El toque Spielberg.
Sin quitarle ningún mérito al que figura como director de esta película, J. J. Abrams, que creo que ha hecho un gran trabajo y del que seguro que sus losties encuentran múltiples referencias en esta cinta (yo de "Perdidos" sólo vi hasta que encuentran una alcantarilla -¡escotilla, atontado!- en medio de la selva: me pareció que la historia era demasiado tramposa, que en el guión se iba a meter lo que se quisiera cuando se quisiera y uno no se lo puede poner tan fácil), a mi entender la lista de referentes debe componerse con lo que lleva el sello del productor de "Super 8", Steven Spielberg. Las más evidentes serán "Encuentros en la tercera fase", "E.T. el extraterrestre", "Los Goonies" o "La guerra de los mundos". Pero también "El imperio del Sol". O también "Indiana Jones y el Templo Maldito". O, claramente, "Parque Jurásico". Y después, por supuesto, añadir las películas de zombis de George A. Romero como "La noche de los muertos vivientes" o "El amanecer de los muertos", inspiración fija del cortometraje que se está rodando dentro de "Super 8" (un dato mencionado al principio de la película permite situar con certeza la época reproducida en pantalla: el accidente de la central nuclear de Three Mile Island del año 1979, fecha posterior a los títulos apuntados de Romero: a Romero además se le hace una mención nítida durante los créditos del final: no se levanten del asiento hasta que se encienda la luz de la sala). Porque aquí abunda el metacine: una película dentro de otra película, un homenaje a los modestos inicios de cualquier cineasta moderno que, empuñando una cámara casera de vídeo y con toneladas de ilusión, dedicación e imaginación (y amigos entregados), realiza sus primeros trabajos: inocentes pero totalmente necesarios. Y una película lleva a otra película: el pequeño rodaje de una de terror encadena con una superproducción de ciencia ficción: así se empieza pero así puede que termines. "Super 8" resume a un cineasta que siempre dejó entrever influencias del cine de género, de serie B, de aventuras, de marcianos, la formación de una conciencia cinematográfica que eclosionó en una de las carreras más intensas y lucrativas del séptimo arte. El rey Midas de Hollywood busca sucesor, mejor dicho, Hollywood lo busca, y J. J. Abrams se postula como candidato. Si el primero miraba al cine de treinta años antes, el segundo también lo hace: sólo hay que fijarse en algunos de sus títulos como "Star Trek", "Misión Imposible 3" o "Monstruoso", ese Godzilla postmoderno. O ahora "Super 8". Pero el toque no se hereda, se tiene o no se tiene y me temo que no se lo dan a cualquiera.
Los niños en el cine de Spielberg. Niños disfuncionales, niños con problemas, niños que no encuentran su lugar, niños solitarios, enamoradizos, imaginativos, niños a los que ha visitado la muerte en su familia, niños que encuentran la salvación en salas de cine de sesión continua, fábrica de sueños. Pero niños que valoran la amistad y la lealtad por encima de todo, con una infinita capacidad de adaptación: niños que pueden establecer contacto con lo extraño, que no sucumben al pánico porque la infelicidad es un hecho cotidiano. Cuando eramos niños veíamos a esos niños y nos gustaba lo que veíamos, nos emocionaba y nos alentaba, ya que ante la peor situación emergía lo mejor de cada cual y todo era posible. Hasta salvar a esa chica y que se enamorara de ti (salva a la animadora, salva al mundo). Y las tramas eran un tanto simples, melodramáticas, maniqueas, pero con mucho sentido del humor, épica, emoción y un ritmo trepidante: dar un respingo en el asiento y aplaudir al final de la proyección con la adrenalina por las nubes. La Aventura. Un cine repetible porque "Super 8", collage impresionante y maravilloso, es precisamente eso, un collage, y todo lo que aparece en la pantalla evoca a otra parte. No se está construyendo un cine nuevo, no se está haciendo historia, sino que la historia se repite en sus contenidos y en sus formas. Y funciona.
Ves esas bicicletas corriendo a toda pastilla en "Super 8" y estás deseando que echen a volar.
El disfrute del espectáculo del cine, sin más: ese es el toque. "Super 8" lo tiene.
domingo, agosto 28, 2011
martes, agosto 23, 2011
"I'm not there", de Todd Haynes
No está allí. No está en Heath Ledger, Christian Bale, Richard Gere, Cate Blanchett, Marcus Carl Franklin o Ben Whishaw, distintos trasuntos más o menos sorprendentes y acertados que interpretan al cantante de Minnesota en esta cinta. No está en la estupenda caricatura que dibujó Tomás Serrano y que encabeza esta entrada. Tampoco está en sus canciones o en las películas en las que ha aparecido. Ni en sus conciertos multitudinarios, ni en sus ruedas de prensa bordes, ni en los telediarios de las tres, ni en Internet. Todo eso sólo es la forma en la que Bob Dylan ocupa la mente del espectador a través de sus oídos y su retina. Es la imagen que proyecta, una interpretación que cada cual posee del personaje y que, necesariamente, será incompleta y por ello falsa. O no cierta del todo.
Todd Haynes emplea alegorías para exponer las distintas facetas de Robert Allen Zimmerman, retazos de su vida y de su personalidad. Cada alegoría encarnada por un actor distinto: personajes paralelos interconectados: Bob Dylan poeta, compositor genial, cantante folk, cristiano converso, estrella del rock, esposo infiel y padre de familia poco dedicado, idólatra imitador de Woody Guthrie o actor en películas de Sam Peckinpah. Pero si no se conocen previamente algunos detalles de su biografía será difícil comprender algunas escenas de la película: su relación con Joan Baez y Allan Ginsbeg, sus inicios en el Village neoyorquino, su ascendencia judía, el accidente de moto o, su pecado más imperdonable para sus primeros fans, su electrificación: enchufar su guitarra y formar un grupo fue una de las traiciones más sonadas de la historia del Rock y uno de los puntos de inflexión vitales destacados en la película: I ain't gonna work on Maggie's farm no more, toda una declaración de intenciones, y Pete Seeger intentando cortar el cable con un hacha en el festival folk de Newport del año 1965. También este salto artístico era clave en "No direction home" de Martin Scorsese, biopic documental sobre Dylan que abarca desde su nacimiento hasta finales de los años 60 y que es muy recomendable para lo que indicaba antes: conocer de forma fehaciente mucho de lo que en "I'm not there" son sólo metáforas (en "No direction home" aparece, entre otros, Joan Baez despachándose a gusto con su colega: ¡vaya repaso!).
Dylan no estaba allí y a uno le puede dar la impresión de que salió huyendo: himnos trascendentes que se asientan en masas ansiosas del encuentro con conciencias mesiánicas, de lideres espirituales, de autenticidad desinteresada. Y para el compositor de los temas no eran más que canciones, rimas improvisadas en una máquina de escribir. El resto, su escucha e interpretación subjetiva, lo aporta el subconsciente del auditorio: embelesado y cautivo: flotando en el viento. No es extraño entonces que la metamorfosis hacía un volumen mayor, un giro tachado por muchos de puramente comercial, trajera consigo el abucheo constante durante la posterior gira británica: ¡Judas traidor! Pero la fiera acosada se revuelve y le pide a sus músicos que le den más caña: os jodéis, público desagradecido, que esto es lo que va a haber a partir de ahora: Like a rolling stone, así quiero ser, salvaje como Mick y Keith, enrollado como John y Paul, empastillado y pasota y no un corderito manso de canciones de misa como Peter, Paul and Mary (un trío inquietante en cualquier caso). Quiero ser cool, babe, quiero ser Cate Blanchett travestida y no Christian Bale circunspecto.
Quizá la alegoría más acertada sea la de Richard Gere revisando a Billy "el Niño", antiguo pistolero ahora oculto, avejentado y con gafitas: soliviantar al pueblo contra Pat Garrett, convertido éste en pérfido terrateniente (por cierto, el narrador en "I'm not there" es Kris Kristofferson, otro cantante metido a actor pero con muchas mejores dotes para fabricar fotogramas: "Pat Garrett y Billy the Kid" de Sam Peckinpah, mítica, frente a James Coburn, con participación del propio Dylan y Knockin' on Heaven's Door en la banda sonora: pocas películas como esta), para luego escapar en un vagón de ganado sin haber rematado la faena disparando al malvado entre ceja y ceja. No. Ser la inspiración pero no la solución.
¿Dónde está Bob Dylan?
Pues a esta hora suele ir a echar la partida al café de debajo de su casa con unos jubilados. Eso o se ha ido a tocar a algún lado, que a la fama y a la pasta aún no les dice que no, qué va. Genio y figura. Así que según. Por ahí andará.
Todd Haynes emplea alegorías para exponer las distintas facetas de Robert Allen Zimmerman, retazos de su vida y de su personalidad. Cada alegoría encarnada por un actor distinto: personajes paralelos interconectados: Bob Dylan poeta, compositor genial, cantante folk, cristiano converso, estrella del rock, esposo infiel y padre de familia poco dedicado, idólatra imitador de Woody Guthrie o actor en películas de Sam Peckinpah. Pero si no se conocen previamente algunos detalles de su biografía será difícil comprender algunas escenas de la película: su relación con Joan Baez y Allan Ginsbeg, sus inicios en el Village neoyorquino, su ascendencia judía, el accidente de moto o, su pecado más imperdonable para sus primeros fans, su electrificación: enchufar su guitarra y formar un grupo fue una de las traiciones más sonadas de la historia del Rock y uno de los puntos de inflexión vitales destacados en la película: I ain't gonna work on Maggie's farm no more, toda una declaración de intenciones, y Pete Seeger intentando cortar el cable con un hacha en el festival folk de Newport del año 1965. También este salto artístico era clave en "No direction home" de Martin Scorsese, biopic documental sobre Dylan que abarca desde su nacimiento hasta finales de los años 60 y que es muy recomendable para lo que indicaba antes: conocer de forma fehaciente mucho de lo que en "I'm not there" son sólo metáforas (en "No direction home" aparece, entre otros, Joan Baez despachándose a gusto con su colega: ¡vaya repaso!).
Dylan no estaba allí y a uno le puede dar la impresión de que salió huyendo: himnos trascendentes que se asientan en masas ansiosas del encuentro con conciencias mesiánicas, de lideres espirituales, de autenticidad desinteresada. Y para el compositor de los temas no eran más que canciones, rimas improvisadas en una máquina de escribir. El resto, su escucha e interpretación subjetiva, lo aporta el subconsciente del auditorio: embelesado y cautivo: flotando en el viento. No es extraño entonces que la metamorfosis hacía un volumen mayor, un giro tachado por muchos de puramente comercial, trajera consigo el abucheo constante durante la posterior gira británica: ¡Judas traidor! Pero la fiera acosada se revuelve y le pide a sus músicos que le den más caña: os jodéis, público desagradecido, que esto es lo que va a haber a partir de ahora: Like a rolling stone, así quiero ser, salvaje como Mick y Keith, enrollado como John y Paul, empastillado y pasota y no un corderito manso de canciones de misa como Peter, Paul and Mary (un trío inquietante en cualquier caso). Quiero ser cool, babe, quiero ser Cate Blanchett travestida y no Christian Bale circunspecto.
Quizá la alegoría más acertada sea la de Richard Gere revisando a Billy "el Niño", antiguo pistolero ahora oculto, avejentado y con gafitas: soliviantar al pueblo contra Pat Garrett, convertido éste en pérfido terrateniente (por cierto, el narrador en "I'm not there" es Kris Kristofferson, otro cantante metido a actor pero con muchas mejores dotes para fabricar fotogramas: "Pat Garrett y Billy the Kid" de Sam Peckinpah, mítica, frente a James Coburn, con participación del propio Dylan y Knockin' on Heaven's Door en la banda sonora: pocas películas como esta), para luego escapar en un vagón de ganado sin haber rematado la faena disparando al malvado entre ceja y ceja. No. Ser la inspiración pero no la solución.
¿Dónde está Bob Dylan?
Pues a esta hora suele ir a echar la partida al café de debajo de su casa con unos jubilados. Eso o se ha ido a tocar a algún lado, que a la fama y a la pasta aún no les dice que no, qué va. Genio y figura. Así que según. Por ahí andará.
martes, agosto 16, 2011
"Cars 2", de John Lasseter y Brad Lewis
Pinchazo.
Durante varios años la cita estival con las producciones animadas de la compañía del flexo saltarín, Pixar, (casada desde hace ya un lustro: señora de Disney), suponían una alegría dentro de la magra cartelera veraniega, la perfecta excusa para llevar a los niños al cine y, de paso, ver una de las que casi seguro sería mejor película no sólo del verano sino también una de las mejores del año cinematográfico. "Ratatouille", "Wall-E", "Up" y "Toy Story 3": una lista que engordaba poco a poco pero con seguridad, puntualidad y mérito: una lista extraordinaria. Pues ya se fastidió la cosa: este año no.
Si uno de los puntos fuertes en cada uno de los títulos de la lista apuntada (más allá de que la habilidad de los animadores en cuanto a que el preciosismo de detalles y el diseño de personajes te deje boquiabierto, algo que ya empieza a darse por descontado) era el guión, en "Cars 2" es todo lo contrario: del acero y la fibra de carbono a la carrocería de plomo: un plomazo. Se toman los tópicos de las películas de James Bond y se construye un remedo de historia de conspiración, con cierta intención ecológica en el fondo en cuanto a cuestionar el uso de combustibles fósiles (para unas películas protagonizadas por un vehículo de carreras, donde todos los personajes se alimentan de gasolina y cualquier fotograma es una sublimación de la industria del automóvil y sus iconos de cualquier época, el mensaje medioambiental no pega ni con cola), un cuento que de puro simple queda mal explicado. Para rematar la faena el protagonismo se desplaza a Mate, la grúa oxidada, el amigo inocentón y paleto de Rayo McQueen, convertido en héroe por accidente, improvisado agente secreto paródico pero con bastante poca gracia: lecciones de humildad para pequeños espectadores: todos somos valiosos si somos gentes de bien: honesto y modesto.
Así que la balanza se inclina peligrosamente hacía el lado de la imagen abandonando el del guión, potenciando una espectacularidad demasiado ruidosa y monótona ("Cars", siendo en mi opinión de las más flojas del catálogo, funcionaba por originalidad, pero esa característica sólo es eficaz la primera vez, por supuesto), localizando a los cochecitos en distintas ciudades del mundo pero agotando a su vez más tópicos (geográficos ahora) y, lo peor, provocando bostezos en los pequeños de la platea, los mismos que en el 2006 se lo habían pasado en grande con el bólido rojo. Bostezos en los pequeños y en los grandes, claro. En mi caso no me dormí, no, cómo puedes pensar eso. Sólo cerré los ojos un momentín de nada.
Durante varios años la cita estival con las producciones animadas de la compañía del flexo saltarín, Pixar, (casada desde hace ya un lustro: señora de Disney), suponían una alegría dentro de la magra cartelera veraniega, la perfecta excusa para llevar a los niños al cine y, de paso, ver una de las que casi seguro sería mejor película no sólo del verano sino también una de las mejores del año cinematográfico. "Ratatouille", "Wall-E", "Up" y "Toy Story 3": una lista que engordaba poco a poco pero con seguridad, puntualidad y mérito: una lista extraordinaria. Pues ya se fastidió la cosa: este año no.
Si uno de los puntos fuertes en cada uno de los títulos de la lista apuntada (más allá de que la habilidad de los animadores en cuanto a que el preciosismo de detalles y el diseño de personajes te deje boquiabierto, algo que ya empieza a darse por descontado) era el guión, en "Cars 2" es todo lo contrario: del acero y la fibra de carbono a la carrocería de plomo: un plomazo. Se toman los tópicos de las películas de James Bond y se construye un remedo de historia de conspiración, con cierta intención ecológica en el fondo en cuanto a cuestionar el uso de combustibles fósiles (para unas películas protagonizadas por un vehículo de carreras, donde todos los personajes se alimentan de gasolina y cualquier fotograma es una sublimación de la industria del automóvil y sus iconos de cualquier época, el mensaje medioambiental no pega ni con cola), un cuento que de puro simple queda mal explicado. Para rematar la faena el protagonismo se desplaza a Mate, la grúa oxidada, el amigo inocentón y paleto de Rayo McQueen, convertido en héroe por accidente, improvisado agente secreto paródico pero con bastante poca gracia: lecciones de humildad para pequeños espectadores: todos somos valiosos si somos gentes de bien: honesto y modesto.
Así que la balanza se inclina peligrosamente hacía el lado de la imagen abandonando el del guión, potenciando una espectacularidad demasiado ruidosa y monótona ("Cars", siendo en mi opinión de las más flojas del catálogo, funcionaba por originalidad, pero esa característica sólo es eficaz la primera vez, por supuesto), localizando a los cochecitos en distintas ciudades del mundo pero agotando a su vez más tópicos (geográficos ahora) y, lo peor, provocando bostezos en los pequeños de la platea, los mismos que en el 2006 se lo habían pasado en grande con el bólido rojo. Bostezos en los pequeños y en los grandes, claro. En mi caso no me dormí, no, cómo puedes pensar eso. Sólo cerré los ojos un momentín de nada.
viernes, agosto 05, 2011
Viñetas desde o Atlántico
No sé si pasar por el festival es mi excusa para ir a Galicia o viceversa. Da igual. Cualquiera de los dos motivos estaría plenamente justificado.
Nos vemos por allí.
O cerca.
jueves, agosto 04, 2011
"Los Pitufos", de Raja Gosnell
Hace poco vi por televisión un documental dedicado a la mítica banda de rock llamada "The Doors" y, sobre todo, a su no menos mítico (o más aún) cantante Jim Morrison. Al final aparecía un texto en la pantalla que aseguraba que ninguna canción del grupo había sido utilizada jamás en un anuncio publicitario, como si eso fuera un hito, una hazaña, una demostración increíble de que el legado de aquellos músicos, uno de los más extraordinarios e influyentes que nunca haya habido, ha sido conservado de forma cuidadosa. Los testamentos traicionados en el mundo de la publicidad tienen ejemplos de lo más sangrante: Julio Cortazar, Steve McQueen, uno reciente con Igor Stravinsky, etc.: todos vendiendo coches después de muertos. ¡Para lo que hemos quedado!
El dibujante belga Peyo (Bélgica es una mina de la tira ilustrada: "Tintín" de Hergé, "Lucky Luke" de Morris, "Spirou" de Franquin), ya fallecido, fue el padre de esta raza de duendecillos azules que vivían durante la Edad Media en un pueblo de pequeñas casas en forma de seta, escondidos en un recóndito bosque, y que sufrían el acoso permanente del malvado brujo Gargamel y su infernal gato Azrael. Sus aventuras llegaron a España en los años 80, con los álbumes de la colección Olé! publicada por Bruguera (en alguna caja debo tener varios de ellos; la editorial Planeta DeAgostini los reeditó no hace mucho tiempo en tapa dura) y como serie de dibujos animados para televisión producida por la compañía estadounidense Hanna-Barbera.
-¿Por qué sois de tono azul? -Porque no hay viento del Sur -¿Tocáis alguna tonada? -Sí, con una flauta encantada. Recuerdos de páginas cientos de veces leídas. Conocidos en todo el mundo, en España lograron ser también personajes muy populares: bautizaron como género a la policía municipal de cualquier ciudad española.
Las tramas que yo recuerdo de "Los Pitufos", tanto en el tebeo como en la tele, estaban muy bien: cada pitufo con una idiosincrasia diferenciada en carácter, nombre y rasgos que permitía distinguir a los personajes, sus fortalezas y debilidades, y así formar historias de enredos y aventuras de las que sólo salían triunfantes por una sólida conciencia de grupo, de tribu: la unión hace la fuerza, aunque midas un palmo o precisamente por eso. Se añade a las viñetas sentido del humor y un dialecto propio (el más simple nunca visto: algunos sustantivos son "pitufo", para los verbos "pitufar", los adjetivos "pitufado" y así) que es sencillo de entender en el contexto general de la frase. Ahora vuelven como una película hollywoodiense en 3D y a alguna ¿mente?¿pensante? le debió parecer una idea genial que viajaran en el tiempo, a la época actual, y fueran a parar a Nueva York. Y como ese ¿creativo? seguro que concibe los gustos infantiles por las nefastas teleseries que emite Disney Channel y sus estereotipos de chavales consumistas y medio imbéciles, les hace caer en manos de un publicista ñoño (yo habría elegido a Don Drapper el de "Mad Men": hubiera sido la bomba una película infantil con un pitufo fumándose un Lucky Strike) de una empresa de cosméticos y su mujer embarazada con pinta de lela, de modo que los pitufos terminan jugando a Guitar Hero, cantando rap y yendo a unos grandes almacenes: ¡qué se vean bien esos nombres de marcas! A los pitufos tridimensionales en vez de piel se les proporciona una textura de felpa y se les coloca unos ojos vidriosos de muñeco, para que padres e hijos tengan claro el peluche que tienen que comprar al salir del cine. Mención aparte para el lamentable Gargamel de carne y hueso que se han sacado de la manga para la ocasión y que resulta ser de lo peor que se puede contemplar en la cinta. Echo un vistazo a lo que ha dirigido Raja Gosnell hasta el momento y aparece "Solo en casa 3", "Scooby-Doo", "Esta abuela es un peligro" y "Un chihuahua en Beverly Hills": este tipo debe ser de los directores más ricos de Hollywood y lo digo en serio.
Esperemos al menos que sirva para que algún niño le eche un vistazo a la obra original, la de Peyo, y descubra lo que es en realidad pitufante.
El dibujante belga Peyo (Bélgica es una mina de la tira ilustrada: "Tintín" de Hergé, "Lucky Luke" de Morris, "Spirou" de Franquin), ya fallecido, fue el padre de esta raza de duendecillos azules que vivían durante la Edad Media en un pueblo de pequeñas casas en forma de seta, escondidos en un recóndito bosque, y que sufrían el acoso permanente del malvado brujo Gargamel y su infernal gato Azrael. Sus aventuras llegaron a España en los años 80, con los álbumes de la colección Olé! publicada por Bruguera (en alguna caja debo tener varios de ellos; la editorial Planeta DeAgostini los reeditó no hace mucho tiempo en tapa dura) y como serie de dibujos animados para televisión producida por la compañía estadounidense Hanna-Barbera.
-¿Por qué sois de tono azul? -Porque no hay viento del Sur -¿Tocáis alguna tonada? -Sí, con una flauta encantada. Recuerdos de páginas cientos de veces leídas. Conocidos en todo el mundo, en España lograron ser también personajes muy populares: bautizaron como género a la policía municipal de cualquier ciudad española.
Las tramas que yo recuerdo de "Los Pitufos", tanto en el tebeo como en la tele, estaban muy bien: cada pitufo con una idiosincrasia diferenciada en carácter, nombre y rasgos que permitía distinguir a los personajes, sus fortalezas y debilidades, y así formar historias de enredos y aventuras de las que sólo salían triunfantes por una sólida conciencia de grupo, de tribu: la unión hace la fuerza, aunque midas un palmo o precisamente por eso. Se añade a las viñetas sentido del humor y un dialecto propio (el más simple nunca visto: algunos sustantivos son "pitufo", para los verbos "pitufar", los adjetivos "pitufado" y así) que es sencillo de entender en el contexto general de la frase. Ahora vuelven como una película hollywoodiense en 3D y a alguna ¿mente?¿pensante? le debió parecer una idea genial que viajaran en el tiempo, a la época actual, y fueran a parar a Nueva York. Y como ese ¿creativo? seguro que concibe los gustos infantiles por las nefastas teleseries que emite Disney Channel y sus estereotipos de chavales consumistas y medio imbéciles, les hace caer en manos de un publicista ñoño (yo habría elegido a Don Drapper el de "Mad Men": hubiera sido la bomba una película infantil con un pitufo fumándose un Lucky Strike) de una empresa de cosméticos y su mujer embarazada con pinta de lela, de modo que los pitufos terminan jugando a Guitar Hero, cantando rap y yendo a unos grandes almacenes: ¡qué se vean bien esos nombres de marcas! A los pitufos tridimensionales en vez de piel se les proporciona una textura de felpa y se les coloca unos ojos vidriosos de muñeco, para que padres e hijos tengan claro el peluche que tienen que comprar al salir del cine. Mención aparte para el lamentable Gargamel de carne y hueso que se han sacado de la manga para la ocasión y que resulta ser de lo peor que se puede contemplar en la cinta. Echo un vistazo a lo que ha dirigido Raja Gosnell hasta el momento y aparece "Solo en casa 3", "Scooby-Doo", "Esta abuela es un peligro" y "Un chihuahua en Beverly Hills": este tipo debe ser de los directores más ricos de Hollywood y lo digo en serio.
Esperemos al menos que sirva para que algún niño le eche un vistazo a la obra original, la de Peyo, y descubra lo que es en realidad pitufante.