Se dice que para el soldado japonés era peor el deshonor de ser hecho prisionero o de rendirse al enemigo que la propia muerte, y por tanto el suicidio era la alternativa preferida cuando no quedaba ninguna opción salvo la derrota. En la época de la Segunda Guerra Mundial la religión oficial del estado japones era el sintoísmo, con un rígido código de valores, y el centro del culto lo conformaba la figura del emperador. Se exaltaba el honor, el valor, el sacrificio personal y se despreciaba la muerte, puerta que se debía cruzar para unirse a los ancestros: más o menos como en cualquier religión. En Iwo Jima murieron casi todos los defensores japoneses, no sin antes causar un elevado número de bajas en el ejercito estadounidense. Ahí reside la justificación de lanzar las bombas atómicas sobre Hirosima y Nagasaki: el coste de someter al imperio japonés, isla a isla, pueblo a pueblo, iba a ser demasiado elevado en tiempo y vidas: mejor matar cientos de miles de golpe y que todos los muetos fueran japoneses.
La película plantea que el fanatismo suicida del ejercito nipón residía sobre todo en algunos mandos, más cercanos a valores patrióticos que el pobre panadero obligado a cargar con un fusil. También se habla del desconocimiento del otro bando, la propaganda que lleva al odio ciego: los soldados rasos, de cualquier nación, tienen más similitudes que diferencias.
El ejercicio llevado a cabo por el director de contemplar una batalla desde los dos frentes ha producido dos excelentes películas, muy distintas en su forma. Mientras que esta última se adentra más en la psicología de los personajes y el desarrollo de la batalla, la otra me pareció más fría en sus actuaciones (ya tiene su propia entrada en este blog) y se centra más en la manipulación informativa que se produce alrededor de cualquier guerra.
No creo que Eastwood triunfe esta noche (se entregan los premios Oscar) pero ni puñetera falta que le hace: película en versión original en japonés, que parece hecha en blanco y negro, o mejor solo en negro, de tan poca luz que se ha utilizado: la película que le apetece y encima le nominan. Que se lo den a Scorsese que no tiene ninguno. Pero no el de mejor película. Ese, a "Babel".
Iré a verla esta semana, espero, que las peliculas buenas vuelan del cine.
ResponderEliminarBabel tendrá que esperar, ya que después de descuartizarme el argumento esta mañana esperaré un mes o así a ver si se me olvida lo del niño y cia...
De lo del niño ni te vas a acordar. Ni tampoco que la chica japonesa al final... vale, mejor no sigo.
ResponderEliminarY llegando post-entrega de Oscars, que lo cierto, es que ni veo sino que luego me entero o a veces si veo, es como el azar interviniendo para la predisposición :)
ResponderEliminarCon tu blog, tengo una orientación:
grax.
Ah, te anoto que eso es lo mejor de ser autónomo. Eastwood hace lo que quiere hacer con factura propia, alejado de la norma de Hollywood. Eso es lo relevante.
ResponderEliminarAh, qué gozo.
Eastwood, puede que Scorsese, algo de Spielberg, son los últimos de una estirpe de cineastas totales, que ya han tenido todo el exito posible de público y de crítica y que deberían hacer en cada película que les quede dentro, lo que les diera la gana.
ResponderEliminarSaludos