domingo, septiembre 30, 2012

"Blancanieves", de Pablo Berger

A partir del archiconocido cuento de los hermanos Grimm, un cuento más popular aún gracias al clásico de animación "Blancanieves y los siete enanitos", producido por Walt Disney y estrenado en el año 1937, Pablo Berger ("Torremolinos 73" es su único largometraje de referencia: no la he visto) construye un cuento español. Y en este caso el calificativo 'español' es pleno, ya que la sustitución de personajes, desde la tradición medieval centroeuropea, se transfigura en lo más tópico y rancio de la cultura popular hispana: drama folletinesco de toreros y tonadilleras, con aditivo más o menos ingenioso de huerfanita maltratada (Cenicienta además de Blancanieves) que llega a ser la estrella de un espectáculo cómico taurino, algo parecido a "El bombero torero", aquella charlotada circense que arrancaba las carcajadas del público habitual de los ruedos y que alguna vez presencié en mi niñez: risas poco trabajadas para un slapstick patrio al que sin embargo había que echarle mucho valor para ponerlo en escena.


Con ese esquema argumental, toda precaución de acercarse a una sala de cine puede ser poca, por tanto el revuelo que ha ocasionado esta cinta (a la misma hora de la sesión en que fuimos a verla, este sábado, se postulaba como una de las favoritas a lograr la Concha de Oro del festival de San Sebastián: ganó la otra, "Dans la maison", de François Ozon: habrá que verla) en el vapuleado panorama cinematográfico nacional, se deberá a otra cosa. Será la estética la baza a calibrar: la recuperación del estado primordial del séptimo arte, su esencia fundacional, una plasmación técnica sin color ni diálogos. El cine no es más que imagen en movimiento, esa es su característica primera, y un cineasta atrevido puede lograr grandes resultados sin emplear todas las capacidades tecnológicas a su alcance: renunciar a una parte para obtener un propósito elevado. Y "Blancanieves" en ese aspecto brilla, al igual que en las actuaciones de cuatro generaciones de actrices: Ángela Molina, Maribel Verdú (estupenda malvada de opereta: ya la había visto en otra actuación de malvada pero en ese caso genuina: el cortometraje "La virgen roja" de Sheila Pye, sobre la vida de Hildegart Rodríguez), Macarena García (se ha llevado la Concha de Plata por su actuación) y la niña Sofía Oria.


Se está haciendo gran hincapié en su condición de película muda. ¿Supone una virtud o una cualidad castradora? Recuerdo "El último combate", la fantástica ópera prima de Luc Besson, una distopía futurista de ciencia ficción, rodada a principios de los ochenta, muda y en blanco y negro, o "Iceberg" de Gabriel Velázquez, sin apenas diálogos, ni explicaciones: guiones mucho más interesantes y logrados que el de "Blancanieves". La cuestión está en si volver a formas artísticas pretéritas, de hace un siglo, implican que la historia deba anclarse también a la misma época, construir la trama cogiendo temas de entonces (ya sucedía en "The Artist" de Michel Hazanavicius) y adaptándolos como si el público actual fuera el de los años veinte. Personajes simplificados de los cuentos infantiles, maniqueos y sin matices, de rápida identificación emocional: la madrastra malvada, la hijastra bondadosa. No, se puede lograr mucho más: la historia a desarrollar puede ser mucho más ambiciosa. 


Afortunadamente "Blancanieves" tiene un buen final. "La parada de los monstruos" de Todd Browning cierra el telón, extrayendo de la Fiesta Nacional la necrofilia en la que se sustenta y arrojándola a la pantalla. Un final de esos que piensas: ¡Ahora! ¡Pon el FIN ahora! Y de vez en cuando te hacen caso y todo.

viernes, septiembre 21, 2012

"Breve encuentro", de David Lean

El último tren. La película del último tren.
La oportunidad que se presenta por sorpresa y que, si no se aprovecha, es muy probable que nunca más vuelva a producirse. Puede ser una oferta de cambio de trabajo, elegir la carrera universitaria (decidir entre la deseada o la conveniente), la propuesta de un viaje inesperado o, como se suele decir, la invitación a apuntarse a un bombardeo. Trenes que cada vez pasan menos: según envejecemos parece que las encrucijadas vitales, los desvíos, se vuelven más escasos y menos tentadores.

Pero el tren del que habla la película (cinta que además trascurre en gran parte en una estación: lugares de metamorfosis, en los que se espera que algo pase, que algo cambie), ese expreso nocturno al que tarde o temprano uno espera subirse, es un convoy sentimental. El gran viaje. El encuentro fortuito entre dos desposados ajenos, relación inapropiada que surge sin avisar, del modo más inesperado e inocente. Apenas un mes de preocupación extraña, cuatro jueves de citas subrepticias que detienen la vida cotidiana para transformarla en una ensoñación, en un delirio culpable: la rígida moral británica de gentes de bien, pulverizada en una aventura a hurtadillas.

Ella se confiesa a sí misma como si su conciencia fuera su esposo, como cuando en "Cinco horas con Mario", la novela de Miguel Delibes, Carmen hablaba con el cadáver sordo de su marido, propiciando el flashback que relate la historia íntima. Intenso diálogo interior, genial, soportado por la actuación formidable de Celia Johnson y Trevor Howard y reforzado por el acompañamiento continuo del Concierto Nº 2 de Rachmaninov: el anuncio poderoso de un clímax dramático que no ha de llegar, que decae sin remedio: la razón vence a la locura: la vida breve. Obra maestra.

viernes, septiembre 14, 2012

"Iceberg", de Gabriel Velázquez

La semana pasada fuimos al centro cultural "Miraltormes" (de Salamanca: ¿desde dónde si no vas a 'mirar al Tormes'?), atraídos por la proyección de esta película del año 2011, que ha sido dirigida por un paisano salmantino, y de la que había oído hablar: se estrenó el año pasado y lleva una buena trayectoria festivalera: próxima parada, San Sebastián. La cinta es un nudo de historias de adolescentes, con Salamanca y el río Tormes como espacio único de rodaje, algo que de por sí es un motivo para que los nativos del lugar nos animemos a verla. El público que acudió esa tarde a la presentación era en su mayoría mayor, tirando a jubilado, y la película era poco convencional: discurso sin palabras (también lo era el cine mudo, pero aquí no había carteles que dieran pistas). Al rato de iniciarse la sesión, la sala sufrió bajas: no será la primera vez: Terrence Malick con "El árbol de la vida" o Lars Von Trier con "Anticristo", pongo por caso. Yo tenia una señora detrás que le iba explicando la película a su vecina de butaca. 'En esta película te tienes que imaginar lo que pasa', sentenció: qué razón tenía: cine que no da muchas explicaciones, cine en que el espectador tiene que meditar, que llenar los huecos: cine que te espabila la mente, emocionante y bien realizado. Muy buena película.

El río Tormes: la corriente con sus remolinos, las arboledas trazadas con tiralíneas, las casetas de alquiler de barcas, los puentes, la piscifactoría. El rumor constante del agua en el que tantas veces nos bañamos: la orilla transitada albergando la historia, la vida. Y vivir es afrontar obstáculos: sorteas uno y ya te das de bruces con el siguiente. El iceberg es la alegoría del problema con el que topas, esos de los que a cualquiera pueden sucederle, pero que no por ello dejan de ser sorprendentes y anómalos, fuente de sufrimiento y angustia. En "Iceberg" es la muerte, la muerte ajena (claro, la propia no es un problema, al menos si lo que viene después no es algo como lo que se cuenta en "After life" de Hirokazu Koreeda), e intentar superar la pérdida, la insoportable ausencia. Pero no sólo la muerte, también la vida puede ser un enorme pedazo de hielo que amenaza con hundir el barco: el embarazo inoportuno, a destiempo, un iceberg que no pasa de largo sino que permanecerá a tu lado para siempre: quizá en este caso la montaña helada llegue a convertirse en un salvador oasis, por qué no.

Un chico y una chica, cada uno arrastrando su iceberg, se encuentran junto al río. La muerte y la vida: se las lleva la corriente. De puente a puente.

lunes, septiembre 10, 2012

"Amor bajo el espino blanco", de Zhang Yimou

¿Una seña de autor reconocible en las películas de Zhang Yimou? El uso del color, un uso intenso que rebosa de los fotogramas: sus inicios en el cine fueron como director de fotografía. Y entre los colores posibles a incorporar en la paleta, el rojo, sin duda. "Sorgo rojo", su opera prima como director, o "La linterna roja", dos de sus películas más famosas, incorporan el color hasta en el título y no por casualidad. En "Amor bajo el espino blanco" el tono encarnado apenas pincelará el celuloide: los frutos del espino blanco, que maduran rojos porque es un árbol regado con la sangre de los mártires de la revolución; la chaqueta de ella, que es de un rojo vivo para romper con la uniformidad asfixiante de un régimen totalitario; la sangre de él, un símbolo poderoso para tender lazos indisolubles y para romperlos después. El rojo escapa de la paleta y sin embargo lo inunda todo: la China Roja, la China Comunista, la China de Mao y su Gran Revolución Cultural: persecución política, estrangulamiento material y, mucho peor, espiritual: todos sospechosos, sentimiento de culpabilidad generalizado: control absoluto del pensamiento y del comportamiento: nadie es libre (recomendación de un cómic sobre el tema: "Una vida en China", del dibujante Li Kunwu: tiras autobiográficas).

Pero hasta el contexto social más amargo y desesperanzado no será inmune a las historias de amor. Y la que esta película pone en pantalla es tan desmesurada en cuanto a la pureza e inocencia que contiene, que el contraste con los propósitos del partido comunista chino, de que la patria sea el único objeto de amor y atención por parte del pueblo, es enorme. Lo individual frente a lo común, la devoción luchando contra la obligación: el enamoramiento entre Sun y Jing no es vía de escape, es vía principal: todo lo demás es prescindible.

Para no perderse en sumideros de cursilería, la puesta en escena debe ser convincente y las actuaciones no dejar resquicios: los síntomas de dos adolescentes enamorados, un mal común que han padecido la mayoría de habitantes del planeta y que son síntomas (ese extraño estado mental) fácilmente reconocibles, deben mostrarse sin excesos, si bien el nivel de las tonterías que cualquiera puede hacer por amor, supera muchas veces lo imaginable. En mi opinión, la película, basada en una historia real, lo consigue: el punto justo para un drama romántico implacable, tan hermoso como amargo.

lunes, septiembre 03, 2012

"2046", de Wong Kar Wai

Hay películas que te esperan durante años: mucho tiempo lleva el DVD de "2046" esperándome en una estantería. Supongo que la espera es debida a la expectativa correcta, a la certeza de que ver esa película producirá algo, una emoción especial que debe ser obtenida en el momento adecuado. No, no es nada trivial el asunto, si lo fuera, ¿quién querría seguir enganchado al cine? La búsqueda constante.

La referencia de esa esperanza era "Deseando amar", aquel In the mood for love que Wong Kar Wai estrenó en el año 2000 y para la que "2046" actúa a modo de segunda parte, que no de continuación: la aventura amorosa entre la señora Chan (Maggie Cheung) y el señor Chow (Tony Leung) quedó sepultada por el tiempo, un romance indiscreto, inapropiado, que en el celuloide era retratado con una sensualidad y un lirismo nada común: Wong Kar Wai halló un camino estético propio, un sello de autor imborrable que ya había quedado marcado en el mundo cinematográfico en 1994, cuando realizó "Chunking Express".

Vivimos de los recuerdos y nos alimentamos de ellos... 2046 era el número de una habitación de un hotel barato de Hong Kong, una puerta que se abría al lugar donde los dos amantes se reunían y donde Chow hallaba la inspiración para escribir: un lugar insustituible: la conexión propicia entre imaginación y pluma para volcar unas buenas líneas en un papel blanco. 2046 es donde quieres volver, y en "2046" se intentará ese retorno: Carina Lau, Ziyi Zhang, Faye Wong y Li Gong: el mejor casting del cine oriental para borrar, para remplazar a Maggie Cheung. Y si no se logra mediante relaciones infructuosas, ¿por qué no introducir una nueva dimensión en la historia, un relato de ciencia ficción con androide femenina dispuesta sin condiciones a llenar el vacío, replicante afectiva que resulte el perfecto clon?

Cine de vanguardia de fin de milenio, avanzadilla artística que recupera la moda de los años 60: boquillas, laca, brillantina, neón, trajes occidentales y vestidos orientales: elegancia escrupulosa para la noche del sábado (sin duda Wong Kar Wai tiene buen ojo para el estilo y ha hecho sus incursiones en el mundo de la publicidad). En "In the mood for love" suena insistentemente "Aquellos ojos verdes" de Nat King Cole  y en "2046" es "Siboney" interpretada por Connie Francis: boleros asesinos que traen el dolor del recuerdo, viejas batallas perdidas que volverías a luchar aunque supieras, sin ninguna duda, que las volverías a perder.


jueves, agosto 30, 2012

"Prometheus de Ridley Scott" by Licantropunk en Homines.com

Prometheus de Ridley Scott

La opinión de Licantropunk (plagiada bajo seudónimo por un infame impostor que lleva toda la vida mirándome desde el otro lado del espejo) sobre la última entrega de la saga Alien ha sido publicada en la revista Homines

(Nota: lo del plagio es broma: en realidad soy yo el que le copia a él: trastorno bipolar realimentado.)

'via Blog this'

jueves, agosto 23, 2012

"Half Nelson", de Ryan Fleck

Muchas películas tienen el aula como fuente de conflicto: el profesor y los alumnos, enemigos mortales: un odio secular: el maestro que me suspende, para unos; el estudiante que me amarga la vida, para otros. Un título que aparecerá en cualquier listado es "Rebelión en la aulas", de James Clavell, del año 1967, con Sidney Poitier haciendo de profesor. El propio Poitier se había sentado en el pupitre en 1955, en "Semilla de maldad", de Richard Brooks, y en esa ocasión era Glenn Ford el que aguantaba el tipo junto al encerado. Por señalar un ejemplo reciente, una de las mejores que se hayan visto: "La clase", de Laurent Cantet: el ecosistema del aula reflejado como nunca, con una naturalidad y un verismo inusuales: el día a día del horario escolar es apoyo más que suficiente para conseguir una trama sólida, sin aditivos barriobajeros.

Y aunque en "Half Nelson" sí se encuentren esos aditivos, no se celebrará el combate de costumbre: el recinto de la clase servirá al profesor Dunne, interpretado por Ryan Gosling, más de oasis que de cuadrilátero de boxeo. Los problemas de Dunne se encuentran en otro lugar, en alguna esquina, traspasando la puerta del colegio y caminando unas manzanas: dar la lección diaria de Historia a un grupo de niños de Brooklyn servirá para mantener los pies en la tierra, para dar sentido a una vida a la deriva. Una virtud de la cinta será la de evitar aspectos excesivamente descarnados o sórdidos, reflejos de marginación y pobreza, tópicos acostumbrados para cualquier película de realismo social con trasfondo escolar que se precie. Dan Dunne, el hombre blanco, es, en este caso, el necesitado de auxilio. El actor Ryan Gosling (además se topará el espectador con una grata sorpresa en el reparto, una desconocida, la joven Shareeka Epps, dándole a Gosling de forma estupenda la réplica... y la mano) brilla en su papel: las dosis adecuadas de sentido del humor y sensibilidad: nominación al Oscar: lo visto hace poco en "Drive" o en "Los idus de marzo", ya se apuntaba en 2006, sin duda.

Así que si algún profesor quiere pasarse por un colegio antes de que llegue septiembre, que pruebe a ver esta película. Igual se anima y todo. O no.

domingo, agosto 19, 2012

"Mary y Max", de Adam Elliot

La amistad epistolar entre un hombre con síndrome de Asperger, incapacitado para entender las señales que recibe del medio, de sus familiares, de sus vecinos, condenado por tanto al aislamiento y a la incomunicación, y una niña con los mismos síntomas de soledad irremediable, pero en este caso no hay una enfermedad mental que sirva de coartada: unos padres ineptos y una sociedad cruel, increíblemente dotada para cebarse con el débil. Del gris neoyorquino de él al marrón australiano del pueblecito en el que vive ella. Tan lejos, tan cerca.

El humor negro anula la tendencia al drama que, dada la situación, debería destilar el celuloide, y llena las cartas que se envían durante años Mary y Max, ahogando las penas en tinta: amistad salvadora entre dos lugares opuestos del planeta, una emoción que surge del modo más inesperado: puntos de fuga: "Harold y Maude" de Hal Ashby en arcilla y sin contacto carnal. Stop motion (qué paciencia: siempre que veo una película realizada con esta técnica, me parece un prodigio) para animar personajes de plastilina necesitados de toda la emoción posible y unos decorados gruesos, de trazo rotundo, en una historia poco inclinada hacia la cursilería y a la corrección sentimental y sí hacia el vapuleo biempensante: los renglones torcidos no tienen por qué ser enderezados. Esta película era una deuda pendiente, mucho tiempo en espera, pero una espera que mereció la pena.

viernes, agosto 10, 2012

"Prometheus", de Ridley Scott

¿Qué era eso?

"Prometheus" es una película realizada para dar respuesta a la pregunta que quedó ligada a aquel fotograma de "Alien, el octavo pasajero". Cerrar el círculo empleando esa palabra tan fea: precuela. En el arte no es necesario dar todas las respuestas, ni mucho menos, sino que se debe abrir la obra, dejar huecos que en realidad son ventanas para que la imagen respire y para que el espectador ponga de su parte. "Alien, el octavo pasajero", película de 1979, dirigida también por Ridley Scott (el círculo lo cierra el que lo abre) tenía esa cualidad: un monstruo impío y salvaje, un destructor total, tan fiero en la pantalla como seductor para el público, una cucaracha alienígena que se convertiría en estrella de cine instantánea, en franquicia automática, pero que apenas aparecía en la cinta: cualidad de sutil, de crear una atmósfera sobrecogedora, llena de pasillos oscuros que atraviesan naves antiguas varadas en planetas inhóspitos donde el mal acecha implacable. In space no one can hear you scream. En 1986 James Cameron dirigiría la segunda parte, "Aliens, el regreso". Aliens, en plural, un montón de ellos luchando contra un grupo de marines espaciales: barro, sangre y acero: de nuevo un ambiente oscuro y opresor, cargado de tensión a la vuelta de cada esquina. Y qué decir de ese penal perdido en la galaxia, jaula sin posibilidad de evasión para criminales YY, que nada menos que David Fincher (grandes firmas para la saga) puso en escena en 1992 con "Alien 3". Jean-Pierre Jeunet hizo la cuarta en 1997, "Alien resurrección", territorio adecuado para las distopías que acostumbra a filmar el director francés. De lo sutil se va pasando a lo obvio y así, "Alien vs. Predator" de Paul W. S. Anderson, bastante entretenida, a la que siguió una segunda parte que no he visto. Parecía que el alien se estaba empezando a ganar la jubilación, pero el bicho tiene lo mismo de feo que de rentable. Save the alien!

De cualquier modo que se rodara "Prometheus" era una buena noticia para los fans, más aún si el propio Ridley Scott era el encargado de dirigirla. Si además el reparto lo encabeza Michael Fassbender, uno de los mejores actores de la actualidad, la promesa toma cariz de certeza: será buena: tiene que serlo. No desvelo nada que no se vaya a saber nada más empezar la película si digo que Fassbender hace de David, el sintético de esta nueva aventura espacial, el tipo  de personaje robótico que siempre acompañó a Ripley, a Sigourney Weaver, para bien o para mal, en sus desencuentros con la bestia. Si digo que la actuación de Fassbender es de lo mejor de "Prometheus", tampoco debería sorprenderse nadie. Se recubre a la perfección con una piel cibernética: domina cualquier encuadre que le enfoque. Además, el guión le proporciona un guiño genial a la película "Lawrence de Arabia" de David Lean, al papel mítico de Peter O'Toole. ¿Y eso otro no es "2001: una odisea del espacio" de Stanley Kubrick?: Fassbender hace valer el precio de la entrada.

Muy buena primera mitad de la cinta, mantiene mi atención en todo momento: qué explicación nos van a dar, dónde desembocará esta entrega para enlazar con aquella antigua película de marcianos, de terror, una de las mejores de la historia. Pero después, a partir de la primera noche que pasan en el planeta... ¿Qué mencionaba de sutil, de agudeza, de ingenio? La feria del efecto especial creado por ordenador se pone en marcha (en los créditos aparece un ejercito de nombres en ese apartado), una característica necesaria para el cine de ficción científica moderno, faltaría más, un aporte de espectacularidad al que difícilmente se renunciará pues tiene una consecuencia directa en el volumen de la recaudación, pero se añade un componente religioso a la trama que termina por desconectarme un tanto de la acción: al parecer los crucifijos venden bien en taquilla y si no, fíjense en cuántas películas modernas norteamericanas tienen alguna referencia "espiritual" (no sé si sólo sucederá en las películas de la 20th Century Fox, que, por cierto, tiene una división llamada FoxFaith para películas de temática cristiano-evangélica: misa subliminal en el canal conservador) en sus guiones. Y en el guión nos fijamos mucho, porque no tuvimos 3D esta noche, ya que en otra sala (sólo este jueves: una oferta que no se puede rechazar) la ponían en versión original subtitulada: la elección era clara.
A los dos nos gusta el cine y también nos gusta leer.

lunes, agosto 06, 2012

"Mientras duermes", de Jaume Balagueró

La pesadilla planteada por el director Jaume Balagueró, cuya trayectoria está asentada sobre varias películas de éxito en el género de terror nacional ("Los sin nombre", "Frágiles", "Rec"), es de las más eficaces entre las que se han podido contemplar/disfrutar/sufrir últimamente en el cine. La pátina de veracidad y realismo que la recubre de principio a fin, cimentada en un guión firmado por Alberto Marini, un guión con muy pocos resquicios, es atinada sin lugar a dudas: el horror cotidiano. Sin embargo no alcanzaría su objetivo de convencer al espectador sin la impresionante actuación de Luis Tosar: otra vez, la baza ganadora. En esta ocasión, un portero de una comunidad de vecinos (esos ecosistemas inquietantes de secretos tras la puerta y ojos ávidos que se posan en una mirilla: "La comunidad" de Alex de la Iglesia, "El quimérico inquilino" de Roman Polanski), que se esmera con precisión cirujana (¿Dexter español?) en su labor de acoso secreto de la vecinita del 5º B: la mirada sonriente que cada mañana ilumina el portal: Marta Etura, tan convincente en su papel de la señorita Clara como lo está Tosar en el del conserje César. La sonrisa que habrá que borrar.


Quizá al escéptico, que vea "Mientras duermes", los recursos que emplea César para convertirse en un íncubo despiadado e insaciable le parezcan descabellados. En cualquier caso sus planes y su desarrollo entran dentro de lo posible, de modo que la tensión se mantiene firme en el celuloide: escenas que impiden el parpadeo. Eso sí, sólo la suerte, (mucha suerte) consigue que César escape airoso de cada trance, algo de lo que el objeto de su atención no podrá presumir.


Luis Tosar interpreta al hijo de puta absoluto (como aquél de "Hard Candy" de David Slade: allí era el acoso en Internet, mucho más acorde a los tiempos en que vivimos). El arqueo de sus pobladas cejas, oscuras, en una dirección u otra, marcarán la diferencia entre el ángel y el demonio: así de fácil, en un instante, Zelig actoral: un privilegio, un disfrute verlo actuar.

Cuidado con a quién le dejáis las llaves estas vacaciones...

sábado, agosto 04, 2012

"Cuento de primavera", de Eric Rohmer

La primavera es época de cambios, de mudanzas, aunque la metamorfosis no vaya más allá de una transformación de vestuario: si hay suerte, perder el abrigo en un parque, si no, sepultarlo en el ataúd que duerme junto a tu cama: hibernación veraniega. En cualquier caso la primavera será la oportunidad de situarse en un punto de vista distinto: ¡Luz, más luz!, como demandaba Goethe antes de morir.

En "Cuento de primavera" el armario donde se guarda la ropa y la cama donde se duerme, no necesariamente se encontrarán en la misma habitación, ni tampoco en la misma casa: el hogar propio es cuartel de invierno, refugio seguro al que se retorna cuando se terminan las historias, cuando se acaban las perdices del cuento: el cepillo de dientes en un vaso ajeno, reflejo raro en el espejo del cuarto de baño de la casa del o de la amante, un traslado más o menos duradero: lo que dura el amor. A Jeanne (Anne Teyssèdre), profesora de filosofía de bachillerato, el fin del romance o, al menos, la duda de su continuidad, la pillan con su viejo apartamento ocupado temporalmente por una prima y su novio. Pasajero en transito, con la bolsa bajo el brazo, se cruzará con la joven Natacha (Florence Darel) en una fiesta. Natacha le ofrecerá otra cama, otro armario, otro vaso para el cepillo de dientes. Por ofrecerle, más adelante hasta le ofrecerá a su padre, Igor (Hugues Quester), que en la actualidad sale con una chica llamada Ève (Eloïse Bennet) a la cual Natacha no soporta. Natacha y Jeanne salen charlando de la fiesta, disparando confidencias, y Eric Rohmer ya te ha atrapado, ya estás deseando saber cómo continuará esta historia.

Las señas de identidad del cine de Eric Rohmer: poderosos personajes femeninos, dueñas de su destino, frente a las que los hombres no parecen más que peleles a merced del viento; relaciones afectivas ambiguas, llenas de dudas e inconformismo; un plano trascendente que convierte la duda en duda existencial, filosófica; puesta en escena de ambiente cotidiano que propicia pasajes llenos de diálogos inteligentes que se desarrollan con la mayor de las confianzas: confesiones, sinceridad, naturalidad. Un cine con el que el espectador se puede identificar (la emoción cercana) y que arrastrará irremediablemente al que sepa escuchar con atención y paciencia.

martes, julio 31, 2012

"La fortaleza escondida", de Akira Kurosawa

La película que inspiró a George Lucas para realizar "La Guerra de las Galaxias", dicen. De las luchas feudales del Japón de los samuráis, a los conflictos de poder en el espacio interestelar; de las katanas a los sables láser; de 1958 a 1977. Seguramente es verdad: hay planos que recuerdan mucho a aquellos de las extensiones desérticas de Tatooine, hogar de los moradores de las arenas, ecosistema sólo apto para banthas. Y la trama también: una princesa (Misa Uehara), garante de una estirpe, de una dinastía, que debe ser salvada a toda costa de la persecución de sus enemigos. Para ello contará con la protección de un guerrero invencible, el general Rokurota Makabe (Toshiro Mifune, quién si no), y la compañía "accidental" de un eficaz dúo cómico, (Minoru Chiaki y Kamatari Fujiwara) Tahei y Matashichi, trasuntos primigenios y no robóticos de C3PO y R2D2, aunque más guiados por la codicia del oro que viaja junto a la princesa Yuki, que por las leyes de Asimov.

Al final, misión cumplida y una ceremonia de entrega de medallas que, vaya, también sale en su heredera del espacio. A propósito de premios, Akira Kurosawa recibió un Oscar honorífico en 1990, galardón entregado por George Lucas y Steven Spielberg. Es de buenos hijos... De cualquier modo, no es necesario que los problemas genealógicos de Luke Skywalker sean del agrado del espectador, ni mucho menos, para acercarse a este clásico de Kurosawa, una de las mejores del director japonés en el género de aventuras: cineasta en plenitud.

Si George Lucas recibía influencias de, entre otros, un maestro del cine como Akira Kurosawa, nada malo se podría esperar. El problema fue cuando la influencia dejó de ser esa y se puso en marcha la máquina de hacer dólares. Se cuenta mejor en el vídeo que figura a continuación, ingenioso remake del del tema "Somebody that I used to know" del cantante Gotye, y que conocí a través de Turpentine. No se puede negar que tiene su gracia: esa relación amor-odio entre George Lucas y los fans de la saga galáctica.

The Star Wars that I used to know


sábado, julio 21, 2012

"La piel que habito", de Pedro Almodóvar

La relación entre el doctor Robert Legard, el cirujano plástico interpretado por Antonio Banderas, y su paciente/cautiva Vera, la piel que habita Elena Anaya, plantea un enigma al comienzo de la película. Qué ha llevado a esos personajes, acompañados por el ama de llaves encarnada de modo inigualable por Marisa Paredes (me recordó a su personaje en "Tras el cristal", de Agustí Villaronga: cult movie hispana: "La piel que habito" tiene sus similitudes con aquella cinta antigua de Villaronga) a habitar ese cigarral toledano, antigua finca de recreo transformada en clínica discreta para arrugas acaudaladas, pero que posee además la doble identidad de castillo del doctor loco, de cripta de los horrores: las líneas maestras de la trama de "La piel que habito" van directas hacia el clásico "Los ojos sin rostro" de Georges Franju. Pero a la película de Franju, terror poético, le dedicaré un artículo en el próximo número de "La caja de Pandora", el que saldrá en septiembre. Hoy tocó fijarse en su "heredero" manchego.

El enigma que comentaba, va a producir un thriller sofisticado a la par que extravagante: una historia de tragedias familiares y venganzas rebuscadas que mantiene el interés hasta la mitad de la cinta, más o menos, hasta que ese enigma, la identidad de Vera y el motivo de su "átame" con Robert, queda desvelado. A partir de ese momento, la trama declina. Quizá el punto de inflexión sea tan inusitado, tan increíble, que poco más se puede esperar después: en el cine generalmente los golpes de efecto se suelen dejar para el final, de modo que el cenit argumental te conduzca boquiabierto hacia los créditos. No es el caso, si bien Pedro Almodovar sabe perfilar un emotivo colofón: las madres y el cine de Almodovar.

El trío de actores protagonistas ya sabe lo que es ser chico/chica Almodovar, un adjetivo que durante décadas ha sido una catapulta segura hacía una carrera cinematográfica posterior. No me ha convencido demasiado Antonio Banderas en su retorno, como actor, al cine español: más aún, retorno al primer director que le colocó en un fotograma, con "Laberinto de pasiones". Marisa Paredes, por otro lado, inmensa, una de las mejores actrices de la historia del cine nacional. Elena Anaya tampoco debe haberlo hecho mal, pues se llevó el Goya en la última edición. Y al trío se añade un cuarto, Jan Cornet en el papel de Vicente: premio Goya al mejor actor revelación por esta película. Lo que yo decía, una catapulta.

domingo, julio 08, 2012

"No habrá paz para los malvados", de Enrique Urbizu

La estética del perdedor: personajes que rozaron la gloria y que ven su vida reducida a una cuestión de supervivencia, de aguantar otro día: atesorar recuerdos de esplendores pasados: el epílogo indeseado: vidas ajenas. Múltiples ejemplos en el cine, grandes obras maestras: el arroyo insalvable para un ex-boxeador en "Fat City", de John Huston, o el declive barroco de una estrella del cine mudo, apagándose directa hacia la locura, en "El crepúsculo de los dioses", de Billy Wilder. El cine español también aporta lo suyo, como aquella maravilla del neorrealismo español (que también lo hubo) titulada "Mi tío Jacinto", de Ladislao Vajda: el toreo, en cuanto a perdedores, a figuras que nunca llegaron a serlo, puede aportar toneladas de guiones. 

Pero si nos trasladamos al cine policíaco, la figura del perdedor y el género cinematográfico son indisociables: ese personaje conforma el género en sí mismo. El inspector duro e implacable, alcohólico y divorciado, asocial y cínico: el compañero que nadie quiere porque los problemas acaban salpicándote: el policía de vuelta de todo que conserva su trabajo por puro milagro. Aquí sería inútil dar ejemplos: cualquiera. A mí, sin embargo, al ver "No habrá paz para los malvados" me vino a la cabeza "El último Boy Scout", de Tony Scott, lo cual no está nada mal, pues esa película forma parte del puñado de cintas del hermano pequeño de Ridley Scott que me gustan. Supongo que el paralelismo entre el Joe interpretado por Bruce Willis y el Santos Trinidad de José Coronado, nace en que ambos parecen haber tocado fondo y luego haber seguido cavando algunos metros más. Los dos topan con un caso que puede rescatarles del pozo. Pero ahí se acaban las coincidencias. El estadounidense, a pesar del hundimiento, conserva la conciencia suficiente para que sus actos partan de la bondad y el altruismo, mientras que Santos Trinidad no mostrará ni el menor atisbo de virtud: cualquier heroicidad será accidental, un indeseado efecto colateral. Sí, el cine americano y el cine europeo divergen irremediablemente. De este lado del charco, no hay redención posible, la vida es cruel hasta el fin, y si el héroe es capaz de poner orden en el mundo, de derrotar al malvado, el héroe mismo debería morir para nivelar la balanza, para que el equilibrio de fuerzas entre el bien y el mal se preserve ad infinitum. Ya en la antigua Grecia era la areté uno de los valores más apreciados: tras la hazaña en la batalla, mejor no regresar. 

"No habrá paz para los malvados" arrampló con suficientes premios Goya como para ser considerada la mejor película española del 2011, si bien los elogios dirigidos al film parecían más encaminados a alabar la trayectoria de su director, Enrique Urbizu, (¿cuántas veces he oído llamarle artesano? ¿qué quiere decir eso en el cine? ¿se fabrica su propio celuloide?) o la actuación de José "ya era hora de que se lo dieran" Coronado. No tiene mayor importancia. En cualquier festival de cine, en Cannes mismo, el premio a veces cae porque en su día no se premió la película del cineasta que realmente lo merecía. El protagonista y la puesta en escena, sórdida y lumpen, de "No habrá paz para los malvados", es suficiente aval como para situarla en el podio. Pero el guión, la trama, se puede debilitar al abusar de clichés que caricaturizan más que retratan, herencias del cine de acción más que del cine negro y que parecen innecesarias. Todo en su justa medida y los Rambos mejor dejarlos aparcados en la era Reagan. O dejarlos para remakes que saben que son parodias.

sábado, junio 30, 2012

"After life", de Hirokazu Koreeda

Almas en transito. No hay balanza, no hay cielo ni infierno. Sólo hay que tomar una decisión (la duda: Bergman lo mostró como nadie en "El Séptimo Sello"), que será un ticket para la eternidad. ¿Cuál es el mejor recuerdo de tu vida? Un instante recobrado del cedazo del tiempo, un momento de felicidad, aquel detalle que hizo que valiera la pena. Pero un dilema trascendental, porque eso será lo único que te lleves al otro barrio: la gloria de la contemplación divina se limitará al ámbito de lo ya experimentado en vida: no se hallará mayor premio que el que se encontró un día cualquiera. La tragedia será encontrar a un difunto que desea olvidarlo todo, que no quiere acordarse de nada. Muertos en vida.

Fallecidos convocados a un plató cinematográfico para recrear un trozo de pasado que, probablemente, sea falso: nada es como lo recordamos: el recuerdo toma el lugar del hecho y la segunda vez que nos acordamos de aquello en realidad rememoramos un recuerdo: el pasado es el poso que queda cuando el olvido ha hecho su trabajo. El cine fabricará la impronta: el cielo es un equipo de rodaje: mensaje nítido, guiño cinéfilo.

Hirokazu Koreeda escenifica el trance con ternura y costumbrismo berlanguiano, con tono cómico y optimista (aunque la burocracia latente amenaza con hacer aparecer "El proceso" de Kafka en versión de Orson Welles), sello para otras obras futuras del director como "Still walking" o "Air doll". Los problemas existenciales del ser humano se prolongan aunque te vistan con el pijama de madera, nos dice: lo de descansar en paz es más un deseo que una constatación. Vaya eligiendo. O proponiendo.

lunes, junio 25, 2012

Cortometraje. "Doll Face", de Andy Huang

Me lo enseñó esta mañana Belknap y me ha gustado mucho. A compartir.
Pinocho, Frankenstein, Roy Batty (nota: hoy se celebra el 30 aniversario del estreno de "Blade Runner": una efeméride a marcar en rojo: mejor en azul neón), Eduardo Manostijeras, el David de Spielberg en "I.A.". Todos viajando por el valle inquietante, preguntando a sus creadores por los incomprensibles defectos de su construcción. Todos ellos buscando la humanidad, un estereotipo que ni los propios seres humanos recuerdan: ¿cómo quieres que te explique lo que soy, lo que eres?
Este cortometraje resume esa trampa existencial, un dilema clásico de la ciencia ficción, y lo hace con maestría.

domingo, junio 17, 2012

"Un dios salvaje", de Roman Polanski

Roman Polanski se ha caracterizado, durante toda su carrera, por arrancarle la máscara a los caracteres que aparecen en sus películas: la afable comunidad de vecinos en "El quimérico inquilino" o "La semilla del diablo"; una seductora belleza rubia en "Repulsión"; el líder político en "El escritor"; un amable doctor en "La muerte y la doncella". Parece ser que a Polanski le interesan las historias intensas en las que se desnuda la esencia de seres humanos de alma turbia.

Padres que visitan a otros padres (Kate Winslet y Christoph Waltz en un rincón, Jodie Foster y John C. Reilly en el otro: película de actores) para tratar conflictos de los hijos: un chaval le ha roto un diente a otro en un parque. Parejas civilizadas de civilizados occidentales que saben aparentar, sin el menor problema, lo civilizados que son: deudas de sangre que se pagan con perdón en vez de con venganza: no habrá diente por diente. Pero la llamada de la sangre, más aún si es sangre de tu sangre, es un alarido poderoso: un runrún insistente que se instala en el estómago y que no va a permitir que una fachada políticamente correcta ahogue el ansia de equilibrar la penosa situación: 'Soy un hijo de puta con muy mala leche', se sincera Mr. Longstreet.

"Un dios salvaje" está basada en una obra de teatro de Yasmina Reza, no sé si se parecerá mucho o poco al original. La película me recordó mucho a una novela que he leído recientemente, "La cena", de Herman Koch, cambiando el apartamento de Brooklyn (la cinta se rodó en París: Polanski no suele viajar a Estados Unidos, como todo el mundo sabe)  por un caro restaurante holandés y a los dos matrimonios neoyorquinos por homólogos del otro lado del océano. En el libro de Koch el asunto a tratar era mucho más grave, un asesinato, y requería soluciones más contundentes: la caída del antifaz será necesariamente más traumática: a Polanski (a cualquier cineasta, en realidad) también le hubiera caído mejor una trama así: conflictos rotundos que superan la banalidad del abuso del teléfono móvil o la asfixia de la mediocridad: la infantilización del hombre moderno acomodado, del urbanita incapacitado para retornar al conocimiento puro de la caverna y encadenado sin remedio a la angustia del progreso (ver la entrada reciente de "Detour" de Edgar G. Ulmer). Pero el instinto sigue dentro, ese mencionado runrún que hay que dominar.

Si en "Un método peligroso" de David Cronenberg costaba un poco reconocer las señas de identidad del director canadiense, otro tanto parece suceder con "Un dios salvaje" y Roman Polanski. Precisamente cuando "Un dios salvaje" empieza a recordar al cine del polaco, cuando se ha logrado un ambiente en la película que parece capaz de devorar a sus personajes, en ese momento se acaba: apenas 80 minutos de verborrea incansable en la que la transición de la educación a la sinceridad sucede demasiado deprisa: décadas llevo con ganas de poner a alguno a caldo y aún no he alcanzado ese punto, mientras que a los Longstreet y a los Cowan, que se acaban de conocer, para pasar a la acción les ha bastado con un poco de café, algo de tarta, unos chupitos de whisky... y una buena vomitona.

Roman Polanski (o Yasmina Reza) y Herman Koch terminan diciendo lo mismo: el dios salvaje moderno son los hijos: no hay culto más exigente que ese.

jueves, junio 14, 2012

Cortometrajes. "5º Festival de cine corto de Salamanca"

Un bar lleno de gente, todos mirando atentamente una pantalla durante un par de horas. Y lo que se proyecta en ella no es un partido de fútbol, no, ni cualquier otro evento deportivo de masas, sino media docena de cortometrajes. Que algo así suceda en estos tiempos de invasión audiovisual absoluta (la competición deportiva como exaltación patriótica del más absurdo "nosotros contra ellos": esfuerzos y decepciones estériles), con las puertas de los bares empapeladas de banderas españolas y de los anuncios de los horarios de los encuentros (cantos de sirena para cuadrar la caja en tiempos de crisis), que un festival de cortos se realice en un bar, digo, seguro que es una buena noticia. Por suerte el festival (de momento) no ha coincidido con la Eurocopa.

La productora CORTOSdeMENTES y el bar Granero de Salamanca (C/ Granero, junto a la Plaza del Oeste) organizan este festival que ya alcanza su quinta edición: convocatoria madura. Sobre más de 200 cortometrajes recibidos a concurso, se seleccionaron 30 que han sido proyectados, 6 cada día, todos los jueves del mes de Mayo a partir de las 22:00. Entre rondas y rondas de cervezas (no ha de ser mal negocio esto de proyectar cine en un bar), un público respetuoso disfruta del espectáculo con interés y atención y al final vota su preferido: de tres amigos que estábamos juntos, cada uno votó por un cortometraje distinto: otra gran noticia: calidad en lo visto.

Este próximo viernes día 15 a las 22:00 se realizará la proyección de los cortos finalistas en la Casa de las Conchas (dentro de la programación del Festival Internacional de las Artes de Castilla y León, FACYL) y a continuación la entrega de premios a los ganadores. Puede que a esa hora merezca la pena apagar el fútbol un rato.


domingo, junio 10, 2012

"Un método peligroso", de David Cronenberg

Pocos directores se han adentrado tanto en la psique humana como David Cronenberg: siempre, eso sí, extrayendo al tema los tintes psicosangrientos que han dominado su carrera. Carne (Long live the new flesh!) y mente como una combinación eficaz para lograr algunas de las mejores producciones del cine fantástico de los años 80 y 90, como "Videodrome", "La mosca", "Inseparables", "El almuerzo desnudo", "Crash". En el siglo XXI parece que sus tramas dieron cierto giro hacía el género negro pero sin perder un ápice de brillantez y provocación: éxitos recientes como "Una historia de violencia" o "Promesas del Este", cintas donde el genial actor que es Viggo Mortensen se convierte en la cara reconocible, en el actor franquicia para el director canadiense.

Con esa filmografía, tan inclinada a comerse el tarro en busca de las fuentes de la locura y el homicidio, no es de extrañar que la primera incursión (creo) de David Cronenberg en cine histórico, en biografías de personajes conocidos (películas de esas que justo antes de poner el the end aparece un breve texto sobre fondo negro que te cuenta qué fue de ellos más adelante para ahorrarse así un montón de metraje más o menos necesario), se dedique a figuras fundamentales en el nacimiento y desarrollo del psicoanálisis, Sigmund Freud, Carl Jung y Sabina Spielrein: un austriaco, un suizo y una rusa: Europa a principios del siglo XX propiciaba el encuentro fértil de nacionalidades diversas para conseguir avances inéditos en el arte y en la ciencia: tras la Segunda Guerra Mundial todo eso quedaría extinguido sin remedio: Estados Unidos se quedaría con todo. El mencionado Mortensen hace de Freud y da lo mejor, como de costumbre. Para encarnar a la pareja turbia formada por el doctor Jung y su paciente/amante/colega Sabina Spielrein, los escogidos serán Michael Fassbender y Keira Knightley. La histeria desbocada y sobreactuada de ella contrastarán demasiado con la falta de apasionamiento y exceso de profesionalidad de él como para obtener una apariencia de enamoramiento que resulte convincente para el público: no hay química por ninguna parte. ¿Y la sangre? Apenas un corte en una mejilla.

Síndromes, complejos, pulsiones. Terapia e interpretación. Deseo y represión, necesidad y conducta. La película permite asomarse brevemente a la construcción de tesis novedosas que rompen con el dogma establecido y habilitan la posibilidad de situarse en un punto de vista alternativo y enriquecedor. Pioneros abriendo nuevos caminos y exponiéndose a su vez a los peligros de un terreno desconocido. Quizá sea el mayor valor de "Un método peligroso", mostrar cómo el gigante intelectual se arriesga a identificarse con el objeto de su estudio.

Fíjate que ha hecho películas raras. Pues ésta puede ser la más rara de Cronenberg. Tanto, que no parece una película de Cronenberg.

jueves, mayo 31, 2012

"Detour", de Edgar G. Ulmer

Al  (Tom Neal) es un pianista que quiere viajar haciendo autostop desde Nueva York a Los Angeles. Después de muchas jornadas de hacer dedo, de caminar por los arcenes, de subir y bajar de los coches de buenos samaritanos, un tipo se ofrece a llevarlo hasta su destino final: qué buena suerte. Y encima le invita a cenar, ¡mejor imposible! O no. Good luck... bad luck. Empieza la peor racha imaginable. El destino final no será el esperado.

Francisco Machuca me recordó en su excelente artículo que aún no había visto "Detour" y es un título de película que he visto aparecer bastantes veces como hito primordial del cine negro. Y así es. En esta cinta aparece una de las mayores "villanas" que nunca se vio en una pantalla, el personaje de Vera interpretado por Ann Savage y que es la actuación que verdaderamente hace merecer el precio de la entrada: mirada de caimana curtida a golpes, dureza de carácter adquirido dando tumbos, cayendo de mal en peor hasta abandonar el menor atisbo de piedad, hasta alcanzar el punto en el que ya no hay nada que perder: pobre Al, prisionero en la telaraña. Vera es digna de aparecer en cualquier pesadilla. No hay escapatoria, no hay salida.

"Detour" me recuerda mucho a una película de su misma cosecha, otra del año 1945, la magnifica "Perversidad" de Fritz Lang. En "Perversidad" Chris Cross (Edward G. Robinson), un honesto cajero, un aplicado pintor aficionado de fin de semana, se enamora perdidamente de Kitty (Joan Bennet), una vampiresa que se dispone, azuzada por el canalla de su novio Johnny (Dan Duryea), a desplumarlo vivo creyendo que el pobre señor Cross se trata en realidad de un artista millonario. El acabará convertido en un ladrón, en un mentiroso: despedido del trabajo, extinguido su matrimonio. Se juega todo a la carta de Kitty y pierde. Lo pierde todo

Al y Chris, el pianista y el cajero, terminarán sus días de la forma más insospechada, convertidos en criminales. Quién se lo podía imaginar: el hombre corriente, el borrego pacífico, con las manos manchadas de sangre. En "Mi tío de América", película de 1980, Alain Resnais quizás dará las respuestas oportunas confeccionando otra de sus sublimes rarezas cinematográficas: la angustia del ciudadano civilizado, el estrés y la depresión, conducen a la violencia y al daño, ya sea contra los demás, ya sea contra uno mismo. La civilización como fuente segura de barbarie.