miércoles, diciembre 30, 2009

"Avatar", de James Cameron

En 1986, James Cameron dirigió "Aliens, el regreso", secuela de "Alien, el octavo pasajero" de Ridley Scott. Un grupo de marines espaciales parte hacia una colonia minera extraterrestre con la que se ha perdido toda comunicación. Un planeta oscuro azotado por las tormentas, un grupo de aguerridos soldados, salvaje hasta la parodia (el gracioso Bill Paxton, el serio Michael Biehn, un sargento con puro y una tal Vasquez, la más fiera de todos) y la teniente Ripley (Sigourney Weaver consiguió una nominación al Oscar en aquella ocasión) que vuelve a enfrentarse a su peor pesadilla: la criatura más violenta y despiadada que haya aparecido en una pantalla de cine. En aquella película no había ordenadores generando efectos. Había barro y aceite de motor, sangre corrosiva y oscuridad amenazadora, metal y sudor, fuego y armamento pesado vomitando balas: una atmósfera sobrecogedora, heredada de la del primer "Alien" pero haciéndola más espectacular, trepidante: las dotes del director para la acción están sobradamente demostradas ("Terminator", "Abyss", "Terminator 2", "Mentiras arriesgadas": Cameron ha sabido como nadie amortizar las millonadas que los estudios ponían a su disposición convirtiéndolas en adrenalina para el espectador). En "Avatar" el hilo conductor de la trama es bastante parecido (marines-mineros-alienígenas). Incluso salen unos trastos robóticos de forma humanoide como aquel robot de carga en el que se montó Ripley para luchar cuerpo a cuerpo con el alien. Hasta sale Ripley, ya algo viejuna (60 tacos, bien llevados, eso sí). Es parecido y es todo lo contrario. Lamentablemente.

El efecto del 3D es espectacular: te pones las gafas y empieza la fiesta. Pero el cerebro, ese desconocido, se adapta al artificio y empieza a no fijarse tanto en las imágenes (¡hala!, ¡qué bonito!, ¡uy!, ¡casi me da!) para empezar a fijarse en la película. Es decir, deja de lado el cómo se cuenta para pasar al qué se cuenta. Si el efecto lisérgico de las gafillas dura toda la cinta, será una suerte, pero como a los quince minutos las neuronas se asienten... se acabó la fiesta.

"Avatar" es un burdo Pocahontas del espacio con grandes dosis de new age y chamanismo trasnochado, ecologismo de salón y vacua crítica postcolonialista (cuando ya no quedaba un indio en el far west, genocidio oculto, la gente empezó a decir lo buenos que eran), que empalaga hasta el hartazgo con imágenes de tupidos bosques cuajados de florecillas fosforescentes y estilizados pitufos extraterrestres tamaño Gasol con aires gatunos: ideal para ilustraciones que adornen románticos dormitorios adolescentes (siempre que usted quiera que sus hijos terminen suicidándose). La única idea interesante es la de la transformación del marine inválido en la de su avatar todopoderoso, un concepto que, sin embargo, es familiar para cualquier internauta: navegantes de la red que al llegar a casa después del trabajo introducen un usuario y un password para reencarnarse en otra personalidad, más aún, en lo que uno quiera. En un presunto cinéfilo, también. De cualquier modo la idea no es nueva ni tan siquiera para el cine: Neo entrando en "Matrix", pongo por caso.

"Avatar" se queda en película de animación de las de Disney antes de comprar Pixar. Supongo que el miedo a poder amortizar un juguete tan caro conduce a la infantilización absurda de la historia: hay que llenar la platea sea como sea. Y a fe mía que lo han conseguido: lleno hasta la bandera un día tras otro. Feria del 3D. Pero más dinero no implica mayor creatividad, claro. Quizás mayor espectáculo y cierta salvación de las salas. Eso hasta que se lancen al mercado las gafas de realidad virtual y cada cual se monte la feria en su casa. Un par de navidades y las tiendas repletas de ellas. Ya me lo dirás.

viernes, diciembre 18, 2009

"Hiroshima mon amour", de Alain Resnais

Tu no has visto nada en Hiroshima.
Una ciudad derretida hasta los cimientos. Un Sol estallando en medio de algo que en dos segundos es nada. Nada. Y nada había en Hiroshima, sólo inocentes. No había fábricas, no había cuarteles, no había arsenales. No había nada: sólo víctimas en Hiroshima. La masacre más rápida de la historia de la humanidad. Muchos miles de golpe, otros muchos miles más en los meses siguientes, y el resto caminó hasta la muerte con el pasado sujeto a los tobillos, lastre insensato: sólo existe el pasado. "Hiroshima mon amour" es la película de la memoria, del pasado que siempre se hace presente.
El comienzo de la película: cuerpos de amantes cubiertos de cenizas, de las cenizas de otros cuerpos, de montones de cenizas con la forma de un cuerpo: será uno de los comienzos más terribles (y, a la par, hipnótico, bello) de la historia del cine.
Hiroshima y Nevers, un día en compañía de dos amantes: el arquitecto japonés, símbolo del drama colectivo, y la actriz francesa, con su tragedia íntima a cuestas. Muerta de amor en Nevers, rapada y escupida en Nevers, oculta en pozos de olvido. El olvido triunfará para poner en marcha un pasado nuevo, un sustrato fértil que tape el erial abandonado. Pero el pasado es más presente cuanto más doloroso: nunca se va porque ya forma parte de tu presencia, desparecerá contigo: la memoria se extingue con el último testigo.
Yo no he visto nada en Hiroshima.
Con una película como la de Resnais, puedo intentar imaginarlo.

lunes, diciembre 14, 2009

"London Calling", The Clash

30 años de "London Calling". Se cumple el aniversario de la publicación de uno de los mejores discos de la Historia del Rock. No sólo lo digo yo, cualquier lista lo incluirá entre los diez primeros. La portada del disco se puede considerar, directamente, la mejor: la fotografía de Pennie Smith muestra a Paul Simonon a punto de estrellar su bajo contra el suelo del escenario: el instante congelado en una metáfora que condensa la energía liberadora de la música Rock: la única redención posible habita en una canción de tres minutos. Rock, my religion.
"London Calling" trasciende el puro disfrute musical para perpetuarse en un manifiesto ideológico de la banda: the red punks. Himnos (trenches full of poets) que llaman a la revolución aglutinando multitud de estilos, disco poliédrico, para impactar con fuertes ideas. Desempleo, racismo, lucha antifascista, odio al thatcherismo, revuelta contra la dictadura del consumo y del capital. Una actitud mantenida hasta sus últimas consecuencias.

When they kick at your front door

How you gonna come?
With your hands on your head

Or on the trigger of your gun


Revolución y Rock. Al final, sobre todo eso: un gran disco de Rock.

El programa "El Ambigú" de Radio 3, presentado por Diego Manrique, ha dedicado los últimos viernes a homenajear a la banda londinense. Los podcasts de las emisiones, imprescindibles, se pueden descargar aquí.

martes, diciembre 08, 2009

"Disparad al pianista", de François Truffaut

El escritor Oscar Wilde viajó a Estados Unidos para dar unas conferencias y recorrió gran parte del país. En uno de sus periplos llegó a un lugar de las Montañas Rocosas llamado Leadville, un rico pueblo minero donde todo el mundo iba armado: wild west. Cuenta el irlandés en sus "Impressions of America" que en un saloon local había un cartel encima del piano que decía: 'Please don't shoot the pianist. He is doing his best': la profesión de pianista tenía una alta mortalidad en aquellas tierras. La frase hizo cierta fortuna.
Charlie Kohler, interpretado por Charles Aznavour, es un pianista de un garito parisiense donde van a bailar las parejas de enamorados del barrio y donde las mademoiselles buscan un fulano con dinero fresco en el bolsillo. Este Charlie de humilde situación, camufla un grandioso pasado: el concertista Edouard Saroyan (cuando Charles Aznavour actúe en la excelente "Ararat" de Atom Egoyan, su personaje se llamará Edward Sarayan: un guiño evidente), caído en el arroyo tras una tragedia amorosa. Un buen hombre que cuida de su hermano pequeño: la camarera del local está enamorado de él. Pero tiene, además, otros dos hermanos dedicados a negocios turbios, generadores de problemas que acabarán salpicándole y que pondrán en marcha la acción (el consabido McGuffin).
En un punto de la trama, el músico recuerda su pasado con nostalgia: ese flashback será un lastre para la película, un tono folletinesco sobrio y serio, sujeto a estrictas reglas de estilo y tópicos decimonónicos, que impide que la cinta despegue totalmente hacía la ruptura de las reglas del juego que suponía aquello llamado Nouvelle Vague. El problema puede ser querer compararla con "Al final de la escapada" de Jean Luc Godard, pero en mi caso ha sido inevitable que mi mente inicie ese proceso. La película de Godard posee muchos ingredientes comunes con "Disparad al pianista" pero dispuestos con mayor libertad formal: una auténtica conmoción estética. Y, por supuesto, marcadas diferencias en las respectivas parejas de protagonistas: el arrasador Jean Paul Belmondo, en estado de gracia, frente al comedido Aznavour o la fantástica Jean Seberg frente al personaje más humilde de Marie Dubois.
El tono de la película es cómico en su mayoría, tirando a absurdo: uno dice 'Que se muera mi madre si miento' y el plano siguiente nos muestra a la señora cayendo fulminada. La propia pareja de ganster, Hernández y Fernández con pipa y mala uva, manteniendo una charla trivial con sus secuestrados en el interior del coche (una de las mejores escenas) o los hermanos Saroyan, unos Dalton (pónganlos en fila) vivaces , personajes tragicómicos (la escena inicial del fin, sin apenas luz, con Chico Saroyan perseguido por los matones que repentinamente mantiene una conversación con un transeúnte), lumpen chapucero. La película supuso una cierta desilusión para el público de la época, deslumbrado tras el bombazo de "Los cuatrocientos golpes", la anterior película de Truffaut. Pero aún quedaban varias obras maestras por rodar para el director francés.
Alrededor del pianista silban las balas pero él sigue tocando como si tal cosa.

domingo, diciembre 06, 2009

"Lluvia de albóndigas", de Phil Lord y Chris Miller

Ni Pixar, ni Dreamworks, esta producción es de Sony Pictures Animation, una compañía fundada recientemente para hacer dibujos animados con ordenador y que aún juega en segunda. O en tercera. En la mayor parte de los países de latinoamérica han traducido el título "Cloudy with a chance of meatballs" (subraya el cariz metereológico de la trama) por "Lluvia de hamburguesas" (lo primero que cae del cielo en la cinta, ese manjar deseado por los niños de todo el mundo) pero en España se ha optado por la castiza albóndiga. ¡Ole! Además al dibujo protagonista lo dobla Flipi (francamente apropiado aunque no se le entiende la mitad de lo que dice: tampoco importa), ese estandarte del I+D+I nacional, gurú del avance tecnológico y posible modelo mediático de la nueva Ley de Economía Sostenible, a pachas con la ínclita ministra de Cultura y su defensa de los derechos de autor (lo mejor es arreglar los problemas como se ha hecho toda la vida: en vez de un comité, crear un sindicato del crimen que le de palizas a los que cuelguen enlaces a contenidos con copyright -alégrame el día- y le manden la mota negra a los que utilicen -esos canallas facinerosos- el emule: a mi no me mire que la de hoy hemos ido toda la familia a verla al cine, pagando, claro: lamentablemente). Por lo que se lee en los medios el proyecto de economía sostenible se centra en inventar cosinas (¿Quién, si se trata a los investigadores peor que a los barrenderos? ¿Cómo, si se reducen presupuestos de investigación? Se han cargado -destituido: el sindicato del crimen no ha sido creado aún- hace dos días, al secretario de Estado de Investigación. ¡Coño! ¡Qué pongan a Flipi!) y en comprar discos en las tiendas y a los agricultores que les den, que cantan mal: ley de economía suicida, producir por tres y vender por dos.
Un joven inventor construye una máquina que transforma el agua en comida (si transformara el agua en vino... no, hoy religión no). El chisme acaba en las nubes y empiezan a llover alimentos sobre una pequeña isla del Atlántico. Todo va muy bien (?) hasta que la máquina se estropea y empieza a escupir hot dogs tamaño autobús y hay que apagarla sea como sea. No hay moraleja: ni cambio climático, ni hambre en el mundo, ni tan siquiera el precio de las patatas. Algo sobre la codicia humana y la comida basura, pero poco y de refilón. Una fantasía delirante con un guión muy poco convincente.

Para dibujos delirantes, nada como Bob Esponja.


Vive en una piña debajo del mar
(bob-es-pon-ja)
Su cuerpo absorbe y sin estallar
(bob-es-pon-ja)
El mejor amigo que podrías desear
(bob-es-pon-ja)
Y como a un pez le es fácil flotar
(bob-es-pon-ja)



El que corta el bacalao en el dibujo animado hoy en día.
Que se lo pregunten a Alicia y Francisco.

viernes, diciembre 04, 2009

"Buffalo '66", de Vincent Gallo

Retrato de la mediocridad enfermiza. Billy Brown (Vincent Gallo) sale de la cárcel después de cumplir una pena de cinco años: se confesó autor de un crimen que no cometió para saldar su deuda con un peligroso corredor de apuestas (Mickey Rourke, the Bookie, el más macarra de todos los macarras). En la final de la Super Bowl, Billy apostó 10.000 dolares que no tenía por su equipo, los Buffalo Bills: un pateador llamado Scott Woods falló un field goal que hubiera sido decisivo: ganan los Giants de Nueva York: un punto de inflexión en la vida de un cualquiera que acaba convertido en un don nadie.
Fútbol americano los viernes, bolera los sábados (hay una escena que recuerda al gran Jesús de "El gran Lebowski": las dos películas son del mismo año así que el parecido debe ser completamente casual), un padre que se cree Sinatra y una madre transmutada en Manolo "el del bombo", amores adolescentes platónicos e imposibles dedicados a horteras pintarrajeadas y un amigo (uno sólo) cuyo coeficiente intelectual encumbra al de Forrest Gump. Un expresidiario veinteañero en un callejón sin salida que culpa de todos sus males al legendario error del jugador de fútbol. En su camino se cruzará Layla (Christina Ricci), otra joven en medio de ninguna parte. El la secuestra a ella para que se haga pasar por su mujer: los padres de Billy no saben que este ha estado en prisión y él les ha contado por carta que está casado y tiene éxito laboral: parecer el mediocre feliz: entre un mediocre feliz y otro infeliz hay enormes diferencias. El síndrome de Estocolmo de Layla será redentor: si hay amor hay esperanza.
Vincent Gallo no sé si es guapo, que opinen otros. Tiene un físico extraño, con pinta de Jesucristo descendido, de personaje de Pasolini, algo canalla y algo desvalido (como Adrian Brody: ese debe ser guapo, sólo hay que mirar la novia). Pero esa cualidad innata que se puede entender como una burda maniobra de modelo publicitario, no impide contemplar a un actor interesante que en "Buffalo '66" demuestra además ser un buen director, que se atreve a experimentar con la imagen (flashbacks que emergen en ventanas, cámaras cenitales, espacios grises invadidos por puntadas de color, encuadres excéntricos: la estética del film es muy buena) y que sabe condimentar su guión con dosis adecuadas de humor negro, reflejando estereotipos absurdos de clase media-baja en los que no nos cuesta reconocernos.
Se enseñan dos finales, uno feliz y otro trágico, para que el espectador elija. Yo me hubiera cargado a Scott Woods.

miércoles, noviembre 25, 2009

"Yojimbo", de Akira Kurosawa

El mercenario samurái. Un ronin errante en busca de sangre pagada, un trabajo fácil cuando hay destreza en el manejo de la katana y pocos escrúpulos a la hora de utilizarla. Lanza una rama al aire y su caída señala la dirección a tomar en un cruce de caminos: cualquier sendero es bueno en épocas violentas. Llega a un pueblo divido entre dos facciones de matones a sueldo: los del comerciante de sedas y los del bodeguero de sake (la burguesía propietaria que suplanta al poder estatal: el dinero es la ley). El samurái desenvaina su espada: tres caídos en tres segundos: que sean tres ataúdes. Sin acertar a cuál de las dos pandillas vender su codiciada espada, decidirá poner paz de la forma más simple: exterminar a ambos bandos de criminales: la astucia mata más que el sable. El héroe que pone orden en el mundo, el quijote ciego a la ambición que sólo conoce la determinación del honor: una figura intemporal.
Sergio Leone va al cine a ver "Yojimbo" y sale de la sala con una película en la cabeza: "Por un puñado de dolares", uno de los plagios más famosos de la historia del cine. La productora italiana no paga (se le olvida o simplemente no lo hace, pero la copia es evidente) los 10.000 dolares que costaban los derechos internacionales de autor: derecho de remake. Carta firmada por Akira Kurosawa: 'Señor Leone, acabo de tener la oportunidad de ver su película. Es una película espléndida, pero es mi película'. Al pleito le sigue un trato: derechos de distribución en varios países orientales, incluido Japón, y el 15 % de la recaudación mundial de la taquilla. Decía Leone que Kurosawa ganó más dinero con "Por un puñado de dolares" que con todas su películas juntas y probablemente tenía razón. Por un puñado de dolares, sí, por 10.000 para ser exactos.
Influencias, una palabra muy asociada al famoso director japonés. John Ford es una influencia reconocida de Kurosawa, también "Raíces profundas" de George Stevens. John Sturges realiza "Los siete magníficos" un remake legal de "Los siete samuráis", otro western oriental, válgame el oxímoron. Akira Kurosawa adapta al cine varias tragedias de Shakespeare ("Ran", "Trono de sangre", "Los canallas duermen en paz"). Y tampoco el argumento de "Yojimbo" es original pues está basado en el de la novela "Cosecha Roja" de Dashiell Hammett: el agente de la Continental que limpia Poisonville para que vuelva a ser Personville, logrando que se enfrenten entre sí los distintos grupos de gánster que dominan la ciudad. Tráfico de influencias continuo donde cada autor aporta su mirada, su cultura, despersonaliza y vuelve a juntar todo para crear su propia obra, en muchos casos mejorando el original. La mirada inconfundible de los grandes cineastas.
El viento mueve las hojas mientras el gran Toshiro Mifune camina altivo por la calle desierta, mientras al otro extremo le esperan nueve víctimas que no saben lo que les espera. Más que un homenaje al western, "Yojimbo" es uno de los mejores western que se hayan hecho nunca.

miércoles, noviembre 11, 2009

"El globo blanco", de Jafar Panahi

Película iraní del año 1995: el cine persa eclosionó a nivel mundial en aquella década, sobre todo de la mano de Abbas Kiarostami (firma el guión de "El globo blanco"). Cuando un régimen político impone censura (el excelente cómic "Persépolis" de Marjane Satrapi dará una certera idea de las condiciones de vida bajo el régimen de los ayatolás) en las actividades culturales de un país, los artistas se ven forzados a exprimir al máximo los ingredientes que les está permitido emplear para llevar adelante sus obras: olvidar el sexo y la violencia y, por supuesto, no hacer la menor crítica al poder político o religioso. Además, la mayoría de las veces el estado es el productor (es parte de su férreo control cultural), así que nada de grandes presupuestos ni de ideas occidentalizantes. Esa economía de medios provoca un cine minimalista que se acerca a los orígenes del séptimo arte: hay pasajes enteros de "El globo blanco" que se entenderían perfectamente aunque se suprimiera el sonido de la cinta y unos cuantos carteles intercalados a lo largo de la proyección y una música adecuada, al estilo del cine mudo, bastarían. Historias sencillas, lenguajes universales: sociedades diversas que se parecen en lo esencial y las diferencias se manifiestan en capas superiores del comportamiento humano (la religión, la política: discriminadores más que aglutinantes).
El personaje de la niña Razieh (Aida Mohammadkhani) es deslumbrante. Los problemas cotidianos de cualquier niña de cinco años: los pequeños caprichos, los peligros de la calle, el temor al castigo paterno, las relaciones de poder que se establecen entre hermanos. Escenas costumbristas que llenan de tensión al espectador dotado para la empatía: cuando una codiciosa mirada adulta se posa sobre el dinero de la niña; cuando los mayores ignoran sus ruegos, sus lágrimas; cuando un extraño habla con ella y desconocemos sus intenciones (la niña se rebela contra las convenciones, dialoga con el joven y se despide de él con cariño: estéril rebelión infantil a la norma, ya que en el futuro deberá aceptar una implacable discriminación sexual); cuando los encantadores de serpientes juegan con su miedo y, sobre todo, cuando pierde su caro billete de 5000 tomán.
El cuento tendrá final feliz, simbolizado en un globo blanco. El 21 de marzo empieza la primavera y el Año Nuevo en Irán. Ese día no hay lugar para la tristeza.

sábado, noviembre 07, 2009

"Celda 211", de Daniel Monzón

No he disfrutado de esta película todo lo que se puede llegar a conseguir debido a que tengo reciente la lectura de la excelente novela homónima de Francisco Pérez Gandul: me sabía el final de los chistes. Y cuando esos chistes cambiaban en la versión de celuloide, mi mente se entretenía en hacer comparaciones. En fin, como suele suceder en la mayoría de las ocasiones lo mejor es entrar en la sala sabiendo lo menos posible de la película que se va a ver: el factor sorpresa es siempre importante, pero en esta película los es más aún. De cualquier modo el libro lo disfruté de cabo a rabo.
De un tiempo a esta parte el mejor cine español es aquel que no parece en absoluto cine español. Esta paradoja se resolvería si se pudiera definir con certeza qué es el cine español, pero como es una tarea bastante extraña (y absurda) lo dejaremos en vagas sensaciones que permiten establecer un común denominador. En el caso de "Celda 211", el dejá vù no existe: el género carcelario en castellano está por explotar (al menos, yo no recuerdo otra: de motines de presos, menos aún). Si la nouvelle vague echó un ojo al otro lado del Atlántico (sobre todo al cine negro) para renovar el cine europeo, otro tanto parece que le sucede a los nuevos (y no tan nuevos: este es el cuarto largometraje de Daniel Monzón) directores españoles: mucho video club. Nos estamos acostumbrando a que brillen al realizar películas de terror, ciencia ficción, suspense, intriga criminal o, nada menos, peplum. Géneros a los que les aportan mucha imaginación y excelente factura. Y son buenas noticias, sobre todo para los quejicas de las taquillas.
Luis Tosar ya ganó dos Goyas: "Los lunes al sol" y "Te doy mis ojos". No hay dos sin tres, porque está más claro que el agua que el personaje de Malamadre es de premio bien merecido. Magnífica interpretación, al igual que la del desconocido Alberto Ammann haciendo de funcionario atrapado en medio del follón.
Una película muy entretenida que sabe mantener el suspense hasta el final, con un lumpen carcelario excelentemente representado y una puesta en escena de gran realismo. La entrada se puede dar por bien pagada. Ya lo estaría aunque solo fuera por entrar a ver al gran Tosar.

martes, noviembre 03, 2009

"Europa 51", de Roberto Rossellini

Carta de Ingrid Bergman a Roberto Rossellini.

Dear Mr Rossellini:

I saw your films Open City and Paisan, and enjoyed them very much. If you need a Swedish actress who speaks English very well, who has not forgotten her German, and who is very understandable in French, and who, in Italian knows only “ti amo”, I am ready to come and work with you.

Best regards
Ingrid Bergman

Se dice que fue así como se inició la relación entre ambos, relación fructífera en lo cinematográfico... y en lo sentimental. Ella era una estrella consagrada ("Casablanca" de Michael Curtiz: ya está, no tendría motivo para haber hecho más películas y que se le recordará eternamente: mito automático) estaba casada y tenía una hija: escándalo mayúsculo de los que hicieron época: ahora también lo sería. Con Rossellini tendrá hijos también, entre ellos Isabella, otra musa (y pareja) irrepetible para otro director extraordinario: "Terciopelo azul" de David Lynch.
"Europa 51" es la segunda película que Ingrid Bergman hará con el director italiano. Una mujer rica, acunada dulcemente por el plan Marshall de la posguerra, sufre la mayor tragedia: la muerte de un hijo. El sentimiento de culpa provocará que salga a la calle, que vaya a los barrios pobres, que contemple la miseria, el hambre, el trabajo esclavo (que no te hace feliz, pero serás menos infeliz si al menos consigues alimentar a tus hijos), la prostitución, la enfermedad, el abandono, la desesperanza: Europa en ruinas, nadie como Rossellini ha sabido retratarla (Francisco Machuca me comentó que utilizaba negativo caducado: en "Europa 51" lo utilizaba, seguro; eso, o tengo que limpiar el DVD).
El director plantea ideales comunistas para una época de necesidad. Y si en "Francisco, juglar de Dios" había mostrado el triunfo de la caridad absoluta, en "Europa 51" ese camino de santidad y amor al prójimo conducirá a Mrs. Girard al desamparo y al repudio de su clase. Un altar entre barrotes.

lunes, noviembre 02, 2009

"El extraño", de Orson Welles

La película es de 1946, así que el tema era, a la sazón, de actualidad. Orson Welles es Franz Kindler, un nazi, un criminal de guerra, una fiera acosada que ha cambiado su peligrosa identidad (billete directo a la horca de Nuremberg) por la de un pacífico profesor de historia de una plácida ciudad estadounidense. Edward G. Robinson es el inspector Wilson, impasible caza-nazis (recuerdo otro gran actor interpretando el mismo rol: Laurence Olivier como Erza Lieberman en "Los niños del Brasil" de Franklin J. Schaffner) tras la pista del trofeo más preciado, el ciervo con más puntas de la manada. Completando el trío Loretta Young hace de Mary, perfecta reina del baile e hija de un prestigioso juez, incauta joven enamorada que se ha casado con el oculto Herr Kindler sin sospechar nada de su siniestro pasado: ceguera de amor. Y el antiguo reloj del campanario del pueblo, que será un cuarto actor involuntario pero decisivo.
Un combate de miradas: la cínica de Robinson, la penetrante de Welles. Un clasicazo.

miércoles, octubre 28, 2009

"Katyn", de Andrzej Wajda

El 17 de Septiembre de 1939, la URSS hace lo mismo que hizo Alemania el día 1 pero por la frontera oriental. Polonia doblemente invadida, divida en dos. Una nación que dejó de existir en el siglo XVIII, repartida entre codiciosos vecinos, devuelta al mapamundi después de la Primera Guerra Mundial, se ve de nuevo avocada a la extinción: presa fácil para la pinza formada por el oso ruso y el lobo alemán.
La matanza de Katyn: 15000 tiros en la nuca. Hitler y Stalin se echan la culpa mutuamente (el dilema, que no la duda, llega hasta nuestros días) de haber asesinado y enterrado en fosas comunes a 15000 militares polacos, más de la mitad oficiales. Un dedo acusador imparcial señalaría sin dudarlo a los soviéticos, ya que los cadáveres se exhumaron en un territorio bajo su poder en 1940 y además eran prisioneros suyos. Irrefutable. Probablemente el padrecito Stalin pensó que los oficiales eran élites burguesas (médicos, ingenieros, abogados) que convenía exterminar: el pueblo es más fácil de doblegar si se purga a los peligrosos intelectuales y el ejercito se deshace si desaparecen sus mandos.
Entre los muertos de Katyn se encuentra el padre de Andrzej Wajda, capitán del ejercito polaco (el propio director de cine luchó contra los nazis cuando apenas tenía edad para afeitarse). Se puede pensar que la película es un ajuste de cuentas parcial y revanchista con los hechos acaecidos: nada que objetar. Sin embargo parece una tarea ineludible que el director, octogenario, debe afrontar para acallar viejos fantasmas. La obra de Wajda alrededor del desarrollo de la Segunda Guerra Mundial en Polonia es sobresaliente y, que yo haya visto, cuenta con otros tres títulos: "Generación", el patriotismo exacerbado de la resistencia; "Canal", mi favorita, un viaje horrendo a través de las cloacas de Varsovia por parte de un grupo de combatientes que huyen del ejercito alemán; y "Cenizas y diamantes", quizá la más famosa de las tres, que aborda el status quo polaco tras la guerra: para unos los soviéticos son unos libertadores, para otros unos invasores. "Katyn", es otra digna pieza de ese magistral mosaico cinematográfico.
La ignominia y el deshonor, reposan en oscuras fosas de vergüenza.

martes, octubre 20, 2009

"Ascensor para el cadalso", de Louis Malle

Un asesino atrapado en un ascensor y un asesino con el resguardo de una tienda de revelado en el bolsillo. La película es famosa porque la banda sonora es de Miles Davis. Durante una noche, del 4 al 5 de diciembre de 1957, se produjo la grabación en unos estudios de París. Louis Malle había montado en bucle las escenas que llevaban banda sonora y las pasaba una y otra vez mientras los músicos improvisaban y Jeanne Moreau servía bebidas: hay mucha leyenda en torno a la grabación: el resultado también es mítico. El disco lo oí hace tiempo, la película la he visto hoy por primera vez.
Jazz, nouvelle vague, cine negro y una trama hitchcockiana. Una extraordinaria combinación. Y Jeanne Moreau, Florence, vagando sin rumbo por la noche parisina, flotando entre acordes improvisados.


domingo, octubre 18, 2009

"Déjame entrar", de Tomas Alfredson

La figura del vampiro ha cobrado auge en los últimos tiempos en la literatura para adolescentes con la saga "Crepúsculo" de Stephenie Meyer (tomando el relevo a Harry Potter, que se ha ido a hacer el servicio militar), en series de televisión como "True blood", "Moonlight" o la veterana "Buffy Cazavampiros" o en la estética de grupos de rock como Marilyn Manson, HIM, Evanescence, Nightwish: el gótico está de moda. El vampiro se volvió cool cuando abandonó la cripta maloliente y emigró del castillo rumano para sobrevolar las playas californianas en "Jóvenes ocultos" de Joel Schumacher (Kiefer Sutherland recién salido del horno, en 1987) o, más recientemente, ser los amos de pistas de baile rociadas de sangre en "Blade" de Stephen Norrington. Qué lejos quedan estos chupasangres guaperas y vitales de la lombriz con orejas que era Nosferatu o del atildado look del Drácula de Lugosi.
El vampiro ha vuelto para que jóvenes pálidos y lánguidos suspiren por un mordisco en el cuello, una curiosa interpretación de la castidad y el enamoramiento: el vampiro se apodera del alma de sus víctimas poseyendo su vitalidad y su deseo, pero la virginidad, si la hubiera, permanece inalterada. Un ser incapacitado para el sexo, impotente como un yonqui irredento, cuyas manifestaciones amorosas (recuerdo de su anterior condición humana) se vuelven tan peligrosas como el abrazo de una mantis religiosa en celo.
"Déjame entrar" tiene parecidos ingredientes a los de la cinta "Crepúsculo" de Catherine Hardwicke (que no he visto: nos encanta criticar un libro por la portada o una película por el trailer: lo peor es que muchas veces se acierta) aunque seguramente no tiene nada que ver la una y la otra: la taquilla recaudada tampoco. Producción sueca que me pareció que tenía cierto aire retro. Luego descubrí que está basada en una novela cuya acción transcurre a principios de los ochenta: también es parte de su encanto: vampiros a los que les viste su madre en vez de tanta chupa de cuero y tanto collar de chinchetas. Se retrata el amor/amistad entre una vampira lolita que acaba de llegar al vecindario y un chaval harto de tener doce años. ¿Quién no querría tener la fuerza sobrehumana de un vampiro para ajustarle las cuentas al matón de la clase? Y también aparece el hambre, un hambre de siglos, intemporal, una maldición incurable, porfiria mitológica (hace poco revisé "El baile de los vampiros" de Roman Polanski: qué gran película y qué pena da ver a Sharon Tate en plenitud).
No apta para el que espere un atracón de hemoglobina, una sucesión de sustos o para el que no esté preparado (enemigos de la contemplación) para procesar ciertas elipsis bergmanianas. Eso sí, llegar al final tiene premio. Impactante.
El legado de Bram Stoker tiene cuerda para rato.

domingo, octubre 11, 2009

"Vicky el vikingo", de Michael Herbig

Otro gran sabio de la antigüedad: Hipatia era para los alejandrinos lo que Vicky viene a ser para los vikingos.
Reconozco que eché una cabezadita a mitad de la proyección (lo que nunca me sucedió cuando disfrutaba del original en dibujos animados que echaban por televisión) pero los peques se lo pasaron en grande.
A mi se me pasó la edad.
Lamentablemente.

sábado, octubre 10, 2009

"Agora", de Alejandro Amenábar

"Yo no pongo mi ignorancia en un altar y le llamo dios". M. Bakunin.

Mijail Bakunin, al comienzo de su libro "Dios y el estado" (hoy mismo ha caído en mis manos como regalo de un diario español, como parte de una colección llamada Pensamiento Crítico; sí, ese periódico progresista; no, no es "La Razón"), habla de las primeras relaciones entre el Creador y su imagen y semejanza, según las cuenta el Génesis bíblico. Toda la Tierra a tu disposición excepto el fruto del árbol de la ciencia. Ese ni tocarlo. Pero el poder divino del Todopoderoso no debía ser tan grande: la mujer -la primera que alcanza el conocimiento- y el diablo son una combinación peligrosa (ver "La mujer pantera"). Dice el anarquista ruso: "El hombre se ha emancipado, se ha separado de la animalidad y se ha constituido como hombre; ha comenzado su historia y su desenvolvimiento propiamente humano por un acto de desobediencia y de ciencia, es decir por la rebeldía y por el pensamiento". De eso trata en esencia la película de Amenábar: de animalidad humana, de pensamiento y de rebeldía. Hipatia será la que encarne los dos últimos valores mencionados mientras que el primero se deja para los fanáticos cristianos de la época del emperador Teodosio el Grande.
Los conflictos religiosos han arrasado la historia de este planeta durante milenios, en nombre de unos entes que, como decían los autobuses de Barcelona, probablemente no existan. Creencias asentadas en dogmas inamovibles establecidos por una caterva de ignorantes: el conocimiento es un enemigo peligroso porque puede dejar al descubierto sonrojantes estupideces. De perseguidos a cazadores (esos terribles parabolanos) con el fin de acabar con todo el que piensa distinto o con todo el que piensa, sin más. Estampas de vidas de santos (aparece San Cirilo de Alejandría o San Taumasio, ese Amonio interpretado por Ashraf Barhom en una de las mejores actuaciones de la película) que ponen los pelos de punta.
La película es una gran producción: la pasta se ve en cada plano (recuerdo que en "Alejandro" de Oliver Stone recrearon la Alejandría de Tolomeo en un pobre decorado de flores de plástico y maquetas de cartón piedra que daba pena verlo). Los decorados, los vestuarios, la música: magníficos, dignos de un director que desde su primera obra ha puesto un cuidado obsesivo en los pequeños detalles que hacen creíble una trama, ya sea recrear una casa de fantasmas, la habitación de un tetrapléjico o el ágora de una capital del mundo antiguo. En cuanto al guión, a mi parecer la trama da lo mejor de sí al tratar la dimensión histórica de los acontecimientos y es más floja en cuanto a describir la vida intima, los sentimientos y las inquietudes de la sabia Hipatia. El clímax se produce a mitad de la proyección, en el asalto a la Biblioteca de Alejandría, mientras que al final hay un segundo intento de tensión dramática que no me parece tan logrado. De cualquier modo no peligra el resultado. Muy buena película de un director que hasta el momento no me ha decepcionado y sí me ha sorprendido. En más de una ocasión.
La cámara se aleja a altitud estelar para mostrar un puñado de hormigas insignificantes que se empeñan inútilmente en ser el centro del universo.

jueves, octubre 08, 2009

"La mujer pantera", de Jacques Tourneur

Hombres lobos, mujeres pantera: the devil inside.
La chica más dulce afila sus garras.
La castidad y los celos forman una dicotomía perversa que asegura un billete directo al frenopático.
La película es de 1942, una antigua obra maestra del cine fantástico. Pero hay una canción moderna... perfecto himno para mujeres pantera.

Soko - "I'll Kill Her"


So, of course, you were supposed to call me tonight
you were supposed to call me tonight
we would have gone to the cinema
and, after, to the restaurant, the one you like in your street

we would have slept together, have a nice breakfast together
and then a walk in a park together, how beautiful, and then
you would have said “i love you” in the cutest place on earth
where some butterflies are dancing with the fairies

i would have waited like a week or two
but you never tried to reach me
no, you never called me back
you were dating that bleach-blonde girl

if i find her, i swear, i swear…
i’ll kill her, i’ll kill her
she stole my future, she broke my dream
i’ll kill her, i’ll kill her
she stole my future when she took you away

i would have met your friends, we would have had a drink or two
they would have liked me, ’cause sometimes i’m funny
i would have met your dad, i would have met your mum
she would have said “please, can you make some beautiful babies?”

so we would have had a boy called tom and a girl called susan, born in japan
i thought it was a love story, but you don’t want to get involved
i thought it was a love story, but you’re not ready for that …

me neither. i’ll kill her
she stole my future, she broke my dream
i’ll kill her, i’ll kill her
she stole my future when she took you away

she’s a bitch you know, all she’s got is blondeness
not even tenderness, yeah, she’s cleverless
she’ll dump your arse for a model called brendan
he will pay for beautiful surgery ’cause he’s full of money

i would have waited like a week or two
but you never tried to reach me
no, you never called me back
you were dating that bleach-blonde girl

if i find her, you know, i swear, i swear, i swear …


domingo, octubre 04, 2009

"Rocco y sus hermanos", de Luchino Visconti

El viaje del sur al norte: el sur pobre, el norte rico. Una viuda y sus cinco hijos abandonan la tierra meridional de los olivos y los viñedos, de los jornaleros y las alpargatas, y se trasladan a la fría Milán, símbolo del renacer industrial de la Italia de Posguerra (la película trascurre en Italia, pero la acción podría desarrollarse en cualquier barrio de la periferia madrileña, durante el éxodo masivo de campesinos españoles de principios de los sesenta: del campo a la ciudad en busca de un porvenir). Cinco hermanos, cinco suertes dispares: semillas de un mismo saco, cada una germina a su modo: alguna tenía que pudrirse. La película arroja un balance final donde la modernidad sale mal parada y la mirada se vuelve, melancólica, a la pureza de la vida sencilla: inercia conservadora condenada sin remedio: el mundo cambia y hace cincuenta años ya existía esa misma sensación de que el progreso es enemigo de la condición humana, destructor de la familia y vehículo de ambiciones corruptoras. Dentro de otro cincuenta años, esa idea seguirá existiendo.
A lo largo de casi tres horas de metraje, la cinta presenta en su planteamiento, nudo o desenlace, tres estilos diferenciados. Un comienzo neorrealista, la llegada a la ciudad como un puñado de palurdos que arrastran fardos de ropas y cestos llenos de viandas y que deben descubrir las claves de una capital amenazadora e inmisericorde pero prometedora: una chica de largas piernas, labios de carmín y vida alegre: el personaje de Annie Girardot, Pandora fatal, manzana del pecado que desencadenará todas las tormentas, frente al de Katina Paxinou, la tópica mamma luctuosa, la loba que cuida de sus cachorros con firmeza y pasión desmedida. Después la película salta al ring, a abrirse paso a golpes (el mito del hombre de campo sano y fuerte, con más puños que mollera) para salir del destino desconchado y mohoso de un cuartucho a compartir con tres hermanos. Será este un tramo de estética de cine negro, de buena película de boxeo (combates excelentemente rodados: la profesión de las doce cuerdas no es nada fácil de llevar a una pantalla sin que se noten las falsas bofetadas al actor y en esta película parece que se zurran de verdad: pelea verité), en el que Alain Delon se rebelará como un James Dean a la europea, un personaje lacónico lleno de bondad y de perdón pero abocado a la tristeza sin solución del que intenta poner orden en desdichados problemas familiares: hermanos que se infligen las mayores afrentas concebibles. Y en el desenlace, tragedia absoluta, latina, (aquel la maté porque era mía: los celos nublan el telón de fondo de los crímenes pasionales) de llantos desconsolados y pecados sin remedio que desembocan en una catarsis excesiva. Un drama teñido de sangre, en fin.
Una obra maestra.

miércoles, septiembre 23, 2009

"Lili Marleen", de Rainer Werner Fassbinder

Cada noche, poco antes de las diez, Radio Belgrado (Yugoslavia ocupada) emitía una canción que hacía que las ametralladoras se detuvieran durante breves instantes. Del cabo Norte a Trípoli, de Stalingrado a Bastogne, no se oía otra cosa en las trincheras alemanas. Goebbels, ministro de propaganda, la juzgó como una tonadilla con olor a muerte que bajaba la moral de la tropa y terminaría por introducirla en una lista negra: prohibido cantar, prohibido escuchar. Pero el tema ya había roto fronteras y era popular en ambos bandos: si callaba Radio Belgrado, hablaba Radio Calais. La canción del soldado que añora lo que deja atrás o lo que nunca llegó a tener: melancolía de trinchera: deseo de una piel tibia y unos labios ardientes o el abandono en un abrazo entre sabanas blancas. Una canción intemporal que sobrevivió a la guerra y que fue adoptada por otras naciones, otros idiomas. Edith Piaf en francés, Marlene Dietrich en inglés. Incluso mi generación escuchó la canción cientos de veces en su versión española, cantada por Marta Sánchez: por ti, Lili Marleen.
Fassbinder inunda la pantalla de reflejos dorados, fotogramas cuajados de destellos en una iluminación barroca marca de la casa. Se cuenta un romance imposible entre dos amantes, dos actores de distintas procedencias: la cabaretera interpretada por Hanna Schygulla, belleza germana de aire campesino, y el galán millonario, judío partisano, que se esconde tras las ojeras canallas del lánguido Giancarlo Gianninni. Y de rondón se cuela el sentimiento de culpa postbélico del pueblo alemán: el pecado siempre es del vencido (estoy leyendo el magnífico libro "Postguerra", de Tony Judt: refugiados, pogromos que siguen produciéndose en Polonia después de la guerra, desplazamientos forzosos de pueblos enteros: el conflicto nunca termina tras el armisticio y siempre quedan heridas por cerrar, a veces durante años, a veces no se cierran nunca).
Cine a caballo entre clasicismo y modernidad, los últimos suspiros del melodrama en una cámara que anuncia nuevas estéticas.
Wie einst Lili Marleen.

domingo, septiembre 20, 2009

"Mysterious object at noon", de Apichatpong Weerasethakul

La furgoneta de un vendedor ambulante de pescado circula por las calles animadas de una ciudad tailandesa, anunciando su mercancía por los altavoces del vehículo. Cuando por fin se detiene a realizar sus ventas, la mujer del comerciante empieza a contarle a la cámara, entre sollozos, su triste historia: sus padres la vendieron cuando era niña a cambio del importe de un billete de autobús, y ese momento trágico ha condicionado su existencia apartándole de la felicidad. Cuando deja de hablar la cámara le pregunta, como trivializando tan terrible relato, ¿y no tienes nada más que contar, alguna cosa real o inventada? ¿algún libro? Y la mujer empieza a contar un cuento de misteriosos objetos que aparecen al mediodía.
A partir de ese momento la cinta avanza entre el documental y la ficción. Como esos juegos literarios donde alguien inicia una historia invitando a que participe la imaginación del siguiente jugador/escritor, el cuento que comenzó la vendedora de pescado continúa contándose: unas chicas sordomudas, unos cuidadores de elefantes, una vieja borracha, los niños de un colegio, los actores de un teatro (me ha recordado a ratos a "Palindromes" de Todd Solondz y las múltiples caras que le concede al personaje de Aviva). Todos ellos seres cotidianos, anodinos, que improvisan, preguntan, encadenan y deforman: el pueblo y su tradición oral, forman la historia. Los únicos momentos en que actores verdaderos interpretan a personajes del cuento son desvelados por el propio director haciendo un corte e irrumpiendo en la escena: ejercicio metaliterario o metacine.
Película experimental, cine de festival del que casi nunca cautiva la taquilla pero que no por ello deja de ser interesante, y así lo demuestra esta obra, rodada con escasez de medios y mucha imaginación: buen director: hay arte más allá de ese pedazo de nombre.