Llegaba de nuevo la gala de entrega de los premios Goya, un evento anual que no me suelo perder y, de nuevo también, llegaba sin haber visto apenas uno o dos de los títulos que atesoraban alguna nominación, carencia cinéfila por mi parte que, me temo, se repite en los últimos años y cuya causa se balancea entre el desinterés por la mayoría del cine español actual y la falta de oportunidad de contemplarlo.
Decidí ponerme al día con dos de las cintas que tenía más a mano (de la mano del mando a distancia) y que eran "Adú" de Salvador Calvo y "Black Beach" de Esteban Crespo: películas que compartían la singular condición de africanistas y que en lo que respecta a "Adú", primus inter pares en cuanto al número de cabezas de Goya capaz de recolectar: la más del año en nominaciones, pero en estos premios eso puede significar nada o muy poco a la hora de alcanzar la ansiada lista final de ganadores: cabezones jibarizados.
Primero vi "Adú" y tengo que reconocer que durante el primer tramo de proyección fueron múltiples las tentaciones de parar el rollo y pasar a otra película, sonrojado ante un guion tan plano. Sin embargo aguanté como el cinéfilo entregado que me considero (con peores fotogramas me he topado muchas veces y llegué hasta el alivio salvador del "The End") y el metraje fue capaz de ofrecer algunos buenos momentos. "Adú" es una historia de vidas cruzadas con tres cauces: un niño que quiere llegar a España, un guardia civil de los que vigilan la valla de Melilla y un filántropo animalista que tiene una hija drogadicta (o algo así). Esta última será la trama más atractiva de las tres, solo sea porque esta interpretada por Luis Tosar y Anna Castillo y parezca la menos sensacionalista, efectista o simplista del trio. Aunque también lo sea.
"Black Beach" encabeza el título de la entrada del blog por la sencilla razón de que me gustó más. Tiene su enjundia esta intriga que discurre por la cloacas de la política internacional, protagonizada de modo convincente por Raúl Arévalo, especie de Jason Bourne de ONG sin licencia para matar pero sobrado de pundonor. Impíos dictadores africanos, voraces multinacionales petrolíferas y altos funcionarios maquiavélicos aderezan un potaje de buena digestión en la que el condimento castizo lo aporta Candela Peña haciendo, como de costumbre, de Candela Peña. Dos cintas para una tarde pregoyesca que al menos sirvieron para poner el foco del espectador en África, olvidado vecino de abajo de todo el mundo. Excepto de los chinos, claro.
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