Prometheus de Ridley Scott
La opinión de Licantropunk (plagiada bajo seudónimo por un infame impostor que lleva toda la vida mirándome desde el otro lado del espejo) sobre la última entrega de la saga Alien ha sido publicada en la revista Homines
(Nota: lo del plagio es broma: en realidad soy yo el que le copia a él: trastorno bipolar realimentado.)
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jueves, agosto 30, 2012
jueves, agosto 23, 2012
"Half Nelson", de Ryan Fleck
Muchas películas tienen el aula como fuente de conflicto: el profesor y los alumnos, enemigos mortales: un odio secular: el maestro que me suspende, para unos; el estudiante que me amarga la vida, para otros. Un título que aparecerá en cualquier listado es "Rebelión en la aulas", de James Clavell, del año 1967, con Sidney Poitier haciendo de profesor. El propio Poitier se había sentado en el pupitre en 1955, en "Semilla de maldad", de Richard Brooks, y en esa ocasión era Glenn Ford el que aguantaba el tipo junto al encerado. Por señalar un ejemplo reciente, una de las mejores que se hayan visto: "La clase", de Laurent Cantet: el ecosistema del aula reflejado como nunca, con una naturalidad y un verismo inusuales: el día a día del horario escolar es apoyo más que suficiente para conseguir una trama sólida, sin aditivos barriobajeros.
Y aunque en "Half Nelson" sí se encuentren esos aditivos, no se celebrará el combate de costumbre: el recinto de la clase servirá al profesor Dunne, interpretado por Ryan Gosling, más de oasis que de cuadrilátero de boxeo. Los problemas de Dunne se encuentran en otro lugar, en alguna esquina, traspasando la puerta del colegio y caminando unas manzanas: dar la lección diaria de Historia a un grupo de niños de Brooklyn servirá para mantener los pies en la tierra, para dar sentido a una vida a la deriva. Una virtud de la cinta será la de evitar aspectos excesivamente descarnados o sórdidos, reflejos de marginación y pobreza, tópicos acostumbrados para cualquier película de realismo social con trasfondo escolar que se precie. Dan Dunne, el hombre blanco, es, en este caso, el necesitado de auxilio. El actor Ryan Gosling (además se topará el espectador con una grata sorpresa en el reparto, una desconocida, la joven Shareeka Epps, dándole a Gosling de forma estupenda la réplica... y la mano) brilla en su papel: las dosis adecuadas de sentido del humor y sensibilidad: nominación al Oscar: lo visto hace poco en "Drive" o en "Los idus de marzo", ya se apuntaba en 2006, sin duda.
Así que si algún profesor quiere pasarse por un colegio antes de que llegue septiembre, que pruebe a ver esta película. Igual se anima y todo. O no.
Y aunque en "Half Nelson" sí se encuentren esos aditivos, no se celebrará el combate de costumbre: el recinto de la clase servirá al profesor Dunne, interpretado por Ryan Gosling, más de oasis que de cuadrilátero de boxeo. Los problemas de Dunne se encuentran en otro lugar, en alguna esquina, traspasando la puerta del colegio y caminando unas manzanas: dar la lección diaria de Historia a un grupo de niños de Brooklyn servirá para mantener los pies en la tierra, para dar sentido a una vida a la deriva. Una virtud de la cinta será la de evitar aspectos excesivamente descarnados o sórdidos, reflejos de marginación y pobreza, tópicos acostumbrados para cualquier película de realismo social con trasfondo escolar que se precie. Dan Dunne, el hombre blanco, es, en este caso, el necesitado de auxilio. El actor Ryan Gosling (además se topará el espectador con una grata sorpresa en el reparto, una desconocida, la joven Shareeka Epps, dándole a Gosling de forma estupenda la réplica... y la mano) brilla en su papel: las dosis adecuadas de sentido del humor y sensibilidad: nominación al Oscar: lo visto hace poco en "Drive" o en "Los idus de marzo", ya se apuntaba en 2006, sin duda.
Así que si algún profesor quiere pasarse por un colegio antes de que llegue septiembre, que pruebe a ver esta película. Igual se anima y todo. O no.
domingo, agosto 19, 2012
"Mary y Max", de Adam Elliot
La amistad epistolar entre un hombre con síndrome de Asperger, incapacitado para entender las señales que recibe del medio, de sus familiares, de sus vecinos, condenado por tanto al aislamiento y a la incomunicación, y una niña con los mismos síntomas de soledad irremediable, pero en este caso no hay una enfermedad mental que sirva de coartada: unos padres ineptos y una sociedad cruel, increíblemente dotada para cebarse con el débil. Del gris neoyorquino de él al marrón australiano del pueblecito en el que vive ella. Tan lejos, tan cerca.
El humor negro anula la tendencia al drama que, dada la situación, debería destilar el celuloide, y llena las cartas que se envían durante años Mary y Max, ahogando las penas en tinta: amistad salvadora entre dos lugares opuestos del planeta, una emoción que surge del modo más inesperado: puntos de fuga: "Harold y Maude" de Hal Ashby en arcilla y sin contacto carnal. Stop motion (qué paciencia: siempre que veo una película realizada con esta técnica, me parece un prodigio) para animar personajes de plastilina necesitados de toda la emoción posible y unos decorados gruesos, de trazo rotundo, en una historia poco inclinada hacia la cursilería y a la corrección sentimental y sí hacia el vapuleo biempensante: los renglones torcidos no tienen por qué ser enderezados. Esta película era una deuda pendiente, mucho tiempo en espera, pero una espera que mereció la pena.
El humor negro anula la tendencia al drama que, dada la situación, debería destilar el celuloide, y llena las cartas que se envían durante años Mary y Max, ahogando las penas en tinta: amistad salvadora entre dos lugares opuestos del planeta, una emoción que surge del modo más inesperado: puntos de fuga: "Harold y Maude" de Hal Ashby en arcilla y sin contacto carnal. Stop motion (qué paciencia: siempre que veo una película realizada con esta técnica, me parece un prodigio) para animar personajes de plastilina necesitados de toda la emoción posible y unos decorados gruesos, de trazo rotundo, en una historia poco inclinada hacia la cursilería y a la corrección sentimental y sí hacia el vapuleo biempensante: los renglones torcidos no tienen por qué ser enderezados. Esta película era una deuda pendiente, mucho tiempo en espera, pero una espera que mereció la pena.
viernes, agosto 10, 2012
"Prometheus", de Ridley Scott
¿Qué era eso?
"Prometheus" es una película realizada para dar respuesta a la pregunta que quedó ligada a aquel fotograma de "Alien, el octavo pasajero". Cerrar el círculo empleando esa palabra tan fea: precuela. En el arte no es necesario dar todas las respuestas, ni mucho menos, sino que se debe abrir la obra, dejar huecos que en realidad son ventanas para que la imagen respire y para que el espectador ponga de su parte. "Alien, el octavo pasajero", película de 1979, dirigida también por Ridley Scott (el círculo lo cierra el que lo abre) tenía esa cualidad: un monstruo impío y salvaje, un destructor total, tan fiero en la pantalla como seductor para el público, una cucaracha alienígena que se convertiría en estrella de cine instantánea, en franquicia automática, pero que apenas aparecía en la cinta: cualidad de sutil, de crear una atmósfera sobrecogedora, llena de pasillos oscuros que atraviesan naves antiguas varadas en planetas inhóspitos donde el mal acecha implacable. In space no one can hear you scream. En 1986 James Cameron dirigiría la segunda parte, "Aliens, el regreso". Aliens, en plural, un montón de ellos luchando contra un grupo de marines espaciales: barro, sangre y acero: de nuevo un ambiente oscuro y opresor, cargado de tensión a la vuelta de cada esquina. Y qué decir de ese penal perdido en la galaxia, jaula sin posibilidad de evasión para criminales YY, que nada menos que David Fincher (grandes firmas para la saga) puso en escena en 1992 con "Alien 3". Jean-Pierre Jeunet hizo la cuarta en 1997, "Alien resurrección", territorio adecuado para las distopías que acostumbra a filmar el director francés. De lo sutil se va pasando a lo obvio y así, "Alien vs. Predator" de Paul W. S. Anderson, bastante entretenida, a la que siguió una segunda parte que no he visto. Parecía que el alien se estaba empezando a ganar la jubilación, pero el bicho tiene lo mismo de feo que de rentable. Save the alien!
De cualquier modo que se rodara "Prometheus" era una buena noticia para los fans, más aún si el propio Ridley Scott era el encargado de dirigirla. Si además el reparto lo encabeza Michael Fassbender, uno de los mejores actores de la actualidad, la promesa toma cariz de certeza: será buena: tiene que serlo. No desvelo nada que no se vaya a saber nada más empezar la película si digo que Fassbender hace de David, el sintético de esta nueva aventura espacial, el tipo de personaje robótico que siempre acompañó a Ripley, a Sigourney Weaver, para bien o para mal, en sus desencuentros con la bestia. Si digo que la actuación de Fassbender es de lo mejor de "Prometheus", tampoco debería sorprenderse nadie. Se recubre a la perfección con una piel cibernética: domina cualquier encuadre que le enfoque. Además, el guión le proporciona un guiño genial a la película "Lawrence de Arabia" de David Lean, al papel mítico de Peter O'Toole. ¿Y eso otro no es "2001: una odisea del espacio" de Stanley Kubrick?: Fassbender hace valer el precio de la entrada.
Muy buena primera mitad de la cinta, mantiene mi atención en todo momento: qué explicación nos van a dar, dónde desembocará esta entrega para enlazar con aquella antigua película de marcianos, de terror, una de las mejores de la historia. Pero después, a partir de la primera noche que pasan en el planeta... ¿Qué mencionaba de sutil, de agudeza, de ingenio? La feria del efecto especial creado por ordenador se pone en marcha (en los créditos aparece un ejercito de nombres en ese apartado), una característica necesaria para el cine de ficción científica moderno, faltaría más, un aporte de espectacularidad al que difícilmente se renunciará pues tiene una consecuencia directa en el volumen de la recaudación, pero se añade un componente religioso a la trama que termina por desconectarme un tanto de la acción: al parecer los crucifijos venden bien en taquilla y si no, fíjense en cuántas películas modernas norteamericanas tienen alguna referencia "espiritual" (no sé si sólo sucederá en las películas de la 20th Century Fox, que, por cierto, tiene una división llamada FoxFaith para películas de temática cristiano-evangélica: misa subliminal en el canal conservador) en sus guiones. Y en el guión nos fijamos mucho, porque no tuvimos 3D esta noche, ya que en otra sala (sólo este jueves: una oferta que no se puede rechazar) la ponían en versión original subtitulada: la elección era clara.
A los dos nos gusta el cine y también nos gusta leer.
"Prometheus" es una película realizada para dar respuesta a la pregunta que quedó ligada a aquel fotograma de "Alien, el octavo pasajero". Cerrar el círculo empleando esa palabra tan fea: precuela. En el arte no es necesario dar todas las respuestas, ni mucho menos, sino que se debe abrir la obra, dejar huecos que en realidad son ventanas para que la imagen respire y para que el espectador ponga de su parte. "Alien, el octavo pasajero", película de 1979, dirigida también por Ridley Scott (el círculo lo cierra el que lo abre) tenía esa cualidad: un monstruo impío y salvaje, un destructor total, tan fiero en la pantalla como seductor para el público, una cucaracha alienígena que se convertiría en estrella de cine instantánea, en franquicia automática, pero que apenas aparecía en la cinta: cualidad de sutil, de crear una atmósfera sobrecogedora, llena de pasillos oscuros que atraviesan naves antiguas varadas en planetas inhóspitos donde el mal acecha implacable. In space no one can hear you scream. En 1986 James Cameron dirigiría la segunda parte, "Aliens, el regreso". Aliens, en plural, un montón de ellos luchando contra un grupo de marines espaciales: barro, sangre y acero: de nuevo un ambiente oscuro y opresor, cargado de tensión a la vuelta de cada esquina. Y qué decir de ese penal perdido en la galaxia, jaula sin posibilidad de evasión para criminales YY, que nada menos que David Fincher (grandes firmas para la saga) puso en escena en 1992 con "Alien 3". Jean-Pierre Jeunet hizo la cuarta en 1997, "Alien resurrección", territorio adecuado para las distopías que acostumbra a filmar el director francés. De lo sutil se va pasando a lo obvio y así, "Alien vs. Predator" de Paul W. S. Anderson, bastante entretenida, a la que siguió una segunda parte que no he visto. Parecía que el alien se estaba empezando a ganar la jubilación, pero el bicho tiene lo mismo de feo que de rentable. Save the alien!
De cualquier modo que se rodara "Prometheus" era una buena noticia para los fans, más aún si el propio Ridley Scott era el encargado de dirigirla. Si además el reparto lo encabeza Michael Fassbender, uno de los mejores actores de la actualidad, la promesa toma cariz de certeza: será buena: tiene que serlo. No desvelo nada que no se vaya a saber nada más empezar la película si digo que Fassbender hace de David, el sintético de esta nueva aventura espacial, el tipo de personaje robótico que siempre acompañó a Ripley, a Sigourney Weaver, para bien o para mal, en sus desencuentros con la bestia. Si digo que la actuación de Fassbender es de lo mejor de "Prometheus", tampoco debería sorprenderse nadie. Se recubre a la perfección con una piel cibernética: domina cualquier encuadre que le enfoque. Además, el guión le proporciona un guiño genial a la película "Lawrence de Arabia" de David Lean, al papel mítico de Peter O'Toole. ¿Y eso otro no es "2001: una odisea del espacio" de Stanley Kubrick?: Fassbender hace valer el precio de la entrada.
Muy buena primera mitad de la cinta, mantiene mi atención en todo momento: qué explicación nos van a dar, dónde desembocará esta entrega para enlazar con aquella antigua película de marcianos, de terror, una de las mejores de la historia. Pero después, a partir de la primera noche que pasan en el planeta... ¿Qué mencionaba de sutil, de agudeza, de ingenio? La feria del efecto especial creado por ordenador se pone en marcha (en los créditos aparece un ejercito de nombres en ese apartado), una característica necesaria para el cine de ficción científica moderno, faltaría más, un aporte de espectacularidad al que difícilmente se renunciará pues tiene una consecuencia directa en el volumen de la recaudación, pero se añade un componente religioso a la trama que termina por desconectarme un tanto de la acción: al parecer los crucifijos venden bien en taquilla y si no, fíjense en cuántas películas modernas norteamericanas tienen alguna referencia "espiritual" (no sé si sólo sucederá en las películas de la 20th Century Fox, que, por cierto, tiene una división llamada FoxFaith para películas de temática cristiano-evangélica: misa subliminal en el canal conservador) en sus guiones. Y en el guión nos fijamos mucho, porque no tuvimos 3D esta noche, ya que en otra sala (sólo este jueves: una oferta que no se puede rechazar) la ponían en versión original subtitulada: la elección era clara.
A los dos nos gusta el cine y también nos gusta leer.
lunes, agosto 06, 2012
"Mientras duermes", de Jaume Balagueró
La pesadilla planteada por el director Jaume Balagueró, cuya trayectoria está asentada sobre varias películas de éxito en el género de terror nacional ("Los sin nombre", "Frágiles", "Rec"), es de las más eficaces entre las que se han podido contemplar/disfrutar/sufrir últimamente en el cine. La pátina de veracidad y realismo que la recubre de principio a fin, cimentada en un guión firmado por Alberto Marini, un guión con muy pocos resquicios, es atinada sin lugar a dudas: el horror cotidiano. Sin embargo no alcanzaría su objetivo de convencer al espectador sin la impresionante actuación de Luis Tosar: otra vez, la baza ganadora. En esta ocasión, un portero de una comunidad de vecinos (esos ecosistemas inquietantes de secretos tras la puerta y ojos ávidos que se posan en una mirilla: "La comunidad" de Alex de la Iglesia, "El quimérico inquilino" de Roman Polanski), que se esmera con precisión cirujana (¿Dexter español?) en su labor de acoso secreto de la vecinita del 5º B: la mirada sonriente que cada mañana ilumina el portal: Marta Etura, tan convincente en su papel de la señorita Clara como lo está Tosar en el del conserje César. La sonrisa que habrá que borrar.
Quizá al escéptico, que vea "Mientras duermes", los recursos que emplea César para convertirse en un íncubo despiadado e insaciable le parezcan descabellados. En cualquier caso sus planes y su desarrollo entran dentro de lo posible, de modo que la tensión se mantiene firme en el celuloide: escenas que impiden el parpadeo. Eso sí, sólo la suerte, (mucha suerte) consigue que César escape airoso de cada trance, algo de lo que el objeto de su atención no podrá presumir.
Luis Tosar interpreta al hijo de puta absoluto (como aquél de "Hard Candy" de David Slade: allí era el acoso en Internet, mucho más acorde a los tiempos en que vivimos). El arqueo de sus pobladas cejas, oscuras, en una dirección u otra, marcarán la diferencia entre el ángel y el demonio: así de fácil, en un instante, Zelig actoral: un privilegio, un disfrute verlo actuar.
Cuidado con a quién le dejáis las llaves estas vacaciones...
Quizá al escéptico, que vea "Mientras duermes", los recursos que emplea César para convertirse en un íncubo despiadado e insaciable le parezcan descabellados. En cualquier caso sus planes y su desarrollo entran dentro de lo posible, de modo que la tensión se mantiene firme en el celuloide: escenas que impiden el parpadeo. Eso sí, sólo la suerte, (mucha suerte) consigue que César escape airoso de cada trance, algo de lo que el objeto de su atención no podrá presumir.
Luis Tosar interpreta al hijo de puta absoluto (como aquél de "Hard Candy" de David Slade: allí era el acoso en Internet, mucho más acorde a los tiempos en que vivimos). El arqueo de sus pobladas cejas, oscuras, en una dirección u otra, marcarán la diferencia entre el ángel y el demonio: así de fácil, en un instante, Zelig actoral: un privilegio, un disfrute verlo actuar.
Cuidado con a quién le dejáis las llaves estas vacaciones...
sábado, agosto 04, 2012
"Cuento de primavera", de Eric Rohmer
La primavera es época de cambios, de mudanzas, aunque la metamorfosis no vaya más allá de una transformación de vestuario: si hay suerte, perder el abrigo en un parque, si no, sepultarlo en el ataúd que duerme junto a tu cama: hibernación veraniega. En cualquier caso la primavera será la oportunidad de situarse en un punto de vista distinto: ¡Luz, más luz!, como demandaba Goethe antes de morir.
En "Cuento de primavera" el armario donde se guarda la ropa y la cama donde se duerme, no necesariamente se encontrarán en la misma habitación, ni tampoco en la misma casa: el hogar propio es cuartel de invierno, refugio seguro al que se retorna cuando se terminan las historias, cuando se acaban las perdices del cuento: el cepillo de dientes en un vaso ajeno, reflejo raro en el espejo del cuarto de baño de la casa del o de la amante, un traslado más o menos duradero: lo que dura el amor. A Jeanne (Anne Teyssèdre), profesora de filosofía de bachillerato, el fin del romance o, al menos, la duda de su continuidad, la pillan con su viejo apartamento ocupado temporalmente por una prima y su novio. Pasajero en transito, con la bolsa bajo el brazo, se cruzará con la joven Natacha (Florence Darel) en una fiesta. Natacha le ofrecerá otra cama, otro armario, otro vaso para el cepillo de dientes. Por ofrecerle, más adelante hasta le ofrecerá a su padre, Igor (Hugues Quester), que en la actualidad sale con una chica llamada Ève (Eloïse Bennet) a la cual Natacha no soporta. Natacha y Jeanne salen charlando de la fiesta, disparando confidencias, y Eric Rohmer ya te ha atrapado, ya estás deseando saber cómo continuará esta historia.
Las señas de identidad del cine de Eric Rohmer: poderosos personajes femeninos, dueñas de su destino, frente a las que los hombres no parecen más que peleles a merced del viento; relaciones afectivas ambiguas, llenas de dudas e inconformismo; un plano trascendente que convierte la duda en duda existencial, filosófica; puesta en escena de ambiente cotidiano que propicia pasajes llenos de diálogos inteligentes que se desarrollan con la mayor de las confianzas: confesiones, sinceridad, naturalidad. Un cine con el que el espectador se puede identificar (la emoción cercana) y que arrastrará irremediablemente al que sepa escuchar con atención y paciencia.
En "Cuento de primavera" el armario donde se guarda la ropa y la cama donde se duerme, no necesariamente se encontrarán en la misma habitación, ni tampoco en la misma casa: el hogar propio es cuartel de invierno, refugio seguro al que se retorna cuando se terminan las historias, cuando se acaban las perdices del cuento: el cepillo de dientes en un vaso ajeno, reflejo raro en el espejo del cuarto de baño de la casa del o de la amante, un traslado más o menos duradero: lo que dura el amor. A Jeanne (Anne Teyssèdre), profesora de filosofía de bachillerato, el fin del romance o, al menos, la duda de su continuidad, la pillan con su viejo apartamento ocupado temporalmente por una prima y su novio. Pasajero en transito, con la bolsa bajo el brazo, se cruzará con la joven Natacha (Florence Darel) en una fiesta. Natacha le ofrecerá otra cama, otro armario, otro vaso para el cepillo de dientes. Por ofrecerle, más adelante hasta le ofrecerá a su padre, Igor (Hugues Quester), que en la actualidad sale con una chica llamada Ève (Eloïse Bennet) a la cual Natacha no soporta. Natacha y Jeanne salen charlando de la fiesta, disparando confidencias, y Eric Rohmer ya te ha atrapado, ya estás deseando saber cómo continuará esta historia.
Las señas de identidad del cine de Eric Rohmer: poderosos personajes femeninos, dueñas de su destino, frente a las que los hombres no parecen más que peleles a merced del viento; relaciones afectivas ambiguas, llenas de dudas e inconformismo; un plano trascendente que convierte la duda en duda existencial, filosófica; puesta en escena de ambiente cotidiano que propicia pasajes llenos de diálogos inteligentes que se desarrollan con la mayor de las confianzas: confesiones, sinceridad, naturalidad. Un cine con el que el espectador se puede identificar (la emoción cercana) y que arrastrará irremediablemente al que sepa escuchar con atención y paciencia.
martes, julio 31, 2012
"La fortaleza escondida", de Akira Kurosawa
La película que inspiró a George Lucas para realizar "La Guerra de las Galaxias", dicen. De las luchas feudales del Japón de los samuráis, a los conflictos de poder en el espacio interestelar; de las katanas a los sables láser; de 1958 a 1977. Seguramente es verdad: hay planos que recuerdan mucho a aquellos de las extensiones desérticas de Tatooine, hogar de los moradores de las arenas, ecosistema sólo apto para banthas. Y la trama también: una princesa (Misa Uehara), garante de una estirpe, de una dinastía, que debe ser salvada a toda costa de la persecución de sus enemigos. Para ello contará con la protección de un guerrero invencible, el general Rokurota Makabe (Toshiro Mifune, quién si no), y la compañía "accidental" de un eficaz dúo cómico, (Minoru Chiaki y Kamatari Fujiwara) Tahei y Matashichi, trasuntos primigenios y no robóticos de C3PO y R2D2, aunque más guiados por la codicia del oro que viaja junto a la princesa Yuki, que por las leyes de Asimov.
Al final, misión cumplida y una ceremonia de entrega de medallas que, vaya, también sale en su heredera del espacio. A propósito de premios, Akira Kurosawa recibió un Oscar honorífico en 1990, galardón entregado por George Lucas y Steven Spielberg. Es de buenos hijos... De cualquier modo, no es necesario que los problemas genealógicos de Luke Skywalker sean del agrado del espectador, ni mucho menos, para acercarse a este clásico de Kurosawa, una de las mejores del director japonés en el género de aventuras: cineasta en plenitud.
Si George Lucas recibía influencias de, entre otros, un maestro del cine como Akira Kurosawa, nada malo se podría esperar. El problema fue cuando la influencia dejó de ser esa y se puso en marcha la máquina de hacer dólares. Se cuenta mejor en el vídeo que figura a continuación, ingenioso remake del del tema "Somebody that I used to know" del cantante Gotye, y que conocí a través de Turpentine. No se puede negar que tiene su gracia: esa relación amor-odio entre George Lucas y los fans de la saga galáctica.
The Star Wars that I used to know
Al final, misión cumplida y una ceremonia de entrega de medallas que, vaya, también sale en su heredera del espacio. A propósito de premios, Akira Kurosawa recibió un Oscar honorífico en 1990, galardón entregado por George Lucas y Steven Spielberg. Es de buenos hijos... De cualquier modo, no es necesario que los problemas genealógicos de Luke Skywalker sean del agrado del espectador, ni mucho menos, para acercarse a este clásico de Kurosawa, una de las mejores del director japonés en el género de aventuras: cineasta en plenitud.
Si George Lucas recibía influencias de, entre otros, un maestro del cine como Akira Kurosawa, nada malo se podría esperar. El problema fue cuando la influencia dejó de ser esa y se puso en marcha la máquina de hacer dólares. Se cuenta mejor en el vídeo que figura a continuación, ingenioso remake del del tema "Somebody that I used to know" del cantante Gotye, y que conocí a través de Turpentine. No se puede negar que tiene su gracia: esa relación amor-odio entre George Lucas y los fans de la saga galáctica.
The Star Wars that I used to know
sábado, julio 21, 2012
"La piel que habito", de Pedro Almodóvar
La relación entre el doctor Robert Legard, el cirujano plástico interpretado por Antonio Banderas, y su paciente/cautiva Vera, la piel que habita Elena Anaya, plantea un enigma al comienzo de la película. Qué ha llevado a esos personajes, acompañados por el ama de llaves encarnada de modo inigualable por Marisa Paredes (me recordó a su personaje en "Tras el cristal", de Agustí Villaronga: cult movie hispana: "La piel que habito" tiene sus similitudes con aquella cinta antigua de Villaronga) a habitar ese cigarral toledano, antigua finca de recreo transformada en clínica discreta para arrugas acaudaladas, pero que posee además la doble identidad de castillo del doctor loco, de cripta de los horrores: las líneas maestras de la trama de "La piel que habito" van directas hacia el clásico "Los ojos sin rostro" de Georges Franju. Pero a la película de Franju, terror poético, le dedicaré un artículo en el próximo número de "La caja de Pandora", el que saldrá en septiembre. Hoy tocó fijarse en su "heredero" manchego.
El enigma que comentaba, va a producir un thriller sofisticado a la par que extravagante: una historia de tragedias familiares y venganzas rebuscadas que mantiene el interés hasta la mitad de la cinta, más o menos, hasta que ese enigma, la identidad de Vera y el motivo de su "átame" con Robert, queda desvelado. A partir de ese momento, la trama declina. Quizá el punto de inflexión sea tan inusitado, tan increíble, que poco más se puede esperar después: en el cine generalmente los golpes de efecto se suelen dejar para el final, de modo que el cenit argumental te conduzca boquiabierto hacia los créditos. No es el caso, si bien Pedro Almodovar sabe perfilar un emotivo colofón: las madres y el cine de Almodovar.
El trío de actores protagonistas ya sabe lo que es ser chico/chica Almodovar, un adjetivo que durante décadas ha sido una catapulta segura hacía una carrera cinematográfica posterior. No me ha convencido demasiado Antonio Banderas en su retorno, como actor, al cine español: más aún, retorno al primer director que le colocó en un fotograma, con "Laberinto de pasiones". Marisa Paredes, por otro lado, inmensa, una de las mejores actrices de la historia del cine nacional. Elena Anaya tampoco debe haberlo hecho mal, pues se llevó el Goya en la última edición. Y al trío se añade un cuarto, Jan Cornet en el papel de Vicente: premio Goya al mejor actor revelación por esta película. Lo que yo decía, una catapulta.
El enigma que comentaba, va a producir un thriller sofisticado a la par que extravagante: una historia de tragedias familiares y venganzas rebuscadas que mantiene el interés hasta la mitad de la cinta, más o menos, hasta que ese enigma, la identidad de Vera y el motivo de su "átame" con Robert, queda desvelado. A partir de ese momento, la trama declina. Quizá el punto de inflexión sea tan inusitado, tan increíble, que poco más se puede esperar después: en el cine generalmente los golpes de efecto se suelen dejar para el final, de modo que el cenit argumental te conduzca boquiabierto hacia los créditos. No es el caso, si bien Pedro Almodovar sabe perfilar un emotivo colofón: las madres y el cine de Almodovar.
El trío de actores protagonistas ya sabe lo que es ser chico/chica Almodovar, un adjetivo que durante décadas ha sido una catapulta segura hacía una carrera cinematográfica posterior. No me ha convencido demasiado Antonio Banderas en su retorno, como actor, al cine español: más aún, retorno al primer director que le colocó en un fotograma, con "Laberinto de pasiones". Marisa Paredes, por otro lado, inmensa, una de las mejores actrices de la historia del cine nacional. Elena Anaya tampoco debe haberlo hecho mal, pues se llevó el Goya en la última edición. Y al trío se añade un cuarto, Jan Cornet en el papel de Vicente: premio Goya al mejor actor revelación por esta película. Lo que yo decía, una catapulta.
domingo, julio 08, 2012
"No habrá paz para los malvados", de Enrique Urbizu
La estética del perdedor: personajes que rozaron la gloria y que ven su vida reducida a una cuestión de supervivencia, de aguantar otro día: atesorar recuerdos de esplendores pasados: el epílogo indeseado: vidas ajenas. Múltiples ejemplos en el cine, grandes obras maestras: el arroyo insalvable para un ex-boxeador en "Fat City", de John Huston, o el declive barroco de una estrella del cine mudo, apagándose directa hacia la locura, en "El crepúsculo de los dioses", de Billy Wilder. El cine español también aporta lo suyo, como aquella maravilla del neorrealismo español (que también lo hubo) titulada "Mi tío Jacinto", de Ladislao Vajda: el toreo, en cuanto a perdedores, a figuras que nunca llegaron a serlo, puede aportar toneladas de guiones.
Pero si nos trasladamos al cine policíaco, la figura del perdedor y el género cinematográfico son indisociables: ese personaje conforma el género en sí mismo. El inspector duro e implacable, alcohólico y divorciado, asocial y cínico: el compañero que nadie quiere porque los problemas acaban salpicándote: el policía de vuelta de todo que conserva su trabajo por puro milagro. Aquí sería inútil dar ejemplos: cualquiera. A mí, sin embargo, al ver "No habrá paz para los malvados" me vino a la cabeza "El último Boy Scout", de Tony Scott, lo cual no está nada mal, pues esa película forma parte del puñado de cintas del hermano pequeño de Ridley Scott que me gustan. Supongo que el paralelismo entre el Joe interpretado por Bruce Willis y el Santos Trinidad de José Coronado, nace en que ambos parecen haber tocado fondo y luego haber seguido cavando algunos metros más. Los dos topan con un caso que puede rescatarles del pozo. Pero ahí se acaban las coincidencias. El estadounidense, a pesar del hundimiento, conserva la conciencia suficiente para que sus actos partan de la bondad y el altruismo, mientras que Santos Trinidad no mostrará ni el menor atisbo de virtud: cualquier heroicidad será accidental, un indeseado efecto colateral. Sí, el cine americano y el cine europeo divergen irremediablemente. De este lado del charco, no hay redención posible, la vida es cruel hasta el fin, y si el héroe es capaz de poner orden en el mundo, de derrotar al malvado, el héroe mismo debería morir para nivelar la balanza, para que el equilibrio de fuerzas entre el bien y el mal se preserve ad infinitum. Ya en la antigua Grecia era la areté uno de los valores más apreciados: tras la hazaña en la batalla, mejor no regresar.
"No habrá paz para los malvados" arrampló con suficientes premios Goya como para ser considerada la mejor película española del 2011, si bien los elogios dirigidos al film parecían más encaminados a alabar la trayectoria de su director, Enrique Urbizu, (¿cuántas veces he oído llamarle artesano? ¿qué quiere decir eso en el cine? ¿se fabrica su propio celuloide?) o la actuación de José "ya era hora de que se lo dieran" Coronado. No tiene mayor importancia. En cualquier festival de cine, en Cannes mismo, el premio a veces cae porque en su día no se premió la película del cineasta que realmente lo merecía. El protagonista y la puesta en escena, sórdida y lumpen, de "No habrá paz para los malvados", es suficiente aval como para situarla en el podio. Pero el guión, la trama, se puede debilitar al abusar de clichés que caricaturizan más que retratan, herencias del cine de acción más que del cine negro y que parecen innecesarias. Todo en su justa medida y los Rambos mejor dejarlos aparcados en la era Reagan. O dejarlos para remakes que saben que son parodias.
Pero si nos trasladamos al cine policíaco, la figura del perdedor y el género cinematográfico son indisociables: ese personaje conforma el género en sí mismo. El inspector duro e implacable, alcohólico y divorciado, asocial y cínico: el compañero que nadie quiere porque los problemas acaban salpicándote: el policía de vuelta de todo que conserva su trabajo por puro milagro. Aquí sería inútil dar ejemplos: cualquiera. A mí, sin embargo, al ver "No habrá paz para los malvados" me vino a la cabeza "El último Boy Scout", de Tony Scott, lo cual no está nada mal, pues esa película forma parte del puñado de cintas del hermano pequeño de Ridley Scott que me gustan. Supongo que el paralelismo entre el Joe interpretado por Bruce Willis y el Santos Trinidad de José Coronado, nace en que ambos parecen haber tocado fondo y luego haber seguido cavando algunos metros más. Los dos topan con un caso que puede rescatarles del pozo. Pero ahí se acaban las coincidencias. El estadounidense, a pesar del hundimiento, conserva la conciencia suficiente para que sus actos partan de la bondad y el altruismo, mientras que Santos Trinidad no mostrará ni el menor atisbo de virtud: cualquier heroicidad será accidental, un indeseado efecto colateral. Sí, el cine americano y el cine europeo divergen irremediablemente. De este lado del charco, no hay redención posible, la vida es cruel hasta el fin, y si el héroe es capaz de poner orden en el mundo, de derrotar al malvado, el héroe mismo debería morir para nivelar la balanza, para que el equilibrio de fuerzas entre el bien y el mal se preserve ad infinitum. Ya en la antigua Grecia era la areté uno de los valores más apreciados: tras la hazaña en la batalla, mejor no regresar.
sábado, junio 30, 2012
"After life", de Hirokazu Koreeda
Almas en transito. No hay balanza, no hay cielo ni infierno. Sólo hay que tomar una decisión (la duda: Bergman lo mostró como nadie en "El Séptimo Sello"), que será un ticket para la eternidad. ¿Cuál es el mejor recuerdo de tu vida? Un instante recobrado del cedazo del tiempo, un momento de felicidad, aquel detalle que hizo que valiera la pena. Pero un dilema trascendental, porque eso será lo único que te lleves al otro barrio: la gloria de la contemplación divina se limitará al ámbito de lo ya experimentado en vida: no se hallará mayor premio que el que se encontró un día cualquiera. La tragedia será encontrar a un difunto que desea olvidarlo todo, que no quiere acordarse de nada. Muertos en vida.
Fallecidos convocados a un plató cinematográfico para recrear un trozo de pasado que, probablemente, sea falso: nada es como lo recordamos: el recuerdo toma el lugar del hecho y la segunda vez que nos acordamos de aquello en realidad rememoramos un recuerdo: el pasado es el poso que queda cuando el olvido ha hecho su trabajo. El cine fabricará la impronta: el cielo es un equipo de rodaje: mensaje nítido, guiño cinéfilo.
Hirokazu Koreeda escenifica el trance con ternura y costumbrismo berlanguiano, con tono cómico y optimista (aunque la burocracia latente amenaza con hacer aparecer "El proceso" de Kafka en versión de Orson Welles), sello para otras obras futuras del director como "Still walking" o "Air doll". Los problemas existenciales del ser humano se prolongan aunque te vistan con el pijama de madera, nos dice: lo de descansar en paz es más un deseo que una constatación. Vaya eligiendo. O proponiendo.
Fallecidos convocados a un plató cinematográfico para recrear un trozo de pasado que, probablemente, sea falso: nada es como lo recordamos: el recuerdo toma el lugar del hecho y la segunda vez que nos acordamos de aquello en realidad rememoramos un recuerdo: el pasado es el poso que queda cuando el olvido ha hecho su trabajo. El cine fabricará la impronta: el cielo es un equipo de rodaje: mensaje nítido, guiño cinéfilo.
Hirokazu Koreeda escenifica el trance con ternura y costumbrismo berlanguiano, con tono cómico y optimista (aunque la burocracia latente amenaza con hacer aparecer "El proceso" de Kafka en versión de Orson Welles), sello para otras obras futuras del director como "Still walking" o "Air doll". Los problemas existenciales del ser humano se prolongan aunque te vistan con el pijama de madera, nos dice: lo de descansar en paz es más un deseo que una constatación. Vaya eligiendo. O proponiendo.
lunes, junio 25, 2012
Cortometraje. "Doll Face", de Andy Huang
Me lo enseñó esta mañana Belknap y me ha gustado mucho. A compartir.
Pinocho, Frankenstein, Roy Batty (nota: hoy se celebra el 30 aniversario del estreno de "Blade Runner": una efeméride a marcar en rojo: mejor en azul neón), Eduardo Manostijeras, el David de Spielberg en "I.A.". Todos viajando por el valle inquietante, preguntando a sus creadores por los incomprensibles defectos de su construcción. Todos ellos buscando la humanidad, un estereotipo que ni los propios seres humanos recuerdan: ¿cómo quieres que te explique lo que soy, lo que eres?
Este cortometraje resume esa trampa existencial, un dilema clásico de la ciencia ficción, y lo hace con maestría.
Pinocho, Frankenstein, Roy Batty (nota: hoy se celebra el 30 aniversario del estreno de "Blade Runner": una efeméride a marcar en rojo: mejor en azul neón), Eduardo Manostijeras, el David de Spielberg en "I.A.". Todos viajando por el valle inquietante, preguntando a sus creadores por los incomprensibles defectos de su construcción. Todos ellos buscando la humanidad, un estereotipo que ni los propios seres humanos recuerdan: ¿cómo quieres que te explique lo que soy, lo que eres?
Este cortometraje resume esa trampa existencial, un dilema clásico de la ciencia ficción, y lo hace con maestría.
domingo, junio 17, 2012
"Un dios salvaje", de Roman Polanski
Roman Polanski se ha caracterizado, durante toda su carrera, por arrancarle la máscara a los caracteres que aparecen en sus películas: la afable comunidad de vecinos en "El quimérico inquilino" o "La semilla del diablo"; una seductora belleza rubia en "Repulsión"; el líder político en "El escritor"; un amable doctor en "La muerte y la doncella". Parece ser que a Polanski le interesan las historias intensas en las que se desnuda la esencia de seres humanos de alma turbia.
Padres que visitan a otros padres (Kate Winslet y Christoph Waltz en un rincón, Jodie Foster y John C. Reilly en el otro: película de actores) para tratar conflictos de los hijos: un chaval le ha roto un diente a otro en un parque. Parejas civilizadas de civilizados occidentales que saben aparentar, sin el menor problema, lo civilizados que son: deudas de sangre que se pagan con perdón en vez de con venganza: no habrá diente por diente. Pero la llamada de la sangre, más aún si es sangre de tu sangre, es un alarido poderoso: un runrún insistente que se instala en el estómago y que no va a permitir que una fachada políticamente correcta ahogue el ansia de equilibrar la penosa situación: 'Soy un hijo de puta con muy mala leche', se sincera Mr. Longstreet.
"Un dios salvaje" está basada en una obra de teatro de Yasmina Reza, no sé si se parecerá mucho o poco al original. La película me recordó mucho a una novela que he leído recientemente, "La cena", de Herman Koch, cambiando el apartamento de Brooklyn (la cinta se rodó en París: Polanski no suele viajar a Estados Unidos, como todo el mundo sabe) por un caro restaurante holandés y a los dos matrimonios neoyorquinos por homólogos del otro lado del océano. En el libro de Koch el asunto a tratar era mucho más grave, un asesinato, y requería soluciones más contundentes: la caída del antifaz será necesariamente más traumática: a Polanski (a cualquier cineasta, en realidad) también le hubiera caído mejor una trama así: conflictos rotundos que superan la banalidad del abuso del teléfono móvil o la asfixia de la mediocridad: la infantilización del hombre moderno acomodado, del urbanita incapacitado para retornar al conocimiento puro de la caverna y encadenado sin remedio a la angustia del progreso (ver la entrada reciente de "Detour" de Edgar G. Ulmer). Pero el instinto sigue dentro, ese mencionado runrún que hay que dominar.
Si en "Un método peligroso" de David Cronenberg costaba un poco reconocer las señas de identidad del director canadiense, otro tanto parece suceder con "Un dios salvaje" y Roman Polanski. Precisamente cuando "Un dios salvaje" empieza a recordar al cine del polaco, cuando se ha logrado un ambiente en la película que parece capaz de devorar a sus personajes, en ese momento se acaba: apenas 80 minutos de verborrea incansable en la que la transición de la educación a la sinceridad sucede demasiado deprisa: décadas llevo con ganas de poner a alguno a caldo y aún no he alcanzado ese punto, mientras que a los Longstreet y a los Cowan, que se acaban de conocer, para pasar a la acción les ha bastado con un poco de café, algo de tarta, unos chupitos de whisky... y una buena vomitona.
Roman Polanski (o Yasmina Reza) y Herman Koch terminan diciendo lo mismo: el dios salvaje moderno son los hijos: no hay culto más exigente que ese.
Padres que visitan a otros padres (Kate Winslet y Christoph Waltz en un rincón, Jodie Foster y John C. Reilly en el otro: película de actores) para tratar conflictos de los hijos: un chaval le ha roto un diente a otro en un parque. Parejas civilizadas de civilizados occidentales que saben aparentar, sin el menor problema, lo civilizados que son: deudas de sangre que se pagan con perdón en vez de con venganza: no habrá diente por diente. Pero la llamada de la sangre, más aún si es sangre de tu sangre, es un alarido poderoso: un runrún insistente que se instala en el estómago y que no va a permitir que una fachada políticamente correcta ahogue el ansia de equilibrar la penosa situación: 'Soy un hijo de puta con muy mala leche', se sincera Mr. Longstreet.
"Un dios salvaje" está basada en una obra de teatro de Yasmina Reza, no sé si se parecerá mucho o poco al original. La película me recordó mucho a una novela que he leído recientemente, "La cena", de Herman Koch, cambiando el apartamento de Brooklyn (la cinta se rodó en París: Polanski no suele viajar a Estados Unidos, como todo el mundo sabe) por un caro restaurante holandés y a los dos matrimonios neoyorquinos por homólogos del otro lado del océano. En el libro de Koch el asunto a tratar era mucho más grave, un asesinato, y requería soluciones más contundentes: la caída del antifaz será necesariamente más traumática: a Polanski (a cualquier cineasta, en realidad) también le hubiera caído mejor una trama así: conflictos rotundos que superan la banalidad del abuso del teléfono móvil o la asfixia de la mediocridad: la infantilización del hombre moderno acomodado, del urbanita incapacitado para retornar al conocimiento puro de la caverna y encadenado sin remedio a la angustia del progreso (ver la entrada reciente de "Detour" de Edgar G. Ulmer). Pero el instinto sigue dentro, ese mencionado runrún que hay que dominar.
Si en "Un método peligroso" de David Cronenberg costaba un poco reconocer las señas de identidad del director canadiense, otro tanto parece suceder con "Un dios salvaje" y Roman Polanski. Precisamente cuando "Un dios salvaje" empieza a recordar al cine del polaco, cuando se ha logrado un ambiente en la película que parece capaz de devorar a sus personajes, en ese momento se acaba: apenas 80 minutos de verborrea incansable en la que la transición de la educación a la sinceridad sucede demasiado deprisa: décadas llevo con ganas de poner a alguno a caldo y aún no he alcanzado ese punto, mientras que a los Longstreet y a los Cowan, que se acaban de conocer, para pasar a la acción les ha bastado con un poco de café, algo de tarta, unos chupitos de whisky... y una buena vomitona.
Roman Polanski (o Yasmina Reza) y Herman Koch terminan diciendo lo mismo: el dios salvaje moderno son los hijos: no hay culto más exigente que ese.
jueves, junio 14, 2012
Cortometrajes. "5º Festival de cine corto de Salamanca"
Un bar lleno de gente, todos mirando atentamente una pantalla durante un par de horas. Y lo que se proyecta en ella no es un partido de fútbol, no, ni cualquier otro evento deportivo de masas, sino media docena de cortometrajes. Que algo así suceda en estos tiempos de invasión audiovisual absoluta (la competición deportiva como exaltación patriótica del más absurdo "nosotros contra ellos": esfuerzos y decepciones estériles), con las puertas de los bares empapeladas de banderas españolas y de los anuncios de los horarios de los encuentros (cantos de sirena para cuadrar la caja en tiempos de crisis), que un festival de cortos se realice en un bar, digo, seguro que es una buena noticia. Por suerte el festival (de momento) no ha coincidido con la Eurocopa.
La productora CORTOSdeMENTES y el bar Granero de Salamanca (C/ Granero, junto a la Plaza del Oeste) organizan este festival que ya alcanza su quinta edición: convocatoria madura. Sobre más de 200 cortometrajes recibidos a concurso, se seleccionaron 30 que han sido proyectados, 6 cada día, todos los jueves del mes de Mayo a partir de las 22:00. Entre rondas y rondas de cervezas (no ha de ser mal negocio esto de proyectar cine en un bar), un público respetuoso disfruta del espectáculo con interés y atención y al final vota su preferido: de tres amigos que estábamos juntos, cada uno votó por un cortometraje distinto: otra gran noticia: calidad en lo visto.
Este próximo viernes día 15 a las 22:00 se realizará la proyección de los cortos finalistas en la Casa de las Conchas (dentro de la programación del Festival Internacional de las Artes de Castilla y León, FACYL) y a continuación la entrega de premios a los ganadores. Puede que a esa hora merezca la pena apagar el fútbol un rato.
La productora CORTOSdeMENTES y el bar Granero de Salamanca (C/ Granero, junto a la Plaza del Oeste) organizan este festival que ya alcanza su quinta edición: convocatoria madura. Sobre más de 200 cortometrajes recibidos a concurso, se seleccionaron 30 que han sido proyectados, 6 cada día, todos los jueves del mes de Mayo a partir de las 22:00. Entre rondas y rondas de cervezas (no ha de ser mal negocio esto de proyectar cine en un bar), un público respetuoso disfruta del espectáculo con interés y atención y al final vota su preferido: de tres amigos que estábamos juntos, cada uno votó por un cortometraje distinto: otra gran noticia: calidad en lo visto.
Este próximo viernes día 15 a las 22:00 se realizará la proyección de los cortos finalistas en la Casa de las Conchas (dentro de la programación del Festival Internacional de las Artes de Castilla y León, FACYL) y a continuación la entrega de premios a los ganadores. Puede que a esa hora merezca la pena apagar el fútbol un rato.
domingo, junio 10, 2012
"Un método peligroso", de David Cronenberg
Pocos directores se han adentrado tanto en la psique humana como David Cronenberg: siempre, eso sí, extrayendo al tema los tintes psicosangrientos que han dominado su carrera. Carne (Long live the new flesh!) y mente como una combinación eficaz para lograr algunas de las mejores producciones del cine fantástico de los años 80 y 90, como "Videodrome", "La mosca", "Inseparables", "El almuerzo desnudo", "Crash". En el siglo XXI parece que sus tramas dieron cierto giro hacía el género negro pero sin perder un ápice de brillantez y provocación: éxitos recientes como "Una historia de violencia" o "Promesas del Este", cintas donde el genial actor que es Viggo Mortensen se convierte en la cara reconocible, en el actor franquicia para el director canadiense.
Con esa filmografía, tan inclinada a comerse el tarro en busca de las fuentes de la locura y el homicidio, no es de extrañar que la primera incursión (creo) de David Cronenberg en cine histórico, en biografías de personajes conocidos (películas de esas que justo antes de poner el the end aparece un breve texto sobre fondo negro que te cuenta qué fue de ellos más adelante para ahorrarse así un montón de metraje más o menos necesario), se dedique a figuras fundamentales en el nacimiento y desarrollo del psicoanálisis, Sigmund Freud, Carl Jung y Sabina Spielrein: un austriaco, un suizo y una rusa: Europa a principios del siglo XX propiciaba el encuentro fértil de nacionalidades diversas para conseguir avances inéditos en el arte y en la ciencia: tras la Segunda Guerra Mundial todo eso quedaría extinguido sin remedio: Estados Unidos se quedaría con todo. El mencionado Mortensen hace de Freud y da lo mejor, como de costumbre. Para encarnar a la pareja turbia formada por el doctor Jung y su paciente/amante/colega Sabina Spielrein, los escogidos serán Michael Fassbender y Keira Knightley. La histeria desbocada y sobreactuada de ella contrastarán demasiado con la falta de apasionamiento y exceso de profesionalidad de él como para obtener una apariencia de enamoramiento que resulte convincente para el público: no hay química por ninguna parte. ¿Y la sangre? Apenas un corte en una mejilla.
Síndromes, complejos, pulsiones. Terapia e interpretación. Deseo y represión, necesidad y conducta. La película permite asomarse brevemente a la construcción de tesis novedosas que rompen con el dogma establecido y habilitan la posibilidad de situarse en un punto de vista alternativo y enriquecedor. Pioneros abriendo nuevos caminos y exponiéndose a su vez a los peligros de un terreno desconocido. Quizá sea el mayor valor de "Un método peligroso", mostrar cómo el gigante intelectual se arriesga a identificarse con el objeto de su estudio.
Fíjate que ha hecho películas raras. Pues ésta puede ser la más rara de Cronenberg. Tanto, que no parece una película de Cronenberg.
Con esa filmografía, tan inclinada a comerse el tarro en busca de las fuentes de la locura y el homicidio, no es de extrañar que la primera incursión (creo) de David Cronenberg en cine histórico, en biografías de personajes conocidos (películas de esas que justo antes de poner el the end aparece un breve texto sobre fondo negro que te cuenta qué fue de ellos más adelante para ahorrarse así un montón de metraje más o menos necesario), se dedique a figuras fundamentales en el nacimiento y desarrollo del psicoanálisis, Sigmund Freud, Carl Jung y Sabina Spielrein: un austriaco, un suizo y una rusa: Europa a principios del siglo XX propiciaba el encuentro fértil de nacionalidades diversas para conseguir avances inéditos en el arte y en la ciencia: tras la Segunda Guerra Mundial todo eso quedaría extinguido sin remedio: Estados Unidos se quedaría con todo. El mencionado Mortensen hace de Freud y da lo mejor, como de costumbre. Para encarnar a la pareja turbia formada por el doctor Jung y su paciente/amante/colega Sabina Spielrein, los escogidos serán Michael Fassbender y Keira Knightley. La histeria desbocada y sobreactuada de ella contrastarán demasiado con la falta de apasionamiento y exceso de profesionalidad de él como para obtener una apariencia de enamoramiento que resulte convincente para el público: no hay química por ninguna parte. ¿Y la sangre? Apenas un corte en una mejilla.
Síndromes, complejos, pulsiones. Terapia e interpretación. Deseo y represión, necesidad y conducta. La película permite asomarse brevemente a la construcción de tesis novedosas que rompen con el dogma establecido y habilitan la posibilidad de situarse en un punto de vista alternativo y enriquecedor. Pioneros abriendo nuevos caminos y exponiéndose a su vez a los peligros de un terreno desconocido. Quizá sea el mayor valor de "Un método peligroso", mostrar cómo el gigante intelectual se arriesga a identificarse con el objeto de su estudio.
Fíjate que ha hecho películas raras. Pues ésta puede ser la más rara de Cronenberg. Tanto, que no parece una película de Cronenberg.
jueves, mayo 31, 2012
"Detour", de Edgar G. Ulmer
Al (Tom Neal) es un pianista que quiere viajar haciendo autostop desde Nueva York a Los Angeles. Después de muchas jornadas de hacer dedo, de caminar por los arcenes, de subir y bajar de los coches de buenos samaritanos, un tipo se ofrece a llevarlo hasta su destino final: qué buena suerte. Y encima le invita a cenar, ¡mejor imposible! O no. Good luck... bad luck. Empieza la peor racha imaginable. El destino final no será el esperado.
Francisco Machuca me recordó en su excelente artículo que aún no había visto "Detour" y es un título de película que he visto aparecer bastantes veces como hito primordial del cine negro. Y así es. En esta cinta aparece una de las mayores "villanas" que nunca se vio en una pantalla, el personaje de Vera interpretado por Ann Savage y que es la actuación que verdaderamente hace merecer el precio de la entrada: mirada de caimana curtida a golpes, dureza de carácter adquirido dando tumbos, cayendo de mal en peor hasta abandonar el menor atisbo de piedad, hasta alcanzar el punto en el que ya no hay nada que perder: pobre Al, prisionero en la telaraña. Vera es digna de aparecer en cualquier pesadilla. No hay escapatoria, no hay salida.
"Detour" me recuerda mucho a una película de su misma cosecha, otra del año 1945, la magnifica "Perversidad" de Fritz Lang. En "Perversidad" Chris Cross (Edward G. Robinson), un honesto cajero, un aplicado pintor aficionado de fin de semana, se enamora perdidamente de Kitty (Joan Bennet), una vampiresa que se dispone, azuzada por el canalla de su novio Johnny (Dan Duryea), a desplumarlo vivo creyendo que el pobre señor Cross se trata en realidad de un artista millonario. El acabará convertido en un ladrón, en un mentiroso: despedido del trabajo, extinguido su matrimonio. Se juega todo a la carta de Kitty y pierde. Lo pierde todo
Al y Chris, el pianista y el cajero, terminarán sus días de la forma más insospechada, convertidos en criminales. Quién se lo podía imaginar: el hombre corriente, el borrego pacífico, con las manos manchadas de sangre. En "Mi tío de América", película de 1980, Alain Resnais quizás dará las respuestas oportunas confeccionando otra de sus sublimes rarezas cinematográficas: la angustia del ciudadano civilizado, el estrés y la depresión, conducen a la violencia y al daño, ya sea contra los demás, ya sea contra uno mismo. La civilización como fuente segura de barbarie.
Francisco Machuca me recordó en su excelente artículo que aún no había visto "Detour" y es un título de película que he visto aparecer bastantes veces como hito primordial del cine negro. Y así es. En esta cinta aparece una de las mayores "villanas" que nunca se vio en una pantalla, el personaje de Vera interpretado por Ann Savage y que es la actuación que verdaderamente hace merecer el precio de la entrada: mirada de caimana curtida a golpes, dureza de carácter adquirido dando tumbos, cayendo de mal en peor hasta abandonar el menor atisbo de piedad, hasta alcanzar el punto en el que ya no hay nada que perder: pobre Al, prisionero en la telaraña. Vera es digna de aparecer en cualquier pesadilla. No hay escapatoria, no hay salida.
"Detour" me recuerda mucho a una película de su misma cosecha, otra del año 1945, la magnifica "Perversidad" de Fritz Lang. En "Perversidad" Chris Cross (Edward G. Robinson), un honesto cajero, un aplicado pintor aficionado de fin de semana, se enamora perdidamente de Kitty (Joan Bennet), una vampiresa que se dispone, azuzada por el canalla de su novio Johnny (Dan Duryea), a desplumarlo vivo creyendo que el pobre señor Cross se trata en realidad de un artista millonario. El acabará convertido en un ladrón, en un mentiroso: despedido del trabajo, extinguido su matrimonio. Se juega todo a la carta de Kitty y pierde. Lo pierde todo
Al y Chris, el pianista y el cajero, terminarán sus días de la forma más insospechada, convertidos en criminales. Quién se lo podía imaginar: el hombre corriente, el borrego pacífico, con las manos manchadas de sangre. En "Mi tío de América", película de 1980, Alain Resnais quizás dará las respuestas oportunas confeccionando otra de sus sublimes rarezas cinematográficas: la angustia del ciudadano civilizado, el estrés y la depresión, conducen a la violencia y al daño, ya sea contra los demás, ya sea contra uno mismo. La civilización como fuente segura de barbarie.
domingo, mayo 27, 2012
"Drive", de Nicolas Winding Refn
Arrastro bastantes pendientes del curso anterior, de las del año 2011. Me tengo que poner al día: fatiga más lo pendiente que lo realizado. Y no es que uno no sea aplicado, no, es más bien un problema de disponibilidad: ocasiones contadas de acudir a una sala de cine: por fuerza mucho se tiene que quedar en el tintero, ay. Pero el cine tiene la virtud de conservarse sin mayor problema hasta la hora de ser consumido: no necesita frío, ni envolverlo en papel Albal: abrir y devorar. El cine te espera.
"Drive" era una de las expectativas que parecía que no se iba a malograr cuando al fin llegara el momento de verla, y así ha sido: excelente película. Un pavo que se dedica a conducir el buga que se queda en la calle esperando a que unos mendas terminen sus "asuntos", para después salir a escape. El cómplice obligatorio en cualquier atraco, butrón o palo a pecho descubierto que se precie. Un precedente claro a esta cinta se encuentra en "The driver" de Walter Hill, película de culto del año 1978 protagonizada por Ryan O'Neal, que tiene muchos puntos en común con "Drive", no sólo en el verbo del título, sino también en un guión dominado por la construcción de un personaje que se menciona siempre al final del grupo: y él os espera en la esquina con el coche en marcha.
Estética ochentera: esa chupa con escorpión dorado a la espalda que el protagonista no se quita ni para limpiarle la sangre, esos guantes sin dedos y cerilla en la boca como el cobretti (Sly en "Cobra" de George P. Cosmatos: la quintaesencia de la macarrada, que de puro abuso en el estilo resultaba cómica donde debía ser despiadada) más chulo de los billares. Sin embargo esa estética que "Drive" recupera será acertado emparentarla con el cine personal y serio de Michael Mann: tipos tranquilos y dispuestos a todo, casi inexpresivos ("Corrupción en Miami", por supuesto, pero también Robert DeNiro en "Heat", dominándolo todo, o Alain Delon en otra imprescindible, "El samurai" de Jean-Pierre Melville, y así hasta llegar al "Pickpocket" de Robert Bresson: el arquetipo), que se adentran veloces en planos abiertos de paisajes urbanos poblados de rascacielos, acompañados siempre por una banda sonora lounge que convierte fotogramas en videoclips: firma reconocible del gran Michael Mann, impronta indeleble para recuerdos de celuloide.
El protagonista de "Drive" encarna a un profesional en el que se puede confiar ciegamente, un témpano con nervios de acero que puede ser letal si se le traiciona: un perdona-vidas de vuelta de todo que ve pasar el último tren: mejor no cabrearle. El chico además se dedica a doble de acción (el stuntman, el daredevil), esos pirados que hacen dar vueltas de campana a los vehículos de los que se baja el costoso actor protagonista: apuntar otra reciente de un especialista en revival de calidad de cualquier género de acción cinematográfico, "Death Proof", de Quentin Tarantino. Todo va muy bien en los negocios del piloto (Ryan Gosling) hasta que una chica (Carey Mulligan; "Drive" no la vi en su día pero lo inmediatamente posterior que ha hecho esta pareja sí: "Los idus de marzo", de Georges Clooney, él, "Shame", de Steve McQueen, ella: buenos actores llamados a triunfar, a dominar la cartelera de prestigio venidera) se pone delante de su parachoques. Y aquí toca mencionar la última cult movie por hoy, "Carretera asfaltada en dos direcciones" de Monte Hellman: el amor por el coche de uno es un amor celoso que no admite distracciones.
A las películas de culto les gustan los coches rápidos, sí. Y los amores imposibles.
"Drive" era una de las expectativas que parecía que no se iba a malograr cuando al fin llegara el momento de verla, y así ha sido: excelente película. Un pavo que se dedica a conducir el buga que se queda en la calle esperando a que unos mendas terminen sus "asuntos", para después salir a escape. El cómplice obligatorio en cualquier atraco, butrón o palo a pecho descubierto que se precie. Un precedente claro a esta cinta se encuentra en "The driver" de Walter Hill, película de culto del año 1978 protagonizada por Ryan O'Neal, que tiene muchos puntos en común con "Drive", no sólo en el verbo del título, sino también en un guión dominado por la construcción de un personaje que se menciona siempre al final del grupo: y él os espera en la esquina con el coche en marcha.
Estética ochentera: esa chupa con escorpión dorado a la espalda que el protagonista no se quita ni para limpiarle la sangre, esos guantes sin dedos y cerilla en la boca como el cobretti (Sly en "Cobra" de George P. Cosmatos: la quintaesencia de la macarrada, que de puro abuso en el estilo resultaba cómica donde debía ser despiadada) más chulo de los billares. Sin embargo esa estética que "Drive" recupera será acertado emparentarla con el cine personal y serio de Michael Mann: tipos tranquilos y dispuestos a todo, casi inexpresivos ("Corrupción en Miami", por supuesto, pero también Robert DeNiro en "Heat", dominándolo todo, o Alain Delon en otra imprescindible, "El samurai" de Jean-Pierre Melville, y así hasta llegar al "Pickpocket" de Robert Bresson: el arquetipo), que se adentran veloces en planos abiertos de paisajes urbanos poblados de rascacielos, acompañados siempre por una banda sonora lounge que convierte fotogramas en videoclips: firma reconocible del gran Michael Mann, impronta indeleble para recuerdos de celuloide.
El protagonista de "Drive" encarna a un profesional en el que se puede confiar ciegamente, un témpano con nervios de acero que puede ser letal si se le traiciona: un perdona-vidas de vuelta de todo que ve pasar el último tren: mejor no cabrearle. El chico además se dedica a doble de acción (el stuntman, el daredevil), esos pirados que hacen dar vueltas de campana a los vehículos de los que se baja el costoso actor protagonista: apuntar otra reciente de un especialista en revival de calidad de cualquier género de acción cinematográfico, "Death Proof", de Quentin Tarantino. Todo va muy bien en los negocios del piloto (Ryan Gosling) hasta que una chica (Carey Mulligan; "Drive" no la vi en su día pero lo inmediatamente posterior que ha hecho esta pareja sí: "Los idus de marzo", de Georges Clooney, él, "Shame", de Steve McQueen, ella: buenos actores llamados a triunfar, a dominar la cartelera de prestigio venidera) se pone delante de su parachoques. Y aquí toca mencionar la última cult movie por hoy, "Carretera asfaltada en dos direcciones" de Monte Hellman: el amor por el coche de uno es un amor celoso que no admite distracciones.
A las películas de culto les gustan los coches rápidos, sí. Y los amores imposibles.
jueves, mayo 17, 2012
"Los Vengadores", de Joss Whedon
Como un enano.
Creo que la apreciación exacta es que, al fin, se han revivido en una pantalla de cine los momentos más grandiosos de las batallas de superhéroes contra supervillanos que leímos una y otra vez, tebeos desgastados, en las páginas publicadas por la editorial Marvel (aquí en España lo publicaba Vértice -La Masa, Patrulla X, Dan Defensor-, desde que yo recuerdo, luego Forum -Hulk, XMen, Daredevil: se perdió el espíritu españolizante en los nombres-, y ahora la editorial Panini se encarga de las nuevas sagas).
En el año 2000 "X-Men", de Bryan Singer (el director de "Sospechosos habituales", nada menos: no se puede decir que en su filmografía posterior haya logrado algo tan brillante como aquella maravilla de 1995), fue la que dio el pistoletazo de salida al resto de fotogramas marvelizados: se puede aparecer en una película con mallas y antifaz y salir airoso del trance: se descubrió la forma, el camino a seguir, la estética aconsejable. Un par de docenas de producciones posteriores que habrán hecho las delicias o habrán supuesto el aborrecimiento de los fan: cuestión de gustos y afinidades. En lo bueno se puede destacar "Spiderman" de Sam Raimi, "Hulk" de Ang Lee, "Iron Man" de Jon Favreau o "X-Men: Primera generación" de Matthew Vaughn. En lo olvidable, "Los 4 Fantásticos" de Tim Story, o "Daredevil" (ay, Ben Affleck) y "Ghost Rider" (ay, Nicolas Cage) de Mark Steven Johnson. Y después, mucha clase media entretenida. Mención aparte para "El protegido" de M. Night Shyamalan: no lleva el sello de la editorial, ni Stan Lee hace un cameo, ni la cinta está llena de efectos especiales, pero quizás sea la mejor de todas.
En "Los Vengadores" un actor sobresale muchos escalones por encima del resto: Robert Downey Jr. interpretando el lado más irónico, descreído y extravagante del millonario Tony Stark. Contenido para no caer en la sobreactuación pero suficientemente hábil como para acaparar con total facilidad todos los planos que el resto de actores tiene la mala suerte de compartir con él. Stark es la nota de sentido de humor necesaria ante tanta trascendencia épica. Los Vengadores, el más alucinante grupo nunca reunido, una fachada de músculo y poder que oculta a unos pobres desgraciados llenos de problemas en su vida personal, repletos de dilemas morales y fragilidad sentimental. Ahí está el secreto del éxito de las tramas de los cómic, esa parte mundana del superhéroe: el médico cojo Donald Blake, el fugitivo Bruce Banner (¡La Masa odia a Banner!), el abuelo descongelado Steve Rogers, el enfermo del corazón Tony Stark. Unos cualquieras capaces de todo. Todos unos cualquieras menos Scarlett Johansson, por supuesto...
Para ver "Los Vengadores", si no se ha pasado la vista por muchas páginas del tema (¿a quién puede sorprenderle que el Helitransporte de Shield vuele?), conviene haber visto algunas de las últimas películas Marvel, sobre todo "Thor" de Kenneth Branagh (Kenneth Branagh, Bryan Singer, Ang Lee, Sam Raimi: el celuloide comiquero puede presumir de nombre en la firma, sin duda), que no es de las más recomendables del género pero que aporta gran parte del prólogo de "Los Vengadores". Loki, dios burlón, abriendo de nuevo las puertas de Midgard para conducir una invasión extraterrestre. Y... ¡qué batalla!¡La Masa a pleno rendimiento! No había visto nada igual desde que miraba aquellos tebeos en blanco y negro impresos en papel malo. Esta película logra acercarse bastante a aquello.
¡Vengadores reuníos!
sábado, mayo 05, 2012
Revista. La Caja de Pandora nº 4 "Made In Spain"
Un nuevo número de la revista cuatrimestral "La Caja de Pandora": un año desde que salió el primero: ¡Felicidades, Crowley, y enhorabuena una vez más por el resultado!
Made in Spain, producto nacional, un vistazo amplio al estado del arte patrio, del pasado y del presente: cine, literatura, cómic, música. Este pequeño Licantropunk contribuye con un par de artículos dedicados a sendas devociones: "El sol del membrillo" de Víctor Erice y "Los amantes del círculo polar" de Julio Medem. Pero hay mucho más y mucho mejor: aquí se puede examinar el sumario y acceder a la lectura y/o descarga de la revista. Gratis total. No se la pierdan:
http://issuu.com/cajadepandoramagazine/docs/la_caja_de_pandora_4_made_in_spain
Made in Spain, producto nacional, un vistazo amplio al estado del arte patrio, del pasado y del presente: cine, literatura, cómic, música. Este pequeño Licantropunk contribuye con un par de artículos dedicados a sendas devociones: "El sol del membrillo" de Víctor Erice y "Los amantes del círculo polar" de Julio Medem. Pero hay mucho más y mucho mejor: aquí se puede examinar el sumario y acceder a la lectura y/o descarga de la revista. Gratis total. No se la pierdan:
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martes, mayo 01, 2012
"El hombre de mármol" y "El hombre de hierro", de Andrzej Wajda
Cine político, cine social. Buen programa doble para un 1º de Mayo. Tres décadas de repaso de la historia de Polonia, desde los años 50 a los años 80 del siglo XX. Desde el estajanovismo, como símbolo de superación heroica, impuesto por la cultura del trabajo del omnipresente régimen soviético de Stalin, hasta los movimientos huelguistas protagonizados por el sindicato Solidaridad, liderado por Lech Walesa, y que tuvieron como principal "campo de batalla" los astilleros de Gdansk. Del cierre a la apertura: de un bigotudo a otro.
La clase obrera siempre debajo, siempre defraudada. La gran marcha de la izquierda que se dirige, ingenuidad de la esperanza, hacia el mismo sitio donde empezó. Un ciclo sin fin, una rueda exhausta, una opresión constante. Los ciudadanos aúpan al poder a unos líderes políticos que, más pronto que tarde, se vuelven contra ellos, con una frialdad y una dureza sorprendentes: la perdida de la inocencia llega sin anunciarse. Cría cuervos. ¿Qué esperabas? No existen los salvadores de la patria, sólo los vendedores de la nación. Pero la gran marcha de la izquierda no termina, a pesar de todo. Esta mañana, en la manifestación del 1º de Mayo, otra vez más, otra vez en la calle: dejarse ver, dejarse oír.
Andrzej Wajda es el cronista imprescindible, para los cinéfilos foráneos, del último siglo de la historia de Polonia. "El hombre de mármol" y "El hombre de hierro" comparten actor protagonista, Jerzy Radziwilowicz: del albañil Mateusz Birkut, héroe del pueblo, instrumento de propaganda prosoviética, a su hijo Maciej, figura clave en el sindicato huelguista. En ambas películas la imagen y el cine tendrán un carácter trascendental, un actor más en la trama: como herramienta idónea para sacar la verdad a la luz o para encubrirla en la mayor de las tinieblas. En ese sentido Wajda se afirma en su posición de cineasta comprometido, dispuesto a apoyar incondicionalmente la posición de Walesa en contra del gobierno comunista de Jaruzelski, un sistema que, ceguera histórica, estaba al borde de la extinción. A Wajda, como a Kieslowski, se les asocia al llamado Cine de la Angustia Moral, un cine existencialista y subversivo. A mí, sin embargo, me parece que Wajda tiene mucho sentido del humor, no en los hechos que cuenta, más bien en cómo lo cuenta. Será la buena cara del mal tiempo. Será.
La clase obrera siempre debajo, siempre defraudada. La gran marcha de la izquierda que se dirige, ingenuidad de la esperanza, hacia el mismo sitio donde empezó. Un ciclo sin fin, una rueda exhausta, una opresión constante. Los ciudadanos aúpan al poder a unos líderes políticos que, más pronto que tarde, se vuelven contra ellos, con una frialdad y una dureza sorprendentes: la perdida de la inocencia llega sin anunciarse. Cría cuervos. ¿Qué esperabas? No existen los salvadores de la patria, sólo los vendedores de la nación. Pero la gran marcha de la izquierda no termina, a pesar de todo. Esta mañana, en la manifestación del 1º de Mayo, otra vez más, otra vez en la calle: dejarse ver, dejarse oír.
Andrzej Wajda es el cronista imprescindible, para los cinéfilos foráneos, del último siglo de la historia de Polonia. "El hombre de mármol" y "El hombre de hierro" comparten actor protagonista, Jerzy Radziwilowicz: del albañil Mateusz Birkut, héroe del pueblo, instrumento de propaganda prosoviética, a su hijo Maciej, figura clave en el sindicato huelguista. En ambas películas la imagen y el cine tendrán un carácter trascendental, un actor más en la trama: como herramienta idónea para sacar la verdad a la luz o para encubrirla en la mayor de las tinieblas. En ese sentido Wajda se afirma en su posición de cineasta comprometido, dispuesto a apoyar incondicionalmente la posición de Walesa en contra del gobierno comunista de Jaruzelski, un sistema que, ceguera histórica, estaba al borde de la extinción. A Wajda, como a Kieslowski, se les asocia al llamado Cine de la Angustia Moral, un cine existencialista y subversivo. A mí, sin embargo, me parece que Wajda tiene mucho sentido del humor, no en los hechos que cuenta, más bien en cómo lo cuenta. Será la buena cara del mal tiempo. Será.
domingo, abril 29, 2012
"Un tipo serio", de Joel Coen y Ethan Coen
"Un tipo serio" pasó bastante desapercibida para el gran público, situada discretamente entre aquellos dos campanazos de los hermanos Coen titulados "No es país para viejos" y "Valor de ley". También pasó desapercibida para mí en su día: la vi anoche, en DVD, y confieso que quedé algo perdido, comprendiendo el porqué de lo que había leído acerca de esta película pero, a la vez, convencido de que esta cinta, esta aparente comedia sobre la existencia cotidiana de un profesor de física judío, tiene poco de cómico y nada de cotidiano.
Los problemas existenciales de cualquier habitante del mundo moderno se atropellan en la sencilla vida de Larry Gopnik (Michael Stuhlbarg) y él, afligido y derrotado, se pregunta los motivos. Acude a la religión en busca de respuestas, porque desde su nacimiento le han educado/inculcado que su dios verdadero es el único responsable de todo. Tres rabinos: uno joven, uno mayor y uno anciano: el tercero ni siquiera querrá recibirle y los otros dos le esperan en los cerros de Úbeda. La Biblia, el Antiguo Testamento, es un compendio de documentos. Unos contienen las normas legales y los usos de convivencia ('El que se acueste con la mujer de su tío paterno...', 'No comeréis camello...', 'No tomarás a una mujer juntamente con su hermana...', en fin, todo eso tan gracioso que se cuenta en el Levítico) en vigor para tribus de pastores nómadas de hace tres milenios. Otros son interpretaciones del mundo y de la naturaleza, adecuadas al nivel científico de la época, y el resto lo forman multitud de relatos de una exactitud histórica "intachable". Con probabilidad todo ello no es más que el catálogo de la tradición, un certificado de autenticidad redactado para que los exiliados hebreos de la época babilónica pudieran reclamar sus derechos al retornar a la patria perdida. Así que, teniendo en cuenta esa finalidad, más vale validarlo por completo y no andar discutiendo si esto sí, si esto no: legitimidad absoluta de la A a la Z y el que ponga en duda el contenido de este libro a la hoguera. Un libro sin porqués, un libro infalible y que, de modo insólito, ha dirigido el rumbo de la humanidad. Y lo sigue haciendo. Pero el trasfondo de "Un tipo serio" no será una simple denuncia del dogma. Larry se gana la vida llenando pizarras de ecuaciones, difundiendo el poder de la ciencia, el genio del hombre dando respuesta a todo. ¿A todo? Heisenberg con su incertidumbre y Schrödinger con su gato, añadirán el azar necesario para inducir la duda, para justificar las decisiones arbitrarias de un ser superior: el Santo Job moderno no tiene escapatoria.
Reparto de secundarios excelentes, llenos de matices, como es norma en las películas de los Coen. Para esta ocasión, caras que en su mayoría no son muy conocidas: no habrá esta vez un gran nombre en el cartel: retorno al espíritu independiente, al bajo presupuesto, a la libertad creativa (no estará desencaminado relacionar "Un tipo serio" con "Barton Fink", una de sus obras maestras: las desventuras de John Turturro cubriendo el terror a la perdida de la inspiración artística). No habrá moraleja, no se ataran los cabos y se dejará al espectador con un palmo de narices porque no puede haber final para este conflicto: esta película no terminará nunca.
Los problemas existenciales de cualquier habitante del mundo moderno se atropellan en la sencilla vida de Larry Gopnik (Michael Stuhlbarg) y él, afligido y derrotado, se pregunta los motivos. Acude a la religión en busca de respuestas, porque desde su nacimiento le han educado/inculcado que su dios verdadero es el único responsable de todo. Tres rabinos: uno joven, uno mayor y uno anciano: el tercero ni siquiera querrá recibirle y los otros dos le esperan en los cerros de Úbeda. La Biblia, el Antiguo Testamento, es un compendio de documentos. Unos contienen las normas legales y los usos de convivencia ('El que se acueste con la mujer de su tío paterno...', 'No comeréis camello...', 'No tomarás a una mujer juntamente con su hermana...', en fin, todo eso tan gracioso que se cuenta en el Levítico) en vigor para tribus de pastores nómadas de hace tres milenios. Otros son interpretaciones del mundo y de la naturaleza, adecuadas al nivel científico de la época, y el resto lo forman multitud de relatos de una exactitud histórica "intachable". Con probabilidad todo ello no es más que el catálogo de la tradición, un certificado de autenticidad redactado para que los exiliados hebreos de la época babilónica pudieran reclamar sus derechos al retornar a la patria perdida. Así que, teniendo en cuenta esa finalidad, más vale validarlo por completo y no andar discutiendo si esto sí, si esto no: legitimidad absoluta de la A a la Z y el que ponga en duda el contenido de este libro a la hoguera. Un libro sin porqués, un libro infalible y que, de modo insólito, ha dirigido el rumbo de la humanidad. Y lo sigue haciendo. Pero el trasfondo de "Un tipo serio" no será una simple denuncia del dogma. Larry se gana la vida llenando pizarras de ecuaciones, difundiendo el poder de la ciencia, el genio del hombre dando respuesta a todo. ¿A todo? Heisenberg con su incertidumbre y Schrödinger con su gato, añadirán el azar necesario para inducir la duda, para justificar las decisiones arbitrarias de un ser superior: el Santo Job moderno no tiene escapatoria.
Reparto de secundarios excelentes, llenos de matices, como es norma en las películas de los Coen. Para esta ocasión, caras que en su mayoría no son muy conocidas: no habrá esta vez un gran nombre en el cartel: retorno al espíritu independiente, al bajo presupuesto, a la libertad creativa (no estará desencaminado relacionar "Un tipo serio" con "Barton Fink", una de sus obras maestras: las desventuras de John Turturro cubriendo el terror a la perdida de la inspiración artística). No habrá moraleja, no se ataran los cabos y se dejará al espectador con un palmo de narices porque no puede haber final para este conflicto: esta película no terminará nunca.
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