jueves, abril 30, 2009

"Mulholland drive", de David Lynch

Hace unas semanas vi "Inland Empire", el último largometraje de David Lynch. Tengo que confesar que me perdí: el personaje de Laura Dern, Nikki Grace, atravesó el espejo y yo, incauto conejillo, no fui capaz de seguir la estela de su recorrido. Quedé hipnotizado, eso sí, y aquella noche, al rato de acostarme, el grito desgarrador de la protagonista me arrancó de aquella pesadilla: no olvides: nos encontraremos otra vez, al otro lado. El mundo de Lynch.
Dejaré pasar el tiempo y volveré a ver esa cinta que, casualmente (malditas películas malditas), como cumplimiento de la amenaza anunciada se me apareció en el blog de El tiempo ganado: para más inri con dedicatoria incluida. No había duda. El encuentro postergado pero sin posibilidad de renuncia.
Decidí revisar "Mulholland drive", otra de las grandes películas de David Lynch (si hay alguna mala, aún no la he visto), pues como decía Francisco Machuca en la entrada mencionada de su blog: pero sí es importante saber que "Inland Empire" se sitúa allí donde podía terminar "Mulholland Drive".
"Mulholland Drive" empieza con el intento de asesinato de una mujer (en una carretera oscura un auto avanza: vemos las luces y el asfalto y ya se reconoce al autor), una tremenda gachí (Laura Harring) que se salva por poco pero que pierde la memoria en el trance. Su fortuito encuentro con la bondadosa Betty (Naomi Watts), que la acoge y la protege, propiciará la investigación de ese pasado velado, de las circunstancias que la llevaron al borde de la muerte. Esa típica intriga del cine negro, vista por el cristal azul y rojo neón de David Lynch se convertirá en una sucesión de personajes anómalos, perversos, deformes, mefistofélicos, que habitan parajes urbanos de pesadilla. Llegado el momento, cuando la trama parezca a punto de resolverse, el director dará un salto en el tiempo para explicar el asunto pero manteniendo, a su vez, el orden de los acontecimientos: no es fácil de explicar, por supuesto: lo genial nunca ha sido trivial. En el cine de David Lynch se concreta el arte moderno en el que la respuesta está siempre en el ojo del espectador que es al final el que debe interpretar el producto de su subconsciente.
Cuidado con este cine.
Vaya, parece que un enano vestido de rojo está llamando a mi puerta. Disculpen.

domingo, abril 19, 2009

"Banda aparte", de Jean-Luc Godard

La productora de Quentin Tarantino se llama "A Band Apart" como homenaje y reconocimiento a esta película y, en definitiva, a una nueva forma de realizar cine que surgió en Francia a finales de los cincuenta: la Nouvelle Vague. Teniendo en cuenta que películas de Godard como "Banda aparte" o "Al final de la escapada" se inspiraban a su vez en el cine de gansters norteamericano, es posible afirmar que la base de la evolución del séptimo arte es un ciclo permanente de tráfico de influencias: miradas atrapadas en ciertos fotogramas, ven más allá, realizan un salto hacia delante, muchas veces sobre el vacío, y cambian radicalmente los conceptos agarrotados por los apasionados de lo inmóvil. Intelectuales del cine, arriesgados y visionarios, comprometidos políticamente, también, fundan una revista llamada Cahiers du Cinéma para dejar constancia escrita de sus pensamientos, para promover la reflexión y engrandecer el arte: cambiarlo todo para que todo cambie. Godard, Bazin, Truffaut, Chabrol. Con estos artistas se alcanzó un nivel superior, se llegó a otra parte.
Tres personajes sentados en la mesa de una cafetería de París. Dos chicos, Franz y Arthur, (Sami Frey y Claude Brasseur, interpretando a "primos cercanos" del Michel Poiccard de Belmondo) y una chica, Odile (Anna Karina, musa sensual de mirada atravesadora). De repente deciden dejar de hablar, ya se lo han contado todo, y durante un minuto se hace un corte absoluto de la banda sonora de la película. En otro momento se ponen a bailar los tres, una coreografía corta, repetitiva como un riff, en la que a cada poco la voz del narrador interrumpe la música pero no el baile: los pasos resuenan fuertes en el suelo del salón y a la vez se descubren los pensamientos de los danzantes (Arthur se mira los pies, pero piensa en la boca de Odile, en sus besos románticos; Odile se pregunta si se han fijado en que sus pechos se mueven debajo del sueter; Franz piensa en todo y nada, no sabe si el mundo se convierte en sueño, o el sueño en mundo). Secuencias que no aportan nada a la trama, que no aclaran el conflicto o que no ayudan a la comprensión de los personajes: la imagen deja de estar al servicio de la historia para cobrar sentido por sí misma. La cámara se dedica simplemente a recoger la belleza del instante: aquella suave nuca de Jean Seberg en "Al final de la escapada": saltos de cámara que recogen lo mismo desde distintos ángulos en un coche en movimiento. Una revolución se puso en marcha a la vez que ese automóvil y llegó hasta nuestros días. Hasta Tarantino, al menos.

lunes, abril 13, 2009

Ensayo. "La mirada encendida", de Angel Fernández-Santos

Cuatro años de blog. Tal día como hoy. De nuevo el aniversario tiene premio. De nuevo un libro.
Casi seguro que la primera crítica de una película que leí en mi vida, fue una de Angel Fernández-Santos en "El País" (o de Ivá en "El Jueves": tenía algunas antológicas: sarcasmo puro) y es casi seguro porque ese diario fue durante muchos años mi mayor referencia periodística. Y escribo fue, porque mi interés por él se ha ido diluyendo a la par que desaparecían las firmas que en su momento seguía con fervor. El propio Fernández-Santos, Eduardo Haro Tecglen (abría el periódico por su columna), Manuel Vázquez Montalbán, Joaquín Vidal, Terenci Moix, Santiago Segurola. Menos el último, todos están criando malvas. Claves perdidas que en su día apuntalaron una cierta educación crítica: la mía.
"El País" pasó de independiente a global. Ahora lo hojeo con desgana. Si me encuentro con Diego Galán, reviso con placer su acreditada melancolía cinéfila, pero si me topo con Carlos Boyero, nuevo titular de la plaza de crítico cinematográfico, lo leo con la misma precaución que le dedicaría al prospecto de un medicamento, ya que en cualquier momento aparece un desagradable efecto secundario: un tóxico mal explicado y peor argumentado. A veces parece que el cine le supone una inmensa tortura (sobre todo si ponen una de, por ejemplo, Kiarostami o Almodovar) y eso a pesar de que le pagan (supongo que muy bien) por pasar a la platea y echarle un par de horas al asunto. En fin. El crítico criticado.
"La mirada encendida" es un compendio de artículos sobre el séptimo arte, semblanzas de actores y directores, por supuesto críticas de películas. He leído el primer artículo, titulado "El cine como génesis: las vanguardias" y me ha parecido una delicia. El prólogo de este libro lo leí hace tiempo, de un ejemplar de biblioteca, y está escrito por Victor Erice. Su lectura provocó que acto seguido tomara prestada la novela "Parte de una historia" de Ignacio Aldecoa. Afortunadas consecuencias.

domingo, abril 05, 2009

"Slumdog millionaire", de Danny Boyle

La mejor película del año 2008, dijeron los Oscar. Espero que no, que el año haya dado películas mejores que esta: se me ocurren un par. Pero en cuestión de premios "Slumdog millionaire" se ha llevado un montón y ha rentabilizado sobradamente su condición de película de bajo presupuesto (¡hala! ¡ya salió el peine!: por eso es la mejor película, ¡porque es la que más perras ha ganado!). Muchos de sus actores eran reclutados en las localizaciones donde se rodó la cinta y al parecer sus protagonistas infantiles llevaron mal la vuelta al barrio después de dormir en los hotelazos de Hollywood. Seguro que la pasta recaudada por la cinta les habrá dejado la puerta abierta a una vida mejor: lo que a nuestros ojos puede ser poco dinero en ciertos lugares es una fortuna y a las productoras no les puede costar demasiado evitar la denuncia de aprovecharse del trabajo ajeno (de humilde procedencia, además: sería muy miserable), más aún después de haber recaudado un dineral en taquilla.
Hablando de money, ¿quién quiere ser millonario? Carlos Sobera y sus cejas contorsionistas arrasaron en la caja tonta, hace ya diez años, lanzando a diario esa pregunta. Y de preguntas sobre los temas más triviales iba el concurso. Las respuestas correctas, al no tratarse de un tema concreto, no se podían obtener más que de la propia experiencia, de una amplia curiosidad apuntalada en una buena memoria, de tener capacidad de asociación o, directamente y para los más arrojados, de la suerte: una entre cuatro y tira esos daditos que va a ser mi noche.
Un joven hindú (aunque era musulmán; un joven indio, aunque del lejano este) participa en el programa y, milagrosamente, va acertando todas las preguntas: las respuestas están alojadas en momentos significativos de su vida. Trayectoria dolorosa, de orfandad y pobreza: el adjetivo inglés dickensian es un certero calificativo para este tipo de relatos. Oliver Twist desde los barrios bajos de Mumbai (antes Bombay; Hawai, Mumbai: bueno, suena parecido), viajando en los techos de los trenes y esquivando varas de policías violentos. Imágenes coloristas, encuadres rebuscados de cámaras torcidas, ritmos locales (suena el "Paper planes" de M.I.A., que no es muy "étnico", precisamente, pero aporta el toque ragga; el bailecillo multitudinario del the end me ha recordado al de "Zatoichi", de Takeshi Kitano, aunque aquel del director japonés era un broche final más desconcertante) y belleza bollywoodiense: estética de videoclip y happy ending.
Pues no, no es "Trainspotting". Lamentablemente.

lunes, marzo 30, 2009

"Blowup", de Michelangelo Antonioni

El comienzo produce desconcierto. Se suceden intercaladas en el montaje las secuencias de unos hombres de aspecto triste, humilde, que parecen salir de una oscura fábrica o de un asilo para pobres, y las imágenes de un grupo de jóvenes que corren alborotando felices por la calle, disfrazados y maquillados como si celebraran un carnaval. ¿Qué sentido tendrá mezclar a unos que viven la realidad fría, callada, con otros inmersos en su fantasía festiva?
Un exitoso fotógrafo de moda (tirano soberbio y vanidoso), en medio del swinging London de los sesenta. Sus sesiones de fotos devoran a la modelo, se convierten en un clímax voyerista. Placer adicto, el infatigable ojo de la cámara arrasado por su pulsión artística acecha a una pareja en un parque: la mirada (la ventana, el objetivo, el plano) indiscreta hace que un cadáver se fije en el rollo de película desencadenando un thriller improbable:la duda del engaño de una mente agotada por la vida a la carrera.
Un concierto de "The Yardbirds". El público asiste impasible. De repente, un músico enfadado con su amplificador destroza su guitarra y arroja el mástil a la platea, produciendo una avalancha de fanáticos ávidos por recoger el fetiche, el tótem de su dios. El ganador huye con el objeto y después lo tira, despreocupado, en medio de la calle. ¿Para qué sirve un inútil trozo de guitarra o una enorme hélice de avión? ¿Por qué esa avaricia de coleccionista? Modernidad en busca de símbolos, de un carácter perdido o que nunca se tuvo.
La sensación que deja es que el director critica una sociedad (parte de un relato de Cortazar que no he leído: "Las babas del diablo") construida sobre apariencias en la que el mismo se ve inmerso: intrascendente arte pop de rápida factura y aún más rápida digestión; placer fácil de sexo sin compromisos y drogas a gogó. Horror vacui. Todo es efímero bajo el lema del consume hasta morir.
El fotógrafo se agacha y recoge la pelota invisible que un mimo lanzó.
Vaya, otra obra maestra.
Por cierto, la película fue famosa también por tener un plano de un desnudo en el que se muestra vello púbico: escena pueril donde las haya. Claro, visto ahora, que en aquel entonces debió ser la bomba.

jueves, marzo 26, 2009

"El carnicero", de Claude Chabrol

Todo comienza con una boda de pueblo. Ese "de" coloca un adjetivo peyorativo, pero nada más lejos de mi intención: si bien todas las bodas se parecen las que se celebran en los pueblos tienen algo especial: candidez e inocencia apenas tapada por cierta impostura (una escena tan humilde, tan simple, supone un pasaje de la película realmente bueno, rodado con maestría). Allí, en ese salón de banquetes de finales de los sesenta, surge la amistad entre un carnicero y una directora de colegio. Solteros solitarios que se aproximan en una ambiente desinhibido -a nadie le puede extrañar- entablando un cortejo educado. Ella viene de una grave decepción amorosa; él, de diez años de guerra: Argelia, Indochina: sangre a raudales sirviendo a la patria. Como amigos, punto.
El amor no correspondido, el estado de enamoramiento que altera el sueño, la mente, puede provocar que empiecen a aparecer mujeres muertas en los bosques cercanos, en las laderas rocosas. El asesino que aterroriza comarcas puede ser algún viajante que pasaba por allí o, aún peor, el vecino de al lado. Puede ser cualquiera: 'en el campo todos llevan una navaja de muelles', dice el inspector.
El director va a humanizar al monstruo, le va a redimir en el último momento de la forma más insospechada. Este ser sanguinario, este precisamente, es un enfermo creado por todos (el olor de la sangre en las botas del soldado) y dotado de instintos ancestrales (un paseo por las cuevas rupestre del Perigord francés avisa de un pasado violento): el criminal que no puede escapar a su cruenta compulsión.
Una obra maestra.

sábado, marzo 21, 2009

"Watchmen", de Zack Snyder

Adaptar un cómic al cine es una tarea complicada. Por un lado facilita la labor del director: el storyboard ya está hecho. Pero por otro limita la libertad de creación al quedar la imagen del celuloide anclada a la estética de las viñetas del original. El cómic "Watchmen" está firmado por dos autores: Alan Moore, guionista; Dave Gibbons, dibujante. El primero ha renegado de la adaptación cinematográfica y no aparece en los créditos de inicio, en los que figura una frase bastante "ortopédica", algo parecido (no me acuerdo del todo) a 'based upon the graphic novel co-created by Dave Gibbons'. Habrá que darle la razón al pataleo de Alan Moore: la película, aunque dura casi tres horas, no puede abarcar en su totalidad la extensión y complejidad (apabullante) de la historia que cuenta su madre de papel: tampoco creo que sea la finalidad: es una adaptación, es otro medio: es otro fin. No es la batalla que deba ganar la película.
Sin embargo creo que logra mejorar los dibujos algo sosos de Gibbons: le da algo de dignidad (estilo X-Men) a ciertos (sonrojantes) disfraces de superhéroe. Para ser un cómic de los ochenta, Dave Gibbons lo realizó como si fuera una creación de décadas anteriores, sin aprovechar la libertad formal que ya empleaban creaciones similares en aquellos tiempos. El director hace más explícito también el sexo y la violencia que presentaba el tebeo (en el papel, ni se le cortan los brazos al preso con una radial ni se usa un hacha para finiquitar al secuestrador; en cuanto al sexo, el intento de violación de Sally Jupiter, el "triunfo" del Buho Nocturno o el desnudo frontal del Dr. Manhattan, bueno, en pantalla todo es más provocador y en el cómic queda más velado), no sé con que finalidad excepto la de hacer pensar que se han equivocado de película a la nutrida parte del público que piensa que ha ido a ver otro Spiderman.
Este cómic de hace 20 años, ahora película, sólo se puede entender desde la perspectiva de los años 80. Guerra fría, pánico nuclear, botón rojo. Los diarios se pueblan de noticias de número de cabezas nucleares, megatones, alcance en miles de kilómetros: balística y exterminio. El reloj del fin del mundo: la cercanía de la tercera guerra mundial. Lo de Afganistan, que tanto aparece, fue otro golpe de estado urdido por la CIA (se cuenta en "Los nuevos gobernantes del mundo", extraordinario ensayo de John Pilger) contra un gobierno de izquierdas. Armaron y entrenaron a grupos de integristas musulmanes, los conocidos talibanes (cría cuervos), para provocar una guerra civil. Los tanques soviéticos entrarían más tarde, pero la chispa ya estaba encendida. "Watchmen" hay que situarlo en aquella época, que ahora puede parecer lejana con la guerra fría finiquitada (o no) pero en realidad los arsenales atómicos siguen apuntado hacia la Tierra: el mayor enemigo de la humanidad, ella misma.
Al comienzo de la película se presenta la transición de los "Minutemen" a los "Watchmen" mediante una sucesión muy lograda de escenas recreadas sobre fotos antiguas y el acompañamiento sentimental del "The times they are a-changin'" de Bob Dylan (la cinta tiene una estupenda banda sonora), en un evocador repaso a 40 años de guerra fría.
There's a battle outside
And it is ragin'.
It'll soon shake your windows
And rattle your walls
For the times they are a-changin'.

La película tiene sus momentos.
Zack Snyder resulta ser un buen falsificador.

jueves, marzo 19, 2009

"A ciegas", de Fernando Meirelles

Tengo en la retina la imagen de un niño ciego, en mi niñez. El estaba sentado junto a otros niños en el bordillo de una calle polvorienta. Sucio y despeinado, vestido con una camiseta raída y en calzoncillos: creo que lo que más llamó entonces mi atención fue su falta absoluta de pudor. Ojos descentrados que miraban a ninguna parte, se tocaba la cara con los dedos y sonreía al escuchar la charla de sus compañeros de juegos.
Suena el despertador, como cada mañana de un día laborable. En ocasiones, el sueño se resiste a abandonar la mente y eres consciente de que estás soñando (hace años leí que eso se podía entrenar, conseguir transitar a voluntad por el subconsciente dormido) y hay veces, afortunadamente pocas, que intentas despertar y por un instante no lo consigues: experiencia angustiosa ante unos párpados que no obedecen: la vida no arranca: pause.
Suena el despertador, abres los párpados y son los ojos los que no obedecen.
La vista es el más esencial de los sentidos. Una repentina afonía es una menudencia que puede incluso hacer gracia. Un ataque de sordera (¿es posible?) puede resultar más jodido (deseable ataque, según circunstancias). Pero quedarse ciego de golpe produce pavor de sólo pensarlo. Un mundo de ciegos repentinos, como zombis arrancados de sus tumbas.
La película aborda dos temas esenciales: por un lado la infinita ruindad humana que se abre paso hasta en las circunstancias más necesitadas de piedad y, por otro, la ceguera como cualidad prescindible de una sociedad enferma de hipocresia: "ciegos que, viendo, no ven", escribe Saramago. El mar blanco, llaman a la epidemia y el director satura de brillo la escena para poner al espectador en el lugar de los aterrados personajes. Sin embargo será la magnífica interpretación de Julianne Moore la que produzca mayor empatía en el espectador vidente: ella es la que ve, la que hace: la que se sacrifica.
La cinta no pertenece al género pero es una de terror, desde luego. Y muy buena.
Se encienden las luces de la sala y salimos al exterior. La luz de la tarde tiene un fulgor extraño.

domingo, marzo 15, 2009

"Europa", de Lars Von Trier

Europa en el diván del psicoanalista. Un continente arrasado por la guerra donde todos son culpables: por acción, por omisión. El narrador hipnotiza al paciente para hacerle retroceder a las circunstancias de sus traumas. La cuenta atrás que inicia el proceso de regresión, avanza como una vía que se adentra en la noche. El tren, la máquina de vapor que revolucionó la economía europea (nació la clase obrera, la burguesía propietaria, el éxodo rural, la democracia de las urnas, pero también germinaron los totalitarismos -surgidos de los votos: la democracia es el menos imperfecto de los sistemas- y las máquinas de guerra más poderosas: la bomba que Einstein, un europeo, sugirió a Roosevelt en su famosa carta: años después se lamentaría). El tren en movimiento como símbolo de la posibilidad de supervivencia de la Alemania moribunda, derruida, derrotada. Trenes que viajaron cargados de soldados destinados al frente, llenos de judíos arrojados a las cámaras de gas, que son ahora reciclados a su función original: trenes de pasajeros que no van a ninguna parte: trenes llenos de fantasmas. Europa vendida a los americanos, al amigo americano, apresurado en apoderarse de los secretos de la industria y de la ciencia alemana: las patentes, las fábricas, los científicos; productos químicos, motores, cohetes: todo embargado y catalogado para en pocos años ser los dominadores del mundo (nadie como los estadounidenses para apropiarse de una idea y llevarla a su máxima rentabilidad: el cine, sin ir más lejos). Europa culpable, Europa arrodillada.
La película no deja rendija abierta al optimismo. En eso recuerda a "Alemania año cero", de Roberto Rossellini. Sin embargo no se acercará a la genialidad de la obra del italiano, demoledora en su realismo y que era mucho más próxima en el tiempo al fin de la guerra como para aventurar que Alemania iba a resurgir de las cenizas: el milagro.
Lars Von Trier realiza una película visualmente aparatosa (todo lo contrario a lo que el propio director proclamará años después en el famoso manifiesto Dogma), con grandes influencias del cine del expresionismo alemán del periodo de entreguerras. Utilización general del blanco y negro, introduciendo el color en breves momentos para enfatizar el sentimentalismo de la escena; uso de proyecciones para mostrar el fuera de campo; cierta comicidad y algunas dosis (malogradas) de suspense; ambiente onírico e irreal. El propósito -parece claro- de crear una obra maestra (¿exagerada presunción?) y tanto fue así que cuando en el año 1991 la película no consiguió la Palma de Oro del festival de Cannes, el director no dudo en calificar de 'enano' (¿físico? ¿mental?) a Roman Polanski, a la sazón presidente del jurado. Esos europeos y sus guerras.

Muy fácil hacer humor usando el personaje de Raphael, pongo por ejemplo.
Pero para hacer una parodia con Lars Von Trier...
Para eso hay que echarle.

sábado, marzo 07, 2009

"Hard candy", de David Slade

Caperucita roja se come al lobo feroz.
Una cita entre un hombre de 32 y una niña de 14: el chat propicia encuentros inapropiados. Las letras tecleadas desde incógnitos rincones de la web, surgen en la pantalla y componen palabras de amor enlazado entre entidades anónimas, ocultas, alteradas por un medio aséptico que deja la puerta abierta a la perfección. Para conservar el encanto lo mejor sería que esas relaciones no escaparan del entorno virtual en el que se han generado: la decepción aparece sentándose a tu lado en la mesa de una concurrida cafetería del centro, con un clavel rojo en la mano y una sonrisa bobalicona de emoticón pasado de años o de kilos o de dioptrías. O de todo a la vez. Y todo se podría quedar en un encuentro penoso (o en felices para siempre: también lo habrá, seguro) inundado de bochorno y un café apresurado a sorbos de educada conversación. El problema es que hay ocasiones en que a la cita acude un hijo de puta. Uno auténtico, genuino: el monstruo social, el psicópata absoluto: el horror.
"Hard candy" puede parecer obvia en su finalidad y, fruto de ella, generar controversia a la hora de decidir dónde se debe poner el límite a la hora de castigar a los pederastas. Todos hemos oído la frase 'a ese había que caparlo' lanzada desde la indignación y la frustración públicas. Nihil obstat, pero el castrador que lleve hasta el final esa proclama, que asuma a su vez la cuantía de su delito. Sin embargo, lo que realmente atrapa al espectador de esta película, más allá de esa función de debate público, es observar como se intercambian los papeles de victima y verdugo, de cazador y de presa. La película consigue hacer que te preguntes ¿cuál es más hijo de puta de los dos?
Magníficas interpretaciones de Patrick Wilson y de Ellen Page (mejor que en "Juno": te crees más su papel en "Hard candy" -te atrapa- que el otro, aquel de adolescente embarazada sobrada de sabiduría: qué mundo más raro o qué raro soy yo mismo) en un complicado frente a frente que necesita de grandes dosis de verismo para no parecer el retrato de lo imposible.
El caso logra parecer bastante real. Que se lo digan a mis pelotas. Si las encuentran.

domingo, febrero 22, 2009

"The Wrestler", de Darren Aronofsky

No sé si cuando Darren Aronofsky escribía la historia de esta película, tenía otro protagonista en mente que no fuera Mickey Rourke: como anillo al dedo.
En "The Wrestler", un luchador que ha pasado toda su vida haciendo el bestia entre las doce cuerdas de un ring, practicando el tongo pactado y el amaño cotidiano de la lucha libre profesional, empieza a sentir los achaques de la edad. Victorias pactadas en los pabellones deportivos de los pueblos y ciudades de todo el país. El preferido del público, el rubio alto y fuerte (ario de bote: no sólo el pelo, el resto del cuerpo también se ha modelado a base de botes... de pastillas), el coloso norteamericano que le zumba la badana al punky, al moro, al negro: cada contrincante interpreta un rol primario para pulsar las fibras sensibles más básicas de un público sediento de sangre. Y aunque todo sea más falso que un duro de seis pesetas, hay ocasiones en las que los "actores" salen malheridos: no intenten hacer esto en sus casas.
El cuadrilátero como escenario de entremeses de odio y venganza resueltos en quince minutos. Y el "Carnero" siempre es el ganador. Pero el tiempo no perdona y nadie, excepto Brad Pitt, posee el reloj de Benjamin Button: lanzarse contra el suelo desde las cuerdas del ring no es apto para mayores de cincuenta años y The Ram/Rourke pasó esa barrera hace tiempo. La retirada. Las derrotas llegan una tras otras: tener un trabajo, tener una relación sentimental: tener una hija. "The Wrestler" se puede entender como una metáfora del éxito: la gloria de la vida pública esconde el fracaso del hombre corriente.
Mickey Rourke se mantuvo en la cresta de la ola durante los ochenta (un pasaje de la película evoca aquellos años dorados del actor). "Manhattan Sur", "Nueve semanas y media", "La ley de la calle", "El corazón del ángel", "Réquiem por los que van a morir", "Barfly". Éxito en las pantallas, icono sexual: el puto amo. Los años noventa y los infiernos personales del actor, se lo llevaron por delante. Ahora resurge (ya tuvo un buen papel interpretando a Marv en "Sin City", de Robert Rodríguez) interpretando/interpretándose, en la metáfora de su propia existencia.
Mickey Rourke, el último punk.
Y esta noche puede ganar el combate de su vida. ¡Tiembla Brad Pitt!


Para el que no lo haya visto, dejo aquí la versión manchega de "The Wrestler".
Chanante
y caldofrán.





O pinchando aqui

martes, febrero 17, 2009

"Juno", de Jason Reitman


Pero que superguay es eso de quedarse embarazada con dieciséis años ¿no? Dan ganas de probarlo después de ver esta película.
Vale, de acuerdo, seré un cerdo insensible, pero esta historia no tiene emoción, no tiene conflicto: ¡Hostias!, tiene un Oscar al mejor guión original. No tengo ni puta idea, lo reconozco.
Lo mejor de todo, cuando en la banda sonora han aparecido Belle&Sebastian (ese pequeño punto romántico que todos tenemos por ahí). En fin.
A propósito de problemas adolescentes, me viene a la mente una película llamada "Sweet Sixteen", de Ken Loach ...

domingo, febrero 15, 2009

"Camino", de Javier Fesser

Este año, entre los distintos papeles que interpretaban los actores masculinos que optaban a un premio Goya por sus interpretaciones, tres de ellos interpretaban el rol del cura: la sotana y el alzacuellos como vehículos directos a la gloria... cinematográfica. Pero han de ser curas malvados, que ya se sabe que el lucimiento del actor es mayor cuando se interpreta a un malo jugoso antes que a un héroe insípido.
Cine y religión, o mejor, cine español y catolicismo. De un tiempo a esta parte, la Iglesia suele quedar muy mal retratada en el celuloide: se retrata como un sistema jerarquizado opresor, contrario a la libertad individual y al conocimiento científico, dogmático e hipócrita, machista y sectario, retrógrado y manipulador. La cámara se adentra en los aspectos más negros de la institución y raramente se encontrarán ejemplos de sus labores piadosas o humanitarias, que también las hay, por supuesto. Pero pasan desapercibidas: se pasaron tantos años inculcándonos sus bondades, sus inmaculadas vidas, que ahora, en plena era de la información, las faltas que cometen son auténticas bombas mediáticas. Esta semana, sin ir más lejos, la prensa pone en titulares que el fundador de los Legionarios de Cristo, del que ya se sabía que era un cerdo pederasta, además tenía una amante y una hija, o que el propio Papa Ratzinger, que había coqueteado con el nazismo en su juventud, rehabilita a un obispo negacionista. Y esos titulares se acompañan de que la Iglesia ha aumentado en España sus ingresos del IRPF en el último año en casi un 40%: en plena crisis económica mundial y con un socialista en la Moncloa: para que luego digan que los milagros no existen.
"Camino" es una denuncia demoledora de la vida de las familias que pertenecen al Opus Dei. La religión es una enfermedad hereditaria: se transmite/impone de padres a hijos, pero el veneno está en la dosis y la mayoría de los cristianos no va a misa más que cuatro veces en su vida (bautizo, comunión, boda y funeral: además la primera y la última no cuentan porque se va obligado: bueno, a las otras dos puede que tampoco se vaya libremente). Secta es un término peyorativo, pertenecer a una no debe ser nada recomendable pero que le expliquen eso al que ya está dentro. Javier Fesser cuenta el drama de una niña gravemente enferma, asfixiada por una madre beata y meapilas (fantásticas actuaciones, merecidamente premiadas), que utiliza la imaginación y el amor platónico como válvula de escape. La película se fundamenta en el contraste entre las fantasías inocentes de la niña, sus ganas de vivir y de amar, y la sombría realidad que la rodea, mezquina y perversa, dispuesta incluso a la vil manipulación de su agonía a fin de conseguir llevar a la pequeña Camino a los altares. El contraste se exagera tanto que termina adentrándose en la caricatura: pierde la eficacia del ataque velado, de la insinuación sutil.
El ataque furibundo de la Obra, eso no se lo va a quitar nadie.

miércoles, febrero 11, 2009

"Queridísimos verdugos", de Basilio Martín Patino

Más cornadas da el hambre.
Con ese epitafio se podría cerrar la proyección de este fantástico documental y el espectador moderno, escandalizado ante tanta barbarie, debería poner mucho cuidado antes de emitir sentencia.
Tres pobres desgraciados, hartos de hambre y de penalidades, veteranos en guerras civiles y en frentes rusos, en trileros de feria y estraperlistas de necesidad, en chivatazos y cuartelillos, aceptan un empleo siniestro: si no lo haces tu, ya lo hará otro. Administradores de justicia, se autoproclaman, poniendo el cargo junto al nombre en pulcras tarjetas de visita: después del juez, ellos.
El documental los junta en la bodega de un mesón desconchado, trasegando vino para desatar la garganta y que fluya su terrible anecdotario (la celebérrima película de Berlanga le puso el humor negro a la profesión: Martín Patino se lo borra de un plumazo). Jarabo, la envenenadora de Valencia, Monchito, el gitano de Almendralejo, Salvador Puig Antic. Crónica negra del siglo XX español congelada en portadas de "El caso" (resulta difícil pensar que el ya mítico periódico, que ojeábamos furtivamente en la niñez, colgara hoy día de los escaparates de los quioscos: fotos demasiado duras para los tiempos hipócritas del políticamente correcto) y en titulares rotundos que anunciaban Sentencia Cumplida, nombrando al ajusticiado y ocultando la identidad del encargado de girar la manivela del garrote vil: extensión de la mano del caudillo, la mano del dios que quita, del dios que da.
También aparecen las opiniones de los médicos y abogados que se vieron envueltos en el proceso de las ejecuciones. Inmensa diferencia entre las opiniones de estos (y en los entornos de unos y de otros; profesionales de éxito entrevistados en sus lujosos despachos: el contraste es brutal entre clases sociales y se hace patente en la cinta) que guardan recuerdos horribles de los momentos de la ejecución, y el pragmatismo estoico de los verdugos: un ajusticiamiento, bien o mal hecho, vale mil duros, dietas incluidas. La cruda realidad.
El documental supone, desde el presente, un vistazo intenso a la España de 1973, un viaje en el tiempo que, dejando de lado la faceta violenta de la sociedad que se quiere reflejar, se inunda de nostalgia al contemplarlo tantos años después. Mirada de niño que se reencuentra en determinadas imágenes, vetustas, sepias. Las ropas, las palabras, los coches, la gente: una magdalena proustiana tras otra.
Hasta el aire: todo cambió. Y la pena de muerte es un recuerdo lejano.

domingo, febrero 08, 2009

"Redacted", de Brian de Palma

Una noche. Un grupo de soldados estadounidenses destinados en Iraq salen a escondidas de su cuartel y violan y matan a una niña de quince años. Y matan a toda su familia. Y queman sus cadáveres. Y también su casa. Y luego se van a la cama, a descansar, que mañana habrá que madrugar para seguir protegiendo a la población civil y seguir esforzándose, día a día, en reconstruir este país liberado de sus opresores, pueblo aligerado del oprobio, disueltas sus cadenas. Hip, hip... hurra.
El horror de la guerra parece mayor cuando se contempla cómo lo ejercen soldados bien alimentados, bien vestidos, sanos y educados, aquellos de los que se dice que han gozado del bienestar de los países avanzados: no les queda la excusa del hambre y la miseria, de las guerras enquistadas durante décadas que sumen a los pueblos en economías de subsistencia básica: infancias sumidas en la violencia absoluta que generan violencia porque no han conocido otra cosa. ¿El asesino nace? ¿Se hace? El mismo soldado que en la película comete el asesinato de la niña, días antes acribilla a balazos un vehículo que no se ha parado en un punto de control, matando a una mujer embarazada que viajaba en su interior: otro acto criminal, igual de salvaje, pero que se trata de un error militar realizado en el ámbito del cumplimiento del deber. Pues menos mal. Ordenes son ordenes y la esquizofrenia militar permite levantar tenues fronteras entre héroes y villanos. Enseñados a matar, les dan un arma cargada. Y van y matan. Perro come perro.
El argumento es parecido al de otras películas de denuncia de estas malditas guerras del petroleo, como "La batalla de Hadiza", "Jarhead" o la serie "Generation Kill". Brian de Palma, sin embargo, construye su relato generando escenas con los diferentes medios, formatos, aparatos que la tecnología moderna ofrece. Cámaras de vídeo, webcam, cámaras de vigilancia, cámaras de reporteros de guerra. Medios informativos árabes, documentalistas franceses, agencias de noticias europeas. Blogueros y youtuberos. El ser humano moderno es una cámara con patas (¿quién no tiene una cámara de fotos digital o de vídeo o un teléfono móvil con ambas cosas? Baja la mano, mentiroso), un ojo que puede registrar la noticia in situ, sin prohibiciones ni cuestionamientos morales, y que la puede publicar al alcance de cualquier ciudadano del mundo (en realidad en algunas partes esa tarea sigue siendo igual de imposible que si todavía no se hubiera inventado la imprenta). A un click. El debate moderno sobre la independencia de los medios, de la ética periodística y la búsqueda de la verdad, en fin, ha ido de la mano de la oportunidad de que cualquiera pueda ser informador a la vez que testigo. Las noticias sobre la guerra más censurada de la historia se han colado por los senderos de una red sin barreras, universal y libre, enseña el director. A ver cuanto dura.

domingo, febrero 01, 2009

"Los crímenes de Oxford", de Alex de la Iglesia

Esta noche se entregan los Goya. Este tipo de premios, tan publicitados y cacareados durante este fin de semana, concentran la atención de los medios alrededor del cine y esto provoca, directamente, que al pueblo llano nos llegue alguna onda sobre el estado del arte del cine español o alguna chispa de interés por ver las películas que participan en el evento (mañana, en los descansos del café, se hablará del ranking de premios, siempre que la victoria de Rafa Nadal en el Open de Australia deje algún hueco para el tema). Criticar la cutre-gala de turno, esperar el nombre de los ganadores, ver la cara que se le queda a los perdedores: solamente la sorpresa del gol de última hora de "La soledad" de Jaime Rosales del año pasado, justifica el interés para ver varias ediciones. En la categoría de cortometrajes de ficción están nominados dos directores salmantinos, Isabel de Ocampo con "Miente" y Hatem Khraiche Ruíz-Zorrilla con "Machu Picchu" (he escuchado perplejo como algún medio castellano-leones ha ignorado por completo a este último director al listar los nominados locales: supongo que para el informativo regional de RNE, el nombre no es compatible con haber nacido a la orilla del Tormes) así que esperemos que la lotería pasé por aquí esta noche.
"Los crímenes de Oxford" opta a las categorías reinas, junto a "Camino", "Los girasoles ciegos" y "Solo quiero caminar". Mala cosecha, dicen, la de este año, como si se tratará de la añada de un vino: no me parece tan distinta a la del año anterior: quitando "La soledad", que fue la gran sorpresa, "El orfanato", "13 rosas" y "Siete mesas de billar francés" no destacan especialmente. Dos años atrás, "El laberinto del fauno", "Volver" y "Alatriste", sí que conformaron un grupo potente. Habrá que echar una mirada a la categoría de director novel, donde supongo que "El truco del manco" de Santiago A. Zannou (el verdadero truco del manco es estrenarla dos semanas antes de los premios) lleva todas las papeletas para ganar, aunque puede que "Los cronocrímenes" de Nacho Vigalondo (ojalá) dé una pequeña sorpresa.
La película de Alex de la Iglesia está muy bien realizada, pero la trama de los crímenes, tan matemática y tan pitagórica, no acaba de resolverse con claridad. Leí la novela de Guillermo Martínez, en que se basa el guión de la película (otra nominación goyesca) hace un par de años. No es el estilo de novela policíaca que más me guste: las deducciones milagrosas (elementales, querido Watson) son en la mayoría de los casos piezas socorridas para cerrar un puzle imposible: me gustan más aquellas historias en las que a los soplones les parten las piernas y las páginas destilan bourbon antes de encontrar al asesino: el método convencional. Pero lo que importa es el suspense, como diría Hitchcock, y la novela lo sabe mantener bien. Mejor que la película.
El reparto lo componen esa cara de no haber roto un plato en su vida que tiene Elijah Wood, el gentleman perfecto, torvo y enigmático, que interpreta John Hurt y ¿qué hace ahí Leonor Watling? No es lo mejor del director, especialista en héroes anómalos y humor negro ("Acción mutante", "El día de la bestia" y "La comunidad" representan los hitos extraordinarios de su carrera), pero tampoco defrauda (como sí lo hizo "Perdita Durango" u "800 balas": un fan decepcionado no perdona).
Seguramente "Los crimenes de Oxford", la película española más taquillera del 2008, no triunfará hoy. Tampoco le hace falta.

sábado, enero 24, 2009

"Nazarín", de Luis Buñuel

Sus vecinos no acaban de creerse que sea un cura: no están acostumbrados a un párroco tan desprendido. Estajanovista de la caridad, botín fácil para pícaros y holgazanes, tonto de tan bueno. Recuerda al fraile Junípero de "Francisco, juglar de Dios", de Roberto Rossellini, otro ultra de la piedad que solía regresar desnudo al convento después de haberle entregado sus escasas ropas a cualquier paisano, más pobre que él, con el que se cruzara por el camino.
Retrato de la caridad, una de las virtudes cristianas más preciadas, esa que suele ir acompañada del adjetivo "malentendida". Buñuel la va a pulverizar tomando como pretexto la novela de Benito Pérez Galdós. Nazarín yerrará en cada una de sus buenas acciones: todas ellas terminan provocando desgracias. El incendio del mesón provocado por la prostituta que él ha cobijado en su casa o el capataz asesinado por sus trabajadores después de que este haya accedido a darle trabajo a Nazarín a cambio, unicamente, de un poco de comida (el santo esquirol). Sin embargo otros serán sus fracasos más dolorosos: ni consigue el arrepentimiento del ladrón que le salva la vida (el malhechor acepta sin dramas su condición de alma condenada: cada uno a lo suyo), ni mucho menos el de la enferma de peste que, en el lecho de muerte, prefiere evocar el amor que deja en este mundo antes que aceptar la equívoca promesa de la salvación ultraterrena.
Después de tanta decepción acumulada, ¿qué puede significar la resistencia a aceptar la piña que le ofrecen tan caritativamente al final de la película? La duda, por supuesto. Esa duda que quebranta hasta la fe más ciega.

viernes, enero 09, 2009

"Resident Evil 3: Extinción", de Russell Mulcahy

Milla Jovovich tiene sobrados puntos para ser nombrada la heroína número uno del cine de acción heredado de los videojuegos: la saga Resident Evil da prueba de ello: le da mil vueltas a los lamentables Tomb Raider de Angelina Jolie. Arrojada al estrellato con su brillante papel en "El quinto elemento", de Luc Besson, su rostro da una acertada mezcla de inocencia infantil y dureza felina, aparte de un físico apto para las patadas voladoras. También me gustó como la protagonista de "Juana de Arco", del mismo Luc Besson (su marido por entonces) y en "El hotel del millón de dolares", de Wim Wenders, película está última que pasó por las pantallas con más pena que gloría y que a mi, no sabría explicar el motivo, me gustó mucho, incluida su banda sonora (o sobre todo). Y sin embargo en "Resident Evil 3", lo que más me ha llamado la atención de esta actriz es el extraño color de cara que tiene en los primeros planos: o exceso de maquillaje o exceso de PhotoShop. Lo segundo, supongo. Cuando filmaban a Sara Montiel, en su madurez y a falta de tecnología digital, le colocaban a la lente de la cámara una media dorada para disimular los surcos del tiempo, pero que a una actriz de 33 años le borren las arrugas, más aún en un personaje que se dedica a descabezar zombies en medio del desierto, me parece pasarse de la raya (tirando a enfermizo) y hace que te fijes en aspectos de la filmación que distraen innecesariamente.
¿La película? Pues como la primera y la segunda: escabechina de muertos vivientes trepidante y bien realizada (algunos videojuegos dan pingües beneficios, se nota), con mucha estética "Mad Max" en esta última entrega, y que se despacha en hora y media. Para que no de tiempo a aburrirse.

sábado, enero 03, 2009

"My blueberry nights", de Wong Kar Wai

En el fondo la película no cuenta nada más que una historia de amor optimista y amable (si exceptuamos el capítulo que transcurre en Memphis, de tono trágico: de lo mejor de la película, además). Cambias a Jude Law por Tom Hanks, a Norah Jones por Meg Ryan y a Wong Kar Wai por Nora Ephron (directora/guionista de "Algo para recordar" o "Tienes un e-mail") y obtienes la típica comedia romántica que ha arrasado la taquilla en más de una temporada navideña. Entonces, ¿cuál es la diferencia? La diferencia es la mirada. Una estética inconfundible, una inquietud palpable por lograr que cada plano, cada encuadre, cada fotograma pueda sacarse del celuloide, enmarcarse y colocarse en cualquier exposición de arte fotográfico de vanguardia. La saturación del color y el grano de la película, la cámara que se asoma por las ventanas y escudriña desde cada rincón de la habitación, logrando calidez y cercanía, haciendo partícipe al espectador de la atmósfera de cada escena. Los ambientes urbanos capturados por Wong Kar Wai, con querencia demostrada por los locales nocturnos, las camareras y las luces de neón, resultan cercanos, cotidianos, vividos: costumbrismo del siglo XXI. Despersonalización, deslocalización: cualquier ciudad, cualquier noche.
"My blueberry nights" es la primera ocasión en la que el director occidentaliza su reparto, lleno de buenos actores. David Strathairn (el que deseaba "Buenas noches y buena suerte" en la película de George Clooney) y Rachel Weisz se entregan a fondo en su papel de pareja rota: pasión dramática de días de vino y rosas. Incluso Natalie Portman parece abandonar su eterno rol de tierna lolita del barrio (así la llamaban, hace ya muchos años, en "Beautiful Girls" de Ted Demme) y domina sus escenas con aplomo. El director también saca a Norah Jones de los estudios de grabación y las salas de conciertos y la coloca delante de la cámara, con un resultado aceptable. Ese plantel de caras conocidas, de las que llevan público a la sala por el mero hecho de aparecer su nombre en el cartel, puede producir la sensación de que esta es la película más comercial del autor. Puede que sí. De cualquier modo supongo que a la mayoría de las estrellas les encanta rodar con directores de culto que aporten credibilidad y consistencia a sus bamboleantes carreras. ¿Qué actor no querría salir en una de Woody Allen o de Tarantino o de Kusturica? El día que Almodovar cruce el charco (si lo cruza) ¿quién saldrá en la pelicula? ¿Uma Thurman arrojando un contestador por la ventana? ¿Johnny Deep travestido cantando un bolero?

Con esta, 200 entradas van ya en este blog. Sin prisa, pero sin pausa.

viernes, enero 02, 2009

"Los cronocrímenes", de Nacho Vigalondo

Buena película para empezar el año. Ciencia-ficción, intriga de origen nacional. El primer largometraje del director, escritor, actor (hace las tres cosas en esta película) Nacho Vigalondo merece un sobresaliente, si bien poco puede aportar mi criterio a la hora de calificar a un realizador que rozó el Oscar con su cortometraje "7:35 de la mañana". No me gustaría deslizar en estas líneas detalles de la trama que pudieran perjudicar el efecto sorpresa de futuros espectadores. Mejor verla, como dicen los anuncios de ventas de casas.
Comentamos al final de la película que esta parece candidata a que alguna compañía hollywoodense compre la historia y realice una versión que seguramente resulte nefasta, como aquella "Vanilla sky" de infausto recuerdo, pálida copia de la excelente "Abre los ojos" de Alejandro Amenábar. Una rápida comprobación vía Google confirma que United Artist, la productora de Tom Cruise, ya ha realizado la adquisición (sí, el mismo de "Vanilla sky", el mero, mero: ya le estoy viendo con la cara envuelta de vendas ensangrentadas, ¡ntchs!).
El director toma el rol del doctor Frankenstein y crea un monstruo (compararlo en su aspecto con el que interpretó Robert De Niro en el "Frankenstein" de Kenneth Branagh, me parece que no es ninguna tontería). Y Karra Elejalde está sencillamente genial: hacía mucho tiempo que no le veía interpretar un papel tan bueno, probablemente desde "Los sin nombre" de Jaume Balagueró, y ya hace un par de lustros de aquello.
El cine fantástico español existe, otra cosa es que las distribuidoras estén interesadas en darle el apoyo que merece. Y en cuanto a guión y calidad de la producción, le da mil vueltas a mucho pestiño usamericano para adolescentes. Pienso.