jueves, noviembre 28, 2013

"Blue Jasmine", de Woody Allen

Pretty Woman se cayó del pedestal, alguien le quitó la nube bajo los pies y ella aterrizó en el duro asfalto del fin de mes y el empleo precario: en el suelo se aprecia un cráter de un tamaño considerable. Los cuentos de hadas clásicos relatan la parte más interesante de la historia, la del encuentro mágico y el enamoramiento inmediato, un afán romántico entorpecido por los manejos viles de brujas y nigromantes. Terminan esos cuentos asegurando al lector que la pareja vivió feliz hasta el resto de sus días, extirpando cualquier inquietud pesimista de tedio y hartazgo, de odio cotidiano y deslealtades amatorias, un peaje que hasta el más consumado amor verdadero se puede encontrar con el paso de los años. Y ningún cuento de aquellos se atrevería a concluir con el príncipe azul colgando de una soga en la soledad aterradora de la celda de una cárcel (¿fue así el final de Bernard Madoff? Si no así, fue parecido) y con la princesa no menos azul deambulando sonada por las calles de la ciudad, balbuceando recuerdos dorados a los oídos muertos de las farolas.

Comedia amarga esta última de Woody Allen, dirigiendo de nuevo con maestría a una actriz y obteniendo de Cate Blanchett una actuación impresionante. Si en las películas de Woody Allen en las que no sale Woody Allen un actor recoge el testigo de interpretar el papel arquetípico del neurótico intratable, del psicoanalizado sin solución atrapado en multitud de angustias vitales, ahora ha sido la rubia actriz australiana la portadora del encargo. Y lo ha realizado a la perfección. La pija caída en desgracia que se ve obligada a trabajar para ganarse el pan y que se va a vivir con una hermana que habita varios peldaños por debajo en el escalafón estúpido que la sociedad establece en función del dinero que maneja cada cual, como si el único valor humano lo atestiguara la cuenta corriente. Y esa bajada de la escalera se retrata como un auténtico descenso a los infiernos para la pobre Jasmine: es imposible apretarse el cinturón cuando en la hebilla pone Chanel: para el resto nos es tan sencillo como coger un punzón y hacer otro agujero en el cuero. O en el plástico.

¿Cómo ser millonario/a? Cásese con uno/a. En "Las tres noches de Eva", aquella maravillosa screwball comedy dirigida por Preston Sturges, Barbara Stanwyck intentaba echarle el lazo a Henry Fonda aparentando ser una rica heredera: lo importante es que no piensen que los quieres por su dinero. Así, la fachada construida es una mentira que no tarda en desmoronarse y que deja en evidencia a la pretendiente, toda vez que el amor ya ha llegado y el vil metal había pasado a ser un interés inexistente. Una patraña es mal terreno para la confianza mutua. "Las tres noches de Eva" encontraba el camino (más bien el enredo característico del género) para que, también, los amantes vivieran felices hasta el resto de sus días. Porque lo importante es la esencia de la persona, el mono desnudo cubierto únicamente de sus bondades, si las tuviera. Eso nos decía Sturges entonces y lo muestra ahora Allen en otro de sus guiones magistrales. Otra de sus lecciones anuales de cine.


domingo, noviembre 24, 2013

Revista. La Caja de Pandora nº 7 "Japón"

Al entrar al sistema, planeta Blogger, a redactar esta nueva entrada, un contador me sorprende anunciando que ésta será la quingentésima publicación del blog Licantropunk: 500 veces pulsando el botón "Publicar", 500 naves sonda lanzadas hacía ninguna parte, 500 mensajes en la botella: pensar que alguien en cualquier punto del planeta pueda encender su ordenador y abrir este recipiente es un asunto fascinante.

Me alegro de que la celebración numérica coincida con la publicación de otro número de "La Caja de Pandora", fanzine internauta en el que colaboro desde su nacimiento. Cada ejemplar de "La Caja de Pandora" ha estado dedicado a un tema concreto, si bien la concreción es más una idea vaga hacia la que aventurarse que no una fijación argumental: "Holocausto", "Drogas", "Asesinos", "Made in Spain", "Mad Doctors", "Políticamente Incorrecto", y ahora "Japón". La preparación de cada artículo ha supuesto la excusa perfecta para profundizar en la trayectoria de cineastas como Roberto Rossellini, Larry Clark, Ladislao Vajda, Alain Resnais, Georges Franju, Terry Gilliam, Julio Medem, Nicholas Ray, etc. Ver y leer, literatura de la mano del cine, pues en muchas ocasiones hay grandes novelas detrás de grandes películas.

Este pequeño Licantropunk contribuye a este número dedicado a Japón con un artículo que, partiendo de la imprescindible película "La mujer de la arena (Suna no onna)" de Hiroshi Teshigahara, se asoma al cine japonés de los años 60 y mira hacia la Noberu Vagu (nueva ola), movimiento cinematográfico post-nuclear, desesperanzado y muy crítico con la sociedad de su tiempo y que, al igual que su coetáneo francés, ansía renovar sus formas y sus discursos. Directores de prestigio internacional como Nagisa Oshima, Seijun Suzuki o Shōhei Imamura surgirán de aquella época convulsa. Y junto a ellos el mencionado Hiroshi Teshigahara que, aunque no alcanzará el renombre internacional de sus colegas de generación, obtendrá con "La mujer de la arena" una obra maestra reconocible para los años de la Noberu Vagu. "La mujer de la arena" traspasa al celuloide la excelente novela del escritor japonés Kōbō Abe: sus libros fueron soporte de muchas de las películas de Teshigahara y es un ejemplo claro de la riqueza de la literatura japonesa del siglo XX. A la faceta literaria de Japón también se le dedica un buen número de páginas en este número de "La Caja de Pandora".
Enhorabuena al resto de colaboradores y a Crowley, patrón de la nave.

A "La Caja de Pandora" se puede acceder a través del blog de la revista:
http://cajadepandoramagazine.blogspot.com.es/2013/11/especial-japon.html

Enlace de descarga:
https://www.dropbox.com/s/h2jg0t9cu3x4pg7/LA%20CAJA%20DE%20PANDORA%20MAGAZINE%20ESPECIAL%20JAP%C3%93N.pdf

Que lo disfruten.

miércoles, noviembre 20, 2013

"Gente corriente", de Robert Redford

Uno de los detalles por los que "Gente corriente" es conocida en el anecdotario de la historia del cine, es por haberse alzado con el Oscar a la mejor película en el año 1981, superando en las votaciones de los académicos de Hollywood a "Toro salvaje" de Martin Scorsese (ya había padecido Scorsese ese disgusto cuando, en 1977, "Rocky" de John G. Avildsen tumbó a "Taxi Driver" en el Dorothy Chandler Pavilion de Los Ángeles: en la báscula, por supuesto, Stallone y De Niro no estaban en la misma categoría). Sin embargo "Toro salvaje" adquirió la condición de obra maestra intemporal, mientras que con el paso de los años "Gente corriente" ha ido cayendo en el olvido. Y la verdad es que la ópera prima de Robert Redford como director (tuvo su Oscar por la película: buen cineasta delante de la cámara, detrás de ella y en los despachos el fundador del festival de Sundance) es una película brillante, sustentada en las actuaciones fenomenales de su trío protagonista, una familia al borde del hundimiento: Donald Sutherland y Mary Tyler Moore como los padres high society de Timothy Hutton, adolescente desesperanzado de tendencias suicidas.

Ocultar el drama, las cosas que le pasan a cualquier familia y que iguala a todos, ricos y pobres, en la desgracia. Actuar como si no pasara nada, no perder la sonrisa aunque sea convertida en rictus enmascarado y sostener la etiqueta, el aura glamurosa y la fachada feliz de los económicamente privilegiados. Robert Redford filma con inteligencia el retrato contenido de la hipocresía desmesurada de la alta sociedad estadounidense, de su falta de empatía incluso con los que portan sus genes y habitan en su mismo hogar: Edipo desnaturalizado. Timothy Hutton borda un papel, el del joven Conrad, en el que logra una identificación prodigiosa, cuajando un impresionante debut en la pantalla grande que le llevó directo al estrellato (y al Oscar también), papel al que le da extraordinaria réplica, gélida y sobrecogedora, Mary Tyler Moore como la madre de Conrad, dejando triste constancia de que madre sólo hay una. Conrad es un rebelde vapuleado por la tragedia, inhabilitado socialmente para liberar sus emociones: carne de electroshock. El psiquiatra reemplaza las figuras paternas y proporciona anclajes vitales a 60 pavos la hora. La familia, herida de gravedad tras un desastre tan frecuente como despiadado, se desmorona en vez de unirse, signo inequívoco de tiempos endebles, más ocupados en afanes fatuos y egoístas que en cuestiones decisivas. Afanes intrascendentes que conforman el afán desquiciado de la gente corriente.


martes, noviembre 12, 2013

"Holy Motors", de Leos Carax

Imagínense que todas las ficciones que contemplan cada día, las series, las películas, fueran protagonizadas por el mismo actor, convenientemente caracterizado para dar cuerpo al personaje que toque interpretar: Rick Blaine en "Casablanca", Isaac Davis en "Manhattan", Malamadre en "Celda 211" o Don Draper en "Mad Men". Y si echan por la tele una de Jackie Chan, más vale que el tipo esté en buena forma. La capacidad camaleónica de ese actor para afrontar esa carga de trabajo diaria, multitud de papeles distintos, que además cambian sin previo aviso de un día para otro, no estaría al alcance de cualquiera. De ninguno, seguramente. Ni Actors Studio, ni Stanislavski, ni nada. Este estajanovista de la actuación sólo puede surgir de una idea descabellada, como era aquella simplificación inocente de que había enanitos dentro de la caja tonta del salón realizando la programación de cualquier canal, zapping incluido.
Resulta que el enanito de Léos Carax viaja en Limusina.

Apuntaba Robert Bresson en sus "Notas sobre el cinematógrafo" que 'El actor se proyecta más allá de sí mismo bajo la forma del personaje que quiere aparentar; le presta su cuerpo, su figura, su voz; lo hace sentarse, levantarse, caminar; lo penetra de sentimientos y de pasiones que no tiene. Ese "yo" que no es su "yo" es incompatible con el cinematógrafo'. La obsesión bressoniana con negar el arte dramático, con suprimir al actor hasta convertirlo en una marioneta sin vida, un recortable inerte que proyecta su sombra mortecina en el celuloide, arrancaba al espectador de la trama, extrañado ante las reacciones robotizadas de los personajes: algunas películas de Bresson eran duras de pelar. "Holy Motors" también, pero por otros motivos: el actor obligado ahora a imponer todas sus habilidades de suplantación, aunque repartidas en tantos fragmentos que el hilo de la trama no se hará visible hasta que haya transcurrido gran parte de ella.

Léos Carax (anagrama de Alex Oscar: Alex es su verdadero nombre y lo segundo debe ser un anhelo, sin embargo parece un director más apropiado para figurar en una lista de Cannes que para recibir una estatuilla en Los Angeles) rueda un viaje de veinticuatro horas a través del espejo, un trayecto irreal que traza un nítido homenaje a las distintas formas del relato cinematográfico, a sus géneros y, sobre todo, a la profesión de actor, si bien esta última se manifiesta como una condena, piedra de Sísifo cotidiana, en vez de como una actividad enriquecedora y plausible surgida de la vocación y el talento. La incursión de "Holy Motors" será por tanto arriesgada: no es un sendero fácil y despejado y el caminante poco dispuesto es posible que se canse al rato de haber empezado a andar. El exceso y la osadía visual también brotarán en la ruta, pero la propuesta del atrevimiento artístico, que invita a la búsqueda de lo sorprendente, ya es suficiente coartada para querer ver esta película. La búsqueda, que en ocasiones tiene premio y la mayoría de las veces no: salirse del carril aunque sea para pegársela.
Pásame otra pastilla roja, Morfeo.

miércoles, noviembre 06, 2013

"El rey de la comedia", de Martin Scorsese

Travis aparca el taxi, se quita la chupa de veterano del Vietnam, se vuelve a dejar crecer el pelo, el bigote, y se enfunda el traje impecable del repulido Rupert Pupkin (o Pumkin, o Punkin, o Tukin, o como demonios se diga), un cómico con ganas de triunfar. Más simpático, más inocentón, pero sigue siendo Travis: una granada con la espoleta arrancada. El objetivo de su obsesión no será una rubia rotunda, un político mentiroso o una prostituta adolescente. Será la fama la presa en el punto de mira y de nuevo no habrá reparos con tal de conseguirla: del sótano de la casa familiar al prime time de la televisión por la línea más corta posible.

La fama encarnada en un cómico de éxito, ídolo de masas, el maravilloso Jerry Langford al que nada menos que el actor Jerry Lewis le presta cuerpo y alma, aunque un alma que se intuye desdichada. Una de las grandes virtudes de "El rey de la comedia" será la de mostrar el reverso triste, la sonrisa borrada, lo que queda cuando la celebridad se baja del escenario. Jerry Langford/Lewis es en realidad un solitario amargado (cena para uno en el salón del penthouse con vistas a Central Park), un infeliz que vive raptado por la ubicuidad televisiva de su imagen, acosado constantemente por los fans y por el reconocimiento inmediato que se produce en cuanto se aventura a pisar la calle, trastocando al gracioso en un antipático que apenas puede disimular la repulsión incontenible que le produce el mismo público al que debe hacer reír cada noche: el bufón misántropo y asqueado. Hoy tu sonrisa se escondió, te la tuviste que pintar. Acosar al artista: conseguir la firma apresurada o, como suele ser habitual hoy en día, la pixelación del instante, atestiguando la proximidad de un momento como si fuera la indudable muestra de que, al acercarse al genio, al colocarse brevemente a su lado, el talento ha sufrido un proceso osmótico y se ha transferido mágicamente al cuerpo del pelmazo. El precio de la fama. Quizá a Rupert Pupkin, si algún día lo logra, no le guste tampoco encontrarse dentro de la limusina zarandeada por una turba enloquecida.

Pero de momento Pupkin quiere ser Langford, y lo quiere cuanto antes, sin estar dispuesto a currarse durante años la risa ajena en clubes nocturnos desvencijados, en bolos ocasionales y mal pagados, a la espera de una oportunidad de oro que puede que no llegue nunca. La senda de este comediante con pretensiones será, por supuesto, una comedia, una comedia negra y ácida, claro, y en ella Robert De Niro demostrando de nuevo, en su fértil carrera junto al director Martin Scorsese, que es un actor todoterreno, de los que hacen época, un maestro del gesto sutil capaz de conferir al personaje el carácter necesario en cada circunstancia del guión. La influencia y la dimensión artística de De Niro en el cine durante un par de décadas fue inmensa e incontestable y "El rey de la comedia" una gran película en la que dar buena fe de ello. Sin embargo en su día (se estrenó en 1983) "El rey de la comedia" fue un fracaso en taquilla y ha sido uno de los títulos menos conocidos del tándem Scorsese-De Niro. Probablemente al público de entonces le chocara en exceso ver a un Jerry Lewis serio y a un Robert De Niro chistoso. No, no se pagaba para ver esas cosas.
Por cierto, a la media hora de proyección, entre la gente que hace bulto en una calle de Nueva York (la ciudad que nunca duerme, otro actor más en aquellas primeras películas de Scorsese), se puede ver a los componentes de "The Clash" en un cameo efímero: escudriño de fotogramas sólo para incondicionales. Straight to Hell!


jueves, octubre 31, 2013

"El rostro", de Ingmar Bergman


¿Qué siento? Miedo y bienestar. 
Ahora la muerte ha alcanzado mis manos, 
mis brazos, mis pies, mi vientre. 
Ahora ya no veo nada. Estoy muerto. 
Quiere saberlo, lo sé. 
La muerte es...

Además del cine, el teatro fue otra actividad escénica en la que el sueco Ingmar Bergman desarrolló su carrera de autor, incluso se le puede considerar director teatral en mayor medida que cinematográfico. En muchas de sus películas es patente esa condición, detectándose sin ninguna duda la influencia que tiene en el celuloide su vocación por las tablas. "El rostro" es una de las cintas en las que ese influjo del teatro se percibe de forma más poderosa, tanto por la puesta en escena como por la historia desarrollada, una trama que, si trascurriera en España y por la época de la acción, se podría clasificar de valleinclanesca.

El buhonero, el curandero, el cómico, el ilusionista. Personajes itinerantes que trasportaban lo novedoso (Melquiades y el hielo) y el carácter cosmopolita a zonas apartadas donde no llegaban noticias con regularidad y arraigaba la aculturación ciega de las superstición y el miedo. Ese carácter vagabundo e indigente convertía al viajero en un bulto sospechoso: el extraño, el ajeno indigno de confianza, forastero listillo dispuesto a aprovecharse del ignorante local, mucho menos viajado y falto de un buen espabile. La troupe del mago Vogler (Max von Sydow, cara habitual del cine de Bergman rodeado de otro montón de caras habituales: Ingrid Thulin, Gunnar Björnstrand, Bengt Ekerot, Naima Wifstrand, etc.) recorre el norte de Europa maravillando multitudes. Linternas mágicas, encantamientos, ungüentos, filtros amorosos, levitación, escapismo: óptica, medicina natural, magnetismo, electricidad, hipnosis. El Siglo de las Luces impulsó el desarrollo científico occidental alumbrando con la razón todos los aspectos de la existencia humana, aquellos que habían sido sepultados en penumbra por la cerradura firme del dogma religioso. Que el común de la población considerara como mago al hombre de ciencia capaz de manipular las leyes de la física, sería una consecuencia lógica: la caverna y sus sombras. Que pensaran que era un brujo en negocios con el diablo, suponía una propuesta infinitamente peor.

Bergman plantea en la figura de Vogler una faceta poliédrica: o charlatán, o sabio, o nigromante. El ambiente tétrico y oscuro de "El rostro" acentúa el enigma, al apoyarse la escenografía en una atmósfera de película de misterio, de novela gótica, de leyenda de Becquer: el ala negra del cuervo de Poe parece sobrevolar los fotogramas, y los cadáveres, más aún si son resucitados, ajustarán cuentas con los escépticos y los descreídos. Cae el telón y se desmoronan los trampantojos. La muerte seguirá siendo el único arcano indescifrable.


domingo, octubre 27, 2013

La bocina de Harpo


- ¿Y ahora qué escribo?
- Lo que tú quieras, ni más, ni menos.

El planeta blog, desde su creación, ha visto como surgían sobre su territorio y de forma incesante, enclaves recónditos, campamentos de pioneros: una estaca clavada en el suelo y un nombre en el cartel. Unos siguen habitados y otros fueron abandonados por sus fundadores, sin duda en busca de pastos más verdes y agradecidos. En cualquier caso un nuevo blog es una promesa, una esperanza, un punto de partida para algo que quizá sea nada o que termine siendo mucho. Eso ahora importa poco.

La bocina de Harpo. Excelente nombre, lleno de sentido. De los hermanos Marx, Harpo es el que poseía una comicidad más rotunda y sencilla, sincera y universal, el clown total que sin decir ni una palabra lograba llevarte de la carcajada incontenible de sus pantomimas al ensueño mágico de la música de su arpa, Orfeo enloquecido con chistera, peluca y bocina al cinto. Harpo es su preferido, claro.

Predicar con el ejemplo es una máxima que conviene poner en práctica. Si quieres que ellos se asomen a ciertas cosas y a su alrededor lo ven como algo cotidiano, todo será mucho más sencillo. Sugerir, nunca imponer: aprovechar el atajo genético, regla de supervivencia, proporcionado por la imitación de la conducta del adulto. Leer, pintar, escribir y, por supuesto, el cine. Y no preocuparse en absoluto por si está mejor o peor, ya que lo más importante es romper otra barrera, atreverse y experimentar. Que alguien aún más joven que este blog te comunique su intención de tener el suyo propio y verle percutir el teclado con la sorprendente decisión de su pequeño dedo índice, buscando la palabra adecuada, recordando lo visto, componiendo su relato... La vida sigue y, como tatuó a punta de cuchillo Sarah Connor sobre una mesa de madera en medio del desierto, NO FATE. El futuro no está escrito.

Eso sí, spoilers a cascoporro. Avisados quedan.

martes, octubre 22, 2013

"Gravity", de Alfonso Cuarón

La mejor noticia que surge del estreno de "Gravity" es la recuperación del acontecimiento cinematográfico: de nuevo una película es protagonista de charlas de café y son muchos los que han colocado este título en su lista de deseos: ganas de volver al cine. Su situación en la cartelera es aún más oportuna dado que durante esta semana se celebra la Fiesta del Cine, tres días de octubre en los que el precio de taquilla se traslada a aquellos años, hace décadas ya, en los que ibas al cine por menos de 500 pesetas y tenías que espabilarte para llegar pronto a hacer cola y pillar sitio más arriba de la tercera fila. ¡Qué tiempos! ¡Cola para entrar al cine! Esas aglomeraciones de gente que daban la vuelta a la manzana han retornado y es una noticia fantástica, aunque sin duda breve. Sí, el precio es el problema y un precio ajustado puede ser la solución para volver a llenar las salas. Otro problema, éste de orden genético, es padecer las estupideces de una casta gobernante iletrada y contumaz. Sin embargo, las palabras mal medidas son un arma de doble filo que evidencian la capacidad intelectual del bocazas, amén de sus dotes como dirigente. Siguen ladrando, amigo Sancho.

Tras rodear por Úbeda en el párrafo anterior, algo habrá que contar sobre "Gravity". De por sí es una extraña en la trayectoria del director. Alfonso Cuarón alcanzó un gran éxito con "Y tu mamá también" (no se me ocurren comparaciones con "Gravity", tendré que volver a verla: tendré que volver a ver "Y tu mamá también", claro), estupenda película que poco tiene que ver con su carrera posterior. Después dirigió un "Harry Potter" y luego realizó "Hijos de los hombres", interesante distopía futurista de política-ficción. Ahora pega un salto espacial y filma una de... ¿ciencia-ficción? ¿Cuánto de ciencia? ¿Cuánto de ficción? Se nota un esfuerzo por resultar creíble, por teletransportar al espectador hasta encajarle un traje de astronauta y ponerlo en órbita, pero eso no ha impedido la generación de debates acerca de determinadas experiencias de física general y espacial recreadas en la pantalla. En cualquier caso, si no creíble al menos probable: las licencias artísticas se tomarán para que no merme el propósito único de esta producción y que es provocar el mayor grado de tensión sensorial admisible de acuerdo a las técnicas de proyección modernas. Y debajo del 3D, poca cosa queda.

El tren de los hermanos Lumière llegando a la estación en 1895, el bandido disparando hacia los espectadores en "Asalto y robo de un tren" (otro tren: no estaría mal un artículo sobre trenes y cine: grandes películas han salido de la mezcla) de Edwin S. Porter en 1903. El cine se extendió como atracción de feria preparada para impactar en la mirada inocente de la audiencia y en muchos casos ahí sigue. Aunque "Gravity" sea una cinta óptima para el formato (cacharrillos flotando en gravedad cero que invaden la platea, tomas virtuales a 600 km de altura, personajes que atraviesan volando pasillos de astronaves), las posibilidades argumentales del efecto 3D, si es que existen, están por descubrir. "Gravity" no intentará ni asomarse a la trascendencia estelar de, por ejemplo, Stanley Kubrick en "2001: una odisea del espacio" o de Andréi Tarkovski en "Solaris" (si bien se podría establecer algún paralelismo ya que George Clooney protagoniza "Solaris" de Steven Soderbergh, otra versión de la novela de Stanisław Lem y que no está nada mal, y si en aquella cinta era a George Clooney al que se le materializaban espectros del pasado, en "Gravity"... esa escena es de lo mejor de la película). Tampoco es su propósito ni tiene el porqué. Pero un guión que no va más allá de una sonrojante declaración de superación personal basada en una tragedia íntima, un monólogo cutre que ni Ron Howard se hubiera atrevido a colocar en "Apolo XIII", al que se le une rifarla a ver si este botón es el bueno... para eso mejor que tu protagonista se esté callada (tomar nota de lo poco que hablaba Ripley en parecidas circunstancias en "Alien" de Ridley Scott: ya se sabe que In space no one can hear you scream) y limitarse a rodar el suceso, esa montaña rusa cósmica: no olviden tomar su Biodramina.
El guión, propongo, artilugio tridimensional que tantas y tantas veces no sale en las películas.


miércoles, octubre 09, 2013

"Brick", de Rian Johnson

"Brick" es una película sorprendente: los códigos del cine negro, de la literatura más negra aún (Raymond Chandler, James Ellroy, Dashiell Hammett), puro hard boiled transportado al ecosistema cruel de la High school estadounidense. Sin la menor concesión a la alegría juvenil, al gozo despreocupado de transitar la primavera de la vida, se muestran personajes adolescentes de vuelta de todo: cinismo nihilista frente a la codicia depravada que debería presentarse, sin ser invitada y en cualquier caso, al menos un par de décadas después.

Marlowe grunge, el empaque demoledor de Robert Mitchum encarnado en un chaval con pinta de no matar una mosca. Pero, cuidado, porque los gafitas miopes albergan bastante mala leche tras el cristal: no frotar la lámpara si no se quiere que salga el genio (lo que le pasaba a Clark Kent cuando se introducía en una cabina telefónica o al doctor Bruce Banner cuando alguien lo ponía verde: la transformación la disparan causas ajenas, la conversión es un efecto, la violencia un mal necesario).

Un cadáver en un túnel cercano, chicos malos en la cafetería de la esquina: la Dalia Negra vuelve a estar muerta y Poisonville nunca se ha limpiado. Cuando, rondando los dieciséis, deambulábamos por el barrio, poseíamos un conocimiento exacto de cuáles eran las calles y los portales, de quiénes eran los tipos, de en qué momento debía uno evitar un encuentro y cambiarse de acera. Nunca estuvimos más enterados del mapa del lumpen delictivo que en aquella época en la que conocer el terreno más que necesario era inevitable, así que "Brick" me trae a la memoria una sensación arcana que, ahora, en transito permanente de casa al trabajo y viceversa, se me antoja no vivida: la edad adulta aporta una angustia de supervivencia irreal, difícil de satisfacer, mientras que en aquellos años ajustar cuentas o hacer las paces era mucho más sencillo y eficaz.

Opera prima del director de "Looper", thriller de ciencia ficción sorprendente también, película de hace poco que se quedó sin entrada en el blog. Tendré que volver a verla para rellenar algún hueco... temporal. Joseph Gordon-Levitt protagonizando ambas con siete años de diferencia en los que su porte de tirillas de "Brick" evoluciona hacía un poco probable embrión de Bruce Willis en "Looper". Lo que desde luego se aprecia en las dos es a un interesante director y guionista llamado Rian Johnson, del que habrá que seguir pendiente. ¡Vaya! Me cuenta Internet que también ha dirigido varios episodios de "Breaking Bad", entre ellos el número 14 de la quinta temporada, titulado "Ozymandias", uno que elevan (dicen por ahí, yo aún no lo he visto) al puesto de mejor episodio de la serie. Buena línea para el currículum vítae, sin duda.

lunes, septiembre 30, 2013

"Justin y la espada del valor", de Manuel Sicilia

"Antonio Banderas presenta...". El tirón publicitario del actor malagueño en todo el mundo puede ser acicate para que esta producción española de animación alcance eco internacional, un éxito que sería realmente merecido. La compañía Kandor Graphics, con sede en Granada, ya había conseguido ser premiada en los Goya por la película "El lince perdido" y el cortometraje "La dama y la muerte", este último incluso obtuvo una candidatura al Oscar: no, no son unos aficionados ni unos recién llegados en esto de los dibujos animados por ordenador. "Justin y la espada del valor" posee una factura impecable: el diseño de personajes, los escenarios, la expresividad, la acción, la iluminación, el nivel de detalle, todo cuidado al máximo y con un nivel de calidad sobresaliente, signos inequívocos de una industria preparada y madura, como apuntalan otros triunfos taquilleros recientes de la animación española, "Planet 51" o "Las aventuras de Tadeo Jones".

Justin, un joven de la época medieval, se debate entre estudiar Derecho para complacer a su padre o vestir armadura y desfacer entuertos siguiendo los pasos de su abuelo. 'Qué te metes Don Quijote "pa" flipar con los molinos', cantaban "Fito y los Fitipaldis". La caballería andante ya era un anhelo pasado de moda en el siglo cervantino, un ideal, el mito quijotesco, que siempre ha sido más protagonista de la literatura y de la leyenda que de la vida real: el héroe, ese desconocido. Mejor hazte abogado, nene. Y si puede ser abogado metido en política, mejor que mejor. Sin embargo la profesión no tiene por qué condicionar el espíritu, y el mensaje de la película en ese sentido es ambiguo, falto de maniqueísmo, dotando a algunos de sus personajes de facetas que impiden determinar si se es del grupo de los buenos o de los malos. Pero el guión de "Justin y la espada del valor" no será su punto fuerte. Hay cierta tendencia en el cine de animación a llevar referencias del presente hacía la representación del pasado, aún peor, de incluir factores del mundo adulto, transportados a una película infantil: un mago incomprensible (su necesidad y su verbo) que habla, tal cual, como el televisivo Carlos Jesús (¿sigue en antena o hace años que partió hacía "Ganímedes"? ¿Algún menor de diez años le ha visto alguna vez?), una facción de villanos caracterizados como cartas de la baraja española (¿cuántos niños de ahora juegan a la brisca? ¿Está el tute en el play store de Android?) que a mí ciertamente me ha gustado o una taberna gestionada como un restaurante fast food. Los niños no se ríen con esos detalles, no les cogen la gracia, y son directamente conducidos al despiste en algunos, aunque escasos, momentos. Además se ha tenido poco cuidado en mantener la fluidez de la historia, en el encadenado entre diferentes escenas: guión abrupto y embarullado a ratos. De cualquier modo el balance para el público infantil, un público exigente y que no se deja escamotear con facilidad, será positivo. Lo pasan bien con Justin, algo que no es poco.



lunes, septiembre 23, 2013

"Cruce de caminos", de Derek Cianfrance

Si en un determinado momento de la película no fuéramos terriblemente conscientes de que el protagonismo que hasta entonces ha asumido el actor Ryan Gosling va a ser cedido al ¿actor? Bradley Cooper, si eso no fuera tan palmario, tan irremediable, otra hubiera sido la suerte de la historia de vidas cruzadas que es, precisamente, "Cruce de caminos" (no, no se han desesperado pensando los traductores del título original, "The Place Beyond the Pines": ¿de qué va esta peli? Pues hala, que llego tarde a cenar). La suerte que va a tener el bueno de Cooper es que en la parte que le toca defender, una pálida trama de corrupción policial a lo "Sérpico" de Sydney Lumet (por dar un ejemplo: ese trozo de la cinta no se acerca ni de lejos al cine de Lumet), va a contar con la inestimable ayuda de Ray Liotta, que va a acaparar la atención del espectador en cualquier fotograma en que le toque poner su cara curtida de policía de vuelta de todo, pasando a un discreto segundo plano al panoli medio americano Bradley: la mediocridad al poder (encima, así es: en la vida real y en la película: Avery Cross en la cumbre de su profesión). Poco después, el cruce se transmitirá a la siguiente generación, afortunadamente, punto en el que la cinta volverá a remontar, aunque no demasiado: más que un cruce, tres historias encadenadas y enlazadas de modo irregular.

Sí, lo han adivinado, no me gusta Bradley Cooper, es incluso posible que le tenga cierta manía, para qué negarlo (y eso sin haber visto ninguna de su trilogía del Resacón de Tood Phillps, que deben ser la pera). Pero en cuanto contemple una buena actuación suya, ese estigma lacerante quedará tachado para siempre. Ya sucedió con Tom Hanks cuando interpretó al Capitán Miller en "Salvar al soldado Ryan" de Steven Spielberg, o Jim Carrey en la piel de Andy Kaufman para "Man on the Moon" de Milos Forman, un cómico metido hasta el tuétano en otro, o como Truman en "El show de Truman" de Peter Weir (el problema no está en el género al que dediques tu talento, por supuesto). Y, para redondear con un ejemplar cercano, Antonio Resines, magistralmente contenido en "La buena estrella", el penúltimo destello de Ricardo Franco. Quizá ese momento tarde en llegar (si llega) y Bradley Cooper se quede haciendo compañía a Renée Zellweger en el pelotón de los torpes sine díe... Ay, las fobias. Pocas, pero justificadas, me temo.

El problema puede residir, quién sabe, en que te toque actuar detrás de Ryan Gosling, un notable actor, dotado de empaque y naturalidad: un seductor de la cámara. El fitipaldi amacarrado de "Drive" de Nicolas Winding Refn cambia ahora el coche por la moto y vuelve a proporcionar una dosis acertada de estética lumpen y adrenalina motorizada. Y de romance, claro: el nuevo héroe romántico de la clase trabajadora, puesto que Gosling podría reclamar como propio. En "Blue Valentine", la anterior película de Derek Cianfrance, se propuso una forma original en el cine estadounidense de afrontar el melodrama moderno, creando un ambiente íntimo en el que el espectador era un invitado bien acogido para que pudiera identificarse fácilmente con el conflicto emocional cotidiano desplegado en la pantalla. No era poca cosa. Parecía que "Cruce de caminos" se planteaba así, un peldaño más arriba, surgido de la mezcla enriquecedora de "Drive" y "Blue Valentine", con Ryan Gosling como catalizador indispensable y Eva Mendes en réplica acertada. Mediada la película, se quebró la promesa.


martes, septiembre 17, 2013

"La anguila", de Shōhei Imamura

La anguila en la pecera. El arroz con anguila es un plato considerado como afrodisíaco en la cocina japonesa (así lo he leído hace poco en la novela "La mujer de la arena", de Kōbō Abe). La anguila, pez extraño, totémico, fálico: la anguila recluida como símbolo de abstinencia sexual. Un titular reciente: uno de cada cuatro hombres del este asiático reconoce haber violado a una mujer. La incredulidad ante la noticia, ante esa concepción aterradora del sexo, se deshace si pienso en todas las películas orientales en las que se trata a la mujer como un objeto sin valor más allá del que proporciona su completa sumisión al hombre. Violación y brutalidad amatoria (triste oxímoron) plasmadas sin ambages en el celuloide del sol naciente, también en "La anguila": cine reflejo de la sociedad que lo genera y, de este modo, referencia cultural principal.

El marido cornudo asesina a su esposa a cuchilladas. ¿Cómo justificar un crimen tan horrendo? Años de cárcel y después intentar engancharse de nuevo a la vida común, pero ¿cómo convivir con la bestia homicida que eres tú mismo? Alejarse de todo lo conocido para desconocerse a uno, forastero en tierra nueva, un entorno rural donde redimirse y donde nadie te reconozca. Lugareños estereotipados que acogen al extraño como uno más, el clan y el grupo ante la adversidad, y forzando así que la historia pase a conformar una comedia costumbrista: el criminal que equilibra su karma sirviendo a otros y reencontrando su camino. Esta película con su tono ligero y su búsqueda de perdón, se aparta entonces de las tormentosas (y atormentadas) historias que Imamura filmó en los años 60 (quizás sus mejores años como cineasta), dando calidad a la Nueva Ola del cine japonés, concediendo protagonismo absoluto a personajes femeninos, pero a cuál de ellas más desgraciada: "The Insect Woman", "Intentions of Murder", "The Pornographers": magnífico cine que exponía y que por tanto denunciaba.

Palma de Oro de Cannes del año 1997 para "La anguila", una de las más inmerecidas que yo haya visto y he visto muchas (aquel mismo año "La anguila" compartió galardón con "El sabor de las cerezas" de Abbas Kiarostami: la comparación sería inalcanzable: la del persa es obra maestra). Shōhei Imamura ya tenía una, la del año 1983 por "La balada de Narayama", película que es una versión moderna, mucho más brutal y descarnada, del clásico drama rural rodado por Keisuke Kinoshita en 1958. Muy reconocido y premiado director fue Imamura, del que he leído en ocasiones cómo lo encumbraban al lado de Yasujirō Ozu o Akira Kurosawa. No, en mi opinión, no ha de ser.

sábado, septiembre 07, 2013

Trilogía. "Paraíso", de Ulrich Seidl

El ciclo "Filmo Verano 2013", que los cines Van Dyck de Salamanca están programando durante los meses de Agosto y Septiembre, ofrece una impresionante cartelera de 21 películas exhibidas en versión original con subtítulos. Títulos entre lo más importante del panorama cinematográfico anual, cine qualité, a razón de tres por semana y que van rotando en su horario de proyección para dar mayor facilidad de asistencia al espectador, con el interesante añadido de un precio menor en la entrada y la posibilidad de un descuento aún mayor comprando un abono: no hay excusa, salvo tener tiempo para ir al cine, ay.

Pero esta semana ha podido ser: tres días seguidos, nada menos, para disfrutar de la trilogía filmada por el director austriaco Ulrich Seidl. Con la referencia de "Dog days", único título que anidaba en la retina (y que se quedó realmente grabado en ella: película impactante), la mirada que Seidl va a abrir para rodar sus fotogramas en "Paraíso" ya se intuía y así ha resultado: casting de calle pero esforzado a conciencia, con unas actuaciones impresionantes de las actrices protagonistas; crudeza visual en algunas escenas, rodadas sin tapujos; predilección por la cámara fija, en planos llenos de simetría, el ser humano ubicado de forma excéntrica en sus propias creaciones arquitectónicas, de un modo que resulta un ajeno, un cuerpo extraño habitando una modernidad hostigadora; y, sobre todo, humor negro salpicando un guión excelente: Ulrich Seidl te provoca una carcajada incontenible y al momento piensas ¿de qué narices me estoy riendo?, ¿no me da vergüenza? Concluyes que precisamente eso es lo que quiere infundir el autor, esa dualidad de sentimientos incompatibles, la comedia y la tragedia de la mano. ¿Acaso en las madrugadas insomnes de los velatorios no suele haber algún primo que suelta un chiste y se ríe hasta el del ataúd? Ese sería el efecto. Ulrich Seidl podría ser Michael Haneke si en una de Haneke te rieras o Todd Solondz si el director estadounidense no tuviera un matiz irreal y onírico. Pero después de ver "Paraíso" queda claro que Seidl escapa de comparaciones y posee una obra completamente original, merecedora de un puesto de honor en el cine europeo: trilogía magistral.

La trilogía "Paraiso" consta de tres películas: "Amor", "Fe" y "Esperanza". Dos hermanas y la hija de una de ellas pasan sus vacaciones cada una en un lugar distinto, destinos alejados, sin relación aparente entre ellos: trilogía del fracaso: la imposibilidad de alcanzar la felicidad, ni siquiera disfrutando de unos días de descanso, o quizás esa condición de evasión del día a día resulta aún mucho peor, pues no existe la ilusión de refugio de la cotidianidad.


Amor
Mujeres mayores sin pareja en una playa de Kenia, buscando un souvenir de carne y hueso: de carne firme y joven. Amargura del cuerpo que ha perdido su esplendor pero que conserva la emoción de alcanzar un romance auténtico, de deseo genuino no motivado por un monedero bien forrado. Para el otro lado del turismo sexual, esas señoras son la oportunidad de lograr unos ingresos extraordinarios, regalos de amantes agradecidas: piel negra para la blanca desteñida. Integración racial políticamente incorrecta: la policía patrulla la tenue línea de separación entre las tumbonas y los vendedores, débil barrera física pero enorme muro social. Ellos permanecen inertes, estáticos, postes clavados en la arena de la playa, al acecho del golpe de suerte, del turista accidental que patrocine una moto nueva, un arreglo en la casa, la factura de una estancia en el hospital o simplemente un mes sin hambre. El abismo entre Kenia y Austria, no sólo por el clima, por el paisaje alpino frente a la extensión llana del Índico, no sería sino absurda cualquier tipo de comparación en cuanto a condiciones de vida. El colonialismo, eso ha cambiado poco: Jambo Bwana, Hakuna Matata. Igual Teresa (Margarethe Tiesel: qué portento de actuación) había visto "Todos nos llamamos Alí", de Rainer Werner Fassbinder y había pensado que podía ser.

Fe
Abrazar la religión como respuesta a una tragedia personal, pero abrazarla con ceguera pasional, con la fe poderosa del converso. Y con todas las consecuencias del fanatismo desaforado: sermonear, mortificar y sacrificar. Las escenas de misión evangelizadora que lleva a cabo Anna María (María Hofstätter; en "Dog days" interpretaba a una loca que, apostada a la puerta de los hipermercados, pedía a la gente que la llevara a dar una vuelta en coche: durante el trayecto se dedicaba a darle al conductor una tabarra insoportable que solía terminar con ella abandonada en cualquier cuneta: su papel en "Fe" será similar, claro, e igualmente genial: una naturalidad y una capacidad para entrar en el personaje fuera de lo común), puerta a puerta con una talla de la Virgen debajo del brazo, avasallando a vecinos descreídos y a inmigrantes repudiados para que se arrodillen en oración compartida junto a ella, producen algunos de los momentos más chocantes (la risa recorre la platea) y más tensos (el alcohol, la marginación y el desamparo, como vecinos poco deseados del barrio) de la cinta. Anna María combatiendo al diablo, también dentro de casa: el excepcional guión de "Fe" hace que probablemente sea la mejor película de la trilogía.

Esperanza
Adolescentes obesos quemando grasas en un campamento de verano convertido en clínica de adelgazamiento. Pero el campamento siempre fue territorio de transgresión, de camaradería, de búsqueda de experiencias inalcanzables bajo el estricto ojo paterno. Y del amor, del primer amor: el cuerpo saturado de hormonas persigue con desesperación el escarceo sexual que alivie el ansia genético de perpetuar la especie. Sin embargo la premura suele producir que el disparo no se realice hacia la diana adecuada: la flecha de Cupido puede aterrizar en medio de la nada: platonismo y depresión. "Esperanza" puede ser la película más floja de la trilogía, la más fría y desapasionada, aunque esa valoración de debilidad puede deberse a la inevitable comparación con las portentosas entregas anteriores, "Amor" y "Fe". Como dijo mi compañera de platea, si la hubiéramos visto la primera, quizá las sensación final sería otra. En cualquier caso, es un cierre apropiado, un no hay dos sin tres que culmina el retrato de la desolación sentimental de una raza, la blanca europea, que se desespera en laberintos vitales cuando el estómago está lleno y el bienestar material no supone ningún problema.

Estaba el filósofo dilucidando en la soledad de su buhardilla enrevesadas angustias existenciales cuando, de repente, llamó a la puerta el cobrador del gas. Y la angustia pasó a ser de la buena.

domingo, septiembre 01, 2013

"Epic: el mundo secreto", de Chris Wedge

La otra opción era "Aviones" pero para qué entrar a verla y dedicar una entrada más a despotricar contra Disney (igualmente lo voy a hacer: será que me encanta repetirme), lamentando la dolorosa desaparición de Pixar (comprar para guardar en un baúl y tirar la llave: no se ha adquirido el talento ajeno, se ha borrado la competencia a golpe de talonario) como fuente segura de la que durante varios veranos, año tras año, fue la mejor película de animación: "Ratatouille", "Wall-E", "Up" y "Toy Story 3", una racha triunfal en este blog, cercenada sin piedad por los herederos del ratón Mickey. El mundo Pixar, un mundo perdido.

Vamos a "Epic", ese mundo secreto, que en el cartel y en el trailer parece recordar a la estética de "El origen de los guardianes" de Peter Ramsey, una grata sorpresa para las navidades pasadas. "Epic" propone el recurrente conflicto entre el bien y el mal, representado esta vez por la lucha mortal entre dos razas de seres diminutos que viven en el rincón más profundo del bosque: los Hombres Hoja contra los maléficos Boggans (elfos contra orcos, me ha recordado la pinta de unos y de otros). Desde el primer cuento infantil que se haya relatado alguna vez, virtud y maldad se han visto las caras, una reducción maniquea repetida infinidad de veces y que ha funcionado siempre a la perfección, receta infalible. Esta vez no será menos.

Y vamos a asombrarnos con los impresionantes niveles de detalle alcanzados por la animación por ordenador, con una acción trepidante y con un diseño de personajes espléndido: si el paraje verde que defienden los Hombres Hoja es un deslumbrante vergel de colores poblado por seres fantásticos, personificación de flores y animales (la fábula), no menos atractivo es el mundo lóbrego y oscuro (el infierno) que emerge del podrido territorio Boggan, pequeños monstruos dominados por una ansia de destrucción que conecta con las tramas pergeñadas por la fértil imaginación de Michael Ende (los Hombres Grises de "Momo", La Nada de "La historia interminable") o de Tolkien (Sauron extendiendo la Oscuridad desde el Este en "El Señor de los Anillos"). Las influencias son válidas para aquel que sabe recogerlas sabiamente.

Cruzada de héroes contra demonios, fantasía épica apta para menores, contada con humor pero sin incidir en tonos infantiloides: la muerte hace presencia y se acepta como un engranaje más de la balanza, del equilibrio, del ecosistema bien afinado. Hoy leía en Babelia, en el Sillón de orejas que cada semana escribe con maestría Manuel Rodríguez Rivero y decora Max, que el catedrático de demografía Carl Haub cifra en 107.602.707.791 el número de homo sapiens que hemos nacido hasta el año 2011. De todos ellos seguimos respirando alrededor del 6%. El resto es abono, sentencia certero el columnista, una frase corta para que se recuerde bien.
Carpe diem, apostillo.