
Anoche pasé frío y me desenamoré un poco.
Anoche pasé frío y fui poeta.
Anoche, mientras mi carne se helaba
y mi alma en mi cuerpo se escondía,
vi como mi amor para ti
era un juguete pasado ya de moda que ya nada valía.
Cualquier amanecer echarán
al viejo juguete de mi amor a un carro de basura,
y alejándose en la amarga soledad
oirá al carretero dar palos a su mula
que todo se lo da por un poco de paja
y, a veces, pochas uvas.
Y estaré allí donde ya nada vale nada
hasta que algún día una dulce gitanilla,
con mocos y pecas en la cara,
limpie con su manga grasienta
la suciedad que la sociedad pegó a mi alma;
y volveré a ser un juguete reluciente de amor y de alegría.
"Juguete de amor", Manolo Chinato
En los últimos años no hay verano en el que Pixar no dé una alegría cinematográfica: hace tres "Ratatouille", hace dos "Wall-E", el año pasado "Up" y ahora de nuevo una sonora campanada. La compañía del flexo saltarín se inició en la animación informatizada hace ya quince años con el primer "Toy Story", las aventuras de Woody y Buzz Lightyear que ahora ven estrenada la tercera parte de una saga que ha mantenido una frescura envidiable y nada fácil de lograr: que se lo pregunten al pobre "Shrek", buque insignia de la otra gran compañía competidora en esto de los dibujos animados blockbuster, Dreamworks: el ogro verde es sacado de nuevo de la ciénaga y arrastrado a una cuarta parte (se anuncia la quinta) que no he visto pero lo que he leído en la crítica no son ciertamente elogios. A Pixar, por lo visto en los últimos años, no le ha pasado factura su compra por Disney en el año 2006, ni mucho menos: parece que se mantiene el alto nivel de creación (si funciona no lo toques, no lo vayas a romper) y a cambio el ratón Mickey renueva su colosal zoológico de criaturas, ya un tanto acartonado, con el catálogo Pixar, mucho más cool, y amplía su merchandising con las enormes posibilidades que ofrece una película basada, precisamente, en juguetes.
¿Quién no ha hablado con un juguete cuando era un niño? ¿Quién no le ha puesto nombre a un muñeco y ha apoyado su imaginación en ese objeto para formar una historia, una aventura? "Toy Story 3", al igual que sus antecesoras, lleva a la pantalla los cuentos que cualquiera ha podido pergeñar en su infancia, rodeado de un montón (tambores redondos de detergente Colón llenos de cacharros) de muñequitos o piezas de construcción, en una tarde anodina tirado en el suelo de la habitación, en el balcón de casa, en la arena del parque: la ilimitada producción de fantasía que desechamos inconscientemente al cumplir años y que nunca volveremos a poseer. Juguetes rotos que nunca se tiraban porque un camión sin ruedas puede ser un barco o un geyperman cojo puede ir volando a todas partes. Cualquiera que haya jugado alguna vez, podrá identificarse afectivamente con el trasfondo sentimental de "Toy Story": juguetes abandonados en esta ocasión: los guardas, los regalas o los tiras, que ya eres mayor para estas cosas.
Pero la clave del éxito de la saga reside en hacer que las aventuras de este heterogéneo grupo de cachivaches sean tan emocionantes y espectaculares como si estuviéramos viendo al mismísimo Indiana Jones en vez de a Woody el sheriff de trapo: situaciones límite, de escapatoria imposible, de las que la panda de juguetes logra salir a base de amistad, sacrificio y, por supuesto, trabajo en equipo combinando las habilidades intrínsecas de cada cual: de perros muelle a señores Patata desmontables. En "Toy Story 3" una guardería de niños se convierte en la más atroz prisión de Alcatraz y un vertedero de basuras puede producir un clímax dramático tan intenso como el de Terminator a punto de caer en la fundición (esa escena donde los martillos golpean el yunque de la banda sonora mientras la cinta transportadora se dirige sin piedad hacia el incinerador... fantástica). Entre otros nuevos personajes tenemos a Ken, el amigo de Barbie, carne de psicoanalista. También aparece un oso amoroso que puede ser tan implacable como Don Vito Corleone o un Nenuco desechado haciendo del matón más fiero. Vaya, tiene buena pinta.
Y encima en el cine en verano está uno tan fresco.