Cinta uruguaya del año 2004 que se alzó con el premio Goya a la mejor película iberoamericana y que se había quedado apuntada en la memoria, como tantas otras, esperando su momento. Película parca en diálogos: sus protagonistas aparecen como personajes grises, tímidos, incapacitados para nada que no sea la atadura de la costumbre, el alivio del hábito, la cárcel salvadora de la tarea laboral y el horario monótono: no comunicarán al espectador, en ningún momento, mediante una ansiada declaración o monólogo o arrebato pasional al uso en las artes escénicas, la profundidad, si la hubiera, de sus anhelos sentimentales. Todo debe extraerse de una puesta en escena prodigiosa, una ambientación extraordinaria por decadente y plomiza que nos insinúa lo que podemos llegar a conocer del inusitado ménage à trois formado por Jacobo, Marta y Herman.
Los hermanos Jacobo y Herman Koller (Andrés Pazos y Jorge Bolani), dueño cada uno de una fábrica de calcetines de distinto estilo y éxito, uno en el terruño uruguayo, el otro emigrado a Brasil (siempre parece que le va mejor al que se va, al aventurero, al emprendedor: siempre parece más triste el que se queda en la estación despidiendo al viajero), presentan una rivalidad arquetípica que se realza mediante la introducción de una modesta empleada de Jacobo, Marta (Mirella Pascual), fiel de una balanza que permite al observador dilucidar acerca de la psicología recóndita de los caracteres presentados, del peso que el pasado o la familia o los traumas arrastrados, ejercen en las condiciones del presente: esclarecer si el tacaño redomado puede convertirse en el ser más generoso, el amor platónico silencioso en un romance consumado o, sobre todo, si el lastre de la cotidianidad llegará algún día a romperse en mil pedazos. Y, como en muchas de las mejores películas, sembrar los fotogramas de preguntas, que no de certezas, para que cada cual, cada uno de nosotros, sea un personaje más en busca de sus propias respuestas.
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