sábado, enero 26, 2008

"Plan oculto", de Spike Lee

Película de atraco con rehenes. De este género hay otra moderna llamada "Negociador", de F. Gary Gray, protagonizada por Samuel L. Jackson y Kevin Spacey. Sin embargo las que más me han gustado de este tipo son dos bastante más antiguas. La primera es "Tarde de perros" de Sydney Lumet, en la que dos atracadores inexpertos, Al Pacino y John Cazale, intentan robar una pequeña sucursal bancaria neoyorquina y la segunda, localizada a miles de kilómetros de distancia y sin embargo similar en su planteamiento, es "La estanquera de Vallecas", de Eloy de la Iglesia, con José Luis Gómez y José Luis Manzano interpretando a los inolvidables Leandro y Tocho: el currante en paro de vuelta todo y el típico chaval de barrio educado en los billares que juguetea con la droga (y con Maribel Verdú). José Luis Manzano era habitual protagonista de las películas de Eloy de la Iglesia de los años ochenta, películas donde la delincuencia juvenil y las drogas eran los temas principales (títulos señeros como "Navajeros", "Colegas", "El Pico", para un cine desbocado). Eloy de la Iglesia sobrevivió a sus paseos por el lado salvaje y murió hace poco, ya cumplidos los sesenta, no así José Luis Manzano ni tampoco Antonio Flores ni "El Pirri", otros de sus actores fetiche, los tres muertos por sobredosis de heroína. En "Tarde de perros" y "La estanquera de Vallecas" hay un profundo olor a la vida de la calle, a lumpen obrero que se mete a robar porque no le queda otra salida. Quizá eso es lo que yo esperaba ver en una película de Spike Lee, ese olor a barrio.
El director experimenta con el género realizando una sofisticada obra acerca de ladrones de inteligencia superlativa, millonarios de pasado inconfesable y policías corruptos.
Denzel Washington es en este caso el negociador, un inspector de policía con ganas de ascender por la vía rápida y dispuesto a pasar por alto alguna norma del manual para lograr sus objetivos. Brilla más en otras películas. Me quedo con los interrogatorios que les hace a los rehenes para descubrir si son de los buenos o de los malos. Clive Owen es el atracador pero como se pasa enmascarado la mayor parte de la película, poco se puede decir de sus dotes actorales en esta ocasión. Jodie Foster hace un papel parecido al del Señor Lobo en "Pulp Fiction"('Hola, soy el Señor Lobo. Soluciono problemas') pero ni de lejos alcanza el nivel de seguridad que desprendía el personaje de Harvey Keitel. Se limita a darle un aire de suficiencia, sabiendo de sobra que no le va.
Al final a la trama se le pierde un poco el hilo. O era yo, que se me cerraban los ojos y casi no me enteré de como terminó la cosa. Habrá que volver a verla, aunque sólo sea el último cuarto de hora.

domingo, enero 20, 2008

"La Jungla 4.0", de Len Wiseman

Hace 20 años, en "La Jungla de Cristal" de John McTiernan, Bruce Willis encarnó por primera vez el personaje de John McClane, un policía cínico y vacilón que revolucionó un género saturado en los años ochenta por la presencia de superhombres con mucho músculo y poco cerebro (Arnold Schwarzenegger, Silvester Stallone, Chuck Norris: los más grandes entre los grandes: los chicos que la América de Ronald Reagan colaba en las pantallas de todo el mundo para demostrar quiénes eran los buenos). En aquella película John McClane se ve inmerso de improviso en un robo con rehenes a gran escala, el solo contra un ejercito de ladrones bien armados, y a pesar de quedarse descalzo y semidesnudo (su uniforme de guerra era un pantalón de pinzas y una camiseta imperio) consigue liberar el edificio Nakatone: a tiro limpio, eso sí. La gran virtud de la película era la de presentar al personaje como a uno que pasaba por allí, uno que estaba en el lugar inadecuado y en el peor momento, y que tiene que echarle valor para arreglar la situación porque nadie más lo va hacer: el héroe por accidente: un cualquiera de carne y hueso que termina sucio y herido (un médico estudió la escenas de acción de la película e hizo un parte de lesiones: en la vida real McClane sería un fiambre a la mitad de la película). La película tuvo dos secuelas muy parecidas a la original. En la tercera se da un giro al estilo (¿pasó de moda el héroe solitario?) y le buscan un compañero de fatigas, encarnado por Samuel L. Jackson ("La Jungla" inicia un subgénero cinematográfico denominado Die Hard Scenario con ejemplos como "Speed" o "Air Force One": uno contra todos en una localización bien delimitada como un edificio, un autobús, un avión; en la tercera y cuarta parte de "La Jungla" el genero se pasa a los buddy films: para la tercera McClane hace pareja con un electricista contestatario y en la cuarta con un hacker adolescente, pero el concepto original pierde fuerza). Eso fue en 1995 y la tecnología digital aún no había invadido el cine. Y allí debería haber acabado todo, con Jeremy Irons derrotado pero matando a Bruce Willis a traición al final de "La Jungla 3". Una muerte digna y una medalla póstuma. La areté del soldado en la Grecia clásica.
El título "La jungla 4.0", como si fuera la última versión de un juego de ordenador, avanza al espectador que de lo qué se trata en esta ocasión es de construir un más difícil todavía en la informática aplicada al cine. Un camión trepando puentes, un caza destruyendo una autopista. No es la primera película que lo intenta ni será la última, pero las secuencias de acción generadas por ordenador ya no llaman tanto la atención como cuando se vio por primera vez "Terminator 2" o "Matrix": es una carrera absurda. En la película unos terroristas utilizan Internet para manipular la Bolsa, los sistemas de distribución de electricidad, los de control aéreo. La informática como peligrosa herramienta en manos de criminales o terroristas, sirve de metáfora paradójica si se aplica a la técnica cinematográfica. En la reciente "Death Proof", Quentin Tarantino revindica la figura del especialista que realiza las escenas de acción sin añadidos innecesarios en el proceso de post-producción y que igualmente consiguen llevar emoción y riesgo a la pantalla: Harold Lloyd colgado del reloj. La tecnología debe ser el medio, no el fin.
John McClane más brutal y menos cachondo, más matón de discoteca y menos pesadilla de criminales, más pelado y menos pelón, provoca que Bruce Willis realice un papel que se parece a su personaje de "Doce monos" de Terry Gilliam: un viajero en el tiempo, triste y desquiciado. Un héroe de otra época.

domingo, enero 13, 2008

"This is England", de Shane Meadows

La palabra inglesa skinhead es sinónimo moderno de personaje violento y agresivo, de joven brutal incapacitado para el diálogo. Acémila cerril que ejerce su odio infinito, gratuito y despiadado, contra la víctima inocente que su mente desquiciada ha señalado como culpable de su desgracia. Contra el otro, el diferente. El extranjero, el homosexual, el judío, el comunista o el hincha del equipo contrario: la lista de sus posibles enemigos es tan larga como cortas son sus entendederas. Y quizá eso es lo que da más miedo: percibir al skin como a un asesino en potencia con el que es imposible razonar y al que la más leve excusa le sirve para intentar romper sus botas golpeando tus huesos. Ya no se ven tantos por la calle como antes. Será que, superada la inocencia de la exhibición pública de símbolos llamativos, ahora se dejan el pelo largo para despistar a sus presas.
Recuerdo cuando se produjo la Guerra de las Malvinas, la primera guerra a la que mi memoria le prestó atención, y recuerdo conversaciones preocupadas temiendo que cualquier chispa diera lugar a una Tercera Guerra Mundial (muchos años después se supo que Inglaterra no dudó en cargar sus barcos con armamento nuclear: mejor no pensarlo) si bien en este caso, caso raro, eran dos gobiernos de derecha - una democracia y una dictadura - las que se enfrentaban. La superpotencia militar británica no se podía comparar con el ejercito argentino, pero estos últimos resultaron ser un hueso duro de roer. La guerra duró un par de meses y la ganó el más fuerte. El desenlace ayudó a la vencedora Margaret Thatcher a ser reelegida primera ministra y precipitó el fin de la dictadura argentina.
La película cuenta como Shaun, un niño que ha perdido a su padre, soldado muerto en las Malvinas, entra a formar parte de un grupo skinhead. Lo que al principio es un grupo de jóvenes que comparten estética (pelo rapado y botas Doc Martens), gustos musicales (reggae jamaicano y ska ya que la estética skin no está asociada por naturaleza a ideologías de extrema derecha si no que surge con los rudeboys caribeños que emigran a Inglaterra; más tarde los neonazis buscarán una música más acorde con su siniestra forma de pensar e incluso serán habituales de los conciertos de "Joy Division") e inconformismo social (rude boy attitude) termina dividiéndose en dos facciones cuando entra en escena un perturbado expresidiario racista, fanático del ideario de ultraderecha del partido político National Front, que culpa a los extranjeros de todos sus males y ansía formar un grupo de matones que limpien las calles. Pero esta parte, la que hace hincapié en la lacra social que suponen los movimientos de neonazis, me ha gustado menos que la que muestra los problemas de un muchacho adolescente para encontrar su lugar, para entrar en un grupo de amigos en los que pueda encontrarse seguro y confiado y que le ayuden a defenderse de las vejaciones cotidianas y de los problemas familiares. Esta parte esta muy bien resuelta y perfectamente ambientada (doy fe de ello: yo estaba allí en aquellos años aunque a muchos kilómetros de distancia) y confirman esta película como otra más de las grandes películas del cine realista británico.

sábado, enero 05, 2008

"El código Da Vinci", de Ron Howard

De una novela del montón sale una película del ídem. Sí, yo también la he leído: todos tenemos derecho a cometer errores. Siempre he sentido interés por temas de sociedades secretas, conspiraciones vaticanas, enigmas históricos (desde un punto de vista bastante escéptico, sinceramente) y las revelaciones que Dan Brown aporta al neófito en su best seller ya las conocía con anterioridad. La orden del Temple y su violento final; los secretos del abate Sauniere en su parroquia de Rennes-le-Chateau; las intrigas de la secta ultraconservadora del Opus Dei (de estos sabía que el único dios al que adoran es a Don Dinero, no conocía su inclinación a la mortificación de la carne pecadora: me cuesta imaginarme a Federico Trillo o a Isabel Tocino apretándose un cilicio o golpeándose la espalda con un látigo) descritas en escenas que seguro que no le han hecho ninguna gracia a los seguidores de San Escrivá. Y también había leído que Jesucristo conocía bíblicamente a María Magdalena: me lo había contado José Saramago en "El Evangelio según Jesucristo".
El increíble éxito del libro de Dan Brown, más allá de polémicas religiosas, puede deberse sin más a que todo se basa en el análisis, con mucha imaginación, del cuadro de "La última cena" de Leonardo Da Vinci. Se pone un muerto en las primeras páginas, se plantean un par de acertijos que hagan pensar al lector, se buscan tres pies al gato del cuadro y a correr. El cuadro, a humilde e ignorante primera vista, es una pintura de un grupo de personas sentadas a una mesa compartiendo una cena, o más bien parece que ya han terminado de cenar y están discutiendo quién es el que paga la cuenta, porque se les ve un tanto alborotados. Quizá si contamos los dedos de los pies que aparecen en el cuadro y lo multiplicamos por el número de platos vacíos nos resulta el número de la bestia o la edad de Elizabeth Taylor. Como el genial pintor falleció hace tiempo y no sintió la necesidad de dejar por escrito que la cena que pintó tiene más claves secretas que la banca de Suiza, interprete usted lo que quiera, póngalo por escrito y si suena la flauta igual se forra.
Recomiendo, si no se ha leído el libro, que se vea la película: se perderá menos tiempo y, por una vez y dentro de lo malo, es mejor la segunda que el primero. Reparto de postín, director de renombre, preciosas localizaciones: mucha pasta en cada plano. A pesar de ello a Tom Hanks se le ve un poco pasota y la endeble intriga pergeñada por Dan Brown en su pastiche (todo lo que saca en su libro lo ha sacado de otros autores e incluso ha tenido juicios por presunto plagio; los acertijos que se inventa son bastante ridículos; se ha documentado poco y mal: decir que Silas se fuga del penal de Andorra y que coge un tren a Santander es como decir que se va a esquiar a los Monegros y desde allí coge el barco hasta el puerto de Teruel) no se arregla por mucho que se le pase el pastel a Akiva Goldsman, el oscarizado guionista de "Una mente maravillosa" dirigida también por Ron Howard.
Para disfrutar de verdad de la leyenda del Santo Grial nada como ver "Excalibur" de John Boorman (disfrutando también de su banda sonora) o leer "Perceval" de Chrétien de Troyes. O las dos cosas.

miércoles, enero 02, 2008

"Tristam Shandy", de Michael Winterbottom

Decir que la historia habla de vergas y toros equivale a anular su transcendencia trivializándola, afirmando al imponer esta postura de modestia, que no existe manera de confinar una vida, cualquier vida, en un montón de páginas, por simple que nos parezca esa existencia. Novelar es inventar imponiendo el punto de vista del autor, subjetividad máxima: la mano maestra que pergeñará un melodrama o una comedia basándose en pequeñas sutilezas, en leves matices: Walter Shandy toma en brazos, embelesado, a su hijo recién nacido o se desmaya ante la sangrienta visión del parto. Tenues líneas separan abismalmente emociones antagónicas: pain is so close to pleasure, cantaba Freddie Mercury.
Michael Winterbottom esquiva la imposibilidad de llevar al cine la novela de Laurence Sterne construyendo un ejercicio de metacine. En la obra de teatro "Proceso, anatematización y quema de una bruja en un ensayo general" de Ramiro Pinilla, al rato de empezar la representación la voz de una actor decía 'Se ha equivocado' y se encendían repentinamente las luces del escenario, rompiéndose la comunicación establecida con los espectadores, saltando a otra trama inesperada, pero paralela, que arrojaba más allá del telón a los personajes de un juicio de la Inquisición del siglo XVI y los convertía en actores de sus propias vidas que, atrapados en sus pasiones, terminaban quemando realmente a la actriz protagonista en el cadalso reservado a la bruja de la función. El director inglés realiza el mismo juego con el espectador (en este caso el final será feliz: es una comedia) logrando otra buena película en su excelente filmografía, a colocar al lado de "Wonderland" o "24 hour party people".
No he leído "Tristam Shandy", aunque tomé buena nota de la recomendación que se hacía en el blog de "El Tiempo Ganado". La primera referencia que tuve de esa novela la encontré en "Historia abreviada de la literatura portátil" de Enrique Vila-Matas, donde se habla de la conspiración shandy, sociedad secreta formada por artistas bohemios de principios del siglo XX (dice Vila-Matas que shandy significa indistintamente alegre, voluble y chiflado en algunas zonas del condado de Yorkshire donde Laurence Sterne vivió gran parte de su vida). La condición, inspirada en la caja-maleta de Marcel Duchamp, imprescindible para pertenecer a dicha sociedad es que la obra artística de uno fuera poco pesada, transportable en un maletín: bueno, un blog cabe perfectamente en un bolsillo del pantalón, vía pen drive. Se exigía, además, que el autor fuera soltero o, al menos, que se comportara como tal: nómada infatigable ligero de equipaje: ni mujer, ni casa, ni coche, ni hijos. Esta condición, me temo, va a ser más difícil de cumplir.

* En la imagen Boîte-en-valise de Marcel Duchamp

miércoles, diciembre 26, 2007

"Zulú", de Cy Endfield, y "Amanecer zulú", de Douglas Hickox

En 1879 se produce la llamada Guerra Anglo-Zulú, que enfrentó en tierras sudafricanas a los nativos zulúes con los soldados invasores del ejercito británico. El Imperio Zulú contra el Imperio Británico. El primero tenía aproximadamente la extensión de Portugal: el segundo era bastante más grande. El 22 de enero de aquel año, en la batalla de Isandlwana, el ejercito zulú arrolla a los ingleses. Y aunque la cifra de muertos no llegará al millar, será la gran derrota de su etapa colonial, la más inesperada, la que quedará anclada en la memoria. La mayor potencia bélica de su tiempo, superada por un ejercito armado con escudos de piel de vaca y lanzas de hierro: tecnología del neolítico contra armas automáticas. Subestimar al enemigo es un mal camino (Annual, Pearl Harbour, Vietnam) y el zulú no era precisamente un adversario menor. Formaba una infantería temible, bien organizada (no era una marea humana que se lanzaba sin más contra el enemigo: usaban tácticas de tenaza como las que dieron la victoria al cartaginés Anibal en Cannas contra los romanos o al mariscal soviético Zhukov en Stalingrado o Berlín contra el ejercito nazi), de gran fortaleza física y dispuestos a lavar sus lanzas con las sangre del enemigo. Su fiereza en el combate y la violencia de su carga podría deberse, también, a que sólo podían casarse los guerreros que demostraran su valor en el campo de batalla: demasiada tensión añadida. 25000 zulués arrasaron a 1000 casacas rojas pero, el mismo día de la victoria de Isandlwana, otros 4000 zulués no fueron capaces de vencer a 139 soldados que defendían la misión de Rorke's Drift, demostrando que Isandlwana iba a ser una excepción y que el rifle Martini-Henry del ejercito británico, bien utilizado, podía repeler cualquier ataque (un disparo de esta arma de gran calibre podía matar a un hombre, al que iba detrás y herir al siguiente: armas de destrucción masiva en pleno siglo XIX). Esas escenas, ancladas en la memoria cinematográfica, de los soldados disparando por secciones, una disparando y la otra recargando, conteniendo la carga del enemigo. Lo veías el sábado después de comer, en la televisión, casacas grises en pantallas de blanco y negro, y luego a la calle, con la emoción aún en la retina, a jugar a eso. Juegos de guerra que no dieron para más: nunca entendí la aversión al juguete bélico. Nos pasamos la infancia con el índice estirado y gritando ¡pam, pam! y luego la mayoría evitábamos el servicio militar como si fuera la peste e intentábamos librarnos por objetores de conciencia o inútiles o excedentes de cupo o insumisos: lo que fuera con tal de no ir. ¡Mili KK!. Pasó a la historia, afortunadamente. La guerra la vencieron los ingleses y el Imperio Zulú también pasó a la historia.
En "Amanecer Zulú" se representa la batalla de Isandlwana y en "Zulú" la de Rorke's Drift, aunque esta última fue rodada quince años antes. Cy Endfield es el guionista de ambas. "Zulú" fue un gran éxito, para eso presentaba el episodio heroico, y supuso el salto a la fama de Michael Caine. Tiene el aroma de las películas de aventuras que retratan la era colonial como "Beau geste" de William Wellman o “Gunga Din” de George Stenvens, pero también de algunas clásicas del genero western, cuando la caballería acudía al rescate, como en "Fort Bravo" de John Sturges. "Amanecer Zulú", a pesar de contar con Burt Lancaster y Peter O'Toole entre sus protagonistas, no es tan buena como la anterior y fue rodada en 1979 para aprovechar la conmemoración de la batalla de Isandlwana.
Buena sesión doble de cine. Para el interesado en estos temas recomiendo el excelente libro "Zulú", de Carlos Roca. De ahí ha salido la mayoría del texto de esta entrada.

sábado, diciembre 22, 2007

Exposición. Obras de la Academia Cibeles

Artistas sin complejos. Aunque puede que todo sea fruto, precisamente, de un complejo o sentimiento interno, de una compulsión que nos empuja a superar las barreras, las limitaciones, la mediocridad cotidiana que domina nuestra existencia: engañar al destino con un pincel en la mano. Alimento para el ego. O quizá, simplemente, sólo queramos matar el rato. El resultado queda expuesto al juicio público, a la implacable crítica del pueblo soberano, si bien la mayoría de los testigos mentirán chantajeados por alguna candorosa afinidad sentimental con el autor. Las mentiras piadosas. Sean bienvenidas.
El café "El Alcaraván" representa la nostalgia de la vida universitaria. Tantas tardes de invierno pasadas apoyados en el mármol de sus mesas, junto a un piano mudo y las láminas de Escher planeando sobre nuestras cabezas. Promesas de amor eterno entre carpetas repletas de apuntes y tazas vacías que un monedero exiguo, implacable, no permitía que se volvieran a llenar: todos los sueños: los rotos y los que no. Si alguien me dijera entonces que al cabo de tantos años un cuadro mío colgaría de sus míticas paredes... Aunque sea por unos pocos días: aunque fuera por unas horas.
Gracias a Aurora que me animó, a Rubén que me llevó y a Chema que me enseñó.

domingo, diciembre 16, 2007

"La dalia negra", de Brian de Palma

El escritor James Ellroy es un representante auténtico del estilo de novela negra llamado hard boiled: el investigador tiene que patearse las calles, visitar los bajos fondos y machacar a un par de confidentes antes de resolver los casos, ya que sentarse a pensar delante de la chimenea en Baker Street sirve de poco al común de los mortales. Además, adereza sus tramas con los trapos sucios de figuras simbólicas del siglo pasado, siendo uno de los más reconocidos cronistas de la historia unrevealed norteamericana de la segunda mitad del siglo XX. En este género, mi favorito. Sin duda.
Si tuviera que quedarme con una de las novelas de James Ellroy, probablemente me quedaría con "América", retrato de la situación política y criminal (términos que pongo juntos de forma nada casual) de Estados Unidos en la época del asesinato de Kennedy. El autor describe con destreza y pasión este escenario y los personajes que lo protagonizaron: la desmitificación de mártires automáticos como Martín Luther King o John F. Kennedy por medio de la indisimulada descripción de su licenciosa vida privada; las espeluznantes personalidades de personajes repletos de poder como J. Edgar Hoover, Howard Hughes, Jimmy Hoffa: caricaturas despiadas; el movimiento anticastrista encabezado por nombres de la mafia como Sam Giancana o Jonny Rosselli, que quieren recuperar su lucrativa isla-casino-burdel del Caribe, de la que salieron por piernas en la Nochevieja de 1958. "América" tiene su continuación en "Seis de los grandes", no tan buena como la primera, y falta la publicación de una tercera que conformará su anunciada trilogía americana.
Y alrededor de estos conocidos nombres, algunos legendarios, se colocan otros personajes anónimos característicos de su obra, preferiblemente policías violentos, políticos municipales corruptos, empresarios de negocios turbios y mujeres fatales desdichadas y maltratadas hasta el hartazgo. "La dalia negra" tiene su leitmotif en el asesinato de una de estas chicas malas, arrancada del lumpen por su belleza para terminar muriendo en las cloacas de la alta sociedad. Esta basada en un caso real: en 1947 aparece en un descampado de Los Angeles el cadáver de Elisabeth Short, joven aspirante a actriz, brutalmente despedazado y con signos de haber sufrido tremendas torturas antes de morir. Ellroy construye con maestría el relato de este crimen, presentándolo como la ineludible consecuencia de los vicios enfermizos de una clase social rica y poderosa que se cree por encima de la justicia y que, encerrada en sus mansiones hollywoodienses, ha perdido el contacto con la realidad.
La película tiene, sin embargo, peor suerte que la novela. La otra adaptación cinematográfica que he visto de una novela de Ellroy es "L.A. Confidential", de Curtis Hanson, y me pareció bastante mejor que la de "La dalia negra". Puede que fuera por su magnífico reparto, que representaba fielmente los papeles de los personajes de la novela. Russell Crowe era el perfecto poli malo y Kim Basinger es la foto que sale en el diccionario junto a la definición de femme fatale (apartado rubias). Los protagonistas de "La dalia negra", Josh Hartnett y Scarlett Johansson, no alcanzan el punto cínico y frío característico de un personaje genuino de novela negra, quizá porque son demasiado jóvenes y saludables como para parecer atormentados y de vuelta de todo. Al director Brian de Palma mejor dedicarle unas líneas en otra película de mayor puntuación (un vistazo rápido a su filmografía y se me ocurren media docena, incluida alguna obra maestra como "El precio del poder"). En "La dalia negra" dejará su sello en las escenas de acción a cámara lenta pero abusando innecesariamente del recurso (aquella escalera con cochecito de niño en caída libre de "Los intocables de Eliot Ness" o la muerte de Al Pacino acribillado a balazos en "El precio del poder": la sangre se te congelaba en las venas al contemplar esas escenas). Pues eso, para hablar de Brian de Palma mejor utilizar otra película de más mérito, ya que James Ellroy ha monopolizado esta entrada. Meritoriamente.

domingo, diciembre 09, 2007

"Alemania año cero", de Roberto Rossellini

Neorrealismo alemán. Rodada en Berlín durante el verano de 1947, no se gastó en decorados. El cuerpo aún estaba caliente. Ciudad sepultada bajo escombros donde tres millones y medio de cadáveres tienen que volver a aprender a vivir. Muertos cansados, sin vida ni esperanza. No se rinden cuentas, pueblo derrotado que agacha la cabeza porque no supo vencer: la vergüenza es esa, no la derivada de los actos cometidos: el vencido siempre es el asesino, el genocida. Los soldados de la Wermacht, asfixiados de calor en Africa, congelados por el frío en Rusia, supieron cumplir su deber: fueron héroes para sus compatriotas y ahora se esconden de ellos como los topos de todas las posguerras. Discos con discursos del Führer resuenan en la Cancilleria abandonada.
La falta de trabajo, de alimentos, hace de la mezquindad entre vecinos un drama cotidiano; ruina, ruin. La esperanza llega en trenes cargados de patatas. Estraperlo, colas de racionamiento, mercado negro. Los americanos, franceses, británicos, son los reyes de la noche, de los salones de baile donde las berlinesas acuden a venderse por cuatro cigarrillos: veinte marcos al cambio.
La cámara sigue a Edmund, embrión ario abortado antes de madurar: mitad candoroso y mitad maquiavélico. Se cruzará con su inquietante maestro de dedos gelatinosos, repugnante hasta el vómito, como caperucita se encontró con el lobo: la supervivencia a toda costa hace brotar los peores instintos. Edmund lo aprenderá pronto y cometerá el más vil de los pecados, el último crimen del III Reich. El milagro alemán será sin duda la resurrección de Lázaro, aunque a Rossellini tal cosa ni se le pasó por la imaginación. Claro, por eso fue un milagro.

domingo, diciembre 02, 2007

"El mercader de Venecia", de Michael Radford

La trama de esta obra de Shakespeare es sobradamente conocida. Un usurero llamado Shylock, de religión judía, le concede un préstamo al caballero Bassanio. Este, gambitero de escasos recursos económicos y que quiere conquistar a su amada con el dinero del crédito, presenta el aval de Antonio el mercader. Los créditos con intereses estuvieron muy mal vistos durante la Edad Media, suponiendo un conflicto de índole moral y religiosa: el pecado de usura, nada menos. Esa actividad económica era en su mayor parte realizada por judíos ricos de la época que, no teniendo bastante con ser considerados los asesinos de Jesucristo, eran tratados con desprecio por su fama de avaros y codiciosos. Los poderosos, los nobles, la realeza les debían mucho dinero, malgastado en guerras y palacios, así que medidas como los edictos de expulsión promulgados por los Reyes Católicos durante el siglo XV iban un paso más allá de la defensa de la fe, convirtiéndose también en una forma eficaz de cuadrar las cuentas del estado. "The economy, stupid". Siempre lo ha sido.
Shylock no va a pedir ningún interés por el préstamo concedido. Ningún interés en ducados, claro, porque la condición que impone en el contrato es que si al cabo de tres meses no se le ha devuelto el dinero, se quedará con una libra de carne de Antonio. Cobrar en carne, muy distinto a cobrar en especie. En fin, alguno daría un brazo con tal de perder de vista la hipoteca.
"El mercader de Venecia" nunca había sido llevada al cine debido a su patente carácter antisemita. Al parecer está vez no se ha realizado una adaptación literal del texto de modo que no se dieran de arder los cines donde se estrenara la película. No he leído la obra de teatro original así que no sé que cambios se han hecho para rebajar el tono del texto: a mi entender, los judíos no quedan muy bien parados en esta película: el original debe ser tremendo.
Shakespeare está muy presente en el cine moderno, con dos tipos de adaptaciones, unas fieles al original y otras más o menos alejadas. En este segundo grupo se encuentran desde las que sólo cambian la ambientación o la época y mantienen el texto, hasta otras que simplemente representan algún pasaje o están vagamente inspiradas en alguna obra. Por ejemplo, "Ran" de Akira Kurosawa (basada en"El rey Lear"), "Mi Idaho privado" de Gus Van Sant (en "Enrique IV"), "Romeo + Juliet" de Baz Luhrmann (textos de "Romeo y Julieta" en boca de pandilleros de diseño) o "El rey León" de la factoría Disney ("Hamlet" o el cachorro llamado Simba). De las del primer grupo, de las adaptaciones fieles, me quedo con esta y con el "Hamlet" de Franco Zeffirelli (aunque el papel de Hamlet lo hiciera Mel Gibson, ya ves. Las de Kenneth Branagh, por otro lado, no me han gustado). Al Pacino en el papel de Shylock o Jeremy Irons haciendo de mercader, le dan lustre a la cinta y también están muy bien realizados el pasaje del juicio en presencia del Gran Dux de Venecia o los retratos de los típicos enredos románticos del dramaturgo inglés. Buena película.
El director Michael Radford también dirigió "El cartero y Pablo Neruda" y ahora está preparando la adaptación cinematográfica de la novela "La mula", de Juan Eslava Galán. Tengo el libro por aquí pero aún no lo he leído. A ver si lo leo antes de ver la película y, por una vez, realizo una comparación con fundamento.

domingo, noviembre 25, 2007

"La posesión", de Andrzej Zulawski

Comienza la historia con un pequeño drama hogareño. En el Berlín de la guerra fría se deshace la familia de un espía. Un agente del servicio secreto, casado y con un hijo, ve como se desmorona su vida doméstica. Nunca estás en casa, he conocido a otro, se acabó el amor. Desavenencias cotidianas, sí, pero ciertos detalles impulsan a pensar que hay algo más detrás del problema conyugal. La investigación del triángulo amoroso pondrá al descubierto un cuarto vértice, un inesperado visitante del dormitorio: el diablo entra en la alcoba y ya no hay forma de echarlo.
Se podría pensar que es una película de género, una de terror, pero el director pone en juego multitud de factores que hacen que sea difícil encasillar esta película a la ligera. Un drama familiar reconvertido en un relato de cine fantástico cercano al de terror, con retazos de cine negro, o más aún: una película de espías.
En "El premio", de Mark Robson (aquella en la que Paul Newman hace de premio Nobel de literatura borracho y mujeriego que se ve arrastrado a una trama de espionaje), al personaje de Edward G. Robinson le surge un gemelo del Este dispuesto a suplantarlo para así poder asomarse a los secretos de Occidente. En "La posesión" será un método kafkiano el que obtenga el doble ideal: la metamorfosis del otro. El coito con un ectoplasma diabólico dará forma lentamente, noche tras noche, al perfecto clon del protagonista (amor con el íncubo, como en "La semilla del diablo", de Roman Polanski: el cruce entre la doncella y el diablo dan lugar a un ser superior). La familia será suplantada por otra familia, quién sabe con qué siniestras intenciones. La posesión de la mujer será el catalizador de la transformación, la necesaria fagocitación de un ser vivo para alimentar a otro.
En esta película las interpretaciones son llevadas al extremo. Los actores protagonistas, Isabelle Adjani y Sam Neil, se asoman a precipicios de locura, de angustias incontrolables. Isabelle Adjani realiza una escena recreando un ataque de posesión, al estilo de "El exorcista", en un pasillo del Metro de Berlín, que es de lo más estremecedor que yo haya visto nunca. El aspecto profundamente psicológico de la cinta se combina brutalmente con grandes dosis de sangre e inquietantes picadoras de carne y cuchillos eléctricos. Toques gore que la ponen en contacto con las clásicas películas de David Cronenberg.
Una película de difícil interpretación, en la que las intensas actuaciones de sus protagonistas (impresionante Adjani, sorprendente Neil), frenéticas y perturbadoras, llevarán al espectador al desconcierto y al desasosiego. De eso se trata.

lunes, noviembre 19, 2007

El barcelonés Max gana la primera edición del Premio Nacional de Cómic

Max, Premio Nacional de Cómic

Abrir el periódico y recibir una buena noticia: en contadas ocasiones.
Este nuevo "Premio Nacional de" ya es en sí mismo una gran noticia. Es un reconocimiento del cómic como Arte, por instituciones que no suelen darle la importancia que merece. El cómic se ha enriquecido viviendo en un mundo paralelo, ese indefinido underground, circulando como contrabando entre personas extrañas en la elección de sus gustos y de sus aficiones: salirse del camino marcado. Sin embargo, hace años, era bastante fácil que en tus manos cayera un número de El Víbora, de Cimoc, de Makoki, de Rambla, de Madriz, de Metal Hurlant: se vendían casi en cualquier quiosco de mediano tamaño. Pero poco tiempo después, casi de repente, si el personaje del tebeo no llevaba antifaz y mallas o no tenía cara de japonés desmelenado con grandes ojos, se volvió una especie en extinción.
Espero que iniciativas como esta sirvan para sacar el cómic adulto de su estado actual de hibernación latente, sobre todo en el panorama editorial español, y que algún día vuelvan a ser mercancía de venta común. Quizás en el futuro, dentro de unos siglos, algún artista del cómic español tenga su obra expuesta en el Prado, el Reina Sofía o el que toque y sus ilustraciones adornen algún tratado de historia del arte. Más de uno lo tendría merecido.
No se podía haber elegido un mejor primer ganador para este premio. Mi más sincera enhorabuena, sobre todo porque el premio se concede por su última obra "Bardín el Superralista", publicada en 2006 y que ya había ganado en el Saló del Còmic de Barcelona de este año. Después de tantos años es complicado seguir en la cumbre.
Y, por supuesto, sin Max este blog no hubiera existido, claro.

domingo, noviembre 18, 2007

"Bienvenido a la casa de muñecas", de Todd Solondz

Relato agridulce del fin de la infancia. Dulce porque se deja abierta alguna puerta a cierto tono cómico, característico de este director, pero ante todo prevalece el sentido triste de la cinta. Momento del despertar sexual lleno de mitos, de ideas confusas. Brandon le dice a Dawn "Te violaré a las tres", con la misma intención con la que quedabas a la salida del colegio con el compañero que te había tocado las narices: ajustar cuentas. Maricón, puta, violar, follar o incluso morir. Términos que se pueden usar en la infancia pero que raramente se percibe a esa edad su significado real. Se sabe que son palabras que no se deben decir y con eso basta para darle fuerza a una amenaza. Enciendes un cigarrillo y el mechero bic asoma por los dos lados de la mano.
La humillación cotidiana de la escuela, no sólo por parte de compañeros tan dotados para la tortura psicológica como el más fino especialista de la CIA, si no también de algunos profesores que encontraban en humillar al alumno uno de sus recursos pedagógicos más socorridos (hablo del pasado: cuando yo empecé la escuela todavía vivía Franco. Ahora, lamentablemente, se esta pasando al otro extremo y es el maestro el humillado, el agredido). En mi clase todos tenían su mote, como si fuéramos un equipo de futbolistas argentinos: cebolla, spaghetti, jirafa, rebotilla, garufo, butanero, cocacola, drácula, etc, etc. Algunos eran especialmente crueles, como a un compañero mío que le llamaban "el sida". Un día a una chica se le ocurrió insultarle diciéndole que tenía el sida, dos o tres que estaban alrededor rieron la gracia (?) y el pobre se quedó con el sambenito cuatro largos años, todo el bachillerato. Nadie quería tratos con él, como si fuera un apestado, un leproso, y todo por tamaña tontería. Acabó haciéndose soldado profesional, qué menos. Y no es broma lo que cuento.
El refugio del hogar tampoco existe porque la familia está a la defensiva. Conocedora de la que se le viene encima con la adolescencia se pone en guardia, cerrando el círculo de la incomprensión. Ambiente hostil, agobiante, sin salida, donde cualquier vía de escape es una posibilidad de salvación. Los adolescentes se van de casa, se fugan en el mejor de los casos. En el peor, se van del todo: tendencias suicidas. Otra vía de escape errónea es la violencia proyectada contra el más débil, como si los mayores les dejaran a los pequeños el encargo de mantener el castigo al nuevo, al novato, como una tendencia genocida escondida entre tanto ADN.
Sobre este caos de hormonas esta película realiza una mirada muy coherente del problema, una historia que no recurre a problemas de drogas o de maltrato infantil para explicar un drama cotidiano, propio del primer mundo, de sociedades avanzadas donde los hijos bien cuidados y alimentados enferman de mediocridad, de soledad, de incomunicación, autistas incapaces de manejar el alud de mensajes, de estímulos, de señales que reciben a diario y sin ningún control: la sociedad de la confusión produce un estado de insatisfacción permanente.
Por lo general no me gustan las actuaciones de los niños en las películas y me parece que suelen estar sobrevaloradas y premiadas con demasiada facilidad. No hay nada que enternezca con más eficacia a un adulto que la imagen de un niño pequeño o de un cachorro, aunque sea de tigre (verás cuando crezca). Pero en este caso las actuaciones son sobresalientes, sobre todo la de Dawn, la protagonista, que consigue transmitir fielmente al espectador el cúmulo de problemas que cruelmente asolan su existencia.
El cine de Todd Solondz parece que se ha hecho sin gastarse un duro (en esta película es a la vez productor, director y guionista: espíritu de cine independiente). La historia transcurre en un pueblo cualquiera, el casting parece hecho en la parroquia del barrio, el vestuario es corriente tirando a hortera y las canciones son una pena. La patina de realidad que da verosimilitud a la trama. Muy buena, por cierto.

sábado, noviembre 10, 2007

"Scoop", de Woody Allen

Londres, alta sociedad inglesa, romance entre personas de distintas clases sociales, asesinatos, Scarlett Johansson, Woody Allen. ¿Has visto "Match point"? No, "Scoop", pero se parecen mucho, o a mí me lo parece. Dos películas tan iguales, tan distintas.
"Scoop" sería "Match point" si en "Match point" hubiera actuado Woody Allen. Como una de ellas se limitó a dirigirla, han salido dos películas diferentes. Y es que su actuación, sus gestos, sus chistes condicionan el carácter de sus filmes: comedias de Woody Allen: si sale él, el drama es imposible. A Scarlett Johansson le sucede lo contrario: no la veo graciosa, solamente agraciada (pero es buena actriz aunque sus registros, sus papeles, deban ser otros), que es algo muy distinto. Su actuación en "Scoop" me parece forzada, poco natural, como si estuviera nerviosa ante el examen de hacer reír al público. Sin embargo convierte el problema en adorable ingenuidad y así consigue salir del paso.
"Scoop" le ajusta las cuentas a "Match point" permitiendo que la asesinada venza al asesino en la siguiente película, cerrando el círculo, dándole a la anterior el final feliz que no tuvo.
Y todo lo demás que pasa en la película (las actuaciones del mago, los difuntos que acompañan a la muerte en el barco, las apariciones del fantasma del periodista, la sala de los instrumentos, las fiestas) son las delicias que hacen que no apartes la vista de la pantalla durante 90 minutos. Una comedia de Woody Allen. Otra gran comedia.

From Wikipedia:
  • Scoop (term), a news story, particularly connotating a new or developing story with aspects of importance and excitement, normally an exclusive for the journalist involved

domingo, noviembre 04, 2007

"Días de gloria", de Rachid Bouchareb

En 1940, el ejercito alemán invade Francia pulverizando a su paso al ejercito francés. Se rompe la delgada (que se creía infranqueable) línea Maginot y se hacen prisioneros a 1.400.000 soldados franceses. El país se divide en dos: la zona ocupada por los alemanes al norte y el régimen títere de Vichy al sur, dirigido por Petain, el general victorioso de la Primera Guerra Mundial. Quedan los territorios de las colonias y allí, otro general, Charles de Gaulle, creará un ejército después de que los aliados liberen el Norte de Africa. La mitad de ese ejército de 500.000 hombres estará formado por población indígena. Argelinos, marroquíes, tunecinos, senegaleses. Los africanos de De Gaulle. Voluntarios para reconquistar la madre patria. Una misma bandera, un mismo himno, un mismo fin. Pero distintos derechos, distinto trato, incluso distinta comida. Carne de cañón. Con la victoria llegará la desilusión: ni igualdad, ni libertad: fraternidad nunca la hubo. Cuidadanos de segunda que ni siquiera cobraban la misma pensión de guerra que sus compatriotas de la metrópoli. Sin embargo de algo sirvió a las tropas norteafricanas cruzar el Mediterráneo y contemplar la realidad europea de la Segunda Guerra Mundial: el intocable amo blanco, el todopoderoso, había sido puesto de rodillas en su propio país: no era invencible. Muchos de esos veteranos de guerra argelinos nutrirán las filas del Frente de Liberación Nacional de Argelia durante la Guerra de Independencia de finales de los años 50.
En la película se cuentan esos días de gloria de las tropas coloniales que participaron tenazmente en la liberación de Francia. Gloria particular, íntima, oculta, tan lejos de la gloria mítica y reconocida de la résistance o de la Columna Leclerc. La trama y la puesta en escena guardan un gran parecido con "Salvar al soldado Ryan", de Steven Spielberg, sobre todo el final: la defensa del puente, los últimos supervivientes, la visita al cementerio 60 años después. Sin embargo el propósito principal de la película y del director, de origen argelino, será hacer hincapié en la denuncia de las condiciones de desigualdad en las que lucharon aquellos soldados. Su estreno propició que el debate por esta injusta situación se abriera en Francia, de modo que el gobierno francés decidió en el año 2007 igualar todas las pensiones de los veteranos de guerra. Esas leyes de la memoria histórica. Tan tarde y tan mal. Aunque más vale tarde. Y pájaro en mano, claro.

martes, octubre 23, 2007

The 30th Anniversary of Punk

In 1977 I hope I go to heaven
Cos I been too long on the dole
And I can't work at all

Danger Stranger
You better paint your face
No Elvis, Beatles or The Rolling Stones
In 1977

In 1977 knives in west eleven
It ain't so lucky to be rich
Sten guns in Knigthsbridge

In 1977 you're on the never never
You think it can't go on for ever
But the papers say it's better
I don't care
Cos I'm not there
No Elvis, Beatles or The Rolling Stones
In 1977

"1977" - The Clash

The 30th Anniversary of Punk

lunes, octubre 22, 2007

"Una verdad incómoda", de Davis Guggenheim

En el año 1999, también se produjo una alarma a escala planetaria. Se trataba del conocido como Efecto 2000. La informática tiene su fundamento en las bases de datos y un dato sin fecha no suele servir de mucho, al menos a efectos contables. Se corría el riesgo de que los programas fallaran si se habían tratado las fechas con dos cifras para registrar el año en vez de con cuatro. O sea, 80 en vez de 1980. Al llegar el año 2000, los programas mal realizados tendrían en cuenta sólo el valor 00 y al intentar restar la fecha de un año anterior, 99, se produciría un error fatal. Sin ir más lejos, cualquier recibo que se pagase anualmente corría el riesgo de no ser cobrado. El apocalipsis tenía por tanto fecha y hora y las empresas se lo tomaron muy, muy en serio. No quedó línea de código sin revisar y se establecieron turnos de guardia especiales para que en la nochevieja de 1999 se hiciera frente a cualquier contingencia. Llegó el 01-01-2000 00:00:00, y no pasó nada. ¿Se magníficó un problema que no tenía por qué producirse o, como sucedió realmente, se hizo todo lo posible para evitarlo?
El documental "Una verdad incómoda" es esencial para comprender de una manera simple el problema que supone el aumento de las emisiones de CO2. Abrumadora cantidad de datos, de gráficas, de evidencias, que no pueden ser ignoradas. Se aportan algunas soluciones que pueden ser controvertidas, como la del uso de los biocarburantes, pero que no deben impedir que prevalezca el sentido último del reportaje: alertar de un problema real, mundial, catastrófico.
Y, sin embargo, he visto el documental esta noche en un canal de pago (al final dice una voz en off: 'Anime a sus conocidos a ver esta película': quiere decir a que paguen por verla) cuando debería haberse emitido ayer justo antes de la salida de la Formula 1 o antes del próximo Barcelona-Real Madrid (o durante, en vez de, después de). O repartirse el dvd de forma gratuita junto a un diario nacional en vez de que te regalen un reloj de plástico.
Otra verdad ruborizante es el protagonismo vergonzante que se le da al narrador del documental durante el mismo, eximio Nobel de la Paz: se le pinta como un adalid de la causa: debería haber hecho más cuando estuvo en el gobierno de su país: él sí podía. En realidad da igual mientras todo abunde en darle más publicidad al asunto, que probablemente es el mayor mérito que se le puede dar al ínclito conferenciante: los estadounidenses son los genios mundiales del marketing (incluso le dieron un Oscar por su actuación).
En el año 2000 el caos tenía día y hora. Ahora no se va a tener esa ventaja. Más vale empezar ya a pagar la factura de la reparación, si es que todavía tiene arreglo, claro.

domingo, octubre 21, 2007

"Bienvenido Mr. Chance", de Hal Ashby

Nadie sabe de dónde viene, de dónde ha salido (¿y quién es él?), pero a todos les parece un tipo genial. Un par de golpes del destino le colocaron en compañía de los poderosos. Estos, que tienen destrozados sus nervios, su salud, por la exigencia de sus cargos, por el afán de atar todos los cabos, siempre buscando el doble sentido de las frases, encuentran en Chance el jardinero una fuente inagotable de sentido común: la coherencia del absurdo: el orden que emana del caos. Así que las sentencias más intrascendentes pueden parecer citas de Confucio, más aún si las pronuncian una boca sin asomo de malicia, unos ojos cándidos e inocentes: un tío bien vestido. Chance, el rey del zapping, anticipa la sabiduría del hombre moderno: la televisión como fuente única de cultura. Es el mesías que va a simplificarlo todo reduciendo a escombros las teorías insondables de la macroeconomía global, portador implacable de la navaja de Ockham, caminante impoluto sobre las aguas fecales de las cloacas del poder.
La película es una crítica sutil de los mecanismos del poder y de los personajes que lo detentan. Peter Sellers se había visto obligado durante los años setenta a realizar varias secuelas de "La Pantera Rosa", lo que le había llevado a detestar al personaje de Clouseau (me gustó mucho "Llámame Peter", de Stephen Hopkins, un biopic de hace pocos años que se adentra en la turbulenta vida personal de Peter Sellers, interpretado por Geoffrey Rush). El actor consigue el reconocimiento postrero (moriría al año siguiente) con el papel de Mr. Chance , demostrando unas dotes para la actuación contenida lejanas de los ticks del histriónico inspector francés.
"Forrest Gump" era la consecución del sueño americano a través de la honradez y el esfuerzo, no importaba ser el más tonto de la clase. En "Bienvenido Mr. Chance", puede que sólo importe ser el más tonto de la clase. Y, como recuerda Louise la criada, ser de raza blanca. Y llevar traje cruzado y corbata, claro. Gran película.

domingo, octubre 14, 2007

"Diamante de sangre", de Edward Zwick

Estoy leyendo el libro "Armas, gérmenes y acero" del biogeógrafo (vaya titulación, ¿dónde se estudiará) Jared Diamond. El objetivo del mismo es intentar comprender por qué el reparto de poder y riqueza del mundo actual está establecido tal y como lo conocemos. Por qué unas zonas de la Tierra han evolucionado económicamente y culturalmente de un modo y no de otro. Aunque visto el tono inicial del libro, la pregunta se formula mejor como por qué los europeos sometieron y exterminaron a los indígenas americanos, africanos o australianos y no al revés. Por qué hubo un Congo belga y no una Bélgica congoleña. Desde la posición de salida, el colonialismo iniciado a finales del siglo XV, las diferencias tecnológicas y organizativas ya eran lo suficientemente grandes como para que los ganadores contaran con una ventaja imbatible. Pizarro, que sólo contaba con 200 soldados, capturó y sometió en Cajamarca al inca Atahualpa a pesar de que este contaba con un ejercito de 80000 hombres. Lo que no logró Leonidas en las Termópilas, lo consiguió el audaz extremeño en los Andes. ¿Por qué no fue al revés? ¿Por qué no cruzó Atahualpa el Atlántico y secuestró a Carlos I?
Los distintos países africanos se libraron del yugo colonial durante el siglo XX, pero la independencia política soñada no trajo consigo la independencia económica. El hombre blanco no se marchará nunca mientras quede un dolar por ganar. Guerras enquistadas durante décadas: a río revuelto... ya se sabe. El cine de los últimos años ha vuelto frecuentemente su mirada a ese cúmulo de penalidades: "Hotel Rwanda", "El jardinero fiel", "El último rey de Escocia", incluso "Black Hawk derribado", gran cine bélico, y sobre todo "La pesadilla de Darwin", el documental que supera cualquier ficción: no hay guión que dramatice mejor lo que sucede en África.
"Diamante de sangre" es la peor de todas ellas. No hay peor pecado en una película que el que no te la creas y esta lo comete sin posibilidad de indulgencia. Un guión sin continuidad lleno de diálogos pueriles, tópicos y Leonardo Di Caprio metido a mercenario sudafricano con escenas a lo Rambo. No me la creo. Ya me pasó con otra de este director llamada "En honor a la verdad", donde Meg Ryan hacía de piloto heroico de un helicóptero de combate: singular, cuando menos (de Edward Zwick, sin embargo, me gustó "Tiempos de gloria", aquella de un batallón integrado exclusivamente por antiguos esclavos durante la guerra de Secesión de Estados Unidos, con Matthew Broderick, Denzel Washington y Morgan Freeman).
Han retirado de las estanterías británicas "Tintín en el Congo" por su contenido racista. Desde luego que es así: políticamente incorrecto desde nuestra óptica actual. Pero es que se publicó en los años 30 del siglo XX, contexto histórico dónde debe situarse ese cómic. Yo lo leí de pequeño, asi que debo ser un racista de mierda. ¡Fuera el tebeo de la estantería y fuera el inmigrante de nuestra sacrosanta nación! Esquizofrenia y modernidad.

domingo, octubre 07, 2007

"Zodiac", de David Fincher

Zodiac, el asesino del zodiaco. A finales de los 60 y principios de los 70, un loco homicida aterroriza el estado de California. La figura del asesino en serie se suele caracterizar porque elige sus víctimas de forma bastante azarosa. Pasabas por allí y recibiste un tiro en la cabeza: el terror de los inocentes: nadie está a salvo. También es característico que el asesino, ávido de notoriedad, deje su firma en el lugar del crimen, como el naipe que dejaba el asesino de la baraja que actuó en España en el año 2003 (el del zodiaco, el de la baraja, el del tarot, el del ajedrez: la muerte como un juego más cuando la víctima no es el fruto de una venganza o de un odio personal, sino un daño colateral en la partida que se juega contra un ego superlativo y desquiciado). Y por supuesto los mensajes anónimos. Los de Zodiac fueron muy famosos porque a ellos se añadían unas notas codificadas con caracteres extraños que se pensaba que podían dar la pista clave de la identidad del asesino. Los periódicos de la época las publicaron como si fueran los dameros de las páginas de pasatiempos. Las cartas del asesino también sirvieron para inspirar el personaje de Scorpio, el malvado francotirador que aparece en "Harry el sucio", de Don Siegel, y que se estrenó en medio de la investigación de los crímenes de Zodiac (gran escena de los protagonistas acudiendo al cine para ver la película que logra lo que ellos no consiguen: Harry no sigue los procedimientos habituales, claro).
Mientras que Scorpio termina alegrándole el día a Harry Callahan, Zodiac arruinará la vida privada de los investigadores y periodistas que pretenden darle caza. Un caso que en la actualidad se ventilaría con un par de análisis de ADN y un spray de luminol, se enquista durante años. Caso abierto. Las pruebas son insuficientes, circunstanciales. La caligrafía, los antecedentes, la cronología, los testigos, los sospechosos. "-Pero soy poli. No puedo demostrarlo -Que no lo puedas demostrar no quiere decir que no sea verdad -Tranquilo Harry el sucio", le dice el inspector Toschi al dibujante Graysmith.
El director parece alejarse de su estética característica ("Seven", "El club de la lucha", "La habitación del pánico"), para realizar un thriller tranquilo que recuerda a "Todos los hombres del presidente", de Alan J. Pakula, no sólo por la ambientación, muy lograda, que pone a ambos filmes en la misma época, sino también por el modo en que se desarrolla la actuación de los protagonistas, siguiendo cada pista meticulosamente y empleando los análisis caligráficos en vez de la Magnum 44. Pero ya que también se hace referencia en la película a "Bullitt", de Peter Yates, además de a la ya mencionada "Harry el sucio", se puede pensar que existe un pequeño homenaje a ese cine de la época de los crimenes de Zodiac en el que se mezclaba acción e investigación criminal, protagonizado por superpolicias solitarios e indómitos, que hacían puré los bajos de los coches mientras descendían a toda velocidad las cuestas de San Francisco y para los que todos los casos acababan cerrados.