viernes, agosto 22, 2008

"X-Files: Creer es la clave", de Chris Carter

Me puedo considerar un fan de la serie. Cuando fue emitida en España, a mediados de la noventa, la vi de vez en cuando, sin ninguna continuidad, ya que aquellos fueron mis años gambiteros y sentarme a ver la televisión no era algo frecuente. Tampoco ayudaban mucho los cambios de día de emisión, tratamiento normal que le hacen los canales españoles a las series norteamericanas (que se lo digan a los sufridos seguidores de "Urgencias" o de "A dos metros bajo tierra"). Sin embargo disfruté mucho de los capítulos que tuve ocasión de ver. Hace algún tiempo un amigo me dejó la serie completa (esas ventajas que ofrece el mundo tecnológico moderno) y ya voy a empezar a ver la quinta temporada. De hecho esta tarde, antes de ir al cine, he visto el último episodio de la cuarta: Mulder ha muerto. No se cómo lo harán pero supongo que resucitará en el comienzo de la quinta.
"Expediente X" era una serie precursora. "C.S.I.", sin ir más lejos, tiene exactamente la misma estructura. Era atrevida, además, en los temas que abordaba. Cualquier suceso paranormal imaginable ha pasado por sus guionistas, con preferencia por el fenómeno OVNI. Vampirismo, satanismo, apariciones fantasmales, mutaciones genéticas de todo tipo, poderes mentales, etc. Y siempre flotando por encima de todo, ese tono conspiratorio. Y lúgubre, claro.
La película. Han pasado los años (la serie finalizó en 2002) y ni Mulder ni Scully pertenecen ya al F.B.I. (desde que terminó la serie hasta ahora, me he tropezado con Gillian Anderson en el reparto de "Tristram Shandy" de Michael Winterbottom y con David Duchovny cepillándose a todo lo que se ponía a tiro en la bizarra serie "Californication": tantos años de tensión sexual con Dana Scully, que al final la obsesión desemboca en compulsión). Ella trabaja de médico en un hospital católico y él es una especie de fugitivo de la justicia que vive en la clandestinidad, con su póster I want to believe colgado en la pared. ¿Serán pareja? ¿Habrá beso o habrá cama? (Esas preguntas, así formuladas, parecen retóricas: es como cuando un amigo para no contarme que Di Caprio moría al final de "Titanic", me preguntó: ¿Tu qué crees? ¿Qué se muere o qué se suicida?). Una agente del F.B.I ha sido secuestrada y un vidente (un excura pedófilo, nada menos) está tras la pista: ¿un médium? Vaya, eso parece un Expediente-X. Los agentes encargados del caso recurren a la experta pareja. Ella no quiere volver al puesto de caza fantasmas, harta de perseguir a tanto bicho raro (no se le puede reprochar: durante la serie es abducida, herida, infectada, muerta y resucitada, fallecen su padre y su hermana y encima Mulder no se lanza: para acabar harta y con razón: adiós a todo eso) pero él está loco por volver a la acción: es su esencia. La búsqueda de su hermana Samantha seguirá siendo el leitmotiv de sus investigaciones.
Chris Carter, creador de la serie, realiza un bonus track, el consabido capítulo largo bien hecho, que hará las delicias de los incondicionales de las aventuras de Mulder y Scully. He echado de menos algunos cameos: no sale el fumador, ni los geniales Pistoleros Solitarios, aunque sí hace una breve aparición Skinner, el sufrido subdirector de los ínclitos agentes.
Bueno, voy a ver si están todos dormidos ya y veo tranquilamente el primer episodio de la quinta.
La verdad está ahí fuera.

martes, agosto 19, 2008

"El caballero oscuro", de Christopher Nolan

La expectativa era que la actuación de Heather Ledger acaparara toda la atención. Así ha sido, pero no por las luctuosas circunstancias por todos conocidas, si no porque borda el papel del Joker (irreconocible el actor, absolutamente transformado en su personaje), robando todo protagonismo al Batman interpretado por Christian Bale: "Joker", debería titularse la cinta.
Estética de Joker sucio: no se parece en nada al que interpretó Jack Nicholson en "Batman" de Tim Burton (de parecerse a algún personaje de Burton, sería Bitelchus el más acertado). Aquel era un Joker regordete y cachondo, clásico, embutido en su frac verde y violeta, que bailaba al ritmo de Prince mientras le hacía la corte a Kim Basinger. La pinta del nuevo Joker me ha recordado (en qué estaría pensando) en la de Brandon Lee protagonizando "El cuervo" de Alex Proyas: personajes malditos propagando su condena, conciencias desgarradas detrás de maquillajes rotos.
El Joker del siglo XXI es un psicokiller sanguinario que se lo pasa en grande haciendo su trabajo. De comportamiento caótico pero a la vez un fino estratega criminal, un dios Loki que ha salido de la caja de Pandora para hacer saltar en mil pedazos un orden social moralizante y bienintencionado pero corrupto hasta la médula, convirtiendo sus apariciones en fiestas paganas de caos y sangre. En estos años la encarnación del mal absoluto es el terrorismo indiscriminado, así que al Joker se le presenta poniendo bombas en barcos y hospitales (qué puede ser más cruel y despiadado que volar por los aires un hospital). Violento porque sí: ¿qué quieres que le haga?, soy un escorpión.
Christopher Nolan ya descubrió en "Batman begins" que la verdadera riqueza del personaje del hombre murciélago reside en su dualidad: el violento héroe enmascarado tiene que tener un lado homicida para poder encarnar al justiciero que actúa donde la ley no llega: márgenes tenues. Dos caras (otro gran personaje de la película: película de lucimiento de malvados) lanza una moneda al aire (juegos mortales ya habituales del cine: "Funny games" o "No es país para viejos": call it, friendo) y la suerte decide: inocente o culpable: no hay juez más ciego pero en realidad ¿cuántas veces se equivocaría?
No sé si este tándem actor/director es estable, pero si es así, no creo que hayamos visto su último Batman. Este es excelente.

domingo, agosto 17, 2008

Radio. "Videodrome"

3000 km por carretera, son muchas horas dentro de un vehículo. Además de escuchar noticieros, cuentos infantiles (que resulta que ahora son políticamente correctos: el cazador no destripa al lobo que se comió a caperucita, si no que le administra una pócima para que la vomite: los futuros habitantes de este mundo van a ser pacíficos por narices) y músicas varías, hubo tiempo para un reproductor de mp3 lleno de videodromes.
"Videodrome", además del título de una de las películas señeras de David Cronenberg, era el nombre de un programa de radio que se emitió hace unos años en Radio 3, escrito y dirigido por Gregorio Parra. Cada emisión del programa, de aproximadamente una hora de duración, se dedicaba a una película determinada, o a dos que tuvieran una temática similar. Cortes de diálogos de la película, temas musicales y la voz del narrador explicando la trama y situando la película en su contexto ("Full Monty" y la política económica de Margaret Thatcher o "Sangre fácil" y el adulterio en la novela "Lady Macbeth de Mtsensk" del escritor ruso Nikolai Leskov).
Conducir mientras cambia el paisaje, los pueblos, hasta los idiomas de las señales, y a la vez ver cine: radio visual, rememorando escenas, frases (cuidado, porque si no se ha visto la película te la cuentan entera) y descubriendo más cosas sobre esas películas, sus directores y actores, detalles inadvertidos. El audio blog.
"Ghost dog", "All that jazz", "La princesa prometida", "Sleepy Hollow", "Ser o no ser", "Inseparables", "Un hombre lobo americano en Londres", "Billy Elliot", "Viento en las velas", "Alien" (este es impresionante), "Mi nombre es Joe", "La delgada línea roja", etc. Un viaje de cine.
Adjunto el dedicado a "El apartamento", para hacerse una idea de las joyas que son estos programas. Y para escuchar más, en http://videodrome.radiotres.org/

viernes, agosto 08, 2008

"Ocaña, retrat intermitent", de Ventura Pons

En un programa de "La edad de oro", el mítico espacio musical presentado por Paloma Chamorro en los años ochenta, entrevistaban a Nazario, a la sazón famoso dibujante que publicaba su obra, de bizarro contenido erótico homosexual, en la revista "El Víbora", y le preguntaban por un tal Ocaña que había muerto recientemente (es el año 1983) y que había sido íntimo amigo del entrevistado. A la pregunta le siguieron unas imágenes de la película de Ventura Pons, rodada cinco años antes de la muerte de Ocaña, en el apogeo de su popularidad. ¿Quién era el tal Ocaña, que hasta tenía película propia?
Se presenta como teatrero para ocultar el apelativo de travestí, que le molesta bastante, pero parece que es el de pintor el calificativo que prefiere: de brocha gorda para pagar las facturas, y de pincel fino para llenar lienzos olvidados con sus representaciones naíf de vírgenes y santos, de batas de cola y de siluetas andaluzas de su Cantillana natal. La infancia es la patria de nuestras obsesiones.
Debió ser un personaje muy conocido en la Barcelona de la época, esa Barcelona preolímpica (los barrios chinos desaparecieron en las ciudades a la misma velocidad que subió el precio del metro cuadrado del centro) que yo no he visitado nunca pero que intuyo en las descripciones (fascinación de lumpen canallesco) que le dedicaba en su tiempo Manuel Vázquez Montalbán, el propio Ventura Pons o las imágenes de dibujantes/ilustradores como el mencionado Nazario, Cessepe, Mariscal, Boada, Ivá o Gallardo (underground: argot, sexo y violencia de cómic de autor: ansias de romper el orden: libertad de expresión al servicio del artista). Esas Ramblas barcelonesas que muchos nombran con melancolía, escaparate idóneo para personalidades provocadoras como las de Ocaña, que las recorría montando el número a conciencia, vestido de mujer como una drag queen prototípica que haya saqueado el armario de su abuela, cantando coplas o saetas y enseñando el culo o lo que hiciera falta al caminar: me encontré con la negra flor. De la Ley de Vagos y Maleantes a la de Peligrosidad Social. No eran buenos tiempos para salir del armario: pasear el orgullo gay era una práctica de riesgo, más aún si lo hacías a grito pelado. "¡Somos libertatarias! (sic)", proclaman tres lolas locazas encaramadas al escenario de la fiesta de la CNT: suspiros de anarquía.
La primera película de Ventura Pons es un retrato de un personaje que destila, a la par, libertad y amargura y de una época en la que se quería salir a la calle a quitarse el luto (a disfrazarse en busca del heterónimo prohibido y luego a desnudarse para mostrar la verdad: provocar era eso: el cabaret en plena calle) después de tantos años de funeral forzoso. Y algunos lo hacían. ¿Por qué? Porque ya podían. Porque les daba la gana.
Burned to death, leo en un entre paréntesis que acompaña la fecha de la temprana muerte de José Pérez Ocaña en su entrada de imdb. Ya no quiero saber más.

martes, agosto 05, 2008

"Kung Fu Panda", de Mark Osborne y John Stevenson

Aprovechando que las olimpiadas pasan por Pekín, la productora Dreamworks ("El príncipe de Egipto", "Antz", "Evasión en la granja", "Madagascar" o la exitosa saga de "Shrek" se pueden contar entre sus producciones más conocidas: no han marcado tantos goles como "Pixar" pero también han tenido sus éxitos) lleva a sus dibujantes a dar una vuelta por el lejano Oriente. Mejor dicho, por el cercano mundo de las películas de kung fu de toda la vida, ubicado en la estantería especializada del viejo vídeo club. Se explotan los archiconocidos tópicos del género: de las peleas imposibles, al maestro impasible; del torpe humilde convertido en héroe invencible, a los nombres rebuscados, aplicables a cualquier restaurante chino, que designan objetos mágicos de poderes extraordinarios. Y, por supuesto, los animales que inspiran posturas de artes marciales: la grulla, el mono, el tigre, la serpiente, la mantis. "Karate Kid" o "El mono borracho en el ojo del tigre" o cualquier otra de Jackie Chan: ponga usted todas las referencias que quiera, pero que sean de las más light.
La mayor virtud de la película residirá probablemente en su estética, sobre todo al principio, en el sueño del panda Po (nombre de Teletubbie: subconsciente infantil), que recuerda al estilo del anime japonés, o en la formidable secuencia de la huida del malvado Tai Lung, de las que dejan boquiabierto. Los modernos productos de animación no dejan de sorprender por estar cuidados hasta el mínimo detalle: hasta el último pelo del bigote del tigre. La iluminación es totalmente sorprendente, las luces y también las sombras, claro, dejando patente los espectaculares avances que se han producido en la generación de imágenes por ordenador desde aquellos tiempos, no tan lejanos, en que estudiábamos el algoritmo de iluminación de Phong y la generación tridimensional de la tetera de Utah (hace poco he revisado "La guerra de las galaxias": el dibujo del plano de las tripas de la Estrella de la Muerte será un pobre gráfico vectorial, pero sigue encandilando la imaginación).
No deja de ser una producción dirigida al público infantil, con los típicos recursos de caídas y bofetadas del slapstick, que siguen funcionando igual de bien que hace cien años, pero ágil y fresca: para toda la familia, como se suele decir. Alicia se ha reído. Y alguna se me ha escapado a mi también.

domingo, julio 27, 2008

"Déjà vu", de Tony Scott

Un terrorista de ultraderecha coloca un todoterreno cargado de explosivos en un ferry de Nueva Orleans: cientos de muertos. Para investigar el atentado y encontrar al culpable, se ponen todos los medios al alcance de la ley, entre ellos una tecnología increible, totalmente, que permite visualizar el pasado (hace poco leía -suplemento Babelia- acerca de la decadencia del género de ciencia ficción, que ve como se van rebasando las fronteras que establecieron las obras de Clarke, Ballard, Bradbury: nos hemos adentrado en el futuro casí sin darnos cuenta. Los viajes en el tiempo, aunque irrealizables aún, me parecen un deus ex machina demasiado manido). Así pués la película avanza entre la intriga y la ciencia ficción, un poco como sucedía en "Minority Report" de Steven Spielberg, aunque en esta última era el futuro crimen lo que se prevenía: la comparación con "Minority Report" resulta odiosa porque la imaginación de la historia de esta última está a años luz de "Déjà vu": Philip K. Dick, detrás.
El director, el hermano pequeño del enorme Ridley, logra una película elegante, correcta, entrenida: eficacia sería el término. Sin duda ayuda tener a Denzel Washington como protagonista, que ya convirtió, en agudo duelo interpretativo con Gene Hackman, a "Marea roja" en probablemente la mejor película del irregular director (me quedo con alguna más como "El último boy scout" o "Amor quemarropa": esta última entra en mi mítica particular: Christopher Walken a punto de matar a Dennis Hopper mientras de fondo suena el archiconocido pasaje de la opera "Lakmé" de Léo Delibes: intensidad emocional en recuerdos de celuloide). Por cierto, en la película aparece Val Kilmer o su otro yo, algo viejuno, que ha viajado diez años hacia el futuro. Los años que no perdonan. Ni los kilos.
El déjà vu es la sensación que deja el argumento de la propia película en el espectador que ya viajó en un DeLorian hace más de 20 años. De nuevo héroes del tiempo, como se titulaba la película de Terry Gilliam. Kyle Reese viajó entre épocas para salvar a Sarah Connor ("ven conmigo si quieres vivir") del ataque del homicida Terminator y, ya de paso, engendrar a John Connor, redentor de la humanidad sometida a la dictadura de las máquinas (tal como hoy), que pasado el tiempo y sabiéndose la historia de carrerilla tendría que ingeniárselas para conocer a su padre, de hecho un hombre más joven que él, y mandarle de vuelta al pasado para que salvara a su madre y, ya de paso, etc. El eterno retorno. ¡Cuanta relatividad especial y general nos ha enseñado el cine! ¡Cuantas paradojas einsteinianas que han contribuido a que los guionistas de sci-fi se ganen el pan!. Si algún día viajamos al pasado sabemos que no debemos tocar nada o nuestra cara se puede borrar de las fotos, como le pasaba a Marty McFly. El truco está en que el pasado debe permanecerer inalterable, por mucho enredo que se monte. Denzel Washington debió perderse la trilogía de Robert Zemeckis al completo.

jueves, julio 17, 2008

"Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal", de Steven Spielberg

"Este Indiana es un pedo cebollero". La frase no es mía, pero me ha venido a la cabeza cuando me estaba revolviendo en mi butaca. La frase cerraba una crítica que realizó Ivá (hace muchos, muchos años) de la película "Indiana Jones y la última cruzada", publicada en "El Jueves" (creo que era Ivá pero ahora estoy dudando si era Oscar el dibujante: tanto da: dos genios. Igual la busco entre las docenas de números de la revista que guardo en una caja. Luego Ivá se mató en un accidente de tráfico y la revista perdió mucho. Pero esa es otra historia). Era una crítica muy divertida pero en aquel entonces me pareció dura: se quejaba de tres o cuatro cosas que pasaban en la película y que ensombrecían una saga fantástica. Palabras proféticas.
La película no arranca mal. Cae el sombrero de un maletero, vemos una sombra y escuchamos unas pocas notas que forman una melodía inconfundible: escalofrío en la espalda. Salvo por la irrupción del personaje del joven motero (si Marlon Brando volviera de la tumba y viera a ese tirillas disfrazado de "El salvaje" se moría otra vez ... pero de risa) la trama discurre dignamente, con múltiples guiños a los episodios anteriores (ese arca en una caja rota) y Harrison Ford haciendo de Indiana: tampoco se esperaba más: ni menos. Pero a partir de la escena en que salen de la tumba de Orellana y aparecen en la jungla... En ese momento es cuando debe empezar la parte del guión que ha escrito George Lucas, ese infame sacamantecas infantiloide que casi nos mata del disgusto con "La amenaza fantasma" (y siguientes episodios) y que en vez de resucitar a Indy parece que haya intentado matarlo definitivamente (a Spielberg le concedo el beneficio de la duda porque últimamente ha dirigido buenas películas como "La guerra de los mundos" o "Munich"). Coincide además lo peor de la película con la perdida de protagonismo de Indy, que se ve súbitamente rodeado por un grupo de compañeros de aventuras dignos de aparecer en la siguiente parte de la "Escopeta nacional" que tuviera a bien dirigir Berlanga (a qué mente perversa se le ha ocurrido mostrarnos a Marion, de lo mejor de "En busca del arca perdida", después de tantos años: aquella pelea en el bar del Nepal: igual empiezo a llorar de nostalgia).
La persecución de la jungla habría que eliminarla directamente del metraje y quemar todas las copias para que las generaciones venideras nunca padecieran tamaño despropósito cuando quisieran repasar las películas de Indiana Jones y vieran al plácido doctor en arqueología, al auténtico, repartiendo estopa con su media sonrisa canalla (grande). Se abusa de las imágenes digitales en busca de una verosimilitud impensable (como le pasó a John McClane en "La jungla 4.0": ya nadie cree en los héroes de acción). Un monigote animado haciendo el Tarzán con las lianas binarias, una marabunta inaudita (herencia de objetos: multitudes digitales) que se come a otro, unos monos photoshop que le pegan una paliza a un tercero: todo generado por ordenador: para deleite de menores acompañados.
En la primera de la saga, Indiana se caía en una tumba egipcia llena de serpientes: veíamos el cristal que separaba al héroe del ataque de una cobra, pero igualmente pegábamos un salto en el asiento. O la piedra gigante del principio que casi le aplasta y que seguro que era de cartón piedra: tonto el último. O en la de "El templo maldito", que veíamos caer maniquíes del puente del desfiladero y estábamos con la boca abierta mientras Indy le pegaba machetazos a las cuerdas: se veía la trampa, sí, pero el puente era frágil y de madera. Pura aventura.
Un escalofrio al principio y otro al final, cuando en la boda "Cocoon" el chaval coge el sombrero, amenazando con ser el continuador de la serie. No, por favor.
Casí estoy pensando en contar la trama con pelos y señales para que el incauto que lea estas líneas y esté pensando en pagar el precio de la entrada, se ahorre las pelas. ¡Bah! No me iba a creer.

domingo, julio 13, 2008

"Funny games", de Michael Haneke

La primera, la de 1997. Recientemente se ha estrenado una nueva versión realizada también por el mismo director. He leído que hay muy pocos cambios respecto a la original: el reparto y el idioma del rodaje: se ha americanizado. Supongo que la pretensión es la de estrenarla en Estados Unidos sin que tenga que pasar por el submundo de los subtítulos, o sea, comercializarla para el gran público y cuadrar la recaudación en taquilla, si bien el impacto de esta película en el mundo del cine debe ser forzosamente distinto al que tuvo hace 10 años. Los psicopatas asesinos llevan ya varios años jugando con sus victimas antes de picarles el billete, como sucede en "Saw" de James Wan o en la reciente "No es país para viejos" de los Coen ('Call it, friendo', pide Bardem antes de lanzar una moneda al aire). El homicidio carece de culpabilidad: es el azar el que mata.
"Funny games" cuenta un capítulo digno de la "Huella del crimen", una de esas historias que aparecen de vez en cuando en las páginas de sucesos, relatando el secuestro de una familia rica atrapada en su chalet. Lujosos, aislados, indefensos. Por lo general el móvil del delito es puramente económico y el susto se pasa cuando el delincuente cobra pero, ¿y si no buscan dinero? ¿y si sólo quieren jugar? El juego cruento y despiadado de dos jóvenes bien educados: la tragedia que surge del tedio: seguir matando cuando se acaban las pilas de la videoconsola. Y el miedo sordo del hombre moderno, incapaz de saber el porqué de tanta injusticia.

sábado, junio 28, 2008

"La niebla de Stephen King", de Frank Darabont

Suelo leer un fanzine de cine fantástico y de terror (se autoproclama así, pero su espectro de interés cinematográfico es mucho más amplio), que se publica en Internet, llamado JUDEX. Muy recomendable. Estrenos, críticas, noticias, reportajes. Y concursos. Mandé un correo electrónico y he sido el afortunado ganador de una camiseta de la película "La niebla de Stephen King", pero como se trataba de una película que no había visto, quería saber que nivel tenía la producción que se escondía detrás del afiche que iba a lucir este verano: mi conciencia se ha quedado tranquila: buena película.
Ya había visto, hace una pila de años, una película llamada "La niebla", dirigida esta por John Carpenter, y que trataba de unos marineros zombies que volvían en el centenario de su trágica muerte a ajustar cuentas con los vivos. Envueltos en la niebla, degollaban a cualquier paisano que se cruzara en su camino. Recuerdo, además, que aquella película la vi en una sesión doble, en los cines Bejar, en la que el segundo título era "La trampa de la muerte", de Sydney Lumet: gran tarde de cine por 100 pesetas: los cines de sesión continua, tan extintos como las hombreras en las camisetas. Bueno, dicen que todo vuelve.
"La niebla de Stephen King" trata de un grupo de parroquianos de un pueblo de Estados Unidos que se refugian en un supermercado cuando una extraña niebla hace aparición. La gente que se ha adentrado en la bruma, ha desaparecido misteriosamente, entre gritos de dolor y agonía. Pronto harán su aparición crueles seres demoníacos llenos de tentáculos, dignos de la obra de Lovecraft ("Mitos de Cthulhu", "Necronomicón": cualquier lector de los comics "Creepy", sin ir más lejos, sabrá a qué me refiero), sin duda una referencia segura en la confección de esta película. La trama se desarrolla a buen ritmo, no aburre lo más mínimo. Los aterrorizados "rehenes" de la tienda, -como en "El ángel exterminador" de Luis Buñuel: otra referencia- van cayendo en delirios apocalípticos de juicios finales y plagas bíblicas y empiezan a matarse unos a otros, hasta que un puñado de ellos se atreverá a romper el cerco y buscará el cielo despejado.
Y así, llegarán los cinco últimos minutos de la película, terribles, que serán los que harán de ella una película inolvidable.

Crítica de "La niebla de Stephen King" en Judex

domingo, junio 22, 2008

El fruto prohibido de Eva

Tratar el tema de las desigualdades de género requiere de buenas dosis de sensatez y sentido común. No hay que ir al diccionario a darle patadas porque eso sólo sirve para alimentar bandadas de tertulianos paniaguados: cuando el sabio señala las estrellas, el necio mira el dedo. En este tema ni siquiera hace falta elevar la vista al cielo, basta con echar un vistazo a la sociedad actual. Y eso es lo que se lleva a cabo, con mucha agudeza visual, desde el blog El fruto prohibido de Eva.
Para miembros y "miembras".

"Paradise now", de Hany Abu-Assad

Y los ángeles bajarán a recogeros.
Sesenta años después, el conflicto permanece. Víctimas y asesinos a ambos lados del muro, perpetúan la violencia. "En la primera Intifada los soldados de Israel entraron en mi casa y le preguntaron a mi madre que qué pierna prefería perder", dice Khaled. Cisjordania es una piel de leopardo en la que cada mancha representa un territorio palestino perdido en medio de terrenos ocupados por colonos israelitas: islotes claustrofóbicos asediados por fuerzas enemigas: un atentado en Israel puede suponer perder el derecho al agua, a la luz, al trabajo, a las comunicaciones, a la sanidad. Lamentablemente nadie te quita nunca el derecho a la miseria. Así se construye una sociedad de supervivientes a expensas de la ayuda internacional, sociedad que evoluciona hacia la nada, perdida entre la admiración por los mártires y el odio a los colaboradores (es fácil explotar debilidades cuando la vida se desarrolla en condiciones extremas y hay una familia que mantener). Se venden por igual vídeos con los discursos de los primeros que grabaciones de los ajusticiamientos de los segundos, si bien estos últimos tienen mayor demanda.
Un cinturón de 5 kg de explosivos alrededor de la cintura y un cordón del que tirar en el momento adecuado: un autobús, un mercado, un cine, un restaurante. Tácticas de terror contra la población civil que sólo conducen a la justificación de los actos del adversario. Ni se van a rendir, ni se van a retirar, por muchas víctimas inocentes que se logren masacrar y además la causa defendida va a quedar completamente desacreditada.
La finalidad del acto suicida queda así anclada únicamente en la promesa de alcanzar el paraíso. Y la película se encarga de dejar bien claro que el único paraíso posible hay que construirlo a este lado.
Ahora.

sábado, junio 14, 2008

"Gerry", de Gus Van Sant

Dos jóvenes excursionistas se pierden. Están visitando uno de esos parajes semidesérticos que tanto vemos en las películas fronterizas (parece ser Death Valley: nada casual). Páramos desolados que se extienden hasta el infinito. Perderse en compañía de un amigo es un suceso que inicialmente se toma como una anécdota que contar a la vuelta. Paciencia, ya encontráremos el camino. Caminad, caminad. El paso del tiempo, largo y estéril, conduce a la angustia. La sed, el cansancio. Aparece el terror de la certidumbre de la muerte cuando ya no es una posibilidad remota. Y a partir de ahí, vagar como espectros alucinados, zombies en busca del último manantial.
¿Cuánto duraríamos en medio de un desierto, de un monte? Sociedad de estómagos colmados. Basta la amenaza del desabastecimiento, de la escasez, para que acudamos raudos a llenar nuestros depósitos, nuestras despensas, cegados con la avidez de la paranoia: el terror de las posibilidades se asienta en nuestra vidas con la certeza de un navajazo en los riñones.
Gus Van Sant dirige a dos Gerrys: Matt Damon y, al fin, un Affleck (Casey, recientemente nominado al Oscar por "El asesinato de Jesse James... etc.") con dotes para la actuación. Película arriesgada, de largas secuencias monótonas, despojada de argumento y sobrada de belleza paisajística, pero que puede llegar a conectar con el espectador dispuesto a la empatía. Esta semana tuve que dejar de leer "La carretera", el reciente premio Pulitzer de Cormac McCarthy y postergarlo para épocas más tranquilas: el relato más aterrador que haya leído nunca: la pesadilla más terrible a la distancia de la pulsación de un botón por un loco elegido en las urnas: el mono y la ballesta. Últimamente mi nivel de empatía está próximo a desbordarse.

domingo, mayo 25, 2008

"Lazos de guerra", de Je-gyu Kang

Hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, la península de Corea fue un protectorado japonés. Finalizado el conflicto bélico y derrotado el imperio de Hiro Hito, soviéticos y norteamericanos se repartieron el país en 1948 dividiéndolo por la mitad, siguiendo la línea marcada por el famoso paralelo 38. Al norte, una nación comunista dirigida por Kim Il Sung, monarca rojo que mantiene el poder hasta su muerte en 1994 e incluso más allá, perpetuado en la figura de su hijo Kim Jong Il (ese que aparece de vez en cuando en los telediarios con gafas, alzas y el pelo cardado: el eje del mal está colmado de horteras que tiranizan pueblos sumidos en la pobreza). El sur se quedará inicialmente con la democracia, pero en 1960 se hará con el poder el general Chung Hee Park que establecerá un régimen militar (los norteamericanos apoyaban cualquier cosa mientras fuera anticomunista: Franco, el rey Abdullah de Arabia o el Shadam Hussein de los años ochenta) que, cosas que pasan, traerá la prosperidad económica a la república mediante una profunda industrialización: dragón principal del sudeste asiático, juegos olímpicos incluidos, al menos hasta sufrir la gran crisis de los años noventa.
En 1950 se produce la conocida como guerra de Corea. El mencionado Kim Il Sung inicia su propia Blitzkrieg invadiendo el sur y apoderándose rápidamente de la capital, Seúl. Estados Unidos acudirá en defensa del gobierno de Corea del Sur, mientras que la URSS y China apoyarán a Corea del Norte: cuatro millones de muertos (tantos como se dice que norcoreanos han muerto de hambre: absurdo gasto militar con la excusa de defender un pueblo esquilmado, o mejor, para sostener un gobierno descerebrado: paranoia y patriotismo). Aunque se firmó la paz en 1953, el conflicto se prolonga hasta nuestros días, sobre todo porque Estados Unidos juega un papel muy importante en el equilibrio entre los dos países: está firmemente afincado en el sur y tiene al norte fichado en su lista de los más buscados. Sin embargo la palabra reunificación puede no ser una quimera imposible y está en la mente de muchos coreanos. Como en el caso alemán, la factura tendría que pagarla el hermano rico (el de Alemania es el claro ejemplo: muros más míticos han caído). Que pague el Judas, que tiene pelas.
"Lazos de guerra" es un melodrama bélico, la historia de dos hermanos atrapados en el infierno de la guerra: su división y su reencuentro, será una metáfora certera de las dos coreas. Deudora absoluta de Steven Spielberg y sus creaciones del género como "Salvad al soldado Ryan" o "El imperio del sol", las escenas de batalla recordarán al instante a aquellas filmadas por Spielberg, quizá algo más sangrientas pero sin caer en el gore, y el tratamiento sentimental de los personajes también es cercano al característico toque del director estadounidense. Así, la película sorprende por su factura totalmente hollywoodense, condición que la hace crecer en espectacularidad y aumenta su carácter épico.
Una de guerra bastante buena.

domingo, mayo 18, 2008

"Después de tantos años", de Ricardo Franco

Epílogo de "El desencanto" de Jaime Chávarri, veinte años después. Lo justo hubiera sido filmarla tal y como se filmó "El desencanto": con dos cámaras, en blanco y negro y la voluntad única de dejar fiel testimonio de las palabras de sus protagonistas, los tres hermanos Panero, ahora sin el acompañamiento de su madre. En vez de eso, el director adereza el montaje con una sucesión cursi, algo repugnante, de tomas de boscosos montes otoñales norteños y baladas irlandesas (la versión del "Greensleves" de Loreena Mckennitt suena dos veces en apenas quince minutos: bis absurdo que no deja escuchar el verbo vacilante del poeta maldito en su "retiro" de Mondragón). Más aún: la burda comparación que se hace entre Leopoldo María Panero y el monstruo de Frankenstein, mediante intercalar secuencias del clásico de terror entre las propias escenas en las que habla o aparece el poeta. Supongo que, sin perder de vista la pretensión de realizar un sincero homenaje a la película primigenia (dedicatoria inicial a Jaime Chávarri, referencias continuas, secuencias intercaladas), Ricardo Franco quería hacer su propio "El desencanto", quizá incluso mejorar el original. O no, no lo sé. El propio director aparece fugazmente tras la reja del manicomio: deseos inconfesables de ocupar el puesto de otro, de malditismo y mitificación.
Se mencionan los cuentos de Poe en algún momento de la película. La historia de la familia Panero es la versión española de "La caída de la Casa Usher". Ese adjetivo tan lacerante de familia "venida a menos", para nombrar a los que en su vida han dado un palo al agua y consumidas su rentas viven como fantasmas solitarios que vagan por casonas de antiguo esplendor y duermen postrados en lechos de naftalina. Después de tantos años, veinte para ser exactos. Y sin embargo parece que por los protagonistas hayan pasado treinta o cuarenta. Personajes prematuramente envejecidos: cabellos blancos, miembros inválidos, bocas babeantes: del desencanto a la decadencia. Cirrosis y esquizofrenia y dipsomanía, por supuesto, la musa que se oculta en el fondo de una vaso de whisky.
Vivir la literatura hasta sus últimos consecuencias. Quijotes modernos atrapados en la persecución de la rima magistral, que miramos con una mezcla de admiración y lástima. Literatura asesina.

domingo, mayo 11, 2008

"El desencanto", de Jaime Chávarri

"El desencanto" ha vuelto a la vida estos días desde las catacumbas de las filmotecas. La Academia de Cine ha proyectado en días consecutivos "El desencanto" de Jaime Chávarri y "Después de tantos años" de Ricardo Franco. Ambas películas documentales hablan de la familia de Leopoldo Panero y la segunda fue rodada dieciocho años después de la primera, en 1994, como una especie de epílogo. Jaime Chávarri era amigo de Michi Panero, el menor de los hijos de Panero, y tenía la intención de hacer un cortometraje sobre la inauguración en Astorga de una estatua dedicada a la memoria del poeta en su ciudad natal, catorce años después de su muerte. El corto acabará siendo largo, una impresionante sucesión de testimonios de la viuda e hijos del insigne poeta, la mirada profunda a una familia anclada entre dos mundos: el ocaso del franquismo y el surgimiento de las libertades: España, 1976.
Leopoldo Panero fue rojillo en su juventud pero esta veleidad reaccionaria quedó definitivamente atrapada en la órbita falangista durante la guerra civil. El régimen está ávido de personajes que aporten lustre cultural a la camisa azul del ¡Muera la inteligencia! (Luis Rosales, Dionisio Ridruejo, Pedro Laín Entralgo, Gonzalo Torrente Ballester, etc.: la pluma, el yugo y las flechas: dominarán la vida literaria oficial de posguerra). Leopoldo Panero se casa con Felicidad Blanc, una niña bien que conoce en Madrid durante la guerra y más adelante irán a vivir a Astorga con sus tres hijos varones, a la sombra del Teleno y del palacio episcopal diseñado por Gaudí. Astorga es la esperanza de una vida acomodada de caserón antiguo y burguesía rural, de paseos entre encinas y lecturas arrimadas al brasero de la mesa camilla, holgando en el disfrute del prestigio y del honor que daba/quitaba aquel padre amoroso de todos los españoles, rígido y adusto como debe ser un padre como Dios manda: "Oh, ruina del Alcázar./ Yo mirarte no puedo, / convulsa flor de otoño, sin asombro / Vivero de esforzados capitanes. / Nido de gavilanes. / Huevo de águila: Franco es el que nombro", como decía Gerardo Diego traspasando el límite conocido de la lisonja. El desencanto es el fin de las expectativas truncadas. Leopoldo Panero resultará ser, para su familia, un hombre ensimismado en sus pensamientos y su obra e incapacitado para el cariño. Peor todavía: un padre alcohólico y brutal.
Los hermanos Panero, familia literaria: Juan Luis, Leopoldo María y Michi. "El hombre que casi conoció a Michi Panero", título de una canción de Nacho Vegas que mitifica al autor sin obra, protagonista de la movida madrileña e icono intelectual y literario de los años setenta. En el documental aparece como un joven atractivo algo ambiguo, locuaz. Por contraste con sus hermanos poetas, es el que parece más lúcido, más sensato, la apuesta segura de que este iba a ser el que enterraría a los otros dos que se muestran como carne de suicidio avocada a la sepultura o al frenopático: no será así, si no que será el primero en fallecer. El mayor es Juan Luis, de aspecto bohemio impostado, como si quisiera destacar sus dones por encima de sus posibilidades, lastrado por la expectativa que el apellido genera en su obra y oscurecido por la popularidad de su hermano Leopoldo María. Este último, la auténtica oveja negra, es huésped habitual de los psiquiátricos nacionales pero ha alcanzado el reconocimiento por su obra poética. El poeta maldito más conocido del panorama literario español. Sus primeros internamientos fueron provocados, no por sus dos intentos de suicidio que revelaban una personalidad depresiva e inestable, si no por dos síntomas que seguro que figuraban en los manuales médicos de la época: comunismo y drogadicción (repartir panfletos y fumarse un canuto: sus pecados no fueron más allá). Los electroshocks de los manicomios españoles de los años sesenta lo convirtieron en un Makoki de la lírica. Culpará directamente a la madre de sus sufrimientos en el testimonio más desgarrador de la película, y el documental sobre el poeta Leopoldo Panero terminará siendo una condena rotunda del modelo de familia ejemplar de la España de la dictadura y el relato crepuscular del fin de una saga, de un apellido que ocupa un lugar destacado en la historia de la literatura y del mejor cine español. De culto.

domingo, mayo 04, 2008

Concierto de Sr. Chinarro

La oportunidad de asistir a este concierto surgió de improviso, apenas una hora antes del inicio del mismo. Sorpresas para una noche de sábado que se presentaba como tantas otras: sofá y película, que tampoco es un plan malo. Una llamada que te ofrece una entrada huérfana es una oferta que no se puede rechazar, sin que siquiera importe el artista o el repertorio. Pero si encima se trata de escuchar en directo a "Sr. Chinarro", la negativa hubiera sido una solemne estupidez. Probablemente se trate del grupo de música española al que haya dedicado más horas de escucha en los últimos dos o tres años, sobre todo mientras trabajo sentado al ordenador y conecto los auriculares para aislarme del entorno. Este cantautor andaluz (el término cantautor tiene connotaciones en España que remiten a canción protesta, acompañamiento de guitarra y bajón melancólico después de escuchar alguna de las canciones arquetípicas del género. Lo del bajón -bajonazo la soledad de tu habitación, abrazado a un almohadón y mirando a un poster de Charlot con niño- lo señalaban los comediantes del programa "Muchachada nuí" en su último programa al realizar una genial imitación de Rosa León; para el caso de "Sr. Chinarro"el término cantautor se debe a que Antonio Luque, lider y alma mater del grupo, interpreta sus propias composiciones: como tantos otros), cuya voz recuerda en muchos pasajes a un Aute sin alardes, se distingue porque en su música convergen múltiples estilos, esencias de las diversas facetas de la música popular aglutinadas alrededor de una voz monocorde. Del brit pop a la ranchera, pasando por el blues de frontera o el rock andaluz, cualquiera de sus melodías está perfectamente realizada para envolver el recitado de unas letras salpicadas de paradojas y absurdos que le dan un toque de poesía dadaísta. Crítica rendida y poco aforo en los conciertos.
Así pues, el Teatro Liceo no se llenó para la ocasión a pesar de que el precio de la entrada no superaba al de un cubata: música sólo apta para iniciados. No es un bocado cocinado para el consumo inmediato, no es de fácil digestión comercial, y de momento su nombre no ha saltado a las radios fórmulas que acaparan la audiencia (en algún sitio he leído como calificaban al disco "Ronroneando", el último de "Sr. Chinarro", como su trabajo más comercial: lo mismo que dijeron de Win Wenders y "París, Texas"). De momento, para el gran público, el nombre de este grupo de rock (batería, bajo, guitarra eléctrica y el propio Antonio Luque a la guitarra acústica hicieron retumbar las paredes del inadecuado auditorio: sentados en butacas cubiertas de terciopelo movíamos nuestras cabezas mientras echábamos en falta un botellín de cerveza) sólo suena al del actor regordete y calvo que daba la réplica a los payasos de la tele. Y eso sólo si eres mayor de treinta años.

sábado, mayo 03, 2008

"El sabor de las cerezas", de Abbas Kiarostami

Un hombre conduce su vehículo por las calles de Teherán. Va más pendiente de los transeúntes que de la carretera. Sin duda está buscando a una persona. Al espectador le costará un rato adivinar a quién busca y, mucho más rato aún, para qué le busca. La primera pregunta se contesta cuando establezca su primera conversación con un hombre al que acaba de escuchar hablar por teléfono: busca a un desconocido. Por el tono de la conversación y las frases empleadas averiguamos, además, que la persona a la que busca debe ser alguien necesitado de dinero, alguien dispuesto a llevar a cabo una tarea a cambio de una elevada suma de dinero. Sexo, robo, asesinato. ¿Qué será? Nuestra menguada imaginación se apuntala estúpidamente en el conocido refrán del piensa mal y acertarás.
Recoge a un joven soldado que se dirige a su cuartel después de un permiso. La conversación intrascendente, larga, que se establece entre el conductor y el soldado, acrecienta nuestra incertidumbre, nos sienta en el asiento del copiloto y nos hace receptores de la sospechosa oferta. Nos hemos montado en el coche de un desconocido, un hombre de buen aspecto y correctamente vestido que conduce un vehículo todoterreno y que nos lleva a un lugar apartado para realizar un, suponemos, pequeño trabajo. El joven soldado huirá corriendo colina abajo al enterarse de su siniestra misión.
La muerte es una experiencia ajena. Es el punto final de una vida y como tal, no tenemos recuerdos de ella, es más, vivimos como si no supiéramos que vamos a morir. Con la edad supongo que se aproxima inevitable el miedo a la muerte, expectativas de agonía o dolor o incluso de la condenación del alma. La claustrofobia aterradora, la posibilidad de ser enterrados vivos: esa sí que nos hace volver corriendo en busca del taxidermista turco.
Película de preguntas. Al final quedarán sin respuesta tanto el destino final del protagonista como los hechos que le han llevado a tan desdichada situación. El suicidio como el fin de una expectativa, como la entrada en un callejón sin salida. Cul-de-sac. Al llegar a ese punto hay que hacer lo mismo que se haría cuando nos perdemos entre las callejuelas de una ciudad desconocida: volver sobre nuestros pasos y probar en otra dirección. Eso es lo que hace el señor Badii conduciendo su automóvil por caminos polvorientos. La búsqueda del impulso vital de seguir adelante. Quizá se encuentre en cosas mínimas. Como el dulce sabor de una cereza.

El entierro musulmán («dafan»): el cuerpo se deposita, tumbado sobre su costado derecho y con el pecho y la cara en dirección a La Meca, en una fosa excavada directamente en la tierra (con la profundidad suficiente para que no salgan los olores y el cuerpo esté protegido de los animales carnívoros), sin féretro alguno. Por último, se vuelve a rellenar dicha fosa con la misma tierra que se evacuó al cavarla. Sobre ella no se pondrá adorno alguno.

domingo, abril 27, 2008

"Pozos de ambición", de Paul Thomas Anderson

Hace unas semanas el Papa Ratzinger lanzó un torpedo directo a la línea de flotación de la economía mundial: amplió la lista de pecados capitales incluyendo, entre otros, el mandato de no causar pobreza ni de enriquecerse hasta límites obscenos (no se especificaba la cantidad que el Vaticano considera obscena: mi límite de obscenidad a muchos seguro que les parece calderilla). Aquello produjo una conmoción social sin parangón. Al enterarse de la noticia, los especuladores y los millonarios salían de sus casas arrasados en lágrimas, despojándose de sus vestiduras, vistiéndose de saco y cubriendo sus cabezas con ceniza. Acudían raudos a las iglesias en busca de confesión: unos cuantos mea culpa soltados al cura entre sollozos y pucheros, y otra vez a la calle limpios como patenas: es lo que tiene la moral católica, sus pecadillos se limpian fácilmente. En fin, ya le hubiera gustado al ínclito Benedicto, antiguo gran inquisidor, haber logrado provocar semejante alboroto con sus muestras de poder divinamente revelado (infalibilidad pontificia, nada menos: ni Einstein aspiraría a poseer semejante don) en forma de proclamas y dogmas. Y a mi también: menudo espectáculo sería ver a los miembros del consejo de administración de cualquier banco intentando meter la cabeza por el ojo de una aguja, malinterpretando alguna cita bíblica.
La película trata de capitalismo y religión, dos de los pilares fundamentales de la mítica cultural norteamericana. El tercero puede ser el patriotismo (mejor patrioterismo: himno, bandera y mano en el pecho), algo muy curioso en un país donde muchos de sus habitantes miran con nostalgia a la miserable tierra europea de la que salieron sus abuelos y están orgullosos (o no) del origen ancestral de su apellido. Daniel Day-Lewis interpreta (magnífico) a Daniel Plainview, un prospector petrolero adusto y ambicioso, típico self made man, que afronta cualquier tarea por dura y penosa que sea con tal de alcanzar sus metas (la primera parte de la película, sin duda lo mejor, rememora de forma magistral las primitivas formas de explotar las minas y los pozos a finales del siglo XIX: Germinal californiano). Prospera a base de comprar terrenos que sabe impregnados de petróleo a pobres granjeros incautos que sobreviven arrancando un puñado de hierbas a eriales semi-desérticos. En su camino se cruzará un joven predicador, interpretado por Paul Dano (este actor me impresionó en su papel de hermano mayor, con voto de silencio nihilista incluido, en "Pequeña Miss Sunshine"; en "Pozos de ambición" también consigue algunas notables escenas), director espiritual de una pequeña comunidad cuyos terrenos rebosan de oro negro. El pastor de almas quiere su tajada en el negocio, a mayor gloria del Señor, claro. Al fin y al cabo, el fin último de cualquier religión es llenar el cepillo y la extorsión espiritual de un párroco puede ser tan fuerte como la del más sanguinario componente del sindicato del crimen (ministros condenados al infierno por su voto socialista, humillan sus cabezas prometiendo sus cargos a la sombra de un crucifijo: de la democracia del contrato social, a la teocracia del chantaje social). Entre la superstición ignorante y la avaricia estéril se desarrollará el drama atávico de esta gran película.
Criticando y reescribiendo el pasado, basándose en una estética que por buscar intensamente la veracidad de la puesta en escena resulta renovadora, el director Paul Thomas Anderson conecta con los problemas del presente. Lo hizo Clint Eastwood con "Banderas de nuestros padres", David Fincher con "Zodiac" o los Coen con "No es país para viejos". Sin duda, algo se mueve en el último cine americano. A mayor gloria del Séptimo Arte, claro.

domingo, abril 13, 2008

Libro. "Historia del cine", de Mark Cousins

El sábado entrevistaban a Jean Giraud en "Babelia", el suplemento cultural de "El País". Al leer la entrevista hubo una frase que llamó mi atención: «El cine era mi cultura. Pero eso se acabó». Sostiene el genial Moebius que su interés por el cine se acabó con la muerte de Sam Peckinpah, y de la misma manera afirma que su curiosidad musical finalizó al morir John Coltrane: esta boutade tan impresionante (ambos llevan largos años criando malvas, sobre todo el segundo del que ya se han cumplido cuarenta años de su muerte) y tener tan claro el momento final de una pasión compulsiva, el finiquito de estas filias tan profundas, me produce escalofríos además de cierta incredulidad (seguro que se estaba tirando el moco con el incauto periodista). Me he pasado media vida escuchando música y viendo películas y, afortunadamente, mi querencia por estos asuntos sigue intacta. Cada poco descubro nuevos autores, nuevos artistas, que me siguen maravillando, fascinando, asombrando. All I do is keep the beat and the bad company.
Tres años van y, como de costumbre en esta historia bloguera, la persona que sabe todas las fechas hace un regalo a este pequeño Licantropunk: el libro que da título a esta entrada. Cuando he empezado a leer otras obras similares me ha pasado como cuando estudiabas historia en el bachillerato: casi nunca se llegaba a la mitad del temario. Fechas, nombres, más fechas, más nombres. Supongo que cualquier historia, independientemente del tema tratado, se reduce a eso. En este caso parece que la obra pretende hacer hincapié en las películas más innovadoras, aquellas creadoras de un estilo o una corriente renovadora, sin ánimo de mencionar unicamente las producciones más premiadas o más conocidas. Por fuera la fachada es un poco seria, pero por dentro el libro invita a perder/ganar el tiempo recorriendo sus páginas. Se lee como un ensayo más que como un diccionario: letra gorda y muchos santos, como tiene que ser. Ya veremos si llegamos hasta la invención del sonoro, al menos.
Otro año de cine. Si a Moebius se le pasaron las ganas, a mi no. Desde luego que no.

sábado, abril 12, 2008

"Bailar en la oscuridad", de Lars Von Trier

Manifiesto Dogma. Manifiesto zapatista, manifiesto surrealista, manifiesto comunista, manifiesto de los 2300, o manifiesto por la prohibición del foie gras: doctrinas de asamblea que se firman entre vítores y proclamas: obligaciones trascendentes que se olvidan cuando llega la resaca. En la obra "Historia del cine" de Mark Cousins, leo que para estimular la democratización última del cine, los firmantes de Dogma «se comprometieron a respetar un voto de castidad basado en los siguientes principios: no construir ningún decorado, utilizar escenarios reales, no recurrir a atrezzo alguno, no incluir música, sostener la cámara sin soporte alguno, no utilizar ninguna iluminación especial, no incluir ninguna acción superficial (como un asesinato), no recurrir a flashbacks ni a ningún otro elemento de género, respetar la pantalla 4:3 tradicional y, por último, no incluir el nombre del director en los créditos». Más allá del marketing instantáneo de utilizar el término Dogma (pegadizo como la letra de la canción del verano) sí que se produjo una conmoción cinematográfica que, en plena revolución "Matrix", dio a muchos realizadores mayor libertad creativa al permitirles optar por un cine mucho menos técnico. La navaja de Ockham en vez de la de Buñuel: entia non sunt multiplicanda praeter necessitatem. Los recientes éxitos cámara de vídeo en mano serían herederos (putativos) de aquel revuelo purificador.
"Los idiotas" será la primera película Dogma de Lars Von Trier. Otras de su filmografía serán muy cercanas a los planteamientos del manifiesto, como "Rompiendo las olas" o "Dogville" (en esta, la mejor que he visto de este director, el postulado de no construir ningún decorado se lleva a sus últimas consecuencias: el resultado es genial). En "Bailar en la oscuridad" sencillamente se pasa la mayor parte del manifiesto por el... Queda la estética, en cuanto a falta de iluminación y cámara al hombro, en algunos pasajes de la película. El director se adentra en el musical para relatar un cuento cercano al serial radiofónico de posguerra (folletín de ciegas desvalidas, maldades sin nombre y finales desgraciados) salpicado de números musicales de sorprendente coreografía: la mezcla queda un poco extraña. Björk, el hada ártica dotada de voz extraterrestre, diva magistral del pop mundial, interpreta a Selma, una emigrante checoslovaca que va a Estados Unidos a trabajar y ganar dinero para poder operar a su hijo. El recibimiento amable que recibe en la tierra de la libertad, se trastocará en violencia y felonía: no hay acción más vil y cobarde que robarle la pasta a un ciego. Ese transito a la ruindad y la bajeza es exactamente lo mismo que sufrirá Grace (interpretada por Nicole Kidman), esclavizada por los habitantes del pueblo de Dogville que la habían recibido con los brazos abiertos: Lars Von Trier critica en ambas películas, sin el menor pudor, la hipocresía y maldad latente en la sociedad estadounidense.
El diario "Público" regalaba este viernes la película "Bailar en la oscuridad" al comprar el periódico. Así sin más, sin cupones, sin recargos. Un euro por una película y un periódico. Llevan muchas semanas haciéndolo y con grandes títulos como "Elephant" o "El hundimiento". Busco está última en la web de Fnac y piden 11,95 euros por el DVD. Ni me salen las cuentas, ni comprendo como no hay tortas los viernes en los kioskos.