jueves, agosto 29, 2013

La Luna de Méliès

Es noticia cinéfila que se está celebrando en Madrid una estupenda exposición alrededor de la figura del genial director francés de cine Georges Méliès. Lo de estupenda lo supongo, ya que no la he visto y no sé si tendré ocasión de verla, aunque de aquí a diciembre (la muestra está abierta del 26 de julio al 8 de diciembre) quizá nos podamos escapar a dar una vuelta por el foro. La figura de Georges Méliès merece estar de actualidad, merece ser siempre reconocida y que los nuevos espectadores se sigan maravillando ante la prodigiosa "Viaje a la Luna", que desde que se rodó en 1902 se convirtió en una película eterna, en símbolo certero de la magia del cine. Martín Scorsese ya le dedicó recientemente a Méliès un gran homenaje en "La invención de Hugo", cinta basada a su vez en el libro "La invención de Hugo Cabret" de Brian Selznick, y que apuntaba al público infantil para terminar deleitando a ojos de cualquier edad.

Hace ya un tiempo, después de ver "La invención de Hugo" rodeado de pequeños extasiados, decidí construir mi propia Luna de Méliès, la pieza de la imagen que encabeza esta entrada, para colgarla en la pared de la habitación de futuros cinéfilos: ojalá lo sean, así lo espero. Bueno, maneras apuntan. Y por indirectas no va a ser...

Ya está, ya me transformé otra vez.
En cuanto me pongo cerca, chico.

viernes, agosto 23, 2013

"Tú y yo", de Bernardo Bertolucci


¿Qué fue primero, la música o la tristeza? 
La gente se preocupa porque los niños jueguen con armas, o vean vídeos violentos, pensando que ese tipo de cultura de la violencia les afectará demasiado. Pero nadie se preocupa por niños que escuchan miles, literalmente miles de canciones sobre corazones rotos, rechazo, dolor, tristeza y pérdida. 
¿Escuchaba yo música pop porque estaba triste? 
¿O estaba triste porque escuchaba música pop?

Rob Gordon, "Alta fidelidad"

Aquel monólogo que pronunciaba John Cusack en la película de Stephen Frears, aquella cuestión existencial que se planteaba al espectador, que seguro que había consumido también mucha música pop, era realmente inquietante. ¿Hubiera sido, entonces, un mozalbete feliz en vez de un chaval introvertido y airado si hubiera sintonizado más AM y menos FM? ¿Habría habitado una sonrisa permanente en mi cara si no hubiera escuchado constantemente las canciones, títulos a rotulador en las cintas TDK, de una interminable lista de grupos que ni siquiera voy a intentar enumerar? ¿Por qué aquella melancolía? ¿Y por qué la del joven Lorenzo (Jacopo Olmo Antinori), un niño bien amado por sus padres pero al que le resulta complicado conectar con algo que no sea su portátil y su mp3? La música, fijo: Rob tenía toda la razón. "Boys don't cry" de The Cure, la canción que Lorenzo enchufa en sus auriculares al comienzo de la película, seguro que tiene gran parte de culpa: las míticas melodías del grupo de Robert Smith sumergían en aguas cenagosas, ofreciendo a cambio, contradicción irresoluble, la redención del espíritu.

Pero los motivos de la tristeza de Lorenzo, de su deseo de aislamiento (son los auriculares tapones, que no altavoces), que le llevan a realizar su plan de esconderse en el sótano familiar, intrépido anacoreta adolescente (los ojos de Lorenzo son fieros, voraces), no son importantes para la historia de "Tú y yo", traducción educada para el "Io e te" del título original: mantener el orden italiano de los pronombres hubiera dado lugar a un cartel más impactante ("Tú y yo" además ya estaba cogido: el romántico encuentro en el Empire State entre Cary Grant y Deborah Kerr, dirigido por Leo McCarey, y que inspiraría, décadas después, el de Tom Hanks y Meg Ryan en "Algo para recordar" de Nora Ephron). A Lorenzo, ese aprendiz de Scrooge, misántropo y asqueado, prematuramente de vuelta de todo, le va a visitar una noche el fantasma de las navidades futuras, su hermanastra Olivia (Tea Falco). Olivia es un cruce de caminos perdido en medio de ninguna parte, entre las drogas y el arte, agotada por la notable aspiración de apurar todos los placeres que ofrece la vida. Olivia es la advertencia (despierta, Ebenezer) y también el amor prohibido: el sexo está en la mente freudiana del espectador, no en el celuloide. ¿Qué se llevaría un chico de 14 años a una isla desierta? A Olivia, naturalmente, lo único que no tiene, lo que en verdad necesita. Y, cerca del final, un lento mecido por la versión italianizada de los acordes del "Space Oddity" de David Bowie (titulada "Ragazzo solo, ragazza sola", soledades interferidas, una letra distinta pero cantada por el propio Bowie en 1969), más que suficiente para que los condenados del dilema de Rob Gordon salgamos de la sala silbando sonrientes, redimidos de nuevo por la música y, por supuesto, por los magistrales fotogramas de Bertolucci.

domingo, agosto 18, 2013

"Guerra Mundial Z", de Marc Forster

La película resulta ser una pálida (o lívida, o tenue, o escuálida: adaptación por el título) aproximación a la novela de Max Brooks. El libro es un compendio de entrevistas a diversos supervivientes del conflicto, protagonistas a la fuerza, realizadas un tiempo después de que la Guerra Zombi haya concluido. Los testimonios son recogidos en distintos puntos del planeta, con lo que la impresión de problema global, de guerra realmente "mundial", es estremecedora (disfruté mucho con la lectura de "Guerra Mundial Z", hace ya unos años, y no tengo reparos en recomendarlo: no escribe nada mal el hijo de Mel Brooks y Anne Bancroft). El entrevistador compone un informe donde se exponen múltiples facetas de los años que estuvieron a punto de provocar la extinción de la raza humana, de modo que con un nivel de detalle bien afinado se tratan aspectos sociales, políticos, económicos y, por supuesto, bélicos: la batalla de Yonkers, un momento inolvidable para cualquier lector de la novela y que es excluido en la cinta. Hollywood es remiso a mostrar derrotas del ejército americano, mientras que Brooks pone en el alambre el sobreentendido liderazgo de Estados Unidos: pocos meses antes de la publicación del libro la capacidad de reacción de USA había quedado retratada cuando al gobierno le tocó afrontar la devastación causada por el huracán Katrina: los diques de Nueva Orleans llevaban tiempo avisando: Bush de vacaciones en su rancho: médicos cubanos en Luisiana.

Los zombis están de moda, quién puede negarlo, tanto en la pantalla grande como en la pequeña, fácilmente comprobable tras el gran éxito de "The walking dead", la serie firmada por Frank Darabont y basada en los cómics de Robert Kirkman y Tony Moore: las desdichadas aventuras de Rick Grimes y familia (hay otra pequeña joya televisiva del mundo Z, la británica "In the flesh", que en apenas tres capítulos se asoma al qué pasaría si los no-muertos volvieran a la vida cotidiana, como si todo aquello hubiera sido una gripe bizarra, un maloliente paseo por el lado salvaje: putrefacto vuelve a casa).

La sesión de cine que proporciona "Guerra Mundial Z" es entretenida, sin duda. La película tiene dos partes: la eclosión del problema primero, la búsqueda de la solución después. La primera parte respeta algo más a su padre de papel, si bien el foco de la plaga se traslada de China a Corea, no sea que la siguiente potencia hegemónica mundial se moleste. Se suceden secuencias espectaculares de la marabunta zombi extendiéndose como un tsunami por las capitales de todo el mundo, un torrente incontenible de dentaduras con patas (como esas que venden en las tiendas de objetos de broma y que hay que darles cuerda), pirañas humanoides de mordedura letal: al que le toque se la queda, cuenta hasta diez y el resto a correr para que no les pillen. El celuloide destila adrenalina en esa alocada carrera (los zombis demuestran unas capacidades atléticas a la altura de las de Usain Bolt, otra traición al libro), angustiosa lucha por la vida, arrastrando al espectador: las ferias emocionales son el motivo real de ver estas películas, para qué nos vamos a engañar.

La segunda parte es la de la idea feliz, la de la solución milagrosa, la de encumbrar a Brad Pitt como al gran héroe americano que salva a la humanidad con su intelecto superior, su inusitada capacidad de sacrificio y, por supuesto, su indiscutible belleza: toda esa parte en el texto (creo recordar), ni por asomo: hay que simplificar tanto rollo, que Max Brooks parece Anthony Beevor metido a historiador de distopías gore, y nunca perder de vista la loable meta de maximizar beneficios en taquilla. La moraleja del final debe ser a lo "Independence Day" de Roland Emmerich (¿o era en "Armageddon" de Michael Bay? Bueno, supongo que en las dos): un encadenado rápido de medio mundo dando botes agradecidos de alegría y Dios bendiga América. Aunque quizá no ha sido el final: puerta abierta a una continuación, que estas pelis son una mina de oro. Maximizar beneficios, como ya te decía.


lunes, agosto 12, 2013

Cómic. "Paseo Astral", de Max

El 6 de Agosto pasado, en A Coruña, acudimos (no es plural mayestático: viajamos en cuarteto) al pabellón del PALEXCO para contemplar la exposición dedicada a trabajos originales de los dibujantes Francesc Capdevila "Max" y David Aja, exposición que forma parte de las diversas muestras que se organizan dentro del festival de cómic "Viñetas desde o Atlántico", inexcusable cita estival (en nuestro caso, cada dos años solemos caer por allí) para los amantes de la banda deseñada, precioso nombre gallego para el noveno arte. Max expone, además de originales de su estupendo anterior trabajo, "Vapor", las planchas que han dado lugar a "Paseo Astral", 46 cuadros, retablo de nuevo milenio, que el artista creó a raíz de la propuesta del periódico "El País" de preparar una obra para ser llevada a ARCO, la feria de arte contemporáneo que se realiza cada año en Madrid (comenta Max que ya era hora de que se acordaran del cómic en esa feria de arte: hasta los grafiteros -ver el documental "Exit through the gift shop", de Banksy, Picasso oculto del grafiti, para entender el auge comercial del arte callejero- tienen mejor consideración artística que los dibujantes de cómic). La ocasión de ver aquella tarde la exposición del PALEXCO será única, ya que poco después, en el Kiosko Alfonso de los jardines de Méndez Núñez, sede del festival, se celebrará una charla con la presencia de Max comentando su trabajo: una tarde irrepetible.

"Paseo Astral" es un relato onírico, fantástico, acerca de un autor de cómic que no encuentra inspiración para su tarea y que se queda dormido leyendo el periódico. En vez de caer por el hueco de un árbol, se adentrará en el diario que estaba ojeando. En busca de la musa indispensable vivirá una pequeña odisea surrealista, con vistazos a Pinocho de Carlo Collodi o a Alicia de Lewis Carroll (la inspiración se asienta en el bagaje del camino recorrido, en las obras de otros que han formado un sustrato cultural del que surge la invención propia) y, por supuesto, un pacto con el diablo, la forma más socorrida y natural de alcanzar el éxito. (¿Cuántos cadáveres -metafóricos- arroja al arcén la consecución de la gloria? ¿Cuántas amistades perdidas, cuántas puñaladas traperas? Pactar con el diablo puede ser tan simple como apartar la mirada de la conciencia y romper con nuestros principios. Bueno, si no les gustan tengo otros...). La dinámica nítida de los dibujos de Max realza la expresividad de los personajes utilizando lo mínimo para hacer brotar las emociones. En el caso de "Paseo Astral" se realiza un collage con el material cotidiano de las páginas del periódico, logrando un efecto formidable: papel de periódico, tinta china e imaginación, poco más hace falta cuando esos ingredientes se ponen en manos talentosas.

Sostiene Max que tras "Vapor" y "Paseo Astral" siente ánimos de realizar más cómics personales y apartarse un tanto de su también exitosa carrera de ilustrador ajeno. Nos parece estupendo. A los cuatro.

Dibujo del protagonista de "Paseo Astral" y firma del autor dedicándole el álbum a Francisco: un fan sincero: le encantó la exposición, aguantó la charla desde su curiosa infancia y me pidió el libro cuando visitamos el stand de los amigos de la librería Komic de Santiago de Compostela. A ellos les tengo que agradecer que me avisaran de que Max iba a firmar "Paseo Astral" en su puesto de la feria del libro. Gracias.


Un encuentro
"¿Tú eres Licantropunk?", me pregunta Max: quedo convertido en estatua de sal. Me lo pregunta porque le he pedido que dedique el dibujo que amablemente me está pintando, un Peter Pank para la contraportada del volumen integral de las aventuras del mítico punki, al blog Licantropunk, y en el pasado hemos intercambiado algunas líneas en su indispensable blog "El hombre duerme, el fantasma no": nos conocemos de habernos comentado pero no en persona. Así pues, que sea el mismísimo Max el que me pregunte si yo soy Licantropunk logra que la cuestión adquiera proporciones metafísicas. Balbuceo una respuesta que no sé desde qué rincón de mi subconsciente hace aparición: "Bueno..., en realidad Licantropunk es un personaje que aparece en el álbum que está usted firmando (Peter Pank transformado en hombre lobo en aquel fantástico tebeo ochentero para acabar, años después, transformándome a mí) y es el título que elegí para mi blog". "¿Pero tú eres el que me escribió el otro día?". "Sí, entonces sí".

Licantropunk. El día que inicié el blog (13 de abril de 2005: ya llovió, sí, pero del blog lo que han llovido han sido muchas alegrías, muchos buenos momentos como el que hoy estoy comentando), el sistema (ese "Vapor" de Max que asimila anacoretas contemporáneos: el bloguero en su habitación) me pidió un título. Vaya. No lo tenía pensado. Me puse a meditar la cuestión, que parecía trascendental, claro. Levanté la vista, y allí, en un anaquel de la estantería, entre muchos otros lomos de cartón, aparecía uno que ponía:"8, TODO MAX, PETER PANK EL LICANTROPUNK". Ese sustantivo irreal surgido de la fértil imaginación de Max era el título perfecto. Por un lado el licántropo, ser legendario que me había atraído siempre: el hombre lobo, el lado oculto, el otro, el doppelgänger, Mr. Hide, yo convertido en un cinéfilo anónimo, en alguien que poco tiene que ver con la realidad cotidiana, con mi profesión verdadera. Y por otro el punk, un sufijo idóneo para el nombre: el inconformismo, la contracultura, la evasión de la mediocridad, el espíritu de búsqueda constante. Sin embargo, ay, siempre he tenido cierto pesar por no haber tenido imaginación suficiente en aquel momento para crear yo mismo un nombre y, por el contrario, tomar la opción de aprovechar la idea ajena. Pero era tan buena... Espero que Max me perdone. Bah, debí pensar entonces, qué tendrá que ver Licantropunk con el cine y qué más dará el nombre si seguro que el rollo éste del blog no me dura más de dos semanas...
Ocho años van. Hay nombres que traen suerte. Gracias Max.

martes, julio 30, 2013

"Cautiva", de Brillante Mendoza

El nombre de este director filipino, un nombre tan sonoro y recordable, lleva años asomando desde las publicaciones cinematográficas especializadas: un director festivalero, una procedencia exótica, un asiduo de las carteleras de Cannes o de Berlín. Creo que nunca se había distribuido una película suya en España y ahora surgió la oportunidad en los estrenos del fin de semana: la oportunidad que condujo directa a cierta decepción.

El plantel de actores aparece encabezado por Isabelle Huppert (única referencia posible en un reparto de mayoría filipina), lo que supone un buen augurio: no recuerdo una película en la que intervenga ella (y he visto unas cuantas) que no me haya gustado. Isabelle se va a la selva, por el lado donde a Felipe II le seguía calentando el sol, formando parte de un grupo de rehenes secuestrados por unos terroristas islámicos. Los separatistas de Abu Sayyaf, reclaman la soberanía de una parte de ese archipiélago de más de 7000 islas, habitado por cerca de 100 millones de personas. Los conflictos religiosos y la redefinición de fronteras siguen siendo algunas de las excusas preferidas para no cesar de causar muertos por todo el mundo. El secuestro del extranjero, del occidental que parece un millonario cuando viaja a tierras remotas, debe ser una actividad altamente lucrativa, un método expeditivo de recaudar fondos para alimentar la lucha: las balas cuestan caras. En los créditos finales de la película aparecen los nombres de los tres guardaespaldas que han protegido a Mme. Huppert durante el rodaje en Filipinas, así que el tema no debe ser ninguna broma.

La cinta cuenta la historia de ese cautiverio, más de un año vagabundeando por una isla, en constante movimiento, viviendo en condiciones penosas y sufriendo ataques tanto del ejercito, que no tiene muchos miramientos a la hora de disparar sin distinguir entre guerrilleros o rehenes, como de distintas variedades del síndrome de Estocolmo: el roce (aunque sea un roce muy brusco) hace el cariño. Me recordó (vagamente porque hace muchos años que lo leí) "Noticia de un secuestro" de Gabriel García Márquez, seguramente el último gran libro del premio Nobel, pues Colombia es el país del que más hemos oído hablar de este tipo de sucesos, llevados a cabo por narcotraficantes o las guerrillas de las FARC (el famoso secuestro de Íngrid Betancourt que duró más de seis años) o por delincuentes comunes (la reciente experiencia de los españoles Concepción Marlaska y Ángel Sánchez, un ejemplo recurrente de secuestro express). "Cautiva" también se basa en hechos reales, acontecidos en el año 2000, y si el libro de García Márquez denunciaba los chantajes al poder por parte del cartel de Medellín liderado por el tristemente célebre (qué adjetivo tópico) Pablo Escobar, la película de Brillante Mendoza también parece querer denunciar algo: no se sabe si al gobierno filipino o a los secuestradores. Quizás a ambos.

Entre tiroteos y penurias pasan los días de una trama que (dentro de lo kafkiano de esos conflictos) debe ceñirse a lo esperable, a la noticia del telediario, y a pesar de algún intento del director por aportar detalles personales, sobre todo en cuanto a la relación del hombre con la naturaleza, convivencia necesaria y llevada a cabo entre el enfrentamiento y la armonía (hay una penosa escena malograda por mostrar una especie de flamante ave del paraíso ¡generada por ordenador!), la película se queda en convencional. Al renombrado Brillante Mendoza habrá que buscarle en otra.

sábado, julio 27, 2013

"El ansia", de Tony Scott

Por la senda de hemoglobina bélica y feroz de "Abraham Lincoln: cazador de vampiros", hacia otra historia vampírica, mucho más estilizada y sensual, en esta ocasión: poco tienen que ver una con otra, aparte de la implacable sed de sangre. Tres décadas separan ambas producciones y si "Abraham Lincoln: cazador de vampiros" resulta convencional para la época actual, incluida la transgresión del mito nacional de Lincoln (ya no se respeta nada, es cierto, pero Mel Brooks o Monty Python ya daban abundantes muestras de ello long time ago), "El ansia" (1983) resultó más impactante en su día, tanto como incomprendida: fracaso en taquilla y rechazo de la crítica. A principios de los años ochenta el noir se vuelve blue. Las películas se llenan de atmósferas oníricas ambientadas en grandes estancias atravesadas por largas cortinas blancas mecidas por el viento, en penumbras azuladas espantadas por el vuelo intruso de unas cuantas palomas urbanas, mientras llueve en la calle iluminada de neón y una tenue música electrónica se inserta suavemente en la acción. Cuero negro y gafas de sol para apagar las estrellas de la noche. Ridley Scott, Michael Mann, Adrian Lyne, Alan Parker. La estética cinematográfica que se establece en aquella década para el cine comercial de prestigio es muy reconocible: la new wave lo invade todo: la música, la publicidad, la imagen. Nuevos románticos engullidos por la máquina del tiempo.

Catherine Deneuve, David Bowie y Susan Sarandon. El erotismo que desprende este ménage à trois vampírico es incuestionable, arrebatador, más aún, claro, cuando la ambigüedad de Ziggy Stardust desaparece de escena y las dos actrices, que nunca se han distinguido por su pudor frente a la cámara, prenden fuego a los fotogramas con tanta pasión como elegancia. La vampira Miriam (Catherine Deneuve) busca compañía para mitigar su soledad milenaria. Compañía a cualquier precio, amistad a la fuerza, el amor a las cadenas para una relación de sumisión absoluta: el ansia y la opción de aplacarlo establecen una alegoría directa con los años de la eclosión del SIDA y la adicción a la heroína dominando las calles. El vampiro es un drogadicto y Sarah (Susan Sarandon) escenifica a la perfección el mono del dependiente, el terror compulsivo de la abstinencia. El drogadicto es un esclavo. Miriam y Sarah: Lakmé y Mallika: Catherine Deneuve toca al piano el pasaje del "Dúo de las flores" de la ópera "Lakmé" de Leo Delibes (Tony Scott volvería a utilizar esa melodía, esa canción, en otra escena inolvidable: el duelo verbal entre Dennis Hopper y Christopher Walken en "Amor a quemarropa") y ese momento de sensualidad contenida es suficiente aval para disfrutar de la primera película de Tony Scott, fallecido recientemente, un director que, aunque irregular en los recursos que ponía en escena ("El ansia" tiene un final..., eso, irregular), solía contar con buenos repartos y no tenía por costumbre aburrir al espectador con sus películas. No es poca cosa.

viernes, julio 26, 2013

"Abraham Lincoln: cazador de vampiros", de Timur Bekmambetov

Pues lo que anuncia el título, ni más ni menos: el insigne mandatario, ejemplo inigualable para generaciones venideras, es en realidad un shaolin del hachazo bañado en plata. Cuando escribí sobre "Lincoln", de Steven Spielberg, y "La conspiración", de Robert Redford, películas grandilocuentes (¿qué querrá decir grandilocuente?) y panegíricas (eso sí sé lo que quiere decir: algo sobre el proceso de amasado en la industria panificadora postmoderna) como pocas en cuanto a ensalzar la figura del occiso presidente de Estados Unidos, intuí la posibilidad de que "Abraham Lincoln: cazador de vampiros" fuera el vistazo certero y necesario a la cara oculta de tanta bondad y virtud: no hay yin sin yang.

Y la película no ha decepcionado en absoluto: expresa de modo claro y contundente las verdaderas motivaciones del antiguo presidente, ese liberador de una raza que pasó siglos oprimida por otra: la codicia sin límites de unos monstruos sedientos de sangre, de sanguijuelas humanas que, al parecer, no se extinguieron durante los feroces combates de la Guerra Civil estadounidense. La película no decepciona porque es completamente honesta: enseña lo que pone en el cartel, y el que la vea esperando otra cosa, el que no piense que se mete en un mashup cinematográfico sin prejuicios de ningún tipo, se perderá una película de acción (llamar terror a lo que muestra esta cinta no viene a cuento) estupendamente realizada (combates que recuerdan a "Matrix" de los hermanos Wachowski o a "300" de Zack Snyder) y con la feria del efecto especial generado por ordenador funcionando a todo trapo (excepto en la nariz postiza que le han colocado al protagonista: el empaste se ve a la legua). Sí, Lincoln era eso. No tengo duda alguna.

domingo, julio 14, 2013

"El hipnotista", de Lasse Hallström

Estocolmo, la capital europea más peligrosa (¿dónde quedó el símbolo del estado del bienestar?), un lugar emponzoñado de sangre y violencia, un arrabal de criminalidad a la altura del Poisonville de Dashiell Hammett o el Sin City de Frank Miller. O así se puede pensar si se hace caso a la tramas que el boom de literatura nórdica, género negro venido del frío, ha arrojado a las estanterías más inquietantes de las librerías que aún están por cerrar, un maná literario (los editores y los libreros defienden el best seller como el salvavidas económico que les permite dar salida a los títulos que realmente merecen la pena) iniciado por el éxito tremendo de "Los hombres que no amaban a las mujeres" de Stieg Larsson y a cuya estela se han unido multitud de apellidos escandinavos. Aparte del título mencionado de Larsson, una lectura disfrutada, apenas me he adentrado en otras páginas del aluvión norteño. Se detecta cierta tendencia a introducir personajes superdotados y a mí en lo criminal me gusta el estilo hard boiled: inspectores que tienen que patearse muchas calles y apretar muchas tuercas (qué eufemismo) para solucionar sus casos. Muchas veces ni eso. James Ellroy, Jim Thompson, Raymond Chandler o Ian Rankin, encabezarían ese lista implacable.

"El hipnotista", adaptación de la novela de Lars Kepler, ya nos avanza en el cartel de dónde va a salir el Deus ex Machina que engrase el engranaje judicial. No me resisto a comparar "El hipnotista" con una serie de televisión, otra intriga criminal, también localizada al norte, en Copenhague, "Forbrydelsen", de Søren Sveistrup. ¿Será verdad que el mejor cine de género actual es el que se hace para televisión? Porque es cine, igual, sí, con la ventaja de que desarrollar una historia para la caja tonta no se circunscribe a la duración de un metraje convencional, sino que se puede alargar lo que se crea necesario (siempre y cuando el público responda y la audiencia cubra las expectativas comerciales de las cadenas) y además a las televisiones en los últimos años parece que se les han caído de los ojos las vendas de la censura y la mojigatería. La primera temporada de "Forbrydelsen" (se ha hecho una versión para la televisión estadounidense llamada "The Killing", que no he visto) podría convertirse en una película de una docena de horas y aún así no soltaría al espectador hasta el final: la detective Sarah Lund (Sofie Gråbøl) y la penumbra danesa atrapándote sin remedio. ¿Por qué contar en dos horas lo que puedes contar en trece? Sí, los cines también se despueblan porque las series han despertado: la cartelera atrae más en el prime time del canal privado que en la marquesina del cine amenazado de extinción.

La película de Lasse Hallström (de su carrera se pueden destacar "Las normas de la casa de la sidra" o "Atando cabos"), cineasta emigrado tempranamente a Hollywood y retornado a casa para hacer "El hipnotista", resulta bastante convencional, entretenida, con el aliciente de ver paisajes cubiertos de nieve (me vino a la mente "Fargo" de los hermanos Coen) y gente abrigándose mientras aquí padecemos un asfixiante mes de julio. Apetece mucho darse una vuelta por el norte: hay tanto que ver: Ingmar Bergman, Carl Theodor Dreyer, Aki Kaurismaki, Tomas Alfredson, Lars Von Trier, Gabriel Axel, Thomas Vinterberg, Lukas Moodysson, Nicolas Winding Refn. Un largo viaje.

domingo, julio 07, 2013

"La mejor oferta", de Giuseppe Tornatore

El cine como refugio, oasis, no sólo por la evasión de la mente, inmersa durante un par de horas en vivencias ajenas, sino con el más prosaico fin de escapar del clima: cualquier excusa es buena para ir al cine, esta asfixiante canícula también. Geoffrey Rush dirigido por Guiseppe Tornatore, dice el cartel, y quizás sea la mejor opción de la cartelera: la mejor oferta, tal cual. En mi caso la balanza se inclina por el actor australiano más que por el director italiano. De Tornatore "Cinema Paradiso", sí, aquella hermosa declaración de amor cinéfilo, nostalgia de espectáculo popular, la magia al alcance de todos. Sin embargo se empleaban unos resortes de conexión sentimental con el espectador excesivamente facílones: tan bella como tramposa. En cuanto a Geoffrey Rush, me ha parecido siempre acertado en sus actuaciones. Desde "Shine" de Scott Hicks, el papel que le dio fama mundial, Oscar de por medio, interpretando a un pianista, genio precoz, obsesionado con la música de Rachmaninov. O cuando mostró la sonrisa borrada, el lado menos divertido del gran Peter Sellers en "Llámame Peter" de Stephen Hopkins, o el éxito reciente de "El discurso del rey" de Tom Hopper. Hasta de pirata fantasmagórico (el capitán Hector Barbossa de la saga "Piratas del Caribe" de Gore Verbinski) está bien este tipo. Toda una garantía, en fin.

"La mejor oferta" construye una relación amorosa dominada por la incapacidad de dos personajes para demoler las barreras que han dispuesto ellos mismos a su alrededor, un caparazón infranqueable al que habrá que echarle mucha paciencia para abrirlo. Rush como Virgin Oldman recuerda a Jack Nicholson en "Mejor... imposible" de James L. Brooks, aquel escritor maniático, Melvin, que configuró el arquetipo cinematográfico de la neurosis. Pero el atildado Oldman tiene una faceta sexual mucho más interesante: el fetichismo de retratos femeninos, obras de arte de todos los tiempos que colecciona compulsivamente. Así, el objeto de su deseo, la joven Claire (Sylvia Hoeks), sería la belleza lánguida de una mujer salida de un cuadro, una madonna renacentista, pálida y distante, el último pedazo de "El jardín de los Finzi-Contini" de Vittorio de Sica: la antigüedad, la decadencia, lo extinto. La pintura toma vida, juntos al fin, un encuentro representado en un ambiente de misterio y decrepitud que contrasta con fuerza con otro de lujo y mediocridad. Vaya, realmente estoy disfrutando esta película.

Si la envoltura que el mundo del arte proporciona a la cinta y a ese amor imposible no fuera suficiente, la trama contiene además una intriga realmente buena, una incertidumbre que se va adueñando del público, que intuye que algo va a pasar, que esta historia esconde una amenaza que se va desentrañando lentamente. Qué será, será. Tornatore (written and directed) opta por una solución tan espectacular como rebuscada, un giro que más que atar cabos conduce al espectador directamente hacia la incredulidad y el desconcierto. Y es una pena. La navaja de Ockham nunca está a mano cuando de verdad hace falta (qué bonita es la sencillez, a veces) y yo para ver espectáculos de trileros prefiero ir los domingos al Rastro. Claro que también habrá a quien le parezca un cierre espléndido. Vean y decidan.

lunes, julio 01, 2013

Revista. La Caja de Pandora nº 6 "Políticamente incorrecto"

Desde hoy se puede disfrutar (espero) de la lectura de un nuevo número de la revista "La Caja de Pandora". La clave elegida en esta ocasión para dar cohesión temática a las ciento y pico páginas de las que consta el magacín, es lo políticamente incorrecto, un término que en realidad ya ha tenido gran presencia en los anteriores números de la revista. Así pues, encontrar una película que apunte contra la ortodoxia no ha de ser una tarea difícil: cine y cineastas transgresores, un montón, sí, pero es mi intención que el artículo tenga el ánimo de buscar más lo sutil que lo evidente.

Este pequeño Licantropunk contribuye con un escrito sobre la película "Relámpago sobre agua": el rodaje de los últimos días de Nicholas Ray, colocados en la perspectiva cinematográfica de su amigo y colega, el director alemán Wim Wenders. Fotogramas agónicos, dolorosos, desde los que habrá que escapar veloz en busca de la huella del gran Nick Ray, uno de los cineastas más brillantes de Hollywood durante los años cincuenta y en cuya obra, en lo mejor de ella, se encuentra un rotundo espíritu inconformista y crítico con la sociedad de su tiempo.

martes, junio 25, 2013

"Searching for Sugar Man", de Malik Bendjelloul

A veces es mejor no saber la verdad. El mito dice que se suicidó encima de un escenario, atormentado por un público inclemente. Qué gran historia, metáfora certera del genio incomprendido. Al parecer no fue así. Quizás sólo fue cuestión de mala suerte: la diosa fortuna pasó de largo: no se encontraron en el camino el momento preciso y el lugar adecuado. ¿Sabes que tu blog está entre los tres más visitados de Antofagasta? Cuando le dedicas una entrada a una película, el DVD de la misma se agota en todas las tiendas y la copia que circule por Internet, tanto la legal como la de costumbre, consume la mayor parte del ancho de banda de las descargas de esos días. Ya, ya, y a los recién nacidos les ponen Licantropunk, ¿no?
Sí, muchas veces mejor no saber, mas nunca dejar de imaginar.

El éxito esquivo se encuentra exiliado, nos relata de modo fantástico "Searching for Sugar Man". Nadie es profeta en su tierra, un aforismo elevado a la enésima potencia, según este documental. Sixto Rodríguez arrojado de improviso a la gloria en un apartado punto del planeta y de ahí, vía Oscar de Hollywood, a la fama mundial. Músico incógnito damnificado por el cine. De Detroit a ninguna parte, de Sudáfrica al cielo.

La búsqueda de la autenticidad, del artista incorrupto, del territorio virgen donde habita el talento. Una misión ardua en estos tiempos en los que hasta Iggy Pop vende gaseosas: el icono desconchado. Una tarea difícil, pero de ningún modo imposible. ¿No es así, Mr. Rodríguez?

miércoles, junio 12, 2013

"Lincoln", de Steven Spielberg, y "La conspiración", de Robert Redford

Acaba la una y empieza la otra (si bien yo vi la de Redford en su día y ahora tiene turno la de Spielberg: el orden de los factores no será trascendental, sin embargo). Muere Abraham Lincoln asesinado de un disparo a bocajarro mientras asistía a una representación teatral (¡vaya!, ya metí un spoiler y encima para las dos cintas) y, acto seguido (sería un buen programa doble), en "La conspiración" se recrea el juicio llevado a cabo contra los magnicidas. Entre ellos una mujer, Mary Surrat (Robyn Wright: la princesa prometida vestida de viuda puritana, pero una mirada lánguida que no envejece), dueña de la pensión donde se gestaba la confabulación y para la que, cuando menos, existe una duda razonable en cuanto a su responsabilidad criminal. Lincoln contra el pueblo o la venganza de estado: muere el príncipe pero Maquiavelo no descansa.

"Lincoln" no es una película biográfica, más allá de presentar un periodo concreto de su presidencia: los tejemanejes políticos para conseguir una mayoría de votos a favor de introducir un cambio en la constitución estadounidense, la enmienda decimotercera que erradique la práctica de la esclavitud en aquel país. El antiesclavismo de Lincoln, un ideal por el que morir y que, a través del sello de Spielberg, se torna una epopeya romántica y por supuesto maniquea, de buenos contra malos. Al principio de la cinta Lincoln conversa con unos soldados. Estos contemplan al altísimo mandatario como a una figura épica, como a una divinidad o a un mesías, incluso recitan de memoria sus discursos como si fueran pasajes bíblicos. Sin duda luchan por Lincoln, encarnación del bien. Sí, el sello Spielberg.

La cinta de Steven Spielberg emana una idea de confianza en las instituciones, en la clase política, el convencimiento de que los sentimientos más elevados prevalecen y resultan finalmente victoriosos, una victoria que, en el caso de "Lincoln", tiene un coste tan elevado, al menos, como la moral de la causa defendida: cuatro años de guerra civil y 600.000 muertos en combate (un millón de victimas en total: hasta la segunda guerra mundial no empezó a haber más muertos entre los civiles que entre los soldados) para sacar de la esclavitud a cuatro millones de personas, como la propia película nos recuerda (fue la lucha del Norte industrial contra el Sur agrícola, una lucha entre dos mundos distintos, entre uno llamado a dominarlo todo, planeta incluido, y otro abocado a la extinción y el olvido). El legado de Lincoln se podría concretar en que hay que minimizar el impacto del sacrificio personal ante el inigualable afán del bien común. Un sacrificio al que no escapó ni el propio Lincoln.

Pero Robert Redford plantea el reverso de la cuestión: una sola muerte injusta es suficiente para echar por tierra cualquier causa loable. La constitución, a partir de la cual se crean las leyes de la nación, es apartada sin miramientos con tal de servir a los intereses del gobierno de turno. Muere Lincoln y le sucede Andrew Johnson, al que en "La conspiración" no se duda en calificar de borracho y que aparece (en realidad no sale) como un títere en manos del secretario de guerra Edwin Stanton ("La conspiración" será alegoría poco disimulada de otra administración moderna, la del presidente George W. Bush y su secretario Donald Rumsfeld). El escarmiento debe ser ejemplar y al Sur hay que derrotarlo hasta en el alma, o sobre todo.

"Lincoln", tan laudatoria como inocente, todavía más al compararla con el thriller legal, torvo, que se presenta en "La conspiración": las cloacas del poder. Dos buenas películas en cualquier caso, repletas de actuaciones convincentes y magníficas recreaciones históricas, y que exponen dos posturas opuestas, el estado protector frente al estado asesino. O muchos tonos de gris entre medias. Para salir de dudas no me va a quedar otra que ver "Abraham Lincoln: cazador de vampiros". Me temo.


martes, junio 04, 2013

La Petition.be - THE CULTURAL EXCEPTION IS NON-NEGOTIABLE!

La Petition.be - THE CULTURAL EXCEPTION IS NON-NEGOTIABLE!

FIRMA LA PETICIÓN DE CINEASTAS EUROPEOS 

¡LA EXCEPCIÓN CULTURAL NO ES NEGOCIABLE!

El 13 de mayo puede convertirse en un importante – y también escandaloso - punto de inflexión en la construcción europea.

Ése fue el día en que la Comisión Europea, bajo la dirección del Comisario Karel de Gucht, decidió pisotear la excepción cultural y adoptar un borrador de mandato de negociación que incluye a los servicios audiovisuales y cinematográficos en las negociaciones comerciales UE-EE.UU. que comienzan este verano.

Están ya olvidadas las apasionadas palabras del Presidente Barroso del año 2005: “en una escala de valores la cultura va antes que la economía”. También lo están las declaraciones de amor al Cine del Presidente Barroso cuando los directores se vieron forzados a defender el Programa MEDIA. ¿Y qué ha sido del eslogan de la Comisión “Europa ama al cine”?

Unos pocos meses antes de que termine su presidencia, no entendemos qué huella quiere dejar el señor Barroso en la historia europea. Hasta el momento, desafortunadamente, predomina la imagen de la renuncia cultural. Parece también que ha olvidado su propia lección de no hace tanto tiempo: “la cultura es la respuesta a la crisis”

Seamos francos: el mandato de negociación propuesto es una renuncia. Es una capitulación y un punto de ruptura.

Hace 20 años, la voluntad común de apoyar la creación y promover su diversidad se forjó aquí en Europa.

La cultura está en el corazón mismo de los ideales de la identidad europea.

Hace 20 años, la excepción cultural irrumpió en la escena internacional, llevando al reconocimiento de un estatus específico para las obras audiovisuales ya que no son bienes como los demás y por lo tanto deben ser excluidos de las negociaciones comerciales.

Hace 20 años, gracias a la excepción cultural que surgió de la batalla de los acuerdos del GATS, a la creación y a la diversidad lingüística se les concedió el derecho a continuar beneficiándose de las reglas dirigidas a protegerlas y apoyarlas.

El resultado es positivo: la diversidad cultural es ahora una realidad en la mayoría de los lugares de toda Europa. Es lo que permite los intercambios y el entendimiento mutuo y es también un vector para el crecimiento y la creación de empleo.

La Europa que nosotros amamos trabajó duro para conseguir que la Convención de la UNESCO sobre la Protección y la Promoción de la Diversidad de las Expresiones Culturales de 2005 se hiciera realidad. La Europa que nosotros amamos ratificó posteriormente esta Convención junto con otros 126 países de todo el mundo. La Europa que nosotros amamos es admirada en todo el mundo porque inició y apoyó esta gran iniciativa.

Con la adopción del mandato de negociación, que reduciría la cultura a nada más que a una mercancía, la Comisión Europea (excepto los tres Comisarios que votaron en contra) ha abandonado su posición a favor de la excepción cultural, yendo de esta manera en contra de sus propios objetivos y de sus previos compromisos, y demostrando una nefasta duplicidad.

Nosotros refutamos esta Europa que está dispuesta a abandonar los principios de la Convención, y en particular el principio de la soberanía cultural de los Estados.

Frente a los Estados Unidos donde la industria del entretenimiento es la segunda mayor fuente de las exportaciones, la liberalización del sector audiovisual y cinematográfico llevará a la destrucción de todo lo que hasta ahora había protegido, promovido y ayudado a desarrollar las culturas europeas. Esta política, junto con la concesión de ventajas fiscales excesivas a los campeones digitales estadounidenses, sorprendentemente parece como un deseo consciente de llevar a la cultura europea al borde del desastre.

Aquellos que, en el nombre de Europa, hayan aceptado esta renuncia serán siempre culpables a los ojos de la historia. La diversidad cultural no debe ser solo una herramienta de negociación. Debe seguir siendo una ambición, una demanda legítima, y un compromiso.
¡No es demasiado tarde!
Nosotros continuaremos luchando por la capacidad de Europa de escribir su Historia desde la perspectiva de la diversidad de sus pueblos y culturas; y por la capacidad de los ciudadanos europeos de encontrar respuestas complejas y profundas a los retos actuales.

Los firmantes, originarios de todas partes de Europa, hacemos un llamamiento a los Jefes de Estado europeos para que apoyen la exclusión de los servicios audiovisuales y cinematográficos de las negociaciones comerciales UE-EEUU.

viernes, mayo 31, 2013

"Un verano con Mónica", de Ingmar Bergman

En un acantilado colgado sobre el mar Báltico, iluminado por la brumosa luz crepuscular del norte, el caballero y la muerte juegan al ajedrez. Sin prisas, demorando tácitamente el instante definitivo, el caballero se cuestiona su vida dialogando con su oponente. Saber si sus días, su camino, marcado por el fanatismo bélico y sanguinario de las Cruzadas han servido en realidad a una causa verdadera o a un mito sin fundamento: la fe como excusa vital: la duda metafísica, religiosa, puntal del cine de Bergman, se retrata magistralmente en "El Séptimo Sello".

"Un verano con Mónica", dos fugitivos en el Paraíso de la naturaleza huyendo del Infierno de la ciudad, sensualidad y pasión en un entorno costero tan desnudo como hermoso: dos jóvenes que no necesitan nada más que el amor mutuo: dos expulsados tras el robo de la fruta prohibida, en un paralelismo bíblico innegable. La pregunta que tiene que dilucidar el joven Harry (Lars Ekborg) es si aquel verano en que abandonó todo por Mónica (Harriet Andersson) para ser más tarde abandonado él mismo, mereció o no la pena (Mónica mira hacía la cámara acercándose hasta el primer plano: no me juzgues, no me importa: "Monika, the story of a bad girl" fue el título elegido en Estados Unidos, un título tan escandaloso como trivializante, que invita al espectador a confundir las intenciones de la historia). Saber si aquel tiempo dulce como un sueño y del que despertó para caer en una pesadilla, será capaz por sí solo de justificar una existencia que se aventura gris y desesperada. Y la respuesta es que sí, que es mucho peor no haber amado.
Obra maestra.

Cherchez la femme.


miércoles, mayo 08, 2013

"Sueños de un seductor", de Herbert Ross

¿Quién liga más, Humphrey Bogart o Woody Allen? ¿Qué modelo masculino tiene más posibilidades de salir emparejado de una discoteca, el distante o el gracioso? ¿El canalla castigador o el buenazo vulnerable? Porque ninguno de los dos es un adonis, para qué nos vamos a engañar: Bogart más fotogénico, eso sí, o, al menos, dotado de mejor percha para llevar sombreros y gabardinas además de una oportuna ausencia de dioptrías: gansters contra gafapastas, eterno combate. O no. Rick se despide de Ilsa para siempre, pierde lo que más desea empujándola a tomar un avión, pero ningún espectador duda de su victoria mientras él se aleja en compañía del capitán Louis Renault, a punto de celebrar su recién iniciada amistad. Allan (o Allen) desvanecerá finalmente las diferencias con su contrario, con su anhelo y su inspiración, al darse cuenta de que la estética del perdedor es la que realmente cultivó Bogart en su mítico Café Américain.

Play it again, Sam, tócala otra vez, la frase más famosa de "Casablanca" de Michael Curtiz: la más famosa y la que nunca se pronuncia: play it, Sam, le pide Ingrid Bergman al pianista interpretado por Dooley Wilson, que cantaba estupendamente "As Times Goes By" pero que no sabía tocar el piano: cántala pero no la toques de nuevo, amigo, eso será imposible. Sin embargo la frase play it again, Sam se volvió un ruego de uso popular, hizo fortuna, porque Woody Allen tituló así la obra de teatro en la que se basa la película. Vamos a ver "Casablanca" otra vez, Sam, vamos a verla una y mil veces, again and again, atrapados en la atmósfera de ese celuloide magnético y cautivador: por encima de todo "Sueños de un seductor" es un nítido homenaje cinéfilo. Y hacía mucho que no la veía pero he comprobado que me sigo riendo con ella. Gran Woody.

Diane Keaton inicia en "Sueños de un seductor" su trayectoria cinematográfica junto a Woody Allen, formando una de las parejas más perfectas que se hayan plasmado en fotogramas: química completa. De hecho la actriz ya había realizado el papel de Linda en la obra de teatro, había triunfado en Broadway, y el mismo año en que rodó "Sueños de un seductor" interpretó a Kay, la novia de Michael Corleone, para Francis Ford Coppola en "El Padrino": directa hacia las estrellas. La década de los 70 fue de intenso trabajo junto a Woody Allen, tarea que culminó con el Oscar por "Annie Hall". La última en la que Keaton actuó a las ordenes del director neoyorquino fue "Misterioso asesinato en Manhattan", hace veinte años. Sí, ya llovió desde aquello, pero ambos, cada uno por su lado, siguen rodando y rodando. ¿Qué tal juntarse a hacer otra película y comprobar que los rescoldos aún dan calor? Desde luego que convencer a Mia Farrow iba a ser mucho más complicado.

domingo, mayo 05, 2013

"Hasta el fin del mundo", de Wim Wenders

Jeanne Moraeu está ciega y Max Von Sydow intenta combatir esa ceguera mediante una máquina que captura visiones ajenas para poder ser inyectadas en el cerebro de otra persona. Más allá aún, pues una evolución de la máquina permitiría registrar los sueños, rodaje del subconsciente dormido, para poder visualizarlos posteriormente. Pocas veces recordamos lo que soñamos: la fábrica de sueños genera muchas imágenes que se pierden irremediablemente, como esas películas que no se estrenan nunca, enlatadas hasta pudrirse. Ver esa parte prohibida, abrir una carta que no recordábamos haber escrito y que acabó perdida en un cajón, se revela una tarea adictiva para el usuario de la máquina. Ver más, seguir mirando. No es extraño. ¿No son las drogas alucinógenas un hábito irresistible? ¿No lo ha de ser también la alucinación de uno mismo? ¿No es el cine una adicción?

Esa parte de "Hasta el fin de mundo" sería suficiente para salvar una película que resulta prescindible en la mayoría de su metraje (excesivo, además). Una gran producción para los años de la caída del Muro (estrenada en 1991), con vocación internacional, director de prestigio y reparto de estrellas, que mueve la trama por todo el planeta apoyada en la ilusión de libertad de la demolición del sistema comunista soviético, pero que sigue teniendo los mismos temores de destrucción total, representados ahora por un satélite nuclear indio: la bomba no era sólo cosa de dos. Ese recorrido se sitúa en el futuro, en el año 1999, fin de milenio, y la acción pasa por múltiples puntos del globo (15 ciudades de siete países de cuatro continentes) como buscando algo que merezca la pena salvar. Finaliza en mitad del desierto australiano, con los aborígenes y su Tiempo del Sueño: a principios de los noventa el New Age pegaba fuerte. La trama llega, por fin, a Australia, hasta Jeanne Moreau y Max Von Sydow, y también llega el cine y su metáfora vital. Aparece la película que debe ser y se deja atrás toda la morralla intrascendente.

Porque la mezcla de cine negro con la ciencia ficción funciona bastante mal en esta película, sobre todo por tener un guión deslavazado y unas interpretaciones poco convincentes (el detective privado que aparece en ella es el más patético que yo haya visto nunca, aunque tiene un gran acierto, una intuición vidente como pocas: el ordenador para buscar personas: las compras electrónicas, las cámaras CCTV: el detective trabaja sin salir de su despacho en los tiempos que anteceden a Internet). Aún así, la película tiene momentos de gran cine, como el referido al comienzo de esta entrada: película de destellos, como los tenían incluso las peores películas de Nicholas Ray, el director amado por Wim Wenders ("Hasta el fin del mundo" se titula así por las palabras finales de "Rey de reyes" de Nicholas Ray: la relación Ray-Wenders merecerá pronto gran atención por mi parte). Y también posee una buena banda sonora, con la inclusión de temas de muchos de los mejores grupos de la época.

Solveig Dommartin enganchada a sus sueños. En realidad, a una pantalla a pilas que sujeta en su mano y de la que no puede apartar la vista. Eso sí que fue una buena premonición. En la actualidad el pulgar se desliza hacia arriba y hacia abajo por la pantalla del teléfono móvil, desgranando las cuentas de un rosario tecnológico: el chip es el dios único. Reuniones de personas en las que ninguna habla, atareados en recibir mensajes de remotos desconocidos, gilipolleces de menos de un par de frases, cuanto más corta la tontería mejor, encorvados sobre la palma de su mano, mirando al suelo en vez de al que tiene enfrente, que con suerte estará haciendo la misma imbecilidad que su compañero de mesa, porque como intente entablar una charla amigable, la decepción y la incredulidad serán su única compañía. ¿Adictos a qué? A la mediocridad más absurda, a la frase banal.


"París, Texas", "El amigo americano", "El cielo sobre Berlín",...
¡Ojo! Que nadie se meta con Wenders, ¡que no me lo toque nadie!
Entonces no quedará sino batirnos... Liarnos a escopetazos, en fin.

domingo, abril 28, 2013

"La noche americana", de François Truffaut

Eres un actor excelente.
Sé que la vida privada cuenta, pero siempre renquea.
El cine es más bello que la vida, no hay atascos ni tiempos muertos.
Avanza como un tren atravesando la noche.
Hemos nacido para ser felices con nuestro trabajo, haciendo cine.
Confío en ti.

Así le habla Ferrand (François Truffaut) a Alphonse (Jean-Pierre Léaud), dulcemente pero con decisión: el director convenciendo al actor de que la vida real es un paréntesis, de que lo único que cuenta es hacer la película. Más importante que la vida:. Moi, j'aime le cinema. Y pocos ejemplos de la mezcla de vida y cine como el caso de Jean-Pierre Léaud, transposición al celuloide de Truffaut. Porque el director francés es el que era en realidad Antoine Doinel en "Los cuatrocientos golpes" y lo siguió siendo en las películas en las que Léaud volvió a interpretar a Doinel: 20 años entre "Los cuatrocientos  golpes" y "El amor en fuga". Confundir ficción y realidad, convertir una cosa en la otra hasta identificarlas, igual que el recurso de la noche americana convierte el día en noche colocando un filtro delante de la cámara.

"La noche americana" es la película de un rodaje. Mostrar el trabajo del rodaje, ni más ni menos, sin pretensiones artísticas más elevadas, apuntando al cine clásico estadounidense más que a la nouvelle vague, y sin caer en la nostalgia ("La noche americana" recuerda a "Intervista" de Federico Fellini, pero François Truffaut acababa de cumplir 40 años cuando rodó su película y aún era pronto para melancolías: hace poco leía a Francisco Machuca distinguiendo con maestría nostalgia de melancolía: la nostalgia implica un deseo de retorno, la melancolía sabe que ese pasado se ha perdido: creo que en Fellini se daban ambas). El rodaje como interrupción de la vida cotidiana para un conjunto de personas que entran en un mundo irreal, absurdo y alternativo como un campamento de verano. Una filmación es un trabajo en equipo donde todos son importantes y nadie es imprescindible: ante cualquier dificultad se improvisa sobre la marcha y si se diera el caso más extremo, si, por ejemplo, uno de los protagonistas fallece (tal cual), se adapta el guión o se filma a un doble de espaldas: la película se termina sí o sí. Aparecen todas las especialidades implicadas en un rodaje, todos los gremios que luego se agruparán en los créditos, esa parte de la proyección de la que nunca hay que levantarse hasta que haya aparecido el último nombre y se encienda la luz de la sala. De todos ellos, los más neuróticos serán los actores, si bien hay que tener en cuenta que su labor es la que más críticas recibe, un juicio del público que no termina nunca, que se renueva cada vez que la película se vuelve a ver por un espectador primerizo, incluso décadas después. Una mala actuación en una película de cine: ni siquiera la muerte apacigua esa condena.

Visión feliz de la profesión del cine, abierta declaración de amor: Truffaut sueña con un niño que se acerca por la noche a la puerta de un cine para robar afiches de "Ciudadano Kane": la esperanza de igualar a los mitos, de acercarse al óptimo, de superación constante. El director recibe un paquete de libros y de él salen portadas con los nombres de Buñuel, Dreyer, Lubitsch, Bergman, Godard, Hitchcock, Rossellini, Hawks, Bresson,... Nunca se verá en una película una proclama de admiración cinéfila tan simple y profunda como ésta. El apellido Truffaut se colocó, con toda justicia, junto al de todos ellos.