi, yo sobreviví.
Esta película duele.
sábado, diciembre 25, 2010
"Thought of You", de Ryan Woodward
Thought of You from Ryan J Woodward on Vimeo.
Lo tomo prestado de "La casa del tiosain": siempre merece la pena darse una vuelta por allí.
Esta pequeña animación (y la canción que la acompaña) puede inspirar buen ánimo, que a fin de cuentas es el mayor anhelo que se puede tener en estos días. Eso tan fugaz llamado felicidad. Esos instantes.
Woke up and wished that I was dead
With an aching in my head
I lay motionless in bed
I thought of you and where you'd gone
and let the world spin madly on
Everything that I said I'd do
Like make the world brand new
And take the time for you
I just got lost and slept right through the dawn
And the world spins madly on
I let the day go by
I always say goodbye
I watch the stars from my window sill
The whole world is moving and I'm standing still
Woke up and wished that I was dead
With an aching in my head
I lay motionless in bed
The night is here and the day is gone
And the world spins madly on
I thought of you and where you'd gone
And the world spins madly on.
"World Spins Madly On" - The Weepies
lunes, diciembre 20, 2010
"Leonera", de Pablo Trapero
Una chica, acusada de cometer un turbio crimen pasional, va a la cárcel. No va sola: rápidamente los fotogramas desvelan que está esperando un hijo. La actriz protagonista, Martina Gusmán, excelente actriz y esposa del director, Pablo Trapero, aporta a su actuación un plus de verismo: su propio embarazo. No sé en que orden sucedió (¿fue primero la película o el huevo?) pero desde luego la situación fue oportuna: así es más fácil meterse en el papel.
Maternidad y presidio, dos factores que deben conducir al producto de un buen guión, más aún si, como es el caso, no se ahorra en sutilezas. Pero la cinta expone lo necesario, sin caer en excesos (la otra película que he visto de este director, "Carancho", estaba demasiado ida de vueltas; al cine de realismo social hay que cogerle el punto y tener cuidado con no pasarse en el efecto; "Biutiful" de Alejandro González Iñárritu es otro ejemplo de arroz pasado), algo muy complicado en una situación que es excesiva por sí misma. En Argentina una madre puede tener al niño viviendo con ella en la cárcel hasta que este cumple cuatro años. Ese lazo es un salvavidas afectivo para la reclusa pero se plantea la cuestión de si ese lugar es indicado para criar un hijo: el patio de la cárcel convertido en patio de guardería: el guardia hace la ronda por encima del muro alambrado, con el dedo en el gatillo del rifle (un punto fuerte de este director es el realismo en la puesta en escena: ambientes y escenarios convincentes sin lugar a dudas). ¿Qué será más traumático, la separación o la posible conversión del niño en un Kaspar Hauser asocial? Decide la madre, que precisamente por eso sólo hay una. Y a una madre decidida, no hay quien la pare.
"Carancho" me decepcionó pero con "Leonera" hemos hecho las paces. Y no me importa que "Leonera" sea anterior a "Carancho" porque yo las he visto en este orden. O sea, la última de Pablo Trapero es muy buena. Y punto.
Maternidad y presidio, dos factores que deben conducir al producto de un buen guión, más aún si, como es el caso, no se ahorra en sutilezas. Pero la cinta expone lo necesario, sin caer en excesos (la otra película que he visto de este director, "Carancho", estaba demasiado ida de vueltas; al cine de realismo social hay que cogerle el punto y tener cuidado con no pasarse en el efecto; "Biutiful" de Alejandro González Iñárritu es otro ejemplo de arroz pasado), algo muy complicado en una situación que es excesiva por sí misma. En Argentina una madre puede tener al niño viviendo con ella en la cárcel hasta que este cumple cuatro años. Ese lazo es un salvavidas afectivo para la reclusa pero se plantea la cuestión de si ese lugar es indicado para criar un hijo: el patio de la cárcel convertido en patio de guardería: el guardia hace la ronda por encima del muro alambrado, con el dedo en el gatillo del rifle (un punto fuerte de este director es el realismo en la puesta en escena: ambientes y escenarios convincentes sin lugar a dudas). ¿Qué será más traumático, la separación o la posible conversión del niño en un Kaspar Hauser asocial? Decide la madre, que precisamente por eso sólo hay una. Y a una madre decidida, no hay quien la pare.
"Carancho" me decepcionó pero con "Leonera" hemos hecho las paces. Y no me importa que "Leonera" sea anterior a "Carancho" porque yo las he visto en este orden. O sea, la última de Pablo Trapero es muy buena. Y punto.
sábado, diciembre 11, 2010
"Lejos de la tierra quemada", de Guillermo Arriaga
A veces el día a día tiene momentos que te arrojan del encefalograma plano cotidiano, sorpresas o casualidades que parecen colocadas a posta en el camino. Hoy fui al quiosco a buscar el diario "Público": me lo guardan todos los viernes desde hace un par de años, ya que ese día el periódico trae una buena película de regalo. Digo bien, regalo: 2 euros es el precio del periódico, película en DVD incluida. Digo bien, buena película: hace nada "Sacrificio" de Andrei Tarkovski o "Fanny y Alexander" de Ingmar Bergman. En fin, basta de publicidad o de consejos subliminales.
Entre los miles de películas que el periódico podía decidir regalar hoy, le ha tocado el turno a la que da título a esta entrada. Esta misma semana dediqué una entrada a "Biutiful" de Alejandro González Iñárritu y mencioné que no había visto la película de su antiguo socio, Guillermo Arriaga: la providencia me la tira encima del mostrador del quiosco de Luis y, por supuesto, he visto la película esta misma noche: a estas señales no se les puede dar la espalda.
Si tuviera que poner en la balanza ambas películas para decidir cuál de las dos es mejor, no necesito ni tan siquiera poner en marcha el DVD, me basta con mirar la carátula: Javier Bardem es un gran tipo, pero aquí dice que las protagonistas son ¡Charlize Teron y Kim Basinger!: 2-0 y el arbitro aún no ha puesto en marcha el crono. Bromas aparte, me ha gustado más la de Guillermo Arriaga: no quiere decir que sea una obra maestra, pero es que "Biutiful" me gustó muy poco.
La cinta se inicia como un puzle de personajes que el espectador deberá colocar en el lugar adecuado. Puede parecer una película de vidas cruzadas como "Babel", la última del tándem Iñarritú/Arriaga, o como "Crash" de Paul Haggis, pero en este caso es una única historia contada en distintos planos temporales: el pasado construye una tragedia que lleva su dolor hacia el presente. Infidelidades y romances de mestizaje fronterizo, aunque el conflicto racial no está presente en la historia, contraponen la tierra quemada de Nuevo México, donde se produce la pasión y el drama, con el frío Portland, remoto lugar de escondite y de olvido. Historia de errores irreparables y de redención salvadora.
Destaca la actuación de Charlize Theron mientras que Kim Basinger parece tan ida como de costumbre. Buen debut en la dirección cinematográfica para Guillermo Arriaga que, eso sí, ha contado con un reparto de lustre hollywoodiense. En cuanto a la estética, me ha recordado a ratos a John Sayles. Al cine de Iñárritu no se le parece absolutamente nada.
Entre los miles de películas que el periódico podía decidir regalar hoy, le ha tocado el turno a la que da título a esta entrada. Esta misma semana dediqué una entrada a "Biutiful" de Alejandro González Iñárritu y mencioné que no había visto la película de su antiguo socio, Guillermo Arriaga: la providencia me la tira encima del mostrador del quiosco de Luis y, por supuesto, he visto la película esta misma noche: a estas señales no se les puede dar la espalda.
Si tuviera que poner en la balanza ambas películas para decidir cuál de las dos es mejor, no necesito ni tan siquiera poner en marcha el DVD, me basta con mirar la carátula: Javier Bardem es un gran tipo, pero aquí dice que las protagonistas son ¡Charlize Teron y Kim Basinger!: 2-0 y el arbitro aún no ha puesto en marcha el crono. Bromas aparte, me ha gustado más la de Guillermo Arriaga: no quiere decir que sea una obra maestra, pero es que "Biutiful" me gustó muy poco.
La cinta se inicia como un puzle de personajes que el espectador deberá colocar en el lugar adecuado. Puede parecer una película de vidas cruzadas como "Babel", la última del tándem Iñarritú/Arriaga, o como "Crash" de Paul Haggis, pero en este caso es una única historia contada en distintos planos temporales: el pasado construye una tragedia que lleva su dolor hacia el presente. Infidelidades y romances de mestizaje fronterizo, aunque el conflicto racial no está presente en la historia, contraponen la tierra quemada de Nuevo México, donde se produce la pasión y el drama, con el frío Portland, remoto lugar de escondite y de olvido. Historia de errores irreparables y de redención salvadora.
Destaca la actuación de Charlize Theron mientras que Kim Basinger parece tan ida como de costumbre. Buen debut en la dirección cinematográfica para Guillermo Arriaga que, eso sí, ha contado con un reparto de lustre hollywoodiense. En cuanto a la estética, me ha recordado a ratos a John Sayles. Al cine de Iñárritu no se le parece absolutamente nada.
miércoles, diciembre 08, 2010
"Biutiful", de Alejandro González Iñárritu
Cuando salí del cine pensé que era la primera decepción gorda cinematográfica del año pero es que ya no me acordaba de "Alicia en el País de las Maravillas" de Tim Burton: el subconsciente que trata de eliminar los malos recuerdos. Voy a poner algo de "Biutiful" antes de que se me borre del hipocampo.
La obra que he visto anteriormente de este director me ha gustado mucho: "Amores perros", "21 gramos" y "Babel". Después de esta última tuvo un divorcio sonado con el guionista Guillermo Arriaga que no estaba de acuerdo con la política que sigue este blog (es una forma de decirlo) de adjudicar en los títulos de la entrada el nombre del director como autor de la película. ¿De quién es la película?, ¿del director o del guionista? Arriaga se sentía eclipsado y pensaba que merecía más reconocimiento en el éxito mundial de "Babel". Pues hala, cada uno por su lado. No he visto la película que ha dirigido desde entonces Guillermo Arriaga, "Lejos de la tierra quemada", pero he tenido la mala suerte de ver la de Alejandro González Iñárritu. Ay.
Porque el guión es lo que falla. No falla Javier Bardem, que se esfuerza al máximo (aparece también Eduard Fernández y me acuerdo de una película en la que compartió protagonismo con Bardem, "Los lobos de Washington" de Mariano Barroso, muy buena: aquello sí que era verismo), como de costumbre (pasaba algo parecido en "No es país para viejos" de los hermanos Coen: en gran medida la película era él) y recibió nada menos que el premio al mejor actor en el último festival de Cannes por este trabajo (el único motivo que se me ocurre para recomendar esta cinta). Falla una historia que mezcla lumpen, agonía vital, inmigración ilegal y realismo mágico pero todo liado de la forma más efectista posible: secuencia con un golpe de efecto, secuencia de Barcelona de noche pretendidamente lírica; secuencia con otro golpe de efecto bochornoso, secuencia de Barcelona bajo la lluvia pretendidamente lírica; secuencia con golpe de efecto especialmente zafio, secuencia de unas hormigas en un cristal húmedo que de lírica no tiene nada... y así dos horas, erre que erre. El cineasta repite la estética de "Babel" pero se excede (se regodea) en sus primeros planos, carentes de emoción, sentimiento que se busca de la forma más fácil y peor construida. Sensiblería en vez de sensibilidad. Y mucha grandilocuencia, que a saber qué quiere decir la palabra grandilocuencia. Y a mirar la hora en la penumbra de la sala, que se hace tarde y esto no se acaba nunca.
Dicen que The Glimmer Twins no son nada sin Keith Richards.
Igual es verdad.
La obra que he visto anteriormente de este director me ha gustado mucho: "Amores perros", "21 gramos" y "Babel". Después de esta última tuvo un divorcio sonado con el guionista Guillermo Arriaga que no estaba de acuerdo con la política que sigue este blog (es una forma de decirlo) de adjudicar en los títulos de la entrada el nombre del director como autor de la película. ¿De quién es la película?, ¿del director o del guionista? Arriaga se sentía eclipsado y pensaba que merecía más reconocimiento en el éxito mundial de "Babel". Pues hala, cada uno por su lado. No he visto la película que ha dirigido desde entonces Guillermo Arriaga, "Lejos de la tierra quemada", pero he tenido la mala suerte de ver la de Alejandro González Iñárritu. Ay.
Porque el guión es lo que falla. No falla Javier Bardem, que se esfuerza al máximo (aparece también Eduard Fernández y me acuerdo de una película en la que compartió protagonismo con Bardem, "Los lobos de Washington" de Mariano Barroso, muy buena: aquello sí que era verismo), como de costumbre (pasaba algo parecido en "No es país para viejos" de los hermanos Coen: en gran medida la película era él) y recibió nada menos que el premio al mejor actor en el último festival de Cannes por este trabajo (el único motivo que se me ocurre para recomendar esta cinta). Falla una historia que mezcla lumpen, agonía vital, inmigración ilegal y realismo mágico pero todo liado de la forma más efectista posible: secuencia con un golpe de efecto, secuencia de Barcelona de noche pretendidamente lírica; secuencia con otro golpe de efecto bochornoso, secuencia de Barcelona bajo la lluvia pretendidamente lírica; secuencia con golpe de efecto especialmente zafio, secuencia de unas hormigas en un cristal húmedo que de lírica no tiene nada... y así dos horas, erre que erre. El cineasta repite la estética de "Babel" pero se excede (se regodea) en sus primeros planos, carentes de emoción, sentimiento que se busca de la forma más fácil y peor construida. Sensiblería en vez de sensibilidad. Y mucha grandilocuencia, que a saber qué quiere decir la palabra grandilocuencia. Y a mirar la hora en la penumbra de la sala, que se hace tarde y esto no se acaba nunca.
Dicen que The Glimmer Twins no son nada sin Keith Richards.
Igual es verdad.
domingo, diciembre 05, 2010
"Gru, mi villano favorito", de Pierre Coffin y Chris Renaud
El malo de la película, pero el malo muy malo, el supervillano que trama maldades a escala planetaria, el que sale en las películas de James Bond: esos calvos maléficos como Blofeld, jefe de SPECTRA, papel inolvidable de Donald Pleasence, o el Doctor Maligno, su alter ego cachondo que se enfrenta a Austin Powers, alter ego cachondo a su vez del 007 al servicio de Her Majesty.
Edipos mal curados que quieren dominar el mundo. Se mezcla con "Tres solteros y un biberón" de Coline Serreau (en realidad tres biberones y un solterón) y "Annie" de John Huston y se obtiene una película muy entretenida: la ocurrencia de las pirámides del inicio es fantástica y el ritmo de la cinta no decae. Animación bien realizada, se ve que Universal Pictures también quiere meter la cabeza en el negocio del blockbuster de dibujos animados que atrae a la taquilla a públicos de todas las edades y no repara en gastos. Salen unos personajillos muy divertidos llamados Minions que hacen recordar a los Oompa Loompa, los ayudantes de Willy Wonka, aunque no se les parecen en nada: las cápsulas de plástico amarillo que hay dentro de los huevos Kinder, con ojos (uno o dos), patitas y monos azules de trabajo, y muchas ganas de fiesta.Un nombre llama la atención en los créditos: Sergio Pablos, creador de la historia: parece que también hay españoles metiendo la cabeza en esto y rápidamente se piensa en "Planet 51" de Jorge Blanco. Que siga.
Lluviosa y fría tarde de domingo, ¿dónde van a estar mejor los niños (y los mayores) que dentro de un cine, seco y calentito? Y si encima la película está bien, en ningún sitio.
Edipos mal curados que quieren dominar el mundo. Se mezcla con "Tres solteros y un biberón" de Coline Serreau (en realidad tres biberones y un solterón) y "Annie" de John Huston y se obtiene una película muy entretenida: la ocurrencia de las pirámides del inicio es fantástica y el ritmo de la cinta no decae. Animación bien realizada, se ve que Universal Pictures también quiere meter la cabeza en el negocio del blockbuster de dibujos animados que atrae a la taquilla a públicos de todas las edades y no repara en gastos. Salen unos personajillos muy divertidos llamados Minions que hacen recordar a los Oompa Loompa, los ayudantes de Willy Wonka, aunque no se les parecen en nada: las cápsulas de plástico amarillo que hay dentro de los huevos Kinder, con ojos (uno o dos), patitas y monos azules de trabajo, y muchas ganas de fiesta.Un nombre llama la atención en los créditos: Sergio Pablos, creador de la historia: parece que también hay españoles metiendo la cabeza en esto y rápidamente se piensa en "Planet 51" de Jorge Blanco. Que siga.
Lluviosa y fría tarde de domingo, ¿dónde van a estar mejor los niños (y los mayores) que dentro de un cine, seco y calentito? Y si encima la película está bien, en ningún sitio.
miércoles, diciembre 01, 2010
"Copia certificada", de Abbas Kiarostami
¿En qué se diferencia una copia perfecta del "David" de Miguel Angel de su original? El espectador que pasee por la Plaza de la Señoría de Florencia no tiene porqué saber que la verdadera está en la Galería de la Academia: su mirada la hace auténtica y el placer estético es el correcto. El valor intangible de la originalidad se encuentra en el concepto. La paradoja es que la copia crea originales, una constante en el arte: realizando un retrato del rostro de La Gioconda, Leonardo Da Vinci crea la obra más famosa de la historia y la representación tiene mayor importancia que aquel al que representa: la imagen pasa a la posteridad mientras que la vida de La Monna Lisa es una incognita intemporal (¿Leonardo travestido?). La naturaleza es la única creadora de originales, aunque se trate de un cuñado tartamudo, y la labor del genio queda reducida a un momento de iluminación revelada o de habilidad innata, prohibida al resto de los mortales.
La ilusión cinematográfica como paradigma de la copia, representación del mundo: ilusión de realidad. A los replicantes de "Blade Runner" de Ridley Scott, se les implantaban recuerdos (recuerdos de otros: de la sobrina de Tyrell, por ejemplo) para hacerles creer que habían tenido una infancia, un pasado, una serie de vivencias que construyen una personalidad ad hoc. Y en "Recuerda" de Alfred Hitchcock, un amnésico Gregory Peck se apropia de la identidad del Dr. Edwards, construyendo un nuevo presente y enamorando a Ingrid Bergman: locura y amor ciego íntimamente relacionados: el estado de enamoramiento es una anomalía que merma la percepción y hunde el nivel intelectual del enfermo.
Suplantación. Una camarera (igual que el espectador de la estatua de "David") cree que una pareja sentada en la mesa de su restaurante son en realidad matrimonio y a partir de ese momento se obra el prodigio. El giro argumental propicia que el culto escritor, independiente y seductor, ocupe el lugar del marido ausente, y la asunción de ese cambio, la conciencia de la transformación, acarrea una serie de problemas. Conyugales, por supuesto. Personas enamoradas de cuando estaban enamoradas se anclan al pasado, contemplado con nostalgia, sin ser capaces de adaptarse al paso del tiempo, sin reconocer que aquellos días ya no volverán aunque se retorne a aquella pintoresca pensión de la luna de miel (la trama transcurre colocando en el trasfondo una boda en la Toscana italiana, qué romántico, qué idílico, un rito ancestral de matrimonio acorde a los cánones católicos que, forzosamente, debe convertirse en un día de felicidad aunque el celuloide destile escepticismo). El director instala a sus actores frente al espejo, y hace que se interroguen sobre la imagen devuelta, como si ellos también miraran una estatua, un reflejo que han de interpretar. Averiguar las respuestas a las mismas preguntas que se hacían los filósofos antiguos, los replicantes y Siniestro Total, pero desde la cotidianidad y la mediocre vida común: el yo desnudo y la verdad cruel.
Mirando la pantalla nos vemos a nosotros mismos.
jueves, noviembre 25, 2010
"El eclipse", de Michelangelo Antonioni
La ruptura.
Silencios, miradas huidizas, emociones contenidas, frases breves de esperanza y de rechazo: una noche en vela por la muerte del amor. Se escenifica el fin de la relación de una pareja formada por Riccardo (Paco Rabal) y Vittoria (Monica Vitti) y para ello se realizan todos los planos, todos los ángulos de cámara, produciendo un catálogo cinematográfico de múltiples posibilidades de filmar en el interior de una habitación. La visión del director se manifiesta geométrica y predispuesta a capturar la arquitectura (interior y exterior) del espacio de rodaje.
La Bolsa.
El mundo moderno crea sistemas incomprensibles de generación de beneficios (el capitalismo ficción de Vicente Verdú en versión Sixties), ocultando a su vez el destino de todo el dinero que se pierde: juego de tahúres dedicados a desplumar incautos. La Bolsa de Roma ocupaba en los años de la película el edificio del antiguo Templo de Adriano: augures que realizaban predicciones basadas en el vuelo de los pájaros se reencarnan en corredores de bolsa con el mismo poder de adivinación y las mismas opciones de acierto y de error: dos milenios de historia y no se ha aprendido nada. Los broker en acción desarrollan una coreografía poderosa de gestos y gruñidos, el ring del parquet lleno de apuestas y de tongos, pelea de gallos, que no escapa al ojo certero del director.
La pasión.
Vittoria, belleza sensual de rubia latina se encuentra con Piero (Alain Delon), lobo de las cotizaciones con piel de cordero. Flirteo lleno de sobreentendidos, pura química actoral que aparece cuando al celuloide se le otorgan el máximo de matices. Carga erótica arrebatadora en escotes fugaces y en tirantes rotos, en dos que se buscan y se estrellan, pero el uno contra el otro.
El eclipse.
Epílogo donde desaparecen los protagonistas. Vuelve la experimentación cinematográfica del comienzo y ahora la clave está en el montaje. Las calles desiertas anuncian la llegada de la noche, o de un apocalipsis nuclear o de un eclipse. De un final, sin duda. A mi me pareció un final magistral.
Silencios, miradas huidizas, emociones contenidas, frases breves de esperanza y de rechazo: una noche en vela por la muerte del amor. Se escenifica el fin de la relación de una pareja formada por Riccardo (Paco Rabal) y Vittoria (Monica Vitti) y para ello se realizan todos los planos, todos los ángulos de cámara, produciendo un catálogo cinematográfico de múltiples posibilidades de filmar en el interior de una habitación. La visión del director se manifiesta geométrica y predispuesta a capturar la arquitectura (interior y exterior) del espacio de rodaje.
La Bolsa.
El mundo moderno crea sistemas incomprensibles de generación de beneficios (el capitalismo ficción de Vicente Verdú en versión Sixties), ocultando a su vez el destino de todo el dinero que se pierde: juego de tahúres dedicados a desplumar incautos. La Bolsa de Roma ocupaba en los años de la película el edificio del antiguo Templo de Adriano: augures que realizaban predicciones basadas en el vuelo de los pájaros se reencarnan en corredores de bolsa con el mismo poder de adivinación y las mismas opciones de acierto y de error: dos milenios de historia y no se ha aprendido nada. Los broker en acción desarrollan una coreografía poderosa de gestos y gruñidos, el ring del parquet lleno de apuestas y de tongos, pelea de gallos, que no escapa al ojo certero del director.
La pasión.
Vittoria, belleza sensual de rubia latina se encuentra con Piero (Alain Delon), lobo de las cotizaciones con piel de cordero. Flirteo lleno de sobreentendidos, pura química actoral que aparece cuando al celuloide se le otorgan el máximo de matices. Carga erótica arrebatadora en escotes fugaces y en tirantes rotos, en dos que se buscan y se estrellan, pero el uno contra el otro.
El eclipse.
Epílogo donde desaparecen los protagonistas. Vuelve la experimentación cinematográfica del comienzo y ahora la clave está en el montaje. Las calles desiertas anuncian la llegada de la noche, o de un apocalipsis nuclear o de un eclipse. De un final, sin duda. A mi me pareció un final magistral.
lunes, noviembre 22, 2010
"El buscavidas", de Robert Rossen
Si yo fuera Eddie Felson.
Si yo fuera Eddie Felson habría atravesado un día las puertas de una sala de billar neoyorquina llamada "Ames" llevando bajo el brazo la caja de mi taco como si se tratara de la trompeta de Chet Baker. Habría desafiado al Gordo de Minnesota y habría jugado con él al billar americano durante 25 horas seguidas. Durante aquella noche habría llegado a ganarle 18.000 dolares para volver a perderlos porque una vez que se alcanza la cumbre solo queda descender. Me habría bebido un par de botellas de whisky "J.T.S. Brown" junto a un cartel que dice "No Masse Shots Allowed", habría hecho moverse de su silla al ganster más hijo de puta del garito y me habría partido de risa diciéndole al Gordo lo guapísimo que seguía después de tantas horas de partida. Habría mandado a la mierda a mi socio por no entender que el dinero no cuenta cuando te vas a comer al pez más gordo y me habría desplomado borracho y agotado junto a la mesa de billar, en un suelo mugriento de ceniza y alcohol, por no haberle hecho caso.
Si yo fuera Eddie Felson me habría despertado al día siguiente en un camastro decorado a punta de navaja de un hotel barato, masticando mi resaca y mi derrota, loco por volver a acariciar la gloria y por volver a perderla.
Si yo fuera Eddie Relámpago Felson, todo lo demás qué importa.
Si yo fuera Eddie Felson habría atravesado un día las puertas de una sala de billar neoyorquina llamada "Ames" llevando bajo el brazo la caja de mi taco como si se tratara de la trompeta de Chet Baker. Habría desafiado al Gordo de Minnesota y habría jugado con él al billar americano durante 25 horas seguidas. Durante aquella noche habría llegado a ganarle 18.000 dolares para volver a perderlos porque una vez que se alcanza la cumbre solo queda descender. Me habría bebido un par de botellas de whisky "J.T.S. Brown" junto a un cartel que dice "No Masse Shots Allowed", habría hecho moverse de su silla al ganster más hijo de puta del garito y me habría partido de risa diciéndole al Gordo lo guapísimo que seguía después de tantas horas de partida. Habría mandado a la mierda a mi socio por no entender que el dinero no cuenta cuando te vas a comer al pez más gordo y me habría desplomado borracho y agotado junto a la mesa de billar, en un suelo mugriento de ceniza y alcohol, por no haberle hecho caso.
Si yo fuera Eddie Felson me habría despertado al día siguiente en un camastro decorado a punta de navaja de un hotel barato, masticando mi resaca y mi derrota, loco por volver a acariciar la gloria y por volver a perderla.
Si yo fuera Eddie Relámpago Felson, todo lo demás qué importa.
lunes, noviembre 15, 2010
"La playa de los galgos", de Mario Camus
El 29 de enero de 1981, la banda terrorista ETA secuestra a José María Ryan, ingeniero jefe de la central nuclear de Lemóniz. O en una semana se demolía el edificio de la central, que estaba en construcción, o el rehén moría. A pesar de manifestaciones, huelgas y protestas, no se ablandaron los chantajistas: el cadáver, atado y amordazado, aparece en medio del monte con un tiro en la nuca: un asesinato cruel y cobarde que puso de manifiesto la absoluta falta de piedad de los terroristas. Si al apuntarse al carro de la protesta anti-nuclear pretendían sumar apoyos populares, el secuestro y posterior ejecución de Ryan provocó un efecto totalmente contrario (de hecho lo que sí lograron fue detener la construcción de la central, con éste y otros asesinatos y actos de sabotaje; la central nunca llegaría a ponerse en marcha y con ella otros cuatro proyectos: la moratoria nuclear, que aún pagamos en cada recibo de la luz).
¿Quién puede dormir por las noches después de haber cometido un acto tan salvaje?
Dos temas de actualidad: ETA, que tristemente sigue ocupando titulares de periódicos si bien se ve luz al final del túnel de tantos años de violencia, y Mario Camus. El director de cine santanderino (cuenta en su trayectoria con películas como "Los pájaros de Báden-Báden", "La colmena", "Los santos inocentes", "Adosados" o series de televisión como "Los camioneros" o "Fortuna y Jacinta") tendrá un muy merecido Goya de Honor en la siguiente gala de los premios del cine español. El tema de ETA ya era telón de fondo en otra película suya, "Sombras en una batalla". En "La playa de los galgos", a partir de un suceso ficticio pero con referencias claras al descrito al principio de la entrada, Mario Camus crea una historia de víctimas: el asesino (Gustavo Salmerón) convertido en una bestia acosada, un paranoico que vive escondido en el extranjero atemorizado por recibir la misma bala que él disparo a otros; su hermano (Carmelo Gómez), un panadero sin ideales, tímido y solitario, que soporta la carga de tener semejante familiar y que a la vez se preocupa por su destino: 'al fin y al cabo es mi hermano', dice; una bella desconocida (Claudia Gerini): el espectador adivina pronto sus posibles intenciones pero tardará en descubrir sus motivos, uno de los puntales del guión de esta película; y por último una niña paralizada de miedo, la hija de un psiquiatra argentino (Miguel Angel Solá), cuya nacionalidad parece un tópico pero que sirve para enlazar con otro terrorismo, el terrorismo de estado: los vuelos de la muerte (al menos la transición argentina a la democracia ha permitido, años después y tras ignorar los indultos y las vergonzosas leyes de Punto Final del gobierno de Carlos Menem, poner en el banquillo a los responsables de aquellas barbaridades): una película sobre el tema, "Garage Olimpo", de Marco Bechis.
Un asesinato produce una onda expansiva de dolor que alcanza a todos los que se encuentran cerca, propone el director, que prepara en esta historia un fuerte cóctel de crímenes y sentimientos, con personajes densos encarnados en excelentes actores, y dedica una película a un tema que no tiene mucha presencia en nuestro cine y que cuando alguien se decide a llevarlo a fotogramas, suele levantar más ampollas que pasiones.
¿Quién puede dormir por las noches después de haber cometido un acto tan salvaje?
Dos temas de actualidad: ETA, que tristemente sigue ocupando titulares de periódicos si bien se ve luz al final del túnel de tantos años de violencia, y Mario Camus. El director de cine santanderino (cuenta en su trayectoria con películas como "Los pájaros de Báden-Báden", "La colmena", "Los santos inocentes", "Adosados" o series de televisión como "Los camioneros" o "Fortuna y Jacinta") tendrá un muy merecido Goya de Honor en la siguiente gala de los premios del cine español. El tema de ETA ya era telón de fondo en otra película suya, "Sombras en una batalla". En "La playa de los galgos", a partir de un suceso ficticio pero con referencias claras al descrito al principio de la entrada, Mario Camus crea una historia de víctimas: el asesino (Gustavo Salmerón) convertido en una bestia acosada, un paranoico que vive escondido en el extranjero atemorizado por recibir la misma bala que él disparo a otros; su hermano (Carmelo Gómez), un panadero sin ideales, tímido y solitario, que soporta la carga de tener semejante familiar y que a la vez se preocupa por su destino: 'al fin y al cabo es mi hermano', dice; una bella desconocida (Claudia Gerini): el espectador adivina pronto sus posibles intenciones pero tardará en descubrir sus motivos, uno de los puntales del guión de esta película; y por último una niña paralizada de miedo, la hija de un psiquiatra argentino (Miguel Angel Solá), cuya nacionalidad parece un tópico pero que sirve para enlazar con otro terrorismo, el terrorismo de estado: los vuelos de la muerte (al menos la transición argentina a la democracia ha permitido, años después y tras ignorar los indultos y las vergonzosas leyes de Punto Final del gobierno de Carlos Menem, poner en el banquillo a los responsables de aquellas barbaridades): una película sobre el tema, "Garage Olimpo", de Marco Bechis.
Un asesinato produce una onda expansiva de dolor que alcanza a todos los que se encuentran cerca, propone el director, que prepara en esta historia un fuerte cóctel de crímenes y sentimientos, con personajes densos encarnados en excelentes actores, y dedica una película a un tema que no tiene mucha presencia en nuestro cine y que cuando alguien se decide a llevarlo a fotogramas, suele levantar más ampollas que pasiones.
jueves, noviembre 11, 2010
Faemino y Cansado
Un viejo anhelo se ha cumplido: ver actuar en vivo a la pareja de cómicos que más me han hecho reír sentado delante de una televisión. Ahora también son la pareja de cómicos que más me han hecho reír sentado en un teatro e intuyo que alcanzarían ese logro independientemente de donde me encuentre yo sentado. O de pié.
Pareja dispar, como es común en el negocio de la carcajada: caracteres opuestos que se complementan a la perfección: el derroche gestual de Faemino y la verborrea incansable (precisamente) de Cansado. La estructura del espectáculo es parecida a la del ya mítico "Orgullo del tercer mundo" que hacían para la segunda cadena de Televisión Española en el año 1994: media hora de reír hasta llorar que esta noche se ha convertido en hora y media. Y casi me echo a llorar, pero más de nostalgia que de risa, cuando han aparecido en el escenario personajes como el Gran Mimón o Arroyito y Pozuelón (estos últimos sin cigarro en la mano y sin coñac en la copa -corrección: espectadores pegados al escenario acreditan que sí había coñac: se olía- y tampoco ha sonado en su entrada el "Dame veneno" de Los Chunguitos, pero no importa en absoluto). El absurdo mezclado con lo cotidiano como fuente inagotable de humor (fuente de la que han bebido otros como los chicos de "La hora Chanante"), estilo que crea legiones de seguidores fanáticos: humor arriesgado que al principio sorprende, extraña, ante el que no se sabe muy bien como reaccionar, pero una vez que le coges el punto no tienes escapatoria posible: partirse la caja, morir de risa.
-Acompáñeme al calabozo del teatro. -Qué va, qué va, qué va,... ¡yo leo a Kierkegaard!
Pareja dispar, como es común en el negocio de la carcajada: caracteres opuestos que se complementan a la perfección: el derroche gestual de Faemino y la verborrea incansable (precisamente) de Cansado. La estructura del espectáculo es parecida a la del ya mítico "Orgullo del tercer mundo" que hacían para la segunda cadena de Televisión Española en el año 1994: media hora de reír hasta llorar que esta noche se ha convertido en hora y media. Y casi me echo a llorar, pero más de nostalgia que de risa, cuando han aparecido en el escenario personajes como el Gran Mimón o Arroyito y Pozuelón (estos últimos sin cigarro en la mano y sin coñac en la copa -corrección: espectadores pegados al escenario acreditan que sí había coñac: se olía- y tampoco ha sonado en su entrada el "Dame veneno" de Los Chunguitos, pero no importa en absoluto). El absurdo mezclado con lo cotidiano como fuente inagotable de humor (fuente de la que han bebido otros como los chicos de "La hora Chanante"), estilo que crea legiones de seguidores fanáticos: humor arriesgado que al principio sorprende, extraña, ante el que no se sabe muy bien como reaccionar, pero una vez que le coges el punto no tienes escapatoria posible: partirse la caja, morir de risa.
-Acompáñeme al calabozo del teatro. -Qué va, qué va, qué va,... ¡yo leo a Kierkegaard!
lunes, noviembre 08, 2010
"La ola", de Dennis Gansel
El aula convertida en metáfora del mundo, microcosmos social, como en la magnífica "La clase" de Laurent Cantet. "La clase" recorría un año escolar alcanzando un grado de verismo extraordinario: el día a día también puede producir fotogramas asombrosos (y me viene a la memoria otra obra maestra con trasfondo de colegio: "Hoy empieza todo" de Bertrand Tavernier). "La ola", por otro lado, abarca una semana, el tiempo que dedica un grupo de alumnos a estudiar un tema muy concreto, la autocracia: con clases prácticas los conceptos siempre se fijan mejor en el intelecto. La acción trascurre en Alemania (la trama está basada en un experimento que se realizó en un instituto californiano en los años sesenta y que se denominó la tercera ola, y que siguió una trayectoria muy parecida a la que se refleja en la película de Dennis Gansel), de modo que cualquier referencia a dictaduras o totalitarismos es intrínsecamente problemática. 'Ahora es imposible que suceda algo como aquello', dice un alumno al recordar la época del nazismo: el profesor recoge la frase como si le hubieran arrojado un guante.
Un líder carismático que imponga orden y un uniforme que iguale a ejemplares humanos diversos, reducción a la media, y que asiente la idea de pertenencia a un grupo. Disciplina, iconografía, saludos, ideología y, por supuesto, un conjunto de desencantados, de inseguros, de náufragos: una panda de adolescentes buscando su lugar en el mundo. Las tribus urbanas de los ochenta no eran solo la identificación en símbolos, vestimentas y gustos musicales, también eran el desprecio al ajeno, al otro: el que no está conmigo, está contra mi: heavis, punkis, rockers y pijos: todos a la greña. El grupo se protege como una manada, el débil se hace fuerte y aparece la violencia, inevitable, cualidad que echa por tierra cualquier buena intención. Sin embargo la película no presenta a grupos de jóvenes especialmente conflictivos o rebeldes, no se trata de aulas incendiarias como las de "Rebelión en las aulas" de James Clavell, "El sustituto" de Robert Mandel o "Mentes peligrosas" de John N. Smith. El experimento de "La ola" triunfa con chavales típicos de clase media: los fascismos triunfaron siempre con masas de gente corriente.
'Todos los lunes te tomas una pastilla para poder acudir al aula', le dice el profesor Rainer Wenger a su mujer, profesora también. El maestro que consigue, al fin, la atención de los alumnos, su motivación y su seguimiento incondicional: un sueño. Al final, una pesadilla. Cuidado con abrir la caja de los truenos. Volverán banderas...
Una película muy interesante.
Un líder carismático que imponga orden y un uniforme que iguale a ejemplares humanos diversos, reducción a la media, y que asiente la idea de pertenencia a un grupo. Disciplina, iconografía, saludos, ideología y, por supuesto, un conjunto de desencantados, de inseguros, de náufragos: una panda de adolescentes buscando su lugar en el mundo. Las tribus urbanas de los ochenta no eran solo la identificación en símbolos, vestimentas y gustos musicales, también eran el desprecio al ajeno, al otro: el que no está conmigo, está contra mi: heavis, punkis, rockers y pijos: todos a la greña. El grupo se protege como una manada, el débil se hace fuerte y aparece la violencia, inevitable, cualidad que echa por tierra cualquier buena intención. Sin embargo la película no presenta a grupos de jóvenes especialmente conflictivos o rebeldes, no se trata de aulas incendiarias como las de "Rebelión en las aulas" de James Clavell, "El sustituto" de Robert Mandel o "Mentes peligrosas" de John N. Smith. El experimento de "La ola" triunfa con chavales típicos de clase media: los fascismos triunfaron siempre con masas de gente corriente.
'Todos los lunes te tomas una pastilla para poder acudir al aula', le dice el profesor Rainer Wenger a su mujer, profesora también. El maestro que consigue, al fin, la atención de los alumnos, su motivación y su seguimiento incondicional: un sueño. Al final, una pesadilla. Cuidado con abrir la caja de los truenos. Volverán banderas...
Una película muy interesante.
miércoles, noviembre 03, 2010
"Himalaya", de Eric Valli
Película que tiene el honor de ser la primera película nepalí nominada al Oscar a la mejor película extranjera. Pero como exponente de lo que debe ser la cinematografía del Nepal, no creo que sea un buen ejemplo: la coproducción francesa (que debe ser casi total: la película tiene pinta de haber costado sus buenos francos) invade los créditos: director, productores, guionistas, todos los técnicos, la banda sonora. Todo francés menos los actores, claro. Desde el comienzo tiene pinta de documental de National Geographic, no en vano su director ha trabajado (me cuenta la wikipedia) como fotógrafo para la famosa Society durante la mayor parte de su carrera. Pinta de documental y más tarde de cuento infantil, de tradición oral embellecida por siglos de contarla: la acción puede transcurrir en época actual o ser del siglo III a.C.: no hay ningún signo de modernidad en las imágenes.
La historia se inicia con una caravana (mucho pelo de yak en los fotogramas) que regresa a un pueblo aislado del Himalaya. Retorna con el cadáver del jefe del poblado que ha muerto durante el viaje: angostos desfiladeros que atraviesan la tierra yerma y desierta del techo del mundo. Al parecer el cargo de jefatura debe ser hereditario, de modo que el padre del jefe muerto (antiguo jefe a su vez, llamado Tinle) quiere que sea su nieto Passang el ocupante del trono, frente a otro pretendiente local, Karma, que parece más dotado para guiar caravanas por las montañas y ser el reyezuelo de esta pobre gente: a falta de democracia, la ley del más fuerte. Al difunto, de momento, entierro ritual: despedazar el cadáver y que se lo coman los buitres: eso sí que es un funeral ecológico.
A los cinco minutos de empezar estoy tentando de dejar que el DVD pase a mejor vida: el doblaje al castellano resulta pueril, diálogos new age, no te crees que la gente común hable de esa forma. Pero ya que este título lo mencionó un amigo del que fiarse, le daremos una oportunidad: cambiar a versión original subtitulada resulta ser un acierto, como la mayoría de las veces: parece mentira lo bonito que es el nepalí bien entonado, fíjate tú.
Asistiremos a una incruenta guerra carlista entre Tinle y Karma. El primero representa la tradición y la superstición y quiere mantener sus privilegios a toda costa (viejo mezquino) y el segundo da muestras de iniciativa y pragmatismo aunque tampoco parezca, precisamente, un revolucionario del Mayo francés. De todos modos este último será el que se lleve mis simpatías. La cinta se ve como una película de aventuras (de esas para ver "en familia": ay, que calificativo más cruel) entretenida y bonita. La vida del ser humano que pasa penalidades sin cuento para sobrevivir en los medios más inhóspitos recibe en esta ocasión un punto de vista idealizado y amable: catarsis final y son los dioses los que vencen, lamentablemente. Sociedades ancladas en religiones ancestrales y en ritos ininteligibles de adivinación y culto a las fuerzas de la naturaleza.
Recomendación por recomendación: "A time for drunken horses" de Bahman Ghobadi (sí, el director de "Las tortugas también vuelan"). En esa salen caravanas que atraviesan montañas, como en "Himalaya", pero son caravaneros más acordes a la realidad. Lamentablemente, también.
La historia se inicia con una caravana (mucho pelo de yak en los fotogramas) que regresa a un pueblo aislado del Himalaya. Retorna con el cadáver del jefe del poblado que ha muerto durante el viaje: angostos desfiladeros que atraviesan la tierra yerma y desierta del techo del mundo. Al parecer el cargo de jefatura debe ser hereditario, de modo que el padre del jefe muerto (antiguo jefe a su vez, llamado Tinle) quiere que sea su nieto Passang el ocupante del trono, frente a otro pretendiente local, Karma, que parece más dotado para guiar caravanas por las montañas y ser el reyezuelo de esta pobre gente: a falta de democracia, la ley del más fuerte. Al difunto, de momento, entierro ritual: despedazar el cadáver y que se lo coman los buitres: eso sí que es un funeral ecológico.
A los cinco minutos de empezar estoy tentando de dejar que el DVD pase a mejor vida: el doblaje al castellano resulta pueril, diálogos new age, no te crees que la gente común hable de esa forma. Pero ya que este título lo mencionó un amigo del que fiarse, le daremos una oportunidad: cambiar a versión original subtitulada resulta ser un acierto, como la mayoría de las veces: parece mentira lo bonito que es el nepalí bien entonado, fíjate tú.
Asistiremos a una incruenta guerra carlista entre Tinle y Karma. El primero representa la tradición y la superstición y quiere mantener sus privilegios a toda costa (viejo mezquino) y el segundo da muestras de iniciativa y pragmatismo aunque tampoco parezca, precisamente, un revolucionario del Mayo francés. De todos modos este último será el que se lleve mis simpatías. La cinta se ve como una película de aventuras (de esas para ver "en familia": ay, que calificativo más cruel) entretenida y bonita. La vida del ser humano que pasa penalidades sin cuento para sobrevivir en los medios más inhóspitos recibe en esta ocasión un punto de vista idealizado y amable: catarsis final y son los dioses los que vencen, lamentablemente. Sociedades ancladas en religiones ancestrales y en ritos ininteligibles de adivinación y culto a las fuerzas de la naturaleza.
Recomendación por recomendación: "A time for drunken horses" de Bahman Ghobadi (sí, el director de "Las tortugas también vuelan"). En esa salen caravanas que atraviesan montañas, como en "Himalaya", pero son caravaneros más acordes a la realidad. Lamentablemente, también.
domingo, octubre 31, 2010
"Pa negre", de Agustí Villaronga
Se puede decir que el cine español en torno a la Guerra Civil conforma un género propio. Si a ese género le añadimos el con niño, aparece un subgénero con bastantes componentes. A vuela pluma me salen: "El año de las luces" de Fernando Trueba, "El espinazo del diablo" y "El laberinto del fauno" de Guillermo del Toro, "La lengua de las mariposas" de José Luis cuerda, "Las bicicletas son para el verano" de Jaime Chávarri, "El viaje de Carol" de Imanol Uribe", etc. La guerra siempre en el fuera de campo, siempre en el pasado o en el presente, siempre leitmotiv poderoso: las películas de la guerra civil española se caracterizan por ser un género que, aunque trata de una guerra, esa guerra, el conflicto bélico como tal, nunca aparece: las víctimas cinematográficas casi siempre pertenecen a la población civil, a los vencidos, a los represaliados sin piedad: no hay campos de batalla, no hay llanuras bélicas y sí algún páramo de asceta.
Niños que se acercan a la edad adulta y, por tanto, se obtienen películas de iniciación: el despertar sexual de muchachos que miran embobados a sus primas o a sus compañeras de pupitre, al que se le suma el despertar de la conciencia en respuesta al ejemplo de algún cercano idealista. Si bien la primera fase de la niñez es impermeable a todo lo que le pasa a los mayores, llegada cierta edad uno se empieza a dar cuenta de todo y la guerra (o la posguerra implacable: infinita sed de sangre) genera suficientes dramas familiares como para que un niño se vea afectado psicológicamente por ellos. La ignorancia y el desentendimiento infantil ceden paso a las ganas de saber y de comprender. En "Pa negre" Andreu, el joven protagonista, acabará sabiendo demasiado y el mundo de su infancia se desmoronará irremediablemente: "Pa negre" es la película de ese terrible descubrimiento.
El comienzo de la cinta presenta un violento asesinato y poco después un carromato despeñándose, arrastrando en su caída al caballo que tira de él y a un inesperado pasajero: la crudeza, el fotograma sucio, la bajeza moral que se hará presente durante toda la proyección (el pan negro es el destino de los condenados, de los derrotados) frente a algún vano intento de reflejar la vida amable, bucólica y tranquila de los payeses de una masía catalana: lo que es y lo que pudo haber sido. Ese asesinato y desvelar a quién se esconde detrás de su posible ejecutor (Pitorliua, nombre de fantasma o de bandido, de protagonista de cuento al amor de la lumbre), conducirán esta alegoría cinematográfica del vencido que, como de costumbre, mostrará las vilezas del vencedor. Los curas, los fascistas, los ricos: ninguno era bueno. Pero en esta ocasión se abandona cualquier animo maniqueo para mostrar que ni siquiera los buenos lo eran tanto, aunque esa deconstrucción de los personajes acabará pareciendo forzada, poco creíble: no es fácil convertir a seres sensibles en cabrones despiadados, sobre todo si durante toda la película se ha insistido vehementemente en su bondad.
Al final, ni siquiera el pobre Andreu era bueno.
Niños que se acercan a la edad adulta y, por tanto, se obtienen películas de iniciación: el despertar sexual de muchachos que miran embobados a sus primas o a sus compañeras de pupitre, al que se le suma el despertar de la conciencia en respuesta al ejemplo de algún cercano idealista. Si bien la primera fase de la niñez es impermeable a todo lo que le pasa a los mayores, llegada cierta edad uno se empieza a dar cuenta de todo y la guerra (o la posguerra implacable: infinita sed de sangre) genera suficientes dramas familiares como para que un niño se vea afectado psicológicamente por ellos. La ignorancia y el desentendimiento infantil ceden paso a las ganas de saber y de comprender. En "Pa negre" Andreu, el joven protagonista, acabará sabiendo demasiado y el mundo de su infancia se desmoronará irremediablemente: "Pa negre" es la película de ese terrible descubrimiento.
El comienzo de la cinta presenta un violento asesinato y poco después un carromato despeñándose, arrastrando en su caída al caballo que tira de él y a un inesperado pasajero: la crudeza, el fotograma sucio, la bajeza moral que se hará presente durante toda la proyección (el pan negro es el destino de los condenados, de los derrotados) frente a algún vano intento de reflejar la vida amable, bucólica y tranquila de los payeses de una masía catalana: lo que es y lo que pudo haber sido. Ese asesinato y desvelar a quién se esconde detrás de su posible ejecutor (Pitorliua, nombre de fantasma o de bandido, de protagonista de cuento al amor de la lumbre), conducirán esta alegoría cinematográfica del vencido que, como de costumbre, mostrará las vilezas del vencedor. Los curas, los fascistas, los ricos: ninguno era bueno. Pero en esta ocasión se abandona cualquier animo maniqueo para mostrar que ni siquiera los buenos lo eran tanto, aunque esa deconstrucción de los personajes acabará pareciendo forzada, poco creíble: no es fácil convertir a seres sensibles en cabrones despiadados, sobre todo si durante toda la película se ha insistido vehementemente en su bondad.
Al final, ni siquiera el pobre Andreu era bueno.
miércoles, octubre 27, 2010
"Vampyr", de Carl Theodor Dreyer
Una vampiro, en esta ocasión, como la que aparece en el fantástico dibujo de Tomas Serrano: los finos dientes de la Carmilla de Sheridan Le Fanu y la oscuridad que vela los contornos de las formas en los fotogramas de Dreyer: el color gris se derrama en el celuloide hasta ocultar casi por completo la imagen reflejada.
Un joven explorador de lo siniestro, Allan Grey, llega a un pueblo atenazado por la sed de una anciana nosferatu. Una posada inquietante, una casona siniestra, un molino ejecutor y, cómo no, un castillo. Jardines y bosques donde apenas se insinúan las figuras de los personajes: iluminación insuficiente en los exteriores, potenciando la textura neblinosa. Los interiores no, esa parte del rodaje permite disfrutar de decorados cuidados al detalle (al parecer los ayudantes de Dreyer se dedicaron a cazar arañas para lograr telarañas auténticas en las paredes): calaveras y diablillos.
Un doctor y un soldado con una pata de palo, siervos inmisericordes: no hay vampiro sin un Renfield cerca: ¿dónde está mi sangre?, pregunta el incauto Allan. El señor del castillo es abatido a tiros y sus hijas, Léone y Giséle, serán presas fáciles. Léone agoniza en su cama, desangrada en vida: el rostro se trasfigura hasta mostrar la corrupción del alma que aparecerá cuando se cobre la herencia del vampiro, una de las imágenes más extraordinarias e impresionantes de la cinta. El rapto de Giséle propicia el viaje astral de Allan en el que asiste a su propio enterramiento (entre "Buried" de Rodrigo Cortés, "La obsesión" de Roger Corman y ésta, este mes tengo sobredosis de ataúdes llenos de vivos, que no de muertos): la trama de esta película no ofrece senderos fáciles de seguir para el espectador, no se busca continuidad entre escenas, reforzando su carácter onírico, irreal. Efectos de sombras fantasmagóricas, movimientos de cámara en secuencias largas, hipnóticas: lenguajes cinematográficos en eclosión. Entre dos mundos, el mudo y el sonoro, después del rodaje se incluyeron en doblaje algunas frases, muy pocas, que conforman un escaso conjunto de diálogos surrealistas.
Un antiguo libro cuenta la historia de Marguerite Chopin, la peor de las plagas. Esas páginas serán la receta implacable para atajar la epidemia.
Al principio de la película aparece un campesino portando una guadaña: la muerte que pone fin a todo.
O no.
Un joven explorador de lo siniestro, Allan Grey, llega a un pueblo atenazado por la sed de una anciana nosferatu. Una posada inquietante, una casona siniestra, un molino ejecutor y, cómo no, un castillo. Jardines y bosques donde apenas se insinúan las figuras de los personajes: iluminación insuficiente en los exteriores, potenciando la textura neblinosa. Los interiores no, esa parte del rodaje permite disfrutar de decorados cuidados al detalle (al parecer los ayudantes de Dreyer se dedicaron a cazar arañas para lograr telarañas auténticas en las paredes): calaveras y diablillos.
Un doctor y un soldado con una pata de palo, siervos inmisericordes: no hay vampiro sin un Renfield cerca: ¿dónde está mi sangre?, pregunta el incauto Allan. El señor del castillo es abatido a tiros y sus hijas, Léone y Giséle, serán presas fáciles. Léone agoniza en su cama, desangrada en vida: el rostro se trasfigura hasta mostrar la corrupción del alma que aparecerá cuando se cobre la herencia del vampiro, una de las imágenes más extraordinarias e impresionantes de la cinta. El rapto de Giséle propicia el viaje astral de Allan en el que asiste a su propio enterramiento (entre "Buried" de Rodrigo Cortés, "La obsesión" de Roger Corman y ésta, este mes tengo sobredosis de ataúdes llenos de vivos, que no de muertos): la trama de esta película no ofrece senderos fáciles de seguir para el espectador, no se busca continuidad entre escenas, reforzando su carácter onírico, irreal. Efectos de sombras fantasmagóricas, movimientos de cámara en secuencias largas, hipnóticas: lenguajes cinematográficos en eclosión. Entre dos mundos, el mudo y el sonoro, después del rodaje se incluyeron en doblaje algunas frases, muy pocas, que conforman un escaso conjunto de diálogos surrealistas.
Un antiguo libro cuenta la historia de Marguerite Chopin, la peor de las plagas. Esas páginas serán la receta implacable para atajar la epidemia.
Al principio de la película aparece un campesino portando una guadaña: la muerte que pone fin a todo.
O no.
lunes, octubre 18, 2010
"Prospero's Books", de Peter Greenaway
"La tempestad" de William Shakespeare vista por el ojo barroco de Greenaway.
John Gielgud es Próspero, protagonista y narrador, voz única ideal shakesperiana para todos los personajes, una declamación que por sí misma vale el precio de la entrada. Michael Nyman, en su última colaboración con el director galés, aporta la que probablemente sea su mejor banda sonora. La danza hipnótica de Calibán, las piruetas de los tres Ariel, los cantos operísticos de las diosas y un travelín eterno que acompaña el desfile incesante de duendes y de hombres. El cine de Greenaway es excesivo y genial.
'...sabiendo cuánto amaba yo mis libros, me surtió
de volúmenes de mi propia biblioteca
que yo estimaba en más que mi ducado.'
¿Cuáles serían esos libros tan preciados? Próspero, el caído Duque de Milán, el alquimista, el sabio, personaje de una época en que magia y ciencia se mezclan y son un camino recto hacia el cadalso: al final arrojará sus libros al mar, triste final para las maravillas desplegadas en el celuloide, pero probable coartada del dramaturgo inglés para evitarse problemas inquisitoriales.de volúmenes de mi propia biblioteca
que yo estimaba en más que mi ducado.'
'Pero aquí abjuro de mi áspera magia
y cuando haya, como ahora, invocado
una música divina que, cumpliendo mi
deseo, como un aire hechice sus sentidos,
romperé mi vara, la hundiré a muchos pies
bajo la tierra y allí donde jamás bajó la sonda
yo ahogaré mi libro.'
Peter Greenaway pincela la escena hasta el último detalle, poblando vastas estancias palaciegas de ninfas y elfos desnudos, de bandejas llenas de manjares, de fuentes y columnas, de sombras profundas y de luces de colores intensos. Y lo llena el doble: la película será pionera en manipular digitalmente la imagen superponiendo planos de animaciones de los libros de Próspero: fotogramas saturados donde ya no cabe ni un alfiler.John Gielgud es Próspero, protagonista y narrador, voz única ideal shakesperiana para todos los personajes, una declamación que por sí misma vale el precio de la entrada. Michael Nyman, en su última colaboración con el director galés, aporta la que probablemente sea su mejor banda sonora. La danza hipnótica de Calibán, las piruetas de los tres Ariel, los cantos operísticos de las diosas y un travelín eterno que acompaña el desfile incesante de duendes y de hombres. El cine de Greenaway es excesivo y genial.
miércoles, octubre 13, 2010
"Carancho", de Pablo Trapero
El animal que más quiero es el buitre carroñero, rimaba fácil Robe Iniesta: el fraude es el único modo cabal de ganarse la vida en un sistema económico podrido hasta el tuétano: los despojos del pelotazo. Supervivientes en una jungla de hormigón y cristal, infelices vocacionales ahogándose en una noche infinita de desesperación insomne. Paisaje urbano nocturno, desnaturalizado, sin posibilidad de escape: la ciudad moderna es cárcel también. Sanidad de arrabal, hospitales de combate, de azulejos mugrientos y flourescentes temblorosos: la otra cara del sanatorio pijo del "Dr. House". Poca luz y mucho primer plano para que resalten las ojeras, las cicatrices: las llagas y el dolor: estética rotunda.
Ambulancias de emergencias lanzadas por avenidas en las que las farolas marcan los bordes del circuito, como en "Al límite" de Martin Scorsese. Animales noctámbulos que se cruzan: una médica novata abriéndose camino a base de dedicar más horas al trabajo que a la vida y un abogado de seguros al que se le han cerrado ya la mayoría de las puertas. Personajes bipolares: doctora con hábitos "inyectables" y jurista miserable y canalla pero con buen fondo.
El romance está servido (aunque poco elaborado, la verdad: un tanto facilón) y los ingredientes parecen ser de los que dan para una buena película (¿mencioné la estética?). El problema es que no se trata de una película: son dos (¿mencioné bipolar?) y la segunda es bastante mala. Tras un suceso dramático, mediada la proyección, la trama deja de avanzar a diálogos para empezar a avanzar a hostias. Al director se le va la mano y llega un punto en que, con tanta sangre y tanto coche, no se sabe si se han equivocado al empalmar los rollos en la cabina de proyección y se está viendo "Crash" de David Cronenberg. Cheee, te pasaste con el ketchup. Un camino salvaje que nos permite ver a un oficinista casposo transformado en el yellow bastard de Sin City, a un doctor en leyes manejando archivadores con la soltura de un picapedrero y a una pareja lanzada a la perdición emulando "Bonnie and Clyde" de Arthur Penn. Tantos años estudiando medicina, tanto leer legajos de derecho, para terminar así. No hay nada peor en el cine que que no te creas una película, comenta mi compañera de butaca. El espectador se desconecta, el interés se diluye: así es.
A Pablo Trapero, del que he leído críticas muy buenas, le buscaré en otras. Esta no llegó.
Ambulancias de emergencias lanzadas por avenidas en las que las farolas marcan los bordes del circuito, como en "Al límite" de Martin Scorsese. Animales noctámbulos que se cruzan: una médica novata abriéndose camino a base de dedicar más horas al trabajo que a la vida y un abogado de seguros al que se le han cerrado ya la mayoría de las puertas. Personajes bipolares: doctora con hábitos "inyectables" y jurista miserable y canalla pero con buen fondo.
El romance está servido (aunque poco elaborado, la verdad: un tanto facilón) y los ingredientes parecen ser de los que dan para una buena película (¿mencioné la estética?). El problema es que no se trata de una película: son dos (¿mencioné bipolar?) y la segunda es bastante mala. Tras un suceso dramático, mediada la proyección, la trama deja de avanzar a diálogos para empezar a avanzar a hostias. Al director se le va la mano y llega un punto en que, con tanta sangre y tanto coche, no se sabe si se han equivocado al empalmar los rollos en la cabina de proyección y se está viendo "Crash" de David Cronenberg. Cheee, te pasaste con el ketchup. Un camino salvaje que nos permite ver a un oficinista casposo transformado en el yellow bastard de Sin City, a un doctor en leyes manejando archivadores con la soltura de un picapedrero y a una pareja lanzada a la perdición emulando "Bonnie and Clyde" de Arthur Penn. Tantos años estudiando medicina, tanto leer legajos de derecho, para terminar así. No hay nada peor en el cine que que no te creas una película, comenta mi compañera de butaca. El espectador se desconecta, el interés se diluye: así es.
A Pablo Trapero, del que he leído críticas muy buenas, le buscaré en otras. Esta no llegó.
lunes, octubre 11, 2010
"Buried", de Rodrigo Cortés
Un hombre enterrado vivo: una historia rodada por completo en el interior de un ataúd. La sinopsis conocida antes de ver esta película hace que la primera pregunta en aparecer sea si la película logrará mantenerse a flote durante la hora y media de duración anunciada. Mantener la cámara en un espacio tan reducido, rodando el previsible sufrimiento de la víctima, su angustia y su desesperación, se antoja un intervalo de posibilidades dramáticas tan estrecho como la caja en la que está confinado el protagonista. Por suerte hace un par de décadas que se inventaron los teléfonos móviles: canal de comunicación inmediata con el fuera de campo, con el resto de nombres de los créditos: el actor Ryan Reynolds (una actuación meritoria más allá del esfuerzo físico que debe haber realizado al pasar tantas horas encajonado: el chico debe estar el forma: al menos marcaba musculito en la otra película en la que recuerdo haber visto esa cara, "Blade: Trinity" de David S. Goyer) acompañado de una docena de voces, además de la breve aparición de una chica en un vídeo recibido en un móvil. Cobertura, batería, llamadas perdidas, número oculto: vocabulario tecnológico de principio de milenio que, bien administrado, puede ser ingrediente de primer orden para el mejor suspense cinematográfico: la trama apura hasta la hez los recursos disponibles para arrastrar al espectador en un ritmo vertiginoso. Claustrofóbicos abstenerse: es imposible no ponerse en la piel del personaje en ciertos momentos de la cinta: hiperventilación y palpitaciones.
Voces al otro lado de la línea, soledad a este lado. Solo, el hombre solo, metáfora del hombre en crisis abandonado a su suerte por gobiernos y empresas. Hombres solos que devoran a otros hombres solos mientras los líderes evalúan los costes y minimizan las perdidas. El director Rodrigo Cortés (al parecer es gallego de nacimiento, aunque yo le conozco como paisano salmantino: actuaba en un trío humorístico, absurdo e irreverente, llamado "Las tres gracias" que hacían sus apariciones en el mítico "Café teatro de la Vega": noches de reír hasta llorar en un teatro de variedades cabaretero y genial) y el guionista Chris Sparling aprovechan la ocasión para mandar mensajes nada subliminales a un mundo convulsionado a escala global. La película es compleja a nivel técnico, complicada de rodar, pero eso no ha sido excusa para descuidar la historia, todo lo contrario, una trama impecable. Merecerá la pena verla en versión original aunque el doblaje realizado es muy bueno. Y del final mejor no avanzar nada: suenan aplausos al final de la proyección: será que el director juega en casa. Será que es una buena película.
El miedo a ser enterrado vivo, un terror muy común en siglos pasados en los que para la medicina era complicado determinar, en algunos casos, la muerte cierta del finado. Por si acaso incluyan en sus últimas voluntades llevar el teléfono móvil (total, ya no lo sacamos del bolsillo nunca: lo más probable es que en la funeraria se olviden de sacarlo) en el postrer viaje en vez de las monedas para pagar al barquero. Y que la batería esté bien cargada, claro.
Voces al otro lado de la línea, soledad a este lado. Solo, el hombre solo, metáfora del hombre en crisis abandonado a su suerte por gobiernos y empresas. Hombres solos que devoran a otros hombres solos mientras los líderes evalúan los costes y minimizan las perdidas. El director Rodrigo Cortés (al parecer es gallego de nacimiento, aunque yo le conozco como paisano salmantino: actuaba en un trío humorístico, absurdo e irreverente, llamado "Las tres gracias" que hacían sus apariciones en el mítico "Café teatro de la Vega": noches de reír hasta llorar en un teatro de variedades cabaretero y genial) y el guionista Chris Sparling aprovechan la ocasión para mandar mensajes nada subliminales a un mundo convulsionado a escala global. La película es compleja a nivel técnico, complicada de rodar, pero eso no ha sido excusa para descuidar la historia, todo lo contrario, una trama impecable. Merecerá la pena verla en versión original aunque el doblaje realizado es muy bueno. Y del final mejor no avanzar nada: suenan aplausos al final de la proyección: será que el director juega en casa. Será que es una buena película.
El miedo a ser enterrado vivo, un terror muy común en siglos pasados en los que para la medicina era complicado determinar, en algunos casos, la muerte cierta del finado. Por si acaso incluyan en sus últimas voluntades llevar el teléfono móvil (total, ya no lo sacamos del bolsillo nunca: lo más probable es que en la funeraria se olviden de sacarlo) en el postrer viaje en vez de las monedas para pagar al barquero. Y que la batería esté bien cargada, claro.
lunes, octubre 04, 2010
Libro. "The Stanley Kubrick Archives", de Alison Castle (Ed.)
Delicatessen de papel: la delicia de cualquier admirador (yo mismo) de la obra cinematográfica de uno de los más grandes.
Tanto criticar la Iglesia católica, la religión... Resulta que también tienen sus cosas buenas, por supuesto. Por ejemplo, el día del santo de uno (siempre que te regalen algo, claro).
Gracias familia, y alegraos de que me diera por el cine. Si me hubiera dado por el thrash metal o por la escultura megalítica, sería mucho peor.
Por cierto, dónde pongo ahora este pedazo de libro: de pie parece el monolito de 2001.
Tanto criticar la Iglesia católica, la religión... Resulta que también tienen sus cosas buenas, por supuesto. Por ejemplo, el día del santo de uno (siempre que te regalen algo, claro).
Gracias familia, y alegraos de que me diera por el cine. Si me hubiera dado por el thrash metal o por la escultura megalítica, sería mucho peor.
Por cierto, dónde pongo ahora este pedazo de libro: de pie parece el monolito de 2001.
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