domingo, julio 18, 2021
"Nomadland", de Chloé Zhao
Contemplo los campamentos que aparecen en la película, esos llanos desérticos urbanizados con furgonetas, caravanas, remolques, tiendas de campaña, viviendas ajadas pero móviles, siempre listas para la huida inesperada, donde sus habitantes lucen indumentarias improvisadas, desgastadas por el uso, se alimentan de conservas y acuden al trueque para cubrir las carencias de su utillaje, y me pregunto si no estaré viendo a los supervivientes de un apocalipsis zombi, género cinematográfico que está hasta en la sopa en los últimos años y que aparece cuando menos te lo esperas. Y es posible que no me falte razón.
Desheredados de la fortuna o, más bien, apartados del dios único de la religión "consume hasta morir". Pero la muerte no llega, morirse puede llevar años y años y hay que tirar para adelante aunque ya no se tenga edad para dormir al raso o al frío o al calor, para realizar trabajos físicos que parecían que habían quedado para estudiantes que querían ganarse unas perras durante el verano, para trasladar el cuerpo dolorido al siguiente curro de temporada que pueda mantener la falta de esperanzas: la campaña navideña de Amazon y el Pay them more! del presidente Joe Biden: tiempos modernos.
La directora Chloé Zhao y la ubicua protagonista Frances McDormand encarnando a Fern (han ganado todos los premios posibles con este filme) retratan una, a priori, dramática situación de callejones vitales sin salida, pero lo hacen de un modo tan benévolo (en ocasiones, excesivamente sentimental) que parecería que los realmente afortunados han sido los pobladores de esa tierra de nómadas. Sostenía el famoso antropólogo Marvin Harris que el estado de migración continua es el propio de la especie humana, el impulso innato inserto en nuestro material genético, y que el sedentarismo impuesto durante el neolítico, un hábito social contra natura. La belleza indiscutible de los grandes espacios abiertos norteamericanos terminan por apoderarse y empoderar definitivamente la estética del celuloide y refrendan el mensaje salvífico de la cinta: la última esperanza es el retorno a la naturaleza: Thoreau, Rousseau o San Francisco de Asís, ya lo sabían.
No sé si fue el poeta Byron el que dijo aquello de que cuanta más gente conocía, más quería a su perro. La bondad y caridad sin límite que asaltan a Fern durante su particular odisea ("Nomadland" no deja de ser una road movie, de la tercera edad, eso sí, sector en la que se topa por arriba con ejemplos mayúsculos como "Nebraska" de Alexander Payne o "Una historia verdadera" de David Lynch) resultan tan reconfortantes para el espectador, que sin duda desea lo mejor para la esforzada vagabunda, como sospechosas de verismo para cualquiera que viva en estos tiempos egoístas y codiciosos, faltos de empatía y de caridad, ausencias del ánimo y del espíritu que menoscaban las posibilidades altruistas de la condición humana y que me temo que no distinguen a ricos de pobres.
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