Cualquiera al que le pregunten que en qué género cinematográfico encuadraría la película "Río Grande" de John Ford, respondería, muy probablemente, que "Río Grande" es un clásico del llamado cine del oeste, pero si apartamos los árboles, entendidos como esos trazos argumentales que se prodigan y reconocen en muchos de los retratos fordianos (el suboficial paternalista y cascarrabias, el doctor dipsómano -aunque alcohólicos son casi todos los personajes masculinos del reparto, incluyendo en la adicción a la botella al propio director-, la acostumbrada pelea a puño limpio, los rotundos paisajes de Utah, las increíbles acrobacias a caballo de los especialistas, el odio mortal a los indios), nos dejarán contemplar que en lo profundo del bosque anida una cinta romántica, una historia familiar de separación provocada por la reciente Guerra de Secesión estadounidense, drama íntimo que trasciende desde el fuera de plano y desemboca en un rencuentro fronterizo y sorpresivo, un certero impacto sentimental que se afloja acunado por las baladas al gusto de la época que salpican el metraje (¿no será esta película un musical?) y que atraviesa a una pareja protagonista mítica, la formada por Maureen O'Hara y John Wayne, actores extraordinarios, en esta producción juntos por vez primera, caracteres fuertes que tatúan los fotogramas en los que aparecen y que harán sonreír al espectador con los enredos de una inocente tensión sexual disimulada cómicamente por las exigencias del código Hays y porque, ante todo, la venganza, esa cualidad primordial del wéstern, defendida en este caso por el ansia de cruzar la frontera hacia México marcada por el río Grande (o Bravo, si se mira desde la orilla sur), paso del Rubicón empujado por el impulso irrefrenable de conquista y exterminio que dominó la historia del Far West de raíz anglosajona, parece ocupar un segundo plano en esta trama o, al menos, un cauce paralelo y en el que apetece menos bañarse.
Y por eso es tan grande el cine de John Ford, porque películas que de primeras se caracterizan por tener un fin obvio, admiten, sin embargo, subtramas que verdaderamente las convierten en celuloides inmortales.
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