El título que ha supuesto la última visita al cine para el año 2012, ha resultado ser el mismo de la inmortal novela decimonónica de Victor Hugo. Inmortal sobre todo porque en 1980 se estrenó en París un espectáculo musical de gran éxito, del que luego se han realizado versiones en muchos idiomas (22, dice Wikipedia) y que ha sido representado por todo el planeta. No he visto el musical en un teatro, ni tampoco he leído la novela, pero ayer vimos la película que adapta el musical: la novela queda pendiente, del musical ya me hago una buena idea.
La Revolución Francesa fue uno de los primeros intentos de derrumbar la relación amo/esclavo que ha protagonizado la mayoría de las estructuras económicas de la historia de la humanidad: muy pocos arriba y demasiados debajo (recomiendo una película que pone en pantalla con una sencillez extraordinaria la vida campesina en el norte de Italia a finales del siglo XIX: "El árbol de los zuecos", de Ermanno Olmi). Sistemas de producción feudal que han perdurado milenios, sepultando las aspiraciones vitales de la mayor parte de los seres humanos en que no se malogre la cosecha, el señorito no me eche de estas tierras y mi familia no pase hambre este invierno. Bien entrado el siglo XX, aún era así (cuando yo era un niño, en el pueblo de mis padres, veías regresar a la gente de las labores del campo: la misma escena que sin duda se había podido presenciar desde la Edad Media: los mismos aperos, las mismas herramientas, los mismos cultivos: todo ha cambiado en pocas décadas. Algunos dirán con pena que todo eso se ha perdido: yo no lo echo en falta).
La película se inicia pocas décadas después de aquel hito de 1789. Se ha restaurado la monarquía pero las convulsiones insurgentes no han desaparecido. El hilo conductor de "Los Miserables" lo establece la persecución implacable que el inspector Javert (Russell Crowe) lleva a cabo sobre el ex-convicto Jean Valjean (Hugh Jackman), un pobre desdichado que ha sufrido condena por robar pan para su familia y que tras salir de presidio cambia de identidad, logrando una buena posición pero rompiendo las condiciones de su puesta en libertad. Jean Valjean desaparece y se convierte en otro, no sólo en su nombre, sino también en su espíritu: epifanía religiosa (el catolicismo está presente con fuerza en toda la cinta). Transformado en benefactor de los pobres, de los desposeídos: la épica revolucionaria de la historia toma fuerza desde la injusticia social que muestra con claridad, de modo que al espectador le resulta sencillo empatizar con los dramas presentados en pantalla, más aún si sus sentimientos se ven inflamados por la música grandiosa, la caracterización de los desharrapados, los escenarios cuidados (ya no hay ambientación histórica que se resista al poder del chip) y unas actuaciones apasionadas: Hugh Jackman está sobrado de tablas para interpretar un musical, Anne Hathaway (como Fantine) logra los momentos de mayor emoción, el chico que hace de Gavroche (Daniel Huttlestone) me pareció excelente y en cuanto a Russell Crowe, pues no está mal del todo, aunque parece un tanto "tieso", quizás más preocupado por cantar que por actuar. El director Tom Hopper, triunfador en los premios Oscar del 2011 por "El discurso del rey", tiene bastantes papeletas para volver a encumbrarse en la siguiente edición con esta película, cambiando ahora la tartamudez por unas voces bien afinadas.
El musical no es un género cinematográfico que me atraiga, pocos he visto, si bien puedo apuntar varios que quizás no sean de los más ortodoxos (quitando "West Side Story", de Robert Wise y Jerome Robbins). Por ejemplo, "The Wall" de Alan Parker, "Los paraguas de Cherburgo" de Jacques Demy o... "Bailar en la oscuridad" de Lars Von Trier. Sí, soy un ignorante en musicales. Y aunque la película "Los Miserables" se me hizo un poco larga, quizás me anime a ver más y lo mismo, algún día, entrar por una de esas puertas debajo de unas marquesinas enormes de la Gran Vía de Madrid.
lunes, diciembre 31, 2012
domingo, diciembre 30, 2012
"El niño de la bicicleta", de Jean-Pierre y Luc Dardenne
Los niños perdidos. Cyril (Thomas Doret) es un niño perdido o, más bien, a punto de perderse: la última oportunidad antes de convertirse en carne de reformatorio y, después, algo aún peor. Abandonado en un centro de acogida por su padre (Jérémie Renier, un habitual del cine de los Dardenne: "El niño", "El silencio de Lorna"), no encuentra ninguna referencia sobre la que apuntalar su destino: habrá que buscarla. Las películas dirigidas por los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne se caracterizan porque sus personajes, ciudadanos occidentales que rozan la marginación social, son buscadores infatigables. Al menos desde "Rosetta", su película más antigua que yo haya visto y su primer gran éxito (Palma de Oro de Cannes de 1999. Con "El niño" consiguieron otra en 2005: no está nada mal, creo que sólo Haneke y Coppola han repetido de ese prestigioso menú), sus protagonistas no paran, incansables, en todo el metraje: la cámara les persigue por calles, pisos y parques belgas trasmitiendo al espectador la misma ansiedad y preocupación que les atenaza implacable.
En el laberinto de las derivas vitales de Cyril se cruzan Samantha (Cécile de France, su actuación, junto a la del niño Thomas Doret y la de Jérémie Renier, es muy convincente, una característica necesaria para que el cine-realidad funcione y atrape al espectador), una nueva esperanza, y Wes (Egon Di Mateo), el reverso tenebroso: Cyril "Skywalker". Un equilibrio de fuerzas maniqueo y potente, pero inestable: la balanza deberá caer de un lado o de otro. ¿Se perderá Cyril?
Gran cine.
En el laberinto de las derivas vitales de Cyril se cruzan Samantha (Cécile de France, su actuación, junto a la del niño Thomas Doret y la de Jérémie Renier, es muy convincente, una característica necesaria para que el cine-realidad funcione y atrape al espectador), una nueva esperanza, y Wes (Egon Di Mateo), el reverso tenebroso: Cyril "Skywalker". Un equilibrio de fuerzas maniqueo y potente, pero inestable: la balanza deberá caer de un lado o de otro. ¿Se perderá Cyril?
Gran cine.
miércoles, diciembre 26, 2012
"Brave", de Mark Andrews y Brenda Chapman
Es una pena. "Brave" ya es puro Disney del peor, lo de que aparezca Pixar en los créditos es una dolorosa ironía, una puñalada trapera, una amarga jugarreta: ¡mira lo que te obligo a filmar y a firmar! Otra princesita, la especialidad de la casa y una historia que, como de costumbre, parece sacada de cualquier cuento medieval europeo pero haciendo que los personajes hablen desde la mediocre modernidad, como si estuvieran en la más tópica y estúpida sitcom del canal infantil. Una historia que para colmo se repite, ya que es muy parecida a la que se contaba en "Hermano oso", película del año 2003 de los propios estudios Disney. Una cinta de aquella época posterior a "El rey León" y previa a la compra de Pixar y que está llena de películas de dibujos animados olvidables.
Cuando Disney adquirió Pixar hace unos años, la pregunta sería si la creatividad y la libertad formal que la compañía del flexo saltarín había desarrollado durante una década, hasta encumbrarse en lo más alto, aguantaría la embestida del gigantesco imperio del ratón, una máquina de hacer pasta con el segmento de mercado infantil y que no se anda por las ramas a la hora de maximizar beneficios: como cualquier otra multinacional, en fin. De hecho ambas compañías habían sido siempre socias, pero manteniendo disputas comerciales que se resolvieron por las braves cuando finalmente Mickey se comió a Woody. Pixar había logrado un equilibro inaudito entre animación espectacular y guión inteligente, algo formidable y que se celebraba año tras año yendo al cine a ver una producción que en determinados casos se podía considerar obra maestra: la saga "Toy Story", "Ratatouille", "Up", "WALL-E". Hacían grandes películas y arrasaban en taquilla, ¿qué más podían pedir?
Adiós a todo eso. Hasta nunca, me temo.
Cuando Disney adquirió Pixar hace unos años, la pregunta sería si la creatividad y la libertad formal que la compañía del flexo saltarín había desarrollado durante una década, hasta encumbrarse en lo más alto, aguantaría la embestida del gigantesco imperio del ratón, una máquina de hacer pasta con el segmento de mercado infantil y que no se anda por las ramas a la hora de maximizar beneficios: como cualquier otra multinacional, en fin. De hecho ambas compañías habían sido siempre socias, pero manteniendo disputas comerciales que se resolvieron por las braves cuando finalmente Mickey se comió a Woody. Pixar había logrado un equilibro inaudito entre animación espectacular y guión inteligente, algo formidable y que se celebraba año tras año yendo al cine a ver una producción que en determinados casos se podía considerar obra maestra: la saga "Toy Story", "Ratatouille", "Up", "WALL-E". Hacían grandes películas y arrasaban en taquilla, ¿qué más podían pedir?
Adiós a todo eso. Hasta nunca, me temo.
domingo, diciembre 23, 2012
"Alps", de Yorgos Lanthimos
Afectos de remplazo. ¿Qué no darías por recuperar lo que la muerte arrebata de modo implacable? La imposibilidad física del retorno (excepto el Lázaro aquel, al menos para los creyentes, aunque recuerdo una estupenda novela llamada "Descansa en paz", de John Ajvide Lindqvist, en la que la puerta de regreso se abría de par en par, produciendo un jaleo organizativo considerable. De la pluma de este escritor sueco también salió la historia que dio lugar a una de las mejores películas de los últimos años: "Déjame entrar", de Tomas Alfredson), el que se va ya no vuelve, pero habrá una posibilidad psicológica, una disparatada opción que sirva para llenar el desolador vacío. Y encima hacer negocio.
En "After life", de Hirokazu Koreeda, a los recién fallecidos se les prepara un escenario, un set de rodaje a la entrada del túnel (¡No vayas a la luz!, como le decían a la niña de "Poltergeist", de Tobe Hopper), escala obligatoria de parada y fonda, donde reconstruirles el que consideren como mejor recuerdo de su vida para que ese momento les acompañe durante su viaje a la eternidad: felicidad al instante. En "Alps" sucederá algo parecido pero de este lado, mundo de vivos: la impronta que dejamos a nuestro paso puede resultar trivial hasta que de repente esa nadería falta. Una presencia cercana en el sofá, los acompasados ronquidos nocturnos o que, siempre igual y se lo he dicho ya cien veces, dejara abierto el tubo de la pasta de dientes: todo se echa de menos, lo molesto también.
Cine efectista (que no quiere decir que esté lleno de efectos especiales, claro, la puesta en escena es más bien minimalista) en cuanto a que sorprende e impresiona, como ya pasaba en otra película vista de este director, la demoledora "Canino" ( en "Alps" y "Canino" será fundamental la actuación de la actriz Aggeliki Papoulia: convincente hasta la médula), y que conduce al espectador a reflexiones profundas sobre temas inherentes a la esencia del ser humano, ese bicho tan raro.
En "After life", de Hirokazu Koreeda, a los recién fallecidos se les prepara un escenario, un set de rodaje a la entrada del túnel (¡No vayas a la luz!, como le decían a la niña de "Poltergeist", de Tobe Hopper), escala obligatoria de parada y fonda, donde reconstruirles el que consideren como mejor recuerdo de su vida para que ese momento les acompañe durante su viaje a la eternidad: felicidad al instante. En "Alps" sucederá algo parecido pero de este lado, mundo de vivos: la impronta que dejamos a nuestro paso puede resultar trivial hasta que de repente esa nadería falta. Una presencia cercana en el sofá, los acompasados ronquidos nocturnos o que, siempre igual y se lo he dicho ya cien veces, dejara abierto el tubo de la pasta de dientes: todo se echa de menos, lo molesto también.
Cine efectista (que no quiere decir que esté lleno de efectos especiales, claro, la puesta en escena es más bien minimalista) en cuanto a que sorprende e impresiona, como ya pasaba en otra película vista de este director, la demoledora "Canino" ( en "Alps" y "Canino" será fundamental la actuación de la actriz Aggeliki Papoulia: convincente hasta la médula), y que conduce al espectador a reflexiones profundas sobre temas inherentes a la esencia del ser humano, ese bicho tan raro.
lunes, diciembre 17, 2012
"El Hobbit: un viaje inesperado", de Peter Jackson
La Tierra Media espera,
no sé si volveré.
"Aventuras"
La dama se esconde
La dama se esconde
El inesperado viaje de Bilbo Bolsón: En un agujero en el suelo, vivía un hobbit. Viaje iniciático, un camino sin retorno: el que parte no será en ningún caso el mismo que regresa. La apasionante aventura que, a todos los que disfrutaron de su lectura en el tránsito de la infancia a la adolescencia (otro viaje sin retorno), les resultará inolvidable. Los relatos de Tolkien se instalan para siempre en la memoria como una experiencia vivida más.
En su trilogía cinematográfica de "El Señor de los Anillos", Peter Jackson dotó al universo tolkieniano de una estética acertada e inconfundible: personajes rotundos y recreados con fidelidad al texto, para una épica que se vuelve poderosa en las escenas necesarias pero que también permite el sentimiento místico o mitológico sin que en ningún caso el discurso se vuelva pedante y almibarado. Como adaptación de una obra literaria que requería una ambientación excepcional, "El Señor de los Anillos" fue un éxito. Así que el acierto de esta primera parte de la anunciada trilogía de "El Hobbit" será la continuidad, y a cualquiera que disfrutara, en la década pasada, con las películas de "El Señor de los Anillos" probablemente le encantará este episodio. Mismos o parecidos personajes (buenas actuaciones, sobre todo su protagonista, Martin Freeman, un Bilbo sobresaliente), mismos paisajes (incluyendo la increíble geografía neozelandesa que Peter Jackson descubrió al mundo) y, muy importante, las mismas melodías de Howard Shore, permitiendo la identificación emocional inmediata: las puertas de Rivendel, las suaves laderas de La Comarca o la amenaza oculta de Sauron el Nigromante, aparecen a la vez que unos acordes inconfundibles.
"El Hobbit", el libro, ha tenido siempre la consideración general de cuento para niños, si bien sería más indicado pensar que guarda cierto equilibrio entre lectura para el público infantil y adulto (la calificación de edades se ha establecido en mayores de siete años: poco me parece, pues en mi opinión la película requiere cierto "empaque" en el espectador: orcos a punto de ser descabezados que cabalgan sobre lobos, esos terroríficos wargos: la Tierra Media es un mundo violento). La película también procura ese equilibrio: al principio, la reunión de enanos en la morada de Bilbo, en La comarca, me recordó a una serie de televisión de hace muchos años, "El cuentacuentos", de Jim Henson, donde John Hurt presentaba una historia, un cuento para niños, acompañado de un perro de peluche que era la típica creación de la factoría Henson. Y creo que también me vino a la mente aquel storyteller de finales de los 80, a la luz de las velas, por una iluminación un tanto extraña, teatral, poco cinematográfica: el famoso 3D rodado a 48 fps. Sin duda es el mejor 3D que haya visto nunca, aunque no he visto muchos: más luminoso, más nítido, más detallado. Desde luego espectacular si es bien utilizado, sobre todo en una producción de las características de "El Hobbit", llena de abismos y cavernas: impresiona verlo. El problema de este 48 fps, que ha generado cierto debate sobre la naturaleza del cine (un debate estéril en mi opinión: se confunde la técnica con el producto: es la técnica la que está al servicio de un fin y un espectador no tiene por qué saber ni remotamente cómo se ha rodado una película), es que captura "demasiada realidad", con el riesgo de que la caracterización del personaje puede llegar a arruinarse y, súbitamente, romper el encantamiento. En fin, poca cosa que no impide el disfrute ininterrumpido de la proyección de más de dos horas y media de película: sean 24 o 48, los fotogramas siguen engañando a la perfección la imperfección de mi cerebro.
La noche de angustia atrapados por los trolls, esperando la claridad del alba; el duelo de acertijos en la oscuridad (¿qué tengo en el bolsillo?), frente al desgraciado Gollum; combatir trasgos hasta la extenuación y volar a lomos de águilas majestuosas. Momentos anclados en páginas leídas hace muchos, muchos años, y que ahora despiertan en la memoria con la emoción de antaño.
A esperar, impaciente, la segunda.
viernes, diciembre 07, 2012
"El origen de los guardianes", de Peter Ramsey
La imaginación infantil, portentosa e ilimitada, no sujeta a ley física alguna ni a la absurda barrera de la imposibilidad. Sobre esa fantasía desbocada no es difícil edificar mitos, seres legendarios, figuras mágicas y sobrenaturales que premian las conductas morales que la sociedad consideran acertadas y, por otro lado, el lado oscuro, otros seres que castiguen, implacables, la travesura y el error: el chantaje emocional que se verá recompensado en premios (el juguete junto al árbol, la moneda debajo de la almohada, el huevo rebuscado entre los arbustos) si el pacto se respeta o la ausencia de cualquier regalo si has sido un chico malo (quizás sea mejor arder y desaparecer, como gritaba el Kurgan en "Los inmortales" de Russel Mulcahy: el mal supremo libera al manso cordero: el reverso tenebroso es más fuerte, Luke, a estas alturas de la película ya deberías saberlo).
El combate eterno entre el bien y el mal. Del lado bueno un Papá Noel con pinta de Taras Bulba y los antebrazos tatuados: Naughty/Nice, uno en cada lado, como aquel Love/Hate que lucia Robert Mitchum en sus nudillos en "La noche del cazador" de Charles Laughton, aquel cuento sublime y terrible, como ningún otro que se haya destilado en celuloide. Leo el nombre de Guillermo del Toro en los créditos del final y recibo una explicación coherente a este San Nicolás convertido en cosaco, guerrero dispuesto al combate que porta un sable en cada mano: el diseño de personajes de esta cinta es soberbio: maniqueísmo sin serlo, caracteres con dobleces y matices. Y qué decir de ese archienemigo, el Coco, nada menos, ese malo cuya figura parece salida de la mente de Fritz Lang o de Murnau, el amo de un mundo sombrío, de poderosos claroscuros trazados en rotundos caracteres expresionistas. "El origen de los guardianes" es una película sorprendente. O no tanto si se consideran otros títulos bien realizados por los animadores de DreamWorks como son el primer "Shrek", "Kung Fu Panda" o esa pequeña maravilla, no tan conocida en la franquicia, llamada "Cómo entrenar a tu dragón"
La muerte y la resurrección de Jack "Escarcha": no hay un niño que no salte de alegría si, al levantarse por la mañana, ve un paisaje nevado: la ilusión no se mide sólo en el precio junto a la imagen del catálogo navideño de una juguetería, sino que es capaz de depender de algo tan azaroso y gratuito como el clima: la esperanza nunca debe ser objeto de menosprecio: la grandeza del ser humano, tampoco. Si hay que llevar a los niños al cine por Navidad, "El origen de los guardianes" será la mejor recomendación posible.
El combate eterno entre el bien y el mal. Del lado bueno un Papá Noel con pinta de Taras Bulba y los antebrazos tatuados: Naughty/Nice, uno en cada lado, como aquel Love/Hate que lucia Robert Mitchum en sus nudillos en "La noche del cazador" de Charles Laughton, aquel cuento sublime y terrible, como ningún otro que se haya destilado en celuloide. Leo el nombre de Guillermo del Toro en los créditos del final y recibo una explicación coherente a este San Nicolás convertido en cosaco, guerrero dispuesto al combate que porta un sable en cada mano: el diseño de personajes de esta cinta es soberbio: maniqueísmo sin serlo, caracteres con dobleces y matices. Y qué decir de ese archienemigo, el Coco, nada menos, ese malo cuya figura parece salida de la mente de Fritz Lang o de Murnau, el amo de un mundo sombrío, de poderosos claroscuros trazados en rotundos caracteres expresionistas. "El origen de los guardianes" es una película sorprendente. O no tanto si se consideran otros títulos bien realizados por los animadores de DreamWorks como son el primer "Shrek", "Kung Fu Panda" o esa pequeña maravilla, no tan conocida en la franquicia, llamada "Cómo entrenar a tu dragón"
La muerte y la resurrección de Jack "Escarcha": no hay un niño que no salte de alegría si, al levantarse por la mañana, ve un paisaje nevado: la ilusión no se mide sólo en el precio junto a la imagen del catálogo navideño de una juguetería, sino que es capaz de depender de algo tan azaroso y gratuito como el clima: la esperanza nunca debe ser objeto de menosprecio: la grandeza del ser humano, tampoco. Si hay que llevar a los niños al cine por Navidad, "El origen de los guardianes" será la mejor recomendación posible.
domingo, noviembre 25, 2012
"El hombre de los puños de hierro", de RZA
Una macarrada infame. Entiéndase que el término macarrada no es peyorativo: eso era lo que pretendíamos ver, una macarrada de kung fu, sin más pretensiones, de esas con las que tan bien nos lo hemos pasado: patadas voladoras y sentimientos de venganza. Pero una macarrada bien hecha, algo que, por lo visto en esta película, no es tan fácil de conseguir como de primeras puede parecer: hasta lo simple tiene su misterio.
Dirigida por RZA. ¿Una compañía aérea? Imdb.com me desvela que esta es su primera película como director pero que tiene una larga trayectoria en el apartado soundtrack, actor o composer: nombres como "Ghost dog", de Jim Jarmusch o "Kill Bill", de Quentin Tarantino, asoman en el listado. Pues qué poco se le ha pegado a este rapero peliculero de esos dos genios del cine y esas sendas obras maestras: sin duda el talento cinematográfico, el arte del ojo detrás de la cámara, no es una habilidad que se adquiera por ósmosis. Una puesta en escena deplorable, un vestuario patético, una fotografía inexistente y una iluminación de linterna de petaca. Un horror. ¿Guión? No le hacía ninguna falta, de hecho incluso puede que haya demasiado: vaya, encima pretencioso. Dado que se trata de la opera prima de un músico capaz de participar en los fantásticos acordes que acompañaban el camino del samurai de Forrest Whitaker en la mencionada "Ghost dog", sería de esperar que al menos la banda sonora fuera decente: ni eso. Igual el chico quería hacer una parodia del género pero no me dio esa impresión, lamentablemente. Postín en el reparto: Russell Crowe. ¿Será él de verdad? ¿No será Kung Fu Panda disfrazado de aventurero inglés? No, pero con el volumen que ha ganado (impresionante) el oscarizado actor neozelandés, y el género en el que se ha metido, quizá protagonice la tercera parte de las aventuras del oso Po, con doblaje de Florentino Fernández, claro. ¿Acabará como Marlon Brando, actuando poco y cobrando mucho? El cuerpo lo va cogiendo.
'Presentada por Quentin Tarantino', reza (RZA, ¿qué querrá decir RZA?¿RZA tus últimas oraciones antes de entrar al cine?) una frase en el cartel de la película. Supongo que será un favor de coleguita porque no aparece en los creditos. Lo mismo a Tarantino le ha gustado y todo. Tampoco sería de extrañar, pues las influencias en la obra del ínclito director estadounidense siempre se han atribuido a lo más bizarro de la estantería del videoclub. Pero Tarantino siempre daba un plus: se tomaba la estética, el ambiente, los temas, sí, aquello tan propio de la serie B y el grindhouse, recursos picoteados de las sesiones dobles y de las horas muertas adolescentes en salas destartaladas, pero trasformando y cocinando hacía un producto sofisticado, a fuego lento, una trama atrapadora donde de repente se lanza un chorro de ron para el flameado y todo arde violentamente. Tarantino cogía lo mejor del género y lo subía a otro nivel, así que chapuzas como "El hombre de los puños de hierro", puestos en comparación, contestan muchos porqués o al menos uno: ¿por qué las de Tarantino son tan buenas?
Dirigida por RZA. ¿Una compañía aérea? Imdb.com me desvela que esta es su primera película como director pero que tiene una larga trayectoria en el apartado soundtrack, actor o composer: nombres como "Ghost dog", de Jim Jarmusch o "Kill Bill", de Quentin Tarantino, asoman en el listado. Pues qué poco se le ha pegado a este rapero peliculero de esos dos genios del cine y esas sendas obras maestras: sin duda el talento cinematográfico, el arte del ojo detrás de la cámara, no es una habilidad que se adquiera por ósmosis. Una puesta en escena deplorable, un vestuario patético, una fotografía inexistente y una iluminación de linterna de petaca. Un horror. ¿Guión? No le hacía ninguna falta, de hecho incluso puede que haya demasiado: vaya, encima pretencioso. Dado que se trata de la opera prima de un músico capaz de participar en los fantásticos acordes que acompañaban el camino del samurai de Forrest Whitaker en la mencionada "Ghost dog", sería de esperar que al menos la banda sonora fuera decente: ni eso. Igual el chico quería hacer una parodia del género pero no me dio esa impresión, lamentablemente. Postín en el reparto: Russell Crowe. ¿Será él de verdad? ¿No será Kung Fu Panda disfrazado de aventurero inglés? No, pero con el volumen que ha ganado (impresionante) el oscarizado actor neozelandés, y el género en el que se ha metido, quizá protagonice la tercera parte de las aventuras del oso Po, con doblaje de Florentino Fernández, claro. ¿Acabará como Marlon Brando, actuando poco y cobrando mucho? El cuerpo lo va cogiendo.
'Presentada por Quentin Tarantino', reza (RZA, ¿qué querrá decir RZA?¿RZA tus últimas oraciones antes de entrar al cine?) una frase en el cartel de la película. Supongo que será un favor de coleguita porque no aparece en los creditos. Lo mismo a Tarantino le ha gustado y todo. Tampoco sería de extrañar, pues las influencias en la obra del ínclito director estadounidense siempre se han atribuido a lo más bizarro de la estantería del videoclub. Pero Tarantino siempre daba un plus: se tomaba la estética, el ambiente, los temas, sí, aquello tan propio de la serie B y el grindhouse, recursos picoteados de las sesiones dobles y de las horas muertas adolescentes en salas destartaladas, pero trasformando y cocinando hacía un producto sofisticado, a fuego lento, una trama atrapadora donde de repente se lanza un chorro de ron para el flameado y todo arde violentamente. Tarantino cogía lo mejor del género y lo subía a otro nivel, así que chapuzas como "El hombre de los puños de hierro", puestos en comparación, contestan muchos porqués o al menos uno: ¿por qué las de Tarantino son tan buenas?
martes, noviembre 20, 2012
"La extraña que hay en ti", de Neil Jordan
Iris quiere ser Travis, después de tantos años. Después de tantos años, ocuparás el lugar de aquel fulano con cresta punk que se cargó a tu chulo con una Magnum 44 y se convirtió en un héroe para que tú fueras una princesa asomada a un Oscar. Aquel taxista tan raro.
Frágil rubita, la inspiración romántica del tipo que casi se carga a Reagan: disparé a un presidente para que te fijaras en mí.
...the reason I'm going ahead with this attempt now is because I cannot wait any longer to impress you.— John Hinckley, Jr.Y cómo olvidar los ojos del Dr. Lecter atravesándote el alma, devorándote entera sin tocarte: apenas un roce, un dedo que anhela una piel a través de un cristal de máxima seguridad y logra su instante. Mujer, no pillas uno bueno. ¿Qué les das?
Rubita frágil, te veo empuñar tu calibre 9 mm mientras aprietas los labios alineados en un rictus de fiereza desesperada que nadie sospecharía en tu cuerpo menudo, un arrojo casi desmentido por los ojos cerrados (pero igual te recuerdo braceando y con los ojos bien abiertos en una oscuridad ansiosa, deteniéndonos el pulso mientras husmeabas la trayectoria certera para abatir a Buffalo Bill, aquel terrible coleccionista de piel ajena: otra de tus amistades peligrosas, Clarissssss...: no estaba nada mal el trofeo, a pesar de que tus zapatos baratos no pegaran con un bolso tan caro, como te dijo Hannibal). Ojos cerrados que sin embargo aprietan el gatillo, al azar, y dan en el blanco: los rudimentos del oficio de matar: alguno tiene que ser el primero, el primero es el más complicado, y tú le cogiste rápido el tranquillo, chica lista. El tranquillo y el vicio: la pólvora y la sangre: Charles Bronson cría malvas, amiga mía, ahora tú eres la justicia. Y no lo haces nada mal.
Después de tantos años, tantos años juntos, Jodie, y sigues siendo una actriz excelente.
martes, noviembre 13, 2012
"En la casa", de François Ozon
El ejercicio de escribir. Todo parte de la mera combinación de un rosario limitado de caracteres alfabéticos. Qué sencillo es escribir. La p con la a, la t con la o y ya tengo un pato: la épica del individuo frente al mundo. Y si repetimos la secuencia, pero cambiando la última letra de la palabra por una a, se obtiene el inicio de un conflicto de pareja. Imaginar una situación y después múltiples caminos de estilo: cómo contar lo mismo de muchas formas distintas, introduciendo en la elección de cada verbo y de cada adjetivo un matiz fundamental, un carácter genético del texto creado que convertirá el resultado en un éxito o en un fracaso: cada palabra cuenta: un escritor entregado es carne de frenopático.
El profesor promueve la creatividad del alumno: el efecto pigmalión. Modelar un talento virgen, pero realizar esa tarea altruista motivado más allá de lo ético y de lo necesario, llevado al extremo: el profesor, superado ampliamente en capacidad por el alumno, se ve arrastrado por el remolino de pulsión narrativa incontenible que desarrolla el chico: la creación de un monstruo. El estudiante toma conciencia de su superioridad y se vuelve cruel con el maestro: la relación de poder se da la vuelta (como sucedía en "El indomable Will Hunting": de lo peor de Gus Van Sant, por cierto). Uno no tiene nada que perder, el otro lo puede perder todo.
La película, que ha ganado la Concha de Oro en el último Festival de Cine de San Sebastián, está basada en la obra de teatro "El chico de la última fila", de Juan Mayorga: tendré que leerla (encontrar una sesión de teatro donde la representen será mucho más complicado) para comprobar de dónde sale un guión tan magnífico como el de "En la casa": diálogos magistrales, tragicómicos, que se desarrollan en una puesta en escena soberbia, sorprendente. El profesor Germain (Fabrice Luchini) se cuela en las escenas del joven Claude García (Ernst Umhauer) para pulirle el estilo "en directo": la vida sucede y condiciona el relato, de modo que la vivencia debe corregirse in situ en aras de lograr un texto perfecto. El profesor y su mujer Jeanne (Kristin Scott Thomas), conforman un estereotipo de pareja común al cine de Woody Allen: mediana edad, cultos, de profesiones liberales: insatisfacción vital pero en diálogo permanente. No es casual, además, que vayan al cine y, puestos a ver una, entren a ver "Match Point": el profesor de tenis (o de matemáticas) se cuela en la familia.
Claude, embrión de escritor genial pero que aún no cuenta con el bagaje de la experiencia como mecanismo productor de la mejor literatura: la descripción del sentimiento que se ha padecido o disfrutado se trasmite certera al lector cuando éste la reconoce como veraz y sincera. El objeto de sus primeros textos será la clase media acomodada a la que él aspira a pertenecer: Tom Ripley, el personaje de Patricia Highsmith, penetrando en una estrato social más elevado. Desde la exclusión, satiriza esa burguesía mediocre con desprecio clasista. Paradójicamente (o naturalmente) esa aspiración maquiavélica de pertenencia desemboca en el deseo irrefrenable por Mme. Artole (Emmanuelle Seigner: Mme. de Polanski, en realidad: "Frenético" o "Lunas de Hiel"). La pasión adolescente, imposible de contener, será el empuje que realmente condicionará la historia: suplantar al hijo para terminar suplantando al marido y, por supuesto, acabar derrotado para que la siguiente novela sea aún mejor. Gran película: ver "En la casa" reafirma el deseo de seguir yendo al cine, de seguir probando y esperando. La búsqueda continúa.
Germain y Claude sentados en un banco de un parque, contemplando con atención los balcones de un edificio de viviendas, sin cortinas cegadoras, visión despejada (ahora "La ventana indiscreta" de Alfred Hitchcock, claro: Allen, Highsmith y Hitchcok: algo muy bueno tiene que salir de esto). La colmena humana: en la casa, en cada casa, una historia. Sólo en alguna de esas casas se producirá el encuentro afortunado entre la historia que merece la pena y el escritor adecuado. El número de combinaciones ganadoras es finito. Y escaso.
El profesor promueve la creatividad del alumno: el efecto pigmalión. Modelar un talento virgen, pero realizar esa tarea altruista motivado más allá de lo ético y de lo necesario, llevado al extremo: el profesor, superado ampliamente en capacidad por el alumno, se ve arrastrado por el remolino de pulsión narrativa incontenible que desarrolla el chico: la creación de un monstruo. El estudiante toma conciencia de su superioridad y se vuelve cruel con el maestro: la relación de poder se da la vuelta (como sucedía en "El indomable Will Hunting": de lo peor de Gus Van Sant, por cierto). Uno no tiene nada que perder, el otro lo puede perder todo.
La película, que ha ganado la Concha de Oro en el último Festival de Cine de San Sebastián, está basada en la obra de teatro "El chico de la última fila", de Juan Mayorga: tendré que leerla (encontrar una sesión de teatro donde la representen será mucho más complicado) para comprobar de dónde sale un guión tan magnífico como el de "En la casa": diálogos magistrales, tragicómicos, que se desarrollan en una puesta en escena soberbia, sorprendente. El profesor Germain (Fabrice Luchini) se cuela en las escenas del joven Claude García (Ernst Umhauer) para pulirle el estilo "en directo": la vida sucede y condiciona el relato, de modo que la vivencia debe corregirse in situ en aras de lograr un texto perfecto. El profesor y su mujer Jeanne (Kristin Scott Thomas), conforman un estereotipo de pareja común al cine de Woody Allen: mediana edad, cultos, de profesiones liberales: insatisfacción vital pero en diálogo permanente. No es casual, además, que vayan al cine y, puestos a ver una, entren a ver "Match Point": el profesor de tenis (o de matemáticas) se cuela en la familia.
Claude, embrión de escritor genial pero que aún no cuenta con el bagaje de la experiencia como mecanismo productor de la mejor literatura: la descripción del sentimiento que se ha padecido o disfrutado se trasmite certera al lector cuando éste la reconoce como veraz y sincera. El objeto de sus primeros textos será la clase media acomodada a la que él aspira a pertenecer: Tom Ripley, el personaje de Patricia Highsmith, penetrando en una estrato social más elevado. Desde la exclusión, satiriza esa burguesía mediocre con desprecio clasista. Paradójicamente (o naturalmente) esa aspiración maquiavélica de pertenencia desemboca en el deseo irrefrenable por Mme. Artole (Emmanuelle Seigner: Mme. de Polanski, en realidad: "Frenético" o "Lunas de Hiel"). La pasión adolescente, imposible de contener, será el empuje que realmente condicionará la historia: suplantar al hijo para terminar suplantando al marido y, por supuesto, acabar derrotado para que la siguiente novela sea aún mejor. Gran película: ver "En la casa" reafirma el deseo de seguir yendo al cine, de seguir probando y esperando. La búsqueda continúa.
Germain y Claude sentados en un banco de un parque, contemplando con atención los balcones de un edificio de viviendas, sin cortinas cegadoras, visión despejada (ahora "La ventana indiscreta" de Alfred Hitchcock, claro: Allen, Highsmith y Hitchcok: algo muy bueno tiene que salir de esto). La colmena humana: en la casa, en cada casa, una historia. Sólo en alguna de esas casas se producirá el encuentro afortunado entre la historia que merece la pena y el escritor adecuado. El número de combinaciones ganadoras es finito. Y escaso.
viernes, noviembre 09, 2012
jueves, noviembre 08, 2012
"Fin", de Luis Sampieri
Cuando llegas a la etapa de la adolescencia, desde la sabiduría de la infancia, te conviertes en un imbécil (airado, en el mejor de los casos), aunque en ese tiempo de despiste vital, no lo sabes. Te das cuenta después. ¿Por qué te das cuenta? Porque la condición de imbécil ya no la pierdes, te acompaña siempre, y el hábito y la costumbre te otorgan, al menos, el conocimiento de saberlo. Un imbécil. Y más vale que lo sepas, que eres un imbécil, pues los que ni tan siquiera saben que lo son, no miden las consecuencias de sus actos: un imbécil descerebrado imbuido de soberbia, que cree que sabe: lo peor de todo. La adolescencia y el horror vacui: una vida por llenar y encima conseguir que merezca la pena.
Tres jóvenes (apunto otra historia con parecidos ingredientes, otra película excelente, "Iceberg" de Gabriel Velázquez: sorprendentes formas de relatar), un chico y dos chicas, quedan. Parece que no se habían visto las caras nunca: encuentro negociado en un chat de Internet. ¿Tú eres Mishima?, le espeta incrédulo él a una de ellas, una muchacha con la cabeza cubierta con un hiyab islámico. Ese alias, Mishima. Al espectador no se le desvela el propósito de la cita. Se suben los tres al coche del chaval y se van al monte (ahora es el automóvil del Sr. Badii en "El sabor de las cerezas" de Abbas Kiorastami el que llega al recuerdo; como en aquella, no se mostrarán motivos ni se darán explicaciones).
Todo instrumento narrativo que se precie debe ser una fábrica de preguntas. Así, hay películas en las que suceden infinidad de cosas, la acción exprime cada fotograma y el ruido, ya sea en el ambiente o en los diálogos, es incesante. Al cabo de un rato de salir del cine, la película desaparece de la memoria. En cambio hay otras, las menos, en las que parece que no pasa nada pero, qué paradoja, anidan en tus pensamientos durante largo tiempo. Y, te preguntas, desolado: ¿por qué seremos tan imbéciles?
(No confundir este "Fin", con "Fin" de Jorge Torregrossa, la película basada en la novela de David Monteagudo que se acaba de presentar en el Festival de Cine de Sevilla. Para leer sobre ella, nada mejor que la estupenda crónica de mi colega Ethan: yo creo que antes de verla leeré primero el libro, que lleva tiempo esperándome).
Tres jóvenes (apunto otra historia con parecidos ingredientes, otra película excelente, "Iceberg" de Gabriel Velázquez: sorprendentes formas de relatar), un chico y dos chicas, quedan. Parece que no se habían visto las caras nunca: encuentro negociado en un chat de Internet. ¿Tú eres Mishima?, le espeta incrédulo él a una de ellas, una muchacha con la cabeza cubierta con un hiyab islámico. Ese alias, Mishima. Al espectador no se le desvela el propósito de la cita. Se suben los tres al coche del chaval y se van al monte (ahora es el automóvil del Sr. Badii en "El sabor de las cerezas" de Abbas Kiorastami el que llega al recuerdo; como en aquella, no se mostrarán motivos ni se darán explicaciones).
Todo instrumento narrativo que se precie debe ser una fábrica de preguntas. Así, hay películas en las que suceden infinidad de cosas, la acción exprime cada fotograma y el ruido, ya sea en el ambiente o en los diálogos, es incesante. Al cabo de un rato de salir del cine, la película desaparece de la memoria. En cambio hay otras, las menos, en las que parece que no pasa nada pero, qué paradoja, anidan en tus pensamientos durante largo tiempo. Y, te preguntas, desolado: ¿por qué seremos tan imbéciles?
(No confundir este "Fin", con "Fin" de Jorge Torregrossa, la película basada en la novela de David Monteagudo que se acaba de presentar en el Festival de Cine de Sevilla. Para leer sobre ella, nada mejor que la estupenda crónica de mi colega Ethan: yo creo que antes de verla leeré primero el libro, que lleva tiempo esperándome).
domingo, noviembre 04, 2012
"El ladrón de palabras", de Brian Klugman y Lee Sternthal
Cuando en los créditos del final leí en la pantalla 'Written and Directed by Brian Klugman & Lee Sternthal', me dije antes de salir corriendo de la sala: ya está, este engendro lo ha pergeñado un bufete de abogados: Klugman&Sternthal. No he mirado bien, pero seguro que en algún pasillo recóndito de Ikea venden kits para hacer películas: la película klugmansternthal de Ikea: sentimientos prefabricados de rápido montaje: no se olvide de su llave Allen.
Un escritor que no encuentra editorial para sus novelas se topa con un texto ajeno olvidado en el fondo de una vieja cartera, páginas magistrales sin dueño: el genio siempre ha sido propiedad del que se lo encuentra y del que lo patenta, no del que realmente lo tiene. Akebono me recuerda que en los relatos de "Obabakoak" de Bernardo Atxaga se dice que sólo se debe plagiar a los clásicos, ya que esos nadie se los lee. Pero lo que hace este remedo pijo, mimado y sobrealimentado de imitación de escritor no es plagiar: copia la novela punto por punto y la publica obteniendo un gran éxito. Por tanto, no es el plagio el tema de la película, sino la suplantación: obtener los honores que no te corresponden. Sobre la suplantación hay grandes películas: "Con faldas y a lo loco" de Billy Wilder o "Copia certificada" de Abbas Kiarostami, por poner un par de ejemplos. Jugar con la identidad ajena siempre ha dado mucho... juego. Pero hay que ponerle pasión, claro, el director debe transmitirle un sentimiento a su obra, y esta película tiene la misma pasión que un McPollo.
El punto de partida de la trama no es malo, no sé a quién le robarían la idea, pero la putada de todo esto del cine es que tienes que llenar un mínimo de hora y media de metraje: la idea hay que materializarla en algo digno que merezca el nombre de película. Y para eso ya no tengo palabras que describan el resultado: ni me apetece buscarlas, ni mucho menos robarlas.
A Klugman o a Sternthal, a uno de los dos, Jeremy Irons le va a dar un ósculo. O, al menos, osculito. El de la izquierda es el ladrón de palabras, ay, nadie le hace caso.
Un escritor que no encuentra editorial para sus novelas se topa con un texto ajeno olvidado en el fondo de una vieja cartera, páginas magistrales sin dueño: el genio siempre ha sido propiedad del que se lo encuentra y del que lo patenta, no del que realmente lo tiene. Akebono me recuerda que en los relatos de "Obabakoak" de Bernardo Atxaga se dice que sólo se debe plagiar a los clásicos, ya que esos nadie se los lee. Pero lo que hace este remedo pijo, mimado y sobrealimentado de imitación de escritor no es plagiar: copia la novela punto por punto y la publica obteniendo un gran éxito. Por tanto, no es el plagio el tema de la película, sino la suplantación: obtener los honores que no te corresponden. Sobre la suplantación hay grandes películas: "Con faldas y a lo loco" de Billy Wilder o "Copia certificada" de Abbas Kiarostami, por poner un par de ejemplos. Jugar con la identidad ajena siempre ha dado mucho... juego. Pero hay que ponerle pasión, claro, el director debe transmitirle un sentimiento a su obra, y esta película tiene la misma pasión que un McPollo.
El punto de partida de la trama no es malo, no sé a quién le robarían la idea, pero la putada de todo esto del cine es que tienes que llenar un mínimo de hora y media de metraje: la idea hay que materializarla en algo digno que merezca el nombre de película. Y para eso ya no tengo palabras que describan el resultado: ni me apetece buscarlas, ni mucho menos robarlas.
A Klugman o a Sternthal, a uno de los dos, Jeremy Irons le va a dar un ósculo. O, al menos, osculito. El de la izquierda es el ladrón de palabras, ay, nadie le hace caso.
viernes, noviembre 02, 2012
"Zombis nazis", de Tommy Wirkola
El del terror no es un género cinematográfico que en los últimos años me atraiga especialmente, menos aún si el gore es el subgénero dominante en la cinta: la chanfaina nunca fue lo mío. Hace años (muchos) algo más, Stephen King y todo eso, pero hasta el ínclito escritor estadounidense se pasó a la ficción histórica: por ahí tengo "22/11/63", a la espera. Aún así, de vez en cuando hay que darse una vuelta por barrios menos frecuentados, a ver cómo han ido cambiando las calles, comprobar si hay comercios nuevos, algún parque o si finalmente aquel bar donde pasaste una buena tarde echó ya el cierre.
"Zombis nazis" es una película noruega del año 2009 que ya cuenta en su título para el público español ("Dead snow" parece que es su título original: bueno, no, en realidad es "Død snø": ¡vaya!, ¡qué fácil es el noruego!) de qué va la trama, para que nadie se lleve a engaño: zombis de antiguos nazis que atacan a un grupo de jóvenes que han ido a pasar el fin de semana a una casa en la montaña. Por lo visto en esta película, la cosa no ha cambiado mucho si tomamos como referencia propicia "Posesión infernal" de Sam Raimi: ya llovió desde 1981, también nevó, pero todo sigue igual. En vez del libro maldito del "Necronomicon" (la invención de Lovecraft creo que entonces era más popular que ahora), en esta ocasión será un tesoro fruto de la rapiña nazi el Macguffin indicado para despertar al mal sepultado. Y el resto, las líneas maestras de la acción, más o menos lo mismo. Sale hasta una motosierra como la de Ash Williams, el personaje de Bruce Campbell en la trilogía a la que daría origen el gran éxito de "Posesión infernal" (o "The Evil Dead": en Noruega se dice igual, por supuesto...). También abunda el tono cómico que en las últimas entregas Sam Raimi se aplicó en deslizar entre tanta hemoglobina : mercromina y chistes para que todo quede en una exageración, en un caricatura. Posiblemente, en un homenaje, en una traducción del inglés al noruego.
En fin, un rato entretenido, para qué negarlo, pero el terror habrá que buscarlo en otro lado, porque si no voy a pensar que esto del miedo en el celuloide se ha quedado más congelado en el tiempo que el bueno del Capitán América. ¿Alguna sugerencia?
"Zombis nazis" es una película noruega del año 2009 que ya cuenta en su título para el público español ("Dead snow" parece que es su título original: bueno, no, en realidad es "Død snø": ¡vaya!, ¡qué fácil es el noruego!) de qué va la trama, para que nadie se lleve a engaño: zombis de antiguos nazis que atacan a un grupo de jóvenes que han ido a pasar el fin de semana a una casa en la montaña. Por lo visto en esta película, la cosa no ha cambiado mucho si tomamos como referencia propicia "Posesión infernal" de Sam Raimi: ya llovió desde 1981, también nevó, pero todo sigue igual. En vez del libro maldito del "Necronomicon" (la invención de Lovecraft creo que entonces era más popular que ahora), en esta ocasión será un tesoro fruto de la rapiña nazi el Macguffin indicado para despertar al mal sepultado. Y el resto, las líneas maestras de la acción, más o menos lo mismo. Sale hasta una motosierra como la de Ash Williams, el personaje de Bruce Campbell en la trilogía a la que daría origen el gran éxito de "Posesión infernal" (o "The Evil Dead": en Noruega se dice igual, por supuesto...). También abunda el tono cómico que en las últimas entregas Sam Raimi se aplicó en deslizar entre tanta hemoglobina : mercromina y chistes para que todo quede en una exageración, en un caricatura. Posiblemente, en un homenaje, en una traducción del inglés al noruego.
En fin, un rato entretenido, para qué negarlo, pero el terror habrá que buscarlo en otro lado, porque si no voy a pensar que esto del miedo en el celuloide se ha quedado más congelado en el tiempo que el bueno del Capitán América. ¿Alguna sugerencia?
lunes, octubre 22, 2012
"Surcos", de José Antonio Nieves Conde
Diálogos cinéfilos, extractos neorrealistas.
De: Licantropunk
Enviado el: lunes, 22 de octubre de 2012
Para: The Flying Draughtsman (nombre supuesto)
Asunto: Surcos
Hola, The Flying Draughtsman (nombre supuesto),
Anoche estuve viendo “Surcos”. La saque de la
biblioteca de Garrido.
Me recordó a “Rocco y sus hermanos” aunque me
parece que ésta de Visconti es posterior (y creo que mejor: de todos modos hay
un pasaje en “Surcos” donde hacen una gracia sobre el neorrealismo
que me gustó mucho, cuando el Chamberlain y su “chati” van al cine).
¿Se inspiraría el director italiano en ella?
“Surcos” está muy bien en cuanto a que pone en
escena, de modo casi documental, aquella época de los años cincuenta, en Madrid.
Es verdad que al principio habla de un tren “Salamanca-Valladolid”,
a ver si es que antiguamente el tren Salamanca-Madrid pasaba por Valladolid, no
sé. Pero la película es bastante propagandística (leí a Torrente Ballester en los
créditos como coautor del guión: me suena que hizo algún guión más), claro, “de
interés nacional” para educar al público: los peligros de la gran ciudad
frente a la idílica vida campesina, que lo mismo no era tan idílica. En aquella
época el campo empezó a despoblarse pero supongo que nadie se atrevió a
predecir hasta qué punto iba a llegar el tema: en los pueblos no quedó ni el Tato.Chico, con las cuatro cosas que te mando y algún adorno para
rellenar, prácticamente tengo hecha la entrada…Voy a mandar copia a Licantropunk por si acaso, je ,je.
De: The Flying Draughtsman (nombre supuesto)
Enviado el: lunes, 22 de octubre de 2012De: The Flying Draughtsman (nombre supuesto)
Para: Licantropunk
Asunto: RE: Surcos
Sí, espero leer ese
comentario.
A mí me llamó la atención el trato
a las mujeres que se entrevé. A los niños, también. Y el mensaje es clarísimo.
¿Qué me dices de la escena del teatro con Marujita Díaz y los reventadores? ¿Y
la vida en la corrala? ¡Y cómo tratan al padre! Es muy interesante.
Saludos, Licantropunk. Te tienes que apuntar a "(título de excelente serie de televisión estadounidense que no viene al caso)".
De: Licantropunk
Enviado el: lunes, 22 de octubre de 2012
Para: The Flying Draughtsman (nombre supuesto)
Asunto: RE: Surcos
Pero, ¿esa es la Marujita Díaz que ha
estado los últimos años en el candelero o es su madre o su abuela? No se me
parecía en nada a la moderna.
Y sí, lo del teatro y lo de la corrala está
muy bien, es de lo mejor de la película, cómo se presentan esas escenas que
eran cotidianas y ahora nos parecen rarísimas. O lo de cómo robaban los
camiones: contrabando y estraperlo. Lo del padre fregando los platos no sé si
era muy normal, pero lo de que a más de uno se le iba la mano con la mujer o
con la novia, eso debía ser de lo más corriente: ese carácter latino del “tú
eres mía o de nadie”, que tristemente sigue dando titulares. Cuánto tema, me va a
salir muy larga la crónica.
¿No te dije que ya andaba en "(título de excelente serie de televisión estadounidense que no viene al caso: la de antes)"?
(... y etc., etc.)
domingo, octubre 14, 2012
Revista. La Caja de Pandora nº 5 "Mad Doctors"
La revista "La Caja de Pandora" saca a la calle su quinto número: no hay quinto malo. Para ejemplo de malos, de malvados antológicos, bastará con contemplar algunos de los Mad Doctors que aparecen en sus páginas: de nuevo un tema común a abordar desde múltiples puntos de vista y ahora le toca el turno a las mentes privilegiadas que abren puertas infernales.
Este pequeño Licantropunk contribuye con un artículo sobre la película "Los ojos sin rostro" de Georges Franju, director francés al que el Festival de Cine de San Sebastián le ha dedicado un amplia retrospectiva en la pasada edición. La figura de Georges Franju como emblema de creatividad cinematográfica: la obsesión y el compromiso: cine hasta sus últimas consecuencias. Cine lleno de ambición, falto de codicia.
Pero "Los ojos sin rostro" no es más que una propuesta entre las muchas que contiene este ejemplar de "La Caja de Pandora": páginas llenas de invitaciones. Aquí se puede examinar el sumario y acceder a la lectura y/o descarga de la revista.
O pinchando aquí.
Este pequeño Licantropunk contribuye con un artículo sobre la película "Los ojos sin rostro" de Georges Franju, director francés al que el Festival de Cine de San Sebastián le ha dedicado un amplia retrospectiva en la pasada edición. La figura de Georges Franju como emblema de creatividad cinematográfica: la obsesión y el compromiso: cine hasta sus últimas consecuencias. Cine lleno de ambición, falto de codicia.
Pero "Los ojos sin rostro" no es más que una propuesta entre las muchas que contiene este ejemplar de "La Caja de Pandora": páginas llenas de invitaciones. Aquí se puede examinar el sumario y acceder a la lectura y/o descarga de la revista.
O pinchando aquí.
jueves, octubre 11, 2012
"Soldado azul", de Ralph Nelson
No me creo nada de "Soldado azul".
No me creo a Candice Bergen, valkiria nórdica de mandíbula de acero, en el papel de raptada y reconvertida (¿"Homeland"?) a la causa Cheyenne: síndrome de Estocolmo de la pradera. La mayor preocupación de la cinta en cuanto a esta actriz será la de exhibir su erotismo hippie (el famoso cartel de la chica india con las manos atadas a la espalda: hay versiones con y sin falda, supongo que para países con y sin censura: en la cabecera el cartel de su estreno en España en 1972, al final, el de su reestreno a principios de los ochenta). Mejor más adelante, en otra de aroma western: "Muerde la bala" de Richard Brooks.
No me creo a Peter Strauss disfrazado de soldado fronterizo, con alma de catequista y flequillo ye-ye, como recién aterrizado en pleno salvaje oeste. Su trayectoria en la pantalla grande no será gran cosa: en la pequeña se hará muy conocido como el hombre rico, junto a Nick Nolte, el hombre pobre.
No me creo el intento de comedía romántica: el amor que surge en las situaciones límite, el mundo contra dos provocando la unión sentimental imperecedera, un recurso trillado en el cine de acción de cualquier época. En las del oeste, también.
Tampoco me creo al hipermusculado jefe indio Lobo Moteado (Jorge Rivero), estampa de postal, o al no menos tópico coronel de caballería Iverson (John Anderson), tan aristocrático como despiadado: de postal también. Quizás me convenció Donald Pleasence haciendo de buhonero traficante de armas pero, tratándose de este excelente actor, lo contrario, que no me lo creyera, hubiera sido sorprendente.
Queda la masacre, la matanza del poblado de Sand Creek, un giro brutal para una película que ya había comenzado con el exterminio y el arranque de cabelleras de la columna de soldados a la que pertenecía el soldier blue. En esta revista de la película, los años no han pasado en balde: atrezo cutre para la puesta en escena de la barbarie más vil: miembros de maniquíes despedazados, despeinadas cabezas de plástico dando botes por el suelo, muñecos ensartados y mucho ketchup: los cuchillos largos con los pantalones bajados y las squaw despojadas de sus ropas. La fiesta de la violación y la muerte, tan afín a la salvaje historia de la humanidad, pasa al celuloide en una industria cinematográfica que no estaba acostumbrada a tanta violencia explicita y se proyecta para un público que no sabía quiénes eran los malos. La película es del año 1970: comparación inmediata con la guerra del Vietnam y de otra brutalidad reciente para la época: la masacre de My Lai de 1968. Las guerras son injustas y el héroe bélico es un asesino de masas.
En realidad lo que sucede con "Soldado azul" es que cuesta creerlo, pero lo peor es que casi seguro que fue verdad.
sábado, octubre 06, 2012
"Las aventuras de Tadeo Jones", de Enrique Gato
La mejor noticia de ver "Las aventuras de Tadeo Jones" se produce al leer los créditos del final de la película: en España existe una estructura empresarial e industrial adecuada para producir películas de animación y que está suficientemente consolidada como para obtener una calidad sobresaliente. Tadeo Jones además ha arrasado en taquilla desde su estreno, un éxito que se puede achacar a la intensa promoción que ha tenido la cinta producida por Mediaset (Telecinco Cinema, que lleva más de una década en la industria cinematográfica nacional) pero que en cualquier caso no será muy distinto del bombardeo comercial del que disfrutan habitualmente las películas de animación para el público infantil: niños, al cine a pasar la tarde.
Tadeo Jones y su compañera Sara Lavrof. ¿O habría que decir Indiana Jones y Lara Croft? El plagio del primero es tan evidente que sería inútil ocultarlo: al final de los créditos hay una "nota de agradecimiento" a Lucasfilm. ¿Habrá cobrado George Lucas -menudo es- sus regalías? Lo único que sería denunciable es el hecho de que el arqueólogo heroico de sombrero y látigo haya perdido todo su sex-appeal en su tránsito al cartoon. En cuanto a que Sara sea Lara, bueno, sólo hay que verla o pronunciar su nombre mientras se come un polvorón. No, no hay nota para Angelina Jolie en la película, pero igualmente desde aquí le damos las gracias. La trama también es típica y tópica: en busca de algo perdido. No se sale de lo esperable, no está mal (¡Ese golem de piedra!¡Esas momias! Bien, bien), aunque se agradecería que los chistes fueran mejores: ni José Mota doblando a uno de los personajes, Freddy, el ayudante peruano, consigue arrancarle risas a la platea llena de niños. Lo más curioso de esta cinta, partiendo de que el tal Tadeo Jones tiene pasaporte estadounidense y de que por España ni se asoma, son los detalles que resaltan el carácter hispano de la producción: el vuelo de Iberia entre Chicago y Lima (lo mismo existe: lo que es seguro es que Iberia ha puesto pasta para que salga su emblema), el utilitario que usa de tipo biscúter (¿un Isetta?), que Tadeo (con capote y montera) se ponga a torear un puma o que los malos de la película sean una empresa de cazatesoros llamada Oddyseus: ni más, ni menos: venganza en efigie para un nombre demasiado parecido a Odyssey, la compañía con la que el gobierno español mantuvo un litigio alrededor de la propiedad del tesoro de la fragata Nuestra Señora de las Mercedes. En fin, Tadeo Jones 2 ya estará en gestación, fijo.
Como decía, ya tenemos industria, ahora sólo faltan ideas.
Tadeo Jones y su compañera Sara Lavrof. ¿O habría que decir Indiana Jones y Lara Croft? El plagio del primero es tan evidente que sería inútil ocultarlo: al final de los créditos hay una "nota de agradecimiento" a Lucasfilm. ¿Habrá cobrado George Lucas -menudo es- sus regalías? Lo único que sería denunciable es el hecho de que el arqueólogo heroico de sombrero y látigo haya perdido todo su sex-appeal en su tránsito al cartoon. En cuanto a que Sara sea Lara, bueno, sólo hay que verla o pronunciar su nombre mientras se come un polvorón. No, no hay nota para Angelina Jolie en la película, pero igualmente desde aquí le damos las gracias. La trama también es típica y tópica: en busca de algo perdido. No se sale de lo esperable, no está mal (¡Ese golem de piedra!¡Esas momias! Bien, bien), aunque se agradecería que los chistes fueran mejores: ni José Mota doblando a uno de los personajes, Freddy, el ayudante peruano, consigue arrancarle risas a la platea llena de niños. Lo más curioso de esta cinta, partiendo de que el tal Tadeo Jones tiene pasaporte estadounidense y de que por España ni se asoma, son los detalles que resaltan el carácter hispano de la producción: el vuelo de Iberia entre Chicago y Lima (lo mismo existe: lo que es seguro es que Iberia ha puesto pasta para que salga su emblema), el utilitario que usa de tipo biscúter (¿un Isetta?), que Tadeo (con capote y montera) se ponga a torear un puma o que los malos de la película sean una empresa de cazatesoros llamada Oddyseus: ni más, ni menos: venganza en efigie para un nombre demasiado parecido a Odyssey, la compañía con la que el gobierno español mantuvo un litigio alrededor de la propiedad del tesoro de la fragata Nuestra Señora de las Mercedes. En fin, Tadeo Jones 2 ya estará en gestación, fijo.
Como decía, ya tenemos industria, ahora sólo faltan ideas.
domingo, septiembre 30, 2012
"Blancanieves", de Pablo Berger
A partir del archiconocido cuento de los hermanos Grimm, un cuento más popular aún gracias al clásico de animación "Blancanieves y los siete enanitos", producido por Walt Disney y estrenado en el año 1937, Pablo Berger ("Torremolinos 73" es su único largometraje de referencia: no la he visto) construye un cuento español. Y en este caso el calificativo 'español' es pleno, ya que la sustitución de personajes, desde la tradición medieval centroeuropea, se transfigura en lo más tópico y rancio de la cultura popular hispana: drama folletinesco de toreros y tonadilleras, con aditivo más o menos ingenioso de huerfanita maltratada (Cenicienta además de Blancanieves) que llega a ser la estrella de un espectáculo cómico taurino, algo parecido a "El bombero torero", aquella charlotada circense que arrancaba las carcajadas del público habitual de los ruedos y que alguna vez presencié en mi niñez: risas poco trabajadas para un slapstick patrio al que sin embargo había que echarle mucho valor para ponerlo en escena.
Con ese esquema argumental, toda precaución de acercarse a una sala de cine puede ser poca, por tanto el revuelo que ha ocasionado esta cinta (a la misma hora de la sesión en que fuimos a verla, este sábado, se postulaba como una de las favoritas a lograr la Concha de Oro del festival de San Sebastián: ganó la otra, "Dans la maison", de François Ozon: habrá que verla) en el vapuleado panorama cinematográfico nacional, se deberá a otra cosa. Será la estética la baza a calibrar: la recuperación del estado primordial del séptimo arte, su esencia fundacional, una plasmación técnica sin color ni diálogos. El cine no es más que imagen en movimiento, esa es su característica primera, y un cineasta atrevido puede lograr grandes resultados sin emplear todas las capacidades tecnológicas a su alcance: renunciar a una parte para obtener un propósito elevado. Y "Blancanieves" en ese aspecto brilla, al igual que en las actuaciones de cuatro generaciones de actrices: Ángela Molina, Maribel Verdú (estupenda malvada de opereta: ya la había visto en otra actuación de malvada pero en ese caso genuina: el cortometraje "La virgen roja" de Sheila Pye, sobre la vida de Hildegart Rodríguez), Macarena García (se ha llevado la Concha de Plata por su actuación) y la niña Sofía Oria.
Se está haciendo gran hincapié en su condición de película muda. ¿Supone una virtud o una cualidad castradora? Recuerdo "El último combate", la fantástica ópera prima de Luc Besson, una distopía futurista de ciencia ficción, rodada a principios de los ochenta, muda y en blanco y negro, o "Iceberg" de Gabriel Velázquez, sin apenas diálogos, ni explicaciones: guiones mucho más interesantes y logrados que el de "Blancanieves". La cuestión está en si volver a formas artísticas pretéritas, de hace un siglo, implican que la historia deba anclarse también a la misma época, construir la trama cogiendo temas de entonces (ya sucedía en "The Artist" de Michel Hazanavicius) y adaptándolos como si el público actual fuera el de los años veinte. Personajes simplificados de los cuentos infantiles, maniqueos y sin matices, de rápida identificación emocional: la madrastra malvada, la hijastra bondadosa. No, se puede lograr mucho más: la historia a desarrollar puede ser mucho más ambiciosa.
Afortunadamente "Blancanieves" tiene un buen final. "La parada de los monstruos" de Todd Browning cierra el telón, extrayendo de la Fiesta Nacional la necrofilia en la que se sustenta y arrojándola a la pantalla. Un final de esos que piensas: ¡Ahora! ¡Pon el FIN ahora! Y de vez en cuando te hacen caso y todo.
Con ese esquema argumental, toda precaución de acercarse a una sala de cine puede ser poca, por tanto el revuelo que ha ocasionado esta cinta (a la misma hora de la sesión en que fuimos a verla, este sábado, se postulaba como una de las favoritas a lograr la Concha de Oro del festival de San Sebastián: ganó la otra, "Dans la maison", de François Ozon: habrá que verla) en el vapuleado panorama cinematográfico nacional, se deberá a otra cosa. Será la estética la baza a calibrar: la recuperación del estado primordial del séptimo arte, su esencia fundacional, una plasmación técnica sin color ni diálogos. El cine no es más que imagen en movimiento, esa es su característica primera, y un cineasta atrevido puede lograr grandes resultados sin emplear todas las capacidades tecnológicas a su alcance: renunciar a una parte para obtener un propósito elevado. Y "Blancanieves" en ese aspecto brilla, al igual que en las actuaciones de cuatro generaciones de actrices: Ángela Molina, Maribel Verdú (estupenda malvada de opereta: ya la había visto en otra actuación de malvada pero en ese caso genuina: el cortometraje "La virgen roja" de Sheila Pye, sobre la vida de Hildegart Rodríguez), Macarena García (se ha llevado la Concha de Plata por su actuación) y la niña Sofía Oria.
Se está haciendo gran hincapié en su condición de película muda. ¿Supone una virtud o una cualidad castradora? Recuerdo "El último combate", la fantástica ópera prima de Luc Besson, una distopía futurista de ciencia ficción, rodada a principios de los ochenta, muda y en blanco y negro, o "Iceberg" de Gabriel Velázquez, sin apenas diálogos, ni explicaciones: guiones mucho más interesantes y logrados que el de "Blancanieves". La cuestión está en si volver a formas artísticas pretéritas, de hace un siglo, implican que la historia deba anclarse también a la misma época, construir la trama cogiendo temas de entonces (ya sucedía en "The Artist" de Michel Hazanavicius) y adaptándolos como si el público actual fuera el de los años veinte. Personajes simplificados de los cuentos infantiles, maniqueos y sin matices, de rápida identificación emocional: la madrastra malvada, la hijastra bondadosa. No, se puede lograr mucho más: la historia a desarrollar puede ser mucho más ambiciosa.
Afortunadamente "Blancanieves" tiene un buen final. "La parada de los monstruos" de Todd Browning cierra el telón, extrayendo de la Fiesta Nacional la necrofilia en la que se sustenta y arrojándola a la pantalla. Un final de esos que piensas: ¡Ahora! ¡Pon el FIN ahora! Y de vez en cuando te hacen caso y todo.
viernes, septiembre 21, 2012
"Breve encuentro", de David Lean
El último tren. La película del último tren.
La oportunidad que se presenta por sorpresa y que, si no se aprovecha, es muy probable que nunca más vuelva a producirse. Puede ser una oferta de cambio de trabajo, elegir la carrera universitaria (decidir entre la deseada o la conveniente), la propuesta de un viaje inesperado o, como se suele decir, la invitación a apuntarse a un bombardeo. Trenes que cada vez pasan menos: según envejecemos parece que las encrucijadas vitales, los desvíos, se vuelven más escasos y menos tentadores.
Pero el tren del que habla la película (cinta que además trascurre en gran parte en una estación: lugares de metamorfosis, en los que se espera que algo pase, que algo cambie), ese expreso nocturno al que tarde o temprano uno espera subirse, es un convoy sentimental. El gran viaje. El encuentro fortuito entre dos desposados ajenos, relación inapropiada que surge sin avisar, del modo más inesperado e inocente. Apenas un mes de preocupación extraña, cuatro jueves de citas subrepticias que detienen la vida cotidiana para transformarla en una ensoñación, en un delirio culpable: la rígida moral británica de gentes de bien, pulverizada en una aventura a hurtadillas.
Ella se confiesa a sí misma como si su conciencia fuera su esposo, como cuando en "Cinco horas con Mario", la novela de Miguel Delibes, Carmen hablaba con el cadáver sordo de su marido, propiciando el flashback que relate la historia íntima. Intenso diálogo interior, genial, soportado por la actuación formidable de Celia Johnson y Trevor Howard y reforzado por el acompañamiento continuo del Concierto Nº 2 de Rachmaninov: el anuncio poderoso de un clímax dramático que no ha de llegar, que decae sin remedio: la razón vence a la locura: la vida breve. Obra maestra.
La oportunidad que se presenta por sorpresa y que, si no se aprovecha, es muy probable que nunca más vuelva a producirse. Puede ser una oferta de cambio de trabajo, elegir la carrera universitaria (decidir entre la deseada o la conveniente), la propuesta de un viaje inesperado o, como se suele decir, la invitación a apuntarse a un bombardeo. Trenes que cada vez pasan menos: según envejecemos parece que las encrucijadas vitales, los desvíos, se vuelven más escasos y menos tentadores.
Pero el tren del que habla la película (cinta que además trascurre en gran parte en una estación: lugares de metamorfosis, en los que se espera que algo pase, que algo cambie), ese expreso nocturno al que tarde o temprano uno espera subirse, es un convoy sentimental. El gran viaje. El encuentro fortuito entre dos desposados ajenos, relación inapropiada que surge sin avisar, del modo más inesperado e inocente. Apenas un mes de preocupación extraña, cuatro jueves de citas subrepticias que detienen la vida cotidiana para transformarla en una ensoñación, en un delirio culpable: la rígida moral británica de gentes de bien, pulverizada en una aventura a hurtadillas.
Ella se confiesa a sí misma como si su conciencia fuera su esposo, como cuando en "Cinco horas con Mario", la novela de Miguel Delibes, Carmen hablaba con el cadáver sordo de su marido, propiciando el flashback que relate la historia íntima. Intenso diálogo interior, genial, soportado por la actuación formidable de Celia Johnson y Trevor Howard y reforzado por el acompañamiento continuo del Concierto Nº 2 de Rachmaninov: el anuncio poderoso de un clímax dramático que no ha de llegar, que decae sin remedio: la razón vence a la locura: la vida breve. Obra maestra.
viernes, septiembre 14, 2012
"Iceberg", de Gabriel Velázquez
La semana pasada fuimos al centro cultural "Miraltormes" (de Salamanca: ¿desde dónde si no vas a 'mirar al Tormes'?), atraídos por la proyección de esta película del año 2011, que ha sido dirigida por un paisano salmantino, y de la que había oído hablar: se estrenó el año pasado y lleva una buena trayectoria festivalera: próxima parada, San Sebastián. La cinta es un nudo de historias de adolescentes, con Salamanca y el río Tormes como espacio único de rodaje, algo que de por sí es un motivo para que los nativos del lugar nos animemos a verla. El público que acudió esa tarde a la presentación era en su mayoría mayor, tirando a jubilado, y la película era poco convencional: discurso sin palabras (también lo era el cine mudo, pero aquí no había carteles que dieran pistas). Al rato de iniciarse la sesión, la sala sufrió bajas: no será la primera vez: Terrence Malick con "El árbol de la vida" o Lars Von Trier con "Anticristo", pongo por caso. Yo tenia una señora detrás que le iba explicando la película a su vecina de butaca. 'En esta película te tienes que imaginar lo que pasa', sentenció: qué razón tenía: cine que no da muchas explicaciones, cine en que el espectador tiene que meditar, que llenar los huecos: cine que te espabila la mente, emocionante y bien realizado. Muy buena película.
El río Tormes: la corriente con sus remolinos, las arboledas trazadas con tiralíneas, las casetas de alquiler de barcas, los puentes, la piscifactoría. El rumor constante del agua en el que tantas veces nos bañamos: la orilla transitada albergando la historia, la vida. Y vivir es afrontar obstáculos: sorteas uno y ya te das de bruces con el siguiente. El iceberg es la alegoría del problema con el que topas, esos de los que a cualquiera pueden sucederle, pero que no por ello dejan de ser sorprendentes y anómalos, fuente de sufrimiento y angustia. En "Iceberg" es la muerte, la muerte ajena (claro, la propia no es un problema, al menos si lo que viene después no es algo como lo que se cuenta en "After life" de Hirokazu Koreeda), e intentar superar la pérdida, la insoportable ausencia. Pero no sólo la muerte, también la vida puede ser un enorme pedazo de hielo que amenaza con hundir el barco: el embarazo inoportuno, a destiempo, un iceberg que no pasa de largo sino que permanecerá a tu lado para siempre: quizá en este caso la montaña helada llegue a convertirse en un salvador oasis, por qué no.
Un chico y una chica, cada uno arrastrando su iceberg, se encuentran junto al río. La muerte y la vida: se las lleva la corriente. De puente a puente.
El río Tormes: la corriente con sus remolinos, las arboledas trazadas con tiralíneas, las casetas de alquiler de barcas, los puentes, la piscifactoría. El rumor constante del agua en el que tantas veces nos bañamos: la orilla transitada albergando la historia, la vida. Y vivir es afrontar obstáculos: sorteas uno y ya te das de bruces con el siguiente. El iceberg es la alegoría del problema con el que topas, esos de los que a cualquiera pueden sucederle, pero que no por ello dejan de ser sorprendentes y anómalos, fuente de sufrimiento y angustia. En "Iceberg" es la muerte, la muerte ajena (claro, la propia no es un problema, al menos si lo que viene después no es algo como lo que se cuenta en "After life" de Hirokazu Koreeda), e intentar superar la pérdida, la insoportable ausencia. Pero no sólo la muerte, también la vida puede ser un enorme pedazo de hielo que amenaza con hundir el barco: el embarazo inoportuno, a destiempo, un iceberg que no pasa de largo sino que permanecerá a tu lado para siempre: quizá en este caso la montaña helada llegue a convertirse en un salvador oasis, por qué no.
Un chico y una chica, cada uno arrastrando su iceberg, se encuentran junto al río. La muerte y la vida: se las lleva la corriente. De puente a puente.
lunes, septiembre 10, 2012
"Amor bajo el espino blanco", de Zhang Yimou
¿Una seña de autor reconocible en las películas de Zhang Yimou? El uso del color, un uso intenso que rebosa de los fotogramas: sus inicios en el cine fueron como director de fotografía. Y entre los colores posibles a incorporar en la paleta, el rojo, sin duda. "Sorgo rojo", su opera prima como director, o "La linterna roja", dos de sus películas más famosas, incorporan el color hasta en el título y no por casualidad. En "Amor bajo el espino blanco" el tono encarnado apenas pincelará el celuloide: los frutos del espino blanco, que maduran rojos porque es un árbol regado con la sangre de los mártires de la revolución; la chaqueta de ella, que es de un rojo vivo para romper con la uniformidad asfixiante de un régimen totalitario; la sangre de él, un símbolo poderoso para tender lazos indisolubles y para romperlos después.
El rojo escapa de la paleta y sin embargo lo inunda todo: la China Roja, la China Comunista, la China de Mao y su Gran Revolución Cultural: persecución política, estrangulamiento material y, mucho peor, espiritual: todos sospechosos, sentimiento de culpabilidad generalizado: control absoluto del pensamiento y del comportamiento: nadie es libre (recomendación de un cómic sobre el tema: "Una vida en China", del dibujante Li Kunwu: tiras autobiográficas).
Pero hasta el contexto social más amargo y desesperanzado no será inmune a las historias de amor. Y la que esta película pone en pantalla es tan desmesurada en cuanto a la pureza e inocencia que contiene, que el contraste con los propósitos del partido comunista chino, de que la patria sea el único objeto de amor y atención por parte del pueblo, es enorme. Lo individual frente a lo común, la devoción luchando contra la obligación: el enamoramiento entre Sun y Jing no es vía de escape, es vía principal: todo lo demás es prescindible.
Para no perderse en sumideros de cursilería, la puesta en escena debe ser convincente y las actuaciones no dejar resquicios: los síntomas de dos adolescentes enamorados, un mal común que han padecido la mayoría de habitantes del planeta y que son síntomas (ese extraño estado mental) fácilmente reconocibles, deben mostrarse sin excesos, si bien el nivel de las tonterías que cualquiera puede hacer por amor, supera muchas veces lo imaginable. En mi opinión, la película, basada en una historia real, lo consigue: el punto justo para un drama romántico implacable, tan hermoso como amargo.
Pero hasta el contexto social más amargo y desesperanzado no será inmune a las historias de amor. Y la que esta película pone en pantalla es tan desmesurada en cuanto a la pureza e inocencia que contiene, que el contraste con los propósitos del partido comunista chino, de que la patria sea el único objeto de amor y atención por parte del pueblo, es enorme. Lo individual frente a lo común, la devoción luchando contra la obligación: el enamoramiento entre Sun y Jing no es vía de escape, es vía principal: todo lo demás es prescindible.
Para no perderse en sumideros de cursilería, la puesta en escena debe ser convincente y las actuaciones no dejar resquicios: los síntomas de dos adolescentes enamorados, un mal común que han padecido la mayoría de habitantes del planeta y que son síntomas (ese extraño estado mental) fácilmente reconocibles, deben mostrarse sin excesos, si bien el nivel de las tonterías que cualquiera puede hacer por amor, supera muchas veces lo imaginable. En mi opinión, la película, basada en una historia real, lo consigue: el punto justo para un drama romántico implacable, tan hermoso como amargo.
lunes, septiembre 03, 2012
"2046", de Wong Kar Wai
Hay películas que te esperan durante años: mucho tiempo lleva el DVD de "2046" esperándome en una estantería. Supongo que la espera es debida a la expectativa correcta, a la certeza de que ver esa película producirá algo, una emoción especial que debe ser obtenida en el momento adecuado. No, no es nada trivial el asunto, si lo fuera, ¿quién querría seguir enganchado al cine? La búsqueda constante.
La referencia de esa esperanza era "Deseando amar", aquel In the mood for love que Wong Kar Wai estrenó en el año 2000 y para la que "2046" actúa a modo de segunda parte, que no de continuación: la aventura amorosa entre la señora Chan (Maggie Cheung) y el señor Chow (Tony Leung) quedó sepultada por el tiempo, un romance indiscreto, inapropiado, que en el celuloide era retratado con una sensualidad y un lirismo nada común: Wong Kar Wai halló un camino estético propio, un sello de autor imborrable que ya había quedado marcado en el mundo cinematográfico en 1994, cuando realizó "Chunking Express".
Vivimos de los recuerdos y nos alimentamos de ellos... 2046 era el número de una habitación de un hotel barato de Hong Kong, una puerta que se abría al lugar donde los dos amantes se reunían y donde Chow hallaba la inspiración para escribir: un lugar insustituible: la conexión propicia entre imaginación y pluma para volcar unas buenas líneas en un papel blanco. 2046 es donde quieres volver, y en "2046" se intentará ese retorno: Carina Lau, Ziyi Zhang, Faye Wong y Li Gong: el mejor casting del cine oriental para borrar, para remplazar a Maggie Cheung. Y si no se logra mediante relaciones infructuosas, ¿por qué no introducir una nueva dimensión en la historia, un relato de ciencia ficción con androide femenina dispuesta sin condiciones a llenar el vacío, replicante afectiva que resulte el perfecto clon?
Cine de vanguardia de fin de milenio, avanzadilla artística que recupera la moda de los años 60: boquillas, laca, brillantina, neón, trajes occidentales y vestidos orientales: elegancia escrupulosa para la noche del sábado (sin duda Wong Kar Wai tiene buen ojo para el estilo y ha hecho sus incursiones en el mundo de la publicidad). En "In the mood for love" suena insistentemente "Aquellos ojos verdes" de Nat King Cole y en "2046" es "Siboney" interpretada por Connie Francis: boleros asesinos que traen el dolor del recuerdo, viejas batallas perdidas que volverías a luchar aunque supieras, sin ninguna duda, que las volverías a perder.
La referencia de esa esperanza era "Deseando amar", aquel In the mood for love que Wong Kar Wai estrenó en el año 2000 y para la que "2046" actúa a modo de segunda parte, que no de continuación: la aventura amorosa entre la señora Chan (Maggie Cheung) y el señor Chow (Tony Leung) quedó sepultada por el tiempo, un romance indiscreto, inapropiado, que en el celuloide era retratado con una sensualidad y un lirismo nada común: Wong Kar Wai halló un camino estético propio, un sello de autor imborrable que ya había quedado marcado en el mundo cinematográfico en 1994, cuando realizó "Chunking Express".
Vivimos de los recuerdos y nos alimentamos de ellos... 2046 era el número de una habitación de un hotel barato de Hong Kong, una puerta que se abría al lugar donde los dos amantes se reunían y donde Chow hallaba la inspiración para escribir: un lugar insustituible: la conexión propicia entre imaginación y pluma para volcar unas buenas líneas en un papel blanco. 2046 es donde quieres volver, y en "2046" se intentará ese retorno: Carina Lau, Ziyi Zhang, Faye Wong y Li Gong: el mejor casting del cine oriental para borrar, para remplazar a Maggie Cheung. Y si no se logra mediante relaciones infructuosas, ¿por qué no introducir una nueva dimensión en la historia, un relato de ciencia ficción con androide femenina dispuesta sin condiciones a llenar el vacío, replicante afectiva que resulte el perfecto clon?
Cine de vanguardia de fin de milenio, avanzadilla artística que recupera la moda de los años 60: boquillas, laca, brillantina, neón, trajes occidentales y vestidos orientales: elegancia escrupulosa para la noche del sábado (sin duda Wong Kar Wai tiene buen ojo para el estilo y ha hecho sus incursiones en el mundo de la publicidad). En "In the mood for love" suena insistentemente "Aquellos ojos verdes" de Nat King Cole y en "2046" es "Siboney" interpretada por Connie Francis: boleros asesinos que traen el dolor del recuerdo, viejas batallas perdidas que volverías a luchar aunque supieras, sin ninguna duda, que las volverías a perder.
jueves, agosto 30, 2012
"Prometheus de Ridley Scott" by Licantropunk en Homines.com
Prometheus de Ridley Scott
La opinión de Licantropunk (plagiada bajo seudónimo por un infame impostor que lleva toda la vida mirándome desde el otro lado del espejo) sobre la última entrega de la saga Alien ha sido publicada en la revista Homines
(Nota: lo del plagio es broma: en realidad soy yo el que le copia a él: trastorno bipolar realimentado.)
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La opinión de Licantropunk (plagiada bajo seudónimo por un infame impostor que lleva toda la vida mirándome desde el otro lado del espejo) sobre la última entrega de la saga Alien ha sido publicada en la revista Homines
(Nota: lo del plagio es broma: en realidad soy yo el que le copia a él: trastorno bipolar realimentado.)
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jueves, agosto 23, 2012
"Half Nelson", de Ryan Fleck
Muchas películas tienen el aula como fuente de conflicto: el profesor y los alumnos, enemigos mortales: un odio secular: el maestro que me suspende, para unos; el estudiante que me amarga la vida, para otros. Un título que aparecerá en cualquier listado es "Rebelión en la aulas", de James Clavell, del año 1967, con Sidney Poitier haciendo de profesor. El propio Poitier se había sentado en el pupitre en 1955, en "Semilla de maldad", de Richard Brooks, y en esa ocasión era Glenn Ford el que aguantaba el tipo junto al encerado. Por señalar un ejemplo reciente, una de las mejores que se hayan visto: "La clase", de Laurent Cantet: el ecosistema del aula reflejado como nunca, con una naturalidad y un verismo inusuales: el día a día del horario escolar es apoyo más que suficiente para conseguir una trama sólida, sin aditivos barriobajeros.
Y aunque en "Half Nelson" sí se encuentren esos aditivos, no se celebrará el combate de costumbre: el recinto de la clase servirá al profesor Dunne, interpretado por Ryan Gosling, más de oasis que de cuadrilátero de boxeo. Los problemas de Dunne se encuentran en otro lugar, en alguna esquina, traspasando la puerta del colegio y caminando unas manzanas: dar la lección diaria de Historia a un grupo de niños de Brooklyn servirá para mantener los pies en la tierra, para dar sentido a una vida a la deriva. Una virtud de la cinta será la de evitar aspectos excesivamente descarnados o sórdidos, reflejos de marginación y pobreza, tópicos acostumbrados para cualquier película de realismo social con trasfondo escolar que se precie. Dan Dunne, el hombre blanco, es, en este caso, el necesitado de auxilio. El actor Ryan Gosling (además se topará el espectador con una grata sorpresa en el reparto, una desconocida, la joven Shareeka Epps, dándole a Gosling de forma estupenda la réplica... y la mano) brilla en su papel: las dosis adecuadas de sentido del humor y sensibilidad: nominación al Oscar: lo visto hace poco en "Drive" o en "Los idus de marzo", ya se apuntaba en 2006, sin duda.
Así que si algún profesor quiere pasarse por un colegio antes de que llegue septiembre, que pruebe a ver esta película. Igual se anima y todo. O no.
Y aunque en "Half Nelson" sí se encuentren esos aditivos, no se celebrará el combate de costumbre: el recinto de la clase servirá al profesor Dunne, interpretado por Ryan Gosling, más de oasis que de cuadrilátero de boxeo. Los problemas de Dunne se encuentran en otro lugar, en alguna esquina, traspasando la puerta del colegio y caminando unas manzanas: dar la lección diaria de Historia a un grupo de niños de Brooklyn servirá para mantener los pies en la tierra, para dar sentido a una vida a la deriva. Una virtud de la cinta será la de evitar aspectos excesivamente descarnados o sórdidos, reflejos de marginación y pobreza, tópicos acostumbrados para cualquier película de realismo social con trasfondo escolar que se precie. Dan Dunne, el hombre blanco, es, en este caso, el necesitado de auxilio. El actor Ryan Gosling (además se topará el espectador con una grata sorpresa en el reparto, una desconocida, la joven Shareeka Epps, dándole a Gosling de forma estupenda la réplica... y la mano) brilla en su papel: las dosis adecuadas de sentido del humor y sensibilidad: nominación al Oscar: lo visto hace poco en "Drive" o en "Los idus de marzo", ya se apuntaba en 2006, sin duda.
Así que si algún profesor quiere pasarse por un colegio antes de que llegue septiembre, que pruebe a ver esta película. Igual se anima y todo. O no.
domingo, agosto 19, 2012
"Mary y Max", de Adam Elliot
La amistad epistolar entre un hombre con síndrome de Asperger, incapacitado para entender las señales que recibe del medio, de sus familiares, de sus vecinos, condenado por tanto al aislamiento y a la incomunicación, y una niña con los mismos síntomas de soledad irremediable, pero en este caso no hay una enfermedad mental que sirva de coartada: unos padres ineptos y una sociedad cruel, increíblemente dotada para cebarse con el débil. Del gris neoyorquino de él al marrón australiano del pueblecito en el que vive ella. Tan lejos, tan cerca.
El humor negro anula la tendencia al drama que, dada la situación, debería destilar el celuloide, y llena las cartas que se envían durante años Mary y Max, ahogando las penas en tinta: amistad salvadora entre dos lugares opuestos del planeta, una emoción que surge del modo más inesperado: puntos de fuga: "Harold y Maude" de Hal Ashby en arcilla y sin contacto carnal. Stop motion (qué paciencia: siempre que veo una película realizada con esta técnica, me parece un prodigio) para animar personajes de plastilina necesitados de toda la emoción posible y unos decorados gruesos, de trazo rotundo, en una historia poco inclinada hacia la cursilería y a la corrección sentimental y sí hacia el vapuleo biempensante: los renglones torcidos no tienen por qué ser enderezados. Esta película era una deuda pendiente, mucho tiempo en espera, pero una espera que mereció la pena.
El humor negro anula la tendencia al drama que, dada la situación, debería destilar el celuloide, y llena las cartas que se envían durante años Mary y Max, ahogando las penas en tinta: amistad salvadora entre dos lugares opuestos del planeta, una emoción que surge del modo más inesperado: puntos de fuga: "Harold y Maude" de Hal Ashby en arcilla y sin contacto carnal. Stop motion (qué paciencia: siempre que veo una película realizada con esta técnica, me parece un prodigio) para animar personajes de plastilina necesitados de toda la emoción posible y unos decorados gruesos, de trazo rotundo, en una historia poco inclinada hacia la cursilería y a la corrección sentimental y sí hacia el vapuleo biempensante: los renglones torcidos no tienen por qué ser enderezados. Esta película era una deuda pendiente, mucho tiempo en espera, pero una espera que mereció la pena.