En la entrada anterior, dedicada a "Hasta el último hombre" de Mel Gibson, comentaba la posibilidad de que su antibelicismo fuera puesto en duda ante otras secuencias plenas de ardor guerrero. No será así con "Mandarinas", pacifista desde el nombre: ese humilde fruto que no se mete con nadie, tan fácil de pelar. "Mandarinas" recuerda a otras películas que juntan a dos enemigos mortales en un mismo espacio, obligando de ese modo al conocimiento mutuo, pues al que es sencillo matar es al adversario anónimo, no así a aquel al que se reconoce: bien lo sabe Tarantino, ocupando en sus películas media cinta en la presentación de todo el reparto al que se va cepillar en la segunda mitad del metraje, provocando así cierta empatía en el público: aunque el cadáver lo sea con todo merecimiento. De esos títulos que formarían un subgénero, asoma en la memoria "En tierra de nadie" de Danis Tanovic, película del año 2001 en la que un serbio y un bosnio comparten desamparo, o, mucho más atrás, viajando al año 1985, aunque hacia el futuro en el que todo es posible de la ciencia ficción, un humano y un draco (aquellos lagartos extraterrestres de la serie "V", tan familiares, saltando a otros guiones estelares) se convierten en pareja de robinsones espaciales en "Enemigo mío" de Wolfgang Petersen.
Para "Mandarinas", el telón de fondo lo da la Guerra de Abjasia, uno más de los conflictos territoriales que se produjeron a principios de los años 90, cuando la U.R.S.S. renunció a cumplir con su parte de la Guerra Fría y multitud de repúblicas, ya fueran caucásicas, bálticas o esteparias, destrozaron la asignatura de geografía para los restos. Aquellos conflictos, algunos de los cuales siguen dando guerra en el telediario, no solo eran para establecer una pretendida soberanía sobre el trozo de planeta que cada cual, en su imbecilidad, aspira a delimitar como estado, sino que, peor aún, se convertían en conflictos étnicos que perseguían la aniquilación del otro, del vecino que reza a un dios diferente o que tiene un bisabuelo nacido en un país distinto: la manipulación del pueblo para inventarle amenazas, némesis diabólicas que vendrán a robarle el pan, violar su descendencia y escarbar en sus cementerios.
Un georgiano y un checheno a la greña y en medio la figura de Ivo, un estonio, reeditando los chistes de múltiples nacionalidades que nos contaban de pequeños y donde el más sagaz siempre era el español. Ahora lo será Ivo, la cordura entre tanta vesania homicida, la espiral de violencia inducida por sentimientos cuarteleros de camaradería, emociones fáciles para que la muerte de un compañero, band of brothers, genere imparables ansias de venganza. Todo ello relatado estupendamente en esta producción estonia, multipremiada y alabada internacionalmente, reconocimientos artísticos que alimentan demagogias y condenas para que ningún conflicto, en cualquier parte del mundo, sea olvidado. Arreglarlo ya sería mucho pedir.
Mr. Licantropunk, otro titulo a visionar. Saludos.
ResponderEliminarLa larga lista.
EliminarLa tengo pendiente de ver. Cuando pase la locura Navideña, recuperaré títulos que tengo apuntados en una libreta!
ResponderEliminarSaludos!
Pues no son malas fechas las Navidades, y sus largas noches festivas, para tachar títulos pendiente.
EliminarPelo mi cerebro mandarino para calificar esta crítica y sólo me quedo con un gajo: magistral. Saludos.
ResponderEliminarMuchas gracias, Angelus. Así da gloria.
EliminarMi querido Licantropunk, mucho me emocionó esta película... sencilla y contando cosas muy complejas.
ResponderEliminarBeso
Hildy
O quizás lo que se cuenta es también algo muy simple: ama, ama y ¡ensancha el alma!
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