jueves, octubre 31, 2013

"El rostro", de Ingmar Bergman


¿Qué siento? Miedo y bienestar. 
Ahora la muerte ha alcanzado mis manos, 
mis brazos, mis pies, mi vientre. 
Ahora ya no veo nada. Estoy muerto. 
Quiere saberlo, lo sé. 
La muerte es...

Además del cine, el teatro fue otra actividad escénica en la que el sueco Ingmar Bergman desarrolló su carrera de autor, incluso se le puede considerar director teatral en mayor medida que cinematográfico. En muchas de sus películas es patente esa condición, detectándose sin ninguna duda la influencia que tiene en el celuloide su vocación por las tablas. "El rostro" es una de las cintas en las que ese influjo del teatro se percibe de forma más poderosa, tanto por la puesta en escena como por la historia desarrollada, una trama que, si trascurriera en España y por la época de la acción, se podría clasificar de valleinclanesca.

El buhonero, el curandero, el cómico, el ilusionista. Personajes itinerantes que trasportaban lo novedoso (Melquiades y el hielo) y el carácter cosmopolita a zonas apartadas donde no llegaban noticias con regularidad y arraigaba la aculturación ciega de las superstición y el miedo. Ese carácter vagabundo e indigente convertía al viajero en un bulto sospechoso: el extraño, el ajeno indigno de confianza, forastero listillo dispuesto a aprovecharse del ignorante local, mucho menos viajado y falto de un buen espabile. La troupe del mago Vogler (Max von Sydow, cara habitual del cine de Bergman rodeado de otro montón de caras habituales: Ingrid Thulin, Gunnar Björnstrand, Bengt Ekerot, Naima Wifstrand, etc.) recorre el norte de Europa maravillando multitudes. Linternas mágicas, encantamientos, ungüentos, filtros amorosos, levitación, escapismo: óptica, medicina natural, magnetismo, electricidad, hipnosis. El Siglo de las Luces impulsó el desarrollo científico occidental alumbrando con la razón todos los aspectos de la existencia humana, aquellos que habían sido sepultados en penumbra por la cerradura firme del dogma religioso. Que el común de la población considerara como mago al hombre de ciencia capaz de manipular las leyes de la física, sería una consecuencia lógica: la caverna y sus sombras. Que pensaran que era un brujo en negocios con el diablo, suponía una propuesta infinitamente peor.

Bergman plantea en la figura de Vogler una faceta poliédrica: o charlatán, o sabio, o nigromante. El ambiente tétrico y oscuro de "El rostro" acentúa el enigma, al apoyarse la escenografía en una atmósfera de película de misterio, de novela gótica, de leyenda de Becquer: el ala negra del cuervo de Poe parece sobrevolar los fotogramas, y los cadáveres, más aún si son resucitados, ajustarán cuentas con los escépticos y los descreídos. Cae el telón y se desmoronan los trampantojos. La muerte seguirá siendo el único arcano indescifrable.


domingo, octubre 27, 2013

La bocina de Harpo


- ¿Y ahora qué escribo?
- Lo que tú quieras, ni más, ni menos.

El planeta blog, desde su creación, ha visto como surgían sobre su territorio y de forma incesante, enclaves recónditos, campamentos de pioneros: una estaca clavada en el suelo y un nombre en el cartel. Unos siguen habitados y otros fueron abandonados por sus fundadores, sin duda en busca de pastos más verdes y agradecidos. En cualquier caso un nuevo blog es una promesa, una esperanza, un punto de partida para algo que quizá sea nada o que termine siendo mucho. Eso ahora importa poco.

La bocina de Harpo. Excelente nombre, lleno de sentido. De los hermanos Marx, Harpo es el que poseía una comicidad más rotunda y sencilla, sincera y universal, el clown total que sin decir ni una palabra lograba llevarte de la carcajada incontenible de sus pantomimas al ensueño mágico de la música de su arpa, Orfeo enloquecido con chistera, peluca y bocina al cinto. Harpo es su preferido, claro.

Predicar con el ejemplo es una máxima que conviene poner en práctica. Si quieres que ellos se asomen a ciertas cosas y a su alrededor lo ven como algo cotidiano, todo será mucho más sencillo. Sugerir, nunca imponer: aprovechar el atajo genético, regla de supervivencia, proporcionado por la imitación de la conducta del adulto. Leer, pintar, escribir y, por supuesto, el cine. Y no preocuparse en absoluto por si está mejor o peor, ya que lo más importante es romper otra barrera, atreverse y experimentar. Que alguien aún más joven que este blog te comunique su intención de tener el suyo propio y verle percutir el teclado con la sorprendente decisión de su pequeño dedo índice, buscando la palabra adecuada, recordando lo visto, componiendo su relato... La vida sigue y, como tatuó a punta de cuchillo Sarah Connor sobre una mesa de madera en medio del desierto, NO FATE. El futuro no está escrito.

Eso sí, spoilers a cascoporro. Avisados quedan.

martes, octubre 22, 2013

"Gravity", de Alfonso Cuarón

La mejor noticia que surge del estreno de "Gravity" es la recuperación del acontecimiento cinematográfico: de nuevo una película es protagonista de charlas de café y son muchos los que han colocado este título en su lista de deseos: ganas de volver al cine. Su situación en la cartelera es aún más oportuna dado que durante esta semana se celebra la Fiesta del Cine, tres días de octubre en los que el precio de taquilla se traslada a aquellos años, hace décadas ya, en los que ibas al cine por menos de 500 pesetas y tenías que espabilarte para llegar pronto a hacer cola y pillar sitio más arriba de la tercera fila. ¡Qué tiempos! ¡Cola para entrar al cine! Esas aglomeraciones de gente que daban la vuelta a la manzana han retornado y es una noticia fantástica, aunque sin duda breve. Sí, el precio es el problema y un precio ajustado puede ser la solución para volver a llenar las salas. Otro problema, éste de orden genético, es padecer las estupideces de una casta gobernante iletrada y contumaz. Sin embargo, las palabras mal medidas son un arma de doble filo que evidencian la capacidad intelectual del bocazas, amén de sus dotes como dirigente. Siguen ladrando, amigo Sancho.

Tras rodear por Úbeda en el párrafo anterior, algo habrá que contar sobre "Gravity". De por sí es una extraña en la trayectoria del director. Alfonso Cuarón alcanzó un gran éxito con "Y tu mamá también" (no se me ocurren comparaciones con "Gravity", tendré que volver a verla: tendré que volver a ver "Y tu mamá también", claro), estupenda película que poco tiene que ver con su carrera posterior. Después dirigió un "Harry Potter" y luego realizó "Hijos de los hombres", interesante distopía futurista de política-ficción. Ahora pega un salto espacial y filma una de... ¿ciencia-ficción? ¿Cuánto de ciencia? ¿Cuánto de ficción? Se nota un esfuerzo por resultar creíble, por teletransportar al espectador hasta encajarle un traje de astronauta y ponerlo en órbita, pero eso no ha impedido la generación de debates acerca de determinadas experiencias de física general y espacial recreadas en la pantalla. En cualquier caso, si no creíble al menos probable: las licencias artísticas se tomarán para que no merme el propósito único de esta producción y que es provocar el mayor grado de tensión sensorial admisible de acuerdo a las técnicas de proyección modernas. Y debajo del 3D, poca cosa queda.

El tren de los hermanos Lumière llegando a la estación en 1895, el bandido disparando hacia los espectadores en "Asalto y robo de un tren" (otro tren: no estaría mal un artículo sobre trenes y cine: grandes películas han salido de la mezcla) de Edwin S. Porter en 1903. El cine se extendió como atracción de feria preparada para impactar en la mirada inocente de la audiencia y en muchos casos ahí sigue. Aunque "Gravity" sea una cinta óptima para el formato (cacharrillos flotando en gravedad cero que invaden la platea, tomas virtuales a 600 km de altura, personajes que atraviesan volando pasillos de astronaves), las posibilidades argumentales del efecto 3D, si es que existen, están por descubrir. "Gravity" no intentará ni asomarse a la trascendencia estelar de, por ejemplo, Stanley Kubrick en "2001: una odisea del espacio" o de Andréi Tarkovski en "Solaris" (si bien se podría establecer algún paralelismo ya que George Clooney protagoniza "Solaris" de Steven Soderbergh, otra versión de la novela de Stanisław Lem y que no está nada mal, y si en aquella cinta era a George Clooney al que se le materializaban espectros del pasado, en "Gravity"... esa escena es de lo mejor de la película). Tampoco es su propósito ni tiene el porqué. Pero un guión que no va más allá de una sonrojante declaración de superación personal basada en una tragedia íntima, un monólogo cutre que ni Ron Howard se hubiera atrevido a colocar en "Apolo XIII", al que se le une rifarla a ver si este botón es el bueno... para eso mejor que tu protagonista se esté callada (tomar nota de lo poco que hablaba Ripley en parecidas circunstancias en "Alien" de Ridley Scott: ya se sabe que In space no one can hear you scream) y limitarse a rodar el suceso, esa montaña rusa cósmica: no olviden tomar su Biodramina.
El guión, propongo, artilugio tridimensional que tantas y tantas veces no sale en las películas.


miércoles, octubre 09, 2013

"Brick", de Rian Johnson

"Brick" es una película sorprendente: los códigos del cine negro, de la literatura más negra aún (Raymond Chandler, James Ellroy, Dashiell Hammett), puro hard boiled transportado al ecosistema cruel de la High school estadounidense. Sin la menor concesión a la alegría juvenil, al gozo despreocupado de transitar la primavera de la vida, se muestran personajes adolescentes de vuelta de todo: cinismo nihilista frente a la codicia depravada que debería presentarse, sin ser invitada y en cualquier caso, al menos un par de décadas después.

Marlowe grunge, el empaque demoledor de Robert Mitchum encarnado en un chaval con pinta de no matar una mosca. Pero, cuidado, porque los gafitas miopes albergan bastante mala leche tras el cristal: no frotar la lámpara si no se quiere que salga el genio (lo que le pasaba a Clark Kent cuando se introducía en una cabina telefónica o al doctor Bruce Banner cuando alguien lo ponía verde: la transformación la disparan causas ajenas, la conversión es un efecto, la violencia un mal necesario).

Un cadáver en un túnel cercano, chicos malos en la cafetería de la esquina: la Dalia Negra vuelve a estar muerta y Poisonville nunca se ha limpiado. Cuando, rondando los dieciséis, deambulábamos por el barrio, poseíamos un conocimiento exacto de cuáles eran las calles y los portales, de quiénes eran los tipos, de en qué momento debía uno evitar un encuentro y cambiarse de acera. Nunca estuvimos más enterados del mapa del lumpen delictivo que en aquella época en la que conocer el terreno más que necesario era inevitable, así que "Brick" me trae a la memoria una sensación arcana que, ahora, en transito permanente de casa al trabajo y viceversa, se me antoja no vivida: la edad adulta aporta una angustia de supervivencia irreal, difícil de satisfacer, mientras que en aquellos años ajustar cuentas o hacer las paces era mucho más sencillo y eficaz.

Opera prima del director de "Looper", thriller de ciencia ficción sorprendente también, película de hace poco que se quedó sin entrada en el blog. Tendré que volver a verla para rellenar algún hueco... temporal. Joseph Gordon-Levitt protagonizando ambas con siete años de diferencia en los que su porte de tirillas de "Brick" evoluciona hacía un poco probable embrión de Bruce Willis en "Looper". Lo que desde luego se aprecia en las dos es a un interesante director y guionista llamado Rian Johnson, del que habrá que seguir pendiente. ¡Vaya! Me cuenta Internet que también ha dirigido varios episodios de "Breaking Bad", entre ellos el número 14 de la quinta temporada, titulado "Ozymandias", uno que elevan (dicen por ahí, yo aún no lo he visto) al puesto de mejor episodio de la serie. Buena línea para el currículum vítae, sin duda.

lunes, septiembre 30, 2013

"Justin y la espada del valor", de Manuel Sicilia

"Antonio Banderas presenta...". El tirón publicitario del actor malagueño en todo el mundo puede ser acicate para que esta producción española de animación alcance eco internacional, un éxito que sería realmente merecido. La compañía Kandor Graphics, con sede en Granada, ya había conseguido ser premiada en los Goya por la película "El lince perdido" y el cortometraje "La dama y la muerte", este último incluso obtuvo una candidatura al Oscar: no, no son unos aficionados ni unos recién llegados en esto de los dibujos animados por ordenador. "Justin y la espada del valor" posee una factura impecable: el diseño de personajes, los escenarios, la expresividad, la acción, la iluminación, el nivel de detalle, todo cuidado al máximo y con un nivel de calidad sobresaliente, signos inequívocos de una industria preparada y madura, como apuntalan otros triunfos taquilleros recientes de la animación española, "Planet 51" o "Las aventuras de Tadeo Jones".

Justin, un joven de la época medieval, se debate entre estudiar Derecho para complacer a su padre o vestir armadura y desfacer entuertos siguiendo los pasos de su abuelo. 'Qué te metes Don Quijote "pa" flipar con los molinos', cantaban "Fito y los Fitipaldis". La caballería andante ya era un anhelo pasado de moda en el siglo cervantino, un ideal, el mito quijotesco, que siempre ha sido más protagonista de la literatura y de la leyenda que de la vida real: el héroe, ese desconocido. Mejor hazte abogado, nene. Y si puede ser abogado metido en política, mejor que mejor. Sin embargo la profesión no tiene por qué condicionar el espíritu, y el mensaje de la película en ese sentido es ambiguo, falto de maniqueísmo, dotando a algunos de sus personajes de facetas que impiden determinar si se es del grupo de los buenos o de los malos. Pero el guión de "Justin y la espada del valor" no será su punto fuerte. Hay cierta tendencia en el cine de animación a llevar referencias del presente hacía la representación del pasado, aún peor, de incluir factores del mundo adulto, transportados a una película infantil: un mago incomprensible (su necesidad y su verbo) que habla, tal cual, como el televisivo Carlos Jesús (¿sigue en antena o hace años que partió hacía "Ganímedes"? ¿Algún menor de diez años le ha visto alguna vez?), una facción de villanos caracterizados como cartas de la baraja española (¿cuántos niños de ahora juegan a la brisca? ¿Está el tute en el play store de Android?) que a mí ciertamente me ha gustado o una taberna gestionada como un restaurante fast food. Los niños no se ríen con esos detalles, no les cogen la gracia, y son directamente conducidos al despiste en algunos, aunque escasos, momentos. Además se ha tenido poco cuidado en mantener la fluidez de la historia, en el encadenado entre diferentes escenas: guión abrupto y embarullado a ratos. De cualquier modo el balance para el público infantil, un público exigente y que no se deja escamotear con facilidad, será positivo. Lo pasan bien con Justin, algo que no es poco.



lunes, septiembre 23, 2013

"Cruce de caminos", de Derek Cianfrance

Si en un determinado momento de la película no fuéramos terriblemente conscientes de que el protagonismo que hasta entonces ha asumido el actor Ryan Gosling va a ser cedido al ¿actor? Bradley Cooper, si eso no fuera tan palmario, tan irremediable, otra hubiera sido la suerte de la historia de vidas cruzadas que es, precisamente, "Cruce de caminos" (no, no se han desesperado pensando los traductores del título original, "The Place Beyond the Pines": ¿de qué va esta peli? Pues hala, que llego tarde a cenar). La suerte que va a tener el bueno de Cooper es que en la parte que le toca defender, una pálida trama de corrupción policial a lo "Sérpico" de Sydney Lumet (por dar un ejemplo: ese trozo de la cinta no se acerca ni de lejos al cine de Lumet), va a contar con la inestimable ayuda de Ray Liotta, que va a acaparar la atención del espectador en cualquier fotograma en que le toque poner su cara curtida de policía de vuelta de todo, pasando a un discreto segundo plano al panoli medio americano Bradley: la mediocridad al poder (encima, así es: en la vida real y en la película: Avery Cross en la cumbre de su profesión). Poco después, el cruce se transmitirá a la siguiente generación, afortunadamente, punto en el que la cinta volverá a remontar, aunque no demasiado: más que un cruce, tres historias encadenadas y enlazadas de modo irregular.

Sí, lo han adivinado, no me gusta Bradley Cooper, es incluso posible que le tenga cierta manía, para qué negarlo (y eso sin haber visto ninguna de su trilogía del Resacón de Tood Phillps, que deben ser la pera). Pero en cuanto contemple una buena actuación suya, ese estigma lacerante quedará tachado para siempre. Ya sucedió con Tom Hanks cuando interpretó al Capitán Miller en "Salvar al soldado Ryan" de Steven Spielberg, o Jim Carrey en la piel de Andy Kaufman para "Man on the Moon" de Milos Forman, un cómico metido hasta el tuétano en otro, o como Truman en "El show de Truman" de Peter Weir (el problema no está en el género al que dediques tu talento, por supuesto). Y, para redondear con un ejemplar cercano, Antonio Resines, magistralmente contenido en "La buena estrella", el penúltimo destello de Ricardo Franco. Quizá ese momento tarde en llegar (si llega) y Bradley Cooper se quede haciendo compañía a Renée Zellweger en el pelotón de los torpes sine díe... Ay, las fobias. Pocas, pero justificadas, me temo.

El problema puede residir, quién sabe, en que te toque actuar detrás de Ryan Gosling, un notable actor, dotado de empaque y naturalidad: un seductor de la cámara. El fitipaldi amacarrado de "Drive" de Nicolas Winding Refn cambia ahora el coche por la moto y vuelve a proporcionar una dosis acertada de estética lumpen y adrenalina motorizada. Y de romance, claro: el nuevo héroe romántico de la clase trabajadora, puesto que Gosling podría reclamar como propio. En "Blue Valentine", la anterior película de Derek Cianfrance, se propuso una forma original en el cine estadounidense de afrontar el melodrama moderno, creando un ambiente íntimo en el que el espectador era un invitado bien acogido para que pudiera identificarse fácilmente con el conflicto emocional cotidiano desplegado en la pantalla. No era poca cosa. Parecía que "Cruce de caminos" se planteaba así, un peldaño más arriba, surgido de la mezcla enriquecedora de "Drive" y "Blue Valentine", con Ryan Gosling como catalizador indispensable y Eva Mendes en réplica acertada. Mediada la película, se quebró la promesa.


martes, septiembre 17, 2013

"La anguila", de Shōhei Imamura

La anguila en la pecera. El arroz con anguila es un plato considerado como afrodisíaco en la cocina japonesa (así lo he leído hace poco en la novela "La mujer de la arena", de Kōbō Abe). La anguila, pez extraño, totémico, fálico: la anguila recluida como símbolo de abstinencia sexual. Un titular reciente: uno de cada cuatro hombres del este asiático reconoce haber violado a una mujer. La incredulidad ante la noticia, ante esa concepción aterradora del sexo, se deshace si pienso en todas las películas orientales en las que se trata a la mujer como un objeto sin valor más allá del que proporciona su completa sumisión al hombre. Violación y brutalidad amatoria (triste oxímoron) plasmadas sin ambages en el celuloide del sol naciente, también en "La anguila": cine reflejo de la sociedad que lo genera y, de este modo, referencia cultural principal.

El marido cornudo asesina a su esposa a cuchilladas. ¿Cómo justificar un crimen tan horrendo? Años de cárcel y después intentar engancharse de nuevo a la vida común, pero ¿cómo convivir con la bestia homicida que eres tú mismo? Alejarse de todo lo conocido para desconocerse a uno, forastero en tierra nueva, un entorno rural donde redimirse y donde nadie te reconozca. Lugareños estereotipados que acogen al extraño como uno más, el clan y el grupo ante la adversidad, y forzando así que la historia pase a conformar una comedia costumbrista: el criminal que equilibra su karma sirviendo a otros y reencontrando su camino. Esta película con su tono ligero y su búsqueda de perdón, se aparta entonces de las tormentosas (y atormentadas) historias que Imamura filmó en los años 60 (quizás sus mejores años como cineasta), dando calidad a la Nueva Ola del cine japonés, concediendo protagonismo absoluto a personajes femeninos, pero a cuál de ellas más desgraciada: "The Insect Woman", "Intentions of Murder", "The Pornographers": magnífico cine que exponía y que por tanto denunciaba.

Palma de Oro de Cannes del año 1997 para "La anguila", una de las más inmerecidas que yo haya visto y he visto muchas (aquel mismo año "La anguila" compartió galardón con "El sabor de las cerezas" de Abbas Kiarostami: la comparación sería inalcanzable: la del persa es obra maestra). Shōhei Imamura ya tenía una, la del año 1983 por "La balada de Narayama", película que es una versión moderna, mucho más brutal y descarnada, del clásico drama rural rodado por Keisuke Kinoshita en 1958. Muy reconocido y premiado director fue Imamura, del que he leído en ocasiones cómo lo encumbraban al lado de Yasujirō Ozu o Akira Kurosawa. No, en mi opinión, no ha de ser.

sábado, septiembre 07, 2013

Trilogía. "Paraíso", de Ulrich Seidl

El ciclo "Filmo Verano 2013", que los cines Van Dyck de Salamanca están programando durante los meses de Agosto y Septiembre, ofrece una impresionante cartelera de 21 películas exhibidas en versión original con subtítulos. Títulos entre lo más importante del panorama cinematográfico anual, cine qualité, a razón de tres por semana y que van rotando en su horario de proyección para dar mayor facilidad de asistencia al espectador, con el interesante añadido de un precio menor en la entrada y la posibilidad de un descuento aún mayor comprando un abono: no hay excusa, salvo tener tiempo para ir al cine, ay.

Pero esta semana ha podido ser: tres días seguidos, nada menos, para disfrutar de la trilogía filmada por el director austriaco Ulrich Seidl. Con la referencia de "Dog days", único título que anidaba en la retina (y que se quedó realmente grabado en ella: película impactante), la mirada que Seidl va a abrir para rodar sus fotogramas en "Paraíso" ya se intuía y así ha resultado: casting de calle pero esforzado a conciencia, con unas actuaciones impresionantes de las actrices protagonistas; crudeza visual en algunas escenas, rodadas sin tapujos; predilección por la cámara fija, en planos llenos de simetría, el ser humano ubicado de forma excéntrica en sus propias creaciones arquitectónicas, de un modo que resulta un ajeno, un cuerpo extraño habitando una modernidad hostigadora; y, sobre todo, humor negro salpicando un guión excelente: Ulrich Seidl te provoca una carcajada incontenible y al momento piensas ¿de qué narices me estoy riendo?, ¿no me da vergüenza? Concluyes que precisamente eso es lo que quiere infundir el autor, esa dualidad de sentimientos incompatibles, la comedia y la tragedia de la mano. ¿Acaso en las madrugadas insomnes de los velatorios no suele haber algún primo que suelta un chiste y se ríe hasta el del ataúd? Ese sería el efecto. Ulrich Seidl podría ser Michael Haneke si en una de Haneke te rieras o Todd Solondz si el director estadounidense no tuviera un matiz irreal y onírico. Pero después de ver "Paraíso" queda claro que Seidl escapa de comparaciones y posee una obra completamente original, merecedora de un puesto de honor en el cine europeo: trilogía magistral.

La trilogía "Paraiso" consta de tres películas: "Amor", "Fe" y "Esperanza". Dos hermanas y la hija de una de ellas pasan sus vacaciones cada una en un lugar distinto, destinos alejados, sin relación aparente entre ellos: trilogía del fracaso: la imposibilidad de alcanzar la felicidad, ni siquiera disfrutando de unos días de descanso, o quizás esa condición de evasión del día a día resulta aún mucho peor, pues no existe la ilusión de refugio de la cotidianidad.


Amor
Mujeres mayores sin pareja en una playa de Kenia, buscando un souvenir de carne y hueso: de carne firme y joven. Amargura del cuerpo que ha perdido su esplendor pero que conserva la emoción de alcanzar un romance auténtico, de deseo genuino no motivado por un monedero bien forrado. Para el otro lado del turismo sexual, esas señoras son la oportunidad de lograr unos ingresos extraordinarios, regalos de amantes agradecidas: piel negra para la blanca desteñida. Integración racial políticamente incorrecta: la policía patrulla la tenue línea de separación entre las tumbonas y los vendedores, débil barrera física pero enorme muro social. Ellos permanecen inertes, estáticos, postes clavados en la arena de la playa, al acecho del golpe de suerte, del turista accidental que patrocine una moto nueva, un arreglo en la casa, la factura de una estancia en el hospital o simplemente un mes sin hambre. El abismo entre Kenia y Austria, no sólo por el clima, por el paisaje alpino frente a la extensión llana del Índico, no sería sino absurda cualquier tipo de comparación en cuanto a condiciones de vida. El colonialismo, eso ha cambiado poco: Jambo Bwana, Hakuna Matata. Igual Teresa (Margarethe Tiesel: qué portento de actuación) había visto "Todos nos llamamos Alí", de Rainer Werner Fassbinder y había pensado que podía ser.

Fe
Abrazar la religión como respuesta a una tragedia personal, pero abrazarla con ceguera pasional, con la fe poderosa del converso. Y con todas las consecuencias del fanatismo desaforado: sermonear, mortificar y sacrificar. Las escenas de misión evangelizadora que lleva a cabo Anna María (María Hofstätter; en "Dog days" interpretaba a una loca que, apostada a la puerta de los hipermercados, pedía a la gente que la llevara a dar una vuelta en coche: durante el trayecto se dedicaba a darle al conductor una tabarra insoportable que solía terminar con ella abandonada en cualquier cuneta: su papel en "Fe" será similar, claro, e igualmente genial: una naturalidad y una capacidad para entrar en el personaje fuera de lo común), puerta a puerta con una talla de la Virgen debajo del brazo, avasallando a vecinos descreídos y a inmigrantes repudiados para que se arrodillen en oración compartida junto a ella, producen algunos de los momentos más chocantes (la risa recorre la platea) y más tensos (el alcohol, la marginación y el desamparo, como vecinos poco deseados del barrio) de la cinta. Anna María combatiendo al diablo, también dentro de casa: el excepcional guión de "Fe" hace que probablemente sea la mejor película de la trilogía.

Esperanza
Adolescentes obesos quemando grasas en un campamento de verano convertido en clínica de adelgazamiento. Pero el campamento siempre fue territorio de transgresión, de camaradería, de búsqueda de experiencias inalcanzables bajo el estricto ojo paterno. Y del amor, del primer amor: el cuerpo saturado de hormonas persigue con desesperación el escarceo sexual que alivie el ansia genético de perpetuar la especie. Sin embargo la premura suele producir que el disparo no se realice hacia la diana adecuada: la flecha de Cupido puede aterrizar en medio de la nada: platonismo y depresión. "Esperanza" puede ser la película más floja de la trilogía, la más fría y desapasionada, aunque esa valoración de debilidad puede deberse a la inevitable comparación con las portentosas entregas anteriores, "Amor" y "Fe". Como dijo mi compañera de platea, si la hubiéramos visto la primera, quizá las sensación final sería otra. En cualquier caso, es un cierre apropiado, un no hay dos sin tres que culmina el retrato de la desolación sentimental de una raza, la blanca europea, que se desespera en laberintos vitales cuando el estómago está lleno y el bienestar material no supone ningún problema.

Estaba el filósofo dilucidando en la soledad de su buhardilla enrevesadas angustias existenciales cuando, de repente, llamó a la puerta el cobrador del gas. Y la angustia pasó a ser de la buena.

domingo, septiembre 01, 2013

"Epic: el mundo secreto", de Chris Wedge

La otra opción era "Aviones" pero para qué entrar a verla y dedicar una entrada más a despotricar contra Disney (igualmente lo voy a hacer: será que me encanta repetirme), lamentando la dolorosa desaparición de Pixar (comprar para guardar en un baúl y tirar la llave: no se ha adquirido el talento ajeno, se ha borrado la competencia a golpe de talonario) como fuente segura de la que durante varios veranos, año tras año, fue la mejor película de animación: "Ratatouille", "Wall-E", "Up" y "Toy Story 3", una racha triunfal en este blog, cercenada sin piedad por los herederos del ratón Mickey. El mundo Pixar, un mundo perdido.

Vamos a "Epic", ese mundo secreto, que en el cartel y en el trailer parece recordar a la estética de "El origen de los guardianes" de Peter Ramsey, una grata sorpresa para las navidades pasadas. "Epic" propone el recurrente conflicto entre el bien y el mal, representado esta vez por la lucha mortal entre dos razas de seres diminutos que viven en el rincón más profundo del bosque: los Hombres Hoja contra los maléficos Boggans (elfos contra orcos, me ha recordado la pinta de unos y de otros). Desde el primer cuento infantil que se haya relatado alguna vez, virtud y maldad se han visto las caras, una reducción maniquea repetida infinidad de veces y que ha funcionado siempre a la perfección, receta infalible. Esta vez no será menos.

Y vamos a asombrarnos con los impresionantes niveles de detalle alcanzados por la animación por ordenador, con una acción trepidante y con un diseño de personajes espléndido: si el paraje verde que defienden los Hombres Hoja es un deslumbrante vergel de colores poblado por seres fantásticos, personificación de flores y animales (la fábula), no menos atractivo es el mundo lóbrego y oscuro (el infierno) que emerge del podrido territorio Boggan, pequeños monstruos dominados por una ansia de destrucción que conecta con las tramas pergeñadas por la fértil imaginación de Michael Ende (los Hombres Grises de "Momo", La Nada de "La historia interminable") o de Tolkien (Sauron extendiendo la Oscuridad desde el Este en "El Señor de los Anillos"). Las influencias son válidas para aquel que sabe recogerlas sabiamente.

Cruzada de héroes contra demonios, fantasía épica apta para menores, contada con humor pero sin incidir en tonos infantiloides: la muerte hace presencia y se acepta como un engranaje más de la balanza, del equilibrio, del ecosistema bien afinado. Hoy leía en Babelia, en el Sillón de orejas que cada semana escribe con maestría Manuel Rodríguez Rivero y decora Max, que el catedrático de demografía Carl Haub cifra en 107.602.707.791 el número de homo sapiens que hemos nacido hasta el año 2011. De todos ellos seguimos respirando alrededor del 6%. El resto es abono, sentencia certero el columnista, una frase corta para que se recuerde bien.
Carpe diem, apostillo.



jueves, agosto 29, 2013

La Luna de Méliès

Es noticia cinéfila que se está celebrando en Madrid una estupenda exposición alrededor de la figura del genial director francés de cine Georges Méliès. Lo de estupenda lo supongo, ya que no la he visto y no sé si tendré ocasión de verla, aunque de aquí a diciembre (la muestra está abierta del 26 de julio al 8 de diciembre) quizá nos podamos escapar a dar una vuelta por el foro. La figura de Georges Méliès merece estar de actualidad, merece ser siempre reconocida y que los nuevos espectadores se sigan maravillando ante la prodigiosa "Viaje a la Luna", que desde que se rodó en 1902 se convirtió en una película eterna, en símbolo certero de la magia del cine. Martín Scorsese ya le dedicó recientemente a Méliès un gran homenaje en "La invención de Hugo", cinta basada a su vez en el libro "La invención de Hugo Cabret" de Brian Selznick, y que apuntaba al público infantil para terminar deleitando a ojos de cualquier edad.

Hace ya un tiempo, después de ver "La invención de Hugo" rodeado de pequeños extasiados, decidí construir mi propia Luna de Méliès, la pieza de la imagen que encabeza esta entrada, para colgarla en la pared de la habitación de futuros cinéfilos: ojalá lo sean, así lo espero. Bueno, maneras apuntan. Y por indirectas no va a ser...

Ya está, ya me transformé otra vez.
En cuanto me pongo cerca, chico.

viernes, agosto 23, 2013

"Tú y yo", de Bernardo Bertolucci


¿Qué fue primero, la música o la tristeza? 
La gente se preocupa porque los niños jueguen con armas, o vean vídeos violentos, pensando que ese tipo de cultura de la violencia les afectará demasiado. Pero nadie se preocupa por niños que escuchan miles, literalmente miles de canciones sobre corazones rotos, rechazo, dolor, tristeza y pérdida. 
¿Escuchaba yo música pop porque estaba triste? 
¿O estaba triste porque escuchaba música pop?

Rob Gordon, "Alta fidelidad"

Aquel monólogo que pronunciaba John Cusack en la película de Stephen Frears, aquella cuestión existencial que se planteaba al espectador, que seguro que había consumido también mucha música pop, era realmente inquietante. ¿Hubiera sido, entonces, un mozalbete feliz en vez de un chaval introvertido y airado si hubiera sintonizado más AM y menos FM? ¿Habría habitado una sonrisa permanente en mi cara si no hubiera escuchado constantemente las canciones, títulos a rotulador en las cintas TDK, de una interminable lista de grupos que ni siquiera voy a intentar enumerar? ¿Por qué aquella melancolía? ¿Y por qué la del joven Lorenzo (Jacopo Olmo Antinori), un niño bien amado por sus padres pero al que le resulta complicado conectar con algo que no sea su portátil y su mp3? La música, fijo: Rob tenía toda la razón. "Boys don't cry" de The Cure, la canción que Lorenzo enchufa en sus auriculares al comienzo de la película, seguro que tiene gran parte de culpa: las míticas melodías del grupo de Robert Smith sumergían en aguas cenagosas, ofreciendo a cambio, contradicción irresoluble, la redención del espíritu.

Pero los motivos de la tristeza de Lorenzo, de su deseo de aislamiento (son los auriculares tapones, que no altavoces), que le llevan a realizar su plan de esconderse en el sótano familiar, intrépido anacoreta adolescente (los ojos de Lorenzo son fieros, voraces), no son importantes para la historia de "Tú y yo", traducción educada para el "Io e te" del título original: mantener el orden italiano de los pronombres hubiera dado lugar a un cartel más impactante ("Tú y yo" además ya estaba cogido: el romántico encuentro en el Empire State entre Cary Grant y Deborah Kerr, dirigido por Leo McCarey, y que inspiraría, décadas después, el de Tom Hanks y Meg Ryan en "Algo para recordar" de Nora Ephron). A Lorenzo, ese aprendiz de Scrooge, misántropo y asqueado, prematuramente de vuelta de todo, le va a visitar una noche el fantasma de las navidades futuras, su hermanastra Olivia (Tea Falco). Olivia es un cruce de caminos perdido en medio de ninguna parte, entre las drogas y el arte, agotada por la notable aspiración de apurar todos los placeres que ofrece la vida. Olivia es la advertencia (despierta, Ebenezer) y también el amor prohibido: el sexo está en la mente freudiana del espectador, no en el celuloide. ¿Qué se llevaría un chico de 14 años a una isla desierta? A Olivia, naturalmente, lo único que no tiene, lo que en verdad necesita. Y, cerca del final, un lento mecido por la versión italianizada de los acordes del "Space Oddity" de David Bowie (titulada "Ragazzo solo, ragazza sola", soledades interferidas, una letra distinta pero cantada por el propio Bowie en 1969), más que suficiente para que los condenados del dilema de Rob Gordon salgamos de la sala silbando sonrientes, redimidos de nuevo por la música y, por supuesto, por los magistrales fotogramas de Bertolucci.

domingo, agosto 18, 2013

"Guerra Mundial Z", de Marc Forster

La película resulta ser una pálida (o lívida, o tenue, o escuálida: adaptación por el título) aproximación a la novela de Max Brooks. El libro es un compendio de entrevistas a diversos supervivientes del conflicto, protagonistas a la fuerza, realizadas un tiempo después de que la Guerra Zombi haya concluido. Los testimonios son recogidos en distintos puntos del planeta, con lo que la impresión de problema global, de guerra realmente "mundial", es estremecedora (disfruté mucho con la lectura de "Guerra Mundial Z", hace ya unos años, y no tengo reparos en recomendarlo: no escribe nada mal el hijo de Mel Brooks y Anne Bancroft). El entrevistador compone un informe donde se exponen múltiples facetas de los años que estuvieron a punto de provocar la extinción de la raza humana, de modo que con un nivel de detalle bien afinado se tratan aspectos sociales, políticos, económicos y, por supuesto, bélicos: la batalla de Yonkers, un momento inolvidable para cualquier lector de la novela y que es excluido en la cinta. Hollywood es remiso a mostrar derrotas del ejército americano, mientras que Brooks pone en el alambre el sobreentendido liderazgo de Estados Unidos: pocos meses antes de la publicación del libro la capacidad de reacción de USA había quedado retratada cuando al gobierno le tocó afrontar la devastación causada por el huracán Katrina: los diques de Nueva Orleans llevaban tiempo avisando: Bush de vacaciones en su rancho: médicos cubanos en Luisiana.

Los zombis están de moda, quién puede negarlo, tanto en la pantalla grande como en la pequeña, fácilmente comprobable tras el gran éxito de "The walking dead", la serie firmada por Frank Darabont y basada en los cómics de Robert Kirkman y Tony Moore: las desdichadas aventuras de Rick Grimes y familia (hay otra pequeña joya televisiva del mundo Z, la británica "In the flesh", que en apenas tres capítulos se asoma al qué pasaría si los no-muertos volvieran a la vida cotidiana, como si todo aquello hubiera sido una gripe bizarra, un maloliente paseo por el lado salvaje: putrefacto vuelve a casa).

La sesión de cine que proporciona "Guerra Mundial Z" es entretenida, sin duda. La película tiene dos partes: la eclosión del problema primero, la búsqueda de la solución después. La primera parte respeta algo más a su padre de papel, si bien el foco de la plaga se traslada de China a Corea, no sea que la siguiente potencia hegemónica mundial se moleste. Se suceden secuencias espectaculares de la marabunta zombi extendiéndose como un tsunami por las capitales de todo el mundo, un torrente incontenible de dentaduras con patas (como esas que venden en las tiendas de objetos de broma y que hay que darles cuerda), pirañas humanoides de mordedura letal: al que le toque se la queda, cuenta hasta diez y el resto a correr para que no les pillen. El celuloide destila adrenalina en esa alocada carrera (los zombis demuestran unas capacidades atléticas a la altura de las de Usain Bolt, otra traición al libro), angustiosa lucha por la vida, arrastrando al espectador: las ferias emocionales son el motivo real de ver estas películas, para qué nos vamos a engañar.

La segunda parte es la de la idea feliz, la de la solución milagrosa, la de encumbrar a Brad Pitt como al gran héroe americano que salva a la humanidad con su intelecto superior, su inusitada capacidad de sacrificio y, por supuesto, su indiscutible belleza: toda esa parte en el texto (creo recordar), ni por asomo: hay que simplificar tanto rollo, que Max Brooks parece Anthony Beevor metido a historiador de distopías gore, y nunca perder de vista la loable meta de maximizar beneficios en taquilla. La moraleja del final debe ser a lo "Independence Day" de Roland Emmerich (¿o era en "Armageddon" de Michael Bay? Bueno, supongo que en las dos): un encadenado rápido de medio mundo dando botes agradecidos de alegría y Dios bendiga América. Aunque quizá no ha sido el final: puerta abierta a una continuación, que estas pelis son una mina de oro. Maximizar beneficios, como ya te decía.


lunes, agosto 12, 2013

Cómic. "Paseo Astral", de Max

El 6 de Agosto pasado, en A Coruña, acudimos (no es plural mayestático: viajamos en cuarteto) al pabellón del PALEXCO para contemplar la exposición dedicada a trabajos originales de los dibujantes Francesc Capdevila "Max" y David Aja, exposición que forma parte de las diversas muestras que se organizan dentro del festival de cómic "Viñetas desde o Atlántico", inexcusable cita estival (en nuestro caso, cada dos años solemos caer por allí) para los amantes de la banda deseñada, precioso nombre gallego para el noveno arte. Max expone, además de originales de su estupendo anterior trabajo, "Vapor", las planchas que han dado lugar a "Paseo Astral", 46 cuadros, retablo de nuevo milenio, que el artista creó a raíz de la propuesta del periódico "El País" de preparar una obra para ser llevada a ARCO, la feria de arte contemporáneo que se realiza cada año en Madrid (comenta Max que ya era hora de que se acordaran del cómic en esa feria de arte: hasta los grafiteros -ver el documental "Exit through the gift shop", de Banksy, Picasso oculto del grafiti, para entender el auge comercial del arte callejero- tienen mejor consideración artística que los dibujantes de cómic). La ocasión de ver aquella tarde la exposición del PALEXCO será única, ya que poco después, en el Kiosko Alfonso de los jardines de Méndez Núñez, sede del festival, se celebrará una charla con la presencia de Max comentando su trabajo: una tarde irrepetible.

"Paseo Astral" es un relato onírico, fantástico, acerca de un autor de cómic que no encuentra inspiración para su tarea y que se queda dormido leyendo el periódico. En vez de caer por el hueco de un árbol, se adentrará en el diario que estaba ojeando. En busca de la musa indispensable vivirá una pequeña odisea surrealista, con vistazos a Pinocho de Carlo Collodi o a Alicia de Lewis Carroll (la inspiración se asienta en el bagaje del camino recorrido, en las obras de otros que han formado un sustrato cultural del que surge la invención propia) y, por supuesto, un pacto con el diablo, la forma más socorrida y natural de alcanzar el éxito. (¿Cuántos cadáveres -metafóricos- arroja al arcén la consecución de la gloria? ¿Cuántas amistades perdidas, cuántas puñaladas traperas? Pactar con el diablo puede ser tan simple como apartar la mirada de la conciencia y romper con nuestros principios. Bueno, si no les gustan tengo otros...). La dinámica nítida de los dibujos de Max realza la expresividad de los personajes utilizando lo mínimo para hacer brotar las emociones. En el caso de "Paseo Astral" se realiza un collage con el material cotidiano de las páginas del periódico, logrando un efecto formidable: papel de periódico, tinta china e imaginación, poco más hace falta cuando esos ingredientes se ponen en manos talentosas.

Sostiene Max que tras "Vapor" y "Paseo Astral" siente ánimos de realizar más cómics personales y apartarse un tanto de su también exitosa carrera de ilustrador ajeno. Nos parece estupendo. A los cuatro.

Dibujo del protagonista de "Paseo Astral" y firma del autor dedicándole el álbum a Francisco: un fan sincero: le encantó la exposición, aguantó la charla desde su curiosa infancia y me pidió el libro cuando visitamos el stand de los amigos de la librería Komic de Santiago de Compostela. A ellos les tengo que agradecer que me avisaran de que Max iba a firmar "Paseo Astral" en su puesto de la feria del libro. Gracias.


Un encuentro
"¿Tú eres Licantropunk?", me pregunta Max: quedo convertido en estatua de sal. Me lo pregunta porque le he pedido que dedique el dibujo que amablemente me está pintando, un Peter Pank para la contraportada del volumen integral de las aventuras del mítico punki, al blog Licantropunk, y en el pasado hemos intercambiado algunas líneas en su indispensable blog "El hombre duerme, el fantasma no": nos conocemos de habernos comentado pero no en persona. Así pues, que sea el mismísimo Max el que me pregunte si yo soy Licantropunk logra que la cuestión adquiera proporciones metafísicas. Balbuceo una respuesta que no sé desde qué rincón de mi subconsciente hace aparición: "Bueno..., en realidad Licantropunk es un personaje que aparece en el álbum que está usted firmando (Peter Pank transformado en hombre lobo en aquel fantástico tebeo ochentero para acabar, años después, transformándome a mí) y es el título que elegí para mi blog". "¿Pero tú eres el que me escribió el otro día?". "Sí, entonces sí".

Licantropunk. El día que inicié el blog (13 de abril de 2005: ya llovió, sí, pero del blog lo que han llovido han sido muchas alegrías, muchos buenos momentos como el que hoy estoy comentando), el sistema (ese "Vapor" de Max que asimila anacoretas contemporáneos: el bloguero en su habitación) me pidió un título. Vaya. No lo tenía pensado. Me puse a meditar la cuestión, que parecía trascendental, claro. Levanté la vista, y allí, en un anaquel de la estantería, entre muchos otros lomos de cartón, aparecía uno que ponía:"8, TODO MAX, PETER PANK EL LICANTROPUNK". Ese sustantivo irreal surgido de la fértil imaginación de Max era el título perfecto. Por un lado el licántropo, ser legendario que me había atraído siempre: el hombre lobo, el lado oculto, el otro, el doppelgänger, Mr. Hide, yo convertido en un cinéfilo anónimo, en alguien que poco tiene que ver con la realidad cotidiana, con mi profesión verdadera. Y por otro el punk, un sufijo idóneo para el nombre: el inconformismo, la contracultura, la evasión de la mediocridad, el espíritu de búsqueda constante. Sin embargo, ay, siempre he tenido cierto pesar por no haber tenido imaginación suficiente en aquel momento para crear yo mismo un nombre y, por el contrario, tomar la opción de aprovechar la idea ajena. Pero era tan buena... Espero que Max me perdone. Bah, debí pensar entonces, qué tendrá que ver Licantropunk con el cine y qué más dará el nombre si seguro que el rollo éste del blog no me dura más de dos semanas...
Ocho años van. Hay nombres que traen suerte. Gracias Max.