martes, agosto 04, 2020

"La isla de las mentiras", de Paula Cons

En muchas de las producciones actuales de cine español, resulta apabullante la enorme cantidad de organismos públicos que aparecen al comienzo del metraje (uno tras otro, breves segundos para cada membrete oficial, que a ningún espectador se le escape lo comprometidos que están con el cine nuestros políticos, ¡viva la cultura... o lo que sea!). Una retahíla interminable de siglas y composiciones heráldicas asociadas a una geografía concreta, de mayor a menor, desde la nación hasta la última pedanía implicada en el rodaje, pasando por la comunidad autónoma, la diputación provincial, la mancomunidad de municipios, el ayuntamiento local o parroquia rural que sea menester. Y uno se pone a temblar pensando en que en cada escudo que ha contribuido de alguna forma al filme (aunque sea no cobrando la ORA a los vehículos de los películeros), haya habido detrás un secretario "de algo" con ínfulas artísticas exigiendo que su pueblo aparezca chulo en los fotogramas, a ver si vienen más turistas.
Ese devaneo malintencionado ocupaba mi mente después de contemplar una producción tan errática y contradictoria como esta "La isla de las mentiras", perezosa hasta en la creación de un título que tuviera algo más de lustre. Pretendido thriller que agosta la intriga criminal al poco de comenzar la trama y que apoya el conflicto principal en la secular codicia de los despojos de un naufragio para los habitantes de costas peligrosas para la navegación: cualquier cinéfilo habrá disfrutado y descontado en mayor medida ese recurso argumental con la canónica "La posada de Jamaica" de Alfred Hitchcock. Nada nuevo en las orillas atiborradas de pecios.
En cuanto al retrato de las penurias sociales y económicas que empujaron a millones de campesinos españoles a cruzar el Atlántico a principios del siglo XX (mi abuelo entre ellos, un viaje fabuloso para ojos nacidos en la sierra de Salamanca, que embarcó en el Ferrol y alcanzó Buenos Aires para trabajar en un rancho ganadero cercano a Rosario: una aventura de ida y vuelta extraordinaria) se queda en la semblanza de diversos tópicos que la película misma no tarda en anular: tan pronto se habla del sempiterno analfabetismo de las clases bajas, como se nos presenta a las mujeres de la isla manejando la prensa con soltura; tan pronto se quiere criticar la servidumbre al villano marqués decimonónico, como se destaca que en aquel páramo estéril no les falta de nada a sus pobladores, María dixit. El simbolismo forzado de la hoz homicida, de los pies descalzos pero sólo en los encuadres cercanos a los pies del noble, de los pobres incapacitados para amar a no ser que se comporten como animales de cuadra: recursos patéticos para denuncias posmodernas.
A Galicia siempre, en cualquier momento, nowhere fast!, mar vivo, tierra adorada, a la que la idea del retorno se encuentra constantemente unida, más allá de leyendas negras y películas olvidables.

No hay comentarios:

Publicar un comentario