A veces es mejor no saber la verdad. El mito dice que se suicidó encima de un escenario, atormentado por un público inclemente. Qué gran historia, metáfora certera del genio incomprendido. Al parecer no fue así. Quizás sólo fue cuestión de mala suerte: la diosa fortuna pasó de largo: no se encontraron en el camino el momento preciso y el lugar adecuado. ¿Sabes que tu blog está entre los tres más visitados de Antofagasta? Cuando le dedicas una entrada a una película, el DVD de la misma se agota en todas las tiendas y la copia que circule por Internet, tanto la legal como la de costumbre, consume la mayor parte del ancho de banda de las descargas de esos días. Ya, ya, y a los recién nacidos les ponen Licantropunk, ¿no?
Sí, muchas veces mejor no saber, mas nunca dejar de imaginar.
El éxito esquivo se encuentra exiliado, nos relata de modo fantástico "Searching for Sugar Man". Nadie es profeta en su tierra, un aforismo elevado a la enésima potencia, según este documental. Sixto Rodríguez arrojado de improviso a la gloria en un apartado punto del planeta y de ahí, vía Oscar de Hollywood, a la fama mundial. Músico incógnito damnificado por el cine. De Detroit a ninguna parte, de Sudáfrica al cielo.
La búsqueda de la autenticidad, del artista incorrupto, del territorio virgen donde habita el talento. Una misión ardua en estos tiempos en los que hasta Iggy Pop vende gaseosas: el icono desconchado. Una tarea difícil, pero de ningún modo imposible. ¿No es así, Mr. Rodríguez?
martes, junio 25, 2013
miércoles, junio 12, 2013
"Lincoln", de Steven Spielberg, y "La conspiración", de Robert Redford
Acaba la una y empieza la otra (si bien yo vi la de Redford en su día y ahora tiene turno la de Spielberg: el orden de los factores no será trascendental, sin embargo). Muere Abraham Lincoln asesinado de un disparo a bocajarro mientras asistía a una representación teatral (¡vaya!, ya metí un spoiler y encima para las dos cintas) y, acto seguido (sería un buen programa doble), en "La conspiración" se recrea el juicio llevado a cabo contra los magnicidas. Entre ellos una mujer, Mary Surrat (Robyn Wright: la princesa prometida vestida de viuda puritana, pero una mirada lánguida que no envejece), dueña de la pensión donde se gestaba la confabulación y para la que, cuando menos, existe una duda razonable en cuanto a su responsabilidad criminal. Lincoln contra el pueblo o la venganza de estado: muere el príncipe pero Maquiavelo no descansa.
"Lincoln" no es una película biográfica, más allá de presentar un periodo concreto de su presidencia: los tejemanejes políticos para conseguir una mayoría de votos a favor de introducir un cambio en la constitución estadounidense, la enmienda decimotercera que erradique la práctica de la esclavitud en aquel país. El antiesclavismo de Lincoln, un ideal por el que morir y que, a través del sello de Spielberg, se torna una epopeya romántica y por supuesto maniquea, de buenos contra malos. Al principio de la cinta Lincoln conversa con unos soldados. Estos contemplan al altísimo mandatario como a una figura épica, como a una divinidad o a un mesías, incluso recitan de memoria sus discursos como si fueran pasajes bíblicos. Sin duda luchan por Lincoln, encarnación del bien. Sí, el sello Spielberg.
La cinta de Steven Spielberg emana una idea de confianza en las instituciones, en la clase política, el convencimiento de que los sentimientos más elevados prevalecen y resultan finalmente victoriosos, una victoria que, en el caso de "Lincoln", tiene un coste tan elevado, al menos, como la moral de la causa defendida: cuatro años de guerra civil y 600.000 muertos en combate (un millón de victimas en total: hasta la segunda guerra mundial no empezó a haber más muertos entre los civiles que entre los soldados) para sacar de la esclavitud a cuatro millones de personas, como la propia película nos recuerda (fue la lucha del Norte industrial contra el Sur agrícola, una lucha entre dos mundos distintos, entre uno llamado a dominarlo todo, planeta incluido, y otro abocado a la extinción y el olvido). El legado de Lincoln se podría concretar en que hay que minimizar el impacto del sacrificio personal ante el inigualable afán del bien común. Un sacrificio al que no escapó ni el propio Lincoln.
Pero Robert Redford plantea el reverso de la cuestión: una sola muerte injusta es suficiente para echar por tierra cualquier causa loable. La constitución, a partir de la cual se crean las leyes de la nación, es apartada sin miramientos con tal de servir a los intereses del gobierno de turno. Muere Lincoln y le sucede Andrew Johnson, al que en "La conspiración" no se duda en calificar de borracho y que aparece (en realidad no sale) como un títere en manos del secretario de guerra Edwin Stanton ("La conspiración" será alegoría poco disimulada de otra administración moderna, la del presidente George W. Bush y su secretario Donald Rumsfeld). El escarmiento debe ser ejemplar y al Sur hay que derrotarlo hasta en el alma, o sobre todo.
"Lincoln", tan laudatoria como inocente, todavía más al compararla con el thriller legal, torvo, que se presenta en "La conspiración": las cloacas del poder. Dos buenas películas en cualquier caso, repletas de actuaciones convincentes y magníficas recreaciones históricas, y que exponen dos posturas opuestas, el estado protector frente al estado asesino. O muchos tonos de gris entre medias. Para salir de dudas no me va a quedar otra que ver "Abraham Lincoln: cazador de vampiros". Me temo.
La cinta de Steven Spielberg emana una idea de confianza en las instituciones, en la clase política, el convencimiento de que los sentimientos más elevados prevalecen y resultan finalmente victoriosos, una victoria que, en el caso de "Lincoln", tiene un coste tan elevado, al menos, como la moral de la causa defendida: cuatro años de guerra civil y 600.000 muertos en combate (un millón de victimas en total: hasta la segunda guerra mundial no empezó a haber más muertos entre los civiles que entre los soldados) para sacar de la esclavitud a cuatro millones de personas, como la propia película nos recuerda (fue la lucha del Norte industrial contra el Sur agrícola, una lucha entre dos mundos distintos, entre uno llamado a dominarlo todo, planeta incluido, y otro abocado a la extinción y el olvido). El legado de Lincoln se podría concretar en que hay que minimizar el impacto del sacrificio personal ante el inigualable afán del bien común. Un sacrificio al que no escapó ni el propio Lincoln.
"Lincoln", tan laudatoria como inocente, todavía más al compararla con el thriller legal, torvo, que se presenta en "La conspiración": las cloacas del poder. Dos buenas películas en cualquier caso, repletas de actuaciones convincentes y magníficas recreaciones históricas, y que exponen dos posturas opuestas, el estado protector frente al estado asesino. O muchos tonos de gris entre medias. Para salir de dudas no me va a quedar otra que ver "Abraham Lincoln: cazador de vampiros". Me temo.
martes, junio 04, 2013
La Petition.be - THE CULTURAL EXCEPTION IS NON-NEGOTIABLE!
La Petition.be - THE CULTURAL EXCEPTION IS NON-NEGOTIABLE!
¡LA EXCEPCIÓN CULTURAL NO ES NEGOCIABLE!
El 13 de mayo puede convertirse en un importante – y también escandaloso - punto de inflexión en la construcción europea.
Ése fue el día en que la Comisión Europea, bajo la dirección del Comisario Karel de Gucht, decidió pisotear la excepción cultural y adoptar un borrador de mandato de negociación que incluye a los servicios audiovisuales y cinematográficos en las negociaciones comerciales UE-EE.UU. que comienzan este verano.
Están ya olvidadas las apasionadas palabras del Presidente Barroso del año 2005: “en una escala de valores la cultura va antes que la economía”. También lo están las declaraciones de amor al Cine del Presidente Barroso cuando los directores se vieron forzados a defender el Programa MEDIA. ¿Y qué ha sido del eslogan de la Comisión “Europa ama al cine”?
Unos pocos meses antes de que termine su presidencia, no entendemos qué huella quiere dejar el señor Barroso en la historia europea. Hasta el momento, desafortunadamente, predomina la imagen de la renuncia cultural. Parece también que ha olvidado su propia lección de no hace tanto tiempo: “la cultura es la respuesta a la crisis”
Seamos francos: el mandato de negociación propuesto es una renuncia. Es una capitulación y un punto de ruptura.
Hace 20 años, la voluntad común de apoyar la creación y promover su diversidad se forjó aquí en Europa.
La cultura está en el corazón mismo de los ideales de la identidad europea.
Hace 20 años, la excepción cultural irrumpió en la escena internacional, llevando al reconocimiento de un estatus específico para las obras audiovisuales ya que no son bienes como los demás y por lo tanto deben ser excluidos de las negociaciones comerciales.
Hace 20 años, gracias a la excepción cultural que surgió de la batalla de los acuerdos del GATS, a la creación y a la diversidad lingüística se les concedió el derecho a continuar beneficiándose de las reglas dirigidas a protegerlas y apoyarlas.
El resultado es positivo: la diversidad cultural es ahora una realidad en la mayoría de los lugares de toda Europa. Es lo que permite los intercambios y el entendimiento mutuo y es también un vector para el crecimiento y la creación de empleo.
La Europa que nosotros amamos trabajó duro para conseguir que la Convención de la UNESCO sobre la Protección y la Promoción de la Diversidad de las Expresiones Culturales de 2005 se hiciera realidad. La Europa que nosotros amamos ratificó posteriormente esta Convención junto con otros 126 países de todo el mundo. La Europa que nosotros amamos es admirada en todo el mundo porque inició y apoyó esta gran iniciativa.
FIRMA LA PETICIÓN DE CINEASTAS EUROPEOS
¡LA EXCEPCIÓN CULTURAL NO ES NEGOCIABLE!
El 13 de mayo puede convertirse en un importante – y también escandaloso - punto de inflexión en la construcción europea.
Ése fue el día en que la Comisión Europea, bajo la dirección del Comisario Karel de Gucht, decidió pisotear la excepción cultural y adoptar un borrador de mandato de negociación que incluye a los servicios audiovisuales y cinematográficos en las negociaciones comerciales UE-EE.UU. que comienzan este verano.
Están ya olvidadas las apasionadas palabras del Presidente Barroso del año 2005: “en una escala de valores la cultura va antes que la economía”. También lo están las declaraciones de amor al Cine del Presidente Barroso cuando los directores se vieron forzados a defender el Programa MEDIA. ¿Y qué ha sido del eslogan de la Comisión “Europa ama al cine”?
Unos pocos meses antes de que termine su presidencia, no entendemos qué huella quiere dejar el señor Barroso en la historia europea. Hasta el momento, desafortunadamente, predomina la imagen de la renuncia cultural. Parece también que ha olvidado su propia lección de no hace tanto tiempo: “la cultura es la respuesta a la crisis”
Seamos francos: el mandato de negociación propuesto es una renuncia. Es una capitulación y un punto de ruptura.
Hace 20 años, la voluntad común de apoyar la creación y promover su diversidad se forjó aquí en Europa.
La cultura está en el corazón mismo de los ideales de la identidad europea.
Hace 20 años, la excepción cultural irrumpió en la escena internacional, llevando al reconocimiento de un estatus específico para las obras audiovisuales ya que no son bienes como los demás y por lo tanto deben ser excluidos de las negociaciones comerciales.
Hace 20 años, gracias a la excepción cultural que surgió de la batalla de los acuerdos del GATS, a la creación y a la diversidad lingüística se les concedió el derecho a continuar beneficiándose de las reglas dirigidas a protegerlas y apoyarlas.
El resultado es positivo: la diversidad cultural es ahora una realidad en la mayoría de los lugares de toda Europa. Es lo que permite los intercambios y el entendimiento mutuo y es también un vector para el crecimiento y la creación de empleo.
La Europa que nosotros amamos trabajó duro para conseguir que la Convención de la UNESCO sobre la Protección y la Promoción de la Diversidad de las Expresiones Culturales de 2005 se hiciera realidad. La Europa que nosotros amamos ratificó posteriormente esta Convención junto con otros 126 países de todo el mundo. La Europa que nosotros amamos es admirada en todo el mundo porque inició y apoyó esta gran iniciativa.
Con la adopción del mandato de negociación, que reduciría la cultura a nada más que a una mercancía, la Comisión Europea (excepto los tres Comisarios que votaron en contra) ha abandonado su posición a favor de la excepción cultural, yendo de esta manera en contra de sus propios objetivos y de sus previos compromisos, y demostrando una nefasta duplicidad.
Nosotros refutamos esta Europa que está dispuesta a abandonar los principios de la Convención, y en particular el principio de la soberanía cultural de los Estados.
Frente a los Estados Unidos donde la industria del entretenimiento es la segunda mayor fuente de las exportaciones, la liberalización del sector audiovisual y cinematográfico llevará a la destrucción de todo lo que hasta ahora había protegido, promovido y ayudado a desarrollar las culturas europeas. Esta política, junto con la concesión de ventajas fiscales excesivas a los campeones digitales estadounidenses, sorprendentemente parece como un deseo consciente de llevar a la cultura europea al borde del desastre.
Aquellos que, en el nombre de Europa, hayan aceptado esta renuncia serán siempre culpables a los ojos de la historia. La diversidad cultural no debe ser solo una herramienta de negociación. Debe seguir siendo una ambición, una demanda legítima, y un compromiso.
Nosotros refutamos esta Europa que está dispuesta a abandonar los principios de la Convención, y en particular el principio de la soberanía cultural de los Estados.
Frente a los Estados Unidos donde la industria del entretenimiento es la segunda mayor fuente de las exportaciones, la liberalización del sector audiovisual y cinematográfico llevará a la destrucción de todo lo que hasta ahora había protegido, promovido y ayudado a desarrollar las culturas europeas. Esta política, junto con la concesión de ventajas fiscales excesivas a los campeones digitales estadounidenses, sorprendentemente parece como un deseo consciente de llevar a la cultura europea al borde del desastre.
Aquellos que, en el nombre de Europa, hayan aceptado esta renuncia serán siempre culpables a los ojos de la historia. La diversidad cultural no debe ser solo una herramienta de negociación. Debe seguir siendo una ambición, una demanda legítima, y un compromiso.
¡No es demasiado tarde!
Nosotros continuaremos luchando por la capacidad de Europa de escribir su Historia desde la perspectiva de la diversidad de sus pueblos y culturas; y por la capacidad de los ciudadanos europeos de encontrar respuestas complejas y profundas a los retos actuales.
Los firmantes, originarios de todas partes de Europa, hacemos un llamamiento a los Jefes de Estado europeos para que apoyen la exclusión de los servicios audiovisuales y cinematográficos de las negociaciones comerciales UE-EEUU.
Los firmantes, originarios de todas partes de Europa, hacemos un llamamiento a los Jefes de Estado europeos para que apoyen la exclusión de los servicios audiovisuales y cinematográficos de las negociaciones comerciales UE-EEUU.
viernes, mayo 31, 2013
"Un verano con Mónica", de Ingmar Bergman
En un acantilado colgado sobre el mar Báltico, iluminado por la brumosa luz crepuscular del norte, el caballero y la muerte juegan al ajedrez. Sin prisas, demorando tácitamente el instante definitivo, el caballero se cuestiona su vida dialogando con su oponente. Saber si sus días, su camino, marcado por el fanatismo bélico y sanguinario de las Cruzadas han servido en realidad a una causa verdadera o a un mito sin fundamento: la fe como excusa vital: la duda metafísica, religiosa, puntal del cine de Bergman, se retrata magistralmente en "El Séptimo Sello".
"Un verano con Mónica", dos fugitivos en el Paraíso de la naturaleza huyendo del Infierno de la ciudad, sensualidad y pasión en un entorno costero tan desnudo como hermoso: dos jóvenes que no necesitan nada más que el amor mutuo: dos expulsados tras el robo de la fruta prohibida, en un paralelismo bíblico innegable. La pregunta que tiene que dilucidar el joven Harry (Lars Ekborg) es si aquel verano en que abandonó todo por Mónica (Harriet Andersson) para ser más tarde abandonado él mismo, mereció o no la pena (Mónica mira hacía la cámara acercándose hasta el primer plano: no me juzgues, no me importa: "Monika, the story of a bad girl" fue el título elegido en Estados Unidos, un título tan escandaloso como trivializante, que invita al espectador a confundir las intenciones de la historia). Saber si aquel tiempo dulce como un sueño y del que despertó para caer en una pesadilla, será capaz por sí solo de justificar una existencia que se aventura gris y desesperada. Y la respuesta es que sí, que es mucho peor no haber amado.
Obra maestra.
Cherchez la femme.
"Un verano con Mónica", dos fugitivos en el Paraíso de la naturaleza huyendo del Infierno de la ciudad, sensualidad y pasión en un entorno costero tan desnudo como hermoso: dos jóvenes que no necesitan nada más que el amor mutuo: dos expulsados tras el robo de la fruta prohibida, en un paralelismo bíblico innegable. La pregunta que tiene que dilucidar el joven Harry (Lars Ekborg) es si aquel verano en que abandonó todo por Mónica (Harriet Andersson) para ser más tarde abandonado él mismo, mereció o no la pena (Mónica mira hacía la cámara acercándose hasta el primer plano: no me juzgues, no me importa: "Monika, the story of a bad girl" fue el título elegido en Estados Unidos, un título tan escandaloso como trivializante, que invita al espectador a confundir las intenciones de la historia). Saber si aquel tiempo dulce como un sueño y del que despertó para caer en una pesadilla, será capaz por sí solo de justificar una existencia que se aventura gris y desesperada. Y la respuesta es que sí, que es mucho peor no haber amado.
Obra maestra.
Cherchez la femme.
miércoles, mayo 08, 2013
"Sueños de un seductor", de Herbert Ross
¿Quién liga más, Humphrey Bogart o Woody Allen? ¿Qué modelo masculino tiene más posibilidades de salir emparejado de una discoteca, el distante o el gracioso? ¿El canalla castigador o el buenazo vulnerable? Porque ninguno de los dos es un adonis, para qué nos vamos a engañar: Bogart más fotogénico, eso sí, o, al menos, dotado de mejor percha para llevar sombreros y gabardinas además de una oportuna ausencia de dioptrías: gansters contra gafapastas, eterno combate. O no. Rick se despide de Ilsa para siempre, pierde lo que más desea empujándola a tomar un avión, pero ningún espectador duda de su victoria mientras él se aleja en compañía del capitán Louis Renault, a punto de celebrar su recién iniciada amistad. Allan (o Allen) desvanecerá finalmente las diferencias con su contrario, con su anhelo y su inspiración, al darse cuenta de que la estética del perdedor es la que realmente cultivó Bogart en su mítico Café Américain.
Play it again, Sam, tócala otra vez, la frase más famosa de "Casablanca" de Michael Curtiz: la más famosa y la que nunca se pronuncia: play it, Sam, le pide Ingrid Bergman al pianista interpretado por Dooley Wilson, que cantaba estupendamente "As Times Goes By" pero que no sabía tocar el piano: cántala pero no la toques de nuevo, amigo, eso será imposible. Sin embargo la frase play it again, Sam se volvió un ruego de uso popular, hizo fortuna, porque Woody Allen tituló así la obra de teatro en la que se basa la película. Vamos a ver "Casablanca" otra vez, Sam, vamos a verla una y mil veces, again and again, atrapados en la atmósfera de ese celuloide magnético y cautivador: por encima de todo "Sueños de un seductor" es un nítido homenaje cinéfilo. Y hacía mucho que no la veía pero he comprobado que me sigo riendo con ella. Gran Woody.
Diane Keaton inicia en "Sueños de un seductor" su trayectoria cinematográfica junto a Woody Allen, formando una de las parejas más perfectas que se hayan plasmado en fotogramas: química completa. De hecho la actriz ya había realizado el papel de Linda en la obra de teatro, había triunfado en Broadway, y el mismo año en que rodó "Sueños de un seductor" interpretó a Kay, la novia de Michael Corleone, para Francis Ford Coppola en "El Padrino": directa hacia las estrellas. La década de los 70 fue de intenso trabajo junto a Woody Allen, tarea que culminó con el Oscar por "Annie Hall". La última en la que Keaton actuó a las ordenes del director neoyorquino fue "Misterioso asesinato en Manhattan", hace veinte años. Sí, ya llovió desde aquello, pero ambos, cada uno por su lado, siguen rodando y rodando. ¿Qué tal juntarse a hacer otra película y comprobar que los rescoldos aún dan calor? Desde luego que convencer a Mia Farrow iba a ser mucho más complicado.
Play it again, Sam, tócala otra vez, la frase más famosa de "Casablanca" de Michael Curtiz: la más famosa y la que nunca se pronuncia: play it, Sam, le pide Ingrid Bergman al pianista interpretado por Dooley Wilson, que cantaba estupendamente "As Times Goes By" pero que no sabía tocar el piano: cántala pero no la toques de nuevo, amigo, eso será imposible. Sin embargo la frase play it again, Sam se volvió un ruego de uso popular, hizo fortuna, porque Woody Allen tituló así la obra de teatro en la que se basa la película. Vamos a ver "Casablanca" otra vez, Sam, vamos a verla una y mil veces, again and again, atrapados en la atmósfera de ese celuloide magnético y cautivador: por encima de todo "Sueños de un seductor" es un nítido homenaje cinéfilo. Y hacía mucho que no la veía pero he comprobado que me sigo riendo con ella. Gran Woody.
Diane Keaton inicia en "Sueños de un seductor" su trayectoria cinematográfica junto a Woody Allen, formando una de las parejas más perfectas que se hayan plasmado en fotogramas: química completa. De hecho la actriz ya había realizado el papel de Linda en la obra de teatro, había triunfado en Broadway, y el mismo año en que rodó "Sueños de un seductor" interpretó a Kay, la novia de Michael Corleone, para Francis Ford Coppola en "El Padrino": directa hacia las estrellas. La década de los 70 fue de intenso trabajo junto a Woody Allen, tarea que culminó con el Oscar por "Annie Hall". La última en la que Keaton actuó a las ordenes del director neoyorquino fue "Misterioso asesinato en Manhattan", hace veinte años. Sí, ya llovió desde aquello, pero ambos, cada uno por su lado, siguen rodando y rodando. ¿Qué tal juntarse a hacer otra película y comprobar que los rescoldos aún dan calor? Desde luego que convencer a Mia Farrow iba a ser mucho más complicado.
domingo, mayo 05, 2013
"Hasta el fin del mundo", de Wim Wenders
Jeanne Moraeu está ciega y Max Von Sydow intenta combatir esa ceguera mediante una máquina que captura visiones ajenas para poder ser inyectadas en el cerebro de otra persona. Más allá aún, pues una evolución de la máquina permitiría registrar los sueños, rodaje del subconsciente dormido, para poder visualizarlos posteriormente. Pocas veces recordamos lo que soñamos: la fábrica de sueños genera muchas imágenes que se pierden irremediablemente, como esas películas que no se estrenan nunca, enlatadas hasta pudrirse. Ver esa parte prohibida, abrir una carta que no recordábamos haber escrito y que acabó perdida en un cajón, se revela una tarea adictiva para el usuario de la máquina. Ver más, seguir mirando. No es extraño. ¿No son las drogas alucinógenas un hábito irresistible? ¿No lo ha de ser también la alucinación de uno mismo? ¿No es el cine una adicción?
Esa parte de "Hasta el fin de mundo" sería suficiente para salvar una película que resulta prescindible en la mayoría de su metraje (excesivo, además). Una gran producción para los años de la caída del Muro (estrenada en 1991), con vocación internacional, director de prestigio y reparto de estrellas, que mueve la trama por todo el planeta apoyada en la ilusión de libertad de la demolición del sistema comunista soviético, pero que sigue teniendo los mismos temores de destrucción total, representados ahora por un satélite nuclear indio: la bomba no era sólo cosa de dos. Ese recorrido se sitúa en el futuro, en el año 1999, fin de milenio, y la acción pasa por múltiples puntos del globo (15 ciudades de siete países de cuatro continentes) como buscando algo que merezca la pena salvar. Finaliza en mitad del desierto australiano, con los aborígenes y su Tiempo del Sueño: a principios de los noventa el New Age pegaba fuerte. La trama llega, por fin, a Australia, hasta Jeanne Moreau y Max Von Sydow, y también llega el cine y su metáfora vital. Aparece la película que debe ser y se deja atrás toda la morralla intrascendente.
Porque la mezcla de cine negro con la ciencia ficción funciona bastante mal en esta película, sobre todo por tener un guión deslavazado y unas interpretaciones poco convincentes (el detective privado que aparece en ella es el más patético que yo haya visto nunca, aunque tiene un gran acierto, una intuición vidente como pocas: el ordenador para buscar personas: las compras electrónicas, las cámaras CCTV: el detective trabaja sin salir de su despacho en los tiempos que anteceden a Internet). Aún así, la película tiene momentos de gran cine, como el referido al comienzo de esta entrada: película de destellos, como los tenían incluso las peores películas de Nicholas Ray, el director amado por Wim Wenders ("Hasta el fin del mundo" se titula así por las palabras finales de "Rey de reyes" de Nicholas Ray: la relación Ray-Wenders merecerá pronto gran atención por mi parte). Y también posee una buena banda sonora, con la inclusión de temas de muchos de los mejores grupos de la época.
Solveig Dommartin enganchada a sus sueños. En realidad, a una pantalla a pilas que sujeta en su mano y de la que no puede apartar la vista. Eso sí que fue una buena premonición. En la actualidad el pulgar se desliza hacia arriba y hacia abajo por la pantalla del teléfono móvil, desgranando las cuentas de un rosario tecnológico: el chip es el dios único. Reuniones de personas en las que ninguna habla, atareados en recibir mensajes de remotos desconocidos, gilipolleces de menos de un par de frases, cuanto más corta la tontería mejor, encorvados sobre la palma de su mano, mirando al suelo en vez de al que tiene enfrente, que con suerte estará haciendo la misma imbecilidad que su compañero de mesa, porque como intente entablar una charla amigable, la decepción y la incredulidad serán su única compañía. ¿Adictos a qué? A la mediocridad más absurda, a la frase banal.
"París, Texas", "El amigo americano", "El cielo sobre Berlín",...
¡Ojo! Que nadie se meta con Wenders, ¡que no me lo toque nadie!
Entonces no quedará sino batirnos... Liarnos a escopetazos, en fin.
Esa parte de "Hasta el fin de mundo" sería suficiente para salvar una película que resulta prescindible en la mayoría de su metraje (excesivo, además). Una gran producción para los años de la caída del Muro (estrenada en 1991), con vocación internacional, director de prestigio y reparto de estrellas, que mueve la trama por todo el planeta apoyada en la ilusión de libertad de la demolición del sistema comunista soviético, pero que sigue teniendo los mismos temores de destrucción total, representados ahora por un satélite nuclear indio: la bomba no era sólo cosa de dos. Ese recorrido se sitúa en el futuro, en el año 1999, fin de milenio, y la acción pasa por múltiples puntos del globo (15 ciudades de siete países de cuatro continentes) como buscando algo que merezca la pena salvar. Finaliza en mitad del desierto australiano, con los aborígenes y su Tiempo del Sueño: a principios de los noventa el New Age pegaba fuerte. La trama llega, por fin, a Australia, hasta Jeanne Moreau y Max Von Sydow, y también llega el cine y su metáfora vital. Aparece la película que debe ser y se deja atrás toda la morralla intrascendente.
Porque la mezcla de cine negro con la ciencia ficción funciona bastante mal en esta película, sobre todo por tener un guión deslavazado y unas interpretaciones poco convincentes (el detective privado que aparece en ella es el más patético que yo haya visto nunca, aunque tiene un gran acierto, una intuición vidente como pocas: el ordenador para buscar personas: las compras electrónicas, las cámaras CCTV: el detective trabaja sin salir de su despacho en los tiempos que anteceden a Internet). Aún así, la película tiene momentos de gran cine, como el referido al comienzo de esta entrada: película de destellos, como los tenían incluso las peores películas de Nicholas Ray, el director amado por Wim Wenders ("Hasta el fin del mundo" se titula así por las palabras finales de "Rey de reyes" de Nicholas Ray: la relación Ray-Wenders merecerá pronto gran atención por mi parte). Y también posee una buena banda sonora, con la inclusión de temas de muchos de los mejores grupos de la época.
Solveig Dommartin enganchada a sus sueños. En realidad, a una pantalla a pilas que sujeta en su mano y de la que no puede apartar la vista. Eso sí que fue una buena premonición. En la actualidad el pulgar se desliza hacia arriba y hacia abajo por la pantalla del teléfono móvil, desgranando las cuentas de un rosario tecnológico: el chip es el dios único. Reuniones de personas en las que ninguna habla, atareados en recibir mensajes de remotos desconocidos, gilipolleces de menos de un par de frases, cuanto más corta la tontería mejor, encorvados sobre la palma de su mano, mirando al suelo en vez de al que tiene enfrente, que con suerte estará haciendo la misma imbecilidad que su compañero de mesa, porque como intente entablar una charla amigable, la decepción y la incredulidad serán su única compañía. ¿Adictos a qué? A la mediocridad más absurda, a la frase banal.
"París, Texas", "El amigo americano", "El cielo sobre Berlín",...
¡Ojo! Que nadie se meta con Wenders, ¡que no me lo toque nadie!
Entonces no quedará sino batirnos... Liarnos a escopetazos, en fin.
domingo, abril 28, 2013
"La noche americana", de François Truffaut
Eres un actor excelente.
Sé que la vida privada cuenta, pero siempre renquea.
El cine es más bello que la vida, no hay atascos ni tiempos muertos.
Avanza como un tren atravesando la noche.
Hemos nacido para ser felices con nuestro trabajo, haciendo cine.
Confío en ti.
Así le habla Ferrand (François Truffaut) a Alphonse (Jean-Pierre Léaud), dulcemente pero con decisión: el director convenciendo al actor de que la vida real es un paréntesis, de que lo único que cuenta es hacer la película. Más importante que la vida:. Moi, j'aime le cinema. Y pocos ejemplos de la mezcla de vida y cine como el caso de Jean-Pierre Léaud, transposición al celuloide de Truffaut. Porque el director francés es el que era en realidad Antoine Doinel en "Los cuatrocientos golpes" y lo siguió siendo en las películas en las que Léaud volvió a interpretar a Doinel: 20 años entre "Los cuatrocientos golpes" y "El amor en fuga". Confundir ficción y realidad, convertir una cosa en la otra hasta identificarlas, igual que el recurso de la noche americana convierte el día en noche colocando un filtro delante de la cámara.
"La noche americana" es la película de un rodaje. Mostrar el trabajo del rodaje, ni más ni menos, sin pretensiones artísticas más elevadas, apuntando al cine clásico estadounidense más que a la nouvelle vague, y sin caer en la nostalgia ("La noche americana" recuerda a "Intervista" de Federico Fellini, pero François Truffaut acababa de cumplir 40 años cuando rodó su película y aún era pronto para melancolías: hace poco leía a Francisco Machuca distinguiendo con maestría nostalgia de melancolía: la nostalgia implica un deseo de retorno, la melancolía sabe que ese pasado se ha perdido: creo que en Fellini se daban ambas). El rodaje como interrupción de la vida cotidiana para un conjunto de personas que entran en un mundo irreal, absurdo y alternativo como un campamento de verano. Una filmación es un trabajo en equipo donde todos son importantes y nadie es imprescindible: ante cualquier dificultad se improvisa sobre la marcha y si se diera el caso más extremo, si, por ejemplo, uno de los protagonistas fallece (tal cual), se adapta el guión o se filma a un doble de espaldas: la película se termina sí o sí. Aparecen todas las especialidades implicadas en un rodaje, todos los gremios que luego se agruparán en los créditos, esa parte de la proyección de la que nunca hay que levantarse hasta que haya aparecido el último nombre y se encienda la luz de la sala. De todos ellos, los más neuróticos serán los actores, si bien hay que tener en cuenta que su labor es la que más críticas recibe, un juicio del público que no termina nunca, que se renueva cada vez que la película se vuelve a ver por un espectador primerizo, incluso décadas después. Una mala actuación en una película de cine: ni siquiera la muerte apacigua esa condena.
Visión feliz de la profesión del cine, abierta declaración de amor: Truffaut sueña con un niño que se acerca por la noche a la puerta de un cine para robar afiches de "Ciudadano Kane": la esperanza de igualar a los mitos, de acercarse al óptimo, de superación constante. El director recibe un paquete de libros y de él salen portadas con los nombres de Buñuel, Dreyer, Lubitsch, Bergman, Godard, Hitchcock, Rossellini, Hawks, Bresson,... Nunca se verá en una película una proclama de admiración cinéfila tan simple y profunda como ésta. El apellido Truffaut se colocó, con toda justicia, junto al de todos ellos.
domingo, abril 21, 2013
"Contra la pared", de Fatih Akin
Pendiente desde hace años, los ocho que lleva este blog abierto, nada más. Atando cabos sueltos resuelvo una expectativa que no se ha visto defraudada: una de las mejores películas que he contemplado últimamente.
Entre Hamburgo y Estambul se desarrolla esta historia de amor a quemarropa, de personajes desahuciados, autodestructivos, siempre a punto de tirar de la espoleta del final más trágico. Esas dos ciudades representan dos modelos culturales, dos polos situados en extremos opuestos: del movimiento punk a la tradición islámica: del individualismo nihilista y epicúreo, a la familia y sus reglamentos rígidos, tan protectores como excluyentes: la asfixia del hogar paterno frente a la liberación definitiva del concierto de rock. ¿Dónde se desatarán mejor las emociones, la angustia de la intensidad vital de la juventud, si no es en el gran teatro del rock? Escribe Servando Rocha en su imprescindible ensayo sobre el punk titulado "Agotados de esperar el fin" que 'En el caso del estilo punk estamos ante una subcultura que, paralelamente, se transformó casi de manera inmediata en una contracultura (oposición/proposición) al difundir una ética y un modo de hacer las cosas que impugnaba instancias culturales tan elevadas como los conceptos de artista, industria o comunicación. Finalmente, y en gran medida, el estilo punk cuestionó la autoridad, (...)'. Oposición, destrucción y renacimiento.
El punk lo cambió todo y murió el día en que "The Clash" firmó con CBS, como todo el mundo sabe.
Pero punk is not dead!, grita Cahit (Birol Ünel), punki crepuscular, en pleno éxtasis pogo junto a Sibel (Sibel Kekilli), la chica que encarna el deseo feroz de ser punk, redimidos los dos por la energía del rock a todo volumen (la banda sonora de la cinta realiza contrapuntos certeros entre guitarrazos amplificados y el folk turco: la mezcla enriquece). Ay, el punk es un pecado de juventud: la sociedad termina colocándote una corbata o arrojándote al arroyo. O ambas cosas.
¿Tradición o modernidad? Fatih Akin pone en la balanza, en el telón de fondo de esta pasión amorosa, la misma cuestión que expondría más tarde en otra excelente película, "Al otro lado". La respuesta será que el que busca el extremo se termina por despeñar y las buenas intenciones pavimentan el camino del infierno. Pero a mí me ha parecido que la moraleja, como en aquel "Surcos" de José Antonio Nieves Conde, es que el terruño tira mucho.
Entre Hamburgo y Estambul se desarrolla esta historia de amor a quemarropa, de personajes desahuciados, autodestructivos, siempre a punto de tirar de la espoleta del final más trágico. Esas dos ciudades representan dos modelos culturales, dos polos situados en extremos opuestos: del movimiento punk a la tradición islámica: del individualismo nihilista y epicúreo, a la familia y sus reglamentos rígidos, tan protectores como excluyentes: la asfixia del hogar paterno frente a la liberación definitiva del concierto de rock. ¿Dónde se desatarán mejor las emociones, la angustia de la intensidad vital de la juventud, si no es en el gran teatro del rock? Escribe Servando Rocha en su imprescindible ensayo sobre el punk titulado "Agotados de esperar el fin" que 'En el caso del estilo punk estamos ante una subcultura que, paralelamente, se transformó casi de manera inmediata en una contracultura (oposición/proposición) al difundir una ética y un modo de hacer las cosas que impugnaba instancias culturales tan elevadas como los conceptos de artista, industria o comunicación. Finalmente, y en gran medida, el estilo punk cuestionó la autoridad, (...)'. Oposición, destrucción y renacimiento.
El punk lo cambió todo y murió el día en que "The Clash" firmó con CBS, como todo el mundo sabe.
Pero punk is not dead!, grita Cahit (Birol Ünel), punki crepuscular, en pleno éxtasis pogo junto a Sibel (Sibel Kekilli), la chica que encarna el deseo feroz de ser punk, redimidos los dos por la energía del rock a todo volumen (la banda sonora de la cinta realiza contrapuntos certeros entre guitarrazos amplificados y el folk turco: la mezcla enriquece). Ay, el punk es un pecado de juventud: la sociedad termina colocándote una corbata o arrojándote al arroyo. O ambas cosas.
¿Tradición o modernidad? Fatih Akin pone en la balanza, en el telón de fondo de esta pasión amorosa, la misma cuestión que expondría más tarde en otra excelente película, "Al otro lado". La respuesta será que el que busca el extremo se termina por despeñar y las buenas intenciones pavimentan el camino del infierno. Pero a mí me ha parecido que la moraleja, como en aquel "Surcos" de José Antonio Nieves Conde, es que el terruño tira mucho.
sábado, abril 13, 2013
Libro. "El Señor de los Anillos", de J. R. R. Tolkien
Tres Anillos para los Reyes Elfos bajo el cielo...
No, no voy a comentar este libro: ya debería haberlo leído el que no lo haya hecho aún. Y, por supuesto, no basta con haber visto la magnífica trilogía cinematográfica dirigida por Peter Jackson para acercarse a la obra de este genial escritor: la imaginación hay que desbordarla llenándola con las palabras del libro, hasta que se alcance el punto de no saber a ciencia cierta en qué mundo se habita, si en el real o en el fantástico. O mejor aún, que la pregunta no tenga sentido: el tao literario, el lector transportado. Inmersión profunda.
Felicidades, pequeño (ya no tanto) Licantropunk, en tu octavo cumpleaños. Ocho años de blog van y la cifra alcanzada empieza a ser preocupante por amplia. ¿Inmovilismo? ¿Inercia? ¿La fuerza de la costumbre? No lo sé, no me importa, porque, como sucede cuando lees a Tolkien, al escribir también la mente se fuga, evasión buscando palabras como otros buscan setas, y, establecido el paralelismo micológico, si esas setas fueran alucinógenas uno podría pensar que la escritura es una actividad que genera adicción. Será eso. El pensamiento se centra pertinaz en un asunto y ahí quedan luego cuatro lineas mal escritas, que a ver si para otra vez me sale mejor. Para colmo, en ocasiones alguien más las lee y recibes la increíble recompensa de un comentario. Muchas gracias a todos los que han pasado por este rincón, amigos míos.
La persona que sabe todas las fechas me entrega hoy un fantástico regalo, el libro que da nombre a esta entrada en una magnífica edición ilustrada por Alan Lee. Sólo con ver la portada dan ganas de volver a sumergirse. La lectura, eso fijo que es adictivo. Leer no es un pasatiempo, no, es una necesidad.
viernes, abril 05, 2013
"Los últimos días", de Alex Pastor y David Pastor
"They're here, the end times"
Saul Goodman
"Breaking Bad"
Temporada 4, Episodio 12, "End times"
Temporada 4, Episodio 12, "End times"
El astuto abogado de Walter White (Bryan Craston), Saul Goodman (interpretado a la perfección por Bob Odenkirk: uno de los mejores personajes que ofrece la serie: Better call Saul!) anticipaba en su afirmación la certeza antigua de que el tortuoso camino delictivo trazado a lo largo de la serie "Breaking Bad" había llegado a un desgraciado final en aquel capítulo: este asunto no podía terminar bien. Lo mismo debe haber pensado el cine español, ya que en los últimos tiempos parece haberse asomado al cine apocalíptico y de catástrofe global: "Fin" de Jorge Torregrossa o "Extraterrestre" de Nacho Vigalondo" o, en cierta medida, "Lo imposible" de Juan Antonio Bayona, serían ejemplos de esa tendencia.
En "Los últimos días", una distopía futurista ubicada en un posible presente, una plaga asuela la civilización occidental. Ese mal funciona como alegoría de una sociedad aséptica y climatizada, pulida tecnológicamente hasta el mínimo detalle de confort y disponibilidad. Toda actividad se puede realizar cómodamente desde casa: trabajar, hacer la compra, incluso ligar. ¿Para qué salir? Se vive de espaldas a la naturaleza pero esquilmándola con codicia irreparable, desenfrenada: la venganza será terrible: volver a la caverna y dejar que el bosque inunde el asfalto (como sucede en Pripyat, la ciudad abandonada tras el accidente de Chernobyl y que ahora está poblada por animales salvajes de todo tipo, tranquilos ante la ausencia de la peor plaga, el hombre). Sin embargo el retorno a Pachamama no implica alcanzar la condición benigna del buen salvaje. Salvaje y punto: acuciado por la necesidad el amable vecino se vuelve un bárbaro, un animal acorralado dispuesto al asesinato y al robo y que teme constantemente ser presa de otro: ahora sí que vas a a tener stress por algo cierto y no por obsesiones paranoicas. Esa aparición de los peores instintos en situaciones críticas de pandemia ya quedó patente en "A ciegas" de Fernando Meirelles, película con un punto de arranque parecido al de "Los últimos días", o en las terribles "La carretera" de John Hillcoat (si "A ciegas" se basaba en un escrito de José Saramago, "La carretera" lo hacía en uno de Cormac McCarthy: así es difícil hacer un mal guión) y "El tiempo del lobo" de Michael Haneke: devorar al resto de la especie a falta de otra cosa que llevar a la mesa.
"Los últimos días" es una película de buena factura, entretenida y vibrante. La acción se sitúa en escenarios de Barcelona, de los que están a la vista y de los que no: underground poblado de masas de refugiados, en alcantarillas y túneles de metro: el hombre transformado en rata de cloaca, al fin. La trama adolece de un guión hollywoodiense (emociones fáciles y acciones inverosímiles) pero es una tara que se puede perdonar porque la película no aburre y sabe mantener la tensión desde el primer momento: una road movie caminada, una odisea urbana llena de complicaciones: Ulises buscando a Penélope, aquella del bolso de piel marrón, los zapatos de tacón y (Barcelona..., Serrat..., está claro..., ¿o no?) el vestido de domingo.
Y al final... ¿eso es de "Mad Max III"?
We don't need another hero, my friend.
miércoles, marzo 27, 2013
"Tenemos que hablar de Kevin", de Lynne Ramsay
Las miradas cinematográficas alrededor de las masacres escolares estadounidenses (una extensa lista de sucesos), esas tragedias estrepitosas que nos dejan sin habla y que de vez en cuando nos asaltan en el telediario. Concretando el enfoque en la famosa matanza del instituto Columbine, se cuentan dos películas excelentes, de formato muy distinto. En una esquina "Bowling for Columbine", de Michael Moore, realizada en un rompedor estilo documental y egocéntrico, y en el rincón opuesto "Elephant", de Gus Van Sant, no menos sorprendente en su profundo lirismo desapasionado y nihilista. Esta última infiltraba una cámara en el instituto, fantasma que recorría pasillos y se asomaba a las estancias escolares, observando a sus jóvenes habitantes, llenos de problemas existenciales y dudas vitales, adolescentes que aún no saben que para que te acepten primero hay que conseguir aceptarse a uno mismo. La de Michael Moore, por otro lado, ampliaba mucho más el ángulo de visión y rastreaba las causas de tanta violencia, un lastre traumático fundacional que había moldeado una sociedad paranoica y asustadiza, dispuesta más al dispara primero y pregunta después que a la obviedad de lo contrario. En "Ultimátum a la tierra", cinta de ciencia ficción dirigida por Robert Wise en 1951, un extraterrestre desciende de su platillo volante, aterrizado en pleno Washington, proclamando tópicamente que viene en son de paz: el primer saludo que recibe, acto seguido, es un balazo en el pecho. Pero volvamos a los chavales, al pánico al futuro, desbocado en tendencias suicidas o violentas, o en la idea de la fuga: irse de casa, buscar el cambio, ser otro. Ese miedo lo retrataba in extremis y lo proyectaba como un arma mutante homicida Brian de Palma en la clásica "Carrie": la tensión sexual no resuelta, acumulada en décadas de bailes de fin de curso, se libera indomable. Un ejemplo mucho más cotidiano de la búsqueda desesperada de aceptación, de pertenencia a un grupo a cualquier precio, lo muestra la excelente "This is England", de Shane Meadows: botas Doc Martens y cráneos rapados: rudas señas de identidad.
En "Tenemos que hablar de Kevin", al fin, los motivos del asesino jovenzuelo (la "jumentud" que decía un añorado maestro) se desmarcan de cualquier razonamiento y se determinan inherentes al ser, adquiridas por nacimiento (o por, qué curioso, la fiesta de la Tomatina de Buñol que aparece al comienzo de la cinta: charcos de zumo de tomate como remedo alegórico de los ríos de sangre por desbordar: ¿Tomating for Columbine?). Alumbrar un pequeño Damian al que sólo le falta un 666 tatuado en el cuero cabelludo, de modo que esta school shooting massacre parece más una de terror que de análisis social. Y el terror siempre es exagerado. Pero "Tenemos que hablar de Kevin" ofrece un punto de vista novedoso: la madre del asesino: vidas arrasadas por actos ajenos de los que sin embargo se es causa motriz y primera. En ese papel Tilda Swinton carga de modo abrupto y sin contemplaciones (Sísifo maternal) con penas desgarradoras y rencores eternos, arrojando al celuloide una actuación para recordar.
En "Tenemos que hablar de Kevin", al fin, los motivos del asesino jovenzuelo (la "jumentud" que decía un añorado maestro) se desmarcan de cualquier razonamiento y se determinan inherentes al ser, adquiridas por nacimiento (o por, qué curioso, la fiesta de la Tomatina de Buñol que aparece al comienzo de la cinta: charcos de zumo de tomate como remedo alegórico de los ríos de sangre por desbordar: ¿Tomating for Columbine?). Alumbrar un pequeño Damian al que sólo le falta un 666 tatuado en el cuero cabelludo, de modo que esta school shooting massacre parece más una de terror que de análisis social. Y el terror siempre es exagerado. Pero "Tenemos que hablar de Kevin" ofrece un punto de vista novedoso: la madre del asesino: vidas arrasadas por actos ajenos de los que sin embargo se es causa motriz y primera. En ese papel Tilda Swinton carga de modo abrupto y sin contemplaciones (Sísifo maternal) con penas desgarradoras y rencores eternos, arrojando al celuloide una actuación para recordar.
domingo, marzo 24, 2013
"Los Croods", de Kirk de Micco y Chris Sanders
En 1981 el realizador francés Jean-Jacques Annaud ("El nombre de la rosa", "El oso", "Enemigo a las puertas": director avezado en ambientes cinematográficos rematados con perfección extraordinaria) dirigió "En busca del fuego", una aventura prehistórica en la que se mostraban cómo podrían ser los encuentros entre distintas especies homo que, a pesar de estar situadas en escalones evolutivos distintos, compartieran el mismo ecosistema: neanderthales y sapiens caminan por territorios comunes y llegan a conocerse bien: conocerse hasta en el sentido bíblico del término, incluso con éxito reproductor como recientemente ha sido demostrado: el abuelo era un troglodita de mandíbula poderosa y frente huidiza capaz de estrujarte de un abrazo. En "En busca del fuego" se procuró que los personajes se comunicaran y se comportaran como sería de esperar desde el punto de vista antropológico más ortodoxo y científico: ni un gruñido de más (Ron Perlman, por cierto, debutaba ante las cámaras como un neanderthal sin exceso de maquillaje). Habrá que volver a verla para comprobar si el celuloide prehistórico resiste la prueba del carbono 14. En su día me gustó mucho.
"Los Croods" también escenifica el choque cultural neanderthal versus sapiens, como si fuera un remake de la de Annaud, pero pulverizando cualquier intento de emular una portada de la revista Science. De hecho las características de la familia Crood, de la fauna que los rodea o de los paisajes por los que vagan, hace pensar que la acción haya sido transportada a otro planeta, más allá de la mítica Pangea. No importa lo más mínimo: no será paleontología lo que aporte la cinta, sino una acción trepidante, muy entretenida y divertida, y repleta de escenarios magníficos (aquellos que, sin embargo, fueron tan denostados de "El árbol de la vida" de Terrence Malick, porque parecían no venir a cuento). Y en el trasfondo, Prometeo y Platón: el fuego y la cueva, resonando con fuerza en un mundo animado (¡y tanto!), penetrando casi sin quererlo en el subconsciente de pequeños espectadores dispuestos a pasar un buen rato frente a la pantalla del cine, no más. Pero ahí queda el poso: la moraleja de confiar en el poder de la razón y vivir sin miedo, mirando hacia el mañana. No es mal consejo el de los Croods.
"Los Croods" también escenifica el choque cultural neanderthal versus sapiens, como si fuera un remake de la de Annaud, pero pulverizando cualquier intento de emular una portada de la revista Science. De hecho las características de la familia Crood, de la fauna que los rodea o de los paisajes por los que vagan, hace pensar que la acción haya sido transportada a otro planeta, más allá de la mítica Pangea. No importa lo más mínimo: no será paleontología lo que aporte la cinta, sino una acción trepidante, muy entretenida y divertida, y repleta de escenarios magníficos (aquellos que, sin embargo, fueron tan denostados de "El árbol de la vida" de Terrence Malick, porque parecían no venir a cuento). Y en el trasfondo, Prometeo y Platón: el fuego y la cueva, resonando con fuerza en un mundo animado (¡y tanto!), penetrando casi sin quererlo en el subconsciente de pequeños espectadores dispuestos a pasar un buen rato frente a la pantalla del cine, no más. Pero ahí queda el poso: la moraleja de confiar en el poder de la razón y vivir sin miedo, mirando hacia el mañana. No es mal consejo el de los Croods.
martes, marzo 19, 2013
"No. Yo soy tu padre"
Darth Vader: "Obi-Wan never told you what happened to your father."
Luke Skywalker: "He told me enough! He told me you killed him!"
Darth Vader: "No. I am your father"
Relación paterno-filial complicada, la de estos dos personajes, una de las más famosas de la historia del cine. El hijo debe matar al padre, dicen los psicoanalistas: simbólicamente, claro. Demoler la jerarquía, igualar la figura paterna y, si es posible, dejarla atrás. El tiempo suele transportar la aceptación: ponerse en el lugar del otro. El hijo será padre algún día.
Los Skywalker se reconcilian, ya en el lecho de muerte, pero más vale tarde que arrastrar la pena de una ocasión perdida, sin solución ni enmienda. A mí, que debo andar cerca de la edad de Darth Vader en sus últimos días, me regalan hoy, ellos, una figura de Luke Skywalker. La miraré y me acordaré de ellos siempre, y espero saber siempre, también, sin ninguna duda, que ellos son lo primero.
En cuanto a la devoción al Emperador..., bueno, en realidad todo ese rollo del lado oscuro y tal, pues tampoco es para tanto, la verdad. Para fardar, si acaso: los canallas ligan más, como todo el mundo sabe.
Luke Skywalker: "He told me enough! He told me you killed him!"
Darth Vader: "No. I am your father"
Luke Skywalker: "No! It's not true! That's Impossible!!"
Darth Vader: "Search on your feelings, you know that is true"
Luke Skywalker: "Noooooooo!!...
Los Skywalker se reconcilian, ya en el lecho de muerte, pero más vale tarde que arrastrar la pena de una ocasión perdida, sin solución ni enmienda. A mí, que debo andar cerca de la edad de Darth Vader en sus últimos días, me regalan hoy, ellos, una figura de Luke Skywalker. La miraré y me acordaré de ellos siempre, y espero saber siempre, también, sin ninguna duda, que ellos son lo primero.
En cuanto a la devoción al Emperador..., bueno, en realidad todo ese rollo del lado oscuro y tal, pues tampoco es para tanto, la verdad. Para fardar, si acaso: los canallas ligan más, como todo el mundo sabe.
lunes, marzo 11, 2013
"Kadosh", de Amos Gitai
La semana pasada estuve leyendo el cómic "Crónicas de Jerusalén" del dibujante canadiense Guy Delisle. De este autor ya había leído otras obras como "Pyongyang" o "Crónicas birmanas". La mujer de Delisle trabaja para Médicos Sin Fronteras y tiene que pasar largas temporadas en algunas de las zonas en las que esta ONG presta servicio: toda la familia de excursión. Ya que estamos aquí, voy a hacer un tebeo, que no se me da nada mal, se dice el artista. El reportaje en viñetas tiene buenos ejemplos, aparte de Tintín. Como "El fotógrafo", las experiencias de Didier Lefèvre en misión fotográfica, también con MSF, en Afganistán, con dibujos de Emmanuel Guibert. O, por supuesto, los trabajos de Joe Sacco, imprescindibles: "Palestina", "Gorazde", "El mediador": hazañas casi bélicas con estilo underground. Los de Guy Delisle se quedan más en una guía para padres en zonas de conflicto cercano: el alquiler, los colegios, los controles de aduanas, los atascos y, por supuesto, los oriundos y su día a día: un diario donde se bosqueja lo extraño cotidiano, un retrato del otro, del que se va a visitar, pergeñado con bastante perspicacia, poco contacto íntimo y exceso de tiempo libre.
En "Crónicas de Jerusalén" se habla de un curioso barrio jerosolimitano, habitado por judíos ultra-ortodoxos, de nombre Mea Shearim: carteles en las calles rechazando a visitantes, turistas y curiosos: sociedad hermética y paranoica, pintoresca y anclada en ritos ancestrales, un grupo humano que hace parecer a los amish de "Unico testigo" de Peter Weir tan amigables como una peña rociera. Merecerá la pena profundizar los rasgos que Delisle ha esbozado superficialmente. Resulta que tengo un pack de películas en DVD del director israelí Amos Gitai que aún no había abierto.
"Kadosh" sorprende desde el inicio. Meïr (Yoram Hattab) se despierta por la mañana y antes de terminar de vestirse ya ha concretado un ingente rosario de rezos y de gestos religiosos: Gracias, Señor, por no haberme creado mujer, murmura calladamente. No le falta razón. Las tres religiones monoteístas que cruzan sus historias en Jerusalén, se distinguen por tratar a la mujer como un personaje de segunda clase, impuro y peligroso para el espíritu del justo. En Mea Shearim, un barrio pobre, son ellas las encargadas de sostener el hogar con su trabajo y de criar a la nutrida descendencia que Dios tenga a bien concederle, mientras que los maridos dedican la jornada al estudio de la Torah, texto bíblico (el Pentateuco cristiano, esencialmente) que debe ser aprendido y después recitado con unas claves precisas de entonación: la palabra, el nombre verdadero de Yahveh ("Pi", de Darren Aronofsky: el que se acerca demasiado al conocimiento divino se pierde irremediablemente). El Talmud, leyes de tradición oral que se extraen de la Torah, conforma un catálogo inmenso de reglas y de normas que rigen y controlan cada aspecto de la vida, hasta el menor detalle. Amplio e implacable. ¿Por qué los preceptos legislativos de un pueblo de pastores de hace tres milenios, códigos descabellados a ojos modernos, dominan una sociedad avanzada? Eso sí que es un misterio religioso digno de estudio.
Las hermanas Rivka (Yaël Abecassis) y Malka (Meital Barda) afrontan su destino: el repudio por esterilidad, el matrimonio por imposición. Un destino triste e inevitable. O no.
Hay otros mundos.
En "Crónicas de Jerusalén" se habla de un curioso barrio jerosolimitano, habitado por judíos ultra-ortodoxos, de nombre Mea Shearim: carteles en las calles rechazando a visitantes, turistas y curiosos: sociedad hermética y paranoica, pintoresca y anclada en ritos ancestrales, un grupo humano que hace parecer a los amish de "Unico testigo" de Peter Weir tan amigables como una peña rociera. Merecerá la pena profundizar los rasgos que Delisle ha esbozado superficialmente. Resulta que tengo un pack de películas en DVD del director israelí Amos Gitai que aún no había abierto.
"Kadosh" sorprende desde el inicio. Meïr (Yoram Hattab) se despierta por la mañana y antes de terminar de vestirse ya ha concretado un ingente rosario de rezos y de gestos religiosos: Gracias, Señor, por no haberme creado mujer, murmura calladamente. No le falta razón. Las tres religiones monoteístas que cruzan sus historias en Jerusalén, se distinguen por tratar a la mujer como un personaje de segunda clase, impuro y peligroso para el espíritu del justo. En Mea Shearim, un barrio pobre, son ellas las encargadas de sostener el hogar con su trabajo y de criar a la nutrida descendencia que Dios tenga a bien concederle, mientras que los maridos dedican la jornada al estudio de la Torah, texto bíblico (el Pentateuco cristiano, esencialmente) que debe ser aprendido y después recitado con unas claves precisas de entonación: la palabra, el nombre verdadero de Yahveh ("Pi", de Darren Aronofsky: el que se acerca demasiado al conocimiento divino se pierde irremediablemente). El Talmud, leyes de tradición oral que se extraen de la Torah, conforma un catálogo inmenso de reglas y de normas que rigen y controlan cada aspecto de la vida, hasta el menor detalle. Amplio e implacable. ¿Por qué los preceptos legislativos de un pueblo de pastores de hace tres milenios, códigos descabellados a ojos modernos, dominan una sociedad avanzada? Eso sí que es un misterio religioso digno de estudio.
Las hermanas Rivka (Yaël Abecassis) y Malka (Meital Barda) afrontan su destino: el repudio por esterilidad, el matrimonio por imposición. Un destino triste e inevitable. O no.
Hay otros mundos.
sábado, marzo 09, 2013
"Restless", de Gus Van Sant
Después de dirigir en el año 2000 "Descubriendo a Forrester" (una película de temática parecida a "El indomable Will Hunting": talentos ocultos), la trayectoria de Gus Van Sant se ha instalado en la muerte: en la muerte y la juventud, realmente. "Gerry", "Elephant", "Last Days", "Paranoid Park", "Mi nombre es Harvey Milk" (Milk no era tan joven cuando lo asesinaron, pero no por eso voy a quitar la película de la lista: la quitaría porque no llega a la altura de las otras del listado) y, por último, "Restless" (último que yo haya visto: hay otra película posterior pendiente de estreno en España, "Promised land": no sé si en esa muere gente). La parca se pasea, implacable, por los fotogramas de este director y, de paso, arroja en el camino los despojos de alguna que otra película formidable: la tetralogía magistral, arriesgada y sorprendente que forman "Gerry", "Elephant", "Last Days" y "Paranoid Park".
"Restless" se queda (quizá anunciando un cambio de ciclo) a medio camino entre las dos facetas que la carrera de Gus Van Sant aparentemente ha mostrado: una con la que parece querer alcanzar a un público más amplio ("El indomable Will Hunting" sería el ejemplo más claro) y otra más preocupada por mostrar su visión cinematográfica más personal (y aquí habría que mencionar "Elephant", esa merecida Palma de Oro de Cannes). En cualquier caso un cineasta coherente que se aleja lo necesario de una línea artística fundamental, de un imaginario propio, recordando a otros autores que lo lograron en el pasado como Luis Buñuel.
La pareja de jóvenes enamorados de "Restless" en vez de carabina llevan rondando cerca a un encapuchado con una guadaña: un trauma infantil y un futuro corto. Una historia de amor con fecha de caducidad, un imposible que palidece ante la construcción del romance juvenil (como la de la reciente "Amor bajo el espino blanco" de Zhang Yimou) más puro y desafectado. Dos adolescentes fuera de juego (ser raro para no ser mediocre) y una tragedia tranquila, para desapacibles tardes hogareñas de invierno, que no invita a la lágrima fácil, no, si no a la aceptación y al carpe diem.
"Restless" se queda (quizá anunciando un cambio de ciclo) a medio camino entre las dos facetas que la carrera de Gus Van Sant aparentemente ha mostrado: una con la que parece querer alcanzar a un público más amplio ("El indomable Will Hunting" sería el ejemplo más claro) y otra más preocupada por mostrar su visión cinematográfica más personal (y aquí habría que mencionar "Elephant", esa merecida Palma de Oro de Cannes). En cualquier caso un cineasta coherente que se aleja lo necesario de una línea artística fundamental, de un imaginario propio, recordando a otros autores que lo lograron en el pasado como Luis Buñuel.
La pareja de jóvenes enamorados de "Restless" en vez de carabina llevan rondando cerca a un encapuchado con una guadaña: un trauma infantil y un futuro corto. Una historia de amor con fecha de caducidad, un imposible que palidece ante la construcción del romance juvenil (como la de la reciente "Amor bajo el espino blanco" de Zhang Yimou) más puro y desafectado. Dos adolescentes fuera de juego (ser raro para no ser mediocre) y una tragedia tranquila, para desapacibles tardes hogareñas de invierno, que no invita a la lágrima fácil, no, si no a la aceptación y al carpe diem.
martes, marzo 05, 2013
"Habemus Papam", de Nanni Moretti
Cuando se estrenó esta película, hace un par de años, supongo que nadie podía ni siquiera sospechar la situación histórica que se está resolviendo en la actualidad. Es común costumbre que los papas no dimiten: mueren, después se escoge a otro y ya está (la espicha el rey, la espicha el papa y de espicharla nadie escapa, asegura la sabiduría popular). Morettí, tan listo, quizás algo se olía. Las dudas que a cualquiera le pueden asaltar al verse encumbrado a símbolo de poder absolutista: omnímodo e infalible: un semidiós terrenal. Encima el reto papal se produce al final de la vida, un cargo a repartir entre candidatos ancianos en su mayoría, más deseosos de reposo que de enredos: el joven ambicioso quedó atrás hace muchos años: los altos cargos en fecha jubilar están por la contemplación, que no la acción y la toma de decisiones: ay, los huesos. La fe y la obediencia obligan al cardenal que se va a vestir de blanco inmaculado, aunque en el fondo no se tenga ni la menor gana.
Benedicto XVI se retira a un monasterio y el cardenal Melville (Michel Piccoli: le recuerdo bien en "Belle de Jour" de Luis Buñuel o en la magnífica "La bella mentirosa" de Jacques Rivette, pero posee una lista interminable de referencias con los mejores directores: de Godard a Hitchcock, de Malle a Berlanga) hace mutis por el foro... romano. No, ser papa no debe estar muy bien pagado.
Nanni Moretti construye de nuevo una trama vitalista, de personajes que siguen adelante partiendo de una situación de angustia o de desesperación. Sin embargo esta vez el guión se apunta algo deslavazado, frágil, hilos argumentales perdidos, casi tanto como el papa electo. Aún así, se asiste a la proyección de la película sin un ápice de desgana ya que la deconstrucción de los muros del Vaticano, esa estructura cerrada y férrea que durante siglos ha sido baluarte de misterios y conspiraciones, que contempla el espectador como un ejercicio subversivo y desmitificador, producen una trama entretenida de risa amable, lejos, eso sí, de aquellas comedias demoledoras y desgarradoras (Moretti te destrozaba mientras sonreías), brillantes e imperecederas, que eran "Caro diario" o "La habitación del hijo".
Cardenales ingenuos, juguetones, con sus pequeños caprichos infantiles, que habitan durante el cónclave en la Casa de Santa Marta y que pasan allí esos días como si aquello fuera un retiro tranquilo, propone Moretti, alejando la más leve sombra conspiratoria: las puñaladas traperas no caben en esta cinta y la gravedad electoral se deja para la sala bajo los frescos más famosos de la historia del arte, los de la Capilla Sixtina.
Habemus Papam. Pues no, aún no.
Hagan sus apuestas (extraído de www.republica.com).
Benedicto XVI se retira a un monasterio y el cardenal Melville (Michel Piccoli: le recuerdo bien en "Belle de Jour" de Luis Buñuel o en la magnífica "La bella mentirosa" de Jacques Rivette, pero posee una lista interminable de referencias con los mejores directores: de Godard a Hitchcock, de Malle a Berlanga) hace mutis por el foro... romano. No, ser papa no debe estar muy bien pagado.
Nanni Moretti construye de nuevo una trama vitalista, de personajes que siguen adelante partiendo de una situación de angustia o de desesperación. Sin embargo esta vez el guión se apunta algo deslavazado, frágil, hilos argumentales perdidos, casi tanto como el papa electo. Aún así, se asiste a la proyección de la película sin un ápice de desgana ya que la deconstrucción de los muros del Vaticano, esa estructura cerrada y férrea que durante siglos ha sido baluarte de misterios y conspiraciones, que contempla el espectador como un ejercicio subversivo y desmitificador, producen una trama entretenida de risa amable, lejos, eso sí, de aquellas comedias demoledoras y desgarradoras (Moretti te destrozaba mientras sonreías), brillantes e imperecederas, que eran "Caro diario" o "La habitación del hijo".
Cardenales ingenuos, juguetones, con sus pequeños caprichos infantiles, que habitan durante el cónclave en la Casa de Santa Marta y que pasan allí esos días como si aquello fuera un retiro tranquilo, propone Moretti, alejando la más leve sombra conspiratoria: las puñaladas traperas no caben en esta cinta y la gravedad electoral se deja para la sala bajo los frescos más famosos de la historia del arte, los de la Capilla Sixtina.
Habemus Papam. Pues no, aún no.
Hagan sus apuestas (extraído de www.republica.com).
jueves, febrero 28, 2013
"Blue Valentine", de Derek Cianfrance
Escena eliminada del montaje final
Dean (Ryan Gosling) camina despacio, cabizbajo, por la acera de una avenida de un suburbio de Pensilvania. Anochece. Cerca de él, un grupo de niños juega con petardos y bengalas, que estallan a la luz disminuida del crepúsculo: parece un pequeño cuatro de Julio. La cámara acompaña la trayectoria del personaje enfocándole en plano completo desde el lado derecho.
Voz en off del protagonista. Monólogo interior.
Dean entra en el bar. Hay tres clientes: una pareja que charla sentada en una mesa y una chica joven, sola, acodada en la barra, cerca de donde se encuentra el camarero. En el jukebox suena la canción "La mataré" de Loquillo y los Trogloditas.
Dean se dirige hacia el teléfono público que se encuentra al fondo del local. Ve a la chica, se detiene y gira hacia la barra. Se sienta en un taburete cerca de ella.
DEAN (al camarero): Hola, ¿qué hay? ¿Me pones una cerveza?
DEAN (a la chica): ¡Vaya! ¿A ti no te pinté yo el balcón el año pasado?
Dean (Ryan Gosling) camina despacio, cabizbajo, por la acera de una avenida de un suburbio de Pensilvania. Anochece. Cerca de él, un grupo de niños juega con petardos y bengalas, que estallan a la luz disminuida del crepúsculo: parece un pequeño cuatro de Julio. La cámara acompaña la trayectoria del personaje enfocándole en plano completo desde el lado derecho.
Voz en off del protagonista. Monólogo interior.
¿Dónde voy? Y qué más da. A ninguna parte. Nowhere, fast. Tiene narices. Cinco años que se quedan en nada. Cinco años, sí, pero, mírate, parece que han pasado veinte. ¡Estás hecho una mierda! Ya no soy ni la sombra del que fui: se agotaron las ilusiones, la alegría, la esperanza: días de vino y rosas en recuerdo convertidos, como decía aquel poema. Qué buenos fueron aquellos tiempos. ¿Dónde habré guardado el ukelele aquel? ¡Bah! Menuda pinta iba a tener ahora con el chisme colgado del hombro.
La llamaré. No sé qué he hecho con el móvil. Se me debió caer cuando le partía la cara al imbécil de su jefe. Ahí sí que la cagué a base de bien. Cómo se me pudo ocurrir sacudirle. Me veo en el trullo: lo que me faltaba.
Tengo que llamarla. A ver si encuentro una cabina y la llamo a casa de su padre. Seguro que está allí. Parece mentira: cuando la conocí ella odiaba a su padre con todas sus ganas y ahora la casa de ese viejo acabado es su refugio. No, si lo que no arregle yo. Pongo a todo el mundo de acuerdo... en mi contra.
Y la niña, qué voy a hacer sin la niña.... Joder, joder, ¡joder! ¡Qué gilipollas he sido!
Bueno, ¡se acabó! ¡Pero hombre! ¡Tanto compadecerse! ¡De ahora en adelante libre como un pájaro! ¿Así que soy un borracho sin ambiciones? Que te den, nena. Tú no me conoces, guapa, no sabes de lo que soy capaz. Regreso a Brooklyn. Hablo con los de las mudanzas y a ver si puedo volver a trabajar allí. Prefiero mil veces tirar de muebles y cargar con cajas que seguir pintando paredes, todo el santo día embadurnado y oliendo a pintura. En las mudanzas al menos veía mundo, ¿o no? ¡Decidido... tengo que llamarla! Igual ya se le ha pasado el mosqueo y podemos hacer las paces. Sí, fijo. En el fondo no puede vivir sin mí. Debe estar ahora mismo esperando que la llame. ¡Con todo lo que sacrifiqué por ella! Ahí hay un bar abierto, debe tener un teléfono que pueda usar.
Dean entra en el bar. Hay tres clientes: una pareja que charla sentada en una mesa y una chica joven, sola, acodada en la barra, cerca de donde se encuentra el camarero. En el jukebox suena la canción "La mataré" de Loquillo y los Trogloditas.
Dean se dirige hacia el teléfono público que se encuentra al fondo del local. Ve a la chica, se detiene y gira hacia la barra. Se sienta en un taburete cerca de ella.
DEAN (al camarero): Hola, ¿qué hay? ¿Me pones una cerveza?
DEAN (a la chica): ¡Vaya! ¿A ti no te pinté yo el balcón el año pasado?
Bueno, ya llamaré más tarde. Si eso.
FIN
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