sábado, marzo 29, 2008

"El orfanato", de Juan Antonio Bayona

"El orfanato" es un título que ya avanza de qué va la cosa. La palabra orfanato sabe a drama familiar, a soledad y a dolor, utilizándose ese término en desuso (ahora se utilizan otros más políticamente correctos como hogar cuna) para enfatizar ese algo arcaico y decrépito, memorias en sepia de cuidadores sádicos y de niños Oliver Twist, de miseria y de posguerra (precisamente una de las épocas favoritas de Guillermo del Toro, productor de la película, a la hora de ambientar sus películas: "El espinazo del diablo", "El laberinto del fauno") si bien no se ha hecho nada mejor, para mostrar fielmente la situación de los hospicios españoles de hace 60 años, que el cómic "Paracuellos" de Carlos Giménez recientemente reeditado: una obra maestra de la viñeta.
De un tiempo a esta parte el cine español, el de mayor recaudación y promoción y más conocido, se ha poblado de tramas que tienden hacia el genero fantástico y de terror. No sé si la tendencia se inició con el taquillazo de "Los otros" de Alejandro Amenábar o algo más atrás con cintas como "Los sin nombre" de Jaume Balagueró, o incluso con productos foráneos como "El sexto sentido" de M. Night Shyamalan, auténtico blockbuster del género. En general son producciones donde no se abusa del grito histérico, el asesino brutal o la sangre a borbotones, recursos habituales del cine de terror adolescente estadounidense, donde el paradigma de referencia sería la filmografía del director Wes Craven ("Scream", "Pesadilla en Elm Street": Freddy Krueger fue el monstruo cinematográfico más popular de los 80). El estilo de este cine fantástico español se centra más en los espíritus de los difuntos (mi fantasma favorito del cine español es el Fiz de Cotovelo interpretado por Miguel Rellán en "El bosque animado" de José Luis Cuerda. Sus charlas con el bandido Fendetestas, encarnado por Alfredo Landa, llevan el sello inconfundible del gran Rafael Azcona: otro irrepetible) y, entre estos inquietantes duendes, preferencia clara por los fantasmas de niños. Un caserón antiguo y un grupo de fantasmillas que hayan padecido muerte violenta antes de tener edad para sacarse el graduado escolar, establecen los ejes argumentales de la mayoría de los guiones. A ello añádase una mujer de alrededor de cuarenta años, delgada y rubia (Nicole Kidman, Calista Flockhart, Belen Rueda) y dispuesta a meterse en la boca del lobo y ya tenemos a la protagonista. Incluso el secuestro realizado por habitantes de la dimensión desconocida recuerda a la niña atrapada por la televisión en "Poltergeist" de Tobe Hopper. ¿Niños atrapados por la televisión? Ya están aquiiii.
Así pues, la película no aporta nada al género y da cierta pereza: temas demasiado manidos. Es, sin embargo, un producto de impecable factura. El debutante director, Juan Antonio Bayona, aprueba el examen demostrando que dirigir vídeos musicales de Camela o de OBK no supone una merma de profesionalidad, todo lo contrario, más bien afirma que cualquier ocasión es buena para aprender y que lo bien hecho bien parece: no hay trabajo pequeño y hay que estar preparado para cuando te llega la gran ocasión. Por otro lado, Belén Rueda hace un buen papel al que aporta credibilidad en su interpretación (madres trágicas que atraviesan puertas hacia lo desconocido buscando niños perdidos) y demuestra sus condiciones de excelente actriz a pesar de sus escasas apariciones en la pantalla grande. Será que el bar de "Los Serrano" hace buena caja todas las noches y, ya se sabe, la hostelería es muy jodida y no conoce domingos ni días de fiesta.

miércoles, marzo 26, 2008

"Al otro lado", de Fatih Akin

Generosidad sin límites: el jubilado Ali hace una oferta ineludible a la puta Yeter y Lotte acoge en su casa a la desconocida Ayten. Yeter y Ayten, madre e hija separadas porque todo emigrante deja su tierra natal en busca del paraíso guardando la esperanza del reencuentro, si no el viaje sería imposible ante el temor del olvido permanente. Naufragios en las playas del sueño europeo: ataúdes en tránsito remiten a los muertos en tierra ajena, ya sean víctimas de la violencia de género (la terrible bofetada que pone en marcha una espléndida película) en los suburbios obreros de Bremen o de los juegos salvajes de los niños de la calle de Estambul: los huérfanos kurdos sueñan acostados sobre bolsas impregnadas de pegamento.
El director pone en escena a estos personajes que se buscan y no se encuentran, solitarios, desarraigados, desilusionados. Un padre, un hijo. dos madres, cada una con una hija. Seis transeúntes a la deriva entre Alemania y Turquía, con el trasfondo de la hipocresía europea y la ausencia de libertades al otro lado del Bósforo.
Una historia magnífica y una hermosa película.

sábado, marzo 15, 2008

"No es país para viejos", de Ethan Coen y Joel Coen

Bardem, en la película, tiene cara de ajedrecista ruso de los de la época de la guerra fría. Será por el peinado Karpov (enlazo una genialidad: Anatoli Karpov parodiado en "La hora chanante"). O por la frialdad intelectual de sus actos homicidas: las víctimas son meras piezas de un juego en el que siempre gana él. El desprecio absoluto por la vida de sus semejantes se refleja en que una de sus armas favoritas sea una pistola de aire comprimido de las que se usan para sacrificar al ganado: precisa, silenciosa y exenta de cualquier romanticismo. Y ahorra balas: el ser humano, mediocre y molesto, no vale el precio de un proyectil del calibre 9 mm, si se puede evitar el gasto. El psicópata total, un Anibal Lecter con las medidas de un armario ropero (Javier Bardem fue tercera línea de la selección española juvenil de rugby: músculo no le falta pero la capacidad camaleónica de afrontar cualquier papel al que se enfrente por diverso que éste sea, tampoco). La cucaracha que sobrevivirá al holocausto nuclear.
Lo que no entiendo es por qué le han dado el Oscar al mejor actor secundario cuando él es el protagonista indiscutible de la cinta. El cine de los Coen siempre se ha caracterizado por una construcción minuciosa en los detalles y unos personajes llenos de matices, de los que permiten el lucimiento del actor. El mayor ejemplo de ello sería "Fargo", en la que hasta el menor de los papeles interpretados resulta interesante y atractivo (el asesino interpretado por Peter Stormare en "Fargo" siempre me ha recordado a un antiguo jefe: sí, ya sé que es una comparación muy cabrona). Y otros grandes ejemplos de su filmografía como "Muerte entre las flores", "Arizona Baby" o "El gran Lebowski", una comedia realmente magistral.
Así que sin el personaje de Anton Chigurh y la caza del hombre que éste lleva a cabo, la película se queda en una reflexión, lastrada por la pesadez de algunos monólogos que suenan a sermón cuaresmal, acerca del paso del tiempo y la vejez que no comprende los tiempos libertinos y salvajes que le ha tocado vivir. Cualquier tiempo pasado, etc, etc. Sin embargo, esta es la paradoja irresoluble de la sociedad estadounidense: un pueblo que conquistó su territorio bañándolo en sangre y que, herencia maldita, no ha sabido deshacerse de esa carga de violencia que le persigue década a década. No en vano la película comienza con un venado en el punto de mira del rifle, como en "El cazador" de Michael Cimino. Pero De Niro, al final, harto de sangre, no aprieta el gatillo.

sábado, marzo 08, 2008

"Corrupción en Miami", de Michael Mann

Una serie con estilo propio: marcó la moda del verano de 1984, cuando se estrenó en TVE. Americanas arremangadas, camisetas y pantalón de pinzas. Mocasines y gafas de sol de montura negra de plástico. Colonia Vorago y el famoso Ferrari Testarossa. Vivir en un barco compartido con un cocodrilo llamado Elvis. Y sobre todo la infinita tristeza del teniente Castillo interpretado por Edward James Olmos, tristeza que luego heredaría David Caruso en el personaje de Horatio de "CSI Las Vegas". ¿Eres más de Horatio o de Grissom?: pregunta de test para perfiles psicológicos de futuros inspectores de policía. El sol de Miami contrasta con la amargura de sus ángeles guardianes.
Michael Mann creó esta serie de culto y de repente la figura del policía adquirió un glamour inusitado. Estética de videoclip y de modernidad, tan alejada del aspecto que, aquel mismo año, tenían los maderos que aparcaban sus lecheras en las calles aledañas a aquellas por las que discurrían las manifestaciones en contra de la Lode. Maravall, el conejo de la Lode y el cojo manteca. Ya no recuerdo por qué protestábamos pero seguro que había un buen motivo: en materia de educación siempre lo hay.
Así pues, el director resucita su idea 20 años después y le sale una buena película. Su primer acierto es que el homenaje se deja en el título y en el nombre de los personajes, pasando la acción a tiempos contemporáneos y enterrando los ochenta en rincones sensatos. Jamie Foxx se pone en la piel de Ricardo Tubbs con el mismo nivel de frialdad profesional que desplegaba Philip Michael Thomas, y Colin Farrell es un Sonny Crockett más sucio y apasionado que el repeinado Don Johnson (el aspecto del personaje de Farrell me ha hecho pensar en Rodney Falk, el excombatiente del Vietnam que aparece en la novela "La velocidad de la luz" de Javier Cercas).
Siendo una película policíaca o de acción bastante entretenida, sin duda su mayor interés reside en el tratamiento de la imagen que realiza el director. Michael Mann ha firmado tres películas bastante parecidas en su puesta en escena y en su tratamiento de las personalidades íntimas de criminales y agentes de la ley. La primera de ellas, "Heat", es una obra maestra: virtuosismo de las escenas de acción y tensión dramática en cada plano. Sin más (y sin menos). Con "Collateral" fue pionero en realizar una película de gran presupuesto en alta definición, tecnología que ha seguido empleando en "Corrupción en Miami". De este modo ha conseguido que en películas en las que predominan las escenas nocturnas (sobre todo en "Collateral", donde la trama trascurre en una sola noche) los cielos nocturnos se llenen de colorido y las luces de la ciudad sirvan de potente telón de fondo para la acción, dotando a la imagen de una impresionante belleza plástica y de una atmósfera onírica en condiciones extremas de luminosidad. Como leí recientemente, es el fin de la profundidad de campo y la afirmación de la realidad casi documental en el escenario, de modo que el cine explora las fronteras de sus metáforas visuales. Todo sea por la afirmación de la infinita tarea de la búsqueda de la belleza.

lunes, febrero 25, 2008

"Promesas del Este", de David Cronenberg

La disolución de la Unión Soviética y el derrumbe del comunismo como sistema que regía con puño de hierro todos los ámbitos de la vida de los habitantes del otro lado del telón de acero, desembocó en una grave crisis económica. El proceso lo cuenta muy bien Jorge Volpi en su novela "No será la tierra" (esta novela cierra una trilogía que trata algunos de los más significativos hitos históricos del siglo XX: los juicios de Nuremberg y la génesis del proyecto Manhattan en "En busca de Klingsor" y el mayo del 68 y la crisis de las ideologías en "El fin de la locura". "No será la tierra", sin embargo, no está a la gran altura de sus predecesoras). Se pretende pasar del comunismo al capitalismo, pero lo primero que falta en Rusia en aquel momento son millonarios. Pragmatismo soviético: si no tenemos los inventaremos. De este modo se inicia un proceso de liquidación de las empresas estatales a precio de saldo. Dinosaurios herrumbrosos, pero que escondían unos recursos naturales de incalculable valor, salieron a la venta para que los comprará el más arrojado. O el más avispado. La mayoría quedarán en manos de antiguos oligarcas y funcionarios conscientes de su verdadero precio. El caso de Jodorkovski y la petrolera Yukos será uno de los más conocidos: de comunista convencido a hombre más rico de Rusia y de ahí a preso en una cárcel de Siberia: la URSS hizo el tránsito a la democracia, pero no del todo (aún existen los disidentes, o sea, todo aquel que molesta a Putin, cuya antigua filiación al KGB hace que se desborden las sospechas sobre sus entrenadas aptitudes). En aquel entonces se deshizo por completo un sistema económico para crear otro que lo sucediera y así pues, a principios de los 90, mientras se abrían cientos de MacDonalds que alimentaran los sueños (vacuos) de los niños postcomunistas, se produjo una terrible hambruna que generó una legión de candidatos a criminales a sueldo y prostitutas venidas del frío. Los desheredados de la fortuna exigen su parte, sea como sea, en otro de los inseparables componentes de la economía de mercado.
Las mafias y los sistemas dictatoriales tienen mucho en común. Sistemas de fuerte jerarquía donde el líder es el dios supremo; códigos de silencio impuestos más allá de la quietud de las lápidas; enriquecimientos ilícitos dirigidos por anteponer el beneficio al escrúpulo, la ambición a la piedad. Sólo la familia, la sangre en realidad, es el resquicio donde se permite realizar demostraciones sentimentales y el fiero león implacable puede convertirse en un padre cariñoso. El padrecito, como llamaban a Stalin. Padre, padrecito, padrino: figuras paternales: Saturno devorando a sus hijos.
Supongo que la impronta de "El Padrino" de Coppola es tan poderosa y tan característica, que cualquier capo cinematográfico moderno debe someterse a la comparación con el gran Brando y la actuación de Armin Mueller-Stahl resuelve el examen con soltura (este actor hizo otro gran papel como antiguo criminal de guerra que va a juicio defendido por su propia hija en la película "La caja de música" de Costa-Gavras). Del mismo modo Vincent Cassel realiza a la perfección el papel de príncipe destronado, de heredero indigno del jefe que nunca podrá ni soñar en emular su magnifico reinado, más cerca del débil Fredo que del brutal Sonny Corleone. Y así, dentro de esta comparación entre familias criminales, queda la comparación de los infiltrados, la de Michael Corleone con Nikolai Luzhin. Porque el personaje de Al Pacino también es un infiltrado en un mundo al que no desea pertenecer, el héroe que queda atrapado en la red que más quiere evitar. Sometido a un destino impredecible, termina sentándose en el lugar más odiado: como le pasa a Viggo Mortensen en el final de "Promesas del Este".
Cronenberg se asoma de nuevo al cine negro de gansters y mafias aportando sus toques característicos (psicosangrientos), como ya hiciera en "Una historia de violencia" y, como en aquella ocasión, Viggo Mortensen está esplendido en el papel protagonista, algo que ya no es ninguna sorpresa. Perfecta mirada fría en un fibroso cuerpo tatuado que recuerda el de Max Cady. Puede que haya tenido que luchar a muerte desnudo contra dos matones chechenos en unos baños públicos, pero también puede que le baste esta noche para hacerse con la ansiada estatuilla. Nunca se sabe.
Excelente final, justo en el punto en el que debían aparecer los títulos de crédito: no había que dar más explicaciones. Sólo sembrar alguna duda.

sábado, febrero 16, 2008

Preestreno de "En el punto de mira", de Pete Travis

Esta semana el mundo del cine ha tenido un protagonismo especial en la vida local salmantina. La noche del miércoles se produjo en el Teatro Liceo de Salamanca el preestreno de la película "En el punto de mira", de Pete Travis, una superproducción hollywoodiense que se podrá ver, en todos los cines que consideren oportuno programarla, a partir del 29 de Febrero. ¿Y por qué ha tenido Salamanca el privilegio de su primera proyección? Pues porque la trama de la película gira en torno a un intento de asesinato del presidente de Estados Unidos mientras éste se encuentra de visita en la capital charra. Ni más, ni menos: una explosión enfrente del balcón del ayuntamiento pretende acabar con la vida del ínclito líder mundial. Sin embargo para realizar el rodaje los actores no han pasado por aquí si no que se preparó en Mexico una reproducción a tamaño real de la Plaza Mayor, algo que dejaría pasmado al mismísimo Churriguera (el resultado se puede apreciar en la foto que acompaña a esta entrada). 400 invitados asistieron el pasado día 13 a tan señalado acontecimiento social-cinéfilo y entre ellos estaban una pareja de buenos amigos que se han prestado a contestar las preguntas de los que no pudimos acompañarles. Con sus respuestas formaremos una entrevista virtual. Al entrevistado lo llamaremos "M", como el ignoto jefe de James Bond, y al entrevistador lo llamaremos "L", como la serie de rollo lésbico que emite Canal +. Sea de ello lo que quiera, allá va, como el caballo de copas.

L: Primera pregunta obligada: ¿qué te ha parecido la película?
M: Mi cutre-opinión de ella, es que es una americanada. No de las peores, ni mucho menos, pero una americanada como tantas. Y eso que no empezó mal, que inicialmente parecía apuntar mejores maneras. Al fin y al cabo está dirigida por un europeo, por el irlandés Pete Travis, que antes dirigió "Omagh", y esta película también va de un atentado terrorista aunque en este caso sea ficticio. Pero según avanza la película se disipan las dudas y se desarrolla como toda película de acción americana.
L: ¿Qué tal los actores?
M: A mi me parece que se dejan a la mitad de los personajes por el camino. Que los únicos que están bien llevados son los de Dennis Quaid y en todo caso Forest Whitaker.
L: Esta película tiene su importancia (y a fin de cuentas es el motivo por el que le dedicamos una atención especial) porque la acción trascurre en Salamanca, claro, algo nada corriente en una producción estadounidense (ni de cualquier otro lugar) ¿cómo queda retratada la ciudad en la película?
M: En lo que se refiere a la ambientación salmantina, si ya eran pocos los americanos que no situaban a Salamanca o a España dentro de México, ahora lo van a ser menos. Aunque la película trascurre supuestamente toda ella en Salamanca, lo único que hay de la ciudad son las tomas aéreas y la Plaza Mayor de cartón piedra que se construyó en México. Y allí es dónde está rodada toda la película, en la ciudad mexicana que sea. Y sí, seguro que los extras serán todos "charros", pero de los otros, no de los de aquí.
L: ¿Qué tal fue el acto del preestreno? ¿Visteis a los actores protagonistas?
M: Hay que tener en cuenta que aquello era una "premier" mundial con toda la parafernalia al efecto: alfombra roja, "foto-call", invitados famosetes, etc. Allí vimos a Matthew Fox, Forest Whitaker y Eduardo Noriega ("papelazo" que tiene en la película) y al director Pete Travis (típico irlandés al que no puedes imaginar de otra manera que no sea con una jarra de cerveza en la mano). Repartieron en la calle "spanish kisses", fotos y autógrafos a diestro y siniestro, y nos soltaron dos palabras a los que acudíamos al estreno. Como aderezo llevaron a una cuadrilla de famocutres de "OT" y pelandruscas por el estilo que deben llevar como ganado de evento en evento (por la noche tenían fiesta exclusiva para ellos y para los "peperos" con barra libre en "Morgana"). De lo que yo iba a ver, que es si aparecía Pilar Rubio para retransmitir el evento para el "Sé lo que hicisteis", nada de nada.
L: Es que aquella noche Pilar Rubio estaba en la entrega de los "TP". Y Trinidad Jiménez en "El hormiguero" intentando hacerse la graciosilla. (Un recuerdo para todos los que el 13 de Febrero nos quedamos en casa viendo la televisión).
M: Ya lo he visto esta tarde, que les han dado un par de "TP" a los del "Se lo que hicisteis". ¡A quién se le ocurre hacerlo el mismo día! Para una oportunidad que tenía de ver a Pilar Rubio, o en su defecto, a la no menos interesante suplente Berta Collado. También entiendo así que los "famosetes" que vinieron fueran tan cutres. Habrá que esperar al próximo estreno mundial. (N. del L.: Nos estamos alejando del tema)
L: Sólo por ver a Forest Whitaker en vivo merecería la pena asistir al evento ¿no?
M: Pues sí, realmente lo más interesante fue ver a Forest Whitaker, que además de ser el único que tiene un Oscar, se ve que es una persona a la que merece la pena conocer. Que se ve que es un tío sencillo y con los pies en el suelo, que no se deja llevar por la vorágine de la fama. (Que, por cierto, yo creo que no habría sido tan difícil encontrarle un actor de doblaje con una voz más acorde a su personalidad). Matthew Fox y Eduardo Noriega, que van de guapos por la vida, pues están más al rollo mediático. Y eso que se les ve que son un poco nuevos en esto (Matthew está en el salto de la pantalla pequeña a la grande, y Noriega en el salto de Madrid a Hollywood). Denis Quaid (que es el protagonista de la película) no venía.
L: El Teatro Liceo antes de la reforma del 2002 se dedicaba principalmente a proyectar películas, como cualquier otro cine de la ciudad. ¿Qué tal se veía la película ahora que ya no está habilitado como cine si no que se dedica sobre todo a la representación teatral? (vamos, que como te toque gallinero vas jodido).
M: En cuanto a visibilidad, no teníamos problema porque estábamos en la platea. Pero más allá de privilegiados como nosotros, aquello era una mierda para poder ver bien la película, como te puedes imaginar. O tienes una columna delante, o te estorba la barandilla o la balconada de encima. Además los privilegiados teníamos regalitos en nuestras butacas (flores, perfumes, chocolatinas...) pero en los gallineros no había para todos y sólo había en algunos asientos. Ahí se nos acabaron los privilegios, porque para la fiesta VIP de "Morgana" (o "Klimt Galery") ya estábamos excluidos. Así que no nos tocó ni canapés para cenar, ni barra libre de copas, ni bailoteos con pelandruscas y pelandruscos. Toda una suerte por otra parte. En la fiesta VIP tampoco estaban ni Whitaker ni Fox, que piraron para Madrid, aparte de que ya estuvieron conociendo Salamanca la noche antes sin previo aviso. Sólo se quedó Noriega, y durante un rato. Así que nada nos perdimos.
L: Una noche de glamour que pasará a la historia local ¿no?
M: No comparto la opinión que he leído en la prensa de que han venido los americanos como en "Bienvenido Mr. Marshal" porque me parece que se han volcado en la ciudad y con la gente. Para saludar desde el coche (más bien desde el microbús) e ir de divos ya estaban los patéticos famocutres nacionales.
L: ¿Crees que el público salió satisfecho de la película?
M: He leído hoy que en Salamanca la película se estrenará un día antes que en el resto de España. A ver qué le parece a la gente. En la premier del Liceo hubo discrepancia respecto a los aplausos. Yo he de reconocer que fui de los que no aplaudí más que los aplausos de cortesía. Pero cerca teníamos a unos amiguetes del Noriega que aplaudían como si le tuvieran que dar un Oscar. Los técnicos municipales del evento nos han prometido que la próxima vez procurarán traer cine de autor para los exquisitos como nosotros. Tampoco la película trata de ocho historias, como cuenta la prensa, sino de ocho puntos de vista del mismo acontecimiento. Un recurso que ya debió utilizar Pete Travis en "Omagh".

domingo, febrero 10, 2008

"4 meses, 3 semanas, 2 días", de Cristian Mungiu

Rumanía, 1987. Poco sabemos de aquel lugar y aquella época. En 1989 vimos como al dictador Nicolae Ceausescu y señora les tomaban la tensión arterial antes de que tuvieran el honor de protagonizar la más conocida snuff movie de la caída del telón de acero: Rumanía irrumpe en los telediarios y es noticia de portada por la ejecución del segundo vampiro más conocido del país. Hasta entonces y de entonces, poco más. El director Cristian Mungiu se ha propuesto realizar un retrato de aquella época, una serie llamada Relatos de la edad de oro de la que "4 meses, 3 semanas, 2 días" sería la primera parte. Si las demás entregas tienen el nivel de ésta, marcarán un hito cinematográfico.
El intento de contar con fidelidad, de ser un espectador ecuánime, le dan a la cinta un carácter casi documental. La cámara toma distancia y nunca está a menos de 2 metros de los actores; se fija un plano y se mira porque para captar la intensidad dramática de una escena no hace falta pegarse a la cara del actor (la película da sensación de antigua porque el cine actual tiende a abusar del primer plano y a tener al cámara moviéndose constantemente entre los actores: puede ser un recurso pero nunca un abuso) y al observador no hay que atosigarle con explicaciones: el cineasta sutil tiene que hacer que nos preguntemos qué es lo que pasa en la habitación de al lado.
Vi la película sin saber nada de su argumento. Cuando un blog, un periódico o una revista trataba del tema, pasaba página. Ya lo leeré después. Así, el placer de ver esta película ha sido muchísimo mayor y, en consecuencia, no me apetece contar nada de la trama. Sólo recomendarla con vehemencia y esperar, pacientemente, la siguiente sorpresa.

sábado, febrero 09, 2008

"Más dura será la caída", de Mark Robson

Condena sin paliativos del mundo del boxeo. Tanto es así, que la película finalizaba con una invocación directa al congreso de los Estados Unidos para que decretara la prohibición de ese deporte. De ese espectáculo, en realidad. Porque la película está realizada en una época en que los boxeadores eran idolatrados por las masas y cualquier figura que destacara se convertía en una mina de oro, en un gancho ineludible para el público. En esta vida a la gente le gusta lo que otros quieren que le guste, dice el promotor interpretado por Rod Steiger: la película tiene 50 años: estaba todo inventado y el único objetivo ha sido siempre vender más. Toro Moreno, the Wild Man of the Andes, es un gigantón argentino con aspecto de campeón de los pesos pesados. Un gañán sobrado de fachada y falto de cimientos: un tanque de cartón piedra. Lo encumbras amañando todos los combates y cuando llega el gran día apuestas en su contra. Negocio seguro. Humphrey Bogart se mete en la piel (por última vez; será su última película y aquella estética mítica de gabardinas grises y sombreros Borsalino, donde la ausencia de color era una virtud, pasará a la historia prematuramente) de un cronista deportivo en paro que recibe el encargo de vender al escarbador Toro como si fuera el heredero de Jack Dempsey. Never bet on the white guy. Muerte en el ring para boxeadores blancos esculpidos en granito. Sus narices aplastadas besarán la lona sin tiempo para terminar la cuenta del arbitro y sus albornoces de seda colgarán para siempre abandonados en pasillos de penumbra. Eso o convertirse en un viejo sparring sonado. O que Bogart ponga las cosas en su sitio.
Fuera de combate.

domingo, febrero 03, 2008

"REC", de Jaume Balagueró y Paco Plaza

Mi corazón late más deprisa que como lo hacía hace un rato: para qué negarlo. Pero sin duda es una reacción comprensible ante tanto grito histérico (si Manuela Velasco no se lleva el Goya a la mejor actriz revelación, debería llevarse, al menos, el Premio Honorífico de la Asociación de Foniatría) y al mareo inducido por el desordenado movimiento de la cámara, síntoma que ya sentí cuando vi hace años "El proyecto de la Bruja de Blair", película esta a la que "REC" le debe muchas odiosas comparaciones. Lo mejor de "REC": que es tan corta como su título y no me he aburrido viéndola. No se puede pedir más.

sábado, febrero 02, 2008

"El silencio antes de Bach", de Pere Portabella

Una cámara: el espectador. Un plano secuencia atraviesa una estancia pulcra, amplia, silenciosa. Busca al compositor y lo encuentra: una pianola ambulante: música enlatada: en playBach.
Una cámara: un perro. A dos palmos del suelo guía al ciego afinador de pianos (como Morgan Freeman en "Danny the Dog": el músico ciego como una consecuencia natural de la imposibilidad). El instrumento desafinado, inservible, emite un morse que el oído sabio transforma en la clave de la melodía.
Una cámara: la rueda. El camionero melómano (¿por qué no?: no existe un camión que tenga su cabina afónica) huye del ruido cotidiano. Música salvífica: Redemption song, cantaba Bob Marley: quien canta reza dos veces, se muestra en la película.
Bach en la armónica del vagabundo y en el órgano, bosque de tallos de notas, de la catedral de Leipzig, Pére-Lachaise del mito alemán. El maestro delinea un pentagrama con un tenedor y explica la técnica napolitana antes de interpretar las variaciones trivializando la pócima mágica de la genialidad: Goldberg pagará en oro ese algoritmo que lo sacará de la condición de anónimo clavicembalista y disparará su nombre hacia la inmortalidad. La perfección musical a través de un orden fuerte y preciso, un consejo que se puede considerar muy alemán.
Cámara espejo, cámara turista. Pocas veces he visto emplear la cámara de manera tan clara y serena, diáfana, en un fantástico ejemplo de expresividad cinematográfica, hasta convertirla en un actor más del reparto, digna de figurar en los títulos de crédito junto a los actores protagonistas. Busco entre las nominaciones a los premios Goya que se van a repartir este domingo, y no encuentro esta película en ninguna categoría. El 2007 debe haber sido excepcional para el cine español si esta gran obra que acabo de ver (y oír) no alcanza el nivel de las que sí figuran en esa lista (he leído buenísimas críticas de otra que tampoco está en esa lista y que tengo ganas de ver: "En la ciudad de Sylvia" de José Luis Guerín). Pues nada, como no he visto ninguna de las que sí están nominadas, el domingo paso de la gala y me pondré a ver el fútbol y ¡que viva el cine español! Y el Real Madrid, también.

sábado, enero 26, 2008

"Plan oculto", de Spike Lee

Película de atraco con rehenes. De este género hay otra moderna llamada "Negociador", de F. Gary Gray, protagonizada por Samuel L. Jackson y Kevin Spacey. Sin embargo las que más me han gustado de este tipo son dos bastante más antiguas. La primera es "Tarde de perros" de Sydney Lumet, en la que dos atracadores inexpertos, Al Pacino y John Cazale, intentan robar una pequeña sucursal bancaria neoyorquina y la segunda, localizada a miles de kilómetros de distancia y sin embargo similar en su planteamiento, es "La estanquera de Vallecas", de Eloy de la Iglesia, con José Luis Gómez y José Luis Manzano interpretando a los inolvidables Leandro y Tocho: el currante en paro de vuelta todo y el típico chaval de barrio educado en los billares que juguetea con la droga (y con Maribel Verdú). José Luis Manzano era habitual protagonista de las películas de Eloy de la Iglesia de los años ochenta, películas donde la delincuencia juvenil y las drogas eran los temas principales (títulos señeros como "Navajeros", "Colegas", "El Pico", para un cine desbocado). Eloy de la Iglesia sobrevivió a sus paseos por el lado salvaje y murió hace poco, ya cumplidos los sesenta, no así José Luis Manzano ni tampoco Antonio Flores ni "El Pirri", otros de sus actores fetiche, los tres muertos por sobredosis de heroína. En "Tarde de perros" y "La estanquera de Vallecas" hay un profundo olor a la vida de la calle, a lumpen obrero que se mete a robar porque no le queda otra salida. Quizá eso es lo que yo esperaba ver en una película de Spike Lee, ese olor a barrio.
El director experimenta con el género realizando una sofisticada obra acerca de ladrones de inteligencia superlativa, millonarios de pasado inconfesable y policías corruptos.
Denzel Washington es en este caso el negociador, un inspector de policía con ganas de ascender por la vía rápida y dispuesto a pasar por alto alguna norma del manual para lograr sus objetivos. Brilla más en otras películas. Me quedo con los interrogatorios que les hace a los rehenes para descubrir si son de los buenos o de los malos. Clive Owen es el atracador pero como se pasa enmascarado la mayor parte de la película, poco se puede decir de sus dotes actorales en esta ocasión. Jodie Foster hace un papel parecido al del Señor Lobo en "Pulp Fiction"('Hola, soy el Señor Lobo. Soluciono problemas') pero ni de lejos alcanza el nivel de seguridad que desprendía el personaje de Harvey Keitel. Se limita a darle un aire de suficiencia, sabiendo de sobra que no le va.
Al final a la trama se le pierde un poco el hilo. O era yo, que se me cerraban los ojos y casi no me enteré de como terminó la cosa. Habrá que volver a verla, aunque sólo sea el último cuarto de hora.

domingo, enero 20, 2008

"La Jungla 4.0", de Len Wiseman

Hace 20 años, en "La Jungla de Cristal" de John McTiernan, Bruce Willis encarnó por primera vez el personaje de John McClane, un policía cínico y vacilón que revolucionó un género saturado en los años ochenta por la presencia de superhombres con mucho músculo y poco cerebro (Arnold Schwarzenegger, Silvester Stallone, Chuck Norris: los más grandes entre los grandes: los chicos que la América de Ronald Reagan colaba en las pantallas de todo el mundo para demostrar quiénes eran los buenos). En aquella película John McClane se ve inmerso de improviso en un robo con rehenes a gran escala, el solo contra un ejercito de ladrones bien armados, y a pesar de quedarse descalzo y semidesnudo (su uniforme de guerra era un pantalón de pinzas y una camiseta imperio) consigue liberar el edificio Nakatone: a tiro limpio, eso sí. La gran virtud de la película era la de presentar al personaje como a uno que pasaba por allí, uno que estaba en el lugar inadecuado y en el peor momento, y que tiene que echarle valor para arreglar la situación porque nadie más lo va hacer: el héroe por accidente: un cualquiera de carne y hueso que termina sucio y herido (un médico estudió la escenas de acción de la película e hizo un parte de lesiones: en la vida real McClane sería un fiambre a la mitad de la película). La película tuvo dos secuelas muy parecidas a la original. En la tercera se da un giro al estilo (¿pasó de moda el héroe solitario?) y le buscan un compañero de fatigas, encarnado por Samuel L. Jackson ("La Jungla" inicia un subgénero cinematográfico denominado Die Hard Scenario con ejemplos como "Speed" o "Air Force One": uno contra todos en una localización bien delimitada como un edificio, un autobús, un avión; en la tercera y cuarta parte de "La Jungla" el genero se pasa a los buddy films: para la tercera McClane hace pareja con un electricista contestatario y en la cuarta con un hacker adolescente, pero el concepto original pierde fuerza). Eso fue en 1995 y la tecnología digital aún no había invadido el cine. Y allí debería haber acabado todo, con Jeremy Irons derrotado pero matando a Bruce Willis a traición al final de "La Jungla 3". Una muerte digna y una medalla póstuma. La areté del soldado en la Grecia clásica.
El título "La jungla 4.0", como si fuera la última versión de un juego de ordenador, avanza al espectador que de lo qué se trata en esta ocasión es de construir un más difícil todavía en la informática aplicada al cine. Un camión trepando puentes, un caza destruyendo una autopista. No es la primera película que lo intenta ni será la última, pero las secuencias de acción generadas por ordenador ya no llaman tanto la atención como cuando se vio por primera vez "Terminator 2" o "Matrix": es una carrera absurda. En la película unos terroristas utilizan Internet para manipular la Bolsa, los sistemas de distribución de electricidad, los de control aéreo. La informática como peligrosa herramienta en manos de criminales o terroristas, sirve de metáfora paradójica si se aplica a la técnica cinematográfica. En la reciente "Death Proof", Quentin Tarantino revindica la figura del especialista que realiza las escenas de acción sin añadidos innecesarios en el proceso de post-producción y que igualmente consiguen llevar emoción y riesgo a la pantalla: Harold Lloyd colgado del reloj. La tecnología debe ser el medio, no el fin.
John McClane más brutal y menos cachondo, más matón de discoteca y menos pesadilla de criminales, más pelado y menos pelón, provoca que Bruce Willis realice un papel que se parece a su personaje de "Doce monos" de Terry Gilliam: un viajero en el tiempo, triste y desquiciado. Un héroe de otra época.

domingo, enero 13, 2008

"This is England", de Shane Meadows

La palabra inglesa skinhead es sinónimo moderno de personaje violento y agresivo, de joven brutal incapacitado para el diálogo. Acémila cerril que ejerce su odio infinito, gratuito y despiadado, contra la víctima inocente que su mente desquiciada ha señalado como culpable de su desgracia. Contra el otro, el diferente. El extranjero, el homosexual, el judío, el comunista o el hincha del equipo contrario: la lista de sus posibles enemigos es tan larga como cortas son sus entendederas. Y quizá eso es lo que da más miedo: percibir al skin como a un asesino en potencia con el que es imposible razonar y al que la más leve excusa le sirve para intentar romper sus botas golpeando tus huesos. Ya no se ven tantos por la calle como antes. Será que, superada la inocencia de la exhibición pública de símbolos llamativos, ahora se dejan el pelo largo para despistar a sus presas.
Recuerdo cuando se produjo la Guerra de las Malvinas, la primera guerra a la que mi memoria le prestó atención, y recuerdo conversaciones preocupadas temiendo que cualquier chispa diera lugar a una Tercera Guerra Mundial (muchos años después se supo que Inglaterra no dudó en cargar sus barcos con armamento nuclear: mejor no pensarlo) si bien en este caso, caso raro, eran dos gobiernos de derecha - una democracia y una dictadura - las que se enfrentaban. La superpotencia militar británica no se podía comparar con el ejercito argentino, pero estos últimos resultaron ser un hueso duro de roer. La guerra duró un par de meses y la ganó el más fuerte. El desenlace ayudó a la vencedora Margaret Thatcher a ser reelegida primera ministra y precipitó el fin de la dictadura argentina.
La película cuenta como Shaun, un niño que ha perdido a su padre, soldado muerto en las Malvinas, entra a formar parte de un grupo skinhead. Lo que al principio es un grupo de jóvenes que comparten estética (pelo rapado y botas Doc Martens), gustos musicales (reggae jamaicano y ska ya que la estética skin no está asociada por naturaleza a ideologías de extrema derecha si no que surge con los rudeboys caribeños que emigran a Inglaterra; más tarde los neonazis buscarán una música más acorde con su siniestra forma de pensar e incluso serán habituales de los conciertos de "Joy Division") e inconformismo social (rude boy attitude) termina dividiéndose en dos facciones cuando entra en escena un perturbado expresidiario racista, fanático del ideario de ultraderecha del partido político National Front, que culpa a los extranjeros de todos sus males y ansía formar un grupo de matones que limpien las calles. Pero esta parte, la que hace hincapié en la lacra social que suponen los movimientos de neonazis, me ha gustado menos que la que muestra los problemas de un muchacho adolescente para encontrar su lugar, para entrar en un grupo de amigos en los que pueda encontrarse seguro y confiado y que le ayuden a defenderse de las vejaciones cotidianas y de los problemas familiares. Esta parte esta muy bien resuelta y perfectamente ambientada (doy fe de ello: yo estaba allí en aquellos años aunque a muchos kilómetros de distancia) y confirman esta película como otra más de las grandes películas del cine realista británico.

sábado, enero 05, 2008

"El código Da Vinci", de Ron Howard

De una novela del montón sale una película del ídem. Sí, yo también la he leído: todos tenemos derecho a cometer errores. Siempre he sentido interés por temas de sociedades secretas, conspiraciones vaticanas, enigmas históricos (desde un punto de vista bastante escéptico, sinceramente) y las revelaciones que Dan Brown aporta al neófito en su best seller ya las conocía con anterioridad. La orden del Temple y su violento final; los secretos del abate Sauniere en su parroquia de Rennes-le-Chateau; las intrigas de la secta ultraconservadora del Opus Dei (de estos sabía que el único dios al que adoran es a Don Dinero, no conocía su inclinación a la mortificación de la carne pecadora: me cuesta imaginarme a Federico Trillo o a Isabel Tocino apretándose un cilicio o golpeándose la espalda con un látigo) descritas en escenas que seguro que no le han hecho ninguna gracia a los seguidores de San Escrivá. Y también había leído que Jesucristo conocía bíblicamente a María Magdalena: me lo había contado José Saramago en "El Evangelio según Jesucristo".
El increíble éxito del libro de Dan Brown, más allá de polémicas religiosas, puede deberse sin más a que todo se basa en el análisis, con mucha imaginación, del cuadro de "La última cena" de Leonardo Da Vinci. Se pone un muerto en las primeras páginas, se plantean un par de acertijos que hagan pensar al lector, se buscan tres pies al gato del cuadro y a correr. El cuadro, a humilde e ignorante primera vista, es una pintura de un grupo de personas sentadas a una mesa compartiendo una cena, o más bien parece que ya han terminado de cenar y están discutiendo quién es el que paga la cuenta, porque se les ve un tanto alborotados. Quizá si contamos los dedos de los pies que aparecen en el cuadro y lo multiplicamos por el número de platos vacíos nos resulta el número de la bestia o la edad de Elizabeth Taylor. Como el genial pintor falleció hace tiempo y no sintió la necesidad de dejar por escrito que la cena que pintó tiene más claves secretas que la banca de Suiza, interprete usted lo que quiera, póngalo por escrito y si suena la flauta igual se forra.
Recomiendo, si no se ha leído el libro, que se vea la película: se perderá menos tiempo y, por una vez y dentro de lo malo, es mejor la segunda que el primero. Reparto de postín, director de renombre, preciosas localizaciones: mucha pasta en cada plano. A pesar de ello a Tom Hanks se le ve un poco pasota y la endeble intriga pergeñada por Dan Brown en su pastiche (todo lo que saca en su libro lo ha sacado de otros autores e incluso ha tenido juicios por presunto plagio; los acertijos que se inventa son bastante ridículos; se ha documentado poco y mal: decir que Silas se fuga del penal de Andorra y que coge un tren a Santander es como decir que se va a esquiar a los Monegros y desde allí coge el barco hasta el puerto de Teruel) no se arregla por mucho que se le pase el pastel a Akiva Goldsman, el oscarizado guionista de "Una mente maravillosa" dirigida también por Ron Howard.
Para disfrutar de verdad de la leyenda del Santo Grial nada como ver "Excalibur" de John Boorman (disfrutando también de su banda sonora) o leer "Perceval" de Chrétien de Troyes. O las dos cosas.

miércoles, enero 02, 2008

"Tristam Shandy", de Michael Winterbottom

Decir que la historia habla de vergas y toros equivale a anular su transcendencia trivializándola, afirmando al imponer esta postura de modestia, que no existe manera de confinar una vida, cualquier vida, en un montón de páginas, por simple que nos parezca esa existencia. Novelar es inventar imponiendo el punto de vista del autor, subjetividad máxima: la mano maestra que pergeñará un melodrama o una comedia basándose en pequeñas sutilezas, en leves matices: Walter Shandy toma en brazos, embelesado, a su hijo recién nacido o se desmaya ante la sangrienta visión del parto. Tenues líneas separan abismalmente emociones antagónicas: pain is so close to pleasure, cantaba Freddie Mercury.
Michael Winterbottom esquiva la imposibilidad de llevar al cine la novela de Laurence Sterne construyendo un ejercicio de metacine. En la obra de teatro "Proceso, anatematización y quema de una bruja en un ensayo general" de Ramiro Pinilla, al rato de empezar la representación la voz de una actor decía 'Se ha equivocado' y se encendían repentinamente las luces del escenario, rompiéndose la comunicación establecida con los espectadores, saltando a otra trama inesperada, pero paralela, que arrojaba más allá del telón a los personajes de un juicio de la Inquisición del siglo XVI y los convertía en actores de sus propias vidas que, atrapados en sus pasiones, terminaban quemando realmente a la actriz protagonista en el cadalso reservado a la bruja de la función. El director inglés realiza el mismo juego con el espectador (en este caso el final será feliz: es una comedia) logrando otra buena película en su excelente filmografía, a colocar al lado de "Wonderland" o "24 hour party people".
No he leído "Tristam Shandy", aunque tomé buena nota de la recomendación que se hacía en el blog de "El Tiempo Ganado". La primera referencia que tuve de esa novela la encontré en "Historia abreviada de la literatura portátil" de Enrique Vila-Matas, donde se habla de la conspiración shandy, sociedad secreta formada por artistas bohemios de principios del siglo XX (dice Vila-Matas que shandy significa indistintamente alegre, voluble y chiflado en algunas zonas del condado de Yorkshire donde Laurence Sterne vivió gran parte de su vida). La condición, inspirada en la caja-maleta de Marcel Duchamp, imprescindible para pertenecer a dicha sociedad es que la obra artística de uno fuera poco pesada, transportable en un maletín: bueno, un blog cabe perfectamente en un bolsillo del pantalón, vía pen drive. Se exigía, además, que el autor fuera soltero o, al menos, que se comportara como tal: nómada infatigable ligero de equipaje: ni mujer, ni casa, ni coche, ni hijos. Esta condición, me temo, va a ser más difícil de cumplir.

* En la imagen Boîte-en-valise de Marcel Duchamp

miércoles, diciembre 26, 2007

"Zulú", de Cy Endfield, y "Amanecer zulú", de Douglas Hickox

En 1879 se produce la llamada Guerra Anglo-Zulú, que enfrentó en tierras sudafricanas a los nativos zulúes con los soldados invasores del ejercito británico. El Imperio Zulú contra el Imperio Británico. El primero tenía aproximadamente la extensión de Portugal: el segundo era bastante más grande. El 22 de enero de aquel año, en la batalla de Isandlwana, el ejercito zulú arrolla a los ingleses. Y aunque la cifra de muertos no llegará al millar, será la gran derrota de su etapa colonial, la más inesperada, la que quedará anclada en la memoria. La mayor potencia bélica de su tiempo, superada por un ejercito armado con escudos de piel de vaca y lanzas de hierro: tecnología del neolítico contra armas automáticas. Subestimar al enemigo es un mal camino (Annual, Pearl Harbour, Vietnam) y el zulú no era precisamente un adversario menor. Formaba una infantería temible, bien organizada (no era una marea humana que se lanzaba sin más contra el enemigo: usaban tácticas de tenaza como las que dieron la victoria al cartaginés Anibal en Cannas contra los romanos o al mariscal soviético Zhukov en Stalingrado o Berlín contra el ejercito nazi), de gran fortaleza física y dispuestos a lavar sus lanzas con las sangre del enemigo. Su fiereza en el combate y la violencia de su carga podría deberse, también, a que sólo podían casarse los guerreros que demostraran su valor en el campo de batalla: demasiada tensión añadida. 25000 zulués arrasaron a 1000 casacas rojas pero, el mismo día de la victoria de Isandlwana, otros 4000 zulués no fueron capaces de vencer a 139 soldados que defendían la misión de Rorke's Drift, demostrando que Isandlwana iba a ser una excepción y que el rifle Martini-Henry del ejercito británico, bien utilizado, podía repeler cualquier ataque (un disparo de esta arma de gran calibre podía matar a un hombre, al que iba detrás y herir al siguiente: armas de destrucción masiva en pleno siglo XIX). Esas escenas, ancladas en la memoria cinematográfica, de los soldados disparando por secciones, una disparando y la otra recargando, conteniendo la carga del enemigo. Lo veías el sábado después de comer, en la televisión, casacas grises en pantallas de blanco y negro, y luego a la calle, con la emoción aún en la retina, a jugar a eso. Juegos de guerra que no dieron para más: nunca entendí la aversión al juguete bélico. Nos pasamos la infancia con el índice estirado y gritando ¡pam, pam! y luego la mayoría evitábamos el servicio militar como si fuera la peste e intentábamos librarnos por objetores de conciencia o inútiles o excedentes de cupo o insumisos: lo que fuera con tal de no ir. ¡Mili KK!. Pasó a la historia, afortunadamente. La guerra la vencieron los ingleses y el Imperio Zulú también pasó a la historia.
En "Amanecer Zulú" se representa la batalla de Isandlwana y en "Zulú" la de Rorke's Drift, aunque esta última fue rodada quince años antes. Cy Endfield es el guionista de ambas. "Zulú" fue un gran éxito, para eso presentaba el episodio heroico, y supuso el salto a la fama de Michael Caine. Tiene el aroma de las películas de aventuras que retratan la era colonial como "Beau geste" de William Wellman o “Gunga Din” de George Stenvens, pero también de algunas clásicas del genero western, cuando la caballería acudía al rescate, como en "Fort Bravo" de John Sturges. "Amanecer Zulú", a pesar de contar con Burt Lancaster y Peter O'Toole entre sus protagonistas, no es tan buena como la anterior y fue rodada en 1979 para aprovechar la conmemoración de la batalla de Isandlwana.
Buena sesión doble de cine. Para el interesado en estos temas recomiendo el excelente libro "Zulú", de Carlos Roca. De ahí ha salido la mayoría del texto de esta entrada.

sábado, diciembre 22, 2007

Exposición. Obras de la Academia Cibeles

Artistas sin complejos. Aunque puede que todo sea fruto, precisamente, de un complejo o sentimiento interno, de una compulsión que nos empuja a superar las barreras, las limitaciones, la mediocridad cotidiana que domina nuestra existencia: engañar al destino con un pincel en la mano. Alimento para el ego. O quizá, simplemente, sólo queramos matar el rato. El resultado queda expuesto al juicio público, a la implacable crítica del pueblo soberano, si bien la mayoría de los testigos mentirán chantajeados por alguna candorosa afinidad sentimental con el autor. Las mentiras piadosas. Sean bienvenidas.
El café "El Alcaraván" representa la nostalgia de la vida universitaria. Tantas tardes de invierno pasadas apoyados en el mármol de sus mesas, junto a un piano mudo y las láminas de Escher planeando sobre nuestras cabezas. Promesas de amor eterno entre carpetas repletas de apuntes y tazas vacías que un monedero exiguo, implacable, no permitía que se volvieran a llenar: todos los sueños: los rotos y los que no. Si alguien me dijera entonces que al cabo de tantos años un cuadro mío colgaría de sus míticas paredes... Aunque sea por unos pocos días: aunque fuera por unas horas.
Gracias a Aurora que me animó, a Rubén que me llevó y a Chema que me enseñó.

domingo, diciembre 16, 2007

"La dalia negra", de Brian de Palma

El escritor James Ellroy es un representante auténtico del estilo de novela negra llamado hard boiled: el investigador tiene que patearse las calles, visitar los bajos fondos y machacar a un par de confidentes antes de resolver los casos, ya que sentarse a pensar delante de la chimenea en Baker Street sirve de poco al común de los mortales. Además, adereza sus tramas con los trapos sucios de figuras simbólicas del siglo pasado, siendo uno de los más reconocidos cronistas de la historia unrevealed norteamericana de la segunda mitad del siglo XX. En este género, mi favorito. Sin duda.
Si tuviera que quedarme con una de las novelas de James Ellroy, probablemente me quedaría con "América", retrato de la situación política y criminal (términos que pongo juntos de forma nada casual) de Estados Unidos en la época del asesinato de Kennedy. El autor describe con destreza y pasión este escenario y los personajes que lo protagonizaron: la desmitificación de mártires automáticos como Martín Luther King o John F. Kennedy por medio de la indisimulada descripción de su licenciosa vida privada; las espeluznantes personalidades de personajes repletos de poder como J. Edgar Hoover, Howard Hughes, Jimmy Hoffa: caricaturas despiadas; el movimiento anticastrista encabezado por nombres de la mafia como Sam Giancana o Jonny Rosselli, que quieren recuperar su lucrativa isla-casino-burdel del Caribe, de la que salieron por piernas en la Nochevieja de 1958. "América" tiene su continuación en "Seis de los grandes", no tan buena como la primera, y falta la publicación de una tercera que conformará su anunciada trilogía americana.
Y alrededor de estos conocidos nombres, algunos legendarios, se colocan otros personajes anónimos característicos de su obra, preferiblemente policías violentos, políticos municipales corruptos, empresarios de negocios turbios y mujeres fatales desdichadas y maltratadas hasta el hartazgo. "La dalia negra" tiene su leitmotif en el asesinato de una de estas chicas malas, arrancada del lumpen por su belleza para terminar muriendo en las cloacas de la alta sociedad. Esta basada en un caso real: en 1947 aparece en un descampado de Los Angeles el cadáver de Elisabeth Short, joven aspirante a actriz, brutalmente despedazado y con signos de haber sufrido tremendas torturas antes de morir. Ellroy construye con maestría el relato de este crimen, presentándolo como la ineludible consecuencia de los vicios enfermizos de una clase social rica y poderosa que se cree por encima de la justicia y que, encerrada en sus mansiones hollywoodienses, ha perdido el contacto con la realidad.
La película tiene, sin embargo, peor suerte que la novela. La otra adaptación cinematográfica que he visto de una novela de Ellroy es "L.A. Confidential", de Curtis Hanson, y me pareció bastante mejor que la de "La dalia negra". Puede que fuera por su magnífico reparto, que representaba fielmente los papeles de los personajes de la novela. Russell Crowe era el perfecto poli malo y Kim Basinger es la foto que sale en el diccionario junto a la definición de femme fatale (apartado rubias). Los protagonistas de "La dalia negra", Josh Hartnett y Scarlett Johansson, no alcanzan el punto cínico y frío característico de un personaje genuino de novela negra, quizá porque son demasiado jóvenes y saludables como para parecer atormentados y de vuelta de todo. Al director Brian de Palma mejor dedicarle unas líneas en otra película de mayor puntuación (un vistazo rápido a su filmografía y se me ocurren media docena, incluida alguna obra maestra como "El precio del poder"). En "La dalia negra" dejará su sello en las escenas de acción a cámara lenta pero abusando innecesariamente del recurso (aquella escalera con cochecito de niño en caída libre de "Los intocables de Eliot Ness" o la muerte de Al Pacino acribillado a balazos en "El precio del poder": la sangre se te congelaba en las venas al contemplar esas escenas). Pues eso, para hablar de Brian de Palma mejor utilizar otra película de más mérito, ya que James Ellroy ha monopolizado esta entrada. Meritoriamente.

domingo, diciembre 09, 2007

"Alemania año cero", de Roberto Rossellini

Neorrealismo alemán. Rodada en Berlín durante el verano de 1947, no se gastó en decorados. El cuerpo aún estaba caliente. Ciudad sepultada bajo escombros donde tres millones y medio de cadáveres tienen que volver a aprender a vivir. Muertos cansados, sin vida ni esperanza. No se rinden cuentas, pueblo derrotado que agacha la cabeza porque no supo vencer: la vergüenza es esa, no la derivada de los actos cometidos: el vencido siempre es el asesino, el genocida. Los soldados de la Wermacht, asfixiados de calor en Africa, congelados por el frío en Rusia, supieron cumplir su deber: fueron héroes para sus compatriotas y ahora se esconden de ellos como los topos de todas las posguerras. Discos con discursos del Führer resuenan en la Cancilleria abandonada.
La falta de trabajo, de alimentos, hace de la mezquindad entre vecinos un drama cotidiano; ruina, ruin. La esperanza llega en trenes cargados de patatas. Estraperlo, colas de racionamiento, mercado negro. Los americanos, franceses, británicos, son los reyes de la noche, de los salones de baile donde las berlinesas acuden a venderse por cuatro cigarrillos: veinte marcos al cambio.
La cámara sigue a Edmund, embrión ario abortado antes de madurar: mitad candoroso y mitad maquiavélico. Se cruzará con su inquietante maestro de dedos gelatinosos, repugnante hasta el vómito, como caperucita se encontró con el lobo: la supervivencia a toda costa hace brotar los peores instintos. Edmund lo aprenderá pronto y cometerá el más vil de los pecados, el último crimen del III Reich. El milagro alemán será sin duda la resurrección de Lázaro, aunque a Rossellini tal cosa ni se le pasó por la imaginación. Claro, por eso fue un milagro.

domingo, diciembre 02, 2007

"El mercader de Venecia", de Michael Radford

La trama de esta obra de Shakespeare es sobradamente conocida. Un usurero llamado Shylock, de religión judía, le concede un préstamo al caballero Bassanio. Este, gambitero de escasos recursos económicos y que quiere conquistar a su amada con el dinero del crédito, presenta el aval de Antonio el mercader. Los créditos con intereses estuvieron muy mal vistos durante la Edad Media, suponiendo un conflicto de índole moral y religiosa: el pecado de usura, nada menos. Esa actividad económica era en su mayor parte realizada por judíos ricos de la época que, no teniendo bastante con ser considerados los asesinos de Jesucristo, eran tratados con desprecio por su fama de avaros y codiciosos. Los poderosos, los nobles, la realeza les debían mucho dinero, malgastado en guerras y palacios, así que medidas como los edictos de expulsión promulgados por los Reyes Católicos durante el siglo XV iban un paso más allá de la defensa de la fe, convirtiéndose también en una forma eficaz de cuadrar las cuentas del estado. "The economy, stupid". Siempre lo ha sido.
Shylock no va a pedir ningún interés por el préstamo concedido. Ningún interés en ducados, claro, porque la condición que impone en el contrato es que si al cabo de tres meses no se le ha devuelto el dinero, se quedará con una libra de carne de Antonio. Cobrar en carne, muy distinto a cobrar en especie. En fin, alguno daría un brazo con tal de perder de vista la hipoteca.
"El mercader de Venecia" nunca había sido llevada al cine debido a su patente carácter antisemita. Al parecer está vez no se ha realizado una adaptación literal del texto de modo que no se dieran de arder los cines donde se estrenara la película. No he leído la obra de teatro original así que no sé que cambios se han hecho para rebajar el tono del texto: a mi entender, los judíos no quedan muy bien parados en esta película: el original debe ser tremendo.
Shakespeare está muy presente en el cine moderno, con dos tipos de adaptaciones, unas fieles al original y otras más o menos alejadas. En este segundo grupo se encuentran desde las que sólo cambian la ambientación o la época y mantienen el texto, hasta otras que simplemente representan algún pasaje o están vagamente inspiradas en alguna obra. Por ejemplo, "Ran" de Akira Kurosawa (basada en"El rey Lear"), "Mi Idaho privado" de Gus Van Sant (en "Enrique IV"), "Romeo + Juliet" de Baz Luhrmann (textos de "Romeo y Julieta" en boca de pandilleros de diseño) o "El rey León" de la factoría Disney ("Hamlet" o el cachorro llamado Simba). De las del primer grupo, de las adaptaciones fieles, me quedo con esta y con el "Hamlet" de Franco Zeffirelli (aunque el papel de Hamlet lo hiciera Mel Gibson, ya ves. Las de Kenneth Branagh, por otro lado, no me han gustado). Al Pacino en el papel de Shylock o Jeremy Irons haciendo de mercader, le dan lustre a la cinta y también están muy bien realizados el pasaje del juicio en presencia del Gran Dux de Venecia o los retratos de los típicos enredos románticos del dramaturgo inglés. Buena película.
El director Michael Radford también dirigió "El cartero y Pablo Neruda" y ahora está preparando la adaptación cinematográfica de la novela "La mula", de Juan Eslava Galán. Tengo el libro por aquí pero aún no lo he leído. A ver si lo leo antes de ver la película y, por una vez, realizo una comparación con fundamento.