jueves, noviembre 27, 2014
"Tres monos", de Nuri Bilge Ceylan
Tres monos, oír, ver y callar, una familia compuesta por tres personas, ella, él y el niño, un niño que ya es grande, todo un hombre, y que estudia y que debería aprobarlo todo para tener un futuro mejor que el presente de sus padres, pinche de cocina ella y chófer él, conductor y trusted man para un político turco que se ve envuelto en un turbio asunto, un marrón muy grande, marrón oscuro casi negro, que el chófer está dispuesto a comerse para seguir siendo el chófer, pero también para ganar un dinero extra, a ver si así la balsa de náufrago en la que vive junto a su familia se convierte en yate, sueños descabellados, y abandona, al fin, las rompientes de la pobreza, repitiéndose el sempiterno cuento de la lechera que, como siempre, acabará con el cántaro roto en mil pedazos sobre el suelo yermo y la leche derramada, pues el diablo está pendiente de todos los pactos secretos, oliendo a azufre y guardando la puerta del infierno, y Nuri Bilge Ceylan cuenta esta historia con la maestría que ya me ha demostrado en "Los climas" o en "Érase una vez en Anatolia", empleando las palabras justas para no interrumpir los más elocuentes silencios, poca palabrería mas muchos gestos, asentando que la imagen es la protagonista mayor del Arte de hacer cine, que el ambiente creado con sabiduría cinéfila es capaz de transmitir emociones de una manera rotunda, sin necesitar músicas ni abundar en explicaciones pero dejando todo muy claro, y que Turquía puede ser un país tan cinematográfico como cualquier otro. O incluso más.
domingo, noviembre 23, 2014
"Interstellar", de Christopher Nolan
En los días en los que el módulo de aterrizaje Philae ha alcanzado la superficie de un cometa (módulo enviado desde la sonda Rosetta, una misión iniciada hace diez años y que lleva la firma de la Agencia Espacial Europea: ¡chúpate esa, NASA!) y lo espacial vuelve a tomar protagonismo en los telediarios, llega "Interstellar" a los cines. Con el fin de la Guerra Fría (el 25 aniversario de la caída del muro de Berlín también se celebra este noviembre: remember, remember: como para olvidarlo) la carrera espacial comenzó a ralentizar su ritmo, entrando en el estado de crionización de un viajero... interestelar. El interés político cedió paso exclusivamente al científico y, desgraciadamente, al económico: si no hay guerra de las galaxias no hay pasta para viajar a otros mundos.
Nos queda el cine, siempre nos quedarán guionistas que miren hacia el cielo nocturno. Christopher Nolan firma el guión de "Interstellar" (junto a su hermano Jonathan) y vuelve a dejar patente su afición por los puzles: miren ese tatuaje del brazo y recuerden "Memento", fijen su mirada en esa peonza y "Origen" volverá a la memoria. En el caso de "Interstellar" habrá que echar mano de los recursos argumentales que las teorías de Albert Einstein, en forma de paradojas insensatas, posó en la sabiduría popular para hacer algo más comprensible el tremendo bagaje matemático de sus estudios. Todo está permitido más allá de las fronteras del conocimiento establecidas por las leyes físicas: el horizonte de sucesos es la última tierra de los sueños: aventura y ciencia: gravedad y relatividad. Los agujeros de gusano como túneles que necesariamente han de llevar a alguna parte, un lugar que además debe ser extraordinario. Nolan también ha recorrido un montón de agujeros de gusano: los que conectan la herencia del celuloide sci-fi de sus antecesores. La primera que apareció viendo "Interstellar" fue "Encuentros en la tercera fase" de Steven Spielberg, o cómo llegar al lugar donde uno lleva toda la vida destinado a estar. O "Armageddon" de Michael Bay, padres que deben salvar el mundo dejando a sus hijas atrás; además el tono chulesco y sobrado de la actuación de Matthew McConaughey no queda muy alejado del de un tal Bruce Willis. Por supuesto "Contact" de Robert Zemeckis (o mejor, de Carl Sagan, aunque la muerte precoz del astrónomo impidió que pudiera ver en el cine la adaptación cinematográfica de su novela: igual así se evitó un disgusto) donde el propio McConaughey tenía un papel protagonista: McConaughey entonces que no es el McConaughey de ahora: esa sí que es una buena paradoja de los gemelos, ese sí que es Lazarus.
Y para ahondar en la lista de películas "Prometheus" de Ridley Scott, "Planeta rojo" de Antony Hoffman, "Moon" de Duncan Jones, "Gravity" de Alfonso Cuarón, etc.
Claro, también voy a mencionarla, cómo no: "2001: Una odisea del espacio" de Stanley Kubrick. ¿Acaso el robot TARS, que tiene en sus circuitos la impronta de aquel HAL, esquizofrenia campando a sus anchas por chips de memoria, no es un "monolito con patas"? Entes cibernéticos rebelados contra las leyes de Asimov, otro recurso muy utilizado en el género. En "Interstellar" se mueve la entrada a otros mundos desde Júpiter a Saturno, y se dan muchas explicaciones frente a la sutilidad desnuda de "2001", pero la guía turística empleada en el viaje será la misma o al menos parecida. La suite despojada en la que reposaba el astronauta Dave no es la biblioteca mensajera de Cooper pero el punto del mapa con la equis encima varía poco. En cuanto a personajes, el Dave de Kubrick era un hombre sin pasado, sin ataduras sentimentales, frío en su temperamento: él mismo podría haber sido un androide, un replicante, y no se hubiera notado la diferencia: un hombre con una misión programada. Cooper es todo lo contrario de Dave: pasional y con fuertes anclas terrestres: más interesado por el pasado que por descubrir el siguiente escalón de la evolución humana. Y dotado de la mirada un tanto alucinada e inquietante del McConaughey actual, ese que viajó al pasado y se asesinó a sí mismo, esa mirada que no se sabe bien si es fruto de la actuación o si hay un punto de locura asomando tras la pupila... El hombre que mató a McConaughey.
La nave Endurance se aleja de Spielberg y se adentra en la alargada sombra de Kubrick, sombra que en vez de oscurecer ilumina y lleva a la película a sus mejores momentos: menos sentimentalismo, más trascendencia. Que nadie espere ver un documental de ciencia, a pesar de que el prestigioso físico Kip Thorne ha sido asesor científico de la aventura y se nota en la producción cierto esfuerzo por mantenerse dentro de los cauces académicos (me comentaba mi amigo Guillermo que eso de que la lanzadera necesitara de unos cohetes Saturno V para escapar de la gravedad terrestre y que en el resto de planetas visitados entrara y saliera de su atmósfera como si tal cosa, era algo realmente prodigioso...). "Interstellar" es una película sometida a los códigos cinematográficos de tantos otros filmes de ficción científica anteriores. Drama y épica: la Tierra en peligro y, cómo no, un yanki dispuesto al sacrificio supremo para salvar el mundo, ay: no preguntes lo que tu país puede hacer por ti y todo ese rollo patriótico, un vicio argumental facilón para que el espectador (sobre todo el estadounidense) se identifique rápidamente con los propósitos de la empresa: una treta que Kubrick y Tarkovsky (¿he mencionado "Solaris"? Pues no y no me parece) nunca hubieran consentido. Los motores a toda potencia para escapar de la atracción irresistible que ejerce el agujero negro de la comercialidad y poner rumbo hacia lo mejor que tiene la película, a lo que en realidad se debe valorar dentro de sus casi tres horas de proyección, lapso de tiempo que se pasa en un suspiro: será que el tiempo es relativo y se pliega sobre sí mismo, sobre todo cuando se pasa bien.
Volver a mirar hacia las estrellas en una época en que la mediocridad de la codicia que domina el mundo produce una náusea insoportable.
Nos queda el cine, siempre nos quedarán guionistas que miren hacia el cielo nocturno. Christopher Nolan firma el guión de "Interstellar" (junto a su hermano Jonathan) y vuelve a dejar patente su afición por los puzles: miren ese tatuaje del brazo y recuerden "Memento", fijen su mirada en esa peonza y "Origen" volverá a la memoria. En el caso de "Interstellar" habrá que echar mano de los recursos argumentales que las teorías de Albert Einstein, en forma de paradojas insensatas, posó en la sabiduría popular para hacer algo más comprensible el tremendo bagaje matemático de sus estudios. Todo está permitido más allá de las fronteras del conocimiento establecidas por las leyes físicas: el horizonte de sucesos es la última tierra de los sueños: aventura y ciencia: gravedad y relatividad. Los agujeros de gusano como túneles que necesariamente han de llevar a alguna parte, un lugar que además debe ser extraordinario. Nolan también ha recorrido un montón de agujeros de gusano: los que conectan la herencia del celuloide sci-fi de sus antecesores. La primera que apareció viendo "Interstellar" fue "Encuentros en la tercera fase" de Steven Spielberg, o cómo llegar al lugar donde uno lleva toda la vida destinado a estar. O "Armageddon" de Michael Bay, padres que deben salvar el mundo dejando a sus hijas atrás; además el tono chulesco y sobrado de la actuación de Matthew McConaughey no queda muy alejado del de un tal Bruce Willis. Por supuesto "Contact" de Robert Zemeckis (o mejor, de Carl Sagan, aunque la muerte precoz del astrónomo impidió que pudiera ver en el cine la adaptación cinematográfica de su novela: igual así se evitó un disgusto) donde el propio McConaughey tenía un papel protagonista: McConaughey entonces que no es el McConaughey de ahora: esa sí que es una buena paradoja de los gemelos, ese sí que es Lazarus.
Y para ahondar en la lista de películas "Prometheus" de Ridley Scott, "Planeta rojo" de Antony Hoffman, "Moon" de Duncan Jones, "Gravity" de Alfonso Cuarón, etc.
Claro, también voy a mencionarla, cómo no: "2001: Una odisea del espacio" de Stanley Kubrick. ¿Acaso el robot TARS, que tiene en sus circuitos la impronta de aquel HAL, esquizofrenia campando a sus anchas por chips de memoria, no es un "monolito con patas"? Entes cibernéticos rebelados contra las leyes de Asimov, otro recurso muy utilizado en el género. En "Interstellar" se mueve la entrada a otros mundos desde Júpiter a Saturno, y se dan muchas explicaciones frente a la sutilidad desnuda de "2001", pero la guía turística empleada en el viaje será la misma o al menos parecida. La suite despojada en la que reposaba el astronauta Dave no es la biblioteca mensajera de Cooper pero el punto del mapa con la equis encima varía poco. En cuanto a personajes, el Dave de Kubrick era un hombre sin pasado, sin ataduras sentimentales, frío en su temperamento: él mismo podría haber sido un androide, un replicante, y no se hubiera notado la diferencia: un hombre con una misión programada. Cooper es todo lo contrario de Dave: pasional y con fuertes anclas terrestres: más interesado por el pasado que por descubrir el siguiente escalón de la evolución humana. Y dotado de la mirada un tanto alucinada e inquietante del McConaughey actual, ese que viajó al pasado y se asesinó a sí mismo, esa mirada que no se sabe bien si es fruto de la actuación o si hay un punto de locura asomando tras la pupila... El hombre que mató a McConaughey.
La nave Endurance se aleja de Spielberg y se adentra en la alargada sombra de Kubrick, sombra que en vez de oscurecer ilumina y lleva a la película a sus mejores momentos: menos sentimentalismo, más trascendencia. Que nadie espere ver un documental de ciencia, a pesar de que el prestigioso físico Kip Thorne ha sido asesor científico de la aventura y se nota en la producción cierto esfuerzo por mantenerse dentro de los cauces académicos (me comentaba mi amigo Guillermo que eso de que la lanzadera necesitara de unos cohetes Saturno V para escapar de la gravedad terrestre y que en el resto de planetas visitados entrara y saliera de su atmósfera como si tal cosa, era algo realmente prodigioso...). "Interstellar" es una película sometida a los códigos cinematográficos de tantos otros filmes de ficción científica anteriores. Drama y épica: la Tierra en peligro y, cómo no, un yanki dispuesto al sacrificio supremo para salvar el mundo, ay: no preguntes lo que tu país puede hacer por ti y todo ese rollo patriótico, un vicio argumental facilón para que el espectador (sobre todo el estadounidense) se identifique rápidamente con los propósitos de la empresa: una treta que Kubrick y Tarkovsky (¿he mencionado "Solaris"? Pues no y no me parece) nunca hubieran consentido. Los motores a toda potencia para escapar de la atracción irresistible que ejerce el agujero negro de la comercialidad y poner rumbo hacia lo mejor que tiene la película, a lo que en realidad se debe valorar dentro de sus casi tres horas de proyección, lapso de tiempo que se pasa en un suspiro: será que el tiempo es relativo y se pliega sobre sí mismo, sobre todo cuando se pasa bien.
Volver a mirar hacia las estrellas en una época en que la mediocridad de la codicia que domina el mundo produce una náusea insoportable.
domingo, noviembre 16, 2014
Ensayo. "Historia del cine", de Román Gubern
La persona que recuerda todas las fechas y que me hace todos los regalos me trajo hace unos días uno realmente bueno. Ya me regaló hace años un libro que tenía exactamente el mismo nombre, "Historia del cine", escrito aquel por Mark Cousins, autor que se volvió más adelante popular para toda la cinefilia mundial al ponerle la firma, en el año 2011, como director y presentador, a la serie documental "La historia del cine: una odisea" (basada en lo que contaba en el libro), que en quince entregas daba una visión bastante completa de lo que ha sido el arte del cine desde sus orígenes, poniendo énfasis además en cinematografías locales menos conocidas pero no por ello menos importantes.
Veremos qué senderos recorre ésta que cuenta Román Gubern, un tocho de un tamaño manejable que tuvo su primera edición en 1969 y que ha sido posteriormente reeditado en varias ocasiones, hasta llegar al volumen que tengo delante de mí. Si Román Gubern, nacido en 1934, ya fue capaz de escribir un referente clásico en la materia cuando contaba con treinta y pocos años, es posible asumir que, 45 años después y una vez convertido en referente el propio nombre de Román Gubern, lo que se cuente en esta "Historia del cine" no ha de ser un escrito desdeñable, sino unas páginas de las que sientan cátedra. Cine y cómic, dos materiales en los que el Sr. Gubern ha demostrado ser primer experto nacional, un escritor digno de figurar en cualquier bibliografía sobre el tema y una opinión a tener muy en cuenta. ¿Cómo no te voy a querer?
Cuando hace años me ponía a leer un libro de este tipo, mi atención se distraía hacia títulos ignotos y directores desconocidos. Esas lagunas, mare tenebrosum, tan atrayentes como opacas, se han vuelto territorio transitado con el tiempo: la búsqueda realizada y el ánimo de seguir buscando, apoyado en cartografías como la de Román Gubern: una excusa para seguir viendo y descubriendo. El cine no se acaba nunca.
miércoles, noviembre 05, 2014
"Dos días, una noche", de Jean-Pierre y Luc Dardenne
Los caracteres generados por la imaginación cinematográfica de los directores belgas Jean-Pierre Dardenne y Luc Dardenne, presentan una cualidad común, que es la de tratarse de personajes en movimiento constante: hijos del agobio que se patean la ciudad de punta a punta buscando algo, persiguiendo un afán que se antoja indispensable, una cuestión de supervivencia que hay que resolver sí o sí. Ese rasgo, esa firma, es detectable en "Rosetta", "El hijo", "El niño", "El silencio de Lorna", "El niño de la bicicleta" y lo continúa siendo en "Dos días, una noche", cinta en la que hasta su título funciona como una cuenta atrás, un plazo que se agota, quizás una condena: un no parar.
Los trabajos de Hércules parecerán sencillos en comparación con la tarea que tiene que afrontar Sandra, interpretada por Marion Cotillard, actriz que ya tuvo ocasión de ponerse en la piel de una persona obligada a combatir las desgracias que la perra vida arroja en el camino en "De óxido y hueso" de Jacques Audiard. Y tanto en aquella como en "Dos días, una noche" sale más que airosa del trance: excelente actriz. De la desdichada Stéphanie de la película de Audiard a la no menos desgraciada Sandra: limitación y depresión. La fuente de problemas será esta vez más cotidiana, más al alcance de cualquiera, desgraciadamente, un ejemplo del perpetuo conflicto empresa-empleado que, en un infame juego de trileros, se torna conflicto empleado-empleado: no te echo yo, el jefe, sino aquellos Judas y sus treinta monedas, esos a los que llamabas compañeros: otra vuelta de tuerca a la esquizofrenia empresarial: al obrero despedido no le queda ni el consuelo de que al patrono le remuerda la conciencia o se le caiga la cara de vergüenza. Privatizar beneficios y socializar pérdidas, que la gráfica debe ascender siempre, sin dar cabida a ninguna clase de piedad: capitalismo homicida.
El cine en tiempos de crisis contemplado desde la óptica magistral de los hermanos Dardenne, exponentes supremos del cinéma vérité europeo actual. El espectador (al menos el mínimamente dotado para la empatía) no puede evitar experimentar como propia la angustia vital de Sandra, su pérdida de esperanza, al verse sumida en un callejón que parece sin salida. No es mendigar, le dicen. En realidad lo malo no es pedir ayuda, no, sino asistir indefenso al derrumbe de las convicciones de justicia social que uno ha levantado como fuertes columnas en las que sostener su moral a lo largo de una vida. Esa sí sería la derrota más cruel, la más devastadora e injusta.
Siempre hay un camino. The setting sun will always rise again, o, como se diría aquí, amanece, que no es poco.
Don't give up.
Los trabajos de Hércules parecerán sencillos en comparación con la tarea que tiene que afrontar Sandra, interpretada por Marion Cotillard, actriz que ya tuvo ocasión de ponerse en la piel de una persona obligada a combatir las desgracias que la perra vida arroja en el camino en "De óxido y hueso" de Jacques Audiard. Y tanto en aquella como en "Dos días, una noche" sale más que airosa del trance: excelente actriz. De la desdichada Stéphanie de la película de Audiard a la no menos desgraciada Sandra: limitación y depresión. La fuente de problemas será esta vez más cotidiana, más al alcance de cualquiera, desgraciadamente, un ejemplo del perpetuo conflicto empresa-empleado que, en un infame juego de trileros, se torna conflicto empleado-empleado: no te echo yo, el jefe, sino aquellos Judas y sus treinta monedas, esos a los que llamabas compañeros: otra vuelta de tuerca a la esquizofrenia empresarial: al obrero despedido no le queda ni el consuelo de que al patrono le remuerda la conciencia o se le caiga la cara de vergüenza. Privatizar beneficios y socializar pérdidas, que la gráfica debe ascender siempre, sin dar cabida a ninguna clase de piedad: capitalismo homicida.
El cine en tiempos de crisis contemplado desde la óptica magistral de los hermanos Dardenne, exponentes supremos del cinéma vérité europeo actual. El espectador (al menos el mínimamente dotado para la empatía) no puede evitar experimentar como propia la angustia vital de Sandra, su pérdida de esperanza, al verse sumida en un callejón que parece sin salida. No es mendigar, le dicen. En realidad lo malo no es pedir ayuda, no, sino asistir indefenso al derrumbe de las convicciones de justicia social que uno ha levantado como fuertes columnas en las que sostener su moral a lo largo de una vida. Esa sí sería la derrota más cruel, la más devastadora e injusta.
Siempre hay un camino. The setting sun will always rise again, o, como se diría aquí, amanece, que no es poco.
Don't give up.
sábado, noviembre 01, 2014
"The Lords of Salem", de Rob Zombie
El que tenga inteligencia, calcule el número
de la bestia salvaje, porque es número de hombre;
y su número es seiscientos sesenta y seis.
Brujería, akelarres y adoradores de Satán. Cultos perseguidos que han alimentado las fantasías, los miedos y los fanatismos del populacho desde siempre, al menos desde que el sol se ocultó por primera vez detrás del horizonte: fundido a negro. "Häxan: La brujería a través de los tiempos", película del año 1922 del director danés Benjamin Christensen (que se puede ver aquí), pone de manifiesto que el tema también le interesó al camarógrafo de los orígenes del cine. Y aunque "The Lords of Salem" haya sido rodada 90 años después, en lo esencial la trama ha variado poco: el manual del inquisidor y los legajos de los juicios contra las brujas del siglo XVII siguen siendo la base del argumento, una trama que suele derivar en la venganza sobre los descendientes de aquellos implacables verdugos o en el intento de re-engendrar, por enésima vez, al hijo del diablo. El catálogo cinematográfico brujeril es ingente y cada guionista habrá sabido o no aportar su parte: "Dies irae" de Carl T. Dreyer, "La semilla del diablo" de Roman Polanski, "La máscara del demonio" de Mario Bava, "Suspiria" de Dario Argento, "La profecía" de Richard Donner, etc.
Si en "The Lords of Salem" no se aprecia un guión rompedor, habrá que valorar, en su caso, la estética, una característica fundamental en el género fantástico y de terror. El director Rob Zombie formó parte en los años 80 de un grupo de heavy metal llamado White Zombie (como la película de 1932 dirigida por Victor Halperin y protagonizada por Bela Lugosi; también se puede ver en Internet: en la página web https://archive.org/details/moviesandfilms se pueden encontrar miles de películas que han pasado a dominio público), banda metalera que incluía en sus canciones múltiples referencias a la cultura cinéfila de serie B. De ahí a realizador de cine, hacia una carrera aterradora que parece ser bastante apreciada entre los entendidos del género, entre los cuales no me puedo incluir. Así que desde mi bisoñez en las películas de Mr. Zombie sólo puedo considerar que se nota que procede del mundo de la música (la melodía chamánica de un extraño disco es el Macguffin que pone en marcha la acción), que el estilo de los videoclips de la banda Marilyn Manson no ha caído en saco roto y que ambientar la cinta en la ciudad de Salem, cercana a Boston, tristemente célebre por los procesos judiciales llevados a cabo en 1692 para juzgar delitos de brujería (donde al parecer los condenados no perecieron quemados en una pira, sino que fueron ahorcados: no queda igual de resultón en pantalla), es un recurso manido y trillado hasta la saciedad.
Y, sin embargo, algo tiene la película. Quizás esa teatralidad desmedida que la domina, la imagen circense y la puesta en escena elaborada, sean un signo de los tiempos, tan asentado en la moda y en el rock más lúgubre, que uno no puede por menos que sentirse fascinado ante tanto barroquismo.
Víctimas del audiovisual, esclavos del soporte magnético, fieles seguidores del tubo catódico... ¡Arrepentíos!