Una partida de ajedrez. De todas las secuencias de la película, ese duelo que durante siglos fue de intelecto, un juego tan sencillo de entender como difícil de alcanzar la maestría en él, se convierte en un deslumbrante combate sexual: cambio constante de plano y de actor creando una sensacional escena romántica, plena de sobreentendidos, de miradas demoledoras, de gestos perturbadores: el jaque es la invitación definitiva al beso. Dos de las estrellas con mayor sex appeal del momento, Faye Dunaway y Steve McQueen, protagonizan ese enfrentamiento singular y funden la cámara con la química desplegada en su presencia. Ella venía de ser Bonnie para "Bonnie y Clyde" de Arthur Penn, un papel para la eternidad, y él recientemente había protagonizado otro personaje mítico, "The Cincinnati Kid", también en esa ocasión a las órdenes de Norman Jewison. Así que las expectativas de juntar en celuloide a ambos debían ser enormes. Al menos, en lo que respecta a esa celebérrima partida, no defraudaron.
En la cinta, Norman Jewison usa y abusa sin reparo del recurso de pantalla divida (divida por un montón en algunas partes del metraje) y menosprecia (sin reparo también) el guion, algo realmente imperdonable en una historia de atracos de bancos, de investigaciones policiales, de la caza del ladrón, tramas en las que el encaje perfecto de todas las piezas es una condición sine qua non para el éxito del filme. Teniendo en cuenta que la fecha de la producción es 1968, parecería que el director se hubiera visto influido por las ideas de la Nouvelle Vague francesa y decidido, entonces, que la puesta en escena era lo realmente importante. La forma aporta el contenido.
Vuelos de ultraligero, bólidos derrapando en las playas, partidos de polo, mansiones y glamour a raudales, postales robadas de las localizaciones de la antigua y noble ciudad de Boston y una banda sonora jazzística que combina a la perfección con la atmósfera creada. Jewison parece jugar con la estética que será importante en ámbitos como el de los anuncios publicitarios audiovisuales de los años 70. Y, a propósito del mundo de la publicidad y desde el punto de vista del espectador actual que tiene la retina llena de series para televisión, la presencia del reparto, su vestuario y su ambientación, nos hace pensar en una de las producciones posmodernas de mayor éxito, "Mad Men": una atmósfera de lujo y sofisticación. "El caso de Thomas Crown" tuvo un más que correcto remake a finales de los años noventa, con Rene Russo y Pierce Brosnan en los papeles principales y dirigida por John McTiernan, y que creo que estaba mejor rematada en su argumento. Pero, aun así, me temo que no dejó para la posteridad ninguna partida de ajedrez como aquella: dos caracteres indómitos, tan cínicos como singulares, atrapados sin remedio entre los escaques de un tablero.