lunes, agosto 02, 2010

"Toy Story 3", de Lee Unkrich


Anoche pasé frío y me desenamoré un poco.
Anoche pasé frío y fui poeta.
Anoche, mientras mi carne se helaba
y mi alma en mi cuerpo se escondía,
vi como mi amor para ti
era un juguete pasado ya de moda que ya nada valía.
Cualquier amanecer echarán
al viejo juguete de mi amor a un carro de basura,
y alejándose en la amarga soledad
oirá al carretero dar palos a su mula
que todo se lo da por un poco de paja
y, a veces, pochas uvas.
Y estaré allí donde ya nada vale nada
hasta que algún día una dulce gitanilla,
con mocos y pecas en la cara,
limpie con su manga grasienta
la suciedad que la sociedad pegó a mi alma;
y volveré a ser un juguete reluciente de amor y de alegría.

"Juguete de amor", Manolo Chinato

En los últimos años no hay verano en el que Pixar no dé una alegría cinematográfica: hace tres "Ratatouille", hace dos "Wall-E", el año pasado "Up" y ahora de nuevo una sonora campanada. La compañía del flexo saltarín se inició en la animación informatizada hace ya quince años con el primer "Toy Story", las aventuras de Woody y Buzz Lightyear que ahora ven estrenada la tercera parte de una saga que ha mantenido una frescura envidiable y nada fácil de lograr: que se lo pregunten al pobre "Shrek", buque insignia de la otra gran compañía competidora en esto de los dibujos animados blockbuster, Dreamworks: el ogro verde es sacado de nuevo de la ciénaga y arrastrado a una cuarta parte (se anuncia la quinta) que no he visto pero lo que he leído en la crítica no son ciertamente elogios. A Pixar, por lo visto en los últimos años, no le ha pasado factura su compra por Disney en el año 2006, ni mucho menos: parece que se mantiene el alto nivel de creación (si funciona no lo toques, no lo vayas a romper) y a cambio el ratón Mickey renueva su colosal zoológico de criaturas, ya un tanto acartonado, con el catálogo Pixar, mucho más cool, y amplía su merchandising con las enormes posibilidades que ofrece una película basada, precisamente, en juguetes.
¿Quién no ha hablado con un juguete cuando era un niño? ¿Quién no le ha puesto nombre a un muñeco y ha apoyado su imaginación en ese objeto para formar una historia, una aventura? "Toy Story 3", al igual que sus antecesoras, lleva a la pantalla los cuentos que cualquiera ha podido pergeñar en su infancia, rodeado de un montón (tambores redondos de detergente Colón llenos de cacharros) de muñequitos o piezas de construcción, en una tarde anodina tirado en el suelo de la habitación, en el balcón de casa, en la arena del parque: la ilimitada producción de fantasía que desechamos inconscientemente al cumplir años y que nunca volveremos a poseer. Juguetes rotos que nunca se tiraban porque un camión sin ruedas puede ser un barco o un geyperman cojo puede ir volando a todas partes. Cualquiera que haya jugado alguna vez, podrá identificarse afectivamente con el trasfondo sentimental de "Toy Story": juguetes abandonados en esta ocasión: los guardas, los regalas o los tiras, que ya eres mayor para estas cosas.
Pero la clave del éxito de la saga reside en hacer que las aventuras de este heterogéneo grupo de cachivaches sean tan emocionantes y espectaculares como si estuviéramos viendo al mismísimo Indiana Jones en vez de a Woody el sheriff de trapo: situaciones límite, de escapatoria imposible, de las que la panda de juguetes logra salir a base de amistad, sacrificio y, por supuesto, trabajo en equipo combinando las habilidades intrínsecas de cada cual: de perros muelle a señores Patata desmontables. En "Toy Story 3" una guardería de niños se convierte en la más atroz prisión de Alcatraz y un vertedero de basuras puede producir un clímax dramático tan intenso como el de Terminator a punto de caer en la fundición (esa escena donde los martillos golpean el yunque de la banda sonora mientras la cinta transportadora se dirige sin piedad hacia el incinerador... fantástica). Entre otros nuevos personajes tenemos a Ken, el amigo de Barbie, carne de psicoanalista. También aparece un oso amoroso que puede ser tan implacable como Don Vito Corleone o un Nenuco desechado haciendo del matón más fiero. Vaya, tiene buena pinta.
Y encima en el cine en verano está uno tan fresco.

domingo, agosto 01, 2010

Memorias. "París no se acaba nunca", de Enrique Vila-Matas

En nuestro caso París se acabó el viernes: Disneylandia se acabó unos días antes (Disneylandia no existe ya para ti, susurraban "Los burros" de Manolo García y Quimi Portet) aunque de primeras parecía que no se iba a acabar nunca: carrusel girando hasta el infinito... y más allá. Pero París no se acaba nunca, Vila-Matas tiene razón. De hecho aún no he terminado el libro así que la genial ironía que lo llena me acompañará durante un breve tiempo, prolongando la sensación de seguir caminando a orillas del Sena.
Enrique Vila-Matas habla de los dos años de su juventud (pobre e infeliz) que vivió en una buhardilla que le tenia alquilada Marguerite Duras: si de entrada esa es la casera, no sorprenderá que el anecdotario autobiográfico que ofrece el escritor esté repleto de nombres increíbles. Época de iniciación como escritor, llegó a París en 1974 buscando a Hemingway: el deseo de ser Hemingway, como un tópico de bohemia e inspiración literaria: el extranjero que conquista París. Pero la fiesta no era como la contaba el Nobel estadounidense: viajar aspirando los recuerdos de otros siempre produce una insatisfacción ineludible. Recuerdos que además siempre son falsos (léase el capítulo 71, cuando Enrique Vila-Matas asiste a una conferencia secreta de Jorge Luis Borges -nada menos- explicando la falsedad del pasado y la inexistencia del futuro) pero que en cualquier caso será mejor que lo que nosotros podamos encontrar en el camino: la literatura siempre es mejor que la realidad (bueno, hay escritores que logran empobrecer la realidad, que ya es complicado, pero este no es el caso). Eso sí, a nosotros, viajeros anónimos, nos queda la fortuna de poder encontrar cosas que conocíamos por una foto o por un escrito y que ahora vemos de verdad, haciéndonos contener el aliento, deteniendo el tiempo por un instante: la Torre Eiffel, un cuadro de Chagall, la maleta de Duchamp. Para qué contar si hay tanto que ver. Comprar el relato "Cat in the rain" de Hemingway en "Shakespeare & Co" porque Vila-Matas habla de él en el libro. Pasear llenando la retina: París te acompañará toda la vida.
Siempre que viajo (poco) procuro llevarme un libro que trascurra en el sitio al que voy. La primera vez que fui a París me acompañé de una biografía de Man Ray: Montparnasse, dadaísmo y surrealismo. Ahora, esta "conferencia" de Vila-Matas: mucha literatura y mucho cine (aquella fiesta en la que esperó que Isabelle Adjani -nada menos, también- se enamorara de él). Ya veremos a quién me llevo en la siguiente ocasión. Ojalá.

viernes, julio 23, 2010

"A quemarropa", de John Boorman

En medio de un golpe, un delincuente (Lee Marvin) es traicionado por su novia (Sharon Acker) y por su compinche en el delito (John Vernon) que además es el mejor amigo de él, claro, y su chica y su colega están liados, por supuesto: tú que te las dabas de profesional, tío duro que se las sabe todas, que las ha visto de todos los colores y resulta que te la estaban pegando delante de tus narices. Dos tiros y dejarlo por muerto: 93.000 dolares a repartir entre uno. El escenario de la traición es la cárcel de Alcatraz, ya abandonada por entonces (1967 es el año de producción de la película y la prisión se cerró en el año 1963) pero aún le quedaba cuerda para rato en el mundo cinematográfico. El mismo leitmotiv de engaño entre la pasión adultera y la avaricia criminal, dará para otra película moderna, que yo recuerde: "Payback", de Brian Helgeland, protagonizada por Mel Gibson: sonará porque la han echado por televisión varías veces: no esperes ver en la pequeña pantalla "A quemarropa" con la misma facilidad. Lamentablemente.
La puesta en escena recuerda mucho a la de "Harry el sucio" de Don Siegel, que es posterior, del año 1971: paisajes urbanos en amplios planos, esos enormes coches americanos lanzados a toda pastilla por la ciudad, francotiradores, matones trajeados, gangsters con oficinas en rascacielos, escenas de acción en parkings, canales, azoteas, bajos de los puentes de las autopistas. En muchos aspectos "A quemarropa" puede ser precursora: contiene muchos elementos que se van a repetir mil veces en el cine policíaco de los 70. Sin embargo lo que resulta más original en esta cinta es su montaje, lleno de constantes saltos en el tiempo que sirven para mostrar lo que está pensando el personaje, su motivación vengativa, la mente del asesino que vuelve del otro lado para ajustar cuentas.
En su regreso va a tener como aliada a la hermana de su antigua novia, interpretada por Angie Dickinson, que también quiere desquitarse con el infame John Vernon, a la sazón amante de ambas hermanas: del trío amoroso está película pasa al cuarteto sin inmutarse. La interpretación de Angie Dickinson es magistral (en una escena le pega a Lee Marvin la mayor paliza que yo haya visto nunca en pantalla: o sea, nada de yo hago como que te doy una bofetada y tú das una palmada, no, una impresionante manta de hostias hasta que ella termina agotada en el suelo: el otro aguanta el temporal, claro, hard as a rock) por encima incluso de la actuación de Lee Marvin para el que la cumbre será, posiblemente, su papel en "Uno rojo: división de choque" de Samuel Fuller. Con John Boorman hará otra muy buena, "Infierno en el pacífico" en la que a Marvin le dará la réplica el gran Toshiro Mifune: enemigos mortales compartiendo la misma isla.
Y John Boorman tendrá que hacer más tarde, ya a principios de los ochenta, "Excalibur", esa mítica película. Épica artúrica inmortal.

martes, julio 20, 2010

"Gadjo dilo (El extranjero loco)", de Tony Gatlif

La traducción certera para "Gadjo dilo", sería "El payo loco": un francés es un extranjero en Rumanía, pero entre gitanos su condición de extranjero será permanente, aunque sean gitanos franceses (los gitanos siempre son gitanos y otra cosa, a falta de un país propio; hijos de Caín, siempre nómadas, siempre perseguidos).
La película comienza con un viajero caminando por un camino helado, campos cubiertos de nieve, una imagen que se agradece en esta tórrida noche de julio: da frío solo de verla. Si Yojimbo arrojaba una rama para saber en que dirección avanzar, este vagabundo gira con los ojos cerrados a la vez que aparecen los créditos en pantalla: el payo loco, un joven francés, Stéphane, que viaja para desvelar el enigma paterno: una cassette con el nombre Nora Luca que su padre escuchaba a todas horas, la voz de una mujer que canta una balada romaní, rasgando el aire a la vez que se rasgan las cuerdas del violín que la acompaña y se quiebra, también, el espíritu del hombre que la escucha; Nora Luca es una idea, un ideal de felicidad, un puerto inalcanzable.
El chico acaba viviendo en un campamento de gitanos después de una noche de borrachera fortuita con el gitano Izidor (el gran personaje de esta película, el que mejores momentos deja en los fotogramas). Llega allí como si el Dr. Livingstone, supongo, apareciera en un poblado zulú: aquí tu eres el extraño, aquí tu eres el ladrón: cuestión de minorías. Y si Emir Kusturica en la genial "El tiempo de los gitanos" dio una visión surrealista de la vida caló, la mirada de Tony Gatlif (francés nacido en Argelia y de raza gitana: mezcla y enriquece; dirige, escribe el guión y compone la música) tiende a ser más realista, más documental. Pero tratándose de gitanos el realismo, si lo hay, ha de ser desorbitado. Exageración de los sentimientos o incapacidad de controlarlos: la alegría más grande, la pena más honda: todo es excesivo en esa pasión por la vida. Celebración de lo efímero, exaltación del derroche (si hay boda hay que esconder los carromatos y sacar los Mercedes, vestirse de oro y mostrar las billeteras llenas). Gastarlo todo como si esta hora fuera la última: puedo morir si no terminamos esta botella. Arrojar los platos al suelo al bailar y hacer llover billetes sobre la cabeza de los músicos. El francés se queda en la aldea (¿"Bailando con lobos"?) vive como un gitano y se enamora de una gitana, claro. El payo quiere ser gitano y el gitano sólo quiere ser libre, con ese sentido innato de vivir el momento y mañana Dios dirá.
Pero basta ya de alegría de vivir y de romances interraciales. La Historia, con mayúscula, dice que no hay gitano bueno y que esta película tiene que acabar mal. O bien.
Muy buena película. Me la recomendó un payo que también se fue a vivir a otra tribu. Y tan feliz anda.

domingo, julio 18, 2010

"El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante", de Peter Greenaway

Peter Greenaway, pintor de películas. Barroco, recargado, exagerado y genial. La elegancia se mezcla con la escatología, la educación con la barbarie: un pintor de contrastes. La cocina del restaurante "Le Hollandais" (Rembrandt, Vermeer, constantes influencias en la obra cinematográfica del director galés; el cuadro que cuelga de la pared del comedor también es de otro holandés, "Banquete de los arcabuceros de San Jorge de Haarlem" ,de Frans Hals) se ilumina en verde hasta alcanzar el atuendo de los personajes que pasa a ser rojo en cuanto se abre la puerta del comedor y una luz de burdel invade la enorme estancia: en la cocina habita el cocinero, el artista, y su despensa es lugar propicio para los encuentros apresurados de la mujer del ladrón y su amante bibliófilo: el comedor, por el contrario, es el reino del ladrón, del villano y sus secuaces, el lugar donde está permitida la entrada a cualquiera que se permita pagar el precio del menú: el comensal es el encargado de transformar la creación en mierda. Greenaway hace está película a finales de los años ochenta, tras una década de thatcherismo: hay que romper algo (este director es rompedor y provocador, sin duda, poco dado a morderse la lengua: que se lo digan a Javier Tolentino que aquella noche de Viernes Santo pasó su calvario particular).
La iluminación, el vestuario, los decorados, hacen que el ambiente se sitúe por encima de la trama, que parece pasar a un segundo plano para dejar sitio al empacho estético. La música de Michael Nyman es compañera identificable e ineludible de las imágenes. Una y otra vez, una y otra vez, hasta alcanzar el clímax dramático de la cinta: el marido cornudo y la adultera desdichada alternan sus venganzas, un plato que dicen que se sirve frío. A mi me pareció que la carne estaba en su punto. Obra maestra.

Si alguien está interesado en lo que comentaba más arriba acerca del encuentro que mantuvieron Peter Greenaway y Javier Tolentino, el director de "El Séptimo Vicio" de Radio 3, aquí dejo el enlace al audio de aquel inolvidable (necesariamente) programa.

miércoles, julio 07, 2010

"El asesinato de un corredor de apuestas chino", de John Cassavetes

Entre el género de gansters y, un poco también o quizá el tema principal, el género musical: de un lado gangsters horteras de camisa solapón y pantalón de pata ancha y, por otro lado, un musical próximo al "Cabaret" de Bob Fosse, pero rebajando el glamour berlinés hasta dejarlo en club de striptease californiano con pretensiones: mucha teta y poco arte. Bares donde siempre es de noche y un buen momento para tomarse un whisky: el hábitat natural de Henry Chinaski: aquel bar de Stockton donde se lamentaba Billy Tully de su combate panameño en "Fat City" de John Huston o el ambiente de las "Malas calles" de Martin Scorsese. Estética rotunda.
El dueño del garito se llama Cosmo Vitelli, o sea, Ben Gazzara como protagonista absoluto en el papel cumbre de su carrera. Un fulano con suerte hecho a sí mismo, rodeado de bellezones, amo de su negocio, que se pringa por una deuda de juego y que, por su mala cabeza, tendrá que cargarse a un chino.
John Cassavetes se rodeaba de actores que podían interpretar impresionantes personajes de carácter, con vía libre a la improvisación. Ben Gazzara, Peter Falk, Gena Rowlands, que era la mujer de Cassavetes (inolvidable su pareja con Peter Falk en "Una mujer bajo la influencia"). De ellos, grandes actores, extrajo lo mejor. Cine independiente cuando nadie sabía que era eso, años antes de Sundance y de que Steven Soderbergh diera el campanazo con "Sexo, mentiras y cintas de video": libertad creativa para poner en fotogramas lo que uno quiera, sin rendir cuentas a nadie. Cassavetes pasó de puntillas por la taquilla en las películas que dirigió aunque como actor sí fue conocido por "Doce del patíbulo"de Robert Aldrich o "La semilla del diablo" de Roman Polanski. Sin embargo la crítica sí lo colocó en la cima en varias ocasiones. Esta es una de ellas.

martes, junio 29, 2010

"Hunter", de Michael Mann

El primer Dr. Hannibal Lecter cinematográfico resulta que se apellidaba Lecktor en vez de Lecter, según atestiguan los créditos del final de "Hunter". También resulta que aún no había llegado a tomar forma en el atildado, escalofriante, implacable y deslumbrador Anthony Hopkins. En su debut ante la cámara lo encarnó Brian Cox (conocido entre otros papeles por ser el jefe de Matt 'Bourne' Damon en la saga del amnésico superagente) que no pasará a la historia por ser el primero en hacer el papel del psiquiatra caníbal: tampoco tiene muchos minutos en el metraje: a esas alturas del asunto el doctor es aún un secundario. Lo mismo le va a suceder a su rival del FBI para la ocasión, William Petersen: no será recordado por "Hunter", pero si la gran pantalla no lo lanzó entonces a la fama, la pequeña pantalla lo ha hecho sobradamente: Gil Grissom de "C.S.I", nada menos. Estrella mundial.
A mediados de los ochenta Michael Mann arrasaba con la serie "Corrupción en Miami", imponiendo una estética que está muy presente en "Hunter" (cualquier seguidor de las aventuras televisivas de Sonny Crockett y Ricardo Tubbs se percatará de ello). La película es una adaptación de la novela "El dragón rojo" de Thomas Harris, primera de una saga literaria que continuará en "El silencio de los inocentes" (la llevaría al cine Jonathan Demme en la oscarizada "El silencio de los corderos") y culminará con "Hannibal" (aquí la adaptación al cine la conducirá Ridley Scott: directores de relumbrón para una saga literaria y cinematográfica de éxito).
"Hunter" es un thriller magnífico, lleno de tensión y suspense, con unas actuaciones soberbias: destaca la del malo de turno interpretado por Tom Noonan: psicópata kilométrico. Por si alguien quiere comparar resultados hay otra película más moderna basada en la misma novela, "El dragón rojo", dirigida por Brett Ratner y que tiene como protagonistas a Ralph Fiennes, Edward Norton y el propio Hopkins, pero no me gustó tanto como su hermana ochentera. Será nostalgia de aquellas inalcanzables playas de Florida, esas que tanto vimos y nunca fuimos.

viernes, junio 25, 2010

"Invictus", de Clint Eastwood

No hay por qué pedir que se cargue un puente, como imploraba Agustín Jiménez en su famoso monólogo sobre un tío que iba a ver "Los puentes de Madison" porque salía Harry y el individuo tenía la esperanza de que le alegraran el día (en esta no sale Clint, pero sale un Eastwood, Scott Eastwood: es el jugador que patea el drop que da la victoria a Sudáfrica en la final). Sin embargo "Invictus" es una película que se ve sin pena ni gloria, un contrasentido absoluto para una trama que se alimenta por un lado del odio racial inevitable tras décadas de dominio del tristemente célebre régimen apartheid sudafricano (la pena) y por otro lado de la increíble (por inesperada) victoria de los Springboks sobre los All Blacks en la final de la Copa del Mundo de Rugby de 1995 (la gloria).
Una película de conflictos sin ningún conflicto aparente: una transición tranquila de las que dejan fosas comunes colmadas en las cunetas: maté a palos a tu padre, violé a tu hermana y traté a tu madre como a una esclava: pelillos a la mar, que os hemos dado la democracia. Vamos a echar un partidillo.
Igual es que era el momento propicio para hacer una película sobre Sudáfrica, con el mundial de fútbol a la vuelta de la esquina. Igual es que Morgan Freeman estaba loco por hacer de Mandela y se llevó a Clint Eastwood al huerto. O a hacer un telefilme. Bueno, para eso están los amigos.

domingo, junio 20, 2010

"Ciudad de vida y muerte (Nanking! Nanking!)", de Lu Chuan

Fuimos a ver esta película en la semana de su estreno en España, pero no pudo ser. Es decir, compramos la entrada en taquilla, ocupamos el asiento que más nos gustó en un cine semivacío, esperamos tranquilamente el comienzo de la proyección y empezamos a ver la película: tenía bastante expectación por verla y últimamente es complicado encontrar un momento propicio para ir al cine: debe haber varios astros bien alineados y es una ocasión que no se debe desperdiciar: vamos a ver esta que dicen que es buena. Pero mediada la proyección mi acompañante decidió que ya había visto bastante: lo que no logró Lars Von Trier con su "Anticristo" lo consiguió un director chino, Lu Chuan, al mostrar eficazmente, con gran verosimilitud, las salvajadas cometidas por el ejército japonés cuando conquistaron la capital de China en el año 1937. Lógico, por otro lado: aquel danés contaba desvaríos de la mente, fábulas, mientras que este chino hablaba de realidad, de historia verídica: el infierno de la guerra, la actividad humana más terrible, la que asfixia a todas las demás: cuando hay guerra no hay otra cosa. Así que mejor dejar la película para otro día que encima hace buena tarde. Hala, vayámonos de paseo.
La primera mitad de "Ciudad de vida y muerte" es una buena película bélica (el libro "Esto es un infierno. Los personajes del cine bélico" de Guillermo Altares, es muy recomendable para empaparse del género), de las que siguen la estela que dejó marcada Spielberg en "Salvad al soldado Ryan". Is that you John Wayne? Is this me?, preguntaba Matthew Modine, Bufón, en "La chaqueta metálica": el estereotipo de héroe guerrero que conduce a la épica y llena las oficinas de reclutamiento, inmaculados buscadores de gloria que se creen capaces de resistir el ataque del enemigo hasta el último hombre: alcanzar la areté griega y después morir. Los chinos también tienen héroes, claro, y son capaces de ensalzar el patriotismo en sus fotogramas como han hecho los occidentales durante décadas. Quedó claro en esta película o en aquella buena película de guerra coreana llamada "Lazos de Guerra".
Pero cuando el "Duke" de turno desaparece de la pantalla y la violencia del combate deja paso a las despiadadas atrocidades llevadas a cabo por el bando victorioso contra los prisioneros, contra mujeres y niños (hasta la Primera Guerra Mundial incluida, el mayor número de víctimas en una guerra se producía siempre en el ejército: a partir de ese punto las estadísticas se invierten y la mayor mortalidad será de ahí en adelante para la población civil: el signo de los tiempos es delatador de la locura moderna), especialmente contra jóvenes chinas forzadas a formar Joy Divisions violadas por batallones de despiadados soldados japoneses, entonces el espectador empieza a removerse inquieto en su asiento: cientos de miles de muertos que eran cientos de miles de indefensos. Y no es que se haga hincapié en mostrar esas barbaridades en detalle, pero tampoco es necesario. En "La lista de Schindler" de Steven Spielberg, el comandante de un campo de concentración (impresionante actuación de Ralph Fiennes) se dedica al tiro al blanco, desde el balcón de su residencia, contra los prisioneros judíos dispersos por el recinto: recién levantado se desayuna cada mañana con unos cuantos asesinatos azarosos: la vida del vencido no vale nada para el ganador, más aún si el derrotado es considerado una raza inferior: los judíos para los nazis o los chinos para los japones: tu vida me pertenece y la piedad es un sentimiento que no se tiene con la escoria. Si la finalidad de esta película era trasmitirle al espectador la carga dramática de la guerra y la infinita crueldad que es capaz de manifestar el ser humano, en ese caso enhorabuena: misión cumplida.
He vuelto a ver la película, esta vez hasta el final. La he visto sólo, naturalmente.

domingo, junio 13, 2010

"Canino (Kynodontas)", de Yorgos Lanthimos

Experimentos educacionales: cójase un niño (preferentemente un hijo para no andar secuestrando a los de los demás, aunque ya es una barbaridad pensar que un hijo nos pertenece hasta ese extremo: padres bienintencionados juegan a ser dios) y apártesele de cualquier contacto con el mundo exterior y con la sociedad amenazante y depredadora. "El enigma de Kaspar Hauser" de Werner Herzog, "El show de Truman" de Peter Weir, "El bosque" de M. Night Shyamalan, son ejemplos que me vienen a la memoria, lo mismo que la certera comparación que hizo Babel introduciendo el mito de la caverna platónica en su excelente crítica de "Canino". Demiurgos que juegan con nuestra formación planteándonos temas que somos incapaces de verificar por nuestra experiencia directa e imponiéndonos barreras que nos conducen por el manso cauce de la sociedad moral: no salgas al bosque, que allí vive un monstruo homicida de largas garras. No salgas, no, que te va a comer el gato.
"El show de Truman" o "El bosque" generaban mundos históricos y daban saltos en el tiempo para que los protagonistas vivieran en una idealizada ciudad norteamericana de los años cincuenta o en un pueblo dieciochesco de pioneros puritanos. Para "Canino" bastará un casa alejada de la ciudad que sea moderna y acogedora, con jardín y piscina, rodeada de una gran empalizada. Pero las motivaciones de la trama resultarán parecidas: falsear la realidad para que el cautivo acepte su situación y aleje cualquier tentación de fuga: si no piensas que eres un prisionero, no tienes motivo para intentar escapar. Pero "Canino" se atreve a afrontar otros tipos de tabúes: entre personas que viven en una misma casa, que no salen de ella durante años, que en realidad no han salido de ella en toda su vida, van a surgir roces violentos y sus necesidades alimenticias van a ser las menos importantes: pulsiones sexuales exentas de amor, animales domésticos a los que hay que buscarles una pareja para que la época de celo no les arroje al otro lado de la valla. La cinta discurre entre situaciones paradójicas, estrambóticas, incestuosas, haciendo que el espectador se sorprenda y se escandalice: cine provocador.
Caninos, como los perros de una finca en medio del campo. Por cierto, esta película es del tipo 'no-me-jodas-que-ya-se-ha-terminado'. Abrupto final, pienso.

domingo, junio 06, 2010

"Nausicaä del Valle del Viento", de Hayao Miyazaki

Miyazaki ya es marca, un nombre que por si solo avanza la calidad del producto, un reclamo infalible para la taquilla: el espectador que haya visto algunas de sus obras sabe que raramente va a ver defraudadas sus expectativas. Como este año no tocaba película de Miyazaki (ni siquiera sé si el genio tokiota está dirigiendo después de su última joya "Ponyo en el acantilado") las distribuidoras han sacado a la luz esta película del año 1984, uno de los primeros largometrajes del director, generando una nueva versión más fiel a la original y cambiando los diálogos del doblaje.
"Nausicaä del Valle del Viento" es una historia de ciencia ficción, con una estética y una trama que resultará familiar a todo el que siguiera el género en los cómic de aquellos años: la sombra de Moebius aparece en los fotogramas: reinos interestelares (príncipes y princesas para cuentos futuristas), planetas que alternan vegetación exuberante (la amenazante jungla tóxica: naturaleza voraz) con grandes territorios desérticos, clanes en lucha desde tiempos inmemoriales (también hacen sombra en esta cinta los mundos ideados por Frank Herbert) e insectos gigantescos: las górgonas, grandes como autobuses de dos pisos, que reaccionan como una colonia de hormigas ante cualquier agresión externa.
Las siguientes películas de Hayao Miyazaki no tendrán un tono sci-fi tan marcado, pero hay algo que sin duda estará presente en la trayectoria artística de Hayao Miyazaki: esos cacharros voladores: el aire será un medio donde el director invertirá mucha de su fantasía.
Sí, otra obra maestra.

jueves, junio 03, 2010

"La escafandra y la mariposa", de Julian Schnabel

Como no podía ser de otra manera, esta película recuerda mucho a "Johnny cogió su fusil", la obra maestra (y la única que dirigió: fue guionista de muchísimas y también fue una famosa víctima de la caza de brujas del macarthismo, uno de los diez de Hollywood) de Dalton Trumbo. Pero si aquella era todo claustrofobia, desasosiego y desesperación, una de las películas más aterradoras que haya visto nunca, esta otra destaca por su luminosidad y por su hálito de esperanza.
Síndrome del cautivo. Julian Schnabel ya había dirigido la historia de otro cautivo, el poeta cubano Reinaldo Arenas en "Antes que anochezca", la primera vez que Javier Bardem rozó el Oscar. Para "La escafandra y la mariposa" también utiliza una historia real, la de Jean-Dominique Bauby, redactor jefe de la revista "Elle" cuyo cuerpo queda completamente paralizado después de sufrir un infarto: guiñar el ojo izquierdo una vez para decir sí, dos veces para decir no: webcam valiosa para un insólito ordenador orgánico de 70 kg inútiles: el ser humano reducido a un cerebro en plenitud que oye y que ve: exilio interior. Los guiños disparados al abecedario recitado por una paciente anotadora lograrán terminar un libro, testimonio de los pensamientos íntimos, cartas desde la cárcel más penosa: la condena más dura.
Al principio de la cinta el director coloca al observador en la misma celda que habita el enfermo: el ojo es cámara de rodaje. De este modo el espectador dotado para la empatía podrá experimentar intensamente la penosa angustia del pobre protagonista (el zurcido del ojo derecho para que no se ulcere es...). Pero si otras películas que han tocado temas similares han derivado hacia la eutanasia como única forma de liberación ("Mar adentro" de Alejandro Amenábar, "Million dollar baby" de Clint Eastwood), la película de Schnabel consigue un tono optimista: la redención por el sentido del humor, por una memoria llena de recuerdos bellos, por la capacidad de fabular con las cosas cotidianas y construir relatos que terminen bien. A ese tono contribuye rodear al paciente de guapas enfermeras (la película tiene muchos primeros planos entre ellos el de Emmanuelle Seigner, señora de Polanski, haciendo de mujer de Jean-Do y el de Elvis Polanski, hijo del mismo, haciendo de Jean-Do de pequeño: curiosidad), un sanatorio al borde del mar, un ejercito de profesionales dispuestos a alimentar, lavar, mover, mimar. Alguna pequeña ofensa como cambiarle el canal de la televisión cuando está viendo un partido, el desdén hacia el vegetal plantado entre las sabanas cuando un técnico llega a instalar un teléfono sin altavoz o domingos de soledad cuando hay menos actividad en el sanatorio.
Familias que cuidan durante décadas, 7 x 24, en sus pequeñas viviendas sin ascensor, a pacientes tetrapléjicos o en coma: a esas otras historias es más complicado sacarles tanto lustre.
Buena película: amable sería un adjetivo acertado. Y nada lacrimógena: ¡anda que no se lloraba con la de Amenábar o la de Eastwood! ¡ríos corrían por la platea!

miércoles, mayo 26, 2010

"Syndromes and a Century", de Apichatpong Weerasethakul

La obra de este director tailandés ya visitó este blog: su opera prima, el fantástico cadáver exquisito encadenado que es "Mysterious object at noon". El pasado domingo Apichatpong Weerasethakul (repítase tres veces hasta quedarse con el nombre) recibió la Palma de Oro del festival de Cannes por su película "Uncle Boonmee who can recall his past lives", el galardón más prestigioso (posiblemente) del cine mundial. El anuncio de ese premio ha hecho tragar quina a algún crítico de cine (mi ínclito paisano, por ejemplo) famoso por su inquina (precisamente) hacia los directores que empiezan por "A": Abbas, Almodovar... Apichatpong. Así que a la espera de poder ver esa cinta merece la pena consumir otro pedazo de la filmografía de este cineasta, una bala que guardaba en la recámara de mi filmoteca desde hacía tiempo.
"Syndromes and a Century" tiene pinta de comedia de hospital: ni alocada como "MASH", ni petulante como el "Dr. House", sino la sonrisa que surge de escuchar diálogos tranquilos que terminan de modos insólitos. Un pequeño hospital en medio del campo: un monje budista que sueña con manadas de pollitos rencorosos que quieren partirle las piernas; otro monje que le gustaría haber sido DJ de discoteca; médicos militares que no soportan la visión de la sangre; dentistas con vocación de Sinatra; eminencias de la hematología que pretenden curar mediante la imposición de manos (esta escena me recordó el comienzo de "El espejo" de Andréi Tarkovski) y que le dan a la botella de buena mañana: personajes que quieren ser otros personajes y cuya contradicción interna sitúa la tradición enfrente de la modernidad: nostalgia del pasado dominado por la reencarnación, la medicina tradicional, la naturaleza invasora que pasa a ser invadida. El contraste se agudiza mediada la proyección, un ejercicio de estilo que retoma el argumento inicial situándolo en un gran hospital de la ciudad: los males de los pacientes son esencialmente los mismos: enfermedades del alma.
Escenarios abiertos, limpios (recuerda a Theo Angelopoulos aunque sus elipsis son más breves... afortunadamente); pabellones de hospital pulcramente blanqueados de luz artificial; pasillos llenos de ventanales abiertos al verde del exterior: encuadres que buscan insistentemente simetría, armonía geométrica, perfección, un exceso en la puesta en escena para la segunda parte de la película: las prótesis artificiales frente a las orquídeas del jardinero.
Me gustó más el cuento infinito de "Mysterious object at noon", su estructura sorprendente, su gran imaginación, pero cualquiera de las dos servirá para que el espectador ponga en la balanza la obra de este joven director que alcanzó la grandeur el pasado domingo. Merecido, me atrevo a asegurar.

Otra buena noticia para esta semana: Jafar Panahi ha salido de la cárcel.

martes, mayo 18, 2010

"Todos nos llamamos Alí", de Rainer Werner Fassbinder

El miedo devora el alma.
El director rodó esta película en menos de un mes, aprovechando el parón entre dos rodajes (prolífico director, autor hiperactivo: su entrada en imdb muestra 43 títulos dirigidos en 16 años: las drogas que consumía para mantener el ritmo fueron las mismas que le llevaron a la tumba con apenas 37 años: start/stop, la diabólica montaña rusa de la adicción). Cuenta el romance entre una viuda alemana en edad pre-jubilar (impresionante interpretación de Brigitte Mira) y un emigrante marroquí que ha acudido a la llamada del milagro germano, del país arrasado y vencido que no se puede reconstruir por sí mismo por falta de mano de obra nacional: los campos de batalla y los campos de la muerte, la guerra y el exilio (a él lo interpreta El Hedi ben Salem, a la sazón amante de Fassbinder: otra muerte desgraciada ya que se ahorcó en la celda de una cárcel francesa el mismo año, 1982, en el que poco después moriría el director alemán debido a una sobredosis). Esta pareja desigual se conoce una noche en un bar, se van a vivir juntos y después se casan: como tantos otros. Pero estos lo harán contra todo y contra todos: vecinos, familia, compañeros de trabajo: el desprecio al emigrante, ese bulto sospechoso, una condición que se arrastra hasta nuestros días en vez de quedarse anclada en fotogramas de 1974, se suma al escándalo de la señora que se lía con un hombre algunas décadas menor: furor entre sábanas.
Un día se van de vacaciones hartos de estar hartos, huyendo del rechazo. A la vuelta, de forma impensable, todas las barreras se derrumban: la aceptación social, la ausencia de conflictos externos, será sin embargo la que dejará al descubierto la diferencia de edad y los propios prejuicios de cada uno: Fassbinder, mirada poliédrica, incansable búsqueda de sesgo autodestructivo, ausencia total de mojigatería y sobrado afán de provocación, no permite un giro convencional a la trama sino que apura los puntos de vista que ofrece la situación planteada en la cinta. Y así, una peliculita de quince días resulta ser una de las mejores de su filmografía.

jueves, mayo 13, 2010

"Tetsuo, el hombre de hierro", de Shinya Tsukamoto

'Una obra maestra del cyberpunk japonés', anuncia la portada del DVD. Cyberpunk: cibernética y personajes outsider: estética industrial y sociedad underground. La invasión tecnológica a la conquista de la vida común, un virus invasor que amenaza con convertirnos a todos en cacharrería andante: se empezó con un móvil en el bolsillo de la chaqueta y se terminará con uno implantado en el cerebro. Neil Harbisson es el primer cyborg reconocido oficialmente por un gobierno: consiguió que el gobierno británico le permitiese aparecer en la foto de su pasaporte llevando una cámara junto a los ojos, un dispositivo (eyeborg) que le permite escuchar los colores ya que nació con acromatopsia: veo todo en blanco y negro, como le pasaba a Mickey Rourke, el chico de la moto, en "La ley de la calle" de Francis Ford Coppola. Cyborg: cibernética y materia orgánica: hay muchos en el cine: Robocop, Terminator, Eduardo Manostijeras (también), Ash o Bishop en la saga "Alien", Roy Batty en "Blade Runner"... 'La luz que brilla con el doble de intensidad dura la mitad de tiempo. Y tú has brillado con mucha intensidad, Roy', le dice su padre, el Dr. Eldon Tyrell, intentando consolar al desquiciado replicante.
Una mañana un hombre que está afeitándose descubre un trocito de metal clavado en la cara. No, en realidad sale de la cara, de su interior: Gregorio Samsa postmoderno. La transformación será un proceso doloroso, agónico, pero al final será una condición aceptada: el cyborg es un ser poderoso, una evolución artificial del ser humano hacia un estado superior, la superación de infranqueables barreras y limitaciones: no está nada mal aunque tenga que pasar el resto de su existencia alimentándose metiendo los dedos en un enchufe.
Fábricas abandonadas y túneles del metro, amasijos de cable y de metal, sangre que parece aceite de motor debido al blanco y negro en que está rodada la cinta (un gran acierto que aumenta su condición de película experimental, de cortometraje largo de una hora de duración donde el director lo hace todo -escribir, dirigir, filmar, montar, efectos especiales, actuación- y consigue hacerlo bien), mutaciones y mutilaciones, rollo sexual violento y ambiente claustrofóbico, angustia y ansiedad: Cronenberg, Lynch, Ballard. El rodaje debió ser una proeza: los fotogramas delatan la condición artesanal de la producción: no hay apenas informática en el cine de ciencia ficción de finales de los ochenta. Destaca el stop motion empleado en las escenas en las que los personajes se desplazan por la ciudad o en escenas de transformación o de acción, con mucha influencia manga, como no podía ser de otro modo.
Tetsuo, como el amigo de Kaneda que se vuelve malvado en "Akira", otro gran cyberpunk.
Certifica David-san, consultor particular en escritura japonesa, que el nombre Tetsuo se escribe con los kanji de hierro y de hombre.
O sea, así: 鉄男.
Arigatô. Gracias.

lunes, mayo 10, 2010

"A través de los olivos", de Abbas Kiarostami

A principios de los noventa (del siglo pasado, claro: los ochenta, los noventa, ¿cómo se llama la primera década del siglo XXI? ¿los diez?: pues suena bastante mal) se produjo un terremoto devastador en Irán, el peor de su historia. El director Abbas Kiarostami viaja al norte del país a rodar una película, en realidad una trilogía de la que "A través de los olivos" es la tercera y última: no he visto las dos primeras que, por supuesto, habrá que ver.
Actores reclutados entre los habitantes de la zona: ¿qué sucedería si la pareja que tiene que interpretar el papel de un matrimonio estuviera formada, en la vida real, por dos chicos del pueblo, una joven estudiante y su incansable pretendiente? Ella, una huérfana por causa del terremoto que ahora vive con su abuela. El, un albañil que no tiene una casa que ofrecerle a su pretendida, condición indispensable para que la abuela de ella consienta el enlace: el enamorado pobre con más esperanzas que opciones, como si fuera un personaje sacado de "Las mil y una noches": el humilde muchacho que se quiere casar con la princesa al final del cuento. A toda costa. Ain't no mountain high enough.
El director salta al set de rodaje encarnado en el único actor profesional de la cinta (Mohamad Ali Keshavarz, según los créditos: advierte al espectador de su condición al principio de la película: metacine nada más comenzar), y se pone a alcahuetear, convirtiendo la historia en una posible comedia romántica situada en el país de los ayatolás. Tomas y tomas de la misma escena para un director inasequible al desaliento, lo mismo que Hossein es sordo a las negativas que obtiene en respuesta a sus sueños: la fe inquebrantable del joven es el símbolo del pueblo que logra superar la mayor de las tragedias.
Camionetas que transitan senderos que atraviesan pueblos derruidos, que no desiertos, propiciando conversaciones con aquellos que hallen por el camino. Campos de olivos que se aferran a la tierra, inmunes a temblores, espectadores silenciosos de las vidas de esa curiosa especie bípeda.
Cine que conmueve y que asombra.

sábado, mayo 01, 2010

"Alicia en el País de las Maravillas", de Tim Burton

"¿Alicia? ¿eres tú?", preguntan desconcertados los habitantes de la mente (alucinante, otros dicen que alucinógena) de Lewis Carroll cuando ven aparecer ante ellos a la supuesta niña que les visitó en el siglo XIX y les lanzó a la fama universal. "Te falta tu muchedad", le suelta el sombrerero loco, personaje que parece tonto pero que de tonto no tiene un pelo: se ve a la legua que se la han querido dar con queso: una Alicia de pega. "Te faltó tu muchedad", le diría yo a Tim Burton en el improbable caso de que coincidiéramos en la cola del supermercado. "Tu peor película": eso nunca me atrevería a decírselo, pero lo pienso. Bueno, de aquel infame "El planeta de los simios" que realizó hace unos años también pienso que es su peor película. Empate a malas.
El personaje del cuento que regresa años después al mítico país de sus aventuras, una Alicia veinteañera y casadera (la lamentable escena del principio, la de la petición de mano, ya era un mal augurio: a esas alturas quedaba la esperanza de que Alicia cayera por el hueco del tronco del árbol y empezase la película que habíamos ido a ver, no la que finalmente vimos) cargada de problemas familiares que siempre es mejor que se queden a este lado del espejo. Empezó a recordarme a "Hook" de Steven Spielberg, otra triste revisión de un gran clásico de la literatura infantil (Gran Bretaña debería declararle la guerra a Estados Unidos por haber masacrado sus tesoros literarios), donde Robin Williams interpreta a un patético Peter Pan entrado en años, kilos y dioptrías. Y si en "Hook" una de las máximas preocupaciones fue disimularle la calva al protagonista, en "Alicia el País de las Maravillas" ha sido taparle las vergüenzas a la muchacha después de tanto engrandecimiento y encogimiento corporal: ropa grande, ropa pequeña. Eat me, drink me. Kill me.
Alicia regresa al País de las Maravillas, paisaje tiranizado por la Reina de Corazones, como un mesías salvador: como si fuera Neo en "Matrix" o Aragorn en "El Señor de los Anillos". Y a esta última se me acaba pareciendo la película, los ratos que Morfeo (no el de "Matrix", el otro) me permite abrir un poco los ojos. He leído que se le excusa el bodrio a Tim Burton anteponiendo que se trata de un encargo. De Disney para más inri: la decoración de la Capilla Sixtina también era un encargo a Miguel Angel, pongo por caso. Lo bien hecho bien parece y ya que te pones y te gastas un pastón... Pues eso.
No recomendada para menores de 7 años (qué suerte tienen los puñeteros) pero me cuesta comprender el motivo: algún bicho descabezado (aparte del gato de Cheshire, de las pocas criaturas que mantienen el tipo en este engendro burtoniano) pero ni de lejos es el espectáculo sangriento de "Sweeney Tood" o el truculento (y magnífico) "Sleepy Hollow". Así que si un niño puede ver al surrealista Bob Esponja sin pestañear, también puede ver esta película con menores riesgos psicológicos. Y seguramente la disfrutará mucho.
A Alicia le ha encantado "Alicia", pero los dos hemos pagado lo mismo por la entrada. No es justo.

lunes, abril 26, 2010

"Fresas salvajes", de Ingmar Bergman

El espacio de un sueño mil veces transitado: las calles de la infancia. Aunque la ciudad natal haya cambiado tanto y el barrio (Garrido) no sea ni la sombra de lo que fue, la cartografía de los sueños suele parecerse al callejero de la niñez en vez de a la versión actual. El camino de la escuela grabado a fuego en el subconsciente: los parques, los descampados, los quioscos, las vías del tren, las escombreras: barrizales en otoño y sol implacable en verano: escolopendras y lagartijas en botes de cristal: rodillas siempre desconchadas, ojos siempre atentos, para una generación en la que la calle era el campo de juego. Sí, la infancia es la patria a la que retornas mientras duermes.
Un eminente doctor sueco, ya anciano, experimenta vívidamente los primeros veranos de su existencia el mismo día que va a recibir los honores máximos de su profesión. El viaje en coche de Estocolmo a Lund, donde se celebra el acto, será un viaje a los orígenes: entre ensoñaciones, recuerdos y charlas con sus compañeros de viaje, se produce el retorno onírico a la última época de pureza: las fresas salvajes son las vacaciones familiares en plena naturaleza, idílicas y despreocupadas, pero también son símbolo de la perdida de la inocencia. El fin de la niñez marca el inicio de una existencia rígida de raíz luterana, de dedicación incansable al trabajo y de la ausencia de cualquier sentimentalismo, asfixiado sin piedad, una herencia enferma transmitida de padres a hijos. Soledad y egoísmo. Quizá no haya merecido la pena, quizá la vida era otra cosa.
El sueño del principio de la película: los relojes no tienen manecillas y tu propio cadáver se aferra a tu brazo con la desesperación de los ahogados. El tiempo se acaba. Carpe diem.

domingo, abril 18, 2010

"The wire"

Me resistía a ver el último capítulo de la última temporada, consciente de que los personajes que me habían acompañado durante tantas horas (60 capítulos repartidos en 5 temporadas) iban a pasar por última vez por mi retina para sentarse definitivamente en mi memoria. De un lado: McNulty, Lester, Bunk, Kima, Daniels, Carver... Del otro: Avon Barksdale, Stringer Bell, Marlo Stanfield, el Griego, Snoop, Prop Joe... Y otros en el medio: D'Angelo Barksdale, Bubbles el yonqui vagabundo, Michael el chaval atrapado en el barrio u Omar el asesino de la cara cortada, el personaje preferido de la serie favorita del presidente Obama (la predilección por este outsider podría ser la confesión de un pecado: el pecado sería perderse esta serie).
Introducirse hasta la médula de los ambientes retratados: verosimilitud de la puesta en escena. Las esquinas de los bajos fondos donde el crack es ofertado en pequeños envases de tapas amarillas, escondidas en manos rápidas de niños vestidos con enormes camisetas blancas, acosados por policías dipsómanos y desesperanzados, incapaces de contener la marea de la droga: comisarias de bajo presupuesto en la zona oeste. Escuelas públicas bajo mínimos que son un alternativa inútil ante el dinero rápido de la calle. Políticos ávidos de poder que nunca cumplen sus promesas. Sindicatos de estibadores dispuestos a hacer la vista gorda respecto al contenido de las mercancías descargadas. Periodistas locales que embellecen sus historias más allá de lo fidedigno. Baltimore podrido en todas direcciones, y la serie esta rodada allí pero podría ser cualquier otra metrópoli, o ninguna, como en aquella mítica serie llamada "Canción triste de Hill Street", una precursora indudable.
Detectives con imaginación y ganas de realizar auténtico trabajo policial. Las escuchas. Desde el año 2002 que se empieza a rodar la serie hasta el 2008, la época de la última temporada, la tecnología evolucionará desde el pinchazo de una cabina de la calle hasta la captura de imágenes en mensajes MMS. Y los métodos para acabar con tanta delincuencia llegarán a soluciones descabelladas: declarar zonas urbanas de legalización (Hamsterdam) que concentren guetos de delincuencia o crear asesinos en serie de conveniencia para atraer la atención de los políticos y aumentar las dotaciones económicas del departamento de policía.
Cada temporada es un caso policial, una película repartida en una docena de capítulos: lo ideal sería verlos del tirón, sin esperas semanales. Diálogos incesantes que acaparan la atención del espectador: el primer capítulo se ve con precaución pero a partir del tercero sólo existe devoción: como un buen disco que entra en la mente después de varias escuchas y ya no vuelve a salir.
Al principio, en los créditos, siempre la misma canción de Tom Waits, "Way Down in the Hole", interpretada por un cantante distinto en cada temporada y el propio Tom Waits en la segunda.

You gotta keep the devil
Way down in the hole.


martes, abril 13, 2010

Biografía. "Clint Eastwood", de Patrick McGilligan


Buford Tannen: What’s your name, dude?
Marty McFly: Mart...Eastwood. Clint Eastwood.
Buford Tannen: What kinda stupid name is that?
"Back to the future Part III", de Robert Zemeckis

Un lustro es un montón de tiempo, tiempo suficiente para cansarte de cualquier cosa. Pero el tedio y el hartazgo aún no han entrado en este blog, afortunadamente: no me apetece chapar el garito. Después de cinco años este rincón sigue siendo oasis, que no cárcel, lugar de ocio y recreo a pesar de su vocación de isla siniestra y, para demostrarlo, el libro que ha caído este año de regalo, de parte de la persona que se sabe todas las fechas y que me regala todos los libros, se aleja de cualquier tratado cinéfilo para adentrarse en la pura frivolidad chafardera. Del cineclub caemos al marujeo. Sin perdón.
Desmontando a Clint, con demanda incluida por intentar destruir la reputación de la sacrosanta estrella, el gran héroe americano, el último clásico vivo, dicen. Del centenar largo de páginas que llevo leídas se desprende que el empeño del escritor se centra en contradecir la historia oficial, el dossier de prensa que durante décadas ha intentado que el ser de carne y hueso y su reflejo de celuloide fueran la misma persona: verdades a medias que embellecieron biografías autorizadas y que son despedazadas sin piedad en el biopic elaborado por McGilligan: explicar que se vuelve vulgar al bajarse de cada escenario, como cantaba Enrique Urquijo. Al parecer, detrás de su mirada acerada de pistolero solitario se esconde un tío simpático y sociable, bastante tacaño, incansable womanizer, republicano acérrimo, un actor y director sin dotes pero con mucha suerte.
En fin, me quedo con su obra, con su cine y sus personajes, como sucede con tantos otros creadores que pueden decepcionar en las distancias cortas pero, qué se le va a hacer, me hacen gracia estas desmitificaciones.
Alégrame el día, Clint.

El mundo se divide en dos, Tuco: los que encañonan y los que cavan. El revólver lo tengo yo, así que ya puedes coger la pala.

"El bueno, el feo y el malo", de Sergio Leone