domingo, abril 28, 2013

"La noche americana", de François Truffaut

Eres un actor excelente.
Sé que la vida privada cuenta, pero siempre renquea.
El cine es más bello que la vida, no hay atascos ni tiempos muertos.
Avanza como un tren atravesando la noche.
Hemos nacido para ser felices con nuestro trabajo, haciendo cine.
Confío en ti.

Así le habla Ferrand (François Truffaut) a Alphonse (Jean-Pierre Léaud), dulcemente pero con decisión: el director convenciendo al actor de que la vida real es un paréntesis, de que lo único que cuenta es hacer la película. Más importante que la vida:. Moi, j'aime le cinema. Y pocos ejemplos de la mezcla de vida y cine como el caso de Jean-Pierre Léaud, transposición al celuloide de Truffaut. Porque el director francés es el que era en realidad Antoine Doinel en "Los cuatrocientos golpes" y lo siguió siendo en las películas en las que Léaud volvió a interpretar a Doinel: 20 años entre "Los cuatrocientos  golpes" y "El amor en fuga". Confundir ficción y realidad, convertir una cosa en la otra hasta identificarlas, igual que el recurso de la noche americana convierte el día en noche colocando un filtro delante de la cámara.

"La noche americana" es la película de un rodaje. Mostrar el trabajo del rodaje, ni más ni menos, sin pretensiones artísticas más elevadas, apuntando al cine clásico estadounidense más que a la nouvelle vague, y sin caer en la nostalgia ("La noche americana" recuerda a "Intervista" de Federico Fellini, pero François Truffaut acababa de cumplir 40 años cuando rodó su película y aún era pronto para melancolías: hace poco leía a Francisco Machuca distinguiendo con maestría nostalgia de melancolía: la nostalgia implica un deseo de retorno, la melancolía sabe que ese pasado se ha perdido: creo que en Fellini se daban ambas). El rodaje como interrupción de la vida cotidiana para un conjunto de personas que entran en un mundo irreal, absurdo y alternativo como un campamento de verano. Una filmación es un trabajo en equipo donde todos son importantes y nadie es imprescindible: ante cualquier dificultad se improvisa sobre la marcha y si se diera el caso más extremo, si, por ejemplo, uno de los protagonistas fallece (tal cual), se adapta el guión o se filma a un doble de espaldas: la película se termina sí o sí. Aparecen todas las especialidades implicadas en un rodaje, todos los gremios que luego se agruparán en los créditos, esa parte de la proyección de la que nunca hay que levantarse hasta que haya aparecido el último nombre y se encienda la luz de la sala. De todos ellos, los más neuróticos serán los actores, si bien hay que tener en cuenta que su labor es la que más críticas recibe, un juicio del público que no termina nunca, que se renueva cada vez que la película se vuelve a ver por un espectador primerizo, incluso décadas después. Una mala actuación en una película de cine: ni siquiera la muerte apacigua esa condena.

Visión feliz de la profesión del cine, abierta declaración de amor: Truffaut sueña con un niño que se acerca por la noche a la puerta de un cine para robar afiches de "Ciudadano Kane": la esperanza de igualar a los mitos, de acercarse al óptimo, de superación constante. El director recibe un paquete de libros y de él salen portadas con los nombres de Buñuel, Dreyer, Lubitsch, Bergman, Godard, Hitchcock, Rossellini, Hawks, Bresson,... Nunca se verá en una película una proclama de admiración cinéfila tan simple y profunda como ésta. El apellido Truffaut se colocó, con toda justicia, junto al de todos ellos.

domingo, abril 21, 2013

"Contra la pared", de Fatih Akin

Pendiente desde hace años, los ocho que lleva este blog abierto, nada más. Atando cabos sueltos resuelvo una expectativa que no se ha visto defraudada: una de las mejores películas que he contemplado últimamente.

Entre Hamburgo y Estambul se desarrolla esta historia de amor a quemarropa, de personajes desahuciados, autodestructivos, siempre a punto de tirar de la espoleta del final más trágico. Esas dos ciudades representan dos modelos culturales, dos polos situados en extremos opuestos: del movimiento punk a la tradición islámica: del individualismo nihilista y epicúreo, a la familia y sus reglamentos rígidos, tan protectores como excluyentes: la asfixia del hogar paterno frente a la liberación definitiva del concierto de rock. ¿Dónde se desatarán mejor las emociones, la angustia de la intensidad vital de la juventud, si no es en el gran teatro del rock? Escribe Servando Rocha en su imprescindible ensayo sobre el punk titulado "Agotados de esperar el fin" que 'En el caso del estilo punk estamos ante una subcultura que, paralelamente, se transformó casi de manera inmediata en una contracultura (oposición/proposición) al difundir una ética y un modo de hacer las cosas que impugnaba instancias culturales tan elevadas como los conceptos de artista, industria o comunicación. Finalmente, y en gran medida, el estilo punk cuestionó la autoridad, (...)'. Oposición, destrucción y renacimiento.

El punk lo cambió todo y murió el día en que "The Clash" firmó con CBS, como todo el mundo sabe.
Pero punk is not dead!, grita Cahit (Birol Ünel), punki crepuscular, en pleno éxtasis pogo junto a Sibel (Sibel Kekilli), la chica que encarna el deseo feroz de ser punk, redimidos los dos por la energía del rock a todo volumen (la banda sonora de la cinta realiza contrapuntos certeros entre guitarrazos amplificados y el folk turco: la mezcla enriquece). Ay, el punk es un pecado de juventud: la sociedad termina colocándote una corbata o arrojándote al arroyo. O ambas cosas.

¿Tradición o modernidad? Fatih Akin pone en la balanza, en el telón de fondo de esta pasión amorosa, la misma cuestión que expondría más tarde en otra excelente película, "Al otro lado". La respuesta será que el que busca el extremo se termina por despeñar y las buenas intenciones pavimentan el camino del infierno. Pero a mí me ha parecido que la moraleja, como en aquel "Surcos" de José Antonio Nieves Conde, es que el terruño tira mucho.


sábado, abril 13, 2013

Libro. "El Señor de los Anillos", de J. R. R. Tolkien


Tres Anillos para los Reyes Elfos bajo el cielo...

No, no voy a comentar este libro: ya debería haberlo leído el que no lo haya hecho aún. Y, por supuesto, no basta con haber visto la magnífica trilogía cinematográfica dirigida por Peter Jackson para acercarse a la obra de este genial escritor: la imaginación hay que desbordarla llenándola con las palabras del libro, hasta que se alcance el punto de no saber a ciencia cierta en qué mundo se habita, si en el real o en el fantástico. O mejor aún, que la pregunta no tenga sentido: el tao literario, el lector transportado. Inmersión profunda.

Felicidades, pequeño (ya no tanto) Licantropunk, en tu octavo cumpleaños. Ocho años de blog van y la cifra alcanzada empieza a ser preocupante por amplia. ¿Inmovilismo? ¿Inercia? ¿La fuerza de la costumbre? No lo sé, no me importa, porque, como sucede cuando lees a Tolkien, al escribir también la mente se fuga, evasión buscando palabras como otros buscan setas, y, establecido el paralelismo micológico, si esas setas fueran alucinógenas uno podría pensar que la escritura es una actividad que genera adicción. Será eso. El pensamiento se centra pertinaz en un asunto y ahí quedan luego cuatro lineas mal escritas, que a ver si para otra vez me sale mejor. Para colmo, en ocasiones alguien más las lee y recibes la increíble recompensa de un comentario. Muchas gracias a todos los que han pasado por este rincón, amigos míos.

La persona que sabe todas las fechas me entrega hoy un fantástico regalo, el libro que da nombre a esta entrada en una magnífica edición ilustrada por Alan Lee. Sólo con ver la portada dan ganas de volver a sumergirse. La lectura, eso fijo que es adictivo. Leer no es un pasatiempo, no, es una necesidad.

viernes, abril 05, 2013

"Los últimos días", de Alex Pastor y David Pastor

"They're here, the end times" 
Saul Goodman
"Breaking Bad" 
Temporada 4, Episodio 12, "End times"

El astuto abogado de Walter White (Bryan Craston), Saul Goodman (interpretado a la perfección por Bob Odenkirk: uno de los mejores personajes que ofrece la serie: Better call Saul!) anticipaba en su afirmación la certeza antigua de que el tortuoso camino delictivo trazado a lo largo de la serie "Breaking Bad" había llegado a un desgraciado final en aquel capítulo: este asunto no podía terminar bien. Lo mismo debe haber pensado el cine español, ya que en los últimos tiempos parece haberse asomado al cine apocalíptico y de catástrofe global: "Fin" de Jorge Torregrossa o "Extraterrestre" de Nacho Vigalondo" o, en cierta medida, "Lo imposible" de Juan Antonio Bayona, serían ejemplos de esa tendencia.

En "Los últimos días", una distopía futurista ubicada en un posible presente, una plaga asuela la civilización occidental. Ese mal funciona como alegoría de una sociedad aséptica y climatizada, pulida tecnológicamente hasta el mínimo detalle de confort y disponibilidad. Toda actividad se puede realizar cómodamente desde casa: trabajar, hacer la compra, incluso ligar. ¿Para qué salir? Se vive de espaldas a la naturaleza pero esquilmándola con codicia irreparable, desenfrenada: la venganza será terrible: volver a la caverna y dejar que el bosque inunde el asfalto (como sucede en Pripyat, la ciudad abandonada tras el accidente de Chernobyl y que ahora está poblada por animales salvajes de todo tipo, tranquilos ante la ausencia de la peor plaga, el hombre). Sin embargo el retorno a Pachamama no implica alcanzar la condición benigna del buen salvaje. Salvaje y punto: acuciado por la necesidad el amable vecino se vuelve un bárbaro, un animal acorralado dispuesto al asesinato y al robo y que teme constantemente ser presa de otro: ahora sí que vas a a tener stress por algo cierto y no por obsesiones paranoicas. Esa aparición de los peores instintos en situaciones críticas de pandemia ya quedó patente en "A ciegas" de Fernando Meirelles, película con un punto de arranque parecido al de "Los últimos días", o en las terribles "La carretera" de John Hillcoat (si "A ciegas" se basaba en un escrito de José Saramago, "La carretera" lo hacía en uno de Cormac McCarthy: así es difícil hacer un mal guión) y "El tiempo del lobo" de Michael Haneke: devorar al resto de la especie a falta de otra cosa que llevar a la mesa.

"Los últimos días" es una película de buena factura, entretenida y vibrante. La acción se sitúa en escenarios de Barcelona, de los que están a la vista y de los que no: underground poblado de masas de refugiados, en alcantarillas y túneles de metro: el hombre transformado en rata de cloaca, al fin. La trama adolece de un guión hollywoodiense (emociones fáciles y acciones inverosímiles) pero es una tara que se puede perdonar porque la película no aburre y sabe mantener la tensión desde el primer momento: una road movie caminada, una odisea urbana llena de complicaciones: Ulises buscando a Penélope, aquella del bolso de piel marrón, los zapatos de tacón y (Barcelona..., Serrat..., está claro..., ¿o no?) el vestido de domingo.

Y al final... ¿eso es de "Mad Max III"?
We don't need another hero, my friend.


miércoles, marzo 27, 2013

"Tenemos que hablar de Kevin", de Lynne Ramsay

Las miradas cinematográficas alrededor de las masacres escolares estadounidenses (una extensa lista de sucesos), esas tragedias estrepitosas que nos dejan sin habla y que de vez en cuando nos asaltan en el telediario. Concretando el enfoque en la famosa matanza del instituto Columbine, se cuentan dos películas excelentes, de formato muy distinto. En una esquina "Bowling for Columbine", de Michael Moore, realizada en un rompedor estilo documental y egocéntrico, y en el rincón opuesto "Elephant", de Gus Van Sant, no menos sorprendente en su profundo lirismo desapasionado y nihilista. Esta última infiltraba una cámara en el instituto, fantasma que recorría pasillos y se asomaba a las estancias escolares, observando a sus jóvenes habitantes, llenos de problemas existenciales y dudas vitales, adolescentes que aún no saben que para que te acepten primero hay que conseguir aceptarse a uno mismo. La de Michael Moore, por otro lado, ampliaba mucho más el ángulo de visión y rastreaba las causas de tanta violencia, un lastre traumático fundacional que había moldeado una sociedad paranoica y asustadiza, dispuesta más al dispara primero y pregunta después que a la obviedad de lo contrario. En "Ultimátum a la tierra", cinta de ciencia ficción dirigida por Robert Wise en 1951, un extraterrestre desciende de su platillo volante, aterrizado en pleno Washington, proclamando tópicamente que viene en son de paz: el primer saludo que recibe, acto seguido, es un balazo en el pecho. Pero volvamos a los chavales, al pánico al futuro, desbocado en tendencias suicidas o violentas, o en la idea de la fuga: irse de casa, buscar el cambio, ser otro. Ese miedo lo retrataba in extremis y lo proyectaba como un arma mutante homicida Brian de Palma en la clásica "Carrie": la tensión sexual no resuelta, acumulada en décadas de bailes de fin de curso, se libera indomable. Un ejemplo mucho más cotidiano de la búsqueda desesperada de aceptación, de pertenencia a un grupo a cualquier precio, lo muestra la excelente "This is England", de Shane Meadows: botas Doc Martens y cráneos rapados: rudas señas de identidad.

En "Tenemos que hablar de Kevin", al fin, los motivos del asesino jovenzuelo (la "jumentud" que decía un añorado maestro) se desmarcan de cualquier razonamiento y se determinan inherentes al ser, adquiridas por nacimiento (o por, qué curioso, la fiesta de la Tomatina de Buñol que aparece al comienzo de la cinta: charcos de zumo de tomate como remedo alegórico de los ríos de sangre por desbordar: ¿Tomating for Columbine?). Alumbrar un pequeño Damian al que sólo le falta un 666 tatuado en el cuero cabelludo, de modo que esta school shooting massacre parece más una de terror que de análisis social. Y el terror siempre es exagerado. Pero "Tenemos que hablar de Kevin" ofrece un punto de vista novedoso: la madre del asesino: vidas arrasadas por actos ajenos de los que sin embargo se es causa motriz y primera. En ese papel Tilda Swinton carga de modo abrupto y sin contemplaciones (Sísifo maternal) con penas desgarradoras y rencores eternos, arrojando al celuloide una actuación para recordar.


domingo, marzo 24, 2013

"Los Croods", de Kirk de Micco y Chris Sanders

En 1981 el realizador francés Jean-Jacques Annaud ("El nombre de la rosa", "El oso", "Enemigo a las puertas": director avezado en ambientes cinematográficos rematados con perfección extraordinaria) dirigió "En busca del fuego", una aventura prehistórica en la que se mostraban cómo podrían ser los encuentros entre distintas especies homo que, a pesar de estar situadas en escalones evolutivos distintos, compartieran el mismo ecosistema: neanderthales y sapiens caminan por territorios comunes y llegan a conocerse bien: conocerse hasta en el sentido bíblico del término, incluso con éxito reproductor como recientemente ha sido demostrado: el abuelo era un troglodita de mandíbula poderosa y frente huidiza capaz de estrujarte de un abrazo. En "En busca del fuego" se procuró que los personajes se comunicaran y se comportaran como sería de esperar desde el punto de vista antropológico más ortodoxo y científico: ni un gruñido de más (Ron Perlman, por cierto, debutaba ante las cámaras como un neanderthal sin exceso de maquillaje). Habrá que volver a verla para comprobar si el celuloide prehistórico resiste la prueba del carbono 14. En su día me gustó mucho.

"Los Croods" también escenifica el choque cultural neanderthal versus sapiens, como si fuera un remake de la de Annaud, pero pulverizando cualquier intento de emular una portada de la revista Science. De hecho las características de la familia Crood, de la fauna que los rodea o de los paisajes por los que vagan, hace pensar que la acción haya sido transportada a otro planeta, más allá de la mítica Pangea. No importa lo más mínimo: no será paleontología lo que aporte la cinta, sino una acción trepidante, muy entretenida y divertida, y repleta de escenarios magníficos (aquellos que, sin embargo, fueron tan denostados de "El árbol de la vida" de Terrence Malick, porque parecían no venir a cuento). Y en el trasfondo, Prometeo y Platón: el fuego y la cueva, resonando con fuerza en un mundo animado (¡y tanto!), penetrando casi sin quererlo en el subconsciente de pequeños espectadores dispuestos a pasar un buen rato frente a la pantalla del cine, no más. Pero ahí queda el poso: la moraleja de confiar en el poder de la razón y vivir sin miedo, mirando hacia el mañana. No es mal consejo el de los Croods.


martes, marzo 19, 2013

"No. Yo soy tu padre"

Darth Vader: "Obi-Wan never told you what happened to your father."
Luke Skywalker: "He told me enough! He told me you killed him!"
Darth Vader: "No. I am your father"
Luke Skywalker: "No! It's not true! That's Impossible!!"
Darth Vader: "Search on your feelings, you know that is true"
Luke Skywalker: "Noooooooo!!...

Relación paterno-filial complicada, la de estos dos personajes, una de las más famosas de la historia del cine. El hijo debe matar al padre, dicen los psicoanalistas: simbólicamente, claro. Demoler la jerarquía, igualar la figura paterna y, si es posible, dejarla atrás. El tiempo suele transportar la aceptación: ponerse en el lugar del otro. El hijo será padre algún día.

Los Skywalker se reconcilian, ya en el lecho de muerte, pero más vale tarde que arrastrar la pena de una ocasión perdida, sin solución ni enmienda. A mí, que debo andar cerca de la edad de Darth Vader en sus últimos días, me regalan hoy, ellos, una figura de Luke Skywalker. La miraré y me acordaré de ellos siempre, y espero saber siempre, también, sin ninguna duda, que ellos son lo primero.

En cuanto a la devoción al Emperador..., bueno, en realidad todo ese rollo del lado oscuro y tal, pues tampoco es para tanto, la verdad. Para fardar, si acaso: los canallas ligan más, como todo el mundo sabe.

lunes, marzo 11, 2013

"Kadosh", de Amos Gitai

La semana pasada estuve leyendo el cómic "Crónicas de Jerusalén" del dibujante canadiense Guy Delisle. De este autor ya había leído otras obras como "Pyongyang" o "Crónicas birmanas". La mujer de Delisle trabaja para Médicos Sin Fronteras y tiene que pasar largas temporadas en algunas de las zonas en las que esta ONG presta servicio: toda la familia de excursión. Ya que estamos aquí, voy a hacer un tebeo, que no se me da nada mal, se dice el artista. El reportaje en viñetas tiene buenos ejemplos, aparte de Tintín. Como "El fotógrafo", las experiencias de Didier Lefèvre en misión fotográfica, también con MSF, en Afganistán, con dibujos de Emmanuel Guibert. O, por supuesto, los trabajos de Joe Sacco, imprescindibles: "Palestina", "Gorazde", "El mediador": hazañas casi bélicas con estilo underground. Los de Guy Delisle se quedan más en una guía para padres en zonas de conflicto cercano: el alquiler, los colegios, los controles de aduanas, los atascos y, por supuesto, los oriundos y su día a día: un diario donde se bosqueja lo extraño cotidiano, un retrato del otro, del que se va a visitar, pergeñado con bastante perspicacia, poco contacto íntimo y exceso de tiempo libre.

En "Crónicas de Jerusalén" se habla de un curioso barrio jerosolimitano, habitado por judíos ultra-ortodoxos, de nombre Mea Shearim: carteles en las calles rechazando a visitantes, turistas y curiosos: sociedad hermética y paranoica, pintoresca y anclada en ritos ancestrales, un grupo humano que hace parecer a los amish de "Unico testigo" de Peter Weir tan amigables como una peña rociera. Merecerá la pena profundizar los rasgos que Delisle ha esbozado superficialmente. Resulta que tengo un pack de películas en DVD del director israelí Amos Gitai que aún no había abierto.

"Kadosh" sorprende desde el inicio. Meïr (Yoram Hattab) se despierta por la mañana y antes de terminar de vestirse ya ha concretado un ingente rosario de rezos y de gestos religiosos: Gracias, Señor, por no haberme creado mujer, murmura calladamente. No le falta razón. Las tres religiones monoteístas que cruzan sus historias en Jerusalén, se distinguen por tratar a la mujer como un personaje de segunda clase, impuro y peligroso para el espíritu del justo. En Mea Shearim, un barrio pobre, son ellas las encargadas de sostener el hogar con su trabajo y de criar a la nutrida descendencia que Dios tenga a bien concederle, mientras que los maridos dedican la jornada al estudio de la Torah, texto bíblico (el Pentateuco cristiano, esencialmente) que debe ser aprendido y después recitado con unas claves precisas de entonación: la palabra, el nombre verdadero de Yahveh ("Pi", de Darren Aronofsky: el que se acerca demasiado al conocimiento divino se pierde irremediablemente). El Talmud, leyes de tradición oral que se extraen de la Torah, conforma un catálogo inmenso de reglas y de normas que rigen y controlan cada aspecto de la vida, hasta el menor detalle. Amplio e implacable. ¿Por qué los preceptos legislativos de un pueblo de pastores de hace tres milenios, códigos descabellados a ojos modernos, dominan una sociedad avanzada? Eso sí que es un misterio religioso digno de estudio.
Las hermanas Rivka (Yaël Abecassis) y Malka (Meital Barda) afrontan su destino: el repudio por esterilidad, el matrimonio por imposición. Un destino triste e inevitable. O no.
Hay otros mundos.


sábado, marzo 09, 2013

"Restless", de Gus Van Sant

Después de dirigir en el año 2000 "Descubriendo a Forrester" (una película de temática parecida a "El indomable Will Hunting": talentos ocultos), la trayectoria de Gus Van Sant se ha instalado en la muerte: en la muerte y la juventud, realmente. "Gerry", "Elephant", "Last Days", "Paranoid Park", "Mi nombre es Harvey Milk" (Milk no era tan joven cuando lo asesinaron, pero no por eso voy a quitar la película de la lista: la quitaría porque no llega a la altura de las otras del listado) y, por último, "Restless" (último que yo haya visto: hay otra película posterior pendiente de estreno en España, "Promised land": no sé si en esa muere gente). La parca se pasea, implacable, por los fotogramas de este director y, de paso, arroja en el camino los despojos de alguna que otra película formidable: la tetralogía magistral, arriesgada y sorprendente que forman "Gerry", "Elephant", "Last Days" y "Paranoid Park".

"Restless" se queda (quizá anunciando un cambio de ciclo) a medio camino entre las dos facetas que la carrera de Gus Van Sant aparentemente ha mostrado: una con la que parece querer alcanzar a un público más amplio ("El indomable Will Hunting" sería el ejemplo más claro) y otra más preocupada por mostrar su visión cinematográfica más personal (y aquí habría que mencionar "Elephant", esa merecida Palma de Oro de Cannes). En cualquier caso un cineasta coherente que se aleja lo necesario de una línea artística fundamental, de un imaginario propio, recordando a otros autores que lo lograron en el pasado como Luis Buñuel.

La pareja de jóvenes enamorados de "Restless" en vez de carabina llevan rondando cerca a un encapuchado con una guadaña: un trauma infantil y un futuro corto. Una historia de amor con fecha de caducidad, un imposible que palidece ante la construcción del romance juvenil (como la de la reciente "Amor bajo el espino blanco" de Zhang Yimou) más puro y desafectado. Dos adolescentes fuera de juego (ser raro para no ser mediocre) y una tragedia tranquila, para desapacibles tardes hogareñas de invierno, que no invita a la lágrima fácil, no, si no a la aceptación y al carpe diem.

martes, marzo 05, 2013

"Habemus Papam", de Nanni Moretti

Cuando se estrenó esta película, hace un par de años, supongo que nadie podía ni siquiera sospechar la situación histórica que se está resolviendo en la actualidad. Es común costumbre que los papas no dimiten: mueren, después se escoge a otro y ya está (la espicha el rey, la espicha el papa y de espicharla nadie escapa, asegura la sabiduría popular). Morettí, tan listo, quizás algo se olía. Las dudas que a cualquiera le pueden asaltar al verse encumbrado a símbolo de poder absolutista: omnímodo e infalible: un semidiós terrenal. Encima el reto papal se produce al final de la vida, un cargo a repartir entre candidatos ancianos en su mayoría, más deseosos de reposo que de enredos: el joven ambicioso quedó atrás hace muchos años: los altos cargos en fecha jubilar están por la contemplación, que no la acción y la toma de decisiones: ay, los huesos. La fe y la obediencia obligan al cardenal que se va a vestir de blanco inmaculado, aunque en el fondo no se tenga ni la menor gana.

Benedicto XVI se retira a un monasterio y el cardenal Melville (Michel Piccoli: le recuerdo bien en "Belle de Jour" de Luis Buñuel o en la magnífica "La bella mentirosa" de Jacques Rivette, pero posee una lista interminable de referencias con los mejores directores: de Godard a Hitchcock, de Malle a Berlanga) hace mutis por el foro... romano. No, ser papa no debe estar muy bien pagado.

Nanni Moretti construye de nuevo una trama vitalista, de personajes que siguen adelante partiendo de una situación de angustia o de desesperación. Sin embargo esta vez el guión se apunta algo deslavazado, frágil, hilos argumentales perdidos, casi tanto como el papa electo. Aún así, se asiste a la proyección de la película sin un ápice de desgana ya que la deconstrucción de los muros del Vaticano, esa estructura cerrada y férrea que durante siglos ha sido baluarte de misterios y conspiraciones, que contempla el espectador como un ejercicio subversivo y desmitificador, producen una trama entretenida de risa amable, lejos, eso sí, de aquellas comedias demoledoras y desgarradoras (Moretti te destrozaba mientras sonreías), brillantes e imperecederas, que eran "Caro diario" o "La habitación del hijo".

Cardenales ingenuos, juguetones, con sus pequeños caprichos infantiles, que habitan durante el cónclave en la Casa de Santa Marta y que pasan allí esos días como si aquello fuera un retiro tranquilo, propone Moretti, alejando la más leve sombra conspiratoria: las puñaladas traperas no caben en esta cinta y la gravedad electoral se deja para la sala bajo los frescos más famosos de la historia del arte, los de la Capilla Sixtina.
Habemus Papam. Pues no, aún no.

Hagan sus apuestas (extraído de www.republica.com).


jueves, febrero 28, 2013

"Blue Valentine", de Derek Cianfrance

Escena eliminada del montaje final

Dean (Ryan Gosling) camina despacio, cabizbajo, por la acera de una avenida de un suburbio de Pensilvania. Anochece. Cerca de él, un grupo de niños juega con petardos y bengalas, que estallan a la luz disminuida del crepúsculo: parece un pequeño cuatro de Julio. La cámara acompaña la trayectoria del personaje enfocándole en plano completo desde el lado derecho.

Voz en off del protagonista. Monólogo interior. 

¿Dónde voy? Y qué más da. A ninguna parte. Nowhere, fast. Tiene narices. Cinco años que se quedan en nada. Cinco años, sí, pero, mírate, parece que han pasado veinte. ¡Estás hecho una mierda! Ya no soy ni la sombra del que fui: se agotaron las ilusiones, la alegría, la esperanza: días de vino y rosas en recuerdo convertidos, como decía aquel poema. Qué buenos fueron aquellos tiempos. ¿Dónde habré guardado el ukelele aquel? ¡Bah! Menuda pinta iba a tener ahora con el chisme colgado del hombro.
La llamaré. No sé qué he hecho con el móvil. Se me debió caer cuando le partía la cara al imbécil de su jefe. Ahí sí que la cagué a base de bien. Cómo se me pudo ocurrir sacudirle. Me veo en el trullo: lo que me faltaba.
Tengo que llamarla. A ver si encuentro una cabina y la llamo a casa de su padre. Seguro que está allí. Parece mentira: cuando la conocí ella odiaba a su padre con todas sus ganas y ahora la casa de ese viejo acabado es su refugio. No, si lo que no arregle yo. Pongo a todo el mundo de acuerdo... en mi contra.
Y la niña, qué voy a hacer sin la niña.... Joder, joder, ¡joder! ¡Qué gilipollas he sido!
Bueno, ¡se acabó! ¡Pero hombre! ¡Tanto compadecerse! ¡De ahora en adelante libre como un pájaro! ¿Así que soy un borracho sin ambiciones? Que te den, nena. Tú no me conoces, guapa, no sabes de lo que soy capaz. Regreso a Brooklyn. Hablo con los de las mudanzas y a ver si puedo volver a trabajar allí. Prefiero mil veces tirar de muebles y cargar con cajas que seguir pintando paredes, todo el santo día embadurnado y oliendo a pintura. En las mudanzas al menos veía mundo, ¿o no? ¡Decidido... tengo que llamarla! Igual ya se le ha pasado el mosqueo y podemos hacer las paces. Sí, fijo. En el fondo no puede vivir sin mí. Debe estar ahora mismo esperando que la llame. ¡Con todo lo que sacrifiqué por ella! Ahí hay un bar abierto, debe tener un teléfono que pueda usar.

Dean entra en el bar. Hay tres clientes: una pareja que charla sentada en una mesa y una chica joven, sola, acodada en la barra, cerca de donde se encuentra el camarero. En el jukebox suena la canción "La mataré" de Loquillo y los Trogloditas.
Dean se dirige hacia el teléfono público que se encuentra al fondo del local. Ve a la chica, se detiene y gira hacia la barra. Se sienta en un taburete cerca de ella.

DEAN (al camarero): Hola, ¿qué hay? ¿Me pones una cerveza?
DEAN (a la chica): ¡Vaya! ¿A ti no te pinté yo el balcón el año pasado?

Bueno, ya llamaré más tarde. Si eso.


FIN


domingo, febrero 24, 2013

"Argo", de Ben Affleck

En noviembre de 1979 una turba de manifestantes invade la embajada de Estados Unidos en Teherán. Su protesta, motivada porque el gobierno de Jimmy Carter ha dado asilo al recientemente depuesto sátrapa de Persia, el Sha Reza Palevi, desemboca en la toma de la embajada y el secuestro de los trabajadores norteamericanos de la misma: 444 días retenidos: de Carter a Reagan. Seis de ellos logran escabullirse durante el asalto y terminan refugiándose en la embajada de Canadá, de donde salen semanas más tarde, camuflados con pasaportes canadienses, para tomar un vuelo que los devuelve a Estados Unidos. ¡Gracias, Canadá! La película de Ben Affleck se empeñará en quitarle el mérito a los canadienses, esos paletos que, como mostraba Michael Moore en "Bowling for Columbine", no son unos paranoicos hacia el otro, hacia el extraño, como demuestran sin rubor sus vecinos del sur de la frontera.

La necesidad del héroe absoluto de la sociedad estadounidense: impoluto, sin mácula, dispuesto a cualquier sacrificio. Veo "Argo" un 23-F, otra historia de rehenes, de conflictos ideológicos, de buenos contra malos, y TVE aprovecha la fecha del calendario para estrenar "23-F: La película" de Chema de la Peña, excelente película basada en el no menos excelente libro de Javier Cercas, "Anatomía de un instante" (lectura obligatoria, como la última novela de Cercas, "Las leyes de la frontera", sobre todo para aquellos a los que los términos torete o pico, les traiga a la memoria algo más que tauromaquia y albañilería). Aquella noche tremenda del año 1981 señaló sus héroes: los que no se tiraron al suelo, los que no apagaron la cámara, los que plantaron cara. Y, por supuesto, el rey. Ay, los claroscuros del héroe: Lo siento mucho; me he equivocado y... no volverá a ocurrir. Es complicado mantener la cualidad heroica en la exposición continuada de la vida pública.

"Argo" dramatiza un rescate audaz desde la figura del agente secreto Tony Méndez (Ben Affleck), miembro de la C.I.A., y toca colocarse medallas e infundir espíritu patriotero: somos los buenos, somos los héroes: los héroes de unos siempre son los villanos de otros. Recuerdo "Syriana", de Stephen Galan, protagonizada por George Clooney (uno de los productores de "Argo", por cierto) y me parece una película mucho mejor que "Argo" en lo político, mucho más profunda y reflexiva: "Argo" en algunos pasajes se limita a escenificar imágenes de telediario (como se presume, además, en los créditos) y tópicos de la profesión (por ahí aparece Bryan Cranston, nada menos que Mr. Walter "Heisenberg" White, reclamando un papel como protagonista). Y puestos a mencionar películas de temática parecida a "Argo" y que apuntan a superarla cinematográficamente, se puede nombrar "Carlos" de Olivier Assayas o "Münich" de Steven Spielberg.  Y, claro, la sensación televisiva que ha supuesto la serie "Homeland": ante las tramas que se esconden detrás de todos esos títulos, "Argo" resulta inocentona.

Pero "Argo" brilla en una faceta: "Argo" es una tapadera, una película dentro de otra (como en "Super 8", de J. J. Abrams: cineastas jóvenes volviendo la cabeza hacia sus referencias cinéfilas de infancia y adolescencia), un guiño a la publicidad gubernamental que enmascara cualquier escándalo (la crisis de los rehenes de Irán y la declaración de enemistad eterna hacia el régimen de los ayatolás, desmentida en el turbio asunto del Irán-Contra y la confesión del coronel Oliver North: todo está podrido). Esa parte del guión, conducida por los actores John Goodman y Alan Arkin, es de lo mejor de la cinta. La película tiene también buenos momentos de emoción, de suspense. No llegará a la "Cortina rasgada" de Alfred Hitchcock o "El premio" de Mark Robson (ni tampoco Affleck es Clooney en la mencionada "Syriana", ni mucho menos Paul Newman en las otras dos) pero mantiene la tensión para hacer creíble que la misión de rescate es tan difícil de realizar como, según se cuenta, fue. A mí me parece que exageran un poco. Por el Oscar, más.


domingo, febrero 17, 2013

"Django desencadenado", de Quentin Tarantino

Hace unos meses escribí sobre "El hombre de los puños de hierro", película dirigida por RZA y presentada (marketing, marketing) por Quentin Tarantino. Debió presentarla y salir corriendo: el deseo de ser Tarantino, de crear una película que se le parezca y no lograrlo ni por asomo: el guión, claro, en primer lugar y sobre todo, ese documento que, bien trabajado, detalla todo lo que debe aparecer en el celuloide. Y los guiones de Tarantino son muy buenos en cuanto a que mezclan adecuadamente cine de entretenimiento (casi tres horas de proyección de "Django desencadenado" sin aburrir al personal: no está al alcance de cualquiera) con obras de propósitos más elevados, susceptibles de presentarse en Cannes, por ejemplo, sin el menor rubor.

La historia planteada en "Django desencadenado" es en realidad la misma de "El hombre de los puños de hierro": la venganza, el ajuste de cuentas después de padecer las más salvajes tropelías. Las circunstancias en las que se desarrolló el modelo económico de la esclavitud, la estructura de relaciones laborales más antigua y prolongada que ha experimentado el ser humano, tienen argumentos de sobra (cualquiera que viera en televisión "Raíces" y las penurias de Kunta Kinte -hace demasiadas décadas- tiene una idea certera del asunto) para que el ojo por ojo campe a sus anchas por los fotogramas y, aunque parezca que el viaje de Django, su odisea, tiene como meta recuperar a su amada, será el tinte sangriento el que domine sobre el romántico.

Propone Tarantino que la epopeya de Django (Jamie Foxx) sea alegoría de otra historia trágica, legendaría, el mito germánico de Sigfrido, cazador de dragones, personaje heroico dispuesto a superar pruebas sobrehumanas con tal de conseguir la mano de la valquiria Brunilda. Colocar a Django al nivel de capacidad guerrera de Sigfrido, e incluso superarlo: Django invencible, sin dolorosos talones de Aquiles o molestas hojas de tilo. Resulta que el esclavo liberado pasa del azadón al arma de fuego con una infalible habilidad mortal que no es fruto de ningún adiestramiento, sino que es un valor innato, señalado por los dioses: deus ex machina. Esa falta de argumentación de capacidades es un punto débil: las películas de Tarantino están repletas de asesinos expertos bien justificados: el señor Rubio (Michael Madsen) bailando con su cuchilla de afeitar, Jules (Samuel L. Jackson) recitando pasajes de la Biblia antes de apretar el gatillo, los complicados trámites de separación entre La Novia (Uma Thurman) y Bill (David Carradine), o, mi favorita, la terrorista cinéfila Shosanna Dreyfus (Mélanie Laurent) fulminando al III Reich en un cine de París: celuloide vengador. Con estos antecedentes, el desenlace de las aventuras de Django resulta algo pobre: las fantasmadas son un gran recurso para el cine de acción pero hay que elaborarlas a la perfección, deben resultar creíbles en su inverosimilitud. El final de "Django desencadenado" será lo peor de la cinta: infantil, chabacano, poco trabajado, un final que deja mal sabor de boca.

La película va de más a menos, para qué nos vamos a engañar, y empieza a disminuir cuando desaparece el genial personaje del doctor Schultz interpretado por el excelente actor Christoph Waltz (el coronel Hans Landa de "Malditos bastardos": Quentin Tarantino lo colocó de súbito en la cima). El pigmalión de Django es un carácter deslumbrante, desde que hace su aparición, y los fotogramas que comparte Waltz con Leonardo DiCaprio (Calvin Candie), Don Johnson (Big Daddy) o el casi irreconocible Samuel L. Jackson (Stephen, ese tío Tom en lo más peyorativo del término) son lo mejor de la película.

Cazadores de recompensas elegantes, negreros sádicos hasta la caricatura, luchadores mandingos y espartacos desencadenados, para un western nada crepuscular (¿"Silverado" de Lawrence Kasdan fue la última? Pocas películas "del oeste" modernas, que no sean remakes, huyen de la melancolía como telón de fondo), que se asoma a la estética del spaguetti western (cameo de Franco Nero incluido) y al Peckinpah más salvaje. O quizás a estas alturas Tarantino ya sólo se asoma a sí mismo.

domingo, febrero 10, 2013

"Hitchcock", de Sacha Gervasi

'¿Y si vuelve a ocurrir lo de "Vértigo"?', le pregunta Alfred (Anthony Hopkins) a Alma (Helen Mirren), en medio de la noche, cada cual acostado en su camita. Hitchcock se lo pregunta a su mujer, preocupado e insomne por la suerte que tendrá la película que está rodando, "Psicósis", como si ella, Alma, pudiera responder esa incógnita que no se desvelará hasta que la producción haya terminado y la cinta pase el trance del estreno en salas. Éxito o fracaso: cualquier director de cine habrá padecido esa inquietud. ¿Qué será, será?

"Vértigo" fue una de las películas menos rentables de las dirigidas por el inglés. El público no acudió en masa a contemplar ese genial relato necrófilo lleno de dobles sentidos y de una profundidad psicológica enorme: ahora aparece la primera en muchas de esas estúpidas listas que intentan catalogar el talento por estadísticas o por modas, lo cual no quiere decir que no merezca tanto honor. Así pues, el director de cine más famoso de su tiempo (sus apariciones televisivas en "Alfred Hitchcock presents", tuvieron sin duda mucho que ver en ello) y quizá de todos los tiempos, también tenía miedo de la respuesta del público. Y la principal causa de ese miedo era que, rebasada la frontera de los 60 en años cumplidos y en películas dirigidas, era aún capaz de asumir riesgos, de romper moldes, de ver a través del ojo de la cámara con puntos de vista alternativos y originales: de no ir a lo seguro. "Psicósis" era un material peligroso, demasiado violenta y sensual para los preceptos cinematográficos de la época: Hitchcock se vio obligado a producirla él mismo, jugándose los cuartos (los que tenía en el banco y los de la casa donde vivía, que tuvo que hipotecar) y el prestigio: el miedo al fracaso no es sólo económico: orgullo de artista: ser pretencioso también puede ser un rasgo de genialidad. Al final, "Psicósis" fue su mayor éxito comercial y le convirtió en un tipo muy, muy rico.

No quería ver "Hitchcock" en una sala de cine, intuyendo que escuchar las interpretaciones (que seguro que iban a ser geniales y así han sido) de Anthony Hopkins y Helen Mirren sometidas a la castración del doblaje, era perderse una parte sustancial del espectáculo. Prefería esperar al DVD o a una improbable sesión en V.O. en Salamanca. Pero un domingo gélido de febrero empuja a acudir al cine, y el apellido y la silueta abultada de un cineasta para la eternidad compran la entrada. Ninguna decepción. Las circunstancias cinéfilas del rodaje de "Psicósis" (Scarlett Johansson como Janet Leigh, James D'Arcy como Anthony Perkins -clavado- o Jessica Biel como Vera Miles, están francamente bien en sus respectivos papeles: buena película de actores) y la recreación de la relación de pareja entre Alfred Hitchcock y Helen Mirren y de las obsesiones (las rubias, los asesinos: no mezclar sin la supervisión del acomodador) personales del autor, construyen esta excelente historia, muy entretenida: tan entretenida como una de Hitchcock.

El maestro dirige, implacable, una orquesta aterrada de espectadores, un concierto de sobresaltos y gritos, una masa de ojos incapacitados para el parpadeo: "Psicósis". Y mi compañera de platea no la había visto. ¿Cómo será ver "Psicósis" por primera vez?