A un humilde pueblo de la costa danesa, en pleno siglo XIX, llega una exiliada francesa, Babette. Los habitantes del lugar forman una pequeña comunidad religiosa, una secta protestante muy puritana que lleva una existencia dura, acostumbrada al rigor del clima y a vivir apartada del menor lujo. Babette, que ha sufrido la perdida de sus familiares durante la época de la Comuna de París, se integra a la perfección en este recóndito rincón rural, conviviendo con dos solteronas que se dedican al cuidado de los ancianos y a rezar con sus vecinos, temerosos de Dios. Ella había sido un importante chef en sus años parisienses así que un día, después de haber ganado a la lotería, decide preparar un banquete lleno de delicias de la cocina francesa para obsequiar a sus amables anfitriones. Y aquí esta la clave de la película: el pecado de la gula. Los pobres invitados al festín, alimentados durante años a base de sopa de verduras, bacalao seco y pan de cerveza, consideran los manjares que les ofrece la francesa una incitación al pecado, un ejemplo de las tentaciones que les pueden conducir de cabeza a las calderas de Pedro Botero si se dejan caer en ellas.
La idea de la persona que irrumpe en una sociedad cerrada para alterar las estrictas normas de convivencia acatadas en paz durante años me ha recordado a la situación creada en "Dogville", de Lars Von Trier, donde la llegada del personaje de Grace (interpretada por Nicole Kidman: fantástica actuación, gran película) provoca que afloren los peores sentimientos de los habitantes de Dogville.
En este caso, la opípara cena va a producir el efecto contrario: los suculentos platos y los deliciosos vinos que van a pasar por el mantel, conseguirán ablandar al recio grupo de estrictos protestantes: el placer de los sentidos llevará al éxtasis del espíritu. La preparación del banquete, filmada con esmero, es un pequeño libro de cocina y algunas de las escenas, verdaderos bodegones de la pintura barroca.
La película también dedica un apartado a revisar las ocasiones perdidas, las encrucijadas que el ser humano encuentra en su vida y elegir un camino u otro siempre supone algún tipo de pérdida: queda el consuelo del valle de lágrimas y la ilusión de pasar a mejor vida: los sueños rotos.
Al final, el arte redentor en cualquiera de sus múltiples facetas, incluida la gastronomía, como una forma de eficaz de aportar felicidad y reafirmar la voluntad creadora del artista más allá de honores, reconocimientos o riquezas, por el simple placer de crear.
(Foto: profiteroles de remolacha y yogur del restaurante "El Bullí". Cortesía de El Especiero)
Despues de leer tu comentario la película me gusta más. Además Babette logra lo que Ferran Adriá intenta conseguir durante las cuatro o cinco horas que permanecen sus clientes en El Bulli: simplemente que sean felices.
ResponderEliminarVaya, otra que no he visto.
ResponderEliminarMe la apunto, porque también soy bastante aficionado a la cocina y su bonito comentario incita a dejarse llevar por la tentación.
Un saludo!
el especiero: la busqueda de la felicidad es un asunto muy presente en esta película. ¿Te hizo feliz cenar en "El Bullí"? Seguro que sí, aunque después de pagar la cuenta... algo menos
ResponderEliminardeckard: otra referencia es que fue Oscar a la mejor película extranjera del año 1987. Sí, permitirse verla se queda en un pecadillo menor
Saludos
Qué persuasivo post. Celebratorio: así que este film es un homenaje a los sentidos. ¡Quiero verlo!.
ResponderEliminarEsta me encantó, disfruté con su visión delicada y recreada... además a mí me parece que siempre es sano introducir al pecado sin alardes... jajaja.
ResponderEliminarLa de Dogville la tengo enmarcada. Casi siempre a Von Trier