Las miradas cinematográficas alrededor de las masacres escolares estadounidenses (una extensa lista de sucesos), esas tragedias estrepitosas que nos dejan sin habla y que de vez en cuando nos asaltan en el telediario. Concretando el enfoque en la famosa matanza del instituto Columbine, se cuentan dos películas excelentes, de formato muy distinto. En una esquina "Bowling for Columbine", de Michael Moore, realizada en un rompedor estilo documental y egocéntrico, y en el rincón opuesto "Elephant", de Gus Van Sant, no menos sorprendente en su profundo lirismo desapasionado y nihilista. Esta última infiltraba una cámara en el instituto, fantasma que recorría pasillos y se asomaba a las estancias escolares, observando a sus jóvenes habitantes, llenos de problemas existenciales y dudas vitales, adolescentes que aún no saben que para que te acepten primero hay que conseguir aceptarse a uno mismo. La de Michael Moore, por otro lado, ampliaba mucho más el ángulo de visión y rastreaba las causas de tanta violencia, un lastre traumático fundacional que había moldeado una sociedad paranoica y asustadiza, dispuesta más al dispara primero y pregunta después que a la obviedad de lo contrario. En "Ultimátum a la tierra", cinta de ciencia ficción dirigida por Robert Wise en 1951, un extraterrestre desciende de su platillo volante, aterrizado en pleno Washington, proclamando tópicamente que viene en son de paz: el primer saludo que recibe, acto seguido, es un balazo en el pecho. Pero volvamos a los chavales, al pánico al futuro, desbocado en tendencias suicidas o violentas, o en la idea de la fuga: irse de casa, buscar el cambio, ser otro. Ese miedo lo retrataba in extremis y lo proyectaba como un arma mutante homicida Brian de Palma en la clásica "Carrie": la tensión sexual no resuelta, acumulada en décadas de bailes de fin de curso, se libera indomable. Un ejemplo mucho más cotidiano de la búsqueda desesperada de aceptación, de pertenencia a un grupo a cualquier precio, lo muestra la excelente "This is England", de Shane Meadows: botas Doc Martens y cráneos rapados: rudas señas de identidad.
En "Tenemos que hablar de Kevin", al fin, los motivos del asesino jovenzuelo (la "jumentud" que decía un añorado maestro) se desmarcan de cualquier razonamiento y se determinan inherentes al ser, adquiridas por nacimiento (o por, qué curioso, la fiesta de la Tomatina de Buñol que aparece al comienzo de la cinta: charcos de zumo de tomate como remedo alegórico de los ríos de sangre por desbordar: ¿Tomating for Columbine?). Alumbrar un pequeño Damian al que sólo le falta un 666 tatuado en el cuero cabelludo, de modo que esta school shooting massacre parece más una de terror que de análisis social. Y el terror siempre es exagerado. Pero "Tenemos que hablar de Kevin" ofrece un punto de vista novedoso: la madre del asesino: vidas arrasadas por actos ajenos de los que sin embargo se es causa motriz y primera. En ese papel Tilda Swinton carga de modo abrupto y sin contemplaciones (Sísifo maternal) con penas desgarradoras y rencores eternos, arrojando al celuloide una actuación para recordar.
miércoles, marzo 27, 2013
domingo, marzo 24, 2013
"Los Croods", de Kirk de Micco y Chris Sanders
En 1981 el realizador francés Jean-Jacques Annaud ("El nombre de la rosa", "El oso", "Enemigo a las puertas": director avezado en ambientes cinematográficos rematados con perfección extraordinaria) dirigió "En busca del fuego", una aventura prehistórica en la que se mostraban cómo podrían ser los encuentros entre distintas especies homo que, a pesar de estar situadas en escalones evolutivos distintos, compartieran el mismo ecosistema: neanderthales y sapiens caminan por territorios comunes y llegan a conocerse bien: conocerse hasta en el sentido bíblico del término, incluso con éxito reproductor como recientemente ha sido demostrado: el abuelo era un troglodita de mandíbula poderosa y frente huidiza capaz de estrujarte de un abrazo. En "En busca del fuego" se procuró que los personajes se comunicaran y se comportaran como sería de esperar desde el punto de vista antropológico más ortodoxo y científico: ni un gruñido de más (Ron Perlman, por cierto, debutaba ante las cámaras como un neanderthal sin exceso de maquillaje). Habrá que volver a verla para comprobar si el celuloide prehistórico resiste la prueba del carbono 14. En su día me gustó mucho.
"Los Croods" también escenifica el choque cultural neanderthal versus sapiens, como si fuera un remake de la de Annaud, pero pulverizando cualquier intento de emular una portada de la revista Science. De hecho las características de la familia Crood, de la fauna que los rodea o de los paisajes por los que vagan, hace pensar que la acción haya sido transportada a otro planeta, más allá de la mítica Pangea. No importa lo más mínimo: no será paleontología lo que aporte la cinta, sino una acción trepidante, muy entretenida y divertida, y repleta de escenarios magníficos (aquellos que, sin embargo, fueron tan denostados de "El árbol de la vida" de Terrence Malick, porque parecían no venir a cuento). Y en el trasfondo, Prometeo y Platón: el fuego y la cueva, resonando con fuerza en un mundo animado (¡y tanto!), penetrando casi sin quererlo en el subconsciente de pequeños espectadores dispuestos a pasar un buen rato frente a la pantalla del cine, no más. Pero ahí queda el poso: la moraleja de confiar en el poder de la razón y vivir sin miedo, mirando hacia el mañana. No es mal consejo el de los Croods.
"Los Croods" también escenifica el choque cultural neanderthal versus sapiens, como si fuera un remake de la de Annaud, pero pulverizando cualquier intento de emular una portada de la revista Science. De hecho las características de la familia Crood, de la fauna que los rodea o de los paisajes por los que vagan, hace pensar que la acción haya sido transportada a otro planeta, más allá de la mítica Pangea. No importa lo más mínimo: no será paleontología lo que aporte la cinta, sino una acción trepidante, muy entretenida y divertida, y repleta de escenarios magníficos (aquellos que, sin embargo, fueron tan denostados de "El árbol de la vida" de Terrence Malick, porque parecían no venir a cuento). Y en el trasfondo, Prometeo y Platón: el fuego y la cueva, resonando con fuerza en un mundo animado (¡y tanto!), penetrando casi sin quererlo en el subconsciente de pequeños espectadores dispuestos a pasar un buen rato frente a la pantalla del cine, no más. Pero ahí queda el poso: la moraleja de confiar en el poder de la razón y vivir sin miedo, mirando hacia el mañana. No es mal consejo el de los Croods.
martes, marzo 19, 2013
"No. Yo soy tu padre"
Darth Vader: "Obi-Wan never told you what happened to your father."
Luke Skywalker: "He told me enough! He told me you killed him!"
Darth Vader: "No. I am your father"
Relación paterno-filial complicada, la de estos dos personajes, una de las más famosas de la historia del cine. El hijo debe matar al padre, dicen los psicoanalistas: simbólicamente, claro. Demoler la jerarquía, igualar la figura paterna y, si es posible, dejarla atrás. El tiempo suele transportar la aceptación: ponerse en el lugar del otro. El hijo será padre algún día.
Los Skywalker se reconcilian, ya en el lecho de muerte, pero más vale tarde que arrastrar la pena de una ocasión perdida, sin solución ni enmienda. A mí, que debo andar cerca de la edad de Darth Vader en sus últimos días, me regalan hoy, ellos, una figura de Luke Skywalker. La miraré y me acordaré de ellos siempre, y espero saber siempre, también, sin ninguna duda, que ellos son lo primero.
En cuanto a la devoción al Emperador..., bueno, en realidad todo ese rollo del lado oscuro y tal, pues tampoco es para tanto, la verdad. Para fardar, si acaso: los canallas ligan más, como todo el mundo sabe.
Luke Skywalker: "He told me enough! He told me you killed him!"
Darth Vader: "No. I am your father"
Luke Skywalker: "No! It's not true! That's Impossible!!"
Darth Vader: "Search on your feelings, you know that is true"
Luke Skywalker: "Noooooooo!!...
Los Skywalker se reconcilian, ya en el lecho de muerte, pero más vale tarde que arrastrar la pena de una ocasión perdida, sin solución ni enmienda. A mí, que debo andar cerca de la edad de Darth Vader en sus últimos días, me regalan hoy, ellos, una figura de Luke Skywalker. La miraré y me acordaré de ellos siempre, y espero saber siempre, también, sin ninguna duda, que ellos son lo primero.
En cuanto a la devoción al Emperador..., bueno, en realidad todo ese rollo del lado oscuro y tal, pues tampoco es para tanto, la verdad. Para fardar, si acaso: los canallas ligan más, como todo el mundo sabe.
lunes, marzo 11, 2013
"Kadosh", de Amos Gitai
La semana pasada estuve leyendo el cómic "Crónicas de Jerusalén" del dibujante canadiense Guy Delisle. De este autor ya había leído otras obras como "Pyongyang" o "Crónicas birmanas". La mujer de Delisle trabaja para Médicos Sin Fronteras y tiene que pasar largas temporadas en algunas de las zonas en las que esta ONG presta servicio: toda la familia de excursión. Ya que estamos aquí, voy a hacer un tebeo, que no se me da nada mal, se dice el artista. El reportaje en viñetas tiene buenos ejemplos, aparte de Tintín. Como "El fotógrafo", las experiencias de Didier Lefèvre en misión fotográfica, también con MSF, en Afganistán, con dibujos de Emmanuel Guibert. O, por supuesto, los trabajos de Joe Sacco, imprescindibles: "Palestina", "Gorazde", "El mediador": hazañas casi bélicas con estilo underground. Los de Guy Delisle se quedan más en una guía para padres en zonas de conflicto cercano: el alquiler, los colegios, los controles de aduanas, los atascos y, por supuesto, los oriundos y su día a día: un diario donde se bosqueja lo extraño cotidiano, un retrato del otro, del que se va a visitar, pergeñado con bastante perspicacia, poco contacto íntimo y exceso de tiempo libre.
En "Crónicas de Jerusalén" se habla de un curioso barrio jerosolimitano, habitado por judíos ultra-ortodoxos, de nombre Mea Shearim: carteles en las calles rechazando a visitantes, turistas y curiosos: sociedad hermética y paranoica, pintoresca y anclada en ritos ancestrales, un grupo humano que hace parecer a los amish de "Unico testigo" de Peter Weir tan amigables como una peña rociera. Merecerá la pena profundizar los rasgos que Delisle ha esbozado superficialmente. Resulta que tengo un pack de películas en DVD del director israelí Amos Gitai que aún no había abierto.
"Kadosh" sorprende desde el inicio. Meïr (Yoram Hattab) se despierta por la mañana y antes de terminar de vestirse ya ha concretado un ingente rosario de rezos y de gestos religiosos: Gracias, Señor, por no haberme creado mujer, murmura calladamente. No le falta razón. Las tres religiones monoteístas que cruzan sus historias en Jerusalén, se distinguen por tratar a la mujer como un personaje de segunda clase, impuro y peligroso para el espíritu del justo. En Mea Shearim, un barrio pobre, son ellas las encargadas de sostener el hogar con su trabajo y de criar a la nutrida descendencia que Dios tenga a bien concederle, mientras que los maridos dedican la jornada al estudio de la Torah, texto bíblico (el Pentateuco cristiano, esencialmente) que debe ser aprendido y después recitado con unas claves precisas de entonación: la palabra, el nombre verdadero de Yahveh ("Pi", de Darren Aronofsky: el que se acerca demasiado al conocimiento divino se pierde irremediablemente). El Talmud, leyes de tradición oral que se extraen de la Torah, conforma un catálogo inmenso de reglas y de normas que rigen y controlan cada aspecto de la vida, hasta el menor detalle. Amplio e implacable. ¿Por qué los preceptos legislativos de un pueblo de pastores de hace tres milenios, códigos descabellados a ojos modernos, dominan una sociedad avanzada? Eso sí que es un misterio religioso digno de estudio.
Las hermanas Rivka (Yaël Abecassis) y Malka (Meital Barda) afrontan su destino: el repudio por esterilidad, el matrimonio por imposición. Un destino triste e inevitable. O no.
Hay otros mundos.
En "Crónicas de Jerusalén" se habla de un curioso barrio jerosolimitano, habitado por judíos ultra-ortodoxos, de nombre Mea Shearim: carteles en las calles rechazando a visitantes, turistas y curiosos: sociedad hermética y paranoica, pintoresca y anclada en ritos ancestrales, un grupo humano que hace parecer a los amish de "Unico testigo" de Peter Weir tan amigables como una peña rociera. Merecerá la pena profundizar los rasgos que Delisle ha esbozado superficialmente. Resulta que tengo un pack de películas en DVD del director israelí Amos Gitai que aún no había abierto.
"Kadosh" sorprende desde el inicio. Meïr (Yoram Hattab) se despierta por la mañana y antes de terminar de vestirse ya ha concretado un ingente rosario de rezos y de gestos religiosos: Gracias, Señor, por no haberme creado mujer, murmura calladamente. No le falta razón. Las tres religiones monoteístas que cruzan sus historias en Jerusalén, se distinguen por tratar a la mujer como un personaje de segunda clase, impuro y peligroso para el espíritu del justo. En Mea Shearim, un barrio pobre, son ellas las encargadas de sostener el hogar con su trabajo y de criar a la nutrida descendencia que Dios tenga a bien concederle, mientras que los maridos dedican la jornada al estudio de la Torah, texto bíblico (el Pentateuco cristiano, esencialmente) que debe ser aprendido y después recitado con unas claves precisas de entonación: la palabra, el nombre verdadero de Yahveh ("Pi", de Darren Aronofsky: el que se acerca demasiado al conocimiento divino se pierde irremediablemente). El Talmud, leyes de tradición oral que se extraen de la Torah, conforma un catálogo inmenso de reglas y de normas que rigen y controlan cada aspecto de la vida, hasta el menor detalle. Amplio e implacable. ¿Por qué los preceptos legislativos de un pueblo de pastores de hace tres milenios, códigos descabellados a ojos modernos, dominan una sociedad avanzada? Eso sí que es un misterio religioso digno de estudio.
Las hermanas Rivka (Yaël Abecassis) y Malka (Meital Barda) afrontan su destino: el repudio por esterilidad, el matrimonio por imposición. Un destino triste e inevitable. O no.
Hay otros mundos.
sábado, marzo 09, 2013
"Restless", de Gus Van Sant
Después de dirigir en el año 2000 "Descubriendo a Forrester" (una película de temática parecida a "El indomable Will Hunting": talentos ocultos), la trayectoria de Gus Van Sant se ha instalado en la muerte: en la muerte y la juventud, realmente. "Gerry", "Elephant", "Last Days", "Paranoid Park", "Mi nombre es Harvey Milk" (Milk no era tan joven cuando lo asesinaron, pero no por eso voy a quitar la película de la lista: la quitaría porque no llega a la altura de las otras del listado) y, por último, "Restless" (último que yo haya visto: hay otra película posterior pendiente de estreno en España, "Promised land": no sé si en esa muere gente). La parca se pasea, implacable, por los fotogramas de este director y, de paso, arroja en el camino los despojos de alguna que otra película formidable: la tetralogía magistral, arriesgada y sorprendente que forman "Gerry", "Elephant", "Last Days" y "Paranoid Park".
"Restless" se queda (quizá anunciando un cambio de ciclo) a medio camino entre las dos facetas que la carrera de Gus Van Sant aparentemente ha mostrado: una con la que parece querer alcanzar a un público más amplio ("El indomable Will Hunting" sería el ejemplo más claro) y otra más preocupada por mostrar su visión cinematográfica más personal (y aquí habría que mencionar "Elephant", esa merecida Palma de Oro de Cannes). En cualquier caso un cineasta coherente que se aleja lo necesario de una línea artística fundamental, de un imaginario propio, recordando a otros autores que lo lograron en el pasado como Luis Buñuel.
La pareja de jóvenes enamorados de "Restless" en vez de carabina llevan rondando cerca a un encapuchado con una guadaña: un trauma infantil y un futuro corto. Una historia de amor con fecha de caducidad, un imposible que palidece ante la construcción del romance juvenil (como la de la reciente "Amor bajo el espino blanco" de Zhang Yimou) más puro y desafectado. Dos adolescentes fuera de juego (ser raro para no ser mediocre) y una tragedia tranquila, para desapacibles tardes hogareñas de invierno, que no invita a la lágrima fácil, no, si no a la aceptación y al carpe diem.
"Restless" se queda (quizá anunciando un cambio de ciclo) a medio camino entre las dos facetas que la carrera de Gus Van Sant aparentemente ha mostrado: una con la que parece querer alcanzar a un público más amplio ("El indomable Will Hunting" sería el ejemplo más claro) y otra más preocupada por mostrar su visión cinematográfica más personal (y aquí habría que mencionar "Elephant", esa merecida Palma de Oro de Cannes). En cualquier caso un cineasta coherente que se aleja lo necesario de una línea artística fundamental, de un imaginario propio, recordando a otros autores que lo lograron en el pasado como Luis Buñuel.
La pareja de jóvenes enamorados de "Restless" en vez de carabina llevan rondando cerca a un encapuchado con una guadaña: un trauma infantil y un futuro corto. Una historia de amor con fecha de caducidad, un imposible que palidece ante la construcción del romance juvenil (como la de la reciente "Amor bajo el espino blanco" de Zhang Yimou) más puro y desafectado. Dos adolescentes fuera de juego (ser raro para no ser mediocre) y una tragedia tranquila, para desapacibles tardes hogareñas de invierno, que no invita a la lágrima fácil, no, si no a la aceptación y al carpe diem.
martes, marzo 05, 2013
"Habemus Papam", de Nanni Moretti
Cuando se estrenó esta película, hace un par de años, supongo que nadie podía ni siquiera sospechar la situación histórica que se está resolviendo en la actualidad. Es común costumbre que los papas no dimiten: mueren, después se escoge a otro y ya está (la espicha el rey, la espicha el papa y de espicharla nadie escapa, asegura la sabiduría popular). Morettí, tan listo, quizás algo se olía. Las dudas que a cualquiera le pueden asaltar al verse encumbrado a símbolo de poder absolutista: omnímodo e infalible: un semidiós terrenal. Encima el reto papal se produce al final de la vida, un cargo a repartir entre candidatos ancianos en su mayoría, más deseosos de reposo que de enredos: el joven ambicioso quedó atrás hace muchos años: los altos cargos en fecha jubilar están por la contemplación, que no la acción y la toma de decisiones: ay, los huesos. La fe y la obediencia obligan al cardenal que se va a vestir de blanco inmaculado, aunque en el fondo no se tenga ni la menor gana.
Benedicto XVI se retira a un monasterio y el cardenal Melville (Michel Piccoli: le recuerdo bien en "Belle de Jour" de Luis Buñuel o en la magnífica "La bella mentirosa" de Jacques Rivette, pero posee una lista interminable de referencias con los mejores directores: de Godard a Hitchcock, de Malle a Berlanga) hace mutis por el foro... romano. No, ser papa no debe estar muy bien pagado.
Nanni Moretti construye de nuevo una trama vitalista, de personajes que siguen adelante partiendo de una situación de angustia o de desesperación. Sin embargo esta vez el guión se apunta algo deslavazado, frágil, hilos argumentales perdidos, casi tanto como el papa electo. Aún así, se asiste a la proyección de la película sin un ápice de desgana ya que la deconstrucción de los muros del Vaticano, esa estructura cerrada y férrea que durante siglos ha sido baluarte de misterios y conspiraciones, que contempla el espectador como un ejercicio subversivo y desmitificador, producen una trama entretenida de risa amable, lejos, eso sí, de aquellas comedias demoledoras y desgarradoras (Moretti te destrozaba mientras sonreías), brillantes e imperecederas, que eran "Caro diario" o "La habitación del hijo".
Cardenales ingenuos, juguetones, con sus pequeños caprichos infantiles, que habitan durante el cónclave en la Casa de Santa Marta y que pasan allí esos días como si aquello fuera un retiro tranquilo, propone Moretti, alejando la más leve sombra conspiratoria: las puñaladas traperas no caben en esta cinta y la gravedad electoral se deja para la sala bajo los frescos más famosos de la historia del arte, los de la Capilla Sixtina.
Habemus Papam. Pues no, aún no.
Hagan sus apuestas (extraído de www.republica.com).
Benedicto XVI se retira a un monasterio y el cardenal Melville (Michel Piccoli: le recuerdo bien en "Belle de Jour" de Luis Buñuel o en la magnífica "La bella mentirosa" de Jacques Rivette, pero posee una lista interminable de referencias con los mejores directores: de Godard a Hitchcock, de Malle a Berlanga) hace mutis por el foro... romano. No, ser papa no debe estar muy bien pagado.
Nanni Moretti construye de nuevo una trama vitalista, de personajes que siguen adelante partiendo de una situación de angustia o de desesperación. Sin embargo esta vez el guión se apunta algo deslavazado, frágil, hilos argumentales perdidos, casi tanto como el papa electo. Aún así, se asiste a la proyección de la película sin un ápice de desgana ya que la deconstrucción de los muros del Vaticano, esa estructura cerrada y férrea que durante siglos ha sido baluarte de misterios y conspiraciones, que contempla el espectador como un ejercicio subversivo y desmitificador, producen una trama entretenida de risa amable, lejos, eso sí, de aquellas comedias demoledoras y desgarradoras (Moretti te destrozaba mientras sonreías), brillantes e imperecederas, que eran "Caro diario" o "La habitación del hijo".
Cardenales ingenuos, juguetones, con sus pequeños caprichos infantiles, que habitan durante el cónclave en la Casa de Santa Marta y que pasan allí esos días como si aquello fuera un retiro tranquilo, propone Moretti, alejando la más leve sombra conspiratoria: las puñaladas traperas no caben en esta cinta y la gravedad electoral se deja para la sala bajo los frescos más famosos de la historia del arte, los de la Capilla Sixtina.
Habemus Papam. Pues no, aún no.
Hagan sus apuestas (extraído de www.republica.com).
jueves, febrero 28, 2013
"Blue Valentine", de Derek Cianfrance
Escena eliminada del montaje final
Dean (Ryan Gosling) camina despacio, cabizbajo, por la acera de una avenida de un suburbio de Pensilvania. Anochece. Cerca de él, un grupo de niños juega con petardos y bengalas, que estallan a la luz disminuida del crepúsculo: parece un pequeño cuatro de Julio. La cámara acompaña la trayectoria del personaje enfocándole en plano completo desde el lado derecho.
Voz en off del protagonista. Monólogo interior.
Dean entra en el bar. Hay tres clientes: una pareja que charla sentada en una mesa y una chica joven, sola, acodada en la barra, cerca de donde se encuentra el camarero. En el jukebox suena la canción "La mataré" de Loquillo y los Trogloditas.
Dean se dirige hacia el teléfono público que se encuentra al fondo del local. Ve a la chica, se detiene y gira hacia la barra. Se sienta en un taburete cerca de ella.
DEAN (al camarero): Hola, ¿qué hay? ¿Me pones una cerveza?
DEAN (a la chica): ¡Vaya! ¿A ti no te pinté yo el balcón el año pasado?
Dean (Ryan Gosling) camina despacio, cabizbajo, por la acera de una avenida de un suburbio de Pensilvania. Anochece. Cerca de él, un grupo de niños juega con petardos y bengalas, que estallan a la luz disminuida del crepúsculo: parece un pequeño cuatro de Julio. La cámara acompaña la trayectoria del personaje enfocándole en plano completo desde el lado derecho.
Voz en off del protagonista. Monólogo interior.
¿Dónde voy? Y qué más da. A ninguna parte. Nowhere, fast. Tiene narices. Cinco años que se quedan en nada. Cinco años, sí, pero, mírate, parece que han pasado veinte. ¡Estás hecho una mierda! Ya no soy ni la sombra del que fui: se agotaron las ilusiones, la alegría, la esperanza: días de vino y rosas en recuerdo convertidos, como decía aquel poema. Qué buenos fueron aquellos tiempos. ¿Dónde habré guardado el ukelele aquel? ¡Bah! Menuda pinta iba a tener ahora con el chisme colgado del hombro.
La llamaré. No sé qué he hecho con el móvil. Se me debió caer cuando le partía la cara al imbécil de su jefe. Ahí sí que la cagué a base de bien. Cómo se me pudo ocurrir sacudirle. Me veo en el trullo: lo que me faltaba.
Tengo que llamarla. A ver si encuentro una cabina y la llamo a casa de su padre. Seguro que está allí. Parece mentira: cuando la conocí ella odiaba a su padre con todas sus ganas y ahora la casa de ese viejo acabado es su refugio. No, si lo que no arregle yo. Pongo a todo el mundo de acuerdo... en mi contra.
Y la niña, qué voy a hacer sin la niña.... Joder, joder, ¡joder! ¡Qué gilipollas he sido!
Bueno, ¡se acabó! ¡Pero hombre! ¡Tanto compadecerse! ¡De ahora en adelante libre como un pájaro! ¿Así que soy un borracho sin ambiciones? Que te den, nena. Tú no me conoces, guapa, no sabes de lo que soy capaz. Regreso a Brooklyn. Hablo con los de las mudanzas y a ver si puedo volver a trabajar allí. Prefiero mil veces tirar de muebles y cargar con cajas que seguir pintando paredes, todo el santo día embadurnado y oliendo a pintura. En las mudanzas al menos veía mundo, ¿o no? ¡Decidido... tengo que llamarla! Igual ya se le ha pasado el mosqueo y podemos hacer las paces. Sí, fijo. En el fondo no puede vivir sin mí. Debe estar ahora mismo esperando que la llame. ¡Con todo lo que sacrifiqué por ella! Ahí hay un bar abierto, debe tener un teléfono que pueda usar.
Dean entra en el bar. Hay tres clientes: una pareja que charla sentada en una mesa y una chica joven, sola, acodada en la barra, cerca de donde se encuentra el camarero. En el jukebox suena la canción "La mataré" de Loquillo y los Trogloditas.
Dean se dirige hacia el teléfono público que se encuentra al fondo del local. Ve a la chica, se detiene y gira hacia la barra. Se sienta en un taburete cerca de ella.
DEAN (al camarero): Hola, ¿qué hay? ¿Me pones una cerveza?
DEAN (a la chica): ¡Vaya! ¿A ti no te pinté yo el balcón el año pasado?
Bueno, ya llamaré más tarde. Si eso.
FIN
domingo, febrero 24, 2013
"Argo", de Ben Affleck
En noviembre de 1979 una turba de manifestantes invade la embajada de Estados Unidos en Teherán. Su protesta, motivada porque el gobierno de Jimmy Carter ha dado asilo al recientemente depuesto sátrapa de Persia, el Sha Reza Palevi, desemboca en la toma de la embajada y el secuestro de los trabajadores norteamericanos de la misma: 444 días retenidos: de Carter a Reagan. Seis de ellos logran escabullirse durante el asalto y terminan refugiándose en la embajada de Canadá, de donde salen semanas más tarde, camuflados con pasaportes canadienses, para tomar un vuelo que los devuelve a Estados Unidos. ¡Gracias, Canadá! La película de Ben Affleck se empeñará en quitarle el mérito a los canadienses, esos paletos que, como mostraba Michael Moore en "Bowling for Columbine", no son unos paranoicos hacia el otro, hacia el extraño, como demuestran sin rubor sus vecinos del sur de la frontera.
La necesidad del héroe absoluto de la sociedad estadounidense: impoluto, sin mácula, dispuesto a cualquier sacrificio. Veo "Argo" un 23-F, otra historia de rehenes, de conflictos ideológicos, de buenos contra malos, y TVE aprovecha la fecha del calendario para estrenar "23-F: La película" de Chema de la Peña, excelente película basada en el no menos excelente libro de Javier Cercas, "Anatomía de un instante" (lectura obligatoria, como la última novela de Cercas, "Las leyes de la frontera", sobre todo para aquellos a los que los términos torete o pico, les traiga a la memoria algo más que tauromaquia y albañilería). Aquella noche tremenda del año 1981 señaló sus héroes: los que no se tiraron al suelo, los que no apagaron la cámara, los que plantaron cara. Y, por supuesto, el rey. Ay, los claroscuros del héroe: Lo siento mucho; me he equivocado y... no volverá a ocurrir. Es complicado mantener la cualidad heroica en la exposición continuada de la vida pública.
"Argo" dramatiza un rescate audaz desde la figura del agente secreto Tony Méndez (Ben Affleck), miembro de la C.I.A., y toca colocarse medallas e infundir espíritu patriotero: somos los buenos, somos los héroes: los héroes de unos siempre son los villanos de otros. Recuerdo "Syriana", de Stephen Galan, protagonizada por George Clooney (uno de los productores de "Argo", por cierto) y me parece una película mucho mejor que "Argo" en lo político, mucho más profunda y reflexiva: "Argo" en algunos pasajes se limita a escenificar imágenes de telediario (como se presume, además, en los créditos) y tópicos de la profesión (por ahí aparece Bryan Cranston, nada menos que Mr. Walter "Heisenberg" White, reclamando un papel como protagonista). Y puestos a mencionar películas de temática parecida a "Argo" y que apuntan a superarla cinematográficamente, se puede nombrar "Carlos" de Olivier Assayas o "Münich" de Steven Spielberg. Y, claro, la sensación televisiva que ha supuesto la serie "Homeland": ante las tramas que se esconden detrás de todos esos títulos, "Argo" resulta inocentona.
Pero "Argo" brilla en una faceta: "Argo" es una tapadera, una película dentro de otra (como en "Super 8", de J. J. Abrams: cineastas jóvenes volviendo la cabeza hacia sus referencias cinéfilas de infancia y adolescencia), un guiño a la publicidad gubernamental que enmascara cualquier escándalo (la crisis de los rehenes de Irán y la declaración de enemistad eterna hacia el régimen de los ayatolás, desmentida en el turbio asunto del Irán-Contra y la confesión del coronel Oliver North: todo está podrido). Esa parte del guión, conducida por los actores John Goodman y Alan Arkin, es de lo mejor de la cinta. La película tiene también buenos momentos de emoción, de suspense. No llegará a la "Cortina rasgada" de Alfred Hitchcock o "El premio" de Mark Robson (ni tampoco Affleck es Clooney en la mencionada "Syriana", ni mucho menos Paul Newman en las otras dos) pero mantiene la tensión para hacer creíble que la misión de rescate es tan difícil de realizar como, según se cuenta, fue. A mí me parece que exageran un poco. Por el Oscar, más.
La necesidad del héroe absoluto de la sociedad estadounidense: impoluto, sin mácula, dispuesto a cualquier sacrificio. Veo "Argo" un 23-F, otra historia de rehenes, de conflictos ideológicos, de buenos contra malos, y TVE aprovecha la fecha del calendario para estrenar "23-F: La película" de Chema de la Peña, excelente película basada en el no menos excelente libro de Javier Cercas, "Anatomía de un instante" (lectura obligatoria, como la última novela de Cercas, "Las leyes de la frontera", sobre todo para aquellos a los que los términos torete o pico, les traiga a la memoria algo más que tauromaquia y albañilería). Aquella noche tremenda del año 1981 señaló sus héroes: los que no se tiraron al suelo, los que no apagaron la cámara, los que plantaron cara. Y, por supuesto, el rey. Ay, los claroscuros del héroe: Lo siento mucho; me he equivocado y... no volverá a ocurrir. Es complicado mantener la cualidad heroica en la exposición continuada de la vida pública.
"Argo" dramatiza un rescate audaz desde la figura del agente secreto Tony Méndez (Ben Affleck), miembro de la C.I.A., y toca colocarse medallas e infundir espíritu patriotero: somos los buenos, somos los héroes: los héroes de unos siempre son los villanos de otros. Recuerdo "Syriana", de Stephen Galan, protagonizada por George Clooney (uno de los productores de "Argo", por cierto) y me parece una película mucho mejor que "Argo" en lo político, mucho más profunda y reflexiva: "Argo" en algunos pasajes se limita a escenificar imágenes de telediario (como se presume, además, en los créditos) y tópicos de la profesión (por ahí aparece Bryan Cranston, nada menos que Mr. Walter "Heisenberg" White, reclamando un papel como protagonista). Y puestos a mencionar películas de temática parecida a "Argo" y que apuntan a superarla cinematográficamente, se puede nombrar "Carlos" de Olivier Assayas o "Münich" de Steven Spielberg. Y, claro, la sensación televisiva que ha supuesto la serie "Homeland": ante las tramas que se esconden detrás de todos esos títulos, "Argo" resulta inocentona.
Pero "Argo" brilla en una faceta: "Argo" es una tapadera, una película dentro de otra (como en "Super 8", de J. J. Abrams: cineastas jóvenes volviendo la cabeza hacia sus referencias cinéfilas de infancia y adolescencia), un guiño a la publicidad gubernamental que enmascara cualquier escándalo (la crisis de los rehenes de Irán y la declaración de enemistad eterna hacia el régimen de los ayatolás, desmentida en el turbio asunto del Irán-Contra y la confesión del coronel Oliver North: todo está podrido). Esa parte del guión, conducida por los actores John Goodman y Alan Arkin, es de lo mejor de la cinta. La película tiene también buenos momentos de emoción, de suspense. No llegará a la "Cortina rasgada" de Alfred Hitchcock o "El premio" de Mark Robson (ni tampoco Affleck es Clooney en la mencionada "Syriana", ni mucho menos Paul Newman en las otras dos) pero mantiene la tensión para hacer creíble que la misión de rescate es tan difícil de realizar como, según se cuenta, fue. A mí me parece que exageran un poco. Por el Oscar, más.
domingo, febrero 17, 2013
"Django desencadenado", de Quentin Tarantino
Hace unos meses escribí sobre "El hombre de los puños de hierro", película dirigida por RZA y presentada (marketing, marketing) por Quentin Tarantino. Debió presentarla y salir corriendo: el deseo de ser Tarantino, de crear una película que se le parezca y no lograrlo ni por asomo: el guión, claro, en primer lugar y sobre todo, ese documento que, bien trabajado, detalla todo lo que debe aparecer en el celuloide. Y los guiones de Tarantino son muy buenos en cuanto a que mezclan adecuadamente cine de entretenimiento (casi tres horas de proyección de "Django desencadenado" sin aburrir al personal: no está al alcance de cualquiera) con obras de propósitos más elevados, susceptibles de presentarse en Cannes, por ejemplo, sin el menor rubor.
La historia planteada en "Django desencadenado" es en realidad la misma de "El hombre de los puños de hierro": la venganza, el ajuste de cuentas después de padecer las más salvajes tropelías. Las circunstancias en las que se desarrolló el modelo económico de la esclavitud, la estructura de relaciones laborales más antigua y prolongada que ha experimentado el ser humano, tienen argumentos de sobra (cualquiera que viera en televisión "Raíces" y las penurias de Kunta Kinte -hace demasiadas décadas- tiene una idea certera del asunto) para que el ojo por ojo campe a sus anchas por los fotogramas y, aunque parezca que el viaje de Django, su odisea, tiene como meta recuperar a su amada, será el tinte sangriento el que domine sobre el romántico.
Propone Tarantino que la epopeya de Django (Jamie Foxx) sea alegoría de otra historia trágica, legendaría, el mito germánico de Sigfrido, cazador de dragones, personaje heroico dispuesto a superar pruebas sobrehumanas con tal de conseguir la mano de la valquiria Brunilda. Colocar a Django al nivel de capacidad guerrera de Sigfrido, e incluso superarlo: Django invencible, sin dolorosos talones de Aquiles o molestas hojas de tilo. Resulta que el esclavo liberado pasa del azadón al arma de fuego con una infalible habilidad mortal que no es fruto de ningún adiestramiento, sino que es un valor innato, señalado por los dioses: deus ex machina. Esa falta de argumentación de capacidades es un punto débil: las películas de Tarantino están repletas de asesinos expertos bien justificados: el señor Rubio (Michael Madsen) bailando con su cuchilla de afeitar, Jules (Samuel L. Jackson) recitando pasajes de la Biblia antes de apretar el gatillo, los complicados trámites de separación entre La Novia (Uma Thurman) y Bill (David Carradine), o, mi favorita, la terrorista cinéfila Shosanna Dreyfus (Mélanie Laurent) fulminando al III Reich en un cine de París: celuloide vengador. Con estos antecedentes, el desenlace de las aventuras de Django resulta algo pobre: las fantasmadas son un gran recurso para el cine de acción pero hay que elaborarlas a la perfección, deben resultar creíbles en su inverosimilitud. El final de "Django desencadenado" será lo peor de la cinta: infantil, chabacano, poco trabajado, un final que deja mal sabor de boca.
La película va de más a menos, para qué nos vamos a engañar, y empieza a disminuir cuando desaparece el genial personaje del doctor Schultz interpretado por el excelente actor Christoph Waltz (el coronel Hans Landa de "Malditos bastardos": Quentin Tarantino lo colocó de súbito en la cima). El pigmalión de Django es un carácter deslumbrante, desde que hace su aparición, y los fotogramas que comparte Waltz con Leonardo DiCaprio (Calvin Candie), Don Johnson (Big Daddy) o el casi irreconocible Samuel L. Jackson (Stephen, ese tío Tom en lo más peyorativo del término) son lo mejor de la película.
Cazadores de recompensas elegantes, negreros sádicos hasta la caricatura, luchadores mandingos y espartacos desencadenados, para un western nada crepuscular (¿"Silverado" de Lawrence Kasdan fue la última? Pocas películas "del oeste" modernas, que no sean remakes, huyen de la melancolía como telón de fondo), que se asoma a la estética del spaguetti western (cameo de Franco Nero incluido) y al Peckinpah más salvaje. O quizás a estas alturas Tarantino ya sólo se asoma a sí mismo.
La historia planteada en "Django desencadenado" es en realidad la misma de "El hombre de los puños de hierro": la venganza, el ajuste de cuentas después de padecer las más salvajes tropelías. Las circunstancias en las que se desarrolló el modelo económico de la esclavitud, la estructura de relaciones laborales más antigua y prolongada que ha experimentado el ser humano, tienen argumentos de sobra (cualquiera que viera en televisión "Raíces" y las penurias de Kunta Kinte -hace demasiadas décadas- tiene una idea certera del asunto) para que el ojo por ojo campe a sus anchas por los fotogramas y, aunque parezca que el viaje de Django, su odisea, tiene como meta recuperar a su amada, será el tinte sangriento el que domine sobre el romántico.
Propone Tarantino que la epopeya de Django (Jamie Foxx) sea alegoría de otra historia trágica, legendaría, el mito germánico de Sigfrido, cazador de dragones, personaje heroico dispuesto a superar pruebas sobrehumanas con tal de conseguir la mano de la valquiria Brunilda. Colocar a Django al nivel de capacidad guerrera de Sigfrido, e incluso superarlo: Django invencible, sin dolorosos talones de Aquiles o molestas hojas de tilo. Resulta que el esclavo liberado pasa del azadón al arma de fuego con una infalible habilidad mortal que no es fruto de ningún adiestramiento, sino que es un valor innato, señalado por los dioses: deus ex machina. Esa falta de argumentación de capacidades es un punto débil: las películas de Tarantino están repletas de asesinos expertos bien justificados: el señor Rubio (Michael Madsen) bailando con su cuchilla de afeitar, Jules (Samuel L. Jackson) recitando pasajes de la Biblia antes de apretar el gatillo, los complicados trámites de separación entre La Novia (Uma Thurman) y Bill (David Carradine), o, mi favorita, la terrorista cinéfila Shosanna Dreyfus (Mélanie Laurent) fulminando al III Reich en un cine de París: celuloide vengador. Con estos antecedentes, el desenlace de las aventuras de Django resulta algo pobre: las fantasmadas son un gran recurso para el cine de acción pero hay que elaborarlas a la perfección, deben resultar creíbles en su inverosimilitud. El final de "Django desencadenado" será lo peor de la cinta: infantil, chabacano, poco trabajado, un final que deja mal sabor de boca.
La película va de más a menos, para qué nos vamos a engañar, y empieza a disminuir cuando desaparece el genial personaje del doctor Schultz interpretado por el excelente actor Christoph Waltz (el coronel Hans Landa de "Malditos bastardos": Quentin Tarantino lo colocó de súbito en la cima). El pigmalión de Django es un carácter deslumbrante, desde que hace su aparición, y los fotogramas que comparte Waltz con Leonardo DiCaprio (Calvin Candie), Don Johnson (Big Daddy) o el casi irreconocible Samuel L. Jackson (Stephen, ese tío Tom en lo más peyorativo del término) son lo mejor de la película.
Cazadores de recompensas elegantes, negreros sádicos hasta la caricatura, luchadores mandingos y espartacos desencadenados, para un western nada crepuscular (¿"Silverado" de Lawrence Kasdan fue la última? Pocas películas "del oeste" modernas, que no sean remakes, huyen de la melancolía como telón de fondo), que se asoma a la estética del spaguetti western (cameo de Franco Nero incluido) y al Peckinpah más salvaje. O quizás a estas alturas Tarantino ya sólo se asoma a sí mismo.
domingo, febrero 10, 2013
"Hitchcock", de Sacha Gervasi
'¿Y si vuelve a ocurrir lo de "Vértigo"?', le pregunta Alfred (Anthony Hopkins) a Alma (Helen Mirren), en medio de la noche, cada cual acostado en su camita. Hitchcock se lo pregunta a su mujer, preocupado e insomne por la suerte que tendrá la película que está rodando, "Psicósis", como si ella, Alma, pudiera responder esa incógnita que no se desvelará hasta que la producción haya terminado y la cinta pase el trance del estreno en salas. Éxito o fracaso: cualquier director de cine habrá padecido esa inquietud. ¿Qué será, será?
"Vértigo" fue una de las películas menos rentables de las dirigidas por el inglés. El público no acudió en masa a contemplar ese genial relato necrófilo lleno de dobles sentidos y de una profundidad psicológica enorme: ahora aparece la primera en muchas de esas estúpidas listas que intentan catalogar el talento por estadísticas o por modas, lo cual no quiere decir que no merezca tanto honor. Así pues, el director de cine más famoso de su tiempo (sus apariciones televisivas en "Alfred Hitchcock presents", tuvieron sin duda mucho que ver en ello) y quizá de todos los tiempos, también tenía miedo de la respuesta del público. Y la principal causa de ese miedo era que, rebasada la frontera de los 60 en años cumplidos y en películas dirigidas, era aún capaz de asumir riesgos, de romper moldes, de ver a través del ojo de la cámara con puntos de vista alternativos y originales: de no ir a lo seguro. "Psicósis" era un material peligroso, demasiado violenta y sensual para los preceptos cinematográficos de la época: Hitchcock se vio obligado a producirla él mismo, jugándose los cuartos (los que tenía en el banco y los de la casa donde vivía, que tuvo que hipotecar) y el prestigio: el miedo al fracaso no es sólo económico: orgullo de artista: ser pretencioso también puede ser un rasgo de genialidad. Al final, "Psicósis" fue su mayor éxito comercial y le convirtió en un tipo muy, muy rico.
No quería ver "Hitchcock" en una sala de cine, intuyendo que escuchar las interpretaciones (que seguro que iban a ser geniales y así han sido) de Anthony Hopkins y Helen Mirren sometidas a la castración del doblaje, era perderse una parte sustancial del espectáculo. Prefería esperar al DVD o a una improbable sesión en V.O. en Salamanca. Pero un domingo gélido de febrero empuja a acudir al cine, y el apellido y la silueta abultada de un cineasta para la eternidad compran la entrada. Ninguna decepción. Las circunstancias cinéfilas del rodaje de "Psicósis" (Scarlett Johansson como Janet Leigh, James D'Arcy como Anthony Perkins -clavado- o Jessica Biel como Vera Miles, están francamente bien en sus respectivos papeles: buena película de actores) y la recreación de la relación de pareja entre Alfred Hitchcock y Helen Mirren y de las obsesiones (las rubias, los asesinos: no mezclar sin la supervisión del acomodador) personales del autor, construyen esta excelente historia, muy entretenida: tan entretenida como una de Hitchcock.
El maestro dirige, implacable, una orquesta aterrada de espectadores, un concierto de sobresaltos y gritos, una masa de ojos incapacitados para el parpadeo: "Psicósis". Y mi compañera de platea no la había visto. ¿Cómo será ver "Psicósis" por primera vez?
"Vértigo" fue una de las películas menos rentables de las dirigidas por el inglés. El público no acudió en masa a contemplar ese genial relato necrófilo lleno de dobles sentidos y de una profundidad psicológica enorme: ahora aparece la primera en muchas de esas estúpidas listas que intentan catalogar el talento por estadísticas o por modas, lo cual no quiere decir que no merezca tanto honor. Así pues, el director de cine más famoso de su tiempo (sus apariciones televisivas en "Alfred Hitchcock presents", tuvieron sin duda mucho que ver en ello) y quizá de todos los tiempos, también tenía miedo de la respuesta del público. Y la principal causa de ese miedo era que, rebasada la frontera de los 60 en años cumplidos y en películas dirigidas, era aún capaz de asumir riesgos, de romper moldes, de ver a través del ojo de la cámara con puntos de vista alternativos y originales: de no ir a lo seguro. "Psicósis" era un material peligroso, demasiado violenta y sensual para los preceptos cinematográficos de la época: Hitchcock se vio obligado a producirla él mismo, jugándose los cuartos (los que tenía en el banco y los de la casa donde vivía, que tuvo que hipotecar) y el prestigio: el miedo al fracaso no es sólo económico: orgullo de artista: ser pretencioso también puede ser un rasgo de genialidad. Al final, "Psicósis" fue su mayor éxito comercial y le convirtió en un tipo muy, muy rico.
No quería ver "Hitchcock" en una sala de cine, intuyendo que escuchar las interpretaciones (que seguro que iban a ser geniales y así han sido) de Anthony Hopkins y Helen Mirren sometidas a la castración del doblaje, era perderse una parte sustancial del espectáculo. Prefería esperar al DVD o a una improbable sesión en V.O. en Salamanca. Pero un domingo gélido de febrero empuja a acudir al cine, y el apellido y la silueta abultada de un cineasta para la eternidad compran la entrada. Ninguna decepción. Las circunstancias cinéfilas del rodaje de "Psicósis" (Scarlett Johansson como Janet Leigh, James D'Arcy como Anthony Perkins -clavado- o Jessica Biel como Vera Miles, están francamente bien en sus respectivos papeles: buena película de actores) y la recreación de la relación de pareja entre Alfred Hitchcock y Helen Mirren y de las obsesiones (las rubias, los asesinos: no mezclar sin la supervisión del acomodador) personales del autor, construyen esta excelente historia, muy entretenida: tan entretenida como una de Hitchcock.
El maestro dirige, implacable, una orquesta aterrada de espectadores, un concierto de sobresaltos y gritos, una masa de ojos incapacitados para el parpadeo: "Psicósis". Y mi compañera de platea no la había visto. ¿Cómo será ver "Psicósis" por primera vez?
art by Tomás Serrano
domingo, febrero 03, 2013
"Los productores", de Mel Brooks
La ópera prima de Mel Brooks, la primera de una exitosa carrera dedicada a escribir y dirigir parodias, películas cómicas con sello de autor, una tras otra, en las que se caricaturizaban diversos géneros cinematográficos de estética inconfundible: el western, el de terror, el cine mudo, el de suspense, el histórico, la ciencia ficción. Los gags más ocurrentes (no siempre), los actores más alocados (casi siempre), hasta lograr algunas de las escenas más recordadas y divertidas de la comedia en el séptimo arte.
"Los productores" es una peculiar sátira del montaje de espectáculos para Broadway, el famoso circuito teatral de Nueva York, con el que Mel Brooks tuvo mucha relación, y por supuesto es una película que también tiene sus momentos divertidos, aunque su característica más llamativa sea el alto nivel de riesgo y transgresión ("Sillas de montar calientes" será otra de las destacadas en ese aspecto: se aborda el tema del racismo sin miramientos ni concesiones a lo políticamente correcto) que la historia planteada pone en pantalla: montar un musical de bajo coste alrededor de la figura de Adolf Hitler, llamado "Primavera para Hitler", con el timador fin de que sea un fracaso absoluto y no haya que devolver ni un dolar a los inversores, una colección de ancianas millonarias que firman suculentos cheques a favor de un gigoló imposible, el productor sanguijuela Max Bialystock (interpretado por el actor Zero Mostel: excesivo y extenuante, pero le da el carácter necesario a la cinta). Bialystock y su histérico socio Leo Bloom (Gene Wilder en años de plenitud: "Bonnie & Clyde" de Arthur Penn, "Willy Wonka y la fábrica de Chocolate" de Mel Stuart y con Mel Brooks "Los productores", "Sillas de montar calientes" y, por supuesto, "El jovencito Frankenstein", una obra cumbre en su carrera) realizan sus planes y llevan a escena una obra protagonizada por un Hitler gay y hippy (Dick Shawn, que en la película hace del actor Lorenzo St. DuBois: L.S.D. para los amigos), con números musicales en los que se canta al paso de la oca y las bailarinas forman esbeltas cruces gamadas. Un éxito.
¿Qué le gusta al público?
"Los productores" es una peculiar sátira del montaje de espectáculos para Broadway, el famoso circuito teatral de Nueva York, con el que Mel Brooks tuvo mucha relación, y por supuesto es una película que también tiene sus momentos divertidos, aunque su característica más llamativa sea el alto nivel de riesgo y transgresión ("Sillas de montar calientes" será otra de las destacadas en ese aspecto: se aborda el tema del racismo sin miramientos ni concesiones a lo políticamente correcto) que la historia planteada pone en pantalla: montar un musical de bajo coste alrededor de la figura de Adolf Hitler, llamado "Primavera para Hitler", con el timador fin de que sea un fracaso absoluto y no haya que devolver ni un dolar a los inversores, una colección de ancianas millonarias que firman suculentos cheques a favor de un gigoló imposible, el productor sanguijuela Max Bialystock (interpretado por el actor Zero Mostel: excesivo y extenuante, pero le da el carácter necesario a la cinta). Bialystock y su histérico socio Leo Bloom (Gene Wilder en años de plenitud: "Bonnie & Clyde" de Arthur Penn, "Willy Wonka y la fábrica de Chocolate" de Mel Stuart y con Mel Brooks "Los productores", "Sillas de montar calientes" y, por supuesto, "El jovencito Frankenstein", una obra cumbre en su carrera) realizan sus planes y llevan a escena una obra protagonizada por un Hitler gay y hippy (Dick Shawn, que en la película hace del actor Lorenzo St. DuBois: L.S.D. para los amigos), con números musicales en los que se canta al paso de la oca y las bailarinas forman esbeltas cruces gamadas. Un éxito.
¿Qué le gusta al público?
miércoles, enero 30, 2013
"El fantasma de la libertad", de Luis Buñuel
La penúltima de Buñuel, cuando el genio ya había cumplido 74 años. Al principio de la película Buñuel aparece con un hábito frailuno, a punto de ser fusilado por un pelotón de soldados franceses en la época de la Guerra de la Independencia, como un personaje que quiere meterse en el cuadro "Los fusilamientos del tres de mayo" de Goya, su paisano aragonés: de un genio a otro (el comienzo de "El fantasma de la libertad" está basado en un cuento de Bécquer, "El beso": el tono fantástico de una historia en la que se castiga de modo sangriento la devoción lujuriosa hacia una estatua de una iglesia, una leyenda que seguro que le encantaba a Buñuel).
Buñuel fusilado, Buñuel muerto: un cadáver exquisito. Y así es la película, creación de un cadáver exquisito, uno de los juegos más famosos del surrealismo: elaborar un relato encadenando las aportaciones azarosas de los participantes. El lado onírico del surrealismo pero también, o sobre todo, el subversivo: la provocación, la ruptura. El acto surrealista. Decía Bretón que el más sencillo y puro era salir a la calle con un arma y dedicarse a disparar a la multitud, al primero que se ponga delante, a cualquiera: uno de los pasajes de la cinta será eso: el francotirador moderno no sospecha las posibilidades artísticas de su barbarie.
El disparate, el esperpento, deformar la realidad pero sin romperla, pues todo lo que aparece en la pantalla es posible mas insólito. Y aparece todo: lo escatológico, lo perverso, lo sacro, lo demencial: los locos, los depravados, los burgueses, los religiosos. Los inocentes y los pecadores. Mucho vicio y poca virtud, o mejor, el vicio corrompiendo la virtud. El fotograma provocando a un espectador absorto.
Todo Buñuel.
Buñuel fusilado, Buñuel muerto: un cadáver exquisito. Y así es la película, creación de un cadáver exquisito, uno de los juegos más famosos del surrealismo: elaborar un relato encadenando las aportaciones azarosas de los participantes. El lado onírico del surrealismo pero también, o sobre todo, el subversivo: la provocación, la ruptura. El acto surrealista. Decía Bretón que el más sencillo y puro era salir a la calle con un arma y dedicarse a disparar a la multitud, al primero que se ponga delante, a cualquiera: uno de los pasajes de la cinta será eso: el francotirador moderno no sospecha las posibilidades artísticas de su barbarie.
El disparate, el esperpento, deformar la realidad pero sin romperla, pues todo lo que aparece en la pantalla es posible mas insólito. Y aparece todo: lo escatológico, lo perverso, lo sacro, lo demencial: los locos, los depravados, los burgueses, los religiosos. Los inocentes y los pecadores. Mucho vicio y poca virtud, o mejor, el vicio corrompiendo la virtud. El fotograma provocando a un espectador absorto.
Todo Buñuel.
domingo, enero 27, 2013
"El gran Vázquez", de Óscar Aibar
Biografía cinematográfica de uno de los mejores dibujantes españoles de cómic. Y también uno de los más populares: él mismo se proyectó en personaje, el Tío Vázquez, icono reconocible de su obra a poner junto a otros no menos famosos como las hermanas Gilda, la familia Cebolleta o Anacleto, agente secreto. Muy populares fueron los personajes de las historietas españolas en la segunda mitad del siglo XX, sí: tiradas de cientos de miles de ejemplares semanales en un catálogo ingente de títulos de tebeos: "Pulgarcito", "DDT", "TBO", "Tío Vivo", "Pumby", "Mortadelo" y muchos más. Al menos un lateral de los quioscos, megalitos de las aceras urbanas, magnetizaba las miradas con su empapelado cuajado de portadas de multitud de publicaciones para niños y no tan niños. Formación lectora desde la viñeta y su bocadillo, un puntal educativo que se ha extinguido: la celulosa está desprestigiada como soporte y los chavales tienen otros métodos de entretenimiento, no sé si mejores o peores, sin duda distintos. Pero en aquella época era lo que había para pasar el rato las tardes de lluvia (y si hacía bueno jugar en la calle: sí, sí que ha cambiado todo). Los tebeos tenían un éxito tremendo.
El cómic siempre ha sido un medio con posibilidades transgresoras, hasta en los tebeos que parecían más inocentes. Retratos de personajes en los márgenes de la sociedad como el moroso Tío Vázquez ya mencionado, o Carpanta el vagabundo famélico dibujado por Josep Escobar y que representaba como pocos el desastre económico de la posguerra (el propio Escobar pasó años en la cárcel tras la Guerra Civil por su compromiso político), una economía depauperada, autárquica e improvisada: sólo hay que echar un vistazo a las creaciones de Francisco Ibáñez: ¿qué decir de los medios de los que disponían Mortadelo y Filemón, los James Bond patrios, en la agencia nacional de inteligencia T.I.A.? ¿O ese símbolo certero de la España de la chapuza que son Pepe Gotera y Otilio? La historia no oficial traspasaba los márgenes de la censura y el lector no se cuestionaba un trasfondo tan evidente, era así, y la perspectiva la ofrece el tiempo pasado. O no.
En la película dirigida por Óscar Aibar, que tuvo sus inicios como guionista de cómic, el personaje de Manuel Vázquez lo interpreta Santiago Segura. Teniendo en cuenta cómo se retrata al dibujante en la cinta, un jeta embaucador y putero, bígamo y egocéntrico, la elección de Segura como actor protagonista no parece desacertada, pues ha apuntalado su carrera interpretando el papel de un sórdido caradura vicioso, el ínclito detective privado de "Torrente, el brazo tonto de la ley", película dirigida por el propio Santiago Segura. Pero el histrionismo característico de sus actuaciones desaparece en "El gran Vázquez", donde se muestra bastante impasible y desafectado. Así, "El gran Vázquez" no carga las tintas (tinta china de dibujante: ahora todo se hace con el ordenador, manchándose poco las manos) ni en la comedia de las increíbles anécdotas verídicas ni (mucho menos) en el drama de este pícaro moderno, antisistema absoluto, stajanovista de la deuda permanente y la letra impagada.
Lo más interesante de "El gran Vázquez" será la puesta en escena de los interiores de la editorial Bruguera: qué había detrás de las viñetas. Bruguera, como cualquier otra editorial de tebeos de entonces, imponía condiciones leoninas en sus contratos: pago a destajo y perdida de todos los derechos por parte de los autores: Anacleto no es de Vázquez es de Bruguera y si Vázquez no lo dibuja ya lo hará otro: no eres consciente de que vives cargado de cadenas hasta que un día intentas moverte. Esa escenificación del "ecosistema del dibujante" también está perfectamente lograda en una novela gráfica (del tebeo a la novela gráfica: como si la calidad la diera el sustantivo) de Paco Roca, "El invierno del dibujante", del mismo año que el de la producción de "El gran Vázquez", 2010, y que habla de los mismos años de Bruguera, finales de los 50: la revolución de cinco dibujantes, Cifré, Conti, Escobar, Giner y Peñarroya, que se fueron temporalmente de Bruguera, para publicar "Tío Vivo". Sin embargo a mí el que me enseñó como nadie cómo era una redacción de una revista de historietas fue Carlos Giménez en su obra "Los profesionales".
Están locos estos dibujantes.
El cómic siempre ha sido un medio con posibilidades transgresoras, hasta en los tebeos que parecían más inocentes. Retratos de personajes en los márgenes de la sociedad como el moroso Tío Vázquez ya mencionado, o Carpanta el vagabundo famélico dibujado por Josep Escobar y que representaba como pocos el desastre económico de la posguerra (el propio Escobar pasó años en la cárcel tras la Guerra Civil por su compromiso político), una economía depauperada, autárquica e improvisada: sólo hay que echar un vistazo a las creaciones de Francisco Ibáñez: ¿qué decir de los medios de los que disponían Mortadelo y Filemón, los James Bond patrios, en la agencia nacional de inteligencia T.I.A.? ¿O ese símbolo certero de la España de la chapuza que son Pepe Gotera y Otilio? La historia no oficial traspasaba los márgenes de la censura y el lector no se cuestionaba un trasfondo tan evidente, era así, y la perspectiva la ofrece el tiempo pasado. O no.
En la película dirigida por Óscar Aibar, que tuvo sus inicios como guionista de cómic, el personaje de Manuel Vázquez lo interpreta Santiago Segura. Teniendo en cuenta cómo se retrata al dibujante en la cinta, un jeta embaucador y putero, bígamo y egocéntrico, la elección de Segura como actor protagonista no parece desacertada, pues ha apuntalado su carrera interpretando el papel de un sórdido caradura vicioso, el ínclito detective privado de "Torrente, el brazo tonto de la ley", película dirigida por el propio Santiago Segura. Pero el histrionismo característico de sus actuaciones desaparece en "El gran Vázquez", donde se muestra bastante impasible y desafectado. Así, "El gran Vázquez" no carga las tintas (tinta china de dibujante: ahora todo se hace con el ordenador, manchándose poco las manos) ni en la comedia de las increíbles anécdotas verídicas ni (mucho menos) en el drama de este pícaro moderno, antisistema absoluto, stajanovista de la deuda permanente y la letra impagada.
Lo más interesante de "El gran Vázquez" será la puesta en escena de los interiores de la editorial Bruguera: qué había detrás de las viñetas. Bruguera, como cualquier otra editorial de tebeos de entonces, imponía condiciones leoninas en sus contratos: pago a destajo y perdida de todos los derechos por parte de los autores: Anacleto no es de Vázquez es de Bruguera y si Vázquez no lo dibuja ya lo hará otro: no eres consciente de que vives cargado de cadenas hasta que un día intentas moverte. Esa escenificación del "ecosistema del dibujante" también está perfectamente lograda en una novela gráfica (del tebeo a la novela gráfica: como si la calidad la diera el sustantivo) de Paco Roca, "El invierno del dibujante", del mismo año que el de la producción de "El gran Vázquez", 2010, y que habla de los mismos años de Bruguera, finales de los 50: la revolución de cinco dibujantes, Cifré, Conti, Escobar, Giner y Peñarroya, que se fueron temporalmente de Bruguera, para publicar "Tío Vivo". Sin embargo a mí el que me enseñó como nadie cómo era una redacción de una revista de historietas fue Carlos Giménez en su obra "Los profesionales".
Están locos estos dibujantes.
domingo, enero 20, 2013
"Amor", de Michael Haneke
En "Anatomía de un asesinato", de Otto Preminger, un teniente del ejército (Ben Gazzara) mata a balazos al presunto violador de su esposa (Lee Remick). En la película, obra maestra del género cinematográfico judicial, no aparecerá la escena del asesinato, ni habrá ningún flashback temporal que ayude a esclarecer las circunstancias del día de los hechos. Se asistirá a un duelo interpretativo de alto voltaje entre el abogado defensor, James Stewart, y el fiscal, George C. Scott, ambos empleándose a fondo para meterse en el bolsillo al jurado. El resultado del litigio se cimentará en la condición del "impulso irresistible": una persona afronta una situación límite y ésta puede terminar de un modo cruento pero inevitable, más allá de la capacidad para discernir si lo que el sujeto hace está bien o mal: el conocido estado de "enajenación mental transitoria": el demente no es culpable y el juez no puede determinar la responsabilidad de sus actos (el que quiera saber qué sentencia asume el bueno de Gazzara, que vea "Anatomía de un asesinato": ya tenías que haberla visto).
Como indica el título, "Amor" es una historia de eso. Una más, una de tantas, la cotidianidad de la relación entre dos personas: el sacrificio, la empatía, el afecto, lo bueno y lo malo, todo lo que llega años después de la locura química y urgente del enamoramiento desesperado. La costumbre del cuerpo próximo que no se quiere perder bajo ningún concepto, ante cualquier adversidad: dos frente al mundo.
Al cine de Haneke se le califica de sórdido, duro, frío, sin embargo eso es una aproximación superficial a la intención de esta obra. Sí es una cinta implacable, en cuanto a que carece de eufemismos, esforzándose en representar la realidad pero sin caer en el abuso sensacionalista. Y si es implacable entonces quizá deba ser violenta, sello de autor: apenas dos breves instantes que rompen la dinámica de la historia y que sacuden vivamente al espectador y a su conciencia. El impulso irresistible, como se ha indicado, difícil de juzgar, que debe ser sopesado por la platea, convertida en tribunal y en víctima (el sepulcral silencio de los créditos finales conduce hacia la salida a un público vapuleado, puede que también aterrorizado), un público que aporta el bagaje moral que se tenía antes de comprar la entrada y que se cuestiona o reafirma con lo visto en la pantalla: Haneke no juzga, solo expone con una maestría extraordinaria y el nada velado propósito de implicar al observador: derribar la cuarta pared.
Ya lo ha logrado muchas veces, ésta es una más.
Como indica el título, "Amor" es una historia de eso. Una más, una de tantas, la cotidianidad de la relación entre dos personas: el sacrificio, la empatía, el afecto, lo bueno y lo malo, todo lo que llega años después de la locura química y urgente del enamoramiento desesperado. La costumbre del cuerpo próximo que no se quiere perder bajo ningún concepto, ante cualquier adversidad: dos frente al mundo.
Al cine de Haneke se le califica de sórdido, duro, frío, sin embargo eso es una aproximación superficial a la intención de esta obra. Sí es una cinta implacable, en cuanto a que carece de eufemismos, esforzándose en representar la realidad pero sin caer en el abuso sensacionalista. Y si es implacable entonces quizá deba ser violenta, sello de autor: apenas dos breves instantes que rompen la dinámica de la historia y que sacuden vivamente al espectador y a su conciencia. El impulso irresistible, como se ha indicado, difícil de juzgar, que debe ser sopesado por la platea, convertida en tribunal y en víctima (el sepulcral silencio de los créditos finales conduce hacia la salida a un público vapuleado, puede que también aterrorizado), un público que aporta el bagaje moral que se tenía antes de comprar la entrada y que se cuestiona o reafirma con lo visto en la pantalla: Haneke no juzga, solo expone con una maestría extraordinaria y el nada velado propósito de implicar al observador: derribar la cuarta pared.
Ya lo ha logrado muchas veces, ésta es una más.
viernes, enero 11, 2013
Libro. "The Ingmar Bergman Archives", de Paul Duncan y Bengt Wanselius (Ed.)
Que si existen o no los Reyes Magos, me preguntas.
Sí, existen, sin ninguna duda.
Y podríamos apoyarnos en los argumentos del filósofo Descartes respecto al mundo de las ideas o en las generaciones anteriores a la nuestra que durante tanto tiempo y con tanto empeño, año tras año, han puesto el mayor de los cuidados y sigilos en perpetuar a esas figuras portadoras de tantas emociones, una herencia recibida que no tenemos ninguna intención de desdeñar: ¿quién no quiere que vengan?
O apoyar su existencia, simplemente, en que ha sido un libro de lance con un precio de auténtico regalo: una joya bibliográfica espectacular, un monumento a la cinematografía de uno de los más grandes.
En fin, otra mole a poner a continuación del monolito de Stanley Kubrick: un par más y ya podemos jugar al billar en casa.
Sí, existen, sin ninguna duda.
Y podríamos apoyarnos en los argumentos del filósofo Descartes respecto al mundo de las ideas o en las generaciones anteriores a la nuestra que durante tanto tiempo y con tanto empeño, año tras año, han puesto el mayor de los cuidados y sigilos en perpetuar a esas figuras portadoras de tantas emociones, una herencia recibida que no tenemos ninguna intención de desdeñar: ¿quién no quiere que vengan?
O apoyar su existencia, simplemente, en que ha sido un libro de lance con un precio de auténtico regalo: una joya bibliográfica espectacular, un monumento a la cinematografía de uno de los más grandes.
En fin, otra mole a poner a continuación del monolito de Stanley Kubrick: un par más y ya podemos jugar al billar en casa.
lunes, diciembre 31, 2012
"Los Miserables", de Tom Hooper
El título que ha supuesto la última visita al cine para el año 2012, ha resultado ser el mismo de la inmortal novela decimonónica de Victor Hugo. Inmortal sobre todo porque en 1980 se estrenó en París un espectáculo musical de gran éxito, del que luego se han realizado versiones en muchos idiomas (22, dice Wikipedia) y que ha sido representado por todo el planeta. No he visto el musical en un teatro, ni tampoco he leído la novela, pero ayer vimos la película que adapta el musical: la novela queda pendiente, del musical ya me hago una buena idea.
La Revolución Francesa fue uno de los primeros intentos de derrumbar la relación amo/esclavo que ha protagonizado la mayoría de las estructuras económicas de la historia de la humanidad: muy pocos arriba y demasiados debajo (recomiendo una película que pone en pantalla con una sencillez extraordinaria la vida campesina en el norte de Italia a finales del siglo XIX: "El árbol de los zuecos", de Ermanno Olmi). Sistemas de producción feudal que han perdurado milenios, sepultando las aspiraciones vitales de la mayor parte de los seres humanos en que no se malogre la cosecha, el señorito no me eche de estas tierras y mi familia no pase hambre este invierno. Bien entrado el siglo XX, aún era así (cuando yo era un niño, en el pueblo de mis padres, veías regresar a la gente de las labores del campo: la misma escena que sin duda se había podido presenciar desde la Edad Media: los mismos aperos, las mismas herramientas, los mismos cultivos: todo ha cambiado en pocas décadas. Algunos dirán con pena que todo eso se ha perdido: yo no lo echo en falta).
La película se inicia pocas décadas después de aquel hito de 1789. Se ha restaurado la monarquía pero las convulsiones insurgentes no han desaparecido. El hilo conductor de "Los Miserables" lo establece la persecución implacable que el inspector Javert (Russell Crowe) lleva a cabo sobre el ex-convicto Jean Valjean (Hugh Jackman), un pobre desdichado que ha sufrido condena por robar pan para su familia y que tras salir de presidio cambia de identidad, logrando una buena posición pero rompiendo las condiciones de su puesta en libertad. Jean Valjean desaparece y se convierte en otro, no sólo en su nombre, sino también en su espíritu: epifanía religiosa (el catolicismo está presente con fuerza en toda la cinta). Transformado en benefactor de los pobres, de los desposeídos: la épica revolucionaria de la historia toma fuerza desde la injusticia social que muestra con claridad, de modo que al espectador le resulta sencillo empatizar con los dramas presentados en pantalla, más aún si sus sentimientos se ven inflamados por la música grandiosa, la caracterización de los desharrapados, los escenarios cuidados (ya no hay ambientación histórica que se resista al poder del chip) y unas actuaciones apasionadas: Hugh Jackman está sobrado de tablas para interpretar un musical, Anne Hathaway (como Fantine) logra los momentos de mayor emoción, el chico que hace de Gavroche (Daniel Huttlestone) me pareció excelente y en cuanto a Russell Crowe, pues no está mal del todo, aunque parece un tanto "tieso", quizás más preocupado por cantar que por actuar. El director Tom Hopper, triunfador en los premios Oscar del 2011 por "El discurso del rey", tiene bastantes papeletas para volver a encumbrarse en la siguiente edición con esta película, cambiando ahora la tartamudez por unas voces bien afinadas.
El musical no es un género cinematográfico que me atraiga, pocos he visto, si bien puedo apuntar varios que quizás no sean de los más ortodoxos (quitando "West Side Story", de Robert Wise y Jerome Robbins). Por ejemplo, "The Wall" de Alan Parker, "Los paraguas de Cherburgo" de Jacques Demy o... "Bailar en la oscuridad" de Lars Von Trier. Sí, soy un ignorante en musicales. Y aunque la película "Los Miserables" se me hizo un poco larga, quizás me anime a ver más y lo mismo, algún día, entrar por una de esas puertas debajo de unas marquesinas enormes de la Gran Vía de Madrid.
La Revolución Francesa fue uno de los primeros intentos de derrumbar la relación amo/esclavo que ha protagonizado la mayoría de las estructuras económicas de la historia de la humanidad: muy pocos arriba y demasiados debajo (recomiendo una película que pone en pantalla con una sencillez extraordinaria la vida campesina en el norte de Italia a finales del siglo XIX: "El árbol de los zuecos", de Ermanno Olmi). Sistemas de producción feudal que han perdurado milenios, sepultando las aspiraciones vitales de la mayor parte de los seres humanos en que no se malogre la cosecha, el señorito no me eche de estas tierras y mi familia no pase hambre este invierno. Bien entrado el siglo XX, aún era así (cuando yo era un niño, en el pueblo de mis padres, veías regresar a la gente de las labores del campo: la misma escena que sin duda se había podido presenciar desde la Edad Media: los mismos aperos, las mismas herramientas, los mismos cultivos: todo ha cambiado en pocas décadas. Algunos dirán con pena que todo eso se ha perdido: yo no lo echo en falta).
La película se inicia pocas décadas después de aquel hito de 1789. Se ha restaurado la monarquía pero las convulsiones insurgentes no han desaparecido. El hilo conductor de "Los Miserables" lo establece la persecución implacable que el inspector Javert (Russell Crowe) lleva a cabo sobre el ex-convicto Jean Valjean (Hugh Jackman), un pobre desdichado que ha sufrido condena por robar pan para su familia y que tras salir de presidio cambia de identidad, logrando una buena posición pero rompiendo las condiciones de su puesta en libertad. Jean Valjean desaparece y se convierte en otro, no sólo en su nombre, sino también en su espíritu: epifanía religiosa (el catolicismo está presente con fuerza en toda la cinta). Transformado en benefactor de los pobres, de los desposeídos: la épica revolucionaria de la historia toma fuerza desde la injusticia social que muestra con claridad, de modo que al espectador le resulta sencillo empatizar con los dramas presentados en pantalla, más aún si sus sentimientos se ven inflamados por la música grandiosa, la caracterización de los desharrapados, los escenarios cuidados (ya no hay ambientación histórica que se resista al poder del chip) y unas actuaciones apasionadas: Hugh Jackman está sobrado de tablas para interpretar un musical, Anne Hathaway (como Fantine) logra los momentos de mayor emoción, el chico que hace de Gavroche (Daniel Huttlestone) me pareció excelente y en cuanto a Russell Crowe, pues no está mal del todo, aunque parece un tanto "tieso", quizás más preocupado por cantar que por actuar. El director Tom Hopper, triunfador en los premios Oscar del 2011 por "El discurso del rey", tiene bastantes papeletas para volver a encumbrarse en la siguiente edición con esta película, cambiando ahora la tartamudez por unas voces bien afinadas.
El musical no es un género cinematográfico que me atraiga, pocos he visto, si bien puedo apuntar varios que quizás no sean de los más ortodoxos (quitando "West Side Story", de Robert Wise y Jerome Robbins). Por ejemplo, "The Wall" de Alan Parker, "Los paraguas de Cherburgo" de Jacques Demy o... "Bailar en la oscuridad" de Lars Von Trier. Sí, soy un ignorante en musicales. Y aunque la película "Los Miserables" se me hizo un poco larga, quizás me anime a ver más y lo mismo, algún día, entrar por una de esas puertas debajo de unas marquesinas enormes de la Gran Vía de Madrid.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)